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Tres años en el Tíbet Por Raymund Andrea, F.R.C. Gran Maestro de AMORC para Gran Bretaña De “The Mystic Triangle” Octubre de 1928 Lafcadio Hearne, el autor y periodista, que fue a Japón, adoptó la religión budista, y se naturalizó bajo el nombre de Yakumo Koizumi, durante varios años ocupó el puesto de profesor de Inglés en la Universidad de Tokio, cuenta que una vez presento a la clase de graduación, para un tema de composición, la pregunta: “¿Qué es eterno en la literatura?” Las discusiones probaron ser muy interesantes y nobles en el carácter, y giraban en torno a ideas como éstas: “Los grandes pensamientos e ideas de nuestros ancestros”, “Libros que explican correctamente los fenómenos del Universo”; “Los libros sagrados de China, y de los Budistas”. Y al profundizar y estar completamente inmerso, conforme voy leyendo, en la atmósfera maravillosa de Japón, y la reverencia mostrada en sus escuelas para las enseñanzas del Budismo, caí en el pensamiento del primer sacerdote Japonés en explorar el Tíbet con el fin de hacer una traducción fiable de una colección de libros Budistas, al Japonés en un estilo más fácil que el Chino que es difícil e ininteligible. Entonces volví a leer una vez más “Tres años en el Tíbet” por Ekai Kawaguchi, Rector del Monasterio Gohyakurakan en Tokio, que fue el primer sacerdote Japonés en explorar el Tíbet. Algunos de nuestros miembros pueden haberse encontrado con ese libro, así que lo que digo se puede corroborar, mientras que muchos que no lo han leído pueden estar interesados en esta referencia al mismo. Kawaguchi dijo que al estar leyendo los Aforismos del Loto Blanco de la Ley Maravillosa o verdadera, en un manuscrito sánscrito, bajo un árbol Bodhi en Benares, recordó el tiempo, algunos años atrás, cuando leyó el mismo texto en Chino en un gran monasterio en Kyoto, Japón, una lectura que le llevo a decidir realizar una visita al Tíbet. En 1891 renunció al cargo de rector del Monasterio de Gohyakurakan en Tokio y se fue a Kyoto, donde permaneció viviendo como un ermitaño durante unos tres años, totalmente absorto en el estudio de una gran colección de libros budistas en idioma Chino; para cumplir un deseo sentido por mucho tiempo, traducir los textos en su lengua materna. Posteriormente, sin embargo, llegó a la conclusión de que no era prudente confiar en los textos Chinos solamente, sin compararlos con traducciones Tibetanas, así como con los textos sánscritos originales que se encontraban en el Tíbet y Nepal. Muchos de ellos habían sido descubiertos por orientalistas europeos en Nepal, y otros pocos en otras partes de la India y Japón; pero no se habían encontrado aún aquellos textos que incluían los manuscritos más importantes que los eruditos Budistas necesitaban. Por otra parte, los textos Tibetanos tenían la reputación de ser traducciones más precisas que los Chinos; no porque las traducciones Tibetanas se consideraran superiores a las Chinas, simplemente como traducciones literales, por su significado en general, las chinas son mucho mejor que las traducciones Tibetanas. Sin embargo, la intención de Kawaguchi fue estudiar la lengua Tibetana y el Budismo Tibetano y luego esforzarse por descubrir los manuscritos en el Tíbet. Por consiguiente, él salió de Japón en Junio de 1897, y regresó en Mayo de 1903. En octubre de 1904 volvió a dejar Japón para ir a la India y Nepal, con el objetivo de estudiar el sánscrito y la esperanza de penetrar en el Tíbet en busca de más manuscritos. Tan grande fue el entusiasmo en Japón en esta primera exploración al Tíbet por un Japonés que las revistas y diarios principales publicaron artículos de Kawaguchi todos los días en 156 publicaciones. Más tarde, los artículos fueron recogidos y traducidos al inglés, y publicados bajo el título anterior. Por ello, el libro contiene un relato muy interesante, dando el punto de vista de un asiático que tiene conocimiento de primera mano de las costumbres, y la vida íntima