Download BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN REFERENCIAS Bíblicas “Dichosos los de corazón limpio porque verán a Dios” (Mt 5, 7). PVA Estatuto Art. 24. Estilo de relación En sus relaciones, los Salesianos Cooperadores practican la amabilidad querida por Don Bosco. Son abiertos, cordiales, alegres, dispuestos a dar el primer paso y a acoger siempre a los otros con bondad, respeto y paciencia. Tienden a suscitar relaciones de confianza y amistad para crear alrededor un clima de familia hecho de sencillez y afecto. Son artífices de la paz y buscan en el diálogo la clarificación y el acuerdo. DESARROLLO LA “AMABILIDAD” SALESIANA Es éste uno de los aspectos más característicos del espíritu salesiano. Afecta al estilo de relaciones que mantiene el salesiano cooperador con las personas, en general, y con los jóvenes a los que se dirige en su trabajo apostólico. Es la primera señal que «imputa» y hace decir: «éste es salesiano». Don Bosco insistía, una y otra vez, sobre esta cualidad indispensable para todo aquel que quisiera seguir su estilo. El 30 de diciembre de 1874, enviaba a uno de sus directores, D. Juan Bonetti, un «aguinaldo» que resume estupendamente esa convicción1: «Haz de manera que aquellos a quienes hables se hagan amigos tuyos»2. Es una manera de relacionarse que no se adquiere de un día para otro, que es fruto de tiempo y de paciencia. Se trata de «dulcificar» el carácter, de seguir la escuela de espiritualidad cristiana impulsada por San Francisco de Sales, «modelo de humanismo cristiano, de entrega apostólica y amabilidad».3 1 BRAIDO P. El sistema educativo de Don Bosco, Instituto Teológico salesiano-GuatemalaEditorial CCS, Madrid 1984, p. 168. 2 CERA E., Epistolario di San Gioranni Bosco, Torino 1956. v. 11. p. 434. 3 PVA Est. 15.1 El art. 24 del Estatuto del PVA recoge diversos aspectos que enriquecen esta característica del espíritu salesiano. Los analizamos brevemente, buscando siempre la referencia a Don Bosco, que encarnó en su persona y supo transmitir esos valores. «Amorevolezza» Es una palabra italiana, de difícil traducción a nuestra lengua-, que define muy bien el estilo de «amabilidad» y de «bondad» querido por Don Bosco. Significa, propiamente, «afecto demostrado»4. Tal vez, la palabra castellana que más se le aproxima es la de «cariño». Don Bosco conocía bien la psicología infantil y juvenil, y sabía que, a esas edades, se posee una finísima intuición para percibir el grado de interés, aprecio y amor que a uno se le tiene. Don Bosco insiste constantemente en que no basta decir que «se ama a los jóvenes», sino que ese amor debe tener detalles concretos que lo manifiesten. Sólo entonces se convertirá en «amorevolezza», es decir, en un afecto, entrega y amor «demostrados». En 1863, al enviarlo como primer director a Mirabello, Don Bosco entregaba a Miguel Rúa una serie de consejos; entre ellos sobresale la recomendación que se ha convertido en distintivo de todo salesiano: «PROCURA HACERTE QUERER»5. Esta misma consigna se la repite a su primer sucesor en el lecho de muerte, en el momento de las despedidas, cuando se intenta dar lo mejor que se ha cosechado en la vida : «Hazte amar!»6. Podemos recordar, asimismo, que en la célebre Carta de Roma -mayo 1884-, Don Bosco insiste en que «no hasta amar, sino que es preciso hacerse querer»7. Y repite: «Que, al ser amados en las cosas que les agradan..., aprendan a ver el amor también en aquellas cosas que les agradan poco ... Trato familiar con los jóvenes...; sin la familiaridad, no se demuestra el afecto y; sin esta demostración, no puede haber confianza. El que quiere ser amado debe demostrar que ama. El que sabe que es amado, ama; y el que es amado lo consigue todo, especialmente de los jóvenes»8. Sus antiguos alumnos aseguraban que Don Bosco había recibido de Dios el don de hacerse querer9. Esta convicción profundísima de «saber demostrar cuánto se ama» llevó a Don Bosco a insistir sobre el tema una y otra vez. A un grupo de antiguos alumnos sacerdotes, les decía en 1880: «Para triunfar entre los jóvenes debéis esforzaros en tratarles con amabilidad. Corregid con paciencia y caridad. Quizá a alguno le parezca que son inútiles sus sudores v fatigas. De momento, parecerá que es así; pero los detalles de amabilidad que habéis tenido con ellos quedarán grabados en su mente y en su corazón. Os repito, no os olvidéis nunca de los buenos modales. Ganaos los corazones de los jóvenes por el amor»10. 