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VIRTUDES DE LA INTELIGENCIA PARA ENSEÑAR
A PENSAR EN EDUCACIÓN
M.ª Begoña Lafuente Nafría
Universidad Católica de Valencia ‘San Vicente Mártir’
Resumen: La presente comunicación, analiza algunas de las virtudes más necesarias para enseñar a pensar. La tarea educativa es ardua requiere enseñar a pensar
(reflexión), enseñar a querer (voluntad) y enseñar a amar (desarrollo armónico de
la afectividad), para desarrollar todas las capacidades de la persona y alcanzar su
formación.
Actualmente no es habitual hablar del concepto de virtud en ningún campo del saber. No obstante, es un momento recio el que vivimos y se hace más
necesario –aunque sea contra corriente– ejercitarse en ellas para alcanzar “ultimum potentiae”. Conducidos por la definición de virtud en Santo Tomás como
lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades
humanas en el aspecto natural y sobrenatural, se tratan seis virtudes: Entendimiento, sabiduría, ciencia prudencia, sinceridad, confianza, como virtus (de vir)
fuerza que perfecciona el desarrollo de la inteligencia. Por la brevedad de la comunicación no se tratan otras que pueden están vinculadas a la voluntad y al corazón,
pero las virtudes propuestas son integradas con las otras facultades por la unidad
y armonía existente en la persona.
Palabras clave: Entendimiento, sabiduría, ciencia, prudencia, sinceridad, confianza.
Nuestro momento actual educativo se ocupa –con más o menos pasión
práctica– en conocer y aplicar las competencias básicas que establecidas por
Ley son un nuevo intento de renovación en los procesos de enseñanza-aprendizaje en el sistema educativo. En este contexto, en una sociedad con sus luces
y sus sombras; sociedad del “bienestar”, de la democracia y de los “derechos
humanos”, pero también sociedad utilitarista, pragmatista, nihilista, del “pensamiento débil”… El ideal del hombre sabio y bueno se sustituye por el del
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homo faber, el técnico o ingeniero ¿es posible, tiene vigencia la propuesta educativa de educar y formarse en virtudes sólidas? Creo que sí. La persona necesita de las virtudes para alcanzar las posibilidades humanas en orden cultivar sus
facultades; la inteligencia, la voluntad y el corazón.La adquisición de virtudes
es objetivo perenne de la educación.
La presente comunicación presenta las virtudes propias de la inteligencia
para enseñar a pensar. En todas ellas se implica la voluntad y el corazón, pero
de un modo más claro se aprecia la armonía en la prudencia, sabiduría, y la
confianza.
La armonía de las facultades lleva aparejada la armonía de las virtudes, pues
éstas no son otra cosa que el perfeccionamiento o actualización de aquellas.
Cuando el entendimiento cumple su fin es prudente; cuando lo hace la voluntad, justa; cuando el corazón, fuerte y templado. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza se interrelacionan, como se interrelacionan sus respectivas
facultades.
VIRTUDES DE LA INTELIGENCIA
Virtudes intelectuales:
Virtudes morales:


Entendimiento, sabiduría, ciencia.
Prudencia, sinceridad, confianza.
Entendimiento
Buscar los primeros principios es “pensar en profundidad”.
“Hábito de los primeros principios” es como define Aristóteles el “entendimiento”. Trabajar por descubrirlos es “pensar en profundidad”; no hacerlo
es superficialidad. Acerca de la importancia de este buscar los “principios”
pensadores como Charmot, Balmes comentan:
“Profundizar es ahondar. Ahondar es rasgar sin cesar las apariencias. Trabaja profundizando el que por debajo de las palabras busca las ideas; por debajo
de las ideas, las causas; por debajo de las causas, las relaciones; por debajo de
las relaciones, los principios; más allá de los principios, un principio absoluto
que unifique todo lo múltiple. Más tarde, cuando la razón haya concluido su
trabajo de penetración, la fe nos revelará una realidad más íntima que escapaba
a nuestros intentos. Nada va más al fondo de las cosas que la fe”1.
1
CHARMOT, F., La cabeza bien formada. Buenos Aires, Difusión, 1952, p. 30.