de los Tibetanos; también es emocionante en su carácter a causa de los incidentes notables y aventuras, y los muchos peligros y dificultades que el escritor tuvo que pasar durante su viaje. Lo que llama inmediatamente a uno en la lectura de este relato es la simplicidad y la determinación de la mente del narrador, el fuerte sentido de desprendimiento personal en todo lo que relata. Esto es casi sorprendente a primera vista, hasta que recordamos que estamos leyendo a un carácter de un molde excepcional, y una mente que se había elevado por encima de su interés personal mucho antes de iniciar su ardua misión, y que ya había experimentado la fuerza, la belleza y la paz de la iluminación interior. No es que haya alguna referencia directa a esto en el libro, esto se nos deja en gran medida a la conjetura, por la forma y la acción del hombre. Porque hay algunas cosas hechas por los hombres, ya sea en casa o en el extranjero, que nunca pueden ser explicadas por la vía ordinaria, y que apuntan inequívocamente a ciertos acontecimientos no disfrutados por la mayoría. Y es lo suficientemente concluyente que ninguna persona normal habría tenido el alma para enfrentar y superar las crueles dificultades, incluso por el bien del más alto triunfo escolástico, que llegaron al destino de este solitario sacerdote en su deseo de llevar la luz de Asia a sus semejantes. Pensaron que estaba loco por aventurarse en una misión de este tipo. Cierto juez vino expresamente a decirle que él se convertiría en el hazmerreír del mundo encontrando la muerte por su temeridad, y que haría mucho mejor quedándose en casa y dedicándose a su trabajo eclesiástico. “¿Suponga que usted pierda su vida en el intento? Usted no será capaz de lograr cualquier cosa.” A lo que el sacerdote respondió: “Pero es igual de incierto si muero, o sobrevivo en la empresa. Si muero, será como la muerte de un soldado en el campo de batalla, y será satisfactorio pensar que caí en la causa de mi religión.” Los jueces no son sacerdotes, sus leyes son diferentes. Al día siguiente Kawaguchi salió de Japón, y tenemos un esbozo de su solitaria figura, de pie sobre la cubierta, vestido con su túnica, con su mano elevada por encima su cabeza descubierta y sin afeitar, despidiéndose de sus amigos. La monotonía del viaje fue aliviada por las controversias religiosas en las que se involucró con un inglés que era un cristiano entusiasta, para la edificación de sí mismos y todos a bordo; también en la predicación de los oficiales y hombres de la nave, el público más interesado y dispuesto que jamás había conocido. El juez que había dejado atrás no fue la única autoridad que puso en silencio y reflexión. Encontrando al Cónsul Japonés en Singapur, de quien ya había oído hablar de él por el capitán, le preguntó acerca de su programa, ya que sólo había dos posibles maneras de lograr su propósito: ya sea abriéndose paso por la pura fuerza de las armas a la cabeza de una expedición, o ir como un mendigo. Kawaguchi respondió que como él era un sacerdote Budista la primera opción estaba descartada, la última era la única manera posible, y que él no tenía un programa definido. Dejo al Cónsul en profunda meditación. Permaneció una semana en un hotel en Singapur haciendo mucha predicación donde y cuando la oportunidad se presentara, lo que agradó mucho al propietario. En consecuencia, él fue tratado con especial atención, pero justo antes de salir, Kawaguchi escapó por poco de un accidente mortal. Todos los días, cuando el baño estaba listo, él era al primero que se le preguntaba si quería usar la ablución de agua tibia. Ese día en particular, se le hizo la invitación de costumbre, pero en ese momento estaba ocupado en la lectura de un texto sagrado y no fue al baño. La invitación se repitió, pero de alguna manera u otra no estaba listo y se quedó en su habitación. Entonces se oyó un gran estruendo que sacudió todo el edificio. Se había producido un colapso, cayendo el cuarto de baño desde la segunda planta al