4 STELLA P., Don Bosco nena storia delta religinsitá cattolira, 2.° ed., LAS, Roma 1981, v. II, p. 448. 5 MBe VII. 448; V:G.,IYÚ E.. «Procura hacerte querer», en ACC, n. 326. julio-septiembre 1988, pp. 67. 6 MBe XVIII. 466. 7 MBe XVII. 99-106; Escritos de Don Bosco, en: Const. SDB, Editorial CCS, Madrid 1985, p. 249 8 MBe XVI]. 102-103 9 MBe XVII. 415 10 MBe XIV. 439. BRAIDO P., El sistema educativo de Don Bosco, o.c., pp. 168-169. Es un programa de vida que el Salesiano Cooperador debe poner en práctica con especial esmero, por ser un elemento que caracteriza su «ser salesiano». Asume esta dimensión del espíritu salesiano y lo transforma en tarea gozosa y, a la vez, comprometida : El Salesiano Cooperador; confiando en la .fuerza transformadora del amor, trata de llegar al corazón y procura hacerse amar, con madurez y transparencia. Estas dos expresiones, «madurez» y «transparencia», hacen ver la capacidad que cada cual tiene para saber demostrar el amor a los jóvenes y a las personas, con equilibrio afectivo y recta intención, sin ningún afán de acaparar los corazones, sin actitudes o formas «paternalistas», pero ayudándoles a crecer y madurar. He aquí por qué se presenta esta manera de practicar la caridad evangélica como un «arte» y, a la vez, como una «ascética». Es un don del Espíritu, -la caridad- y, al mismo tiempo, supone aprendizaje y maduración. Es un verdadero camino de progreso y crecimiento en la vida apostólica. El “espíritu de familia” Ésta es otra de las expresiones y realidades típicas vinculadas al «espíritu salesiano». Así como la «amabilidad» hace referencia a una cualidad interna y fundamentalmente personal, el «espíritu de familia» nos habla del ambiente, del estilo de relaciones que deben procurar entablar quienes deciden «quedarse con Don Bosco» o propagar su estilo. El modelo que inspira el espíritu de familia salesiano es, ante todo, la vida del Oratorio de Valdocco, donde Don Bosco vivía con sus muchachos y colaboradores, como padre de todos. Es interesante leer la descripción que hace el autor de las Memorias Biográficas, D. Lemoyne: «El Oratorio era entonces una verdadera faniilia»11. «Don Bosco llevó y dirigió el Oratorio como un padre lleva a su familia. Los jóvenes no encontraban diferencia entre el Oratorio y su casa paterna»12. «Se vivía en el Oratorio sin ningún temor y con mucha paz y alegría. Allí se respiraba un encantador aire de familia»13. Ante el ambiente enrarecido que se le presenta en el «sueño de Roma», él propone la solución de una vuelta al espíritu de familia. En pocas palabras, define el contenido de lo que puede significar en nuestros ambientes tal expresión: «Os pido que vuelvan a florecer los días felices del antiguo Ora-torio. Los días del amor y la confianza; los días del espíritu de condescendencia y de mutua tolerancia por amor a Jesucristo; los días de los corazones abiertos, los días de la caridad y de la verdadera alegría para todos»14. Así pues, he aquí, en síntesis, lo que el Cooperador puede hacer suyo y aplicar cuando procura fomentar este «espíritu de familia» en los grupos y ambientes en los que actúa: amor, confianza, condescendencia, tolerando fallos humanos que tienen importancia relativa, sinceridad, caridad y un estilo alegre de trato y comunicación. El Cooperador, esté donde esté, tiende espontáneamente a animar un espíritu de familia tal, que cada uno se sienta «en casa» cómodo y responsable del bien común15. 