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Sagrado Corazón de
Jesús
Rey y Salvador de todos los corazones.
“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres.”
Meditaciones para prepararse a la
consagración de la Argentina
al Sagrado
1
Corazón de Jesús
Día 1
LA DEVOCIÓN AL SGDO. CORAZÓN DE JESÚS SE REMONTA AL CALVARIO
La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora
al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros
pecados. (Catic. 2669)
Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de
nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo
por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado
Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es
considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama
continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (Pío XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf.
DS 3812). (Catic. 478)
La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se
meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón
nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.
San Juan, el discípulo amado, quien tuvo el privilegio de reposar sobre el costado de Cristo, describe el
hecho de la lanzada en el Corazón de Cristo haciendo referencia a la frase de la Escritura: "Mirarán al
que traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10). De aquí todas las generaciones de cristianos han aprendido
y aprenden a leer el misterio del Corazón del Hombre crucificado, que era el Hijo de Dios.
Día 2
LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE CRISTO TIENE UN SÓLIDO FUNDAMENTO EN LA ESCRITURA.
Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene
un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con
Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro
"manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la devoción al
Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que, según las palabras
proféticas y evangélicas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn
19,37; Zc 12,10), esto es, al Costado de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua
(cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de toda la Iglesia".
El texto de San Juan que narra la ostensión de las Manos y del Costado de Cristo a los discípulos (cfr.
Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en Su
Costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la
piedad eclesial al Sagrado Corazón. (n.167)
Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque también
inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los Santos Padres, que
desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de
Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada es accesible: Cristo es la
puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de
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allí; así mira por dónde puedes entrar. Del Costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió
sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu
redención". (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina, año 2002 - n.168)
Día 3
LA DEVOCIÓN AL SGDO. CORAZÓN DE JESÚS EN LA TEOLOGÍA DE SAN PABLO
Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido muchos discípulos y
discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los siglos. Uno de los protagonistas en este campo fue
ciertamente Pablo de Tarso, convertido de perseguidor en Apóstol. En la carta a los efesios nos habla
como el hombre que ha recibido una gracia grande, porque se le ha concedido "anunciar a los gentiles
la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde
los siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (Ef 3, 8-9).
Esa "riqueza de Cristo" es, al mismo tiempo, el "designio eterno de salvación" de Dios que el Espíritu
Santo dirige al "hombre interior", para que así "Cristo habite por la fe en nuestros corazones" (Ef 3,
16-17). Y cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros corazones humanos,
entonces estaremos en disposición "de comprender con nuestro espíritu humano" (es decir,
precisamente con este "corazón") "cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y
conocer la Caridad de Cristo, que supera toda ciencia..." (Ef 3, 18-19).
Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el
Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario.
Es diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones humanos. Ante la fuerza de las
palabras de Pablo, cada uno de nosotros pregúntese a sí mismo sobre la medida del propio corazón.
"...Aquietaremos nuestros corazones ante Él, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que nuestro
corazón es Dios, que todo lo conoce" (1 Jn 3, 19-20). El Corazón del Hombre-Dios no juzga a los
corazones humanos. El Corazón llama. El Corazón "invita". Para esto fue abierto con la lanza del
soldado. (S.S Juan Pablo II, audiencia 20 junio 1979)
Día 4
BREVE HISTORIA DEL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
El culto al Sagrado corazón de Jesús en la historia de la piedad cristiana se fue difundiendo en forma
privada, pero de modo gradual, cada vez más vasto, dentro de los Institutos religiosos. La Edad Media
fue una época especialmente fecunda para el desarrollo de esta devoción al Corazón del Salvador.
Hombres insignes por su doctrina y santidad, como san Bernardo (+1153), san Buenaventura
(+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo (+1282), las
santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio de Helfta, Ludolfo de
Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380), profundizaron en el misterio del Corazón de
Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la Sede de la Misericordia, el lugar del encuentro
con Él, la Fuente del Amor infinito del Señor, la Fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la
verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso. (Cf. Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia
de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina, año 2002 - n.169)
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En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En un momento en
el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue
un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita Misericordia,
de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de Sales (+1622), que adoptó como norma
de vida y apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la
mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; San Juan Eudes (+1680), promotor
del culto litúrgico al Sagrado Corazón; San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes
apóstoles de la devoción al Sagrado Corazón. (Cf.Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina, año 2002 - n.170)
Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita
María de Alacoque (+1690), porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual -San
Claudio de la Colombiere (+1682)-, consiguió que este culto alcance un gran desarrollo.
Aunque la oposición a este culto fue grande, en el año 1856, Pío IX extendió su fiesta a toda la
Iglesia y en 1899 León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús.
Basta esta rápida evocación de los orígenes y gradual desarrollo del culto del Corazón de Jesús para
convencernos plenamente de que su admirable crecimiento se debe principalmente al hecho de haberse
comprobado que era en todo conforme con la índole de la religión cristiana, que es la religión del
amor.
Las revelaciones de que fue favorecida Santa Margarita María ninguna nueva verdad añadieron a la
doctrina católica. Su importancia consiste en que -al mostrar el Señor su Corazón Sacratísimo- de
modo extraordinario y singular quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la
veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano. De hecho, mediante una
manifestación tan excepcional, Jesucristo expresamente y en repetidas ocasiones mostró su Corazón
como el símbolo más apto para estimular a los hombres al conocimiento y a la estima de su amor; y al
mismo tiempo lo constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las
necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos. (Cf. S.S.Pio XII, HAURIETIS
AQUAS)
Día 5
REVELACIONES QUE RECIBIÓ SANTA M ARGARITA ACERCA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Tres fueron las principales revelaciones que tuvo Santa Margarita acerca del Sagrado Corazón: la
primera el 27 de diciembre de 1673 cuando está adorando al Señor Sacramentado, y que ella describe
así: Mi divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no
pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de
ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo....
La segunda tiene lugar en el año 1674. En ella el Señor la pide que comulgue tantas veces cuantas la
obediencia quiera permitírtelo; comulgarás, además, todos los primeros viernes de cada mes; y todas
las noches del jueves al viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que Yo quise sentir en el
huerto de los Olivos...
La tercera, llamada con razón “la Gran Revelación”, ocurrió el 16 de junio de 1675 cuando, estando
ante Jesucristo sacramentado, le descubre el Señor su Corazón al tiempo que le dice: He aquí este
Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse
para demostrarles su amor, y no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por
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sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de
amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los
que así me tratan. Por esto te pido que se dedique el primer viernes de mes después de la octava del
Santísimo Sacramento a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y
reparando su honor con un acto público de desagravio, a fin de expiar las injurias que ha recibido
durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Te prometo además que mi Corazón se
dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que den este honor
y los que procuren le sea tributado. Ante esto respondió la Santa preguntó: Y ¿cómo puedo cumplir
estos encargos? A lo que le respondió el Señor: Dirígete a mi siervo (San Claudio de la Colombiére) y
dile de mi parte que haga cuanto pueda para establecer esta devoción y complacer así a mi Corazón
divino; que no se desanime a causa de las dificultades que se le presenten y que no le han de faltar;
pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar
únicamente en Mí.
Día 6
PROMESAS DEL CORAZÓN DE JESÚS A SANTA M ARGARITA M ARÍA
Nuestro Redentor prometió a Santa Margarita María «que todos aquellos que con esta devoción
honraran su Corazón, serían colmados con gracias celestiales».
Los pecadores, ciertamente, «viendo al que traspasaron» (Jn 19, 37), y conmovidos por los gemidos y
llantos de toda la Iglesia, doliéndose de las injurias inferidas al Sumo Rey, «volverán a su corazón» (Is
46, 8). Los justos más y más se justificarán y se santificarán, y con nuevos fervores se entregarán al
servicio de su Rey, a quien miran tan menospreciado y combatido y ultrajado; pero especialmente se
sentirán enardecidos para trabajar por la salvación de las almas, penetrados de aquella queja de la
divina Víctima: «¿Qué utilidad en mi sangre?» (Sal 19, 10); y de aquel gozo que recibirá el Corazón
sacratísimo de Jesús «por un solo pecador que hiciere penitencia» (Lc 15, 4).
( Pio XI,"MIS ERENTIS S IMUS REDEMPTOR")
He aquí las promesas que hizo Jesús a Santa Margarita, y por medio de ella a todas las almas:
1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.
2. Pondré paz en sus familias.
3. Les consolaré en sus penas.
4. Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la muerte.
5. Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
6. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
7. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el Océano infinito de la misericordia.
8. Las almas tibias se volverán fervorosas.
9. Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
10. Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y
jamás será borrado de El.
12. Les prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos
aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de la perseverancia
final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será
su seguro refugio en aquel momento supremo.
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Día 7
FORMAS DE DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas han sido explícitamente
aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que recordar:
- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al sagrado Corazón
es sin duda la principal";
- la consagración de la familia, mediante la cual el núcleo familiar, partícipe ya por el sacramento del
matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que
reine en el corazón de cada uno de sus miembros;
- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de contenido
marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;
- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de la infinita bondad de
Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su
Corazón;
- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran promesa" hecha por
Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una época en la que la comunión sacramental era muy
rara entre los fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente a
restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la
devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, puede dar todavía
indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que se instruya de manera conveniente a los fieles:
sobre el hecho de que no se debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana
credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias absolutamente necesarias de la fe operante
y del propósito de llevar una vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del
domingo, la "fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena participación de los fieles en la
celebración eucarística. (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina, año 2002 - n.171)
Día 8
“BENDECIRÉ LAS CASAS EN QUE LA IMAGEN DE MI CORAZÓN SEA EXPUESTA Y HONRADA”
El 24 de agosto de 1907, un joven sacerdote enfermo y agotado entra en la capilla de las Apariciones
de Paray-le-Monial (Francia). «Allí, me puse a rezar, y sentí en mi interior una extraña sacudida.
Acababa de recibir la llamada de la gracia, a la vez muy fuerte e infinitamente suave. Cuando me
levanté, estaba completamente curado. Entonces, arrodillado en el santuario, absorto en la acción de
gracias, comprendí lo que Nuestro Señor quería de mí. Aquella misma tarde, concebí el plan de
conquistar el mundo para entregárselo al amor del Corazón de Jesús, casa por casa y familia por
familia». Aquel sacerdote era el padre Mateo Crawley, gran impulsor de la obra de entronización del
Sagrado Corazón en los hogares.
Él mismo confió a San Pio X su proyecto de propagar la entronización de la imagen del Sagrado
Corazón en los hogares, a lo que el Romano Pontífice respondió mandándole que consagrara su vida a
esa obra. El 6 de abril de 1915 lo recibió en audiencia privada Benedicto XV, quien también aprobó la
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obra de la entronización mediante una carta fechada el 27 de abril siguiente. En ella la definió con
estas palabras: «La instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más
noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares
católicos». Se trata, pues, no de un acto transitorio, sino de una verdadera y propia toma de posesión
del hogar por parte de Jesucristo, que debe ser permanentemente el punto de referencia de la vida de la
familia, que se constituye en súbdita de su Corazón adorable.
El p. Mateo Crawley explicaba que la entronización es más que instalar con veneración la imagen del
sagrado Corazón en el hogar, es más que recitar la fórmula de consagración. La entronización se
fundamenta en las palabras que Jesús pronunció a Santa Margarita: «¡Quiero reinar!», «¡Sí, reinaré
por mi Sagrado Corazón, lo prometo». La Entronización es un apostolado social, organizado con el
fin de realizar en la familia, y por ésta en la sociedad, esa palabra soberana... La Entronización
trabaja para que esa afirmación inefable, «Reinaré por mi Corazón», sea un hecho consumado y
una dichosa realidad, hoy en el hogar, y mañana en la sociedad y en la nación.
En su carta al padre Mateo, el Papa Benedicto XV consideraba tres plagas que destruyen la familia:
«El divorcio, que quebranta la estabilidad; el monopolio de la enseñanza, que elimina la autoridad de
los padres; la búsqueda del placer, que con frecuencia se opone a la observancia de la ley natural».
Ante esos males, la entronización aporta el doble remedio de una fe radiante y de un amor efectivo.
Esa entronización, sigue escribiendo Benedicto XV, «propaga ante todo el espíritu cristiano,
estableciendo en cada hogar el reinado del amor de Jesucristo. Actuando de ese modo, no hacéis otra
cosa que obedecer al mismo Nuestro Señor, que ha prometido sus bendiciones para las casas donde la
imagen de su Sagrado Corazón sea expuesta y honrada con devoción. Y puesto que seguir a Cristo no
consiste en el hecho de emocionarse con un sentimiento religioso superficial que conmueve los
corazones débiles y tiernos pero que deja el vicio intacto, es necesario conocer a Cristo, su doctrina, su
vida, su pasión y su gloria. Seguir a Cristo significa estar imbuido de una fe viva y firme que actúa
no solamente en el espíritu y en el corazón, sino que también gobierna y dirige nuestra
conducta». Nada se adapta mejor a las necesidades de nuestro tiempo. Benedicto XVI se hace eco de
su antecesor: «La familia ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en
el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad
sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos
migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles
contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los
pueblos» (13 de mayo de 2007).
Día 9
HORA SANTA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
El Sagrado Corazón de Jesús le dijo a Santa Margarita María: "Haced reparación por la ingratitud
de los hombres. Pasad una hora en oración para aplacar la justicia divina, para implorar
misericordia para los pecadores, para honrarme, para consolarme en mi amargo sufrimiento al
ser abandonado por Mis Apóstoles al no velar una hora conmigo".
