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Dios, nuestro Padre, es un Dios que nos llama a la vida y al amor. Todos sus hijos hemos sido
llamados a la vida en su amor (1 Co 13,13). El profeta Jeremías nos cuenta cómo vivió la
experiencia de sentirse llamado por Dios para ser su profeta (Jer 1,5). Y Jesús vive una
profunda convicción: ha sido llamado para anunciar la Buena Noticia a los pobres. Hoy y aquí
se cumple lo que acabáis de oír (Lc 4,21).
¿NO ERES TÚ, SEÑOR,
aquel que celebramos niño entre pañales,
y ahora nos habla como hermano madurado al fuego de nuestro corazón?
¿Aquel que nació en el silencio de un pesebre
y hoy rompe la calma de las conciencias con palabras proféticas?
NO TE ALEJES, SEÑOR,
de nuestras vidas amenazadas de oscuridad y silencio;
porque nos acosa un duro invierno sin ti
en la fría soledad de nuestras vidas.
No te alejes, Señor,
a pesar de la cerrazón de nuestras mentes
que siguen sin reconocer a su Salvador.
¿NO ERES TÚ, SEÑOR,
aquel a quien se le cerraron los umbrales de las posadas
y ahora se le cierran las puertas del corazón?
¿Aquel que fue adorado y obsequiado por Reyes y pastores
y ahora es ignorado y desconocido por los suyos?
NO TE ALEJES, SEÑOR,
déjanos pistas para seguirte:
una pasión sincera para desvivirnos por los demás,
fuerza para ser testimonio de tu presencia,
verdad para no usar componendas con la falsedad,
tu humildad para que con la vista en el cielo, clavemos los ojos en la tierra,
alegría para vivir constantemente al ritmo de la esperaza…
¿NO ERES TÚ, SEÑOR,
aquel a quien los profetas anunciaron a lo largo de la historia
y los hombres seguimos sin reconocer?
¿Aquel que bajó a compartir nuestra humanidad
y a manifestar la ternura de Dios a un mundo de agnósticos e indiferentes?
NO TE ALEJES, SEÑOR,
porque te necesitamos como un niño a su madre…
No te alejes, Señor,
porque los días vividos en tu ausencia nos agobian.
No te alejes, Señor,
porque la historia humana sin ti va de caída.
¡NO NOS DEJES DE TU MANO, PADRE DIOS!