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La Práctica Espiritual de Dar y Recibir
por Bel Cesar - [email protected]
Traducido por Melissa Park - [email protected]
EL CASO DE JULIA Y TERESA
En agosto de 1995, Teresa llegó a mi consultorio preocupada con el estado terminal de cáncer de su
madre, Doña Julia. Ella estaba internada hace seis meses, en una clínica estatal, cerca de San Pablo.
Aquel mismo día fuimos a visitarla. Aprovechamos el largo camino hasta la clínica y Teresa me contó la
historia de su madre. Ella ya había superado el cáncer tres veces en su vida. Ahora, a los 93 años, sufría
de cáncer en los huesos y un tumor maligno entre la columna y los riñones.
Teresa dijo que, a pesar de que siempre se dedicó a su madre, su relación con ella era tensa y frágil.
Tenía mucho resentimiento. Su madre le había hecho recientemente un pedido de perdón. Pero Teresa
aún se resistía a esa idea, pues decía que era difícil aceptar el lado mezquino y materialista de su
madre.
Doña Julia trabajó por muchos años con la alta costura. Su marido fallecido hacía 14 años y sus otros
dos hijos estaban bastante apartados. Teresa, su hija, se sentía sola y sobrecargada.
Al llegar al hospital, encontré a Doña Julia muy resentida. Sus ojos transmitían cansancio y molestia. Ella
me decía frases como: “Dios no me atiende más”. “No se más que pensar”. “Quiero morir!”.
Su tono de voz era de puro lamento. No demostraba tener ninguna intención real de comunicación, sólo
quería desahogarse. vi., entonces, que tenía poca posibilidad de actuación en aquel momento. Dije,
apenas, que conocí una pequeña meditación que podría ayudarla de alguna manera. Como ella no dijo
si, ni no, resolví comenzar.
Así que pedí para Doña Julia visualizar una luz blanca en su corazón; ella luego me cortó diciendo que
no veía luz ninguna. Entonces le expliqué que esa luz representaba todo lo que tenemos de bueno y que
queremos compartir. Ella se calmó y después se durmió. Me quedé a su lado recitando interiormente
algunos mantras. Después de unos cinco minutos, ella abrió los ojos, me miró y dijo: “Yo sólo quiero
morir”.
Entonces, para no crear resistencias en aquel momento, le acepté: “– Todo bien. Intente apenas recordar
que su mente es una luz blanca pura y brillante. Si quisiera puedo volver para hablar más sobre eso”.
Doña Julia no respondió. Le di un beso en la cabeza y me fui después de haber notado que ella se había
vuelto a dormir.
En nuestro segundo encuentro, una semana después, Doña Julia estaba mucho más desmejorada. No
conseguía mover su cuerpo. Estaba cansada y tenía muchos dolores. De a poco, intenté explicarle como
es posible vivir el dolor físico con paz, sin sufrimiento.
Sabía que lo que yo decía era para ella una idea sofisticada. Separar el dolor del sufrimiento es un
proceso que exige auto-conocimiento y entrenamiento. Pero sentía, al mismo tiempo, que decir eso
podría ayudarla de alguna forma. En seguida, sugerí que ella dirigiese su atención para recuerdos
positivos.
Por instantes quedé sin saber que hacer. Noté que estaba sintiéndome insegura frente a Doña Julia.
Pero también reconocí que no precisaba abandonar aquella situación. Podría permanecer a su lado, sin
hacer nada. En tanto ella dormía, quedé en silencio. Una vez que había recuperado mi calma, recordé la
práctica de una meditación del budismo tibetano llamada Tonglen, indicada para despertar fuerzas
internas cuando nos sentimos bloqueados y sin condiciones suficientes de ayudar a alguien. Como
Sogyal Rimpoche explica en su libro “El Libro Tibetano del Vivir y del Morir”:
“En la práctica del Tonglen de dar y recibir, asumimos y tomamos para nosotros, por medio de la
compasión, todos los sufrimientos físicos y mentales de todos los seres: su miedo, frustración, dolor,
rabia, culpa, amargura, dudas y odio; y les damos, por medio del amor, toda nuestra felicidad, bienestar,
paz de espíritu, capacidad de cura, realización y elevación”.
Tocada por el deseo de hacer algo por Doña Julia, al inspirar visualizaba su dolor en forma de fumarola
oscura penetrando hasta el centro de mi corazón, destruyendo mi inseguridad, y al expirar enviaba a ella
luz y calma. Esa meditación me ayudó a permanecer un tiempo mayor a su lado. El Tonglen es una
solución práctica para abrir nuestro corazón cerrado, pues con el podemos eliminar las barreras que nos
impiden sentir compasión por los otros. Realizar esa meditación durante las situaciones en que tenemos
dificultades con los otros nos da la oportunidad de chequear el poder efectivo de esa práctica.
La semana siguiente Doña Julia falleció. En casos así, no sabemos si realmente ayudamos a alguien o
no con nuestras intenciones. Por eso, en esos momentos, la práctica de Tonglen puede ser una solución.
Además de ayudarnos a abrirnos en una situación difícil, el Tonglen, según Sogyal Rimpoche, actúa
positivamente, aunque la persona no sepa que estamos platicándola por ella.