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REPETIR, SIMBOLIZAR Y RECORDAR. 1
“Qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? Qué diferencia
puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado?”.
(Jorge Luiz Borges: Borges, Oral, 1979).
“Si nuestra visión de la memoria es correcta, en organismos
evolucionados cada acto de percepción es, en algún grado, un acto de
creación y cada acto de memoria es, en algún grado, un acto de
imaginación”. (Gerald M. Edelman; Giulio Tononi: A Universe of
consciousness, 2000).
Raul Hartke 2
La rememoración de representaciones psíquicas tornadas inconscientes por
la represión (lato sensu) siempre ocupó una posición central en la teoría y en la
técnica psicoanalíticas desarrolladas por Freud. Y eso aun después de su
reconocimiento de que el id alberga también pulsiones sin representación (Freud,
1923; Green, 1995a) y de que, muy a menudo, las construcciones del analista no
tienen como promover la recordación de experiencias o procesos psíquicos internos,
produciendo, sin embargo, un efecto terapéutico idéntico (Freud, 1937b).
En sus últimas formulaciones, Freud dice que la tarea genuinamente analítica
(1937a) consiste en la revisión a posteriori (Nachträglich) de procesos represivos
primitivos, usados por el ego infantil como su único recurso posible en la lucha
contra las pulsiones amenazadoras. Tal revisión posibilita la sustitución de estas
represiones primevas por reacciones acordes con una condición psíquicamente más
madura. Esa tarea exige la rememoración, la reproducción en la esfera psíquica, de
las experiencias, mociones afectivas y conflictos infantiles olvidados, responsables
de las referidas represiones. La consideración a la intensidad relativa de las fuerzas
en conflicto (ego y pulsiones) constituye según Freud (1937a) una valorización del
punto de vista económico, al lado del topográfico y del dinámico.
En consonancia con estos objetivos terapéuticos, considero que Freud
siempre sostuvo una concepción del aparato psíquico centrada básicamente en la
1
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Informe presentado para el panel “El psicoanálisis cura aun mediante la rememoración?”
desarrollado durante el 45º Congreso de la International Psychoanalytical Association, en
25/07/2007, Berlín, Alemania.
Miembro Efectivo de la Sociedad Psicoanalítica de Porto Alegre, RS - Brasil.
2
memoria. Esto está explicitado en los conocidos modelos propuestos en la Carta 52
(Masson, 1985) y en el capítulo siete de la Interpretación de Sueños (Freud, 1900).
No encuentro evidencias de que tal punto de vista haya sido abandonado después
de la introducción de la llamada “segunda tópica” (Freud, 1923).
Mi contribución para el presente panel no enfocará el papel de la memoria en
el funcionamiento mental (algo que considero indiscutible) sino el lugar y función de
la rememoración en el proceso terapéutico psicoanalítico (algo actualmente
cuestionado).
Para desarrollarla, tomaré como punto de partida la concepción de Bion
(1962, 1963) sobre el aparato psíquico como un aparato para generar pensamientos
y para pensarlos, o sea, para crear y utilizar formaciones simbólicas. Y más: un
aparato que nace y se desarrolla en función de la relación con otro ya capaz de
funcionamiento psíquico adecuado. Pienso que la teoría de Winnicott (197l) sobre el
espacio potencial, constitutivo de lo psíquico stricto sensu, también concibe a la
mente básicamente como generadora de símbolos, aunque se base en premisas
diferentes de aquellas de Bion. Así, consideraré al aparato mental esencialmente
como un aparato de simbolización.
En mi opinión, esa formulación abre un nuevo espacio de reflexiones e
implicaciones teóricas, clínicas y técnicas, incluyendo modificaciones en cuanto al
lugar y función de la rememoración en el proceso terapéutico.
Como se sabe, gracias a la función alfa y al aparato de pensar postulados por
Bion (1962), este aparato de simbolización es responsable no solamente de la
transformación de percepciones y emociones brutas en elementos psíquicos –
simbólicos - como del desarrollo de estos últimos en términos de diferentes niveles
de abstracción y complejidad, así como de sus distintos usos posibles. Existe
también la posibilidad de una reversión de la función alfa, con la generación de los
denominados “objetos bizarros” (Bion, 1962), o sea, percepciones y emociones con
fragmentos de funciones psíquicas agregados.
