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UN NIETO ES TAMBIÉN TODOS LOS NIETOS Por GASTÓN TOURN Por su relato de una audiencia por el juicio por la apropiación de menores durante la última dictadura cívico militar, Gastón Tourn obtuvo una mención Especial en el Concurso de Crónicas del Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA). Hagan una alta pila de cuerpos en Auschwitz y Waterloo, échenles tierra encima y déjenme obrar. Yo soy la hierba; lo cubro todo. Y hagan una pila alta en Gettysburg y hagan una pila alta en Ypres y Verdún. Échenles tierra encima y déjenme obrar. Dos años, diez años, y los turistas le preguntan al conductor: ¿qué lugar es éste? ¿dónde estamos ahora? Yo soy la hierba. Déjenme obrar. Carl Sandburg Somos más o menos cincuenta personas. Un vidrio en el medio: de un lado la mayoría somos jóvenes, del otro casi todos tienen saco y corbata. Al fondo, una señora de ochenta largos habla con lucidez y con dolor. Pienso en los otros catorce millones de habitantes de la ciudad de Buenos Aires, qué están haciendo en este momento. Me pregunto si sabrán quiénes están siendo juzgados, si sabrán qué fue la apropiación ilegal de bebés. En el intervalo, prendo el celular y escucho la radio. Carlitos Tévez se reconcilió con su esposa. El 28 de febrero de 2011 comenzó en Capital Federal el juicio oral y público en el que se investiga la existencia de una práctica sistemática de robo de bebés durante la última dictadura argentina. El debate se desarrolla en el auditorio de los tribunales federales de Comodoro Py (en Retiro) los lunes y martes, además de miércoles por medio. Están siendo acusados ocho represores por 35 casos de apropiación y está previsto que declaren más de 300 testigos. Hoy, 6 de junio, dieron testimonio tres Abuelas de Plaza de Mayo ligadas a la causa: Irma Rojas, Mirta Acuña de Baravalle y Angélica Chimeno. Ente Público Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Av. del Libertador 8151 | Tel. 4702‐9920 | Ciudad de Buenos Aires (C1429BNC) Argentina | Todos los derechos reservados 2014 Antes de entrar al juicio, mientras hacía cola para comprar un café, me choqué con un hombre de unos cincuenta años. Le pedí perdón y me dijo que no había problema. Cuando entré a la audiencia, vi una cara conocida. Era él, sentado a la derecha entre los abogados de la defensa. Cincuenta personas en una misma sala hacen ruido. Entra Irma y se hace un silencio repentino: todos entendemos tácitamente que nada es más importante que su declaración. La jueza le pregunta su fecha de nacimiento y ella dice no acordarse, se ríe, dice que la situación la tiene “algo perdida”. Irma mantiene la sonrisa y el buen humor en todo momento, incluso cuando cuenta el horror. “Secuestraron a mi hijo y a mi nuera Rosa, ella estaba embarazada de ocho meses. Fue a la noche, yo llegué y no estaban, pensé que se habían llevado a Rosa al hospital porque capaz se había descompuesto. Después me contó una vecina que los secuestraron en un auto blanco”. La jueza le pregunta sobre su ocupación. Irma le responde que es ama de casa. “Abandoné mi trabajo por la búsqueda de mi hijo y mi nuera. Recorrí todos los hospitales buscándolos, pensé que estaban muertos. Después fui a Campo de Mayo. Ahí un soldado, al ver una foto que yo tenía, me dijo que él los había visto, que estaban en ese lugar. Fui a preguntar adentro y me dijeron que no, que no los conocían. Soy la madre, les dije, sólo quiero saber, nada más. Nunca me respondieron. En el ‘79 fui a Abuelas de Plaza de Mayo y ahí una chica que estuvo secuestrada, Susana Reyes, me dijo: ‘yo los conozco a los dos, sé que su nuera tuvo un bebé: no sé si es varón o mujer’. Después me contó que mi hijo lloraba, que cuando Rosa estaba embarazada mi hijo le daba besos en cada lado de la panza”. Irma buscó a su nieta con una fortaleza que transmite en su relato. Se encontraron gracias a que María Belén vio la foto de su abuela en una revista y le sorprendió cuánto se parecían. Los padres adoptivos no sabían que era hija de desaparecidos ni tampoco dudaron sobre esa posibilidad. “María Belén tiene un muy buen recuerdo de su infancia. Me dijo una vez: ‘perdón abuela por decirles papá y mamá’. Yo le dije que no me diga perdón, que se nota que la criaron muy bien”. Irma se confunde con algunos datos, está cansada, sabe que recordar no siempre es volver a pasar por el corazón. “No puedo contar más nada, sólo