En otra ocasión Jesús le dijo: «Levántate, Margarita; necesito de tu amor y tu consuelo; ven y
suaviza mi agonía; ven; vela una hora conmigo» Tal es el origen de la Hora Santa. Fueron estas
palabras de Jesús que mendiga compañía y consuelo que el Ángel de Getsemaní no pudo dar, las que
prendieron el fuego de esas estrellas conscientes, de esas almas generosas que ofrecen al Sagrado
Corazón una hora de vela nocturna en el propio hogar o frente al Santísimo Sacramento. La respuesta a
este llamamiento debe recibir acogida vibrante, entusiasta.
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La idea dominante que inspira todo el hermoso ejercicio de la Hora Santa y de la Adoración Nocturna
es éste: Jesús Agonizante en Getsemaní está triste hasta la muerte y pide a los tres apóstoles preferidos
que velen con Él una hora, que le consuelen. Y como los apóstoles soñolientos, así a Margarita María
fervorosa Jesús le dice en tono de súplica: ¡levántate, ven y consuélame! Consolar al Corazón dolorido
de Jesús, poner en la Llaga de su Costado bálsamo de amor y ternura, y esto con mortificación, con
generosidad en el sacrificio, ¡tal es el sublime ideal de nuestra vela nocturnal.
Los pobres que tienen hambre, los huérfanos, los ancianos desvalidos encuentran muchos corazones
generosos... ¡Ay, Jesús encuentra soledad y hielo, y por eso se queja dulcemente, por eso promete
tesoros divinos a sus amigos fieles!
Es esta «hora de tiniebla», hora de traiciones y de pecado... Judas vela y preside de noche las infamias
de blasfemia y de fango con que se ultraja al Rey Divino.
La hora más espantosa de toda la Pasión fué la del Jueves Santo en el calabozo. Él, el Señor de
señores, el único Altísimo, fué entregado a la crueldad y a la mofa de una soldadesca vil...
El mismo infierno no hubiera podido superar a esos sayones que, pagados para ser crueles y soeces,
ultrajaron a Jesús con lujo de refinada maldad; pero, no lo olvidemos, ¡en representación nuestra!
Y Aquel que es el Sol del Paraíso, Jesús, solloza y cae con el Divino Rostro contra el suelo.
«Levántate, Margarita María; ven a acompañarme en esta mi tremenda agonía!»
Fué, pues, una angustia infinita la que arrancó esta súplica y que dió origen a la Hora Santa de
consuelo y de reparación...
No resistamos a semejante súplica, corramos, volemos a Getsemaní, sostengamos sobre nuestro
corazón al Rey de Amor que nos llama, que nos tiende los brazos, que, a pesar de nuestra ingratitud,
cree en nuestra generosidad y nos pide aceite y bálsamo para la Herida del Costado... Nos pide por
encima de todo, amor, inmenso amor para perdonar al ejército incontable de pecadores.
La Hora Santa es, pues, una hora de deliciosa intimidad entre el Adorable Agonizante de Getsemaní y
nosotros sus confidentes y amigos.
Por eso todos los santos buscaron siempre las sombras y el silencio de la noche para hablar de corazón
a corazón con Jesús, el amigo incomparable... Y si los crímenes que se cometen a favor de las tinieblas
son incontables, ¡ah!, incalculables son también las obras de amor penitente y heroico que se forjaron
de noche, en ese diálogo entre Jesús que se lamenta, que pide y que promete, y los amigos y los
Adoradores que, reposando, como Juan, en el pecho del Maestro, aprenden ahí secretos de gloria. (Cf.
p. Mateo Crawley. Jesús, Rey de Amor)
Día 10
CONSOLAR AL CORAZÓN DE JESÚS
En el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de
expiación y reparación. Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la
infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los
hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se
olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha
colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de
aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas
recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman
Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora
Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores
espirituales.
Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos?
Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo».
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Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente,
sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias,
oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (Is 53, 5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual
tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los
hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte;
y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada
pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al
Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de nuestros pecados futuros,
pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo
recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22,
43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y
debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud
de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada
liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista:
«Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué
quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68, 21). (Pio XI, MIS ERENTIS S IMUS REDEMPTOR, 9-10)
Día 11
SIGNIFICADO DE LA CONSAGRACIÓN DE LAS NACIONES AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
El reino de Cristo abraza a todas las naciones, de suerte que la universalidad del género humano
está realmente sumisa al poder de Jesús. Jesucristo confirmó su reinado por su propia boca. Al
gobernador romano que le preguntaba:"¿Eres Rey tú?", el contestó sin vacilar: "Tú lo has dicho: Yo
soy rey!" (Juan 18:37) La grandeza de este poder y la inmensidad infinita de este reino, están también
confirmados plenamente por las palabras de Jesucristo a los Apóstoles: "Se me ha dado todo poder en
el Cielo y en la tierra." (Mt 28:18).
Él ejerció este derecho extraordinario, que le pertenecía, cuando envió a sus apóstoles a propagar su
doctrina, a reunir a todos los hombres en una sola Iglesia por el bautismo de salvación, a fin de
imponer leyes que nadie pudiera desconocer sin poner en peligro su eterna salvación. Pero esto no es
todo. Jesucristo ordena no sólo en virtud de un derecho natural y como Hijo de Dios sino también en
virtud de un derecho adquirido. Pues "nos arrancó del poder de las tinieblas" (Colos. 1:13) y también
"se entregó a si mismo para la Redención de todos" (1 Tim 2:6).
No solamente los católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo cristiano, sino todos
los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para El "en pueblo adquirido." (1 P 2:9). San
Agustín tiene razón al decir sobre este punto: "¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El
dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro objeto podría
tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero
Cristo pagó un precio semejante!" (Tract., XX in Joan.).
Este poder de Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia y
sobre todo por la caridad. Pero en esta doble base de su poder y de su dominación, Jesucristo nos
permite, en su benevolencia, añadir, si de nuestra parte estamos conformes, la consagración
voluntaria. Dios y Redentor a la vez, posee plenamente y de un modo perfecto, todo lo que existe.
Nosotros, por el contrario, somos tan pobres y tan desprovistos de todo, que no tenemos nada que nos
pertenezca y que podamos ofrecerle en obsequio. No obstante, por su bondad y caridad soberanas,
no rehusa nada que le ofrezcamos y que le consagremos lo que ya le pertenece, como si fuera
posesión nuestra. No sólo no rehusa esta ofrenda, sino que la desea y la pide: "Hijo mío, dame tu
corazón!" Podemos pues serle enteramente agradables con nuestra buena voluntad y el afecto de
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nuestras almas. Consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos abiertamente su
imperio con alegría, sino que testimoniamos realmente que si lo que le ofrecemos nos
perteneciera, se lo ofreceríamos de todo corazón; así pedimos a Dios quiera recibir de nosotros
estos mismos objetos que ya le pertenecen de un modo absoluto. Esta es la eficacia del acto de
consagración, y este es el sentido de sus palabras.
Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo,
caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros, es natural que nos consagremos a este corazón
tan santo. Obrar así, es darse y unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de
piedad que uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad a Cristo en persona.
La consagración al Sagrado Corazón aporta a los Estados la esperanza de una situación mejor,
pues este acto de piedad puede establecer y fortalecer los lazos que unen naturalmente los
asuntos públicos con Dios. En estos últimos tiempos, sobre todo, se ha erigido una especie de
muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se
tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión
no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en la pretensión de suprimir
en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma tierra.
Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien público, se desmoronan cuando se ha
dejado de lado a la religión. De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el
mundo y que nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos. ¿Y quién es éste sino
Jesucristo, Hijo Único de Dios, "pues ningún otro nombre le ha sido dado a los hombres, bajo el Cielo,
por el que seamos salvados" (Act 4:12). Hay que recurrir, pues, al que es "el Camino, la Verdad y la
Vida".
El hombre ha errado: que vuelva a la senda recta de la verdad; las tinieblas han invadido las almas, que
esta oscuridad sea disipada por la luz de la verdad; la muerte se ha enseñoreado de nosotros,
conquistemos la vida. Entonces nos será permitido sanar tantas heridas, veremos renacer con toda
justicia la esperanza en la antigua autoridad, los esplendores de la fe reaparecerán; las espadas caerán,
las armas se escaparán de nuestras manos cuando todos los hombres acepten el imperio de Cristo y
sometan con alegría, y cuando "toda lengua profese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios
Padre" (Fil. 2:11).
En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el yugo de los
Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que anunciaba y que preparaba una
magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a
nuestros ojos: Es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla
con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas;
tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres. (Cf. León XIII- Annum Sacrum)
Día 12
BREVE HISTORIA DE LA CONSAGRACIÓN DE LA RAZA HUMANA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
(AÑO 1899)
La consagración de la raza humana al Sagrado Corazón de Jesús se llevó a cabo el 11 de Junio de
1899 por el Papa León XIII. En esa ocasión el santo Padre escribió la Encíclica Annum sacrum (25
de Mayo de 1899) en la que confirmó todo lo que cuidadosamente habían hecho sus Predecesores para
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preservar y destacar la devoción y espiritualidad del Sagrado Corazón. Con esta consagración quería
conseguir «insignes frutos en primer lugar para la cristiandad, pero también para toda la sociedad
humana» (ib., o.c., p. 71). Al pedir que no sólo fueran consagrados los creyentes, sino también todos
los hombres, imprimía una orientación y un sentido nuevos a la consagración que, desde hacía ya dos
siglos, practicaban personas, grupos, diócesis y naciones.
Por tanto, la consagración del género humano al Corazón de Jesús fue presentada por León XIII como
«cima y coronación de todos los honores que se solían tributar al Sacratísimo Corazón» (ib., o.c., p.
72). Como explica la encíclica, esa consagración se debe a Cristo, Redentor del género humano, por lo
que él es en sí y por cuanto ha hecho por todos los hombres. El creyente, al encontrar en el Sagrado
Corazón el símbolo y la imagen viva de la infinita caridad de Cristo, que por sí misma nos mueve a
amarnos unos a otros, no puede menos de sentir la exigencia de participar personalmente en la obra de
la salvación. Por eso, todo miembro de la Iglesia está invitado a ver en la consagración una entrega y
una obligación con respecto a Jesucristo, Rey «de los hijos pródigos», Rey que llama a todos «al
puerto de la verdad y a la unidad de la fe», y Rey de todos los que esperan ser introducidos «en la luz
de Dios y en su reino» (Fórmula de consagración). La consagración así entendida se ha de poner en
relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús
de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino, y unir cada
vez más a la Iglesia en su ofrenda al Padre y en su ser para los demás.
La consagración del género humano realizada en el año 1899 constituye un paso de extraordinario
relieve en el camino de la Iglesia, y todavía hoy se puede renovar cada año en la fiesta del Sagrado
Corazón. Esto vale también para el acto de reparación que se suele rezar en la fiesta de Cristo Rey.
Siguen siendo actuales las palabras de León XIII: «Así pues, se debe recurrir a Aquel que es el camino,
la verdad y la vida. Si nos hemos desviado: debemos volver al camino; si se han ofuscado las mentes,
es preciso disipar la oscuridad con la luz de la verdad; y si la muerte ha prevalecido, hay que hacer que
triunfe la vida» (Annum sacrum, o.c., p. 78). (S.S. Juan Pablo II Mensaje para el Centenario de la
Consagración de la Raza Humana al Sagrado Corazón de Jesús)
Día 13
LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS EN EL M AGISTERIO DE LA IGLESIA
El valor de lo que se llevó a cabo el 11 de Junio de 1899 fue confirmado con autoridad en los escritos
de los Sumos Pontífices que sucedieron a León XIII, quiénes ofrecieron reflexiones doctrinales sobre
la devoción al Sagrado Corazón y ordenaron la renovación periódica del acto de consagración. Entre
estos está el Papa Pío XI, quién nos lo recordó en sus Encíclicas Quas primas, en el contexto del Año
Santo de 1925, y en Miserentissimus Redemptor; su sucesor, el Siervo de Dios, Pío XII, quién trató el
tema en sus Encíclicas Summi Pontificatus y Haurietis Aguas. El Siervo de Dios, Pablo VI, entonces a
la luz del Concilio Vaticano, quiso hacer referencia a esto en su Epístola Apostólica Inventigabiles
divitias y en su Carta Diserti interpretes, dirigida el 25 de Mayo de 1965 a todos los Superiores
Mayores de los institutos que llevaran el nombre del Corazón de Jesús. En ella animó a: "actuar de
forma que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado en algunos,
florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de
esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II
especialmente, se viene insistentemente pidiendo..."
Asimismo, el Beato Juan Pablo II invitó en varias ocasiones a los obispos, sacerdotes, religiosos y a
los creyentes a cultivar en sus vidas las más genuinas formas de devoción al Corazón de Cristo. En
1986 escribió una carta al Prepósito General de la Compañía de Jesús en la que animó a los Jesuitas a
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impulsar esta devoción: "Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta
admirable misión y con cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres
últimos siglos: ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la
Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a
las esperanzas de nuestro tiempo". En el año 1999, dedicado a Dios Padre, recordó en la Encíclica
Dives in misericordia que: "La Iglesia, en una forma particular, parece profesar la misericordia de
Dios y la venera cuando ella (la Iglesia) se dirige al Corazón de Cristo. De hecho, es precisamente
este acercamiento a Cristo en el misterio de su Corazón el que nos permite hacer hincapié en este
punto – un punto que en un sentido es central y también muy accesible en el plano humano – de la
revelación del amor misericordioso del Padre, una revelación que constituyó el contexto central de
la misión mesiánica del Hijo del Hombre" (n. 13). En ocasión de la Solemnidad del Sagrado
Corazón y del mes de Junio, muy a menudo urgió a los fieles a perseverar en la práctica de esta
devoción, la cual "contiene un mensaje que en nuestros días es extraordinariamente infinito" (...)
