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PLEGARIA POR LA PAZ
Palabras del Presidente Betancur en
la Basílica Primada el viernes 10 de
junio, consagración al Corazón de
Jesús.
Qué más alto escenario que este día de consagración y este templo del
Dios de los pueblos, para elevar una plegaria por la paz, para encender una
lumbre por la concordia, para reiterar el esperanzado argumento de la unión
de los próximos, de los convecinos, de los compatriotas, en una empresa que
nos es afectivamente común la empresa de nuestra supervivencia como
nación.
La paz es principio y fundamento de la vida y la vida comienzo de la
inmortalidad. La discordia es antesala de la muerte que con su fúnebre
cortejo, siembra desolación y por doquier establece su reino. La paz es la
fuente de la riqueza interior y del avance de las comunidades hacia la
felicidad; la violencia es el fin de la razón y de la humanidad, terrible
situación que el ser racional aleja de sí y de los suyos. La paz es principio y
término de nuestra esperanza, razón de nuestras preocupaciones y cuidados,
norte de nuestra actividad, desvelo constante de quien siente el dolor de sus
conciudadanos: ¡La paz será el premio de nuestra constancia y de nuestra fe!
Desde el corazón de esta fábrica de esa fe pura, que eleva sus torres
en esperanzada plegaria hacia las alturas en donde asienta su trono el Dios
de la Paz, convoco a mis compatriotas, a mis hermanos a unir los corazones,
a unir las voluntades en torno al compromiso sagrado de trabajar por el
restablecimiento de la concordia en nuestro suelo y en nuestro cielo; los
convoco a trabajar en armonía para superar los torvos presagios que se
ciernen sobre nuestro suelo y sobre el suelo de nuestra gran patria América.
Nunca tantos ojos se habían vuelto hacia nosotros con tanta
expectativa y tan inmensa confianza. Desde los tiempos fulgurantes del
Bolívar de la gloria, del Bolívar de la fraternidad americana, nunca tanta
responsabilidad se había depositado sobre los hombres de Colombia. Si
nuestro Padre Libertador murió en medio de la agonía de la destrucción entre
hermanos, su muerte debe ser la prenda de nuestra salvación. La
tranquilidad de su tumba, el respeto de su memoria, imponen una norma a
nuestra conducta, un nuevo voto nacional: desarmar los espíritus y los brazos
y levantar el olivo en donde antes se establecía la violencia.
Este llamado a las conciencias, delante de Dios, lo quiero reiterar a
todos los colombianos sin excepción: a todos los idealistas, para que con
nosotros realicemos el ideal común; a todos los desfavorecidos de la fortuna,
para que unidos encontremos los caminos de la justicia social; a todos los
que equivocadamente creyeron que la violencia podría aportar soluciones,
para que reconciliados en la paz y en una auténtica fraternidad, examinen
con recta conciencia y prudente razón los caminos que habremos de seguir,
como compete a un pueblo libre, digno y civilizado; a los estudiantes y a los
profesionales, para poner sus mejores condiciones intelectuales al servicio de
la patria, mediante el estudio y la investigación de los males que nos aquejan
y la realización de los cambios y las empresas de todo orden que han de
acometerse para el logro de la justicia social y el desarrollo equitativo para
todos; a los empresarios de todas las actividades para fortalecer la decisión
de asumir con grandeza y generosidad todos los esfuerzos y sacrificios que
sean necesarios para procurar que haya un techo para cada familia; un pan
en cada mesa, una escuela para cada niño y para que todos los colombianos
puedan encontrar un trabajo productivo, mediante el cual puedan realizar su
destino y contribuir a construir la patria común; a todos los obreros del
campo y la ciudad para que tomen conciencia de que todos unidos debemos
construir con nuestro trabajo un país más próspero y más justo; y finalmente
a todas las mujeres y hombres de Colombia, para que con su presencia y
testimonio activo vigilen y garanticen el derecho a la paz, el derecho a la
vida, el derecho a la libertad, el derecho a construir todos conjuntamente
nuestra patria colombiana, y yo como Presidente Constitucional de la
República de Colombia, renuevo como todos mis antecesores, la consagración
de la República al Sagrado Corazón de Jesús.
Con fe, acompañado de todos los colombianos de bien, que son la
inmensa mayoría, mantendremos el rumbo en el proceso que habrá de
llevarnos a la paz, la libertad y el progreso para todos: mis conciudadanos
pueden estar seguros de que no desmayaré en lo que considero objetivo
fundamental del bien común, base sobre la cual se apoya todo progreso, todo
mejor estar como el que reclama con urgencia nuestra patria.
Invoco para ello la asistencia de Dios y la fe en que la paz que Cristo
vino a traer a los hombres de buena voluntad, es don divino que se derrama
indeficiente sobre quienes lo confesamos.