11 12 13 14 15 MBe III, 276. MBe IV, 519 MBe VI, 503 Escritos de Don Bosco, en: Const, SDB, o. c., p. 255 CGE 427 Alberto Caviglia, uno de los hombres que mejor ha sabido interpretar el «espíritu salesiano», dice sobre este punto : «Don Bosco quiso entender la vida en sus casas sobre este.fundamento de la bondad. Don Bosco se entristecía cuando veía corazones resentidos»16. La desconfianza rompe el espíritu de familia y bloquea las relaciones. En un ambiente salesiano, no se entiende esta situación. Don Bosco no la quería... Por último, uno de los frutos más hermosos del espíritu de familia es el deseo de seguir la vocación que una vida marcada con estas características suscita en los colaboradores o destinatarios de la misión de Don Bosco. Gracias al espíritu de familia que observan y viven, poco a poco, jóvenes y adultos se van identificando con los ideales y el estilo de vida salesiano, y asumiendo su acción apostólica: ése es el clima natural que permite el nacimiento y el desarrollo de las vocaciones, tanto laicales como consagradas. Para concluir la reflexión sobre este aspecto de la «amabilidad» en relación al espíritu salesiano, podemos mirar la fotografía de Don Bosco, que irradia bondad. Don Bosco, como San Pablo, puede decir: «Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo». Para la reflexión y el diálogo: 16 - ¿Cuáles son, a tu juicio, los principales rasgos que caracterizan la “amabilidad” salesiana? Cítalos - ¿Qué rasgos de esa amabilidad están ya en tu vida? ¿Cuáles crees que aún te faltan - ¿Qué pasos podríamos dar, personalmente y como grupo, para cultivar y practicar, en la vida diaria, la amabilidad salesiana? ¿Qué dificultades podemos encontrar? CAVIGLA A., Coferenza sullo spirito salesiano, Turín 1943. p. 95 PARA AMPLIAR José Navarro Chaparro LOS LIMPIOS DE CORÁZON José Navarro Chaparro «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos van a ver a Dios» Lo de prestar ayuda significa el amor de obra. Los limpios de corazón no solamente ayudan por fuera, sino que no tienen ninguna mala idea por dentro; no ponen zancadillas a nadie ni quieren ponérselas; no pretenden dominar a nadie, ni hacer trampa a nadie. La limpieza interior es la otra cara del amor. ¿Cuál es el resultado de esa limpieza interior? Que "esos van a ver a Dios". Ver es tener experiencia: en la vida de esos hombres la experiencia de Dios va a ser continua. La limpieza En el relato de la boda en Caná de Galilea, a la que asistieron María y Jesús (Jn 2,112), se cuenta: «Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una». Seiscientos litros de agua para purificarse, es decir, para limpiarse la suciedad. ¿Tan guarra era aquella gente? La suciedad, para los judíos era no sólo material o corporal, sino legal. Ejemplo: por pasar a menos de "un tiro de piedra" (unos 40 metros) de un muerto, se incurría en impureza legal y había que ducharse después para purificarse. En el Levítico, capítulos 11 al 16, se describe una minuciosísima legislación al respecto. Este es el motivo por el cual la noción de pureza (limpieza interior) fue adquiriendo en Israel un significado predominantemente legal. Puesto que tal pureza prohibía el contacto con determinados objetos, éstos también recibieron su calificación correspondiente; había alimentos impuros, animales impuros, enfermedades impuras, días impuros... La pureza consistía en una abstención material; la purificación, en una ablución igualmente material. Lógicamente, un ideal de santidad que tanta importancia concedía a lo exterior acabó promoviendo un tipo de conducta preocupada casi exclusivamente por lo exterior. Pues bien: frente a esa actitud formalista, legalista, proclama Jesús la bienaventuranza de los limpios de corazón. Y también, frente a esa actitud formalista, legalista, pronunció Jesús aquella maldición contra los fariseos: «¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros, por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de crímenes» (Mt 23,27-28). Y a esta otra incongruencia hacía referencia Jesús: «...limpios por fuera, sucios por dentro. Limpiáis por fuera la copa y por dentro la dejáis llena de suciedad». «¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!» Hasta seis veces repite Jesús, en un mismo discurso, este reproche airado (Mt 23,13-33). He ahí el gran pecado: la hipocresía. En contraste con los fariseos hipócritas, los bienaventurados limpios de corazón. Al contraponer la pureza exterior a la interior, la pureza legal a la pureza moral, lo que se pone de manifiesto