suelo, con bañera, lavabo y el resto de contenidos, entre los cuales se encontraba una señora Japonesa que había aceptado la invitación para tomar el primer baño. Esta señora quedo enterrada bajo los escombros y posteriormente trasladada al hospital con pocas esperanzas de recuperación. Al llegar a Calcuta se colocó bajo el cuidado de la Sociedad Mahabodhi, y fue aconsejado por el Secretario para convertirse en un discípulo de Chandra Das en Darjeeling que en ese tiempo se encontraba compilando un diccionario Tibetano– Inglés, en su retiro en Villa Lhasa. Este estudioso resultó muy hospitalario con su visitante y lo llevó a un templo llamado Ghoompahl, donde Kawaguchi fue presentado a un anciano sacerdote Mongol, reconocido por sus logros académicos y como profesor de la lengua Tibetana. Bajo la dirección de este viejo sacerdote estudió el idioma, teniendo para ello que caminar tres millas de ida y de vuelta al refugio. Apenas un mes había pasado, cuando los Mongoles fueron la tercera autoridad que intento persuadir al sacerdote de su misión. “Yo le aconsejo que renuncie a su intención de ir a Tíbet. Es una empresa arriesgada y las probabilidades están en su contra. Usted puede adquirir todo el conocimiento de la lengua Tibetana que quiera, aquí, y puede regresar a Japón, donde será respetado como un erudito Tibetano”. Pero fue inútil. Kawaguchi dijo a su tutor que estaba más ansioso de enseñar el Budismo Tibetano que el lenguaje Tibetano. Con la ayuda de su amable anfitrión cambió de escuelas y fue proveído con un profesor privado, además de recibir una escolarización regular. Se convirtió en uno de los huéspedes del hogar de un Lama en el que aprendió la lengua vernácula, y al mismo tiempo se matriculó en la Escuela de Gobierno de Darjeeling, donde recibió lecciones sistemáticas. Al cierre del año 1898, después de doce meses de duro estudio, Kawaguchi estaba satisfecho con su habilidad en el uso de la lengua Tibetana en sus formas literarias y vernáculas, y tuvo que decidir sobre una ruta para entrar en el Tíbet. La más ventajosa le pareció ser por medio de Nepal, siguiendo los pasos de Buda y en el que estaban completos los textos Budistas en Sánscrito. Estos fueron los incentivos fuertes, incluso en el caso de no poder entrar efectivamente en el Tíbet. Por otra parte, no hay Japoneses que hasta entonces hubieran estado alguna vez en Nepal. Para evitar alguna traición se vio obligado a regresar a casa de nuevo, y luego se fue a Calcuta. En Calcuta obtuvo cartas presentándose a un caballero influyente en Nepal. El 20 de Enero de 1899, el famoso Buddhagaya, consagrado a Buda, llegó, y la noche transcurrió en meditación en el asiento del diamante bajo el árbol Bodhi. Kawaguchi fue un poeta de corazón y su lenguaje a menudo alcanzo la belleza y la visión. Más de un poema se intercala entre sus páginas. La sensación que experimentó durante esta noche de meditación fue indescriptible: “Si bien sentado en el asiento del diamante, absorto. En la meditación reflexiva plena y profunda El orbe lunar, suspendido sobre el árbol El árbol de la iluminación Sagrado - brilla en el cielo. Espero con anhelo por la estrella de la mañana Para subir, testigo de ese alto momento Cuando Su Iluminación ganó el Señor El Perfecto Buda, El Gran Maestro Perfecto.” Después de un encuentro crítico con ciertos viajeros que pusieron en él los más severos interrogatorios, él encontró al caballero a quien dio cartas de presentación, y se le concedió un pase a la frontera Nepalí como para un Chino que viviese en el Tíbet. En este punto de la narración encontramos a Kawaguchi bien colocado en su camino. Su libro, sin embargo, es formidable, consta de más de 700 páginas, por lo que sólo puedo esperar en este artículo transmitir alguna idea del gran interés de la narración, la extrema dificultad de la misión y el carácter y temperamento del hombre que lo hizo. Hay un punto que me gustaría destacar aquí: El lector no debe esperar encontrar en este libro, entrevistas con los