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DIALOGAR CON EL ISLAM
La aceptación y la normalización de la presencia en nuestro país de los inmigrantes
musulmanes no se conseguirá si sólo se presta atención a su integración
socioeconómica. Además de la “vacuna” social, también es necesaria la “vacuna”
cultural y religiosa. “Es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes
de la paz”, reza la Constitución de la UNESCO. Para que la aceptación y la normalidad
del islam tengan una base sólida, es necesario el convencimiento sincero, no forzado,
del ciudadano común.
Se debe ir forjando, pues, un proceso cultural que permita que la mentalidad y la actitud
comunes frente al islam evolucionen en un sentido deseable. Los cambios en el
imaginario colectivo no se producen de la noche a la mañana, ni mucho menos por real
decreto, pero tampoco deben dejarse al azar. Una aportación significativa a este proceso
puede provenir del diálogo interreligioso (o, si se prefiere, interideológico) entre las dos
cosmovisiones presuntamente dominantes en nuestra sociedad (el cristianismo y el
humanismo no religioso) y el islam.
El punto de partida del diálogo con el islam no es precisamente óptimo. Se es víctima de
estereotipos y prejuicios atávicos, que a menudo no se corresponden con la realidad del
islam del siglo XXI, o cuyo fundamento no es islámico. Un ejemplo entre muchos es la
supuesta dificultad intrínseca del islam para evolucionar, cuando en realidad dispone de
una noción clásica, ijtihad, que en cierto modo se asemeja al discernimiento cristiano, y
que siendo perfectamente ortodoxa exhorta a reinterpretar constantemente la ley divina.
El ejemplo muestra cómo esos obstáculos iniciales pueden, a pesar de todo,
proporcionar magníficas oportunidades para avanzar en el conocimiento mutuo y en la
comprensión. El diálogo auténtico y perseverante pone a prueba los prejuicios y suele
conseguir (incluso sin pretenderlo) que se maticen, se contextualicen o incluso se
deshagan. ¿No es ésta una buena contribución al fomento de la tolerancia auténtica, que
encuentra su fundamento en una cultura de la armonía en la diversidad?
Otro resultado posible del diálogo con el islam es el descubrimiento de toda una riqueza
moral, social y espiritual que, contemplada con amplitud de miras, no puede dejar de
admirar al interlocutor. Del diálogo también pueden surgir, pues, un respeto y una
estima que faciliten la cohesión de nuestra sociedad. Y, naturalmente, todo lo anterior
exige reciprocidad: el islam no puede cerrar los ojos ante los logros morales, sociales y
espirituales conseguidos por Grecia, el cristianismo y la Ilustración, y también los
musulmanes deben poner a prueba sus prejuicios con respecto a Occidente.
El diálogo con el islam no debería limitarse a lo que cuentan los manuales de religiones.
¿Por qué no potenciar las relaciones personales con musulmanes? Se descubriría y se
promovería lo mucho que se comparte. En primer lugar, como seres humanos, que
además viven en un mismo lugar y en un mismo tiempo. Pero también por las
convergencias en valores y actitudes fundamentales: a pesar de las divergencias en
cuanto a planteamiento global de vida, el humanismo no religioso, el cristianismo y el
islam exhortan con la misma insistencia a la responsabilidad individual, a la honradez, a
la equidad, a la solidaridad.
El diálogo con el islam puede fomentar la confianza, pero puede no ser idílico. Quizás
se generen tensiones previamente inexistentes. ¿Deben la pereza o el miedo a estos
desencuentros y a sus consecuencias bloquear todo lo positivo que el diálogo puede
aportar?
Francesc Rovira es secretario adjunto de la Asociación UNESCO para al Diálogo
Interreligioso