"un brote de vida infinito, que da esperanza a cada persona, ha brotado precisamente del Corazón
del Hijo de Dios, quién murió en la Cruz. Del Corazón de Cristo crucificado es de dónde la nueva
humanidad fue redimida del pecado. El hombre del año 2000 necesita del Corazón de Cristo para
conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; lo necesita para construir la civilización del amor".
(Cf. Beato Juan Pablo II. Warsaw (Polonia), 11 de Junio de 1999, Solemnidad del Sagrado Corazón de
Jesús.). También el Papa Benedicto XVI nos dejó escritos que confirman esta gran devoción, por
ejemplo en su carta con motivo del 50 Aniversario de la Encíclica Haurietis aquas, y en su Encíclica
Deus Caritas est.
Día 14
BREVE HISTORIA DE LAS CONSAGRACIONES DE LAS DIVERSAS NACIONES AL SGDO CORAZÓN DE
JESÚS
Francia: El 17 de junio de 1689, Jesús manifestó a Santa Margarita María de Alacoque su pedido al
Rey de Francia (Luis XV), de que consagrara su reino a su Sagrado Corazón. Este pedido es demorado
y como resultado del rechazo del Rey Luis XIV -al igual que del rechazo tanto de su hijo como de su
nieto, los reyes Luis XV y Luis XVI- a consagrar públicamente Francia al Sagrado Corazón de Jesús,
el 17 de junio de 1789 (Fiesta del Sagrado Corazón) exactamente a cien años del día en que Santa
Margarita María había escrito el gran designio del Cielo para el Rey, se alzó el Tercer Estado y se
proclamó una Asamblea Nacional, despojando al Rey Luis XVI de su poder legislativo. La
consecuencia histórica fue un deterioro social que desembocó en la Revolución Francesa y con ella la
desaparición de la propia Monarquía en muchos países y la aparición de profundos cambios en las
sociedades occidentales que las condujo a una progresiva separación de la Ley de Dios.
Finalmente, el Rey Luis XVI, ya prisionero, habiendo perdido todo poder, escribe en 1792 un “voto”
sin fecha, por medio del cual consagra su persona, su familia y todo su Reino al Sagrado Corazón.
Pero ese voto solitario y muy tardío sería barrido durante la tormenta anticlerical…
Nuestra Señora, en una aparición a la hermana Lucía, de Fátima, hizo alusión a estos hechos en
Francia cuando manifestaba su descontento por la desatención de su mandato de consagrar Rusia a su
Inmaculado Corazón: “Participa a Mis ministros que, en vista de que siguen el ejemplo del Rey de
Francia, en la dilación de la ejecución de mi petición, también lo han de seguir en la aflicción. Nunca
será tarde para recurrir a Jesús y a María”
En otro texto, Lucía escribió que Nuestro Señor se quejó a ella: “No han querido atender mi petición...
Al igual que el Rey de Francia se arrepentirán, y la harán, pero ya será tarde. Rusia habrá ya esparcido
sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia. El Santo Padre tendrá que
sufrir mucho!”
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Ecuador: El 25 de marzo de 1873, Ecuador fue la primera nación en el mundo que se consagró
oficialmente al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Esta consagración fue
llevada a cabo por el presidente mártir Gabriel García Moreno en su tercer mandato. García Moreno
había sido formado en la devoción al Corazón de Jesús, y siendo ya presidente, a Él quiso consagrar el
Ecuador, la nación entera, y para ello presentó consulta al tercer Concilio, reunido por entonces en
Quito. Obtenida la licencia eclesiástica, y con el voto mayoritario del Congreso, se realizó con gran
solemnidad y fervor popular, la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Diez años
después de la consagración se levantó un gran templo nacional votivo en quito para memoria del
acontecimiento.
Colombia: El 22 de junio de 1902 se realizó la consagración al Sagrado Corazón de Jesús. El acto se
llevó a cabo en el templo llamado del Voto Nacional, construido como voto de todos los colombianos
pidiendo el fin de la llamada "Guerra de los Mil Días", por iniciativa de Bernardo Herrera Restrepo.
Además en todas las iglesias de Colombia, desde ese día, se declara al Corazón de Jesús patrono de
Colombia. Hasta la reforma constitucional de Colombia en 1991, este país aparecía consagrado al
Sagrado Corazón de Jesús en las primeras páginas de la antigua constitución. El 12 de octubre del
2008 se renovó la consagración al Sagrado Corazón de Jesús y de María de todas las familias de
Colombia.
España: El 30 de Mayo de 1919 el rey Alfonso XIII hizo la consagración de España al Sagrado
Corazón de Jesús. Esta consagración se realizó en el Cerro de los Angeles, cerca de Madrid, ante un
gran monumento e imagen de piedra del Sagrado Corazón de Jesús situada en lo alto del cerro. El rey
leyó la consagración de pie ante el Altar del Monumento con el Santísimo Sacramento expuesto. Al
acto asistieron la Familia real, el Gobierno en pleno, otras autoridades civiles, autoridades religiosas y
militares, y muchísima gente.
El 21 de junio del 2009 El cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia
Episcopal Española, en la misa del 21 de junio de 2009 renovó la consagración de España al Sagrado
Corazón de Jesús realizada en 1919.
Perú: En mayo de 1923, el Arzobispo Emilio Lisson publicó una instrucción pastoral para consagrar el
Perú al Sagrado Corazón de Jesús, que señalaba: "...La República peruana, católica por convicción, por
tradición y por la Constitución, será consagrada oficialmente al Sacratísimo Corazón de Jesús en el
próximo mes y la imagen de este Sacratísimo Corazón de Jesús será entronizada en la plaza principal
de esta capital. Tomada esta determinación por el Episcopado nacional, interpretando la voluntad de
sus feligreses, ha sido comunicada al señor D. Augusto B. Leguía, presidente Constitucional de la
República, quien, en su calidad de Patrono de la Iglesia en el Perú, se ha dignado tomar el acto bajo su
oficial y alta protección y señalará el día y dictará las medidas que estime convenientes." Los
anticlericales convocaron a una asamblea en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde
decidieron oponerse al acto, y encumbraron a Víctor Raúl Haya de la Torre, perteneciente a la logia de
los masones, como caudillo para la manifestación que provocarían el 23 de mayo de 1923.
México: La primera consagración del país al Sagrado Corazón de Jesús fue el 11 de octubre de 1924,
durante el Primer Congreso Eucarístico Nacional celebrado en la Catedral Metropolitana de México.
La segunda consagración de la nación al Sagrado Corazón de Jesús fue el 23 de junio del 2006 en el
marco de la visita que las reliquias de Santa Margarita María Alacoque hacen al país, con el fin de
“rescatar, reavivar y fortalecer esta devoción fundamental de la fe de los mexicanos, a fin de que reine
el amor misericordioso de Cristo Rey en todos los lugares de nuestra Patria” (Mons. Esquivel Medina)
Día 15
13
CONSAGRACIÓN DE LA ARGENTINA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
La Consagración de la Argentina al Sacratísimo Corazón de Jesús fue realizada por el
episcopado Nacional el 28 de octubre de 1945, en ocasión del Centenario del Apostolado de la
Oración. El acto fue acompañado desde todo el país. La ceremonia se realizó en Buenos Aires, ante el
altar levantado en el edificio del Congreso Nacional, celebrando la Misa el Arzobispo de Córdoba,
Monseñor Fermín Lafitte. La oración de Consagración, que fue leída por el Cardenal Santiago Luis
Copello en nombre del Episcopado Nacional. Expresaba amor, gratitud y contrición al Señor:
“Corazón Sacratísimo de Jesús, Verbo eterno, hecho hombre, que con el Padre y el Espíritu
Santo nos has creado y que en las alturas del Calvario con tu pasión y muerte nos has redimido,
siendo así doblemente Señor Nuestro, los Pastores de esta tu Nación privilegiada, juntamente con
todo su pueblo, están postrados ante la Hostia sacrosanta en la que palpita real y
verdaderamente tu divino Corazón.
Desde las ciudades populosas y desde los pequeños poblados de nuestra Patria, desde sus amplias
llanuras y desde sus altas montañas, desde los hogares modestos y desde las suntuosas moradas,
nos hemos congregado a millares junto a vos, con fe, con gratitud y con amor.
La Fe católica que nos ha traído hasta aquí y que nos infundiste en el Bautismo, es la fe de
nuestros próceres, de nuestras madres, de nuestros estadistas, que en el preámbulo de la
Constitución te proclamaron fuente de toda razón y justicia.
Nuestra gratitud profunda tiene origen en la inmensa caridad con que nos amaste desde toda la
eternidad en el seno de la Trinidad Beatísima, y que se manifiesta en Belén al nacer, en la cruz al
morir, en el Sagrario al quedarte en medio de nosotros, en los beneficios sin cuento que has
derramado sobre nuestra Nación, que confesamos no merecer, y que, por lo mismo,
comprometen en mayor grado nuestro agradecimiento.
¿Cómo podríamos afirmar que agradecemos tus innumerables dones, si la llama del amor hacia
vos no abrasa a nuestro pobre corazón?
Con estos sentimientos, humildemente contritos de nuestras faltas, como manifestación externa
de nuestro acendrado amor, accediendo a tus más vivos anhelos, hoy estamos ante Tu presencia
para suplicarte que te dignes aceptar nuestra consagración irrevocable y la de nuestra Patria a
tu Divino Corazón.
Corazón Sacratísimo de Jesús: los Obispos y el Clero nos consagramos a vos. Haz que los
Pastores al apacentar tu grey seamos sucesores dignos de los Apóstoles y que los Sacerdotes con
la palabra y el ejemplo, manifiesten que son otros Cristos.
Corazón Sacratísimo de Jesús: te consagramos nuestras Diócesis y nuestras Parroquias para que
sean pregoneras celosas de tu Evangelio, y canales copiosos de tu gracia transmitida por los
Sacramentos.
Corazón Sacratísimo de Jesús: te consagramos los Institutos religiosos: para que florezca
siempre en ellos tu espíritu, y las asociaciones de piedad, de apostolado, de cultura y caridad,
para que sean infatigables con la plegaria y la acción en dilatar tu reinado en medio de los
hombres.
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Corazón sacratísimo de Jesús: te consagramos los hogares para que en ellos reine siempre la
dulce paz de tu hogar de Nazaret, te consagramos los padres y las madres para que los ayudes a
practicar los ejemplos de tu Madre María Santísima y de tu padre adoptivo San José; te
consagramos los niños para que sean cual Tú eras en esa edad feliz; te consagramos los jóvenes
para que dediquen la lozanía de la vida a la adquisición de sólidas virtudes, al estudio y al
trabajo que los capacitará para ser ciudadanos probos y eficientes; te consagramos los ancianos
para que los reconfortes hasta los instantes postreros de su vida.
Corazón Sacratísimo de Jesús: los que tenemos la dicha de habitar este suelo que miras con
bondadosa predilección, al consagrarnos a vos para siempre recogiendo el clamor que brota
incontenible del pecho de sus habitantes, te consagramos nuestra Patria, heredad bendita que
recibimos de nuestros mayores para que sea como ellos la idearon: hija de tu Evangelio, hogar
venturoso de paz y de concordia, morada feliz de hombres cultos, buenos y laboriosos al influjo
de tus más selectas bendiciones, que imploramos.
Antes de terminar permítenos que, recordándote tu promesa, te supliquemos inscribas nuestros
nombres en tu Sagrado Corazón y que durante nuestra vida no permitas que jamás nos
separemos de vos, para que por toda la eternidad podamos participar de tu gloria, Señor Jesús,
que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea”.
Una vez realizada la Consagración, se escuchó el radiomensaje del Papa Pío XII:
“Amadísimos hijos de la República Argentina, que reunidos en la espléndida Buenos A Aires
conmemoráis el centenario del Apostolado de la Oración y la Consagración de vuestra Patria al
Sagrado Corazón de Jesús:
Muchas veces , por amable disposición de la divina Providencia, os hemos dirigido nuestra palabra,
unas de cerca, en ocasión inolvidable, y otras de lejos, por medio de las ondas peregrinas.
Comprenderéis , pues, que nuestra alegría suba de punto al hacerlo ahora, cuando a las imponentes
manifestaciones de vuestra fe y de vuestro amor al Santísimo Sacramento del altar añadís dignamente
el acto magnífico de hoy: Día grande y santo:
Dies haec sanctificatus, est Domino Deo nostro.
Más de una vez hemos tenido ocasión de recordar el centenario de esta dilecta y aguerrida milicia de la
gloria de Dios que es el Apostolado de la Oración. Pero jamás como en el caso vuestro hemos visto
cristalizado ante nuestros ojos el recuerdo de fruto más generoso y más grande.