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Balmes da en el clavo cuando escribe: “Las sociedades para formarse de
nuevo o para rejuvenecerse cuando están caducas, necesitan algo más que
hombres. Necesitan principios”2 Los principios unifican, armonizan, ordenan... El educando, teniendo claros los principios, aprenderá a desenvolverse
solo en las diversas circunstancias, habrá madurado; no habrá que estar detrás
diciéndole a cada momento lo que debe hacer. Los principios son los “axiomas”, lo “más valioso”.
Entender significa encontrarlos, razonar es sacar conclusiones a partir de
ellos y de la experiencia concreta3. A partir de estos principios hay que pensar
con coherencia. Este objetivo de búsqueda de principios unificadores habrá de
hacerlo el educador la mayoría de las veces hasta conseguir de sus educandos
formar el criterio que les permitirá ejercer la libertad4.
Tomás Morales, extraordinario educador, nos dice con un ejemplo qué es
“pensar en profundidad”. Está hablando de san Felipe Neri:
Se encuentra en plena calle con Francisco Zazzera. El joven, acabados sus estudios secundarios, se dispone a entrar en la Universidad. Le pregunta qué
carrera va a seguir. “Leyes”, le responde con resolución. “Y después, ¿qué?”,
le dice. “Después –añade Francisco decidido–, seré jurisconsulto insigne, defenderé pleitos, ganaré dinero. Mi fama se extenderá y todos hablarán de mí.
Me casaré”. El santo, incansable y afectuoso, sigue el careo. “Y después, ¿qué?”
El joven calla silencioso, baja la cabeza y entristecido, dice: “Después me moriré”. Felipe pregunta: “Y después, ¿qué?” El joven, impresionado no sabe qué
contestar. El santo le ayuda: “Después, comparecer ante el tribunal de Dios...”
Zazzera se convierte aquel día entregándose a Dios.5
Sabiduría
Es la máxima virtud intelectual, que realiza la armonía de todas las facultades inteligencia-voluntad-corazón-fe. Es el conocimiento saboreado de la
Cf. Obras completas, Balmesiana, Barcelona, XXIII, p. 207)”.
“El axioma bien desarrollado da origen a aplicaciones concretas y solución a los problemas
reales de la vida humana. El hombre entiende cuando unifica todos los procesos a la luz de los
principios. Entender es llegar al fundamento y sobre él descubrir la verdadera unidad de todos los
elementos o ser capaz de realizar esta unidad. Donde no hay unidad no hay ser, donde hay ser hay
unidad. Entender la unidad existente o unificar lo diferente”. LOBATO, A., Dignidad y aventura
humana. Salamanca, Edibesa, 1997, pp. 55, 56.
4
Cf. DERRICK, C. Huid del escepticismo. Madrid, Rialp, 1997, p. 59.
5
MORALES, T., Semblanzas de testigos de Cristo para los nuevos tiempos, tomo V, Madrid, Encuentro, 1994, p. 198, 199.
2
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Verdad, que resplandece por su orden y belleza y que provoca profunda adhesión gozosa, de la voluntad y del afecto, íntima comunión con ella de todo
el ser; es “mística”; conocimiento no meramente teórico, de ideas abstractas,
sino vivencial, experimentado, no con los sentidos sino con el corazón, lleno
de admiración; es un conocer contemplativo. Contemplar no es un discurrir
trabajoso, sino el descanso del mirar dejándose empapar por la verdad que
penetra con evidencia.
Es preciso, por supuesto, distinguir la virtud intelectual de la sabiduría del
don teologal del Espíritu Santo, que se refiere al campo sobrenatural, pero tienen en común este conocimiento gozoso, reposado, evidente y plenificante.
Educar la inteligencia va más allá de los paradigmas cognitivos que limitan
el conocer a los sentidos. A la realidad física en su campo aplíquese un método
físico, experimental pero sea reconocido que el ser humano es mucho más amplio y como método de estudio no es el único válido para abarcarle. Existe una
experiencia interior indubitable que proporciona una certeza, superior incluso
a la de las ciencias experimentales6. Por ello es preciso educar la inteligencia
de un modo íntegro.
