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JUEVES
Semana 33 del Tiempo Ordinario
La ciudad en el corazón de Jesús orante
Lucas 19,41-44
“¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”
Hemos venido acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén. En este camino, el Maestro ha
dado las lecciones más importantes sobre el discipulado, en ellas ha quedado claro en qué
consiste el evangelio.
En este camino, ante Jesús, han aparecido los rostros de los aquellos que necesitan de
salvación: el hombre herido en el camino de Jericó, la mujer encorvada, el hidrópico, el hijo
pródigo, el mendigo Lázaro, el rico Zaqueo, el mendigo ciego de Jericó; los pobres, lisiados,
cojos y ciegos invitados al banquete. Estos lo han acogido.
Pero en este mismo camino Jesús también ha encontrado rechazo: en Samaría no lo reciben
porque se dirige a Jerusalén; las ciudades de Corazin, Betsaida y Cafarnaum le cierran las
puertas a los misioneros; los fariseos y legistas se confabulan contra Él, lo critican porque
come con pecadores y ayuda a la gente el sábado, Herodes amenaza su vida.
Pues bien, Jesús ahora llega a Jerusalén y allí encuentra la mayor resistencia: la de toda una
ciudad y la que lo llevará a la muerte.
El texto comienza diciendo: “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella”
(19,41). La tradición ha visto en este momento de la vida de Jesús, un momento de oración
(hay actualmente una capilla en el Monte de los Olivos desde donde se vislumbra la ciudad
de Jerusalén, conocida como “Dominus Flevit”). Y no hay duda que esta pausa en el camino,
previa a la entrada a la ciudad santa, momento culminante de largo camino hacia Jerusalén,
está envuelta en la atmósfera de la oración (al fin y al cabo el ministerio de Jesús es orante),
sin embargo en ella Jesús no le habla al Padre sino a la ciudad. Su manera de hacerlo y el
contenido de sus palabras son toda una enseñanza para nosotros.
(1) Qué hace Jesús frente a la ciudad (19,41)
La descripción lucana es muy diciente: un hombre sólo frente a una ciudad entera. Todo lo
que puede distraer es quitado de en medio y así la atención del lector se enfoca hacia un
escenario simple, donde se tiene lugar el monólogo del profeta frente a la capital, frente a la
sede de la actividad política y religiosa, de la que ya se sabe que “apedrea a los profetas”
(ver 13,34-35).
Las tres acciones iniciales de Jesús indican un itinerario también interno. El punto de
referencia es “la ciudad”. De cara a ella, Jesús “se aproxima”, la “ve” y “llora” por ella. En
tres pasos Jesús se inserta en el corazón de la ciudad y también inserta la ciudad en su
corazón.
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Notemos que hay un proceso de captación profunda. Aquí se revela un aspecto nuevo de la
misericordia de Jesús, quien no sólo capta a las personas –individualmente- por dentro sino
también todo el tejido urbano; ese mundo urbano en el que se vive funcionalmente, en el que
se traba, se come, se duerme y se divierte, pero al que no se le capta fácilmente un corazón.
Jesús, en su oración capta lo esencial de aquello que es complejo y lo relee desde el proyecto
de Dios.
(2) Qué le dice Jesús a la ciudad (19,42-44)
Jesús traduce sus lágrimas en palabras. No son palabras de amenaza sino las de un corazón
adolorido que lanza un último llamado a la conversión desde el amor. El dolor del profeta
expresa su visión anticipada de las trágicas consecuencias que tiene para el pueblo el no haber
recapacitado a tiempo.
En sus palabras podemos notar los siguientes énfasis:
(a) Jerusalén es invitada a vivir su vocación. Precisamente el mismo nombre de la ciudad
incluye el término “shalom”, que significa “paz”. Jesús trae el “mensaje de la paz” (este es
el contenido del evangelio: Lc 1,79 y 2,14) que la puede ayudar a la realización de su
proyecto.
(b) Jerusalén debe responder con urgencia. Para ello Jesús plantea la premura del tiempo:
“este día” (del mensaje de paz; v.42) se contrapone al “vendrán días” (de violencia; v.43).
La “visita” de Jesús (v.44), el tiempo de la salvación que se realiza en Jesús (ver Lucas 4,19
junto 1,68 y 7,16), es el último chance para revertir la historia.
(c) La solidez de la ciudad se vendrá abajo por causa de su autosuficiencia: “no quedará
piedra sobre piedra” (v.44; cuyo desmonte se da dentro de la progresión del sitio de
Jerusalén: la rodean, aprietan el cerco y la invaden arrasándola). Además de que este es un
ejemplo claro de que “dispersa a los soberbios” (Lc 1,51), en el fondo está la pedagogía de
Dios que coloca va a sustituir a Jerusalén por Jesús como punto de referencia del actuar
salvífico de Dios.
(d) Hay una contraposición entre “conocer” (dicho dos veces) y “ocultar”. Jesús no le está
quitando toda posibilidad a Jerusalén, sino que indica que la ciudad tendrá que hacer el
camino lento que pasa por la sombra de la cruz y se desvela en la gloria de la resurrección.
Es así como Jesús saca a la luz la realidad de la ciudad, desde el proyecto que Dios tiene
sobre ella y que está a punto de realizarse definitivamente en un nuevo anuncio del “mensaje
de paz”. Esta nueva proclamación del Evangelio ya no brotará de sus labios en lo alto del
Monte de los Olivos sino del silencio de las lágrimas en la entrega de sí mismo desde el
Monte donde se planta la Cruz.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo hondo del corazón:
1. ¿De qué manera las lágrimas de Jesús, sobre la ciudad cerrada al evangelio, se siguen
derramando hoy?
2. ¿Por qué las ciudades grandes son las más difíciles de evangelizar? ¿Por qué esto sucede
también en los ambientes más religiosos, como lo era Jerusalén? ¿Hay esperanza?
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3. ¿De qué manera va a Jesús a evangelizar finalmente a la ciudad santa?
4. ¿Qué se debe hacer en aquellos ambientes y con aquellas personas que le cierran las puertas
al Evangelio de Jesús?
5. ¿Qué pistas nos dan las acciones de Jesús en este texto para la “pastoral urbana”?
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