La República Argentina, la gran nación americana, el país de los grandes triunfos eucarísticos, está ya,
para siempre, consagrada al Corazón del Hijo de Dios. Y notad, además, qué providencial
coincidencia, precisamente en la Solemnidad de Cristo Rey, recordando el Congreso de 1934, cuando,
al clausurar aquellas incomparables manifestaciones de piedad eucarística, que Dios quiso hacernos
gustar con vosotros, nuestras últimas palabras fueron precisamente para cantar la Realeza de Cristo:
“Aceptará, terminábamos diciendo, nuestras súplicas, nuestros clamores y reinará en todas las almas y
su reino no tendrá fin. Y hoy lo que estáis haciendo no es más que realizar definitivamente vuestra
determinación de hacer reinar a Jesucristo, a su Ley y a su amor en medio de vuestro pueblo. Porque
una nación consagrada al Corazón Divino no es, ni más ni menos, que un pueblo ansioso de que el
amor de Jesucristo reine en él y resuelto a llevar a la práctica este deseo.
El foso que va dividiendo el mundo en dos partes, cada día se hace más ancho y profundo. El ardor en
unos de amor, y en otros del odio, al crecer continuamente se separa cada vez con más vigor de la
tibieza de las zonas intermedias. Del lado de allá, os que niegan a Dios, los que propugnan la lucha
entre los hombre, los que nunca se sacian de grandeza y de dominio, os que quieren enciende en todas
partes el fuego del odio y de la destrucción. Del de acá, los que acatan la santa ley divina, los que
anhelan vivir de caridad, los que hacen sitio en su corazón para todos los pueblos de la tierra , los que
ansían llevar a todas partes el Evangelio del amor. Allí, los que siempre han de buscar más, porque no
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porque no esperan más bienes que los de la tierra; Aquí los que pronto se contentan, porque buscan las
cosas de acá abajo solamente como escalera para el cielo.
Vosotros, nuestros hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia, bajo el signo
de Jesucristo.
Pero hoy , en esta hora solemne, siguiendo principalmente el ejemplo de tantas naciones, vuestras
hermanas de lengua y de sangre y de la misma gran madre de la hispanidad habéis decidido saltar a la
vanguardia, al puesto de los que no se contentan con menos que con ofrecerlo todo,
“Cuida tú de mi honra y de mis cosas, dijo un día nuestro Señor a uno de sus confidentes,
expresando el ideal de la Consagración, que mi Corazón cuidarás de ti y de las tuyas”.
Hasta ayer, pues, podía decirse que erais todavía vuestros y que hoy sois de una manera especial de
Jesucristo.
Hasta ayer, disponías de vuestra actividad, de vuestra libertad, de vuestras potencias, y de vuestros
bienes exteriores, de vuestro cuerpo y de vuestra alma. Desde hoy, todo eso lo habéis ofrecido al
Divino Corazón , que quiere establecer su reino de amor en todos los corazones y destruir y arruinar el
de satanás. Pero, en cambio, desde ahora, cosa en realidad maravillosa, vuestras empresas, lo mismo
que vuestros intereses, vuestras intenciones, lo mismo que vuestros propósitos, los tomas Él como
suyos, y vosotros, saboreando por anticipado dones que son el Cielo si os abandonáis totalmente a Él y
a su suavísimo imperio, podréis gozar del paraíso de paz, que para todo lo demás deja indiferente,
porque todo en su comparación parece cosa despreciable.
El paso, ¡oh católicos argentinos! El gran paso está dado. Ahí estáis presentes los afortunados testigos
y actores el histórico acontecimiento. Ahí está a vuestra cabeza, vuestro venerable episcopado, para
hacer comprender que la Consagración es un acto oficial de la Iglesia. Ahí acaba de resonar una parte
la voz autorizada de vuestro dignísimo Cardenal Primado, intérprete otra vez del más profundo
sentimiento del alma nacional argentina. No hace más de quince días que ofrecisteis entre el altar del
Corazón Divino vuestros niños, capullos que mañana serán flores. El domingo pasado consagrasteis
ante el mismo trono a vuestras familias, sólido cimiento de todo edificio social, y hoy toda la nación,
puesta de rodillas, en esta hora tenebrosa de la historia del mundo, cuando queríamos alegrarnos por la
tormenta que acabamos de pasar, pero no podemos acabar de hacerlo hasta ve despuntar generosa,
franca, y sincera, la bonanza, hoy consagráis al Corazón Sacratísimo de Jesús vuestra Patria, tan rica
de realidades como de promesas, para honra de quien es digno de todo honor, para impetrar el don
precioso y difícil de la paz, y para conseguir la unión fraternal de todos los pueblos.
El gran paso está dado. Queda solamente ser fieles al pacto establecido: Que si vosotros, en la
integridad de la vida cristiana, en el ejercicio de la mutua caridad, y en la sumisión
y amor a la
Iglesia, vivís sincérame vuestra consagración, Aquél que por nadie se deja vencer en generosidad,
sabrá haceros dignos y grandes ante Dios y ante los hombres.
El alma de una nación consagrada al Corazón de Jesús debe ser como un holocausto perfecto, colocado
sobre un ara. Sean hoy nuestras manos ungidas de Sumo sacerdote las que presenten esta víctima y se
extiendan luego en oración fervorosa.
Recibe, oh dulcísimo Corazón, esta hostia que hoy te ofrecemos y que el aroma de su sacrificio haga
volver propicio tus ojos sobre todos y cada uno de los hijos de este pueblo.
Haz que las llamas que brotan de tu herida penetren en todos sus corazones, las enciendan y les
abracen de tal manera que desde hoy ya para siempre, solamente en Ti encuentren sus delicias, en tu
servicio consuman toda su vida, y un día, entre los esplendores de tu gloria, reciban el premio que
reservas a tus escogidos.
Como prenda de tales gracias os damos hoy, con más afecto que nunca, nuestra Apostólica Bendición
a todos vosotros, hermanos nuestros en el episcopado, que tenéis a vuestro cargo tantas almas y tantos
intereses divinos; a vuestro Apostolado de la Oración, que con tal admirable celo ha sabido organizar
tan brillantes ceremonias, y a todo el amadísimo clero y pueblo argentino, predilecto siempre de
nuestro corazón de Pastor.
Día 16
16
LOS MÁS PRECIADOS D ONES DEL CORAZÓN DE JESÚS : EUCARISTÍA, SACERDOCIO Y M ARÍA
SANTÍSIMA
¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en
aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de
la Eucaristía, a su Madre Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?
Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la institución del Sacramento
de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón
sintió intensa conmoción., que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado
comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer (Lc 22,15); conmoción que, sin duda, fue aún más
vehemente cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Este es mi cuerpo, el
cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y así hizo también con el cáliz, luego de haber
cenado, y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros (Lc 22,1920).
Con razón, pues, debe afirmarse que la divina EUCARISTÍA, como sacramento por el que El se da a
los hombres y como sacrificio en el que El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del
sol hasta su ocaso (Mal 1,11) », y también el SACERDOCIO, son clarísimos dones del Sacratísimo
Corazón de Jesús.
Don también muy precioso del Sacratísimo Corazón es la SANTÍSIMA VIRGEN, Madre excelsa de
Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género
humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los
hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín: Evidentemente, Ella es la
Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que
naciesen en la iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza (De Sancta Virginitate 6:PL).
(S.S.Pio XII, HAURIETIS AQUAS)
Debemos recordar siempre la presencia intrépida e intercesora de la Virgen bajo la Cruz del Calvario,
y pensar con inmensa gratitud que, en aquel momento, Cristo, que estaba para morir, víctima de los
pecados del mundo, nos la confió como Madre: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19,27). (Cf. Beato Juan
Pablo II, Ángelus del 10 de septiembre de 1989)
Ella vio el Corazón abierto del que fluían sangre y agua -sangre tomada de Su Sangre-, y comprendió
que la Sangre del Hijo era derramada por nuestra salvación. Entonces comprendió hasta el fondo el
significado de las palabras que el Hijo le había dirigido poco antes: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn
19,26): la Iglesia que brotaba del Corazón atravesado era confiada a sus cuidados de Madre. (Cf. Beato
Juan Pablo II, Ángelus del 30 de julio de 1989)
Día 17
LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE CRISTO ES INSEPARABLE DE LA EUCARISTÍA
Una ferviente devoción al Corazón de Jesús fomenta y promueve el culto al Sacramento del altar. El
amor con que Jesucristo se nos dio a sí mismo por alimento espiritual se entiende mediante la práctica
de una especial devoción al Corazón Eucarístico de Jesús; la cual nos recuerda aquel acto de amor
sumo con que nuestro Redentor, derramando todas las riquezas de su Corazón, a fin de prolongar su
estancia con nosotros hasta la consumación de los siglos, instituyó el adorable Sacramento de la
Eucaristía. Ciertamente, no es pequeña la parte que en la Eucaristía tuvo su Corazón, por ser tan
grande el amor de su Corazón con que nos la dio. (Cf. S.S.Pio XII, HAURIETIS AQUAS)
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En el sacrificio eucarístico se inmola y se recibe a nuestro Salvador siempre vivo a interceder por
nosotros (Hbr 7, 25), cuyo Corazón fue abierto por la lanza del soldado y derramó sobre el género
humano la torrente de su Sangre preciosa. En este excelso Sacramento, además, que es la culminación
y centro de los demás sacramentos, se gusta la dulzura espiritual en la misma fuente y se recuerda
aquella insigne caridad que Cristo ha demostrado en su pasión (Santo Tomás de Aquino, opusculum
57); es necesario por tanto que - para usar las palabras de San Juan damasceno - nos acerquemos a él
con deseo ardiente… para que el fuego de nuestro deseo, recibiendo como si fuera el ardor de una
brasa, destruya quemando nuestros pecados e ilumine los corazones y en el contacto habitual con el
fuego divino nos volvamos ardientes y puros y semejantes a Dios (San Juan damasceno, De fide
orthod., 4, 13; padres griegos 94, 1150). (Cf. Pablo VI, Investigabiles divitias)
En la Santísima Eucaristía descubrimos con el "sentido de la fe" el mismo Corazón, -el Corazón de
Majestad infinita- que continúa latiendo con el amor humano de Cristo, Dios-Hombre. ¡Cuán
profundamente sintió este amor el Santo Papa Pío X! Cuánto deseó que todos los cristianos, desde los
años de la infancia, se acercasen a la Eucaristía, recibiendo la santa comunión: para que se unieran a
este Corazón que es, al mismo tiempo, para cada uno de los hombres "Casa de Dios y Puerta del
Cielo". "Casa" ya que, mediante la comunión Eucarística el Corazón de Jesús extiende su morada a
cada uno de los corazones humanos. "Puerta" porque en cada uno de estos corazones humanos, Él
abre la perspectiva de la eterna unión con la Santísima Trinidad. (Beato Juan Pablo II, Ángelus, 16 de
junio de 1985)
Toda la devoción al Corazón de Jesús en cada una de sus manifestaciones es profundamente
Eucarística: se manifiesta a través de prácticas religiosas que mueven al creyente a vivir en armonía
con Cristo, "manso y humilde de corazón" (Mt 11:29), y se intensifica en la adoración. Se ahonda y
encuentra su punto culmen en la participación en la Santa Misa, especialmente en la Misa Dominical,
donde los corazones de los creyentes, fraternalmente unidos en alegría, oyen la palabra de Dios y
aprenden a ofrecerse ellos mismos y la totalidad de sus vidas a Cristo (Sacrosanctum Concilium, n.
48). Ahí se alimentan en el banquete pascual del Cuerpo y Sangre del Redentor, y compartiendo
completamente el amor que palpita en Su Corazón, ellos luchan por ser mejores evangelizadores y
testigos de la solidaridad y la esperanza. (Beato Juan Pablo II. Mensaje para el Centenario de la
Consagración de la Raza Humana al Sagrado Corazón de Jesús- Warsaw- Polonia, 11 de Junio de
1999, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús)
Por último, cabe recordar cómo esta estrechísima unión con la Eucaristía está en la fuente misma de la
devoción al Corazón de Jesús, tal como el Señor se la hace vivir a Santa Margarita, a quien recomienda
la comunión lo más frecuente posible. Herido vivamente el amantísimo Corazón de Jesús de las
ingratitudes de los hombres, pide a la piedad de los fieles suavicen su dolor y recompensen sus injurias
con estas palabras: “Te pido que el viernes inmediato a la Octava de la festividad del Corpus se
dedique particularmente al culto de mi Corazón: en el cual día, comulgando, se compensen de
alguna manera las injurias cometidas contra mi Corazón amante en el Sacramento del Altar,
especialmente en los días que estoy expuesto a la veneración de los fieles”.
Día 18
CORAZÓN DE JESÚS Y LA CRUZ
Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso Jesucristo nuestro Salvador
unir, como supremo testimonio de su amor infinito, el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo
de aquella sublime caridad que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor con estas
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palabras: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13). De donde el
amor de Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor
mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así
nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16). Cierto es que nuestro Divino
Redentor fue crucificado más por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de
sus verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los
hombres, según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20).
Debemos considerar que una ferviente devoción al Corazón de Jesús fomentará y promoverá el culto a
la santísima Cruz. Y podemos afirmar -como lo ponen de relieve las revelaciones de Jesucristo mismo
a Santa Gertrudis y a Santa Margarita María- que ninguno comprenderá bien a Jesucristo crucificado si
no penetra en los arcanos de su Corazón. (Cf. S.S.Pio XII, HAURIETIS AQUAS)
El culto al sagrado Corazón de Jesús es una fuente de inspiración para nuestra vida interior:
para nuestra relación con el misterio de Jesucristo crucificado. El misterio del Corazón de Cristo:
Dios-Hombre, tiene una elocuencia particular cuando miramos a la Cruz: ¡He aquí el hombre! ¡He aquí
el Crucificado! ¡He aquí al Hombre totalmente despojado! ¡He aquí al Hombre "destrozado a causa de
nuestros pecados"! ¡He aquí al Hombre "cubierto de oprobios"! Y, al mismo tiempo: ¡he aquí al
Hombre-Dios! En Él habita toda la plenitud de la divinidad. ¡De la misma naturaleza que el Padre!