Debemos distinguir “Ciencia y sabiduría” diciendo, con Juan Pablo II:
[La sabiduría es] el alma de la cultura (...) que unifica, armoniza y regula los
inventos científicos o adelantos técnicos. (...) [No es la ciencia la que debe
regular la vida, sino la sabiduría] “Jamás separar la ciencia que investiga los
secretos de la naturaleza, de la sabiduría que orienta el caminar del hombre
sobre la tierra” (Juan Pablo II, 10-3-84) (...) [Ella es juez a cuya luz podemos
valorar] “los multiformes integrantes de la cultura actual, que al descubrir la
grandeza de la persona, los jerarquiza armonizándolos (...) [Y ello gracias a la
fe, que] puede hacernos capaces de percibir su unidad profunda y armonizar
la cada vez mayor diversidad de elementos que constituyen la cultura de hoy:
unificación y armonización en las que consiste la sabiduría” (Juan Pablo II,
16-1-82).
6
“En el interior mismo de la experiencia del hombre hay una posibilidad de captar realidades
que son certezas y quizá certezas más seguras aún que las de la ciencia, que son lo que se impone al
hombre dentro de él mismo, pero sintiendo al mismo tiempo que no viene de él (...) una inteligencia
completa es una inteligencia susceptible de ejercitarse en los diferentes niveles. Pascal lo dijo (...)
«Hay órdenes de realidades; hay un orden de los cuerpos para el que está el espíritu de geometría; hay
un orden de los corazones para el que está el espíritu de delicadeza, hay un orden de la caridad, para
el que está el espíritu de profecía». Y para mí, la inteligencia completa, la auténticamente científica
es la que sabe aplicar a cada objeto el método que le conviene (...) La inteligencia es algo bastante
digno para poder alcanzar también lo que rebasa el campo estrictamente científico y que toca lo que
es fundamental para nosotros, la persona de los demás y la persona de Dios” DANIÉLOU, J., La
crisis de la inteligencia hoy. Madrid, Paulinas, 1967, pp. 49-58.
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Más de un autor mantienen la necesidad de ser contemplativo para adquirir la virtud de la sabiduría. Cuando comienza la admiración, la contemplación se empezará a gozar. “Es deber del educador hacer brotar en el alma el
sentido de la admiración”.
La sabiduría se empareja con la caridad y, por ello, con el corazón. Es
preciso remitir a las “verdades del corazón” de Pascal o la afirmación del zorro
al Principito: “Sólo se ve bien con el corazón”. No es verdad que “el amor
es ciego” sino que ilumina de modo más penetrante. Por eso la educación
necesita de esta virtud intelectual que sabiamente contempla la unidad de la
afectividad con el entendimiento y voluntad en la persona.
No es, por tanto, pequeño el objetivo del educador –formador–: es llevar al
discípulo a este culmen de conocimiento y amor que es la sabiduría de Dios.
Ciencia
No se refiero aquí a la ciencia experimental sino al concepto amplio de
“ciencia” como “saber por causas”, contraponiéndola a “opinión”, que es saber “de oídas”, repetitivo, “porque sí”. Es propio del hombre de ciencia y
del educador hacia sus discípulos insistir en preguntas: “¿Y por qué?” ¿Qué
consecuencias se derivan de eso? Se enseña o se investiga cuestionando y no
aceptando cualquier respuesta sin más sino hurgando hasta ver si está bien
comprendida y si hay verdad en ello.
Confianza: “sabiduría en la oscuridad”
Me permito llamarle “sabiduría en la oscuridad” porque veo en ella también una realización de la armonía de las facultades, inteligencia-voluntadcorazón pero sin esa visión plena que caracteriza a la sabiduría sino envuelta
en velos. La confianza es la fe, visión, como la sabiduría, pero oscura, la que
tenemos aquí en la tierra. La fe: “abismo de realidades embriagadoras”; “abismo” por su profundidad y vértigo, que pide una entrega, adhesión voluntaria
y esfuerzo. Con todo, es cierta y permite ver “realidades embriagadoras” que la
mera razón no es capaz de vislumbrar.
En la sabiduría la verdad penetra en el alma, pasivamente y sin esfuerzo,
llenándola de gozo y de luz. En la fe es preciso optar, a veces con verdadero
esfuerzo de la voluntad, teniendo en cuenta, que la fe como virtud teologal es,
sobre todo, don de Dios.
Pero, si dejamos de lado la virtud teologal y consideramos sólo la confianza
o la fe meramente humana, es, sin más, un hábito o un acto del entendimien-
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to movido por la voluntad, por tanto, libre, por el que nos adherimos a lo que
dice una persona, sólo por que ella lo dice, sin más evidencia. Por ello sólo se
da cuando la realidad presente no se impone al sujeto, cuando hay un aspecto
oscuro, que no comprende, y por ello puede optar entre adherirse o no a él. Si
se adhiere sólo porque la otra persona lo dice, entonces tiene confianza en ella.
La certeza de tal conocimiento no proviene de la comprobación científica y
racional, sino del corazón. Confío en quien amo y sé que me ama y por nada
del mundo me engañaría. Vemos, pues, que inteligencia, voluntad y corazón
están integrados también de un modo clarísimo en la confianza. Por ello, educar las tres facultades es educar en la confianza, ése es el reto educativo, pero
también el punto de partida de toda educación7.
Es punto de partida porque la educación presupone la conciencia por parte
del educando de la propia limitación –el “sólo sé que no sé nada”– lo cual le
lleva a entregarse al educador, a dejarse guiar como un niño (paideia y paidagogós). La confianza y, por ello, la educación, necesitan de la humildad. Claro
que en disciplinas determinadas como las matemáticas, química, etc. no es
preciso amar al educador, basta creer en su autoridad en la materia, pero cuando hablamos de “formación integral”, formación como persona, formación
moral, la mera teoría de poco vale si no hay sintonía afectiva, si el maestro no
es digno de credibilidad porque no es testigo o no ama. Para saber se hace necesario creer si se quiere un saber completo. El escéptico, en cambio, se niega a
creer y se apresura a decir que no hay tal verdad o que es imposible alcanzarla,
no deja, pues que se le enseñe. Así pues:
La verdadera formación se basa en la fe. Sólo en la entrega confiada y amorosa,
es decir cuando creyendo “da su corazón” (cre-dere = cor-dare) a los otros,
consigue el hombre participar en el mundo y progresar en su formación. La
verdad de este estado de cosas se ve confirmada por pensadores importantes de
todas las épocas de la historia occidental, trátese de Aristóteles o de Tomás, de
Agustín o de Nicolás de Cusa, de Pestalozzi o de Herman Nohl8.
Sobre esto, muy claro y aleccionador es el libro de RÍOS LOUZAO, A., La confianza, un reto
educativo. Madrid, Internacionales Universitarias, 2003.
8
MÄRZ, F., O.C. p.126 dedica un capítulo a este tema: “La fe como fundamento de la formación” (120 ss).
La tesis fundamental del libro citado de RIOS LOUZAO es que “la confianza hace crecer y capacita para el trabajo con y para otros. La desconfianza empequeñece y aísla” (José Francisco Sánchez,
Prólogo, 12).
7
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La confianza es también reto y objetivo a conseguir. No tanto que el educando tenga confianza en el maestro o en su director –que es, al fin y al cabo,
un medio–, cuanto que tenga confianza en la verdad, en el Ideal, en Cristo, en
una verdadera formación. Sin una fuerte fe bien arraigada, el sujeto claudicará
ante los obstáculos que le ofrece el mundo que muchas veces parecen más
evidentes. Debe entonces el corazón y la voluntad ayudar al entendimiento
a realizar este acto de fe, en el que la persona se empeña toda entera. Esa es
la medida de la madurez en la formación, el grado de fe en el ideal, que hace
sintonizar todas las facultades.
Es condición de la confianza, la importancia de cultivar la amistad, –en
este sentido, podríamos hablar de “pedagogía de la amistad”– y para ello, es
imprescindible cultivar el respeto, la sinceridad, la prudencia, la serenidad, la
discreción...
Es especialmente necesario hoy, y un reto, educar en la confianza9.
Contrasta este lenguaje en la pedagogía “científica” –en el sentido restringido, experimental-, la certeza del amor y de la confianza no son consideradas
“serias”. Sin embargo, en este mundo de “seguridades” matemáticas, los jóvenes se sienten a veces engañados e inseguros y toda la sociedad, en general,
desconfía. El adolescente, el joven se puede plantear ¿Por quién o por qué
habré de esforzarme?
