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PREPARAD EN EL DESIERTO
EL CAMINO DEL SEÑOR
P. Steven Scherrer, MM, ThD
www.DailyBiblicalSermons.com
Homilía del 2º domingo de Adviento, 8 de diciembre de 2013
Isa. 11, 1-10, Sal. 71, Rom. 15, 4-9, Mat. 3, 1-12
“Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas” (Mat. 3, 3).
Juan el Bautista está preparando el camino del Señor en el desierto. Él es la
“voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas” (Mat. 3, 3). Juan el Bautista cumplió la profecía de Isaías acerca de la
voz que clamará en el desierto. Él fue el precursor del Mesías, el último profeta,
enviado para señalarlo cuando viniera, y lo hizo en el desierto; y todos vinieron a
él para confesar sus pecados y recibir perdón al ser bautizados por él en el
Jordán. Así estarían listos para recibir a su Mesías cuando viniera. “Bautizaba
Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de
pecados” (Marcos 1, 4).
Esto era la preparación que hizo el mismo Dios para su propia venida al mundo,
y por eso durante Adviento aprendemos de Juan cómo prepararnos para la
venida del Señor. Rezamos: “Venga tu reino” (Mat. 6, 10). Aunque ya vivimos
en el reino de Dios por la fe en Jesucristo, sin embargo rezamos: “Venga tu
reino”, porque anhelamos una venida más profunda del reino de Dios en nuestro
corazón. Y por eso nos preparamos para su venida, sobre todo durante
Adviento, y por nuestra palabra y ejemplo tratamos de preparar nuestro mundo
también para recibir el reino de Dios.
Como todo el pueblo salía a Juan para confesar sus pecados y recibir perdón
por su bautismo, nosotros también necesitamos el perdón de nuestros pecados
por la muerte salvadora de Jesucristo en la cruz para que nuestros corazones
estén preparados propiamente, y nuestra conciencia sea limpia, pura, y radiante
con el amor de Dios para recibir nuestro Señor y su reino que viene.
Por eso nos preparamos, siguiendo a Juan el Bautista en el desierto. Él fue un
morador del desierto desde su juventud. “Y el niño crecía, y se fortalecía en
espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”
(Lucas 1, 80). Ya estaba en el desierto cuando Dios lo llamó a predicar, porque
“vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3, 2).
¿Qué hacía Juan en el desierto antes de que empezara a predicar? Vivía una
vida solitaria con Dios, lejos del mundo y su ruido, distracción, atracción, y
placeres, una vida a solas con Dios, una vida de oración y ayuno. “Su comida
era langostas y miel silvestre” (Mat. 3, 4). Y “estaba vestido de pelo de camello,
y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos” (Mat. 3, 4). Fue vestido como
un asceta y profeta, un hombre de Dios, como Elías, que también “tenía vestido
de pelo, y ceñía sus lomos con un cinturón de cuero” (2 Reyes 1, 8). Como un
morador del desierto, Juan buscaba a Dios en la soledad y el silencio. Así se
preparaba para la venida del Señor, buscando todo su deleite en el Señor,
renunciando a la comida y los placeres del mundo.
Desde la antigüedad los Padres del Desierto, los ermitaños, y monjes trataron de
seguir conscientemente el ejemplo de Juan en el desierto, preparando el camino
del Señor lejos del mundo con su ruido y placeres, buscando todo su deleite en
él.
Así Juan se preparaba para la venida del Señor. Y cuando Dios vio que estaba
preparado, lo llamó a ser su profeta para proclamar: “Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3, 1). Entonces empezó su misión de
bautizar al pueblo para el perdón de sus pecados.
Nosotros también debemos seguir el ejemplo de Juan, preparando el camino del
Señor en el desierto, viviendo una vida sencilla, renunciando a los placeres del
mundo, buscando todo nuestro deleite en el Señor. Hacemos esto sobre todo
durante Adviento, pero es bien hacer esto todo el tiempo, todo el año, como
Juan, y como los monjes que han vivido así durante toda la historia, basándose
en el ejemplo de Juan. Necesitamos limpiar cada aspecto de nuestra vida,
siguiendo el ejemplo de Juan en el desierto.
Seamos, pues, esta voz clamando en el desierto, preparándonos e invitando a
todos a prepararse para la venida del Señor y la de su reino. Seamos la “voz
que clama en el desierto: Preparad camino al Señor; enderezad calzada en la
soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y
lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria del
Señor, y toda carne juntamente la verá” (Isa. 40, 3-5).
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Sobre todo los que moran en el desierto por amor a Dios verán esta gloria,
porque se manifestará ahí. Preparémonos, pues, como lo hizo Juan, para la
venida del Señor, y para la venida del reino de Dios al mundo, para que veamos
su manifestación en la alegría de nuestro corazón. Sobre todo durante Adviento
anhelamos ver y experimentar esta gloria en nuestro corazón; y por eso
imitamos la manera en que el mismo Dios preparó para su propia venida, es
decir, imitamos a Juan, preparando en el desierto el camino del Señor.
En Jesucristo “todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro
Dios” (Sal. 97, 3). Creemos en Cristo no sólo para ver, sino que también para
recibir y experimentar esta salvación en nuestro corazón. Y para recibirla más
profundamente seguimos a Juan en el desierto, sobre todo durante Adviento,
comiendo sencillamente —langostas y miel silvestre— y viviendo una vida
sencilla, a solas con Dios en oración y contemplación.
Recibimos la salvación de Dios por medio de nuestra fe en Jesucristo, porque
sus méritos en la cruz pagaron nuestra deuda de castigo por nuestros pecados y
nos limpian de todo pecado y de la pena y tristeza de la culpabilidad, cuando
confesamos nuestros pecados. Como toda Judea salía a Juan, confesando sus
pecados, así hacemos nosotros también, recibiendo no el bautismo de Juan en
el Jordán, sino el sacramento de reconciliación de Cristo (Juan 20, 22-23) que
nos libra de la tristeza de la culpabilidad por nuestros pecados y nos justifica
delante de Dios, canalizando personalmente a nosotros los méritos de la muerte
de Jesucristo en la cruz. El castigo que nos trajo la paz fue sobre Cristo (Isa. 53,
5), y esto nos libra de la oscuridad, para que veamos y experimentemos la
manifestación de la gloria de Dios en nuestro corazón (Isa. 40, 5).
Ahora es el tiempo del reino de Dios. “Entre los que nacen de mujer no se ha
levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de
los cielos, mayor es que él” (Mat. 11,11). Preparémonos, pues, para una venida
más abundante y profunda del reino de Dios, como lo hizo Juan, al vivir una vida
sencilla en el desierto por amor a Dios.
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