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La onda que nunca existió
Revista Mexicana de Comunicación
José Luis Esquivel Hernández
Foto: “LIBROS” por Anay Romero de RMC
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En 1964 “La Tumba”, de José Agustín, inició un nuevo movimiento literario
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Por: José Luis Esquivel Hernández
Con este título, el escritor José Agustín se refirió en una de sus colaboraciones (30 de noviembre de
2003) en los diarios de Grupo Reforma al movimiento literario que en 1970 la también novelista
Margo Glantz bautizó maliciosamente, afirma el autor de La Tumba, como “La Onda” en clara
división con “La Escritura”, según ella.
“Esta última era la buena, la artística, universal e intemporal; la Onda eran personajes juveniles,
sexo, drogas y rocanrol, un fenómeno intrascendente, superficial y transitorio. Incluso (Margo)
planteó que si había algo bueno en nuestros libros era a pesar de los autores mismos. Pero ella
inventó esa onda”La realidad era que en 1969 resultó plenamente visible que la literatura sobre la juventud, escrita
desde la juventud misma, era algo significativo e inédito en México. Era algo muy distinto a que los
escritores maduros recrearan sus años adolescentes, pues por muy talentosamente que lo hicieran,
para ellos esa etapa de la vida era lejana y había un filtro que distanciaba, o incluso degradaba, la
autenticidad al evocarla. Esto es común. Se dice que nadie se resiste a contar su infancia y su
juventud, el paraíso perdido. Y muchos autores lo han hecho magistralmente.
José Agustín fue uno de los protagonistas de esa literatura juvenil al iniciarla con La
Tumba (1964), De Perfil (1966), e Inventando que Sueño(1968), secundado por Gustavo Sainz
(Gazapo, 1965) y por Parménides García Saldaña (Pasto Verde, 1968, y El Rey Criollo, 1970), pero a
fines de los sesenta ya habían publicado Héctor Manjarrez, Gerardo de la Torre, Juan Tovar, René
Avilés, Jorge Arturo Ojeda y Federico Arana, todos menores de 30 años de edad.
En 1966 se creó la serie de autobiografías “Nuevos Escritores Mexicanos Presentados por Sí
Mismos” y en 1967 se llevó a cabo el concurso de primeras novelas de Editorial Diógenes. Joaquín
Mortiz, fundada en 1962, adoptó como emblema “la editorial de los jóvenes”, en tanto que, por su
parte, Editorial Era, establecida a partir de 1960 y en donde publicaba José Emilio Pacheco, además
de Editorial Siglo XXI, lanzaron a Ulises Carrión y a Raúl Navarrete.
Revista Mexicana de Comunicación
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La onda que nunca existió
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Eran los albores del nacimiento del llamado boom latinoamericano de la literatura a raíz de la
publicación de La Ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa y con antecedentes en 1958
cuando Carlos Fuentes dio a conocer La Región más transparente, además de que a mitad del año
1965 vino a nuestro país la agente literaria de Barcelona Carmen Balcells a promocionar
internacionalmente a figuras del momento en un galmoroso congreso de escritores.
Eran también los años de la fama de los talleres literarios de Juan José Arreola en un local atrás de la
Embajada de los Estados Unidos en la capital, donde coincidieron Vicente Leñero y José Agustín,
quienes, de la mano de Gustavo Sainz (recién había publicado Gazapo), eran presentados en octubre
de 1965 con Ernesto Spota, primo del famoso novelista Luis Spota, para que les diera trabajo en la
revista Claudia, donde era director, sin imaginar siquiera que al mismo tiempo éste sería testigo del
inicio de una gran amistad entre los tres futuros escritores, siendo el más desmadroso José Agustín,
de 21 años de edad, ya conocido como autor de La Tumba. A su vez, Leñero era autor de Los
Albañiles(1962) y Estudio Q (1965).
Tallerista consentido de Juan José Arreola, José Agustín no dejó de sentir gran afinidad con Leñero
en esas prácticas a que sometía a sus alumnos el Míster Chip de la Literatura, y fue Leñero quien
revisó en 1966 a José Agustín De Perfil, ahora en las instalaciones de la revista Claudia.
Despojada de toda solemnidad, esa literatura narraba el entorno de los escritores y de inmediato
llamó la atención por su inmediatez, autenticidad, frescura y, por supuesto, mucha dosis de humor,
haciendo un uso estratégico del habla coloquial y refiriéndose a gente, hechos o lugares específicos
además de tocar temas del rocanrol, el cine, los cómics, la televisión y la cultura popular en general,
con todo lo que implica su desmitificación y revitalización al referirse sin ambages a las drogas, la
sociología, el esoterismo, la revolución sexual y todo lo que tenía que ver con el erotismo.
Claro que entonces el establishmen cultural protestó y pronosticó una corta duración de tal
fenómeno literario, pero un sector de la crítica y de lectores ávidos de novedades se prendió de esta
literatura que saludaron con entusiasmo Salvador Novo, Rosario Castellanos, José Revueltas, Carlos
Fuentes, Elena Poniatowska y José Emilio Pacheco, sin faltar Carlos Monsiváis, al principio, porque
después bajó el tono de su juicio favorable aunque jamás se mostró en contra de esta generación de
escritores como sí lo hizo, por ejemplo, Juan Rulfo y otros (Huberto Batis, entre ellos) que llamaron
“plebeyización de la cultura” a este movimiento, o como Margo Glantz que terminó por llamar
intrascendente a este fenómeno de personajes juveniles, sexo, drogas y rocanrol, clasificándolo no
en la literatura mexicana de La Escritura (la buena, la artística, universal e intemporal) sino en La
Onda.
José Agustín, Parménides y Sainz sufrieron luego en los años setenta el acoso de grupos de poder
intelectual y recibieron etiquetas de todo tipo, pero también alcanzaron el tufo de la descalificación
Vicente Leñero, Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze, aunque en 1993 Margo Glantz, en una
reunión de escritores de Bélgica y de México, en Bruselas, se sinceró y dijo que la denominación de
“Literatura de la Onda” había sido errónea, y por eso José Agustín la define como la onda que nunca
existió y así quiere que pase a la historia
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