Maestros o maravillosas experiencias de carácter oculto. Kawaguchi escribió su relato para el público y no dijo todo lo que podría. No tengo ninguna duda que las conversaciones que tuvo con los muchos personajes notables que conoció harían un tipo diferente de libro. Estos santos varones eran más conscientes de su cercanía y de su misión, e hicieron mucho para ayudarle. Un Budista sabe que su hermano es todo el mundo. Cuando se despidió de sus amigos en Japón el 26 de Junio de 1897, Kawaguchi había dicho que sería capaz de entrar en el Tíbet en 3 años, el 4 de Julio de 1900, él estaba en la frontera del Tíbet. Tres días antes, al acercarse a la frontera, despidió a su guía y viajó en solitario por las profundidades no conocidas del Himalaya, cargado con un peso de 65 libras. Los dibujos en el libro lo representan cruzando estos vastos lugares y realzan la impresión de profunda soledad y desolación mientras la narrativa fuerza vívidamente a la imaginación. Después de andar por unas 5 millas, a menudo a través de la nieve con 15 pulgadas de profundidad, observó varias carpas acampadas adelante. Aquí él dudo que ruta tomar, ya sea para arriesgarse a encontrarse con los ocupantes de las tiendas de campaña que estaban en su camino, o seguir por un declive en otra dirección, o enfrentar una sucesión de altas montañas. Es interesante observar su práctica común para llegar a tomar una decisión cuando se enfrentaba a un peligro inminente. Él entró en un proceso de meditación que en terminología Budista-Japonesa se llama Danjikwan Sanmai, en el que el yo es negado y luego formado un juicio, un método que se limita a la adivinación o afirmación de los poderes instintivos. Decidió ir a través de las tiendas de campaña, encontrándose con una dama amable y su hijo de quien recibió mucha hospitalidad, después de lo cual el hijo lo acompañó a la morada, a un día de camino, de un Lama, Gelong Rinpoche, el más sagrado de todos los sacerdotes en las estepas occidentales. Este hombre santo adquirió gran reverencia por sus seguidores, que incluían a los nativos que vivían dentro de un radio de 100 millas de su cueva. Acercándose a la cueva blanca con la multitud de expectantes devotos, que venían cada mañana para recibir preceptos instructivos y bendiciones personales, Kawaguchi se dio a conocer al venerable sacerdote y en el curso de la conversación le dijo: “Usted está salvando las almas de las multitudes, y yo deseo aprender el gran secreto que sirve tan bien a su propósito”. A lo que el hombre santo respondió: “Amigo, usted sabe suficientemente por sí mismo. Todo el Budismo está dentro suyo y no tiene nada que aprender de mí.” A Kawaguchi le fue prestado un libro sagrado de la enseñanza budista para leer detenidamente antes de reanudar su viaje. Después de dejar al Lama fueron presentándose muchas dificultades, pero éstas fueron suavizadas un poco por un romance real; una joven doncella, perteneciente al grupo de peregrinos al que Kawaguchi se había unido, concibió una pasión por él. Kawaguchi trata esta fase de su experiencia con rara modestia e inimitable delicadeza. Tan perfectamente hizo concebir los trabajos del corazón de esta dama, y tan consagrado estaba su propio corazón al espíritu de Buda, que al cabo de un rato “en lugar de un objeto de amor, me había convertido en un impresionante y digno Lama para mi pequeña Dawa 1. Como tal, le aconseje con una buena dosis de seriedad, y finalmente logró someter su pasión, y conquistar la tentación”. Muchos templos y lugares sagrados fueron visitados en la región del Lago Manasarovara, la mayoría de los cuales se describen en detalle; mientras que el paisaje aquí era tan magnífico que la pluma de Kawaguchi, una y otra vez se olvidaba de la prosa y, tocado con fervor poético, se rindió al ritmo de la naturaleza. “Al igual que la Vía Láctea en el cielo por la noche, Con estrellas como gemas en número incontable adornando, El Brahmaputra destella a la vista, Sus laderas, justa guarida de dioses, aparecen En magníficos esplendores a la altura de la nieve”. En el mes de Noviembre, acompañado de otros viajeros, estaba muy lejos en el interior del país prohibido. Se encontraban en las afueras de Lharche, la ciudad que es la tercera en importancia en el Tíbet, a sólo cinco días de viaje de Shigatze, la segunda ciudad del Tíbet, y pronto llegaron al imponente monasterio de Sakya. Más tarde, el templo Nartang fue visitado donde se adquirió valiosa información del Budismo. Al llegar a Shigatze, Kawaguchi se quedó por un tiempo en el famoso templo de Tashi Lhunpo donde más de tres mil sacerdotes estaban en residencia. Para algunos de estos predicó sobre las virtudes Budistas y despertó en ellos un verdadero celo por el Budismo -un hecho que él consideró un triste comentario sobre la ignorancia de los sacerdotes Tibetanos promedio. Luego, en Lhasa, donde se hacían los preparativos para visitar el palacio del Gran Lama. Mientras tanto, entró en el monasterio de Sera. Un día, un joven sacerdote se dislocó un hueso en la parte superior del brazo y Kawaguchi, que poseía una gran cantidad de conocimientos médicos, acto seguido se lo coloco en su lugar. Otras atenciones curativas que realizo lo hicieron famoso en la localidad, y poco después recibió una invitación para asistir al Palacio Real - no es que el Dalai Lama estuviera en realidad enfermo, pero quería ver cómo era el nuevo doctor. Una interesante descripción del interior del palacio, como lo vio Kawaguchi, se publicó junto con las entrevistas con el Dalai Lama. Fue invitado del jefe médico para hablar de medicina, con el resultado de que este último quería recomendar a Kawaguchi como médico de la Corte. Esto lo rechazó por considerar que su objetivo no era la medicina, sino estudiar el Budismo; por lo cual el médico vio plausible argumentar que el último objetivo del budismo 1 Dawa: nombre Tibetano que significa Luna, dado a las personas nacidas en Lunes. (n.t.) era salvar a los hombres, Kawaguchi, así podría quedarse en la ciudad como médico y practicar la medicina. “Yo podría curarlos de sus enfermedades”, fue la respuesta, “pero yo no podría dar la paz a sus almas, mientras que un sacerdote podría liberarlos de la más dolorosa y duradera de todas las enfermedades. Es más urgente para mí estudiar cómo curar esto. Buda fue el más grande médico, que había dado ochenta y cuatro mil medicamentos religiosos a ochenta y cuatro mil enfermedades mentales, y nosotros, como Sus discípulos, debemos estudiar sus caminos de sanación”. Aquí conoció muchos personajes notables, uno de los cuales era el más alto sacerdote en el Tíbet, que le enseñó el Budismo en su forma verdadera. Mientras que en su cercana observación y estudio de la vida Tibetana en todas sus fases es demostrada la riqueza de detalle en algunos de sus capítulos, como los de las ceremonias de boda, castigos, el Lamaísmo y la Jerarquía Tibetana, el gobierno, la educación y las castas, el comercio y la industria, imprenta, festivales, las mujeres y las diversiones de los Tibetanos. A pesar que algunos de los distinguidos académicos sabían que Kawaguchi era un sacerdote Japonés, parece que durante todo el tiempo que permaneció en el monasterio de Sera estudiando Budismo, y atendiendo a los enfermos, su secreto fue bien preservado. Todo parece indicar que si se hubiera revelado su identidad y su propósito al entrar en el Tíbet habría conocido un fin prematuro. En varias ocasiones, justo antes de su regreso al hogar, las circunstancias casi alcanzaron un clímax, como resultado de los agudos interrogatorios que debió afrontar con personas que astutamente sospechaban de él. Nos da una extensa cuenta de estos incidentes. Por fin, el secreto fue descubierto y el inevitable regreso era ahora o tal vez nunca. “Ahora debo irme”, pensé, “ésta tranquila tierra de Buda a la que me he unido; ¿debo huir de este hermoso país sin antes decir quién soy, como un espía lo haría? ¿No hay manera de decir que soy un Japonés, sin causar daño a los demás? La