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Lección 13
El evangelio eterno
Sábado 20 de diciembre
Hay esperanza para el pecador. Cristo levantado en la cruz del Calvario es esa esperanza. La misericordia ha provisto la víctima que la justicia
exigía por la transgresión humana. Mediante los méritos de Cristo, Dios
puede perdonar el pecado y justificar a los que creen en Jesús. ¡Esta preciosa verdad es de inestimable valor para cada alma arrepentida! ¿No
deberíamos procurar captar, tanto como nos sea posible, el hecho de que
si creemos en Jesús, el Señor nos perdona aunque seamos pecadores,
ignorantes y errantes, y nos ama como a su propio Hijo? En el momento
en que pedimos perdón con contrición y sinceridad, Dios nos perdona.
¡Oh, qué gloriosa verdad! Prediquémosla, cantémosla, elevémosla en
nuestras oraciones ¡Elevemos al Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo! Digámosle a la gente: “¡He aquí el Hombre del Calvario!” Dios
está esperando para perdonar a todos los que vienen a él sinceramente
arrepentidos (Signs of the Times, 4 de septiembre de 1893).
El plan de redención no es solo una forma de escapar del castigo de la
transgresión, sino que el pecador recibe el perdón de sus pecados por medio
de ese plan, y finalmente será recibido en el cielo; pero no como un delincuente que es perdonado y dejado en libertad y que sin embargo es objeto
de desconfianza y no se le brinda amistad ni se le tiene fe, sino que se le da
la bienvenida como a un hijo y se le da de nuevo la más plena confianza.
El sacrificio de nuestro Salvador ha hecho amplia provisión para cada
alma arrepentida y creyente. Somos salvos porque Dios ama lo que ha
sido comprado con la sangre de Cristo, y no solo perdonará al pecador
arrepentido, no solo le permitirá entrar en el cielo, sino que él, el Padre de
misericordia, aguardará en los mismos portales del cielo para damos la
bienvenida, para damos una amplia entrada en las mansiones de los bienaventurados. ¡Oh, qué amor, qué maravilloso amor ha mostrado el Padre
en la dádiva de su amado Hijo por esta raza caída! Y este sacrificio es un
canal para que fluya su amor infinito, para que todo el que cree en Jesucristo pueda recibir, como el hijo pródigo, plena y gratuita reintegración
al favor del cielo (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 962).
Domingo 21 de diciembre: El evangelio en el Antiguo Testamento
El Salvador simbolizado en los ritos y ceremonias de la ley judía es el
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mismo que se revela en el evangelio. Las nubes que envolvían su divina
forma se han esfumado; la bruma y las sombras se han desvanecido; y
Jesús, el Redentor del mundo, aparece claramente visible. El que proclamó la ley desde el Sinaí, y entregó a Moisés los preceptos de la ley ritual,
es el mismo que pronunció el sermón sobre el monte. Los grandes principios del amor a Dios, que él proclamó como fundamento de la ley y los
profetas, son solo una reiteración de lo que él había dicho por medio de
Moisés al pueblo hebreo: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno
es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y
con todo tu poder”. Y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Deuteronomio 6:4, 5; Levítico 19:18). El Maestro es el mismo en las dos dispensaciones (Patriarcas y profetas, p. 390).
Pero nótese aquí que la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una expresión de su
misma naturaleza; es la personificación del gran principio del amor y, en
consecuencia, el fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. Si
nuestros corazones son regenerados a la semejanza de Dios, si el amor
divino es implantado en el corazón, ¿no se manifestará la ley de Dios en
la vida? Cuando es implantado el principio del amor en el corazón, cuando el hombre es renovado conforme a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón, y
también en su mente las escribiré” (Hebreos 10:16). Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia, es decir, el servicio y la lealtad de amor, es la verdadera prueba del discipulado...No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don
gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de
la fe. “Sabéis que él fue manifestado para quitar los pecados, y en él no
hay pecado. Todo aquel que mora en él no peca; todo aquel que peca no
le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:5, 6). He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotros, nuestros
sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, tienen que estar
en armonía con la voluntad de Dios como se expresa en los preceptos de
su santa ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra
justicia es justo, así como él es justo” (1 Juan 3:7). Sabemos lo que es
justicia por el modelo de la santa ley de Dios, como se expresa en los
Diez Mandamientos dados en el Sinaí (El camino a Cristo, pp. 59, 60).
Lunes 22 de diciembre: El evangelio encarnado
Los que no conocen a Dios no pueden hallarlo mediante su sabiduría
ni su ciencia. Cristo no trata de demostrar el gran misterio, sino que revela un amor inconmensurable. No hace del poder y la grandeza de Dios el
tema principal de sus discursos. Con la mayor frecuencia habla de él como Padre nuestro... Desea que nuestra mente, debilitada por el pecado,
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sea animada a que capte la idea de que Dios es amor. Desea alentamos
con su confianza...
