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Librodot Los ojos del hermano eterno Stefan Zweig 5 Entonces Virata cayó de rodillas, silenciosamente, delante de la tienda, con la ensangrentada espada en la mano, e inmóvil esperó que sus camaradas regresasen de su ardiente cacería. Pronto llegó la madrugada. Detrás del bosque se despertaba el día. Las palmeras se nimbaron con el oro de la aurora, reflejándose en la corriente mansa del río como ardientes antorchas. Al Este había nacido el Sol teñido de sangre. Virata se puso entonces de pie. Abandonó el campo de batalla y, con las manos elevadas en alto, se acercó a la corriente del río. Allí, con los ojos resplandecientes de chispas de luz, se inclinó en acción de gracias. Después metió las manos en el agua para hacer desaparecer la sangre que las teñía. Sintió su cabeza turbada por la rápida visión de la corriente del río; se apartó entonces del agua y, envolviéndose en su ropaje, con el rostro iluminado, se dirigió de nuevo a la tienda de campaña con objeto de hacerse cargo de lo que durante la noche había sucedido. Los muertos yacían innumerables en torno de la tienda, rígidos, con los ojos desorbitados, con los miembros rotos. El enemigo del rey tenía la frente destrozada y a su alrededor aparecían abiertos los desleales pechos de los que habían sido capitanes en la tierra de Birwager. Virata cerró los ojos y se apartó para contemplar a los demás que habían caído en el campo de batalla. La mayoría yacían, medio cubiertos con sus esteras y sus rostros le eran desconocidos. Eran esclavos de las regiones del Sur, de rizados cabellos y negro rostro. Cuando Virata se aproximó al último cadáver, sintió que su mirada se oscurecía. Sabía que era una de sus víctimas, uno de los que había herido con su espada. Acercó su rostro al del muerto y reconoció a su hermano mayor, Belangur, príncipe de las montañas, que había acudido en su ayuda. Virata se agachó y puso su cabeza en el pecho del hermano. El corazón había dejado de latir, los ojos estaban abiertos, y las negras pupilas le miraban y parecían clavársele en el corazón. Entonces Virata sintió que su espíritu se empequeñecía, se aniquilaba completamente, y, como un agonizante, se sentó entre los muertos. Las negras pupilas de aquel hermano que había nacido de su madre antes que él, continuaban mirándole fijamente y parecían acusarle. De pronto sonaron gritos en torno suyo. Después de la persecución, como salvajes pájaros acudían sus siervos, llenos de alegría, en busca del botín. Su contento fue inmenso cuando encontraron al enemigo del rey tendido en la tienda y salvada la garza sagrada. 5 Librodot