Valiéndose de Bion, Meltzer (1986) subraya que la capacidad de formar
símbolos autónomos, idiosincrásicos, para representar el significado de las
experiencias emocionales constituye la esencia de la mente. Posibilita guardar esas
experiencias como recordaciones (memoria como función psíquica), usarlas para
pensar, y transformarlas en diferentes formas simbólicas de comunicación, lo que es
diferente de apenas registrar y retener hechos (memoria como propiedad cerebral)
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manipularlos lógicamente y transmitirlos como bits de información. En ese contexto,
subrayaría, para los propósitos de este informe, su observación de que gran parte
del funcionamiento humano como, por ejemplo, las funciones corporales, las
reacciones y actos adaptativos habituales, automáticos, las conductas sociales, son
no simbólicas, no mentalizadas o, por lo menos, proto-mentales. Se basan en
patrones innatos, condicionamientos, entrenamientos o imitación de las calidades
externas de los demás.
Todos esos diferentes niveles y usos de las formaciones psíquicas,
incluyendo hechos no digeridos psíquicamente así como fenómenos “bizarros”
pueden encontrarse en el espacio analítico, en el analizando, en el analista, o en el
par. Con el objetivo de orientarme y trabajar analíticamente con ellos, me valgo de
un “instrumento de navegación” constituido por una adaptación de la conocida tabla
de Bion (1963,1977). Siguiendo una sugerencia suya, la dispongo en un sistema de
coordinadas cartesianas, pero alterando la distribución y polarización de los niveles y
usos de las funciones psíquicas, bien como contemplando también los fenómenos
negativos, conforme su proposición de una tabla negativa (Bion, 1963). (Figura 1).
La utilizaré en este informe para exponer y fundamentar mis puntos de vista acerca
de los objetivos y de los procedimientos técnicos del psicoanálisis en la actualidad,
incluyendo, naturalmente, los significados y la función de la rememoración, así como
de la repetición y de otros fenómenos correlatos.
En el eje vertical están dispuestos los diferentes niveles de elaboración
psíquica, o de abstracción como dice Bion (1963,1977), pero en posición inversa a la
de su tabla. En el extremo superior, positivo, se sitúan las formaciones
máximamente simbólicas, resultantes del trabajo de la función alfa y del aparato de
pensar (Bion, 1963,1977). En el inferior, negativo, estarían los fenómenos “bizarros”
(Bion, 1962) derivados de la inversión de la función alfa.
En el eje horizontal se localizan los diferentes usos posibles de las
formaciones psíquicas. En el polo derecho, positivo, ese uso tiene la finalidad de
aprender la experiencia emocional. En el otro, negativo, busca la evasión de esta
experiencia.
En el punto cero, o sea, en el cruce de los dos ejes, se encuentran los hechos
no digeridos psíquicamente, descritos por Bion (1962) como elementos beta.
El cuadrante superior derecho acoge lo que denominaría imaginación creativa,
equiparable al jugar de acuerdo a lo descrito por Winnicott (1971). El superior
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izquierdo contiene las defensas neuróticas clásicamente descritas, correspondientes
a la columna 2 de la tabla de Bion. Incluye el devaneo neurótico referido por
Winnicott (1971). El inferior izquierdo corresponde a las defensas psicóticas y dejaría
el derecho en abierto, para investigar la posibilidad de que formaciones psicóticas
sean usadas con el objetivo de aprender de la experiencia.
En realidad, además de estos dos ejes referidos - horizontal y vertical, x e ytambién he incluido un tercer eje, el “z”, relativo al tipo de relación objetal (Figura 2).
En el polo anterior, situaría las relaciones esencialmente narcísicas y en el posterior
aquello que Bion (1992) denomina “social-ismo”, por oposición al narcisismo. Sin
embargo, esa presentación volvería más compleja y demorada mi exposición de
hoy. Así, me restrinjo a referir que en el cuadrante superior derecho posterior
estarían incluidas las construcciones simbólicas usadas para aprender de la
experiencia en las relaciones afectivas íntimas (Meltzer, 1986). En otras palabras,
representaría el “jugar compartido” descrito por Winnicott (1971), esencia del vivir
creativo y de la salud mental.
Los fenómenos situados en cada uno de esos cuadrantes tienen, en el
espacio
analítico,
diferentes
características
fenomenológicas,
distintas
manifestaciones transferenciales y contratransferenciales y también demandan
formas variadas de trabajo analítico. Solamente para ejemplificar, diría que cuanto
más típicos del cuadrante superior izquierdo, más presentan las propiedades
descritas clásicamente por Freud y más se prestan a la técnica psicoanalítica
propuesta por él. Cuanto más contiguos al eje horizontal, más necesitan el préstamo
de la mente del analista, con su misma función alfa, capacidad de reverie, etc., para,
como dice Meltzer (1986), soñar por el paciente la experiencia emocional que él
mismo no logra soñar. Además, se muestran útiles en tales estados, lo que
denomino “interpretaciones espalderas”, (Hartke, 2005), pensando en las estructuras
usadas en los jardines para favorecer el crecimiento de determinadas plantas. Se
equiparan, probablemente, a las intervenciones no saturadas descritas por Ferro
(1995). El objetivo sería favorecer el proceso de simbolización. El espacio analítico
funciona, en esos casos, como una especie de “incubadora de símbolos” (Hartke,
2005).
Cuanto
más
clasificables
en
el
cuadrante
inferior
izquierdo
más
probablemente el setting se transformará en un ambiente de holding, en el sentido
dado por Winnicott (1965) a ese término.
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Menciono esas situaciones tan sólo como ejemplos de las posibilidades de
uso del diagrama. En mi opinión, lo fundamental en todo eso está constituido por la
necesidad e importancia de identificar y conceptuar los diferentes tipos de
fenómenos clínicos que se pueden encontrar en el espacio analítico, aun en el
transcurso de una única sesión, y que demandan cambios acordes en la modalidad
de trabajo analítico. Así, la repetición en acción descrita por Freud en 1914 podría
tener, en realidad,
diferentes significados. Correspondería a un fenómeno
localizable contiguo al eje horizontal, pero susceptible de ser usado tanto para
evasión del aprender de la experiencia (repetir resistencialmente, para no recordar)
como para comunicar al analista experiencias o vivencias no verbalizables, por
ejemplo. En ese último caso, estaría ubicado en algún punto más hacia la derecha.
Sin embargo, tenemos que subrayar que, como cualquier otro fenómeno humano, su
punto de ubicación variaría en cada caso dentro de la faja referida anteriormente (o
sea, más o menos contiguo al eje horizontal, pero en diferentes puntos posibles
entre los polos derecho e izquierdo).
El objetivo es siempre situar los fenómenos que estén teniendo lugar en la
relación analítica, sea en el analizando, en el analista o en el par. De esta forma, un
sueño – producto eminentemente simbólico – puede, sin embargo, ser relatado por
el analizando, en la sesión, como un hecho, casi como algo perteneciente a otra
persona. O sea, en ese momento, como una forma no simbólica, no mentalizada.
Puede, además, ser contado con la finalidad de evadirse del contacto con una
experiencia emocional vigente en el aquí y ahora, constituyendo, así, un fenómeno
clínico “columna dos”, o sea, perteneciente al cuadrante superior izquierdo.
Todo eso, como ya lo referí, también es válido para el funcionamiento del
analista en sesión. Entonces, para mí, el concepto de reverie debería restringirse a
los fenómenos en la mente del analista que pueden situarse en el cuadrante superior
derecho posterior, o sea, formaciones imaginativas originadas del contacto
emocional íntimo con el paciente y usadas para conocer lo que está sucediendo en
aquel momento en el espacio analítico. Difícilmente algo surgido en la mente del
analista durante una sesión no tendría nada que ver con lo que está sucediendo en
la relación en aquel momento. En otras palabras, no dejaría de ubicarse en algún
punto a lo largo del eje ”z” positivo, posterior. Pero también considero prudente no
excluir totalmente la posibilidad de pertenecer al segmento anterior, narcisista. En
este caso no la consideraría una reverie. Además, siempre puede ser usado por el
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analista para evasión de la experiencia emocional presente y también en esa
circunstancia no la categorizaría como reverie. Además, considero la posibilidad de
que la “figurabilidad”, tan provechosamente descrita por la pareja Botella (2002),
represente un fenómeno también categorizable en el cuadrado superior derecho
posterior, pero bastante más próximo al eje horizontal. O sea, un fenómeno con
poca elaboración psíquica, una casi-alucinación, según los Botella (2002), pero
surgido en y por la relación y usado para conocer lo que está sucediendo con el
paciente.
