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23/6/2014
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23 jun. 2014
La Vanguardia
TOMÁS ALCOVERRO
Beirut Corresponsal
Fronteras sobre la arena
Los estados de Oriente Medio son fruto de la colonización y del resultado de la
Primera Guerra Mundial
Gran Bretaña y Francia dibujaron el mapa de la región con los despojos del imperio otomano Los intereses
coloniales privaron a los pueblos árabes de la autodeterminación que prometió Wilson
El grupo escultórico de los Mártires, en la desangelada explanada que lleva su nombre en el
centro de Beirut, evoca la ejecución de libaneses, musulmanes y cristianos, religiosos y laicos, que
se levantaron durante la Primera Guerra Mundial (1914-1917) contra el imperio otomano. El
gobernador Suleiman Pachá hizo erigir la horca en el emplazamiento más tarde urbanizado de la
capital. La guerra del 14 fue tiempo de hambrunas y de éxodo en Líbano a raíz de las requisiciones
de cosechas y alimentos por las autoridades de la Sublime Puerta debido al bloqueo marítimo de la
armada inglesa, de plagas y epidemias que diezmaron la población.
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Londres y París se repartieron Oriente Medio (acuerdo Sykes-Picot, 1916) Fronteras y países
actuales
Localidades y aldeas de la montaña quedaron asoladas y miles de habitantes emigraron al
Nuevo Mundo constituyendo allí las llamadas colonias de turcos o de sirio-libaneses.
El recuerdo de la Gran Guerra es muy vivo en estos pueblos porque configuró el nuevo mapa de
Oriente Medio con los despojos del imperio otomano –aliado del emperador Guillermo II de
Alemania– que se arrancaban las potencias vencedoras de Gran Bretaña y Francia,
Nombres de grandes personajes militares, como los generales Allenby y Foch, de políticos como
el presidente francés Clemenceau o los diplomáticos Georges Picot y Mark Sykes, que dieron
nombre a los polémicos acuerdos sobre los que se fundaron los nuevos estados independientes,
tanto los árabes como el de Israel, cuentan todavía con céntricas calles en esta capital levantina.
Cuando comienza la guerra entre la Entente y el imperio otomano, el sultán de Estambul,
usando un arma religiosa siempre blandida hasta ahora en los conflictos armados, proclama la
yihad contra ingleses y franceses. Después, el jerife de la Meca, Husein, impulsado por T. E.
Lawrence y los británicos a iniciar su alzamiento –revuelta árabe– contra la Sublime Puerta, lo hace
también en nombre del islam.
Ni en las tierras del Levante ni de Arabia se libró batalla tan mortífera como la de Gallípoli, del 15
de diciembre del 1915, cerca del estrecho de los Dardanelos, donde el ejército otomano, donde
todavía combatían soldados árabes de sus provincias de Oriente Medio, derrotaron a las fuerzas
británicas en las que estaban enrolados australianos, neozelandeses y hasta una unidad militar
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judía.
Fue a través de la oficina colonial de Gran Bretaña en El Cairo que T.E Lawrence y Mac Mahon
prepararon y fomentaron la rebelión árabe en la retaguardia del imperio otomano, animando al
jerife de La Meca, Husein, descendiente del profeta Mahoma a combatir contra el sultán. Los
ingleses aspiraban a que se separase del imperio otomano pero no a que fuese realmente
independiente, evitando su participación en una guerra santa.
Mientras las campañas militares avanzaban –el general Allenby penetró en Jerusalén en 1919
por la puerta de Jaffa, a pie, para no avivar los recuerdos de las cruzadas– y progresaba el trazado
del tren construido por los ingleses, vital para la delimitación de las nuevas fronteras, las intrigas de
ingleses y franceses para dominar esta región, llamada Bilad el Sham, que bautizaron como Oriente
Medio o Próximo Oriente, se enmarañaban en su ambiente de hostilidad y desconfianza. Querían
tras su victoria restablecer el sistema de influencias occidentales, controlar los yacimientos
petrolíferos de Mesopotamia, garantizar el acceso del petróleo al Mediterráneo.
Al comenzar el proyecto de un gran estado árabe unido, gobernado por Faisal, hijo del jerife de
La Meca, se resquebrajó en seguida por las maquinaciones de los gobiernos de Londres y París.
Los acuerdos Sykes-Picot de 1916 tuvieron una elaboración muy penosa y estuvieron a punto de
ser anulados por las ambiciones coloniales de división geográfica de estos pueblos. Mark Sykes
propuso separarlos entre Gran Bretaña y Francia con una “línea en la arena”, desde la ciudad
mediterránea de San Juan de Acre hasta Kirkuk en Mesopotamia.
En la conferencia internacional de Versalles de 1919 y después en la de Ginebra se dio un
espaldarazo al mandato inglés sobre lo que hoy es Iraq y Jordania, y al francés sobre Siria y Líbano.
Georges Picot desvinculó Líbano de Siria, a la que compensó incorporándole Palestina. “Los árabes
–escribió en su despacho al Quai d’Orsay– se inclinan siempre ante los hechos consumados”.
Con la posterior declaración Balfour del 9 de noviembre de 1917 reconociendo un “hogar judío”
sobre Palestina, comenzó la tragedia contemporánea de Oriente Medio. El troceamiento de las
provincias otomanas con la separación de las poblaciones que habían sido sometidas a la Sublime
Puerta, pero con sus comunidades confesionales –o miliyet– unidas, configuró el turbulento mapa
de la región. Los acuerdos de Sykes-Picot y la posterior declaración Balfour fueron la negación de
los principios del presidente Wilson, que había hablado de “la primavera de los pueblos orientales”
al proclamar el derecho a la autodeterminación de árabes. judíos, kurdos y armenios, viviendo en
libertad sobre los vestigios del imperio otomano. Cuando una comisión estadounidense visitó
Palestina en su memorándum enviado al presidente norteamericano corroboraron que sus
habitantes “estaban al borde de la desesperación y que rechazaban el sionismo”.
A los cien años del inicio de la Gran Guerra que sepultó imperios como el otomano, el ruso, el
austrohúngaro, el alemán, y creó un nuevo Oriente Medio, con frágiles estados-nación de artificiales
fronteras, aparece una época confusa, de inciertos contornos, sobre la que hay quien vaticina que
los acuerdos Sykes-Picot se desvanecen.
Nuevas fuerzas locales, nuevos equilibrios internacionales y regionales con protagonistas como
Arabia Saudí e Irán, desastres humanos y éxodos desesperados surgen con virulencia. La llamada
a la guerra santa del islam, como hicieran, con opuestos objetivos, el sultán de Estambul y el jerife
de la Meca, vuelve a resonar en esta tierra santa de judíos , cristianos y musulmanes.
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