El padre del hijo pródigo es el modelo que Cristo elige como una representación de Dios. Ese padre anhela ver y recibir una vez más al hijo
que lo ha abandonado. Lo espera y vela por él, ansiando verlo, esperando
que venga. Cuando ve que se acerca un extraño, pobre y vestido con harapos, sale a recibirlo, por si fuera su hijo. Y lo alimenta y viste como si
fuera realmente su hijo. Más tarde recibe su recompensa, pues su hijo
vuelve al hogar y en sus labios lleva la confesión suplicante: “Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu
hijo”. Y el padre dice a los siervos: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro
gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (Lucas 15:21-23).
No hay reprimendas ni se hacen cuentas con el pródigo por su mal
proceder. El hijo siente que el pasado está perdonado y olvidado, raído
para siempre. Y así Dios dice al pecador: “Yo deshice como una nube tus
rebeliones, y como niebla tus pecados” (Isaías 44:22). “Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34) (En
lugares celestiales, p. 10).
El publicano había ido al templo con otros adoradores, pero pronto se
apartó de ellos, sintiéndose indigno de unirse en sus devociones. Estando
en pie lejos, “no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su
pecho” con amarga angustia y aborrecimiento propio. Sentía que había
obrado contra Dios; que era pecador y sucio. No podía esperar misericordia, ni aun de los que lo rodeaban, porque lo miraban con desprecio. Sabía que no tenía ningún mérito que lo recomendara a Dios, y con una total
desesperación clamaba: “Dios, sé propicio a mí pecador”. No se comparaba con los otros. Abrumado por un sentimiento de culpa, estaba como si
fuera solo en la presencia de Dios. Su único deseo era el perdón y la paz,
su único argumento era la misericordia de Dios. Y fue bendecido. “Os
digo —dice Cristo— que éste descendió a su casa justificado antes que el
otro” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 117).
El pobre publicano que oraba diciendo: “¡Dios, ten misericordia de
mí, pecador!” (Lucas 18:13) se consideraba a sí mismo como un hombre
muy malvado y así lo consideraban los demás, pero él sentía su necesidad, y con su carga de pecado y vergüenza vino delante de Dios implorando su misericordia., Su corazón estaba abierto para que el Espíritu de
Dios hiciese en él su obra de gracia y lo libertase del poder del pecado (El
camino a Cristo, p. 29).
Martes 23 de diciembre: El evangelio en Pablo
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Es82
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píritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer
nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su obediencia es
aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu
Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer
el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del profeta,
Cristo declaró respecto a sí mismo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas” (Salmo 40:8). Y
cuando entre los hombres, dijo: “No me ha dejado el Padre; porque yo, lo
que a él agrada, hago siempre” (Juan 8:29).
El apóstol Pablo presenta claramente la relación que existe entre la fe
y la ley bajo el nuevo pacto. Dice: “Justificados pues por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. “¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley”.
“Porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne
[no podía justificar al hombre, porque éste en su naturaleza pecaminosa
no podía guardar la ley], Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne
de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que
la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, mas conforme al Espíritu” (Romanos 5:1; 3:31; 8:3, 4).
La obra de Dios es la misma en todos los tiempos, aunque hay distintos grados de desarrollo y diferentes manifestaciones de su poder para
suplir las necesidades de los hombres en los diferentes siglos. Empezando
con la primera promesa evangélica, y siguiendo a través de las edades
patriarcal y judía, para llegar hasta nuestros propios días, ha habido un
desarrollo gradual de los propósitos de Dios en el plan de la redención
(Patriarcas y profetas, pp. 389, 390).
La ley y el evangelio están en perfecta armonía. Se sostienen mutuamente. La ley se presenta con toda su majestad ante la conciencia, haciendo que el pecador sienta su necesidad de Cristo como la propiciación
de los pecados. El evangelio reconoce el poder e inmutabilidad de la ley.
“Yo no conocí el pecado sino por la ley”, declara Pablo (Romanos 7:7).
La convicción del pecado, implantada por la ley, impele al pecador hacia
el Salvador. En su necesidad, el hombre puede presentar el poderoso
argumento suministrado por la cruz del Calvario. Puede demandar la
justicia de Cristo, pues es impartida a todo pecador arrepentido (Mensajes
selectos, tomo 1, p. 283).
Miércoles 24 de diciembre: El “nuevo” pacto
Las bendiciones del nuevo pacto están basadas únicamente en la misericordia para perdonar iniquidades y pecados. El Señor especifica: Haré así y
así con todos los que se vuelvan a mí abandonando el mal y escogiendo el
bien. “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus peRECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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cados y de sus iniquidades”. Todos los que humillan su corazón confesando
sus pecados, hallarán misericordia, gracia y seguridad. Al mostrar misericordia al pecador, ¿ha cesado Dios de ser justo? ¿Ha deshonrado su santa
ley, y de aquí en adelante pasará por alto la violación de ella? Dios es constante. No cambia. Las condiciones de la salvación son siempre las mismas.
Vida, vida eterna para todos los que quieran obedecer la ley de Dios...