es el contraste entre una pureza falsa y una pureza verdadera. En definitiva, entre la falsedad y la verdad. La limpieza de corazón, por consiguiente, es lo contrario de la hipocresía. Consiste en una perfecta coherencia entre lo de dentro y lo de fuera; equivale a sinceridad radical, simplicidad, transparencia, autenticidad. Textualmente, la Nueva Biblia Española ha traducido así: «Dichosos los sinceros de corazón, porque ellos verán a Dios». El corazón El evangelio entero de Cristo se caracteriza por la primacía otorgada al corazón. Lo que define al hombre es aquello que proviene de su corazón: «¿No comprendéis que nada que entre de fuera puede manchar al hombre? Porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina. (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: —Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre; porque de dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraudes, desenfreno, envidias, calumnias, arrogancia, desatino. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (Mc 7,1923). Lo que importa no es rasgarse las vestiduras, sino quebrantar la roca de nuestro corazón; no es circuncidar la carne, sino purificar el corazón; no es ofrecer a Dios ovejas y becerros, sino darle lo único que vale y él desea: «Dame, hijo mío, tu corazón» (Prov 23, 26). El corazón vendría a ser como un punto irradiante, que en sí mismo permanece invisible e inasible. Del que se entrega por completo a otra persona decimos que le ha entregado su corazón. Quien perdona de veras, perdona de corazón. En las horas de vigilia, es el corazón el que está en vela. Alguien vacila, y decimos que su corazón flaquea; muestra indiferencia, y decimos que su corazón está ausente; se comporta con valentía, con generosidad o con nobleza, y decimos de él, simplemente, que tiene un gran corazón. En el corazón anidan nuestros recuerdos y nuestras esperanzas. Para decir que nada escapa a la mirada divina, decimos que el Señor sondea nuestros corazones. «La mirada de Dios no es como la del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón» (1 Sam 16,7). En los índices bíblicos, corazón es el término que ocupa mayor espacio, más que hombre. Pues él constituye el centro o raíz del ser humano, que sólo una extraordinaria intuición podría captar y sólo el símbolo del corazón puede expresar. Es una palabra insustituible: necesaria a la vez que suficiente. Bienaventurados los limpios de corazón. El contraste entre esta limpieza y una limpieza exterior resulta absoluto. Dos condiciones indispensables para poder habitar en el templo del Señor: por una parte, «tener intenciones leales y no mentir»; por otra, «no hacer daño al hermano ni perjudicar al prójimo» (Sal 14,2-3). Jesús, citando a Isaías, censura la falta de caridad de esos fariseos que tanto se preciaban de glorificar a Yahveh: «Este pueblo me glorifica con los labios, pero su corazón está lejos de mí»; y lo cita precisamente para (Mt 15,8). «Misericordia quiero, no sacrificios» (Mt 12,7). El amor y la justicia están por encima del ayuno, por encima del culto, por encima del sábado. «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). El pecado consiste en anteponer el sacrificio a la misericordia, el culto a la caridad, el ayuno a la compasión, el sábado al hombre, el templo al hospital, el cáliz a la sangre, la palabra al pan, los mandamientos a las bienaventuranzas, los fariseos a las prostitutas, la limpieza exterior a la limpieza de corazón. ¿Por qué aquel sacerdote y aquel levita, descritos por Jesús en la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-36), se abstuvieron de socorrer al viajero que encontraron malherido en la carretera? Por no quedar "impuros". Si hubieran ayudado al herido, no habrían podido desempeñar alguna actividad relativa a su ministerio durante siete días. Hay, en la tradición del Zen, una historia que tiene cierta semejanza con la parábola de Jesús. En ella se cuenta cómo dos monjes que iban de camino, un día de tormenta, encontraron una muchacha caída en el barro, inconsciente. Entonces, uno de ellos la recogió y la llevó a lugar seguro, donde dio orden de que la atendieran. