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EL AÑO DE LA FE CON FRANCISCO
Agostino Molteni
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EL DON DE LAS LÁGRIMAS
En la homilía del 14 de septiembre (fiesta de la Exaltación de la Cruz) el Papa había dicho que esta fiesta se
puede entender un poco “arrodillados, en la oración, también a través de las lágrimas”. Y el 17 de
septiembre, ha hablado de la Iglesia “que, cuando es fiel, sabe llorar. Cuando la Iglesia no sabe llorar, algo
no marcha bien. La Iglesia llora para sus hijos y reza”.
Recordamos que antes del Vaticano II había una “Misa para obtener el don de las lágrimas” que contenía
una bellísima oración: Omnipotens et mitissime Deus, qui sitienti populo fontem viventis aquae de petra produxisti: educ
de cordis nostri duritia lacrimas compunctionis; ut peccata nostra plangere valeamus, remissionemque eorum, te miserante,
mereamur accipere: “Dios omnipotente y clemente que para apagar la sed de tu pueblo transformaste la piedra
en fuente de agua viva, cambia nuestra dureza en lágrimas y danos un corazón compungido para que llorando
nuestros pecados merezcamos, por tu gran misericordia, el perdón”.
En el himno gregoriano de Adviento (Attende Domine) se dice: Ad te, Rex summe, omnium Redemptor, oculos
nostros sublevamus flentes: “Hacia Ti, rey eterno, redentor de todos, levantamos nuestros ojos llorosos”. En la
bella y antigua oración Salve Regina, se habla de nuestro mundo como lacrimarum valle, un “valle de
lágrimas”; esto quiere decir, ante todo, que el mundo es el lugar donde los cristianos lloran sus pecados.
Recordamos también la referencia a las lágrimas de san Agustín en sus Confesiones. Especialmente
significativas son aquellas páginas (VII, 20,26) en que habla de su conversión como el paso de la presuntio a
la confessio: de la presunción (presuntio) de saber contenidos de verdad “teológicos” ciertos aprendidos en
libros de neoplatónicos (la existencia de Dios, que es infinito, creador de todo, etc.) a la confessioreconocimiento del acontecimiento de Cristo como oeconomia salutis (economía de salvación-beneficiofelicidad). Y dice que “ya había comenzado a querer parecer sabio, lleno de mi castigo, y no lloraba” (et non
flebam: ivi) pues no gozaba de la realidad de estos contenidos. Dice que Dios le ha hecho leer este libro de
los platónicos para que aprendiese la distinción entre presuntio y confessio, entre “saber” y reconocer-gozar de
la causalidad jurídico-económica generada por Cristo. Más adelante, en el mismo libro VII (21,27) habla de
las “lágrimas del reconocimiento”, lágrimas que no contienen las páginas de los platónicos: “Nada de esto
dicen aquellas letras (los libros de los platónicos). Ni tienen aquellas páginas las lágrimas de la confesión
(lacrimae confessionis)”.
No se lloran lágrimas cristianas por contenidos verdaderos (contenidos cristianos teórico-morales); se
puede sólo llorar porque se saborea-goza (frui de san Agustín)-verifica (“principio de placer”) la realidad de
una presencia, la de Cristo, inicio de una causalidad jurídico-económica no merecida, suplemento
inesperado, imprevisto. No se llora porque Cristo es complemento (de una penuria-falta nuestra); se llora
porque Cristo es supplementum (santo Tomás, Pange lingua) incomparable, que com-pone de modo imprevisto
la societas Iesus (con “amigos, no esclavos”: Jn 15,15).
El mismo Cristo lloró: por la dureza del corazón de Jerusalén, por su amigo Lázaro; lágrimas de alegría
fueron las de Cristo después de ver lo que el Padre hacía en sus amigos, en sus apóstoles después que Él
los había enviado en el mundo. Lágrimas para la re-constitución de la “ley paterna”. Bien distinto del
Motor inmóvil de Aristóteles, y bien lejos de ser patológicamente un Dios “Ab-soluto” (sin relación con el
hombre), “Infinito”, “Totalmente Otro”, “Sagrado” (en su diferencia con los hombres “profanos”).