En consecuencia de la concepción del aparato psíquico esencialmente como
un aparato de simbolización y de las implicaciones de ella derivadas, algunas
expuestas en mi presentación sobre la adaptación de la tabla, muchos analistas
contemporáneos – y entre ellos me incluyo – consideran que el objetivo último y el
factor curativo específico del psicoanálisis consiste básicamente en ampliar las
potencialidades de procesamiento psíquico del analizando, aumentando, de esa
manera, su capacidad de continencia (Bion, 1962) a las emociones. Según las
palabras de Ferro (1995), siempre tan bien afinadas al pensamiento bioniano,
consiste en posibilitar “... una expansión de la mente y de la posibilidad de pensar”
(p. 27). En los términos del diagrama, consiste en llevar el funcionamiento mental lo
máximo posible en dirección al cuadrante superior derecho posterior. Con eso, habrá
menos necesidad de recurrir a los mecanismos defensivos clásicamente descritos.
En los términos empleados por Freud en sus últimas concepciones sobre la tarea
terapéutica, citadas en el inicio de este informe, consiste en la madurez del ego para
que él pueda, entonces, renunciar a las defensas arcaicas. Existe, así, una
alteración crucial de objetivos, desde las defensas y resistencias en dirección a la
ampliación de las capacidades de simbolización del ego – de los contenidos hacia el
continente (Ferro, 1995) -, considerando su incapacidad relativa o primaria para
realizar este trabajo. La formulación es, por lo tanto, más amplia que las
proposiciones freudianas en el sentido de concientizar al inconsciente o tornar ego
donde estaba el id, en la medida en que involucra fundamentalmente transformar en
psíquico –tanto consciente como inconsciente- lo que hasta entonces era protomental. En términos bionianos eso ocurre gracias a una ampliación de la función alfa
(de la que la reverie es uno de los factores) y del aparato de pensar (Bion, 1962),
propiciada por la relación con un objeto con capacidad de continencia, reverie,
capacidad negativa, etc. (Bion, 1962,1970).
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En mi modo de pensar, todas esas últimas consideraciones no excluyen el
trabajo analítico en los moldes generales clásicamente propuestos por Freud con
determinados pacientes o, mejor, en determinados períodos de los análisis o
momentos de sesiones, como sugerí al describir los empleos posibles de la
adaptación de la tabla de Bion. Sin embargo, la remoción de las defensas y la
recuperación de las memorias inconscientes no constituiría el factor terapéutico en
sí, como proponía Freud, sino apenas un medio, un instrumento, un camino para
auxiliar al analizando a ampliar su capacidad general de procesar y simbolizar las
experiencias emocionales, como ya he referido. En esta misma dirección, Sugarman
(2006) considera que la acción terapéutica del psicoanálisis no deriva de la
concientización en sí de contenidos psíquicos específicos rechazados, sino de una
ampliación general de la capacidad de insight (insightfulness) que eso propicia. En
otras palabras, del acceso a una ”mentalización” hasta entonces repudiada o
inhibida, pasando de un modo de funcionamiento basado sobretodo en la acción
hacia un nivel simbólico verbal de organización de la mente.
Para exponer mi posición en lo que se refiere específicamente a las formas de
memoria que se pueden encontrar en el espacio analítico así como al lugar y función
de la rememoración en el proceso terapéutico, me valgo otra vez de la adaptación
de la tabla de Bion. Distingo las siguientes posibilidades:
1) Memoria como registro y preservación de hechos no digeridos
psíquicamente, clasificable en torno del punto cero del diagrama. Es posible que las
denominadas “memorias procedurales” (Schacter, 2001) puedan categorizarse de
esa
misma
manera.
Constituyen
“maneras-de-vivenciar
al
otro”
(ways-of-
experiencing the other) (Fonagy, 1999) que, aunque derivadas de experiencias
relacionales precoces, no son ni conscientes ni inconscientes. Son registros no
simbólicos, sin contenidos psíquicos rememorables. Sin embargo, pueden ser
posteriormente representados y modificados a través de su constatación,
interpretación y elaboración en la relación analítica.
Otro tipo de memoria clasificable en esa primera categoría sería constituido
por el registro de determinadas experiencias traumáticas que son relatadas por los
pacientes como hechos casi ajenos a ellos y no vividas como una experiencia
psíquica personal. O, entonces, situaciones en las que las personas, como dice Bion
(1970), sienten el dolor (o el placer) pero no logran sufrirlo, y por lo tanto, tampoco
descubrirlo.