Ya Foerster en su libro Temas Capitales de educación decía: “Si hoy puede
aparecer una moralidad y mañana otra aún más nueva, ¿por qué he de tratar
de dominar mis pasiones y mis apetitos? No vale la pena de sacrificarse por
tales hipótesis”10.
El educador sólo será creíble si cree firmemente en la verdad y es capaz de
dar su vida por ella y por el educando.
9
“¡Hay que ser rebeldes! ¡Hay que negarse a entrar en esa dinámica de la desconfianza! Hay que
convivir con las personas partiendo de la confianza y defender e instaurar en las relaciones sociales,
familiares y profesionales, con la palabra y especialmente con el ejemplo, la afirmación positiva de
‘piensa bien y acertarás’” RIOS LOUZAO, O.C., p. 110 “La imposibilidad de tener confianza es
quizá una enfermedad de las más graves del hombre contemporáneo –dice el padre Jean DANIÉLOU– (...) Ha sido engañado con demasiada frecuencia. El hombre de hoy se ha hecho desconfiado”
O.C., p. 53.
10
FOERSTER, F.W., Temas capitales de la educación. Barcelona, Herder, 1963. p. 21.
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Sinceridad
Sinceridad en triple dirección: consigo mismo, con los demás y con
Dios11.
–– Consigo mismo: Consiste en ser capaz de verse y aceptarse cual se es,
con los defectos y limitaciones. Esto es difícil por las propias pasiones
que son obstáculo a la reflexión. La corrección franca de otra persona
amiga y la autorreflexión es buena ayuda para ser sincero con uno mismo.
–– Con los demás: Decir las cosas con sencillez, lo cual es difícil sobre
todo en adolescentes, primero porque se complican y ni ellos mismos
se entienden –falta de sinceridad con ellos mismos–, y luego porque el
respeto humano es grandísimo. Es corriente que tengan mil caras, según la persona con la que hablen o la situación en que se encuentren.
–– Con Dios: Reconocerse ante Dios como lo que se es: criatura.
Sinceridad es humildad, es el “andar en verdad” de Santa Teresa.
Y, dice Guardini: “Este es el principio y fin de toda sabiduría. La renuncia
a la soberbia. La fidelidad a lo real. La limpieza y decisión de ser uno mismo
y, por tanto, la raíz del carácter”12. Siguiendo a este autor, dice que hay que
ser valientes para ser sinceros, siempre y en todo lugar, pero con prudencia,
con caridad.
“La verdad no se puede separar del amor (...) Así que vamos a esforzarnos
por ser absolutamente veraces, pero también, al mismo tiempo, por ser respetuosos y delicados con el prójimo. Ser absolutamente veraces, pero al mismo
tiempo saber cuándo es el momento y la ocasión para hablar y cuándo no”13.
11
Esta triple distinción la encontramos en Guardini: “De la veracidad de la palabra” en Cartas
sobre la formación de sí mismo. Madrid, Palabra, 2000, p.19. “Auténtico espíritu juvenil lo tiene sólo
aquel a quien anima la seria, fuerte y alegre voluntad de ser veraz. Tiene que desear salir de todo lo
fementido, ser auténtico en lo que percibe y no autoengañarse; tiene que luchar por obtener un claro
juicio para lo que es natural y puro; tiene que querer alcanzar la sencillez, la sinceridad con Dios,
con los hombres, consigo mismo. Ha de tener la valentía de mirar a la realidad cara a cara y de obrar
siempre conforme a sus convicciones”.
12
GUARDINI, R., La aceptación de sí mismo. Madrid, Cristiandad, 1981, p. 27.
13
GUARDINI, R., Cartas sobre la formación de sí mismo. O.C. p. 27.
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Prudencia
La prudencia es la virtud de la inteligencia, que tiene a la verdad como a su
objeto. Es virtud puente entre el entendimiento y la voluntad, por ello virtud
integradora y armónica al máximo. Se refiere a la verdad, pero apunta a obrar
el bien; por ello es la primera de las virtudes morales14, puesto que no se puede
querer y amar lo que no se conoce15. La prudencia es, pues, una virtud moral,
que consiste en querer el bien que la inteligencia presenta pero aplicándolo a
la experiencia concreta. La prudencia es una sabiduría práctica16.