que caminé mucho. Caminé mucho para encontrarlos y nunca supe nada. A veces uno escucha un dato, un detalle que puede recuperar. Pero siempre son piezas: lo que más duele es que no sabemos nada con certeza”. En el cuarto intermedio, pienso en mi generación que no vivió el último golpe cívico‐militar. Soy hijo de los ’90, mezcla de obediencia debida con viajes a Miami y Videomatch. Me acerco a esa época de manera sinecdóquica: por partes del presente, de lo que leo, lo que me cuentan, trato de entender lo que significó el terror de ese todo condensado en la palabra “dictadura”. A veces me parece imposible pensar que eso pasó acá a unas cuadras o que esos todavía están libres, circulan por las mismas calles, dan vuelta las mismas esquinas. Ente Público Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Av. del Libertador 8151 | Tel. 4702‐9920 | Ciudad de Buenos Aires (C1429BNC) Argentina | Todos los derechos reservados 2014 Después del intervalo, entra Mirta a declarar. “Cuando secuestraron a mi hija y a su marido, estábamos en casa jugando al scrabble. Jugábamos a que quién perdía tenía que cebar el mate. De repente empezaron a tirotear nuestra casa y se los llevaron. Después los militares dijeron que fue un enfrentamiento contra terroristas. Eso es lo que estábamos haciendo los terroristas: jugando al scrabble para ver quién cebaba mate”. Mirta tiene ochenta largos pero habla con una lucidez que sorprende: en su declaración de casi dos horas no se traba ni se contradice una sola vez. La misma inteligencia pareció tenerla siempre. “Hace mucho tiempo un teniente coronel me dijo que mi hija seguro estaba armada. Yo le dije que no, que en mi casa nunca hubo armas. Y me responde con total descaro: ‘su hija tenía un arma más peligrosa: las ideas’. Lo miré fijo y le dije: ‘¿sabe qué? Lo único que veo en su uniforme es sangre’”. Hacia el final de su declaración, Mirta cuenta que cuando iba a pedir ayuda a la Iglesia se desangraba un poco más. “Para los que nos criamos en la fe, ir a misa y ver la indiferencia de los curas dolía mucho. Nosotras íbamos a decirle que intervinieran como representantes de Dios, que nuestras hijas estaban embarazadas, que había bebés que estaban viviendo una historia que no era la de ellos. Un monseñor una vez, con su sotana larga, se nos acercó frotándose las manos y nos dijo: ‘a mí las torturas no me constan’. Ahí entendí que de la Iglesia no podíamos esperar absolutamente nada”. Escuchar los testimonios de las Abuelas me hace acordar al secundario. Fui a una escuela preuniversitaria de la cual varios ex alumnos son desaparecidos. Los profes nos contaban de Adrián Carlovich, abanderado, un bocho, o María Clara Ciocchini que fue secuestrada en “la noche de los lápices”. En las aulas veíamos La historia oficial, decíamos “desindustrialización”, leíamos a Alain Rouquié. Nos contaba la directora que el centro de estudiantes en los ’70 desbordaba de participación, de ganas, de política. Nosotros intentábamos recuperar lo que podíamos para terminar con el no te metás, con el modelo de adolescente rebelde way. Y, sin embargo, las reuniones del centro las hacíamos en un Mc Donald’s: como si el neoliberalismo impuesto se colara en esos detalles tan evidentes. Como si Videla y Ronald McDonald nos miraran de cerca, riéndose, mientras nosotros discutíamos. Angélica es la última en declarar. El fiscal le pregunta cuál es su ocupación. Ella lo mira y le responde con firmeza: “soy militante de Derechos Humanos”. Al principio una empezaba por el egoísmo de buscar al propio nieto o nieta. Después cuando ibas conociendo a las otras abuelas, las otras madres, comenzabas a buscar los nietos de los demás con la misma fuerza. Porque uno entendía bien pronto que un nieto es también todos los nietos. Ente Público Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Av. del Libertador 8151 | Tel. 4702‐9920 | Ciudad de Buenos Aires (C1429BNC) Argentina | Todos los derechos reservados 2014 Fuera de los tribunales de Comodoro Py no hay hierba ni pastizales, tampoco pasto. Me fui tranquilo: al menos una vez la poesía de Sandburg se replicaba. Esa mañana, en ese juicio, tres mujeres habían declarado contra el olvido. No íbamos a dejar que la hierba volviera a obrar. Ente Público Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Av. del Libertador 8151 | Tel. 4702‐9920 | Ciudad de Buenos Aires (C1429BNC) Argentina | Todos los derechos reservados 2014