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Monseñor Enrique Angelelli
Testimonio de vida de un amigo
A veinticinco años del martirio de Monseñor Enrique Angelelli nos sentimos llamados a recuperar su testimonio
de entrega, de compromiso, de servicio y de lucha por los pobres.
Hoy y aquí, con la vida resucitada que nos contagia la sangre de los mártires, tiene sentido el clamor de los
pobres. Desde este clamor estamos convocados a construir el encuentro, a crear la comunidad, a transformar
la sociedad.
Como tantos otros testimonios, queremos presentarles a un laico comprometido que compartió de cerca la vida
de Angelelli, en una época crucial para la Iglesia durante la dictadura militar.
Carlos DiMarco actualmente trabaja en la Diócesis de Iguazú como responsable de la Pastoral Social.
Conoció a Angelelli en su juventud y hoy nos transmite ecos de alguien que con su testimonio marco
profundamente su vida.
Sorpresas que marcan la vida
En el año 1969, el que les habla, tenía tan solo 19 años cuando conoció a este gran hombre y Pastor de
nuestra querida Iglesia. En ese momento, yo participaba de la llamada juventud de la Acción Católica, más
concretamente del "Movimiento Rural". Vengo de una familia humilde de agricultores del Este Mendocino y
tenía una fe muy simple y tradicional. Al único Obispo que conocía era a Monseñor Maresma (Arzobispo de
Mendoza). Cada vez que lo visitábamos con los compañeros del equipo, debíamos pedir audiencia, besarle el
anillo y la relación nos resultaba un tanto distante. Traigo ese recuerdo solo a los fines de contarles mi visión
de lo que significaba hasta ese momento para mi un Obispo. Mons. Maresma fue un gran hombre y tuvo
mucho que ver con nuestra liberación de la cárcel unos días previos al genocida golpe militar de 1976 (Laicos
Rafael, Sifre-Carlos DiMarco y Vicario P. Esteban Inestal).
Yo había llamado al Obispo Angelelli para plantearle la necesidad de contar con su apoyo para instalar la
"Sede Regional del Movimiento Rural" en su diócesis. Me dijo: "Vos te venís, decíme que día llegás y hablamos
aquí sobre el terreno". A la semana, llego al Obispado, eran las 7 de la mañana y golpeo la puerta principal. Me
atiende una persona alta y fornida, al presentarme digo que vengo a ver al Obispo Angelelli. Me hace pasar y
me pregunta: ¿a qué hora llegaste? ¿tomaste algo? Me preparó un café con leche y seguimos charlando como
una hora. Muy agradable de trato. Yo como lo vi sin sotana, con un ponchillo, pensé que era algún empleado.
Al rato, como no aparecía nadie con pinta de Obispo, le pregunte: ¿el Obispo duerme hasta tarde? ¿cuándo va
a venir? Se sonrió con cara de pícaro y me contesto: "Yo soy el Obispo". Esta primera entrevista, cambió mi
idea tan formal que tenía de un Obispo y su trato cálido y servicial, me ganó más que la sorpresa, el corazón,
lo cual tengo guardado hasta hoy.
Tejiendo sueños con mucha alegría
A partir de ese primer momento, fuimos descubriendo juntos con mi hermano y compañero de camino Rafael, a
un "gran hombre", lleno de vida, sueños e ilusiones sobre el respeto al valor y dignidad de cada persona. El
Amor a los pobres, jóvenes y ancianos, el Amor a la Iglesia "Santa y Pecadora" como siempre decía. Un
apasionado compromiso con la Caridad y la Justicia. Solía decir: "Esto no es chifladura de un hombre o de
cuatro locos, se encuentra en el corazón de la Biblia y en el corazón de Dios". Angelelli, era una persona que
no podía vivir sin esperanza y alegría, eso nos transmitió en los casi siete años en que compartimos nuestras
vidas con él, es un regalo de Dios.
Ante las dificultades, que no fueron pocas dentro de su Pastoreo de casi ocho (8) años, tenía que
sobreponerse siempre y animarnos a todos. Cuando hablábamos de cómo trabajar, de qué esperábamos de la
acción del movimiento rural en su diócesis, soñaba con una sociedad nueva, donde todos tuviesen la tierra
para vivir dignamente, donde se pagara un precio justo al productor y a los peones rurales no se los maltratara,
donde se erradicara la envidia y la avaricia del corazón humano que negaba el derecho al prójimo. Eran
tiempos difíciles.
El Episcopado Argentino, primero con los vientos renovadores del Concilio Vaticano II, había impulsado a
todos los movimientos de acción católica (JOC-JEC-JUC-MR) con motivaciones que nacían de la mística del
Espíritu del Concilio que fue el Espíritu del mismo Jesucristo. Lo que sucedió luego, fue que "el temor" se
apoderó de la mayoría de los Obispos Argentinos, y no tardó "la toma de decisiones" que de forma
conservadora, supuso un freno e intervención de los movimientos. Una vez más el miedo y los intereses
pesaban sobre nuestros pastores, negando la fuerza de la renovación y cambio que oficialmente el Concilio
propuso para todos los católicos y hombres de Buena Voluntad. Así, salvo raras excepciones, como Angelelli,
muchos claudicaron y fueron infieles a esa "Voz de Dios".