Este conocimiento de la verdad se lo han aportado las virtudes intelectuales, en especial, entendimiento y sabiduría, que le orientan en los primeros
principios morales. Con estas virtudes la prudencia está estrechamente unida,
pero a la vez ha de estarlo con la experiencia concreta. La prudencia exige
siempre la conexión entre el deber y el ser. Esta unidad en la verdad –realismo– salva a la moral de la tiranía del moralismo (deber por el deber, de forma
rígida, sin atenerse a la realidad, que también es histórica), del voluntarismo
y del capricho; nos salva también de la locura que consiste en no vivir en la
realidad. La prudencia es objetivo, pues, de la psicología y moral, así como de
la política –en su amplio sentido– y de la santidad17.
Por otra parte, no se queda en el mero conocimiento de la verdad sino que
éste es con vistas a la acción. La voluntad debe proceder a mandar ejecutar la
acción adecuada ahora y aquí. La prudencia es la virtud del que tiene como
cargo dirigir, y por ello tiene un papel importante en educación, en el educador, cuyo objetivo es conducir, educar.
La prudencia en el actuar es proceder con discreción, sensatez, discreción,
cordura, juicio ponderación y tacto y en el decir, saber hablar y saber callar.
Así pues, es virtud armónica porque integra las virtudes intelectuales con
las morales, integra la experiencia, razón, voluntad y corazón, en orden al
14
“La madre” de todas ellas (Santo Tomás Libro de las Sentencias, 3, d, 33, 2, 5 En PIEPER,
J., Las virtudes fundamentales. Madrid, Rialp, 1976, p. 33). “La prudencia es causa, raíz, ‘madre’,
medida, ejemplo, guía y razón de las virtudes morales” (p, 39).
15
Por ello decía Goethe: “Todas las leyes morales y reglas de conducta pueden reducirse a una
sola: la verdad” (a Müller en 28 de marzo de 1819. En PIEPER O.C. p. 40.) Y santo Tomás: “Quien
ignora cómo son y están verdaderamente las cosas no puede obrar bien (...) El prudente contempla,
por una parte, la realidad objetiva de las cosas y, por otra, el «querer» y el «hacer»; pero, en primer
lugar, la realidad, y en virtud de ella (...) determina lo que debe o no debe hacer (p, 16).
16
Cf. DÍAZ, C., Diez virtudes para vivir con humanidad. Madrid, Fundación Emmanuel
Mounier, 2007, p. 87 y ss.
17
Cf. Pieper, O.C. p.17, 18.
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Ideal verdadero fin del hombre, la caridad18. Y en este sentido, armoniza lo
sobrenatural –virtudes teologales y dones, el de Consejo en este caso– con lo
natural –razón y la voluntad–; armoniza la contemplación con la acción. Se
trata ahora de la “prudencia cristiana”, a veces en abierta oposición a la “prudencia humana”.
CONCLUSIóN Y PROPUESTA
La propuesta que queremos realizar, teniendo en cuenta lo expuesto hasta
aquí es la necesidad de conocer y profundizar en las virtudes para poder educar
en ellas. El proceso de incorporación de las competencias al ámbito educativo
está siendo muy rápido y plantea algunas amenazas al olvidar –o quedar más
diluido– el fin de la educación, la persona. Sigue siendo ��������������������
urgente educar, formar a la persona con una regia pedagogía de la superación. La virtud restablece el orden roto, entre fe y cultura, entre cultura y verdad, en el propio
hombre, entre sus facultades. Educar es “formar” perfeccionar el ser humano,
integralmente, en esta armonía o unidad-dentro de lo natural, la inteligencia,
voluntad y corazón mostrando cómo no pueden ser la una sin la otra, pues
como toda facultad se define por su objeto y su objeto respectivo, verdad y
bien, se identifican, en el fondo tienden a lo mismo y son lo mismo: sabiduría,
o amor. Del amor brotarán todas las virtudes pues la caridad es la forma de
todas ellas y las virtudes no son sino “las estrategias del amor” (Paul Wadell).
18
Pieper comentando a Santo Tomás dice que el fin propio del hombre consiste en que “«la
razón, perfeccionada por el conocimiento de la verdad», informe y plasme internamente el querer y
el obrar” Y que esto es toda su teoría de la prudencia, p. 39.