Dios de Dios. Luz de luz. Engendrado, no creado. El Verbo Eterno. Uno en la divinidad con el Padre y
con el Espíritu Santo. (Cf. Beato Juan Pablo II Ángelus, 15 de septiembre de 1985)
Día 19
CORAZÓN DE JESÚS , FUENTE DE TODO CONSUELO
Dios, Creador del cielo y de la tierra, es también "el Dios de toda consolación" (2 Co 1,3; Rm 15,5).
Numerosas páginas del Antiguo Testamento nos muestran a Dios que, en su gran ternura y compasión,
consuela a su pueblo en la hora de la aflicción. Para confortar a Jerusalén, destruida y desolada, el
Señor envía a sus profetas a llevar un mensaje de consuelo: "Consolad, consolad a mi pueblo... Hablad
al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia" (Is 40.1-2); y, dirigiéndose
a Israel oprimido por el temor de sus enemigos, declara: "Yo soy tu consolador" (Is 51,12); e incluso,
comparándose con una madre llena de ternura hacia sus hijos, manifiesta su voluntad de llevar paz,
gozo y consuelo a Jerusalén: "Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis... de
modo que os hartéis de sus consuelos... Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré, y
por Jerusalén seréis consolados" (Is 66,10.11.13).
En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestro hermano, el "Dios-que-consuela" se hizo
presente entre nosotros. Así lo indicó primeramente el justo Simeón, que tuvo la dicha de acoger entre
sus brazos al niño Jesús y de ver en El realizada la consolación de Israel (Lc 2,25). Y, en toda la vida
de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio de consolación: anuncio de un alegre mensaje a
los pobres, proclamación de libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de
salvación a todos (Lc 4,16-211: Is 61,1-2).
Del Corazón de Cristo brotó esta tranquilizadora bienaventuranza: "Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados" (Mt 5,5), así como la tranquilizadora invitación: "Venid a Mi todos
los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28).
La consolación que provenía del Corazón de Cristo era participación en el sufrimiento humano,
voluntad de mitigar el ansia y aliviar la tristeza, y signo concreto de amistad. En Sus palabras y en
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Sus gestos de consolación se unían admirablemente la riqueza del sentimiento y la eficacia de la
acción. Cuando, cerca de la puerta de la ciudad de Naím, vio a una viuda que acompañaba al sepulcro
a su hijo único. Jesús compartió su dolor: "Tuvo compasión de ella" (Lc 7,13), tocó el féretro, ordenó
al joven que se levantara y lo restituyó a su madre (Lc. 7,14-15).
El Corazón del Salvador es también, más aún, principalmente "Fuente de consuelo" porque Cristo,
juntamente con el Padre, dona el Espíritu Consolador: "Yo pediré al Padre y os dará otro Consolador
para que esté con vosotros para siempre" (Jn 14,16: 14,25; 16,12): Espíritu de verdad y de paz, de
concordia y de suavidad de alivio y de consuelo: Espíritu que brota de la Pascua de Cristo (Jn 19,2834) y del evento de Pentecostés (Hch 2,1-13).
Toda la vida de Cristo fue por ello un continuo ministerio de misericordia y de consolación. La
Iglesia, contemplando el Corazón de Cristo y las fuentes de gracia y de consolación que de Él manan,
ha expresado esta realidad estupenda con la invocación: "Corazón de Cristo, fuente de todo
consuelo, ten misericordia de nosotros"
Esta invocación es recuerdo de la fuente de la que, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha recibido
consolación y esperanza en la hora de la prueba y de la persecución; es invitación a buscar en el
Corazón de Cristo la consolación verdadera, duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber
experimentado la consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en convencidos y
conmovidos portadores de dicha consolación, haciendo nuestra la experiencia espiritual que hizo
decir al Apóstol Pablo: el Señor "nos consuela en toda tribulación nuestra para poder consolar a los
que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios" (2
Co 1,4).
Pidamos a María, Consoladora de los afligidos, que, en los momentos oscuros de tristeza y
angustia, nos guíe a Jesús, su Hijo amado, "Fuente de todo consuelo". (Beato Juan pablo IIÁngelus, 13 de agosto de 1989)
Día 20
CORAZÓN DE JESÚS , UNIDO SUSTANCIALMENTE AL VERBO DE D IOS
La expresión "Corazón de Jesús" nos hace pensar inmediatamente en la Humanidad de Cristo,
y subraya su riqueza de sentimientos, su compasión hacia los enfermos, su predilección por los pobres,
su Misericordia hacia los pecadores, su ternura hacia los niños, su fortaleza en la denuncia de la
hipocresía, del orgullo y de la violencia, su mansedumbre frente a sus adversarios, su celo por la gloria
del Padre y su júbilo por sus misteriosos y providentes planes de gracia.
Con relación a los hechos de la Pasión, la expresión Corazón de Jesús nos hace pensar también en
la tristeza de Cristo por la traición de Judas, el desconsuelo por la soledad, la angustia ante la muerte,
el abandono filial y obediente en las manos del Padre. Y nos habla sobre todo del Amor que brota sin
cesar de Su Corazón: Amor infinito hacia el Padre y Amor sin límites hacia el hombre.
Ahora bien, este Corazón humanamente tan rico, "Está unido a la Persona del Verbo de Dios". Jesús
es el Verbo de Dios Encarnado: en Él hay una sola Persona, la eterna del Verbo, subsistente en dos
naturalezas, la divina y la humana. Jesús es Uno, al mismo tiempo perfecto en su divinidad y perfecto
en nuestra humanidad: es igual al Padre por lo que se refiere a la naturaleza divina, e igual a nosotros
por lo que se refiere a su naturaleza humana: verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre. El
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Corazón de Jesús, por tanto, desde el momento de la Encarnación, ha estado y estará siempre unido a
la Persona del Verbo de Dios.
Por la unión del Corazón de Jesús a la Persona del Verbo de Dios podemos decir que en Jesús
Dios ama humanamente, sufre humanamente, goza humanamente. Y viceversa: en Jesús el amor
humano, el sufrimiento humano, la gloria humana adquieren intensidad y poder divinos. (Beato Juan
Pablo II- Ángelus, 9 de julio de 1989)
Día 21
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS , EN TI CONFÍO.
En el Corazón de Cristo el amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera. Se trata de un
mensaje que, en nuestros días, cobra una actualidad extraordinaria. En efecto, el hombre
contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que
genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por
desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva,
mientras que el centro de la persona no es ni la pura razón, ni el puro instinto. El centro de la persona
es lo que la Biblia llama «el corazón».
Al final del siglo XX, parece ya superada la incredulidad de corte iluminista, que dominó durante
mucho tiempo. Las personas, experimentan una gran nostalgia de Dios, pero dan la impresión de haber
perdido el camino del santuario interior en donde es preciso acoger su presencia: ese santuario es
precisamente el corazón, donde la libertad y la inteligencia se encuentran con el amor del Padre
que está en los cielos.
El Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu
Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con su Corazón,
amando, como él, a Dios y al prójimo.
La devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos siglos, bajo el
impulso de las experiencias místicas de Santa Margarita María Alacoque, fue la respuesta al
rigorismo jansenista, que había acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. Hoy, a la
humanidad reducida a una sola dimensión o, incluso, tentada de ceder a formas de nihilismo, si no
teórico por lo menos práctico, la devoción al Corazón de Jesús le ofrece una propuesta de auténtica y
armoniosa plenitud en la perspectiva de la esperanza que no defrauda.
Hace más o menos un siglo, un conocido pensador denunció la muerte de Dios. Pues bien,
precisamente del Corazón del Hijo de Dios, muerto en la cruz, ha brotado la fuente perenne de la vida
que da esperanza a todo hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad,
redimida del pecado. Hoy el hombre tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y
para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor.
Miremos con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y repitamos a menudo: ¡Sacratísimo
Corazón de Jesús, en ti confío! (Beato Juan Pablo II. Audiencia General del miércoles 8 de junio de
1994)
Día 22
CORAZÓN DE JESÚS , HORNO ARDIENTE DE CARIDAD
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"Horno Ardiente de caridad". El horno arde. Al arder, quema todo lo material, sea leña u otra
sustancia fácilmente combustible. El Corazón de Jesús, el Corazón humano de Jesús, quema con el
amor que lo colma. Y este es el amor al Eterno Padre y el amor a los hombres; a las hijas y los hijos
adoptivos. El horno, quemando, poco a poco se apaga. El Corazón de Jesús, en cambio, es horno
inextinguible. En esto se parece a la "zarza ardiente" del libro del Éxodo, en la que Dios se reveló a
Moisés. Era una zarza que ardía con el fuego, pero... "no se consumía" (Ex 3,2).
El amor que arde en el Corazón de Jesús es sobre todo el Espíritu Santo, en el que Dios -Hijo se
une eternamente al Padre. El Corazón de Jesús, el Corazón humano del Dios-Hombre, está abrasado
por la "llama viva" del Amor Trinitario, que jamás se extingue.
Corazón de Jesús, Horno Ardiente de Caridad. El horno, mientras arde, ilumina las tinieblas de la
noche y calienta los cuerpos de los viandantes ateridos. El Corazón de Jesús es "Horno ardiente de
Caridad", porque el amor posee algo de la naturaleza del fuego, que arde y quema para iluminar y
calentar. Al mismo tiempo, en el sacrificio del Calvario el Corazón del Redentor no fue aniquilado con
el fuego del sufrimiento. Aunque humanamente muerto, como constató el centurión Romano cuando
traspasó el Costado de Cristo con la lanza, en la economía divina de la salvación este Corazón quedó
vivo, como manifestó la Resurrección.
He aquí que el Corazón vivo del Redentor resucitado y glorificado,está "lleno de bondad y de amor":
infinita y sobreabundantemente lleno. El rebosar del corazón humano alcanza en Cristo la medida
divina. Así fue este Corazón ya durante los días de la vida terrena. Lo testimonia cuanto está narrado
en el Evangelio. La plenitud del amor se manifiesta a través de la bondad: a través de la bondad
irradiaba y se difundía sobre todos, en primer lugar sobre los que sufren y los pobres. Sobre
todos según sus necesidades y expectativas más verdaderas. Así es el Corazón humano del Hijo de
Dios, incluso después de la experiencia de la Cruz y del sacrificio. Mejor dicho, todavía más:
rebosante de amor y de bondad. (Cf. Beato Juan Pablo II. Ángelus, 23 de junio de 1985 y 21 de julio
1985)
Día 23
CORAZÓN DE JESÚS , PAZ Y RECONCILIACIÓN NUESTRA
Rezando con fe esta hermosa invocación de las letanías del Sagrado Corazón, un sentimiento de
confianza y de seguridad se difunde en nuestro espíritu: Jesús es de verdad nuestra paz, nuestra
suprema reconciliación.
Jesús es nuestra paz. Es bien conocido el significado bíblico del término "paz": indica, en síntesis, la
suma de los bienes que Jesús, el Mesías, ha traído, a los hombres. Por esto, el don de la paz marca el
inicio de Su misión sobre la tierra, acompaña su desarrollo y constituye su coronamiento. "Paz"
cantan los ángeles junto al pesebre del recién nacido "Príncipe de la Paz" (Lc. 2,14; Is 9,5). "Paz" es
el deseo que brota del Corazón de Cristo, conmovido ante la miseria del hombre enfermo en el cuerpo
(Lc. 8,48) o en el espíritu (Lc. 7,50). "Paz" es el saludo luminoso del Resucitado a Sus discípulos (Lc.
24,36; Jn 20,19.26), que Él, en el momento de dejar esta tierra, confía a la acción del Espíritu Santo,
manantial de "amor, alegría, paz" (Gal 5,22).
Jesús es nuestra reconciliación. Como consecuencia del pecado se produjo una profunda y misteriosa
fractura entre Dios, el Creador, y el hombre, su criatura. Toda la historia de la salvación no es más que
la narración admirable de las intervenciones de Dios en favor del hombre a fin de que éste, en la
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libertad y en el amor, vuelva a Él; a fin de que a la situación de fractura suceda una situación de
reconciliación y de amistad, de comunión y de paz.
En el Corazón de Cristo, lleno de Amor hacia el Padre y hacia los hombres, sus hermanos, tuvo lugar
la perfecta reconciliación entre el Cielo y la tierra: "Fuimos reconciliados con Dios - dice el Apóstol por la muerte de su Hijo" (Rom 5,10). Quien quiera hacer la experiencia de la reconciliación y de la
paz, debe acoger la invitación del Señor y acudir a Él (Mt 11,28). En Su Corazón encontrará paz y
descanso; allí, su duda se transformará en certidumbre; el ansia, en quietud; la tristeza, en gozo;
la turbación, en serenidad. Allí encontrará alivio al dolor, valor para superar el miedo,
generosidad para no rendirse al envilecimiento y para volver a tomar el camino de la esperanza.
El Corazón de la Madre es en todo semejante al Corazón del Hijo. También la Bienaventurada
Virgen es para la Iglesia una presencia de paz y de reconciliación: ¿ No es Ella quien, por medio
del ángel Gabriel, recibió el mayor mensaje de reconciliación y de paz que Dios haya jamás enviado al
género humano (Lc. 1,26-38)?