Los terratenientes junto con unos matones de Aminga, pueblito que queda a cinco kilómetros de Anillaco, para
intimidarnos nos pusieron un cartucho de dinamita en la galería de la casa donde vivíamos. Esto, sólo por
"ayudar a organizar una cooperativa con los trabajadores rurales". Ellos, querían quedarse con la tierra de un
latifundio improductivo. La explosión del artefacto fue cerca de las dos de la madrugada, y a las ocho (8) de la
mañana, nos llegó un telegrama de Angelelli que decía: "Ante atentado, apoyo personal y diocesano. Firme
compromiso cristiano". Esos gestos de solidaridad que tenía el Pelao, fueron para mi, marcas que nunca
olvidaré, dado que es muy difícil no tenerlas presente por la valentía y generosa entrega que tuvieron.
Mientras Algunos Obispos cerraban puertas a la juventud organizada en la acción Católica y por lo tanto, a un
compromiso de la Iglesia con la realidad de los pobres, Angelelli, con actitudes como esta que les conté como
un ejemplo, mostraba el verdadero rostro de la Iglesia que era fiel al mandato de Jesús y su Doctrina.
Si se es fiel, vienen los frutos del paso por la cruz
Durante los siete años vividos junto a él, aprendí de su compromiso tantas lecciones que sería difícil de poder
terminar de contarles en este breve testimonio. Hago un esfuerzo por resumir los principales ejemplos que
guardo como tesoro y que trato de vivir cada día:
No hay diferencias entre personas
Un día lo acompañé a una fiesta patronal, llegamos al pueblito como a 30 km. de la ruta. Había gente a caballo
que lo esperaba, cerca de la Iglesia una casa grande, pertenecía a la dueña y a la vez la que tenía las llaves
de la capilla. Envió a alguien que le dijese al Obispo, como era temprano, que fuese para la casa a tomar algo.
Cuando fuimos llegando, vimos a la gente en la galería tomando mate, los saludó y pasamos adentro. La
señora lo saludó y le pidió la bendición, luego le pasó mate y tortitas, pero Angelelli seguía mirando hacia la
galería donde estaba toda la gente. Luego de cinco minutos, no aguantó más y dijo: "señora, voy a probar de
aquel mate también a ver si es rico como este", y enseguida todo era una sola rueda.
Sufría en soledad y ponía el dolor en las manos del Padre
En varias oportunidades nos compartió con mucho respeto, el dolor que sentía cuando sus hermanos Obispos
no lo comprendían. Un día llegó de uno de sus viajes a Bs. As. después del golpe del 76. En esa ocasión
decía: "Dicen que soy un exagerado, que no es cierto lo que les cuento, será que tiene que caer un bonete
morado para que crean". Esto ocurrió antes de que mataran a Carlitos de Dios Murias y Gabriel Longeville.
Sabiduría "Un oído en el Pueblo y otro en el Evangelio"
Esta frase que tanto se repite y porque no decirlo, "tanto se usa", yo les puedo decir como lo viví a su lado.
Para el Obispo Angelelli, esa frase refrendada con su martirio, significaba con sus simples palabras: "un
hombre para ser buen baquiano, tiene que perderse muchas veces en el monte", una persona para ser buen
cristiano "tiene que perderse en el pueblo", "se le tiene que poner la panza verde de mates, escuchando el
sufrimiento de los pobres". Luego, "hay que rezar mucho buscando desentrañar lo que Dios con su corazón de
Padre siente ante esa situación humana y tratar de hacer la voluntad de Dios, que escuchó el clamor de su
Pueblo". Anécdotas donde Angelelli hizo carne todo esto son infinitas y marcaron mi corazón y mi fe.
Quiero compartir con quienes lean este testimonio también mis sufrimientos y esperanzas:
- Comparto con él, su cruz por nuestros Pecados como iglesia, que por miedo y complicidad, seguimos
negando su obra gozosa de martirio a las nuevas generaciones.
- Comparto también con él la esperanza que me transmitió en la Iglesia que gozosa recuerda, celebra y educa
sobre la santidad de los mártires a las nuevas generaciones que quieren ser discípulos de Jesús.
- Comparto el dolor de saber que muchos se alegraron con su muerte, porque dejó de ser una incomodidad
para los privilegios de turno.
- Comparto la esperanza de los que a pesar de las traiciones, miedos y complicidades, tenemos la certeza que
Jesús lo tiene sentado a su derecha. Porque es verdad que Angelelli, dio de beber al sediento, de comer al
hambriento y recuerdo cada una de las bienaventuranzas que me enseñó con su vida (Lc 6, 20-38).
Para terminar, quisiera que juntos recemos lo que me inspiró para compartirles lo anterior, con el Apóstol Juan:
"Les aseguro que ustedes llorarán y estarán tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo,
aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría..." (Jn 16,20-33).
Un abrazo esperanzado.
Carlos DiMarco