Las condiciones por las cuales puede ganarse la vida eterna bajo el
nuevo pacto, son las mismas que había bajo el antiguo pacto: perfecta
obediencia. Bajo el antiguo pacto había muchas culpas de carácter atrevido e insolente para las cuales no había una expiación especificada por la
ley. En el nuevo y mejor pacto Cristo ha cumplido la ley por los transgresores de la ley, si lo reciben por fe como Salvador personal. “A todos los
que le recibieron... les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Misericordia y perdón son la recompensa de todos los que vienen a Cristo confiando en los méritos de él para que quite sus pecados. En el mejor pacto
somos limpiados del pecado por la sangre de Cristo (Comentario bíblico
adventista, tomo 7, p. 943).
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su
obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de
nuestra salvación intercede por nosotros no solo como un solicitante, sino
como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo,
sosteniendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos
inmaculados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su
pueblo. El incienso asciende a Dios como un olor grato, perfumado con la
fragancia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el perdón
cubre todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin
duda alguna el ministro del Santuario, que oficia para él en el Santuario, y
que habla por los medios establecidos por Dios.
Cristo puede salvar hasta lo sumo a todos los que se acercan a él con
fe. Si se lo permiten los limpiará de toda contaminación; pero si se aferran a sus pecados no hay posibilidad de que sean salvos, pues la justicia
de Cristo no cubre los pecados por los cuales no ha habido arrepentimiento. Dios ha declarado que aquellos que reciben a Cristo como a su Redentor, aceptándolo como Aquel que quita todo pecado, recibirán el perdón
de sus transgresiones. Estas son las condiciones de nuestra elección. La
salvación del hombre depende de que reciba a Cristo por fe. Los que no
quieran recibirlo, pierden la vida eterna porque se niegan a aprovechar el
único medio proporcionado por el Padre y el Hijo para la salvación de un
mundo que perece (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 942).
Jueves 25 de diciembre: La culminación del evangelio
El mundo se halla necesitado de la verdad salvadora que Dios ha con84
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fiado a su pueblo. El mundo perecerá a menos que reciba un conocimiento de Dios por medio de sus agentes escogidos. En el poder del
Espíritu Santo, los que son obreros juntamente con Dios, han de trabajar
con celo incansable, y esparcir por el mundo la luz de la preciosa verdad.
Al ir por los caminos y los vallados, al trabajar en los lugares desiertos de
la tierra, en su país o en las regiones lejanas, verán la salvación de Dios
revelada de una manera notable.
Los fieles mensajeros de Dios han de tratar de hacer avanzar la obra
del Señor en la forma en que él lo ha señalado. Han de colocarse a sí
mismos en estrecha relación con el gran Maestro, para que puedan ser
enseñados diariamente por Dios. Han de luchar con Dios en oración ferviente por un bautismo del Espíritu Santo, para que puedan llenar las
necesidades de un mundo que perece en el pecado. Todo el poder es prometido a aquellos que salen con fe a proclamar el evangelio eterno. A
medida que los siervos de Dios lleven al mundo el mensaje vivo que acaban de recibir del trono de gloria, la luz de la verdad brillará como una
lámpara que arde, alcanzando todas partes del mundo. Así las tinieblas
del error y la incredulidad serán disipadas de la mente de los honrados de
corazón en todos los países, que buscan ahora a Dios, “si en alguna manera, palpando, le hallen” (Testimonios para los ministros, pp. 467, 468).
El Señor espera manifestar su gracia y poder mediante su pueblo. Pero
necesita que quienes se dedican a su servicio mantengan sus mentes
siempre en sintonía con él. Debieran dedicar tiempo diariamente para leer
la Palabra de Dios y orar. Cada hombre y soldado bajo el mando del Dios
de Israel necesita tiempo para consultar con él y buscar su bendición. Si
el obrero se permite dejar sin satisfacer esta necesidad, perderá su poder
espiritual. Debemos caminar y trabajar con Dios en forma individual;
entonces se revelará en nuestras vidas la influencia sagrada del evangelio
de Cristo en toda su hermosura (Testimonios para la iglesia, tomo 6, pp.
255, 256).
Todas las grandes verdades de las Escrituras se centralizan en Cristo;
debidamente comprendidas todas conducen a él. Preséntese a Cristo como
el alfa y la omega, el principio y el fin del gran plan de redención. Presentad a la gente temas tales que fortalezcan su confianza en Dios y en su
Palabra y la induzcan a investigar sus enseñanzas por sí misma. Y a medida que los hombres avancen paso a paso en el estudio de la Biblia, estarán mejor preparados para apreciar la hermosura y la armonía de estas
preciosas verdades (El evangelismo, p. 354).
El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en
derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios,
desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de
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la Cruz del Calvario. Os presento el magno y grandioso monumento de la
misericordia y regeneración, de la salvación y redención: —el Hijo de
Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso
pronunciado por nuestros ministros (Obreros evangélicos, p. 330).
Viernes 26 de diciembre: Para estudiar y meditar
Eventos de los últimos días, pp. 201-204.
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