muerte nos llega a todos, tarde o temprano. ¿Por qué no habría de correr el riesgo de muerte, presentando la carta al Dalai? Cuando he hecho una buena composición, cuánto siento no mostrársela a él.” La carta al Dalai Lama a la que se refirió la escribió de esta manera. Cuando Kawaguchi se enteró que se sabía que era un sacerdote Japonés y era dudoso cuál sería el resultado, decidió escribir una carta y hacer una declaración clara de su misión. Esta epístola tomó tres noches para completarse, lo hacía cuando sus compañeros sacerdotes estaban profundamente dormidos dentro del monasterio. Su contenido se resume así: “Mi intención original al venir a este país era glorificar el Budismo y por lo tanto encontrar la manera de salvar a la gente del mundo de dolor espiritual. Entre los diversos países en los que predomina el Budismo, los únicos lugares donde se conserva la esencia del Budismo son Japón y el Tíbet. El tiempo ha llegado para que la semilla del Budismo puro sea sembrada en todos los países del mundo, los pueblos están cansados de los placeres corporales que nunca pueden satisfacerles, y están seriamente buscando la satisfacción espiritual. Esta demanda sólo puede ser suministrada desde la fuente del Budismo genuino. Es nuestro deber y nuestro honor hacer esto. Impulsado por este motivo, he venido a este país para investigar si el Budismo Tibetano está de acuerdo con el de Japón. Gracias a Buda el nuevo Budismo en el Tíbet está de acuerdo con la verdadera secta Shingon de Japón, ambos teniendo su fundador, en la persona del Bodhisattva Nagarjuna. Por lo tanto estos dos países deben trabajar juntos para lograr la propagación del verdadero Budismo. Esta fue la causa que me ha traído a este país tan lejano recorriendo montañas y ríos. Mi espíritu fiel, sin duda fue forjado en el corazón de Buda, y fui admitido en este país, que está cerrado al mundo, para que beban de la fuente de la Verdad, por lo que los Dioses deben haber aceptado mi ardiente deseo. Si eso es cierto, ¿por qué su santidad no me protege, que ha sido protegido por el Buda y otros Dioses; por qué no coopera conmigo en glorificar al mundo con la luz del Budismo verdadero “? Aun dudando si entregar ésta carta o no, sus amigos que entendían la postura de las cosas mejores que él, estaban en contra de la idea. Seguramente sería encarcelado y secretamente envenenado. Así, en el Gran Salón del monasterio ante la imagen del Buda leyó su oración de despedida y se recostó en el jardín Dharma, su lugar favorito, donde la paz y la belleza de la naturaleza le inclinaban a posponer su partida. De repente, una voz, “vuelve pronto” vino de algún lugar del jardín. Hizo una pausa, investigó, pero no detecto nada. ¡Debe ser la imaginación! Unos pasos más y la misma voz, más fuerte y más clara, le llegó. Interrogó a la voz y buscó de nuevo, con el mismo resultado. Una y otra vez la misma voz extraña le advirtió hasta que, resuelto por completo a obedecerla, cesó. Con la amable y hábil asistencia de sus amigos el viaje de regreso de Kawaguchi fue seguro pero no exento de muchos eventos memorables. Los más importantes fueron las tres audiencias que tuvo con el Rey de Nepal que le obsequió una colección de libros raros que contenían 41 partes de texto sánscrito, que él había deseado especialmente. Una reflexión de cierre es que la misión de Kawaguchi fue un logro maravilloso y su narrativa, un registro fascinante de la misma. Fue posible, y fue todo un éxito, ya que el hombre era tan desinteresado, tan perfectamente en sintonía con la vida Divina, que él fuera como una de las fuerzas de la naturaleza y la encontrara en igualdad de condiciones. Las mismas privaciones y los peligros, ante los cuales el valor físico más fuerte habría sucumbido, lo establecieron más firmemente en aquella consciencia espiritual que lo condujo a renunciar a los pacíficos precintos de la vida de templo en Japón pudiendo traer mayor paz a su prójimo. Debo confesar un afecto peculiar por este sacerdote intrépido.