María dio a luz a Aquel que es nuestra reconciliación. Ella estaba al pie de la Cruz cuando, en la
Sangre del Hijo, Dios "reconcilió con El todas las cosas" (Col 1,20). Ahora, glorificada en el cielo,
tiene -como recuerda una plegaria litúrgica- "un corazón lleno de Misericordia hacia los pecadores,
que, volviendo la mirada a su caridad materna, en Ella se refugian e imploran el perdón de Dios".
(Misal Prefacio De Beata María Virgine). (Beato Juan Pablo II. Ángelus, 3 de septiembre de 1989)
Día 24
CORAZÓN DE JESÚS , VÍCTIMA POR LOS PECADORES
Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón nos recuerda que Jesús, según la palabra del
Apóstol Pablo, "fue entregado por nuestros pecados" (Rm 4,25); pues, aunque El no había cometido
pecado, "Dios le hizo pecado por nosotros" (2 Co 5,21).
Sobre el Corazón de Cristo cae el peso del pecado del mundo. En Él se cumplió de modo perfecto la
figura del "cordero pascual", víctima ofrecida a Dios para que en el signo de su sangre fuesen librados
de la muerte los primogénitos de los hebreos (Ex 12,21-27). Por tanto, justamente Juan Bautista
reconoció en El al verdadero "Cordero de Dios" (Jn 1,29): cordero inocente, que ha tomado sobre Sí
el pecado del mundo para sumergirlo en las aguas saludables del Jordán (Mt 3,13-16 y paralelos);
Cordero Manso, "al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda" (Is
53,7), para que por su divino silencio quedase confundida la palabra soberbia de los hombres inicuos.
Jesús es víctima voluntaria, porque se ofreció libremente a Su Pasión como víctima de expiación por
los pecados de los hombres (Lv 1,4; Hb 10,5-10) que consumió en el fuego de Su Amor.
Jesús es víctima eterna. Resucitado de la muerte y glorificado a la derecha del Padre, Él conserva en
Su Cuerpo inmortal las señales de las llagas de las manos y de los pies taladrados, del costado
traspasado (Jn 20,27; L.c. 24,39-40) y los presenta al Padre en su incesante plegaria de intercesión a
favor nuestro (Hb 7,25; 8,34). La admirable Secuencia de la Misa de Pascua, recordando este dato de
nuestra fe, exhorta: "A la víctima pascual elevemos hoy el sacrificio de alabanza. El cordero ha
redimido a su grey. El inocente nos ha reconciliado a nosotros pecadores con el Padre" (Secuencia
Victimae Paschali, estrofa l). Y el prefacio de esa misma solemnidad proclama: "Cristo es el
verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando
restauró la vida".
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Nosotros contemplamos el Corazón de Jesús víctima de nuestros pecados; pero antes que nosotros y
más profundamente que nosotros lo contempló su Madre dolorosa, de la que la liturgia canta: "Por los
pecados de su pueblo Ella vio a Jesús en los tormentos del duro suplicio" (Secuencia Stabat Mater,
estrofa 7).
Recordemos esta presencia intrépida e intercesora de la Virgen bajo la Cruz del Calvario, y pensemos
con inmensa gratitud que, en aquel momento, Cristo, que estaba para morir, víctima de los pecados del
mundo, nos la confió como Madre: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19,27).
Confiemos a María nuestra vida, mientras decimos a su Hijo Jesús: Corazón de Jesús, víctima de
nuestros pecados, acoge nuestra alabanza, la gratitud perenne, el arrepentimiento sincero. Ten
misericordia de nosotros hoy y siempre. Amén. (Cf. Beato Juan Pablo II. Ángelus, 10 de
septiembre de 1989)
Día 25
CORAZÓN DE JESÚS , SALVACIÓN DE LOS QUE EN TI ESPERAN.
En la Sagrada Escritura aparece constantemente la afirmación según la cual el Señor es "un Dios que
salva" (Ex 15,2; Sal 51,16; 79,9; Is 46,13) y la salvación es un don gratuito de Su Amor y de Su
Misericordia. El Apóstol Pablo, en un texto de alto valor doctrinal, afirma: "Dios quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2,4;4,10).
Esta voluntad salvífica, que se ha manifestado en tantas intervenciones admirables de Dios en la
historia, ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret, Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de María,
pues en Él se ha cumplido con plenitud la palabra dirigida por el Señor a su "Siervo". "Te voy a poner
por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is 49,6; Lc. 2,32).
Jesús es la epifanía del Amor salvífico del Padre (Tt 2,11; 3,4). Cuando Simeón tomó en sus brazos al
niño Jesús, exclamó: "han visto mis ojos tu salvación" (Mc 2,30). En efecto, en Jesús todo está en
función de su misiön de Salvador: el nombre que lleva ("Jesús" significa "Dios salva"), las palabras
que pronuncia, las acciones que realiza y los sacramentos que instituye.
Jesús es plenamente consciente de la misión que el Padre le ha confiado: "El Hijo del hombre ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc. 19 ,10). De Su Corazón, es decir, del núcleo más
intimo de Su ser, brota ese celo por la salvación del hombre que lo impulsa a subir, como manso
cordero, al monte del Calvario, a extender sus brazos en la cruz y a dar su vida como rescate por
muchos (Mc 10,45).
En el Corazón de Cristo podemos, por tanto, colocar nuestra esperanza. Ese Corazón dice la
invocación es salvación "para los que esperan en Él". El Señor mismo que, la víspera de Su Pasión,
pidió a los Apóstoles que tuvieran confianza en El: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios;
creed también en Mi" (Jn 14,1), hoy nos pide a nosotros que confiemos plenamente en Él: nos lo pide
porque nos ama; porque, para nuestra salvación, tiene Su Corazón traspasado y Sus pies y manos
perforados. Quien confía en Cristo y cree en el poder de Su Amor renueva en sí la experiencia de
María Magdalena, como nos la presenta la liturgia pascual: "Cristo, esperanza mía, ha resucitado"
(Domingo de Pascua, Secuencia).
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¡Refugiémonos, por consiguiente, en el Corazón de Cristo! Él nos ofrece una Palabra que no pasa
(Mt 24,25), un Amor que no desfallece, una amistad que no se resquebraja, una presencia que no cesa
(Mt 28,20)!
Que la Bienaventurada Virgen, que acogió en Su Corazón Inmaculado al Verbo de Dios y
mereció concebirlo en Su Seno Virginal (Prefacio de la Misa votiva de la Bienaventurada Virgen
Moría Madre de la Iglesia) nos enseñe a poner en el Corazón de Su Hijo nuestra total esperanza,
con la certeza de que ésta no quedará defraudada. (Beato Juan Pablo II. Ángelus, 17 de septiembre
de 1989)
Día 26
CORAZÓN DE JESÚS , ESPERANZA DE LOS QUE EN TI MUEREN.
La muerte forma parte de la condición humana: es el momento terminal de la fase histórica de la vida.
En la concepción cristiano, la muerte es un paso: de la luz creada a la luz increada, de la vida temporal
a la vida eterna.
Ahora bien, si el Corazón de Cristo es la fuente de la que el cristiano recibe luz y energía para vivir
como hijo de Dios, ¿a qué otra fuente se dirige para sacar la fuerza necesaria para morir de modo
coherente con su fe? Como "vive en Cristo", así no puede menos de "morir en Cristo". El Corazón de
Cristo, Su Amor y Su Misericordia, son esperanza y seguridad para quien muere en Él.
Pero conviene que nos detengamos un momento a preguntamos: ¿Qué significa "morir en Cristo"?
Significa ante todo leer el evento desgarrador y misterioso de la muerte a la luz de la enseñanza del
Hijo de Dios y verlo, por ello, como el momento de la partida hacia la casa del Padre, donde Jesús,
pasando también Él a través de la muerte, ha ido a preparamos un lugar (Jn 14,2); es decir significa
creer que, a pesar de la destrucción de nuestro cuerpo, la muerte es premisa de vida y de fruto
abundante ( Jn 12,24).
"Morir en Cristo" significa, además, confiar en Cristo y abandonarse totalmente a Él, poniendo en
sus manos -de Hermano, de Amigo, de Buen Pastor- el propio destino, así como Él, muriendo, puso Su
espíritu en las manos del Padre (L.c. 23,46). "Morir en Cristo" significa cerrar los ojos a la luz de
este mundo en la paz, en la amistad, en la comunión con Jesús, porque nada, "ni la muerte ni la vida...
podrá separarnos del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39). En
aquella hora suprema, el cristiano sabe que, aunque el corazón le reproche algunas culpas, el Corazón
de Cristo es más grande que el suyo y puede borrar toda su deuda si él está arrepentido. (1 Jn
3,20).
"Morir en Cristo" significa también fortificarse para aquel momento decisivo con los "signos santos"
del "paso pascual": el Sacramento de la Reconciliación, que nos reconcilia con el Padre y con todas las
criaturas; el santo Viático, Pan de vida y medicina de inmortalidad; y la Unción de los enfermos, que
da vigor al cuerpo y al espíritu para el combate supremo.
"Morir en Cristo" significa finalmente "morir como Cristo": orando y perdonando, teniendo junto
a si a la bienaventurada Virgen. Como Madre, Ella estuvo junto a la Cruz de Su Hijo (Jn 19,25); como
Madre está al lado de sus hijos moribundos. Ella que, con el sacrificio de Su Corazón, cooperó a
engendrarlos a la vida de la gracia (Lumen Gentium, 53); está al lado de ellos para que del sufrimiento
de la muerte nazcan a la vida de la gloria. (Beato Juan Pablo II. Ángelus, 5 de noviembre de 1989)
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Día 27
CORAZÓN DE JESÚS , DELICIA DE TODOS LOS SANTOS
Sobre esta tierra el discípulo de Jesús vive en la espera de alcanzar a su Maestro, en el deseo de
contemplar Su Rostro, en la aspiración ardiente de vivir siempre con Él. En el Cielo, en cambio,
cumplida la espera, el discípulo ya ha entrado en el gozo de su Señor (Mt 25,21.23); contempla el
rostro de su Maestro, ya no transfigurado durante un solo instante (Mt 17,2; Mc 9,2; Lc 9,28), sino
resplandeciente para siempre con el fulgor de la eterna luz ( Hb 1,3); vive con Jesús y de la misma vida
de Jesús. La vida del cielo no es más que la fruición perfecta, indefectible e intensa, del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo- y no es más que la revelación total del Ser íntimo de Cristo, y la
comunicación plena de la vida y del amor que brotan de Su Corazón. En el Cielo los bienaventurados
ven satisfecho todo deseo, cumplida toda profecía, aplacada toda sed de felicidad, y colmada toda
aspiración.
Por eso el Corazón de Cristo es la fuente de la vida de amor de los santos. En Cristo y por medio
de Cristo los bienaventurados del Cielo son amados por el Padre, que los une a Si con el vínculo del
Espíritu Santo. En Cristo y por medio de Cristo, ellos aman al Padre y a los hombres, sus hermanos,
con el amor del Espíritu.
El Corazón de Cristo es el espacio vital de los bienaventurados: el lugar donde ellos permanecen en
el Amor (Jn 15,9), sacando de Él gozo perenne y sin límite. La sed infinita de amor, misteriosa sed que
Dios ha puesto en el Corazón divino de Cristo. Allí se manifiesta en plenitud el Amor del Redentor
hacia los hombres, necesitados de salvación; del Maestro hacia los discípulos, sedientos de verdad; del
Amigo que anula las distancias y eleva a los siervos a la condición de amigos, para siempre, en todo.
El intenso deseo, que sobre la tierra se manifestaba en la súplica "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20),
ahora, en el Cielo, se transforma en visión cara a cara, en posesión tranquila, en fusión de vida: de
Cristo en los bienaventurados y de los bienaventurados en Cristo.
Elevando hacia ellos la mirada del alma y contemplándolos en tomo a Cristo juntamente con su Reina,
la Virgen Santísima, nosotros repetirnos, con firme esperanza, la alegre invocación: "¡Corazón de
Jesús, delicia de todos los santos, ten misericordia de nosotros!". (Beato Juan Pablo II. Ángelus, 12
de noviembre de 1989)
Día 28
DEVOCIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE M ARÍA
Al día siguiente de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la memoria del
Inmaculado Corazón de María. La contigüidad de las dos celebraciones es ya, en sí misma, un signo
litúrgico de su estrecha relación: el Misterio del Corazón del Salvador se proyecta y refleja en el
Corazón de la Madre que es también compañera y discípula. Así como la Solemnidad del Sagrado
Corazón celebra los misterios salvíficos de Cristo de una manera sintética y refiriéndolos a su fuente precisamente el Corazón-, la Memoria del Corazón Inmaculado de María es celebración resumida de la
asociación "cordial" de la Madre a la obra salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y
Resurrección, y al don del Espíritu.
La devoción al Corazón Inmaculado de María se ha difundido mucho, después de las apariciones de la
Virgen en Fátima, en el 1917. A los veinticinco años de las mismas, en el 1942, Pío XII consagraba la
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Iglesia y el género humano al Corazón Inmaculado de María, y en el año 1944 la fiesta se extendió a
toda la Iglesia. (Cf. Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, año 2002)
El Beato Juan Pablo II tuvo un papel muy importante en las posteriores consagraciones. En 1982
consagra el mundo al Corazón Inmaculado de María, consagración que renueva en el sínodo de los
obispos de 1983. Luego, el 25 de marzo de 1984, en Roma, ante la imagen de la Virgen «unido a todos
los pastores de la Iglesia por medio del vínculo particular por el cual constituimos un cuerpo y un
colegio», consagra «todo el mundo, especialmente las personas a quienes por razón de su situación Tú
tienes un particular amor y solicitud». Por último, en el año 2000, consagra colegialmente (con los
obispos) el mundo y el III milenio al Inmaculado Corazón de María, durante el jubileo de los obispos.
