Document related concepts
no text concepts found
Transcript
JU< ^^A^^ E D I T A D O Año P O R VI Al LA GANADORA DE UN CONCURSO Aniía Raja Martínez Entrevistamos hoy a la niña de 12 años, Ana Raja Martínez alurana muy aplicada de la Escuela Nacional, que acaba de ser premiada en el Concurso convocado por lá Sección Femenina, sobre «Dibujos Navideños». — ¿Que terna has elegido para tu trabajo? — El Nacimiento de Jesús en el portal de Belén. — ¿De qué materiales te has servido para realizarlo? — De pinturas a Ja acuarela. — ¿Qué clase de dibujo prefieres: espontáneo o de copia? — Prefiero el espontáneo porqué da más ancho campo a la imaginación. — Y, ¿cuál ha sido el galardón coa que te han distinguido? — Un diploma. — ¿Qué sensación te causó la noticia de haber conseguido el primer premio de la provincia? — Experimenté' una gran emoción de la cual tuve necesidad de hacer partícipe a mis padres inmediatamente, saliendo expresamente del colegio, para comunicárselo. — ¿Piensas tomar parte en nuevos concursos? — Con otras compañeras de colegio hemos mandado colaboración para «Periódico Mural», pero esperamos el fallo. Voz de Malgrat. 1/3/1958. Pàgina 1 F . E . T . Y D E L A S J .O . N - S . Sábado, í.° de Marzo de 1.958 Núm. 63 EDITORIAL Sacerdotes de Cristo La conmemoración del día del Seminario, que se celebra en la festividad •de San José, constituye una magnífica oportunidad para que recordemos la excelsa dignidad del sacerdocio católico, sin igual entre todas las dignidades de los hombres. Se ha dicho muchas veces que Inmisión del sacerdote, su excelsa misión, es ser otro cristo, lista divina misión, que ¡e confiere el peder de repetir el sacrificio de Jesucristo, hace que el sacerdote pueda ser definido de algún modo como el hombre de la cruz, el hombre que por su amor a la cruz se desposee de todas las ambiciones humanas y las trueca por un ideal de entrega en beneficio de sus hermanos, de subir (odas las etapas del Calvario hasta el fin. El sacerdote que ama a Cristo.es otro Cristo,es también el hombre de la cruz. Nadie piense que esta es una visión deprimente, triste, iicongojada. del sacerdocio católico. La excelsa dignidad del sacerdocio tiene un precio elevado. La mortificación de los sentidos, la capaeidadde sacrificio, el anonadamiento del propio ser, es la expresión de este precio y el lílulo de la trascendencia del sacerdote de Cristo. Cuanto más desaparece el hombre en lo que tiene de terreno y concupiscente tanto más se asemeja al Pastor bueno que vino a la tierra únicamente para salvar a sus ovejas. La santidad en el sacerdocio presupone siempre la culminación de esa vocación de entrega, de sacrificio, dé renuncia, alimentada sobrenaturalmente y dirigida a la salvación del hombre. Es, incluso, en un aspecto más terrenal y humano, uno de los modos más eficaces de llenar el corazón del pueblo. Al pedir a Dios que nos dé muchos y santos sacerdotes nos referimos también a que nuestros sacerdotes sean no tan sólo fieles a su ministerio hasta el sacrificio del martirio, sino también que su vida como la uva que se estruja en el lagar sea de una entrega total a su santo apostolado, que fundamentalmente es un ministerio de Dios y un servicio del hombre. Quisiéramos que nuestro pueblo comprendiese todos los tesoros de abnegación y renunciamiento que se albergan en el fondo de un alma dignamente sacerdotal, y que supiese corresponder a ellos con un poco de agradecimiento, acercando a los labios del sacerdote, muchas veces abrasados de sed, el consuelo de su respeto y de su estimación: de esa honda estimación que se hace sentir, sin apenas saber expresarse porque es el reflejo de un amor que no suele ser hablador. También en el fondo del corazón del sacerdote, en lo más íntimo de sus fibras, como en el fondo del corazón de Cristo, late una sed de gratitud desinteresada, una sed de recibir siquiera una mirada de aliento y de estimación en las horas de su sacrificio siempre penoso y a veces lacerante. Si pudiéramos penetrar en el fondo de esas almas sacerdotales profundamente buenas, entregadas al amor del prójimo y al amor de Dios, y medir la terrible herida causada por la ingratitud y el desprecio de los hombres, correríamos volando a sus pies para pedirles perdón y para regalarles con el consuelo de unas palabras agredecidas, de unas lágrimas de gratitud, que el sacerdote, el buen sacerdote, no cambiaría por todos ios tesoros del mundo. Seamos agradecidos. Levantemos en nuestro corazón un trono de amor al sacerdote. Es nuestra primera ofrenda en el día llamado del Seminario. Una ofrenda de la que luego fácilmente brotará todo lo demás.