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Además, pienso que no deberíamos clasificar como psíquica stricto sensu a la
reproducción memorizada de una frase en una lengua absolutamente desconocida,
sin ninguna comprensión de su significado, por ejemplo. Y esto a pesar de que
estamos, en este caso, usando memoria, palabras, etc. Menciono tal situación como
un caso extremado, entre tantos otros mucho más sutiles y cotidianos, de la
reproducción de contenidos supuestamente psíquicos, pero, en realidad, no
procesados mentalmente.
2) Memoria como fenómeno ya psíquico, o sea, procesado por la función alfa,
pero utilizada para evitar el contacto verdadero con la experiencia emocional vigente
en un momento sea en la relación, sea de la relación en sí. En otras palabras, como
un fenómeno clasificable en algún lugar del cuadrante superior izquierdo,
correspondiente a diferentes niveles de abstracción en la columna dos de la tabla de
Bion (1963,1977).
3) Memoria como función psíquica empleada para aprender de la experiencia
emocional en las relaciones íntimas y para crear representaciones simbólicas de
estas experiencias, o sea, memoria situable en el cuadrante superior derecho
posterior. Esta forma de memoria o, más probablemente, una forma muy especial de
ella, se constituye por lo que Bion (1970) denomina “dream-like memory” (p.70). Él la
considera la esencia del trabajo analítico, siendo favorecida por la supresión de la
memoria, deseo y comprensión. Es espontánea, no buscada, surgiendo de un modo
inesperado, nítidamente, con apariencia de un todo coherente, y desapareciendo sin
vestigios. Según Bion (1970) es memoria de la realidad psíquica, la que es
inaprensible a los órganos de los sentidos. Es esencial para el contacto con esa
experiencia psíquica así como para su “evolución” y transformación en crecimiento
psíquico, tanto del analizando como del analista, crecimiento este que es siempre
atemporal y catastrófico. En suma, es crucial para la imprescindible transformación
del conocer y del comprender en dirección a ser.
Difiere, así, de la memoria comúnmente considerada, que consiste en
tentativas conscientes de recordar y tiene un trasfondo dominante de sensorialidad.
Esta última memoria sirve como defensa contra el temor al aparecimiento de algo
desconocido e incognoscible (en el sentido de que puede solamente ser vivido) y en
ella el tiempo es esencial.
¿Dónde podríamos situar las dream-like memories en el diagrama? ¿En el
punto más distal posible del cuadrante superior derecho posterior? En cualquier
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caso, dondequiera que lo ubiquemos, estará a orillas del infinito oscuro e informe de
la cosa-en-sí, incognoscible, de lo que el geómetra nos rescató con la invención de
las coordinadas cartesianas!
Justamente por el temor al cataclismo emocional ante el “cambio catastrófico”
derivada de este “estar-de-acuerdo” con sí mismo (Bion, 1970, p. 109) la tendencia
del analizando, del analista o del par analítico es retroceder ante las dream-like
memories, en dirección hacia otros cuadrantes del diagrama.
Sintetizaría la situación general de la rememoración en el proceso terapéutico
analítico cuando concebido en los moldes defendidos en este informe, de la
siguiente manera: tenemos que lograr “soñar” (en el sentido de dream-work-alfa;
Bion, 1992) nuestras propias memorias (esto es, almacenamiento de hechos-nodigeridos) para que podamos así transformarlas en recordaciones (constituidas con
elementos alfa) y usarlas entonces para aprender de la experiencia en nuestras
relaciones íntimas.
Además, es fundamental no confundir el revestimiento sensorial necesario
para tornar las emociones aprehensibles al “órgano sensorial para la percepción de
las cualidades psíquicas”, esto es, a la conciencia (Freud, 1900; Bion, 1962), con las
emociones en sí, las cuales no poseen forma, olor, color, etc. Basándome en Bion,
denomino ese proceso de revestimiento sensorial de las emociones de “alucinancia
originaria”. Él funda la mente y es observable en nuestros sueños nocturnos. La
“alucinosis”, descrita por Bion (1970), consiste, para mí, en la confusión entre este
revestimiento sensorial y la emoción en sí. Por lo tanto, tras usar la memoria para
conocer y comprender la realidad emocional vigente en la sesión, aún tenemos que
no caer en el riesgo siempre presente de esta alucinosis.
Pienso, cada vez más (Hartke, 2006), que el proceso de generación,
desarrollo y uso de las formaciones simbólicas tiene como su mejor locus de
observación y de trabajo analítico los fenómenos que ocurren entre el paciente e el
psicoanalista. En otras palabras, en el espacio potencial descrito por Winnicott
(1971), esta área intermediaria lúdica en la que todo es, al mismo tiempo,
objetivamente
percibido
y
subjetivamente
concebido.
Un
espacio
de
transformaciones (Bion, 1965; Ferro 2005), de metaforización (Modell, 2006), de
trascendencia bien como de multiplicación de vértices (Bion, 1965; Meltzer, 1986)
de las percepciones y emociones brutas, de la historia y de los objetos internos. En
consonancia, mi objetivo técnico es alcanzar el “jugar compartido” con el analizando
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sabiendo, sin embargo, que él, yo o nosotros dos, como un par, estaremos la mayor
parte del tiempo incapaces o resistentes a esto. Sea a través del colapso del espacio
debido a una vivencia de fusión con el otro, sea por el refugio en un jugar
omnipotente, mágico, o aun por un jugar sólo en la presencia de alguien confiable.
Además, existe la posibilidad de un desvío excesivo en dirección a lo objetivamente
percibido, llevando a la pérdida de contacto con la imaginación creativa, o hacia el
lado de lo subjetivamente concebido, haciendo con que la realidad externa se torne
un fenómeno esencialmente subjetivo. Así, presto atención no solamente a las
condiciones de funcionamiento de la asociación libre del paciente y de la atención
uniformemente flotante de mi parte, pero también, y quizás principalmente, a la
posibilidad o no del “jugar compartido” entre nosotros dos. El modelo referencial de
mi procedimiento técnico es el “juego del garabato” (squiggle game) propuesto por
Winnicott (1968), evidentemente verbal en este caso. Lo considero comparable a la
técnica de “exploración” compartida de los sueños descrita por Meltzer (1983) y
considerada por él como la base más importante para el desarrollo de la capacidad
de auto-análisis del paciente. Las otras formas de intervención constituyen recursos
en la búsqueda de este objetivo.
La experiencia del jugar compartido en el espacio analítico podrá, entonces,
ser internalizada por los participantes del par, cada cual a su manera. La
internalización constituirá o ampliará el espacio lúdico interno de simbolización, o
sea, la mente propiamente dicha.
De cierta forma, pienso en un espacio alfa,
generador de la función alfa en las mentes individuales. En ese sentido me refiero,
lúdicamente, a una concepción “entresubjetiva” más que intersubjetiva. Bajo tal
vértice, a pesar de depender de los individuos y existir a través de ellos, lo psíquico
nace y se desarrolla en el espacio relacional con el otro. En esa misma dirección, y
también inspirado en Winnicott, Ogden (1997) plantea que el proceso analítico
resulta en la construcción de un “espacio onírico intersubjetivo” (p. 108) que
posibilitará “... la expansión de la capacidad del analista y del analizando para crear
“un lugar para vivir” en el área de la experiencia que existe entre la realidad y la
fantasía” (p.121). De un modo similar, porque también valorizando algo que tiene
que ver con el espacio potencial lúdico descrito por Winnicott (1975), Green (1995b)
vincula la normalidad psíquica y el objetivo del análisis a una ampliación de aquello
que denomina “procesos terciarios”. Son procesos que colocan a los procesos
primarios y secundarios en una relación simultáneamente de conjunción y
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disjunción, de una manera tal que cada uno de ellos fertiliza al otro con sus
propiedades favorecedoras de un funcionamiento mental optimizado entre la
creatividad y la estabilidad y, al mismo tiempo, limita aquellas dificultadoras de ese
objetivo.
Capacidad lúdica, sumada a la capacidad de emocionarse, en las
relaciones humanas, constituyen para mí, criterios esenciales de salud mental y, por
lo tanto, objetivos terapéuticos básicos.
Para finalizar, me gustaría enfatizar que todo ese proceso de expansión de la
capacidad de mentalización sólo se torna posible a partir de una base constituida por
la relación con un objeto con capacidad de acogida a las emociones, continencia,
“capacidad negativa”, reverie, tolerancia a la duda y a un sentimiento de infinitud,
etc. descritos por Bion (1962,1970). Todo eso involucra una capacidad de
“adaptación suficientemente buena” (Winnicott, 1955) del funcionamiento mental del
analista en sesión o, como dice Ferro (2005), de “modulación” del campo analítico.
Para mí, tal “ambiente” emocional constituye no apenas una condición necesaria
para que las intervenciones del analista propicien la expansión de la mentalización,
como representa en sí un factor terapéutico en el sentido de posibilitar una
experiencia relacional mutativa. Así, por ejemplo, la permanente tentativa de Ferro
(2005) para alcanzar sintonía y estar al unísono con sus pacientes, valiéndose de los
retornos inconscientes que ellos le dan acerca de las condiciones presentes de la
relación constituye, en mi opinión, algo terapéutico en sí mismo. Existen varios
aspectos que tendrían que ser debatidos acerca de este factor así como de la
técnica para instalarlo y buscar mantenerlo, pero esto ya escapa a mis objetivos
presentes, o sea, a la discusión de la función de rememoración en el proceso
terapéutico. Enfatizo apenas que la sintonía emocional y las intervenciones del
analista se posibilitan y complementan mutua y recursivamente.
El diálogo sobre la invención de la escrita, entre Sócrates y Fedro, relatado
en Fedro, de Platón, podría servir como punto de partida y metáfora proficua para
las formulaciones acerca de la rememoración en el proceso analítico defendidas en
este informe. El dios Theuth, inventor mítico del número, del cálculo, de la
geometría, astronomía, juego de damas, de dados y, sobretodo, de la escrita, visita
a Tamos, rey de todo Egipto, tratando de convencerlo de que esos inventos
deberían ser distribuidos a todos los habitantes. Acerca de la escrita, dice lo
siguiente: “Este es un ramo del conocimiento, oh rey, que tornará a los egipcios más
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sabios y de mejor memoria. Se ha descubierto, pues, el remedio de la memoria y de
la sabiduría”.
A lo que Tamos responde: “Ingeniosísimo Theuth, un hombre es capaz de
crear los fundamentos de un arte, pero otro debe juzgar qué parte de daño y de
utilidad posee para aquellos que de ella harán uso. Bien, tú en este momento, como
padre de la escrita que eres, por quererla bien, le atribuyes efectos contrarios a los
que ella manifiesta. Sucede que ese descubrimiento provocará en las almas el olvido
de cuanto se aprende, debido a la falta de ejercicio de la memoria, porque, confiados
en la escrita, será del exterior por medio de signos extraños, y no de adentro,
gracias al esfuerzo propio, que obtendrán las recordaciones. Por consiguiente, no
has descubierto un remedio para la memoria, sino para la recordación. A los
estudiosos ofrece la apariencia de sabiduría y no la verdad, ya que, recibiendo,
gracias a ti, gran cantidad de conocimientos, sin necesidad de instrucción, se
considerarán muy sabedores, cuando son ignorantes en su mayor parte y, además,
de trato difícil, por tener la apariencia de sabios y no serlo verdaderamente” (1997, p.
120-121).
Más adelante, al contrastar esa forma de registro con el discurso vivo y
animado del hombre sabio, Sócrates habla del “logos spermatikós”, la palabrasemilla, única capaz de fecundar a las almas en condiciones de recibirla.
Terapéuticos, para mí, son aquellos momentos en la relación analítica en
que las dos mentes se tornan disponibles y capaces para acoger y transformar las
palabras en logos spermatikós, semillas de los sueños, de la imaginación y del jugar.
De la vida psíquica creativa, en fin.
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REFERENCIAS
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14
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15
FIGURA - 1
FORMACIONES SIMBÓLICAS
+
1
2
EVASIÓN
DE LA
EXPERIENCIA
EMOCIONAL
APRENDER
-
+
0
3
4
FENÓMENOS BIZARROS
0 = Hechos no digeridos psíquicamente (elementos beta).
1 = Imaginación creativa.
2 = Defensas neuróticas.
3 = Defensas psicóticas.
4=?
DE LA
EXPERIENCIA
EMOCIONAL
16
FIGURA - 2
FORMACIONES SIMBÓLICAS
+
EVASIÓN
DE LA
EXPERIENCIA
EMOCIONAL
-
SOCIAL-ISMO
+
-
+
NARCISISMO
APRENDER
DE LA
EXPERIENCIA
EMOCIONAL
FENÓMENOS BIZARROS
Cuadrante superior derecho posterior = Formaciones simbólicas usadas para aprender de la
experiencia emocional en las relaciones íntimas (jugar compartido).