Día 29
LA GRAN PROMESA DEL CORAZÓN DE M ARÍA
La gran Promesa del Corazón de María «es la expresión de una gratuita y misericordiosa
Voluntad divina, de darnos un medio de salvación fácil y seguro, puesto que se apoya en la
tradición católica más sana, sobre la eficacia salvadora de la intercesión mariana» (Memorias de
Lucía, Apéndice primero, 194).
En Pontevedra, España, el 10 de diciembre de 1925, Sor Lucía, ya de 18 años, siendo postulante de las
Hermanas de Santa Dorotea, recibe en su habitación la visita de la Virgen con el Niño Jesús. María
Santísima, poniéndole la mano derecha en el hombro, le muestra un corazón rodeado de espinas que
sostiene en la otra mano.
El Niño le dice a Sor Lucía:
–Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los
hombres ingratos en todo momento le clavan, sin haber quien haga algún acto de reparación
para arrancarlas.
Enseguida dice la Santísima Virgen:
–Mira, hija mía, mi Corazón, cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan en todos
los momentos con sus blasfemias e ingratitudes. Tú al menos busca consolarme, y di que todos
aquellos que durante 5 meses, al primer sábado de mes se confesaren recibiendo la Sagrada
Comunión, rezaren un rosario y me hagan compañía durante quince minutos meditando los 15
misterios del rosario con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlo en la hora de su muerte
con todas las gracias necesarias para la salvación de sus almas.
El día 15 de febrero de 1926, se le aparece de nuevo el Niño Jesús. Le pregunta si ya había difundido
la devoción a su Santísima Madre. Ella le explica las dificultades que tiene y le dice que algunas
almas no pueden confesarse el mismo sábado y pide que sea válida la confesión de ocho días.
Jesús responde:
–Sí, pueden ser muchos días más todavía, con tal que, cuando me reciban, estén en estado de gracia y
tengan la intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María.
Ella pregunta:
–Jesús mío, ¿y las que olviden tener esta intención?
–Pueden hacerla en otra confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que tuvieran de
confesarse.
También Jesús le dice:
–Muchas almas comienzan los primeros sábados, pero pocas los acaban; y las que los terminan, es con
el fin de recibir las gracias que a eso están prometidas; pero me agradan más las que hagan los cinco
Primeros Sábados con fervor y con el fin de desagraviar el Corazón de tu Madre del Cielo, que
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aquellas que hagan los cinco tibios e indiferentes. (Cf. Memorias de Lucía, Apéndice primero, 200–
201).
Día 30
EL BEATO JUAN PABLO II HABLA A LOS ARGENTINOS
“El amor de Cristo nos urge”. La verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos inserta
en la misión de la Iglesia, debe despertar en nosotros el deseo de propagar el reino de Cristo en
toda la tierra, para gloria de Dios Padre, a fin de que todos los hombres participen de la
redención salvadora de Cristo.
Con estas palabras exhortaba S.S. Juan Pablo II al pueblo argentino en su misión de evangelizar el
mundo:
El Concilio Vaticano II afirma que todos los cristianos participan de la única misión de la Iglesia, y
señala el modo específico que tienen los fieles laicos de ejercer su apostolado: “A los laicos
corresponde, por su propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios” (Lumen gentium, 31). No hay, por tanto, actividad humana
temporal que sea ajena a esa tarea evangelizadora. “El camino propio de su actividad evangelizadora
es el mundo vasto y complejo de la política, de la vida social, de la economía, y también de la cultura,
de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como
otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y
jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento..” (Evangelii Nuntiandi, 70).
...Habéis de ser “heraldos y apóstoles” (cf. 1Tm 2, 7) del Evangelio para el mundo de hoy. No tengáis
miedo. El Señor ha querido que vuestra vida se despliegue en medio de las realidades temporales, para
que renovéis –con la libertad de los hijos de Dios– esa sociedad de la que formáis parte.
Como Pastor de la Iglesia universal, hoy quiero pediros a todos vosotros, los laicos cristianos
argentinos, que asumáis decididamente vuestro apostolado específico e irreemplazable: en vuestra vida
profesional, familiar y social, en las parroquias... A ello os invitan además, de manera apremiante, las
necesidades de los tiempos recios que vivimos y os impulsa la acción fecunda e incesante del Espíritu
Santo. En efecto, tenéis ante vosotros evidentes muestras de difusión del secularismo que pretende
invadirlo todo; a la vez, estáis percibiendo con señales muy claras la creciente hambre de Dios, que
siente en sus entrañas el hombre moderno, sobre todo la generación más joven.
“¡Vosotros sois la sal de la tierra! Vosotros sois la luz del mundo!”. Estas palabras de Cristo quieren
señalar con trazos bien precisos la impronta más adecuada de la vocación cristiana en toda época, y
dan bien a entender que ningún cristiano puede eximirse de la responsabilidad evangelizadora, y que
cada uno ha de ser consciente del compromiso personal con Cristo contraído en el bautismo y en la
confirmación.
No podéis “haceros semejantes a este mundo” bajo el influjo del secularismo, esto es, de un modo de
vida en el que se deja de lado la ordenación del mundo a Dios. Eso no significa odiar o despreciar el
mundo, sino al contrario, amar verdaderamente a este mundo, al hombre, a todos los hombres. ¡El
amor se demuestra en el hecho de difundir el verdadero bien, con el fin de transformar el mundo según
el espíritu salvífico del Evangelio y preparar su plena realización en el reino futuro!
No sois llamados para vivir en la segregación, en el aislamiento. Sois padres y madres de familia,
trabajadores, intelectuales, profesionales o estudiantes como todos. La llamada de Dios no mira al
apartamiento, sino a que seáis luz y sal allí mismo donde os encontráis. Cristo quiere que seáis “luz del
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mundo”; y. por tanto, estáis colocados como “una ciudad situada en la cima de una montaña”, ya que
“no se enciende una lámpara para esconderla, sino que se la pone en el candelero para que ilumine...”
(Mt 5, 14-15).
Vuestra tarea es la “renovación de la realidad humana” –renovación múltiple y variada– en el espíritu
del Evangelio y en la perspectiva del reino de Dios, procurando también que todas las realidades de la
tierra se configuren de acuerdo con el valor propio, que Dios les ha dado (cf.Apostolicam
Actuositatem, 7). Es éste el amplio horizonte al que debe llegar toda la obra de la redención de Cristo
(cf. Ibíd., 5); y vosotros, los laicos, os insertáis operativamente en ella ofreciendo a Dios vuestro
trabajo diario (cf. Gaudium et spes, 67).
Para iluminar a todos los hombres, habéis de ser testigos de la Verdad y para ello adquirir una honda
formación religiosa, que os lleve a conocer cada vez mejor la doctrina de Cristo transmitida por la
Iglesia.
Tened siempre presente que vuestro testimonio sería ineficaz –la sal perdería su sabor– si los demás no
vieran en vosotros las obras propias de un cristiano. Porque es sobre todo vuestra conducta diaria la
que debe iluminar a los demás. Os lo dice Cristo mismo: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres
la luz que hay en vosotros, a fin de que ellos vean las buenas obras que vosotros hacéis y glorifiquen al
Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El Concilio Vaticano II se inspiró en este texto evangélico al
describir la eficacia sobrenatural del apostolado de los laicos (cf.Apostolicam Actuositatem, 6).
(Beato Juan Pablo II. Homilía de la misa celebrada en el Parque Independencia de la ciudad de
Rosario- Argentina. 11 de abril de 1987)
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ANEXOS
LETANÍAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
"...Las letanías del Corazón de Jesús se inspiran abundantemente en las fuentes bíblicas y, al mismo
tiempo, reflejan las experiencias más profundas de los corazones humanos. Son, a la vez, oración de
veneración y de diálogo auténtico. Hablamos en ellas del corazón y, al mismo tiempo, dejamos a los
corazones hablar con este único Corazón, que es "Fuente de vida y de santidad" . Del Corazón que
es "Paciente y lleno de Misericordia" y "Generoso para todos los que le invocan...". (Beato Juan
Pablo II. Ángelus, 27 de junio de 1982)
V Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, ten misericordia de nosotros
R. Cristo, ten misericordia de nosotros
V. Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, óyenos
R. Cristo, óyenos
V. Cristo, escúchanos
R. Cristo, escúchanos
V. Dios, Padre celestial
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Hijo Redentor del mundo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Espíritu Santo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de nosotros
(A las siguientes invocaciones se responde: "TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS")
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
Hijo del Eterno Padre, ...
Formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen ...
Unido sustancialmente al Verbo de Dios, ...
Templo Santo de Dios, ...
Tabernáculo del Altísimo, ...
Casa de Dios y Puerta del Cielo, ...
Horno Ardiente de Caridad, ...
Santuario de Justicia y de Amor, ...
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Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
Corazón
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
de Jesús,
Lleno de Bondad y de Amor, ...
Abismo de todas las virtudes,..
Dignísimo de toda alabanza,...
Rey y centro de todos los corazones,...
en Quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría...
en Quien reside toda la plenitud de la Divinidad,...
en Quien el Padre halló sus complacencias,...
de cuya plenitud todos hemos recibido, ...
Deseo de los eternos collados, ...
Paciente y lleno de misericordia, ...
Generoso para todos los que te invocan,...
Fuente de vida y santidad,...
Propiciación por nuestros pecados,...
Saciado de oprobios,...
Hecho Obediente hasta la muerte, ...
Traspasado por una lanza,...
Fuente de todo consuelo,...
Vida y resurrección nuestra,...
Paz y reconciliación nuestra,...
Víctima por los pecadores, ...
Salvación de los que en ti esperan,...
Esperanza de los que en ti mueren, ...
Delicia de todos los Santos,...
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Escúchanos Señor.
Jesús Manso y Humilde de Corazón,
- Haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
Dios Padre Misericordioso, mira el Corazón de Tu Amadísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones
que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a quienes te piden misericordia en el
nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina Contigo por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIONES AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Primera Consagración al Sagrado Corazón, de Santa Margarita María
Yo, __________, me doy y consagro al Sagrado Corazon de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi
vida, mis oraciones, penas y sufrimientos, para no querer servirme de ninguna parte de mi ser sino para
honrarlo, amarlo y glorificarlo. Es mi voluntad irrevocable ser toda de El y hacer todo por su amor,
renunciando de todo corazón a todo lo que pueda disgustarle.
Yo os tomo, pues, Oh Sagrado Corazón, por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la
seguridad de mi salvación, el remedio de mi fragilidad y de mi inconstancia, el reparador de todos los
defectos de mi vida, y mi asilo en la hora de mi muerte.
Sed, por tanto, ¡Oh Corazón de bondad! mi justificación para con Dios vuestro Padre, y alejad de mi
los rayos de su justa cólera. ¡Oh Corazón de amor! yo pongo toda mi confianza en vos, pues todo lo
temo de mi malicia y de mi debilidad, pero todo espero de vuestra bondad. ¡Extinguid pues en mí todo
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lo que os pueda desagradar o resistir! Que vuestro puro amor os imprima con tanta presteza en mi
corazón que no pueda jamás olvidaros, ni estar separada de vos, a quien conjuro, por todas vuestras
bondades, que mi nombre sea escrito en vos, pues yo quiero hacer construir mi gloria en vivir y morir
en calidad de esclava vuestra. Amen.
Acto de confianza al Corazón de Jesús (San Claudio de la Colombiere)
Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede
faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno,
descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh
Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.
Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme
las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no
perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los
esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.
Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su
vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus
oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo
Tú, has asegurado mi esperanza.
A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en
su confianza.
Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos
¡Oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé, Señor, y jamás seré confundido.
Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las
tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento;
pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto
de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable
esperanza.
En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que
hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes,
que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más
formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción; y para
llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos
mismo ¡Oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea.
Oración expiatoria al Sagrado Corazón de Jesús (Miserentissimus Redemptor. Pio XI)
(Se concede indulgencia plenaria a quien recite publicamente esta oración en la Solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús, cumpliendo con las condiciones requeridas)
Dulcísimo Jesús, cuya caridad derramada sobre los hombres se paga tan ingratamente con el olvido, el
desdén y el desprecio, míranos aquí postrados ante tu altar. Queremos reparar con especiales
manifestaciones de honor tan indigna frialdad y las injurias con las que en todas partes es herido por
los hombres tu amoroso Corazón.
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Recordando, sin embargo, que también nosotros nos hemos manchado tantas veces con el mal, y
sintiendo ahora vivísimo dolor, imploramos ante todo tu misericordia para nosotros, dispuestos a
reparar con voluntaria expiación no sólo los pecados que cometimos nosotros mismos, sino también
los de aquellos que, perdidos y alejados del camino de la salud, rehúsan seguirte como pastor y guía,
obstinándose en su infidelidad, y han sacudido el yugo suavísimo de tu ley, pisoteando las promesas
del bautismo.
A1 mismo tiempo que queremos expiar todo el cúmulo de tan deplorables crímenes, nos proponemos
reparar cada uno de ellos en particular: la inmodestia y las torpezas de la vida y del vestido, las insidias
que la corrupción tiende a las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las miserables
injurias dirigidas contra ti y contra tus santos, los insultos lanzados contra tu Vicario y el orden
sacerdotal, las negligencias y los horribles sacrilegios con que se profana el mismo Sacramento del
amor divino y, en fin, las culpas públicas de las naciones que menosprecian los derechos y el
magisterio de la Iglesia por ti fundada.
¡Ojalá que podamos nosotros lavar con nuestra sangre estos crímenes! Entre tanto, como reparación
del honor divino conculcado, te presentamos, acompañándola con las expiaciones de tu Madre la
Virgen, de todos los santos y de los fieles piadosos, aquella satisfacción que tú mismo ofrecisté un día
en la cruz al Padre, y que renuevas todos los días en los altares. Te prometemos con todo el corazón
compensar en cuanto esté de nuestra parte, y con el auxilio de tu gracia, los pecados cometidos por
nosotros y por los demás: la indiferencia a tan grande amor con la firmeza de la fe, la inocencia de la
vida, la observancia perfecta de la ley evangélica, especialmente de la caridad, e impedir además con
todas nuestras fuerzas las injurias contra ti, y atraer a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, te
rogamos, benignísimo Jesús, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María Reparadora, el
voluntario ofrecimiento de expiación; y con el gran don de la perseverancia, consérvanos fidelísimos
hasta la muerte en el culto y servicio a ti, para que lleguemos todos un día a la patria donde tú con el
Padre y con el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús
(Se concede indulgencia plenaria a quien recite esta oración publicamente en la Solemnidad de Cristo
Rey, cumpliendo con las condiciones requeridas)
Efectuada en 1899 por León XIII, prescrita por Pio XI para la Solemnidad de Cristo Rey, y abreviada
en su texto por Juan XXIII en 1959, quedando así:
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano; míranos humildemente postrados ante tu altar. Tuyos
somos y tuyos queremos ser; y para que podamos hoy unirnos más íntimamente contigo, cada uno de
nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Es verdad que muchos jamás te conocieron, que muchos te abandonaron después de haber despreciado
tus mandamientos; ten misericordia de unos y otros, benignísimo Jesús, y atráelos a todos a tu
Santísimo Corazón.
Reina, Señor, no solamente sobre los fieles que jamás se apartaron de ti, sino también sobre los hijos
pródigos que te abandonaron, y has que estos prontamente regresen a la casa paterna, para que no
perezcan de hambre y de miseria.
Reina sobre aquellos a quienes tienen engañados las falsas doctrinas o se hallan divididos por la
discordia, y vuélvete al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve no halla sino un
solo redil y un solo Pastor.
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Concede, Señor, a tu Iglesia, segura y completa libertad; otorga la paz a las naciones y haz que del
uno al otro polo de la tierra resuene esta sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos vino
la salud; a Él sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
Novena recitada diariamente por el San Pío de Pietrelcina por todos aquellos que le solicitaban sus
oraciones.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
- Oh Jesús mío, que dijiste: "En verdad os digo, pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se
os abrirá". He aquí que yo llamo, yo busco, yo pido la gracia...
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío y espero.
- Oh Jesús mío, que dijiste: "En verdad os digo, todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre, os lo
concederá". He aquí que a tu Padre, en tu nombre, yo pido la gracia...
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío y espero.
- Oh Jesús mío, que dijiste: "En verdad os digo, el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán". He aquí que, apoyado en la infalibilidad de tus santas palabras, yo pido la gracia...
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío y espero.
Oh Sagrado Corazón de Jesús, a quien es imposible no tener compasión de los infelices, ten piedad de
nosotros, pobres pecadores, y concédenos la gracia que te pedimos por intercesión del Corazón
Inmaculado de María, tuya y nuestra tierna Madre.
San José, padre adoptivo del Sagrado Corazón de Jesús, ruega por nosotros.
Salve.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Consagración al Sagrado Corazón de Jesús (Beato Juan Pablo II, 1986)
Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad
y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.
Señor Jesucristo, Salvador del mundo, te damos las gracias por todo lo que eres y todo lo que haces.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de Tu Sagrado
Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de
nuestra vida eterna.
Reunidos juntos en Tu nombre, que está por encima de todo nombre, nos consagramos a tu
Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.
Al consagrarnos a Ti, los fieles (persona o de lugar) renovamos nuestro deseo de corresponder con
amor a la rica efusión de tu misericordioso y pleno amor.
Señor Jesucristo, Rey de Amor y Príncipe de la Paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares.
Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón.
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¡Que todos proclamemos y demos gloria a Ti, al Padre y al Espíritu Santo, único Dios que vive y reina
por los siglos de los siglos! Amén.
Renovación de la Consagración al Sagrado Corazón (Beato Juan Pablo II, en Quito, Ecuador, 30
enero, 1985)
Este es, Señor, vuestro pueblo.
Siempre, Jesús, os reconocerá por su Dios.
No volverá sus ojos a otra estrella,
que a esa de amor y misericordia
que brilla en medio de vuestro pecho.
Sea, pues, Dios nuestro, sea vuestro Corazón
el faro luminoso de nuestra fe,
el áncora segura de nuestra esperanza,
el emblema de nuestras banderas,
el escudo impenetrable de nuestra flaqueza,
la aurora hermosa de una paz imperturbable,
el vínculo estrecho de una concordia santa,
la nube que fecunde nuestros campos,
el sol que alumbra nuestros horizontes,
la vena, en fin, riquísima
de la prosperidad y abundancia que necesitamos.
Y, pues, nos consagramos y entregamos sin reserva
a vuestro Divino Corazón,
multiplicad sin fin los años de nuestra paz.
Desterrad de los confines de la patria
la impiedad y corrupción, la calamidad y la miseria.
Dicte nuestras leyes vuestro Evangelio;
gobierne nuestros tribunales vuestra justicia;
sostengan y dirijan a vuestros gobernantes
vuestra clemencia y fortaleza;
perfeccionen a nuestros sacerdotes
vuestra sabiduría, santidad y celo;
convierta a todos los hijos del Ecuador vuestra gracia
y corónelos en la eternidad vuestra gloria;
para que todos los pueblos y naciones de la tierra,
contemplando la verdadera dicha y ventura del nuestro,
se acojan a su vez a vuestro amante Corazón
y disfruten de la paz que ofrece el mundo
esa fuente pura y símbolo perfecto
de amor y caridad. Amén.
CEREMONIAL DE ENTRONIZACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN EL HOGAR
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“Lo que especialmente deseamos es que las familias cristianas se consagren al Corazón de Jesús, de
manera que colocada la imagen en el sitio principal de la casa, como en su trono, aparezca que Cristo
reina de verdad en el hogar” (Pio XII)
Para que esta entronización rinda sus frutos es necesario que todos los miembros de la casa deseen y
vivan la presencia del Corazón de Jesús en medio de ellos. Es conveniente que al entronizar la imagen
todos asuman un compromiso concreto de vida espiritual que deberán revisar periódicamente.
- Bendición de la casa
V. Nuestro auxilio está en el nombre del Señor.
R. Que hizo el cielo y la tierra.
V. El Señor esté con vosotros
R. Y con tu espíritu
Oremos. Bendi†ce Señor, Dios Todopoderoso, esta casa: para que resida en ella la salud, la pureza, la
prosperidad, la virtud, la humildad y la mansedumbre, la plenitud de la ley y de la acción de gracias a
Dios Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y que esta bendición permanezca en esta casa y sobre los que
la habitan, ahora y por todos los siglos. Amén
(se rocía la casa con agua bendita)
- Acto de consagración (San Pío X)
(todos de rodillas. Se puede agregar lo que se desea a este texto. Conviene que lo lea el padre de
familia).
Sagrado Corazón de Jesús, Tú que has manifestado a Santa Margarita el deseo de reinar sobre las
familias cristianas, venimos hoy a proclamar Tu Reinado más absoluto sobre la nuestra. Queremos
vivir en delante de Tu vida, queremos hacer florecer en nuestro corazón, las virtudes por las cuales Tú
has prometido la paz aquí abajo, queremos arrojar lejos de nosotros, el espíritu mundano que Tú has
maldecido.
Tú reinarás sobre nuestras inteligencias, por la sencillez de nuestra fe. Tú reinarás sobre nuestros
corazones, por el amor sin reserva, que se consumirá por Ti, y del que nosotros mantendremos la
llama, con la recepción frecuente de Tu divina Eucaristía.
Dígnate, divino Corazón, presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas espirituales y
temporales, alejar nuestras inquietudes, santificar nuestras alegrías, aliviar nuestras penas.
Si alguno de entre nosotros tiene la desgracia de afligirte, recuérdale, Corazón de Jesús, que Tú eres
bueno y misericordioso para con el pecador penitente. Y cuando llegue la hora de la separación,
cuando la muerte venga a traer duelo en medio de nosotros, estaremos todos, los que parten y los que
quedan, sometidos a Tus decretos eternos. Nos consolaremos con el pensamiento, que llegará un día en
el cual la familia, reunida en el Cielo, podrá cantar eternamente, Tus glorias y Tus beneficios.
Corazón Inmaculado de María, glorioso Patriarca San José, dígnense presentar esta consagración, y
nosotros recordarla todos los días de nuestra vida.
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(Se concede indulgencia plenaria a los miembros de la familia el día que realizan por primera vez esta
consagración)
- Entronización
( El sacerdote – o el padre de familia- coloca la imagen en el lugar de honor de la casa)
- Acción de gracias
(todos juntos)
Gloria al Sagrado Corazón de Jesús por la misericordia infinita que El ha dispensado a sus dichosos
servidores, los miembros de este hogar, que El ha elegido entre miles, como herencia de amor y
santuario de reparación, donde se lo compensará por la ingratitud de los hombres.
Con que piadosa emoción, Jesús, este pequeño rebaño fiel acepta el insigne honor de verte presidir
nuestra familia. ¡Cómo Te adora en silencio, y se alegra de verte compartir bajo el mismo techo, las
fatigas, las inquietudes y las alegrías inocentes de Tus hijos! No somos dignos, es verdad, de que Tu
entres en este humilde techo; pero Tu ya has pronunciado la palabra que nos fortalece, y dado que nos
revelaste la belleza de Tu Santísimo Corazón, nuestras almas que tienen sed de Ti, han encontrado en
la herida de Tu costado, buen Jesús, las aguas vivas que brotan hasta la vida eterna.
Así pues, arrepentidos y confiados, venimos a entregarnos a Ti, que eres el camino seguro. Permanece
entre nosotros, Corazón tres veces santo, pues sentimos la irresistible necesidad de amarte y hacerte
amar. Tu eres la zarza ardiente, que debe abrasar al mundo para purificarlo. Sí, que esta casa sea para
Ti un asilo tan dulce como el de Betania, donde puedas encontrar descanso cerca de quienes Te aman,
que han elegido la mejor parte en la felicidad intima de Tu Corazón. Que esta casa sea, amado
Salvador, durante el exilio que Te infligen tus enemigos, un humilde pero hospitalario refugio,
semejante a aquel de Egipto. Ven, Señor Jesús, ven, pues aquí, como en Nazaret, se ama con un tierno
amor a la Virgen María, esta dulce Madre que Tú mismo nos has dado. Ven a ocupar con Tu dulce
presencia los vacíos que la desgracia y la muerte han dejado entre nosotros. Amigo fiel, si Tú hubieses
estado aquí en las horas tristes de dolor y de duelo, nuestras lágrimas habrían sido menos amargas,
habríamos sentido el bálsamo saludable sobre estas secretas heridas que sólo Tú conoces... Ven, pues
ya se acerca para nosotros la tarde angustiosa de los pesares y declina el día fugitivo de nuestra
juventud y de nuestras ilusiones. Quédate con nosotros, pues ya se hace tarde y el mundo perverso nos
quiere envolver con la sombra de sus negaciones, mientras que nosotros queremos estar junto a Ti,
porque sólo Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.
Permíteme escuchar, Jesús, estas palabras de otros tiempos: "porque hoy es necesario que Yo me
hospede en tu casa" (S. Lucas XIX, 5).
Sí, Señor, establece aquí Tu morada para que vivamos de Tu amor y con Tu compañía, nosotros que
Te proclamamos nuestro Rey, pues no queremos a ningún otro mas que a Ti.
Amado, bendito, glorificado, sea para siempre en este hogar, el Corazón triunfante de Jesús. Venga a
nosotros Su Reino. Amén.
(Recítese una Salve en homenaje al Corazón Inmaculado de María)
Bibliografía:
Carta Encíclica “Annum Sacrum”, SS León XIII, 1899
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Carta Encíclica “Quas Primas”, SS Pío XI, 1925
Carta Encíclica “Miserentissimus Redemptor”, SS Pío XI, 1928
Carta Encíclica “Haurietis Aquas”, SS Pío XII, 1956
Carta Encíclica “Dives in misericordia”, SS Juan Pablo II, 1980
Carta Encíclica “Deus Caritas est”, SS. Benedicto XVI, 2005
Mes del Sagrado Corazón de Jesús. Extractado de los escritos de Sta. Margarita Ma. de
Alacoque, Ed. Testimonio. Autores católicos escogidos. España.
Crawley – Boevey, Mateo. “Jesús, Rey de Amor”. Secretariado Nacional de la Entronización
del Corazón de Jesús. Madrid. 1960.
Crawley – Boevey, Mateo. “Horas Santas”.
Carta al padre Peter-Hans Kolvenbach, director general de la Pía Unión del
apostolado de la oración en el 150 aniversario de su fundación (SS. Juan Pablo II. 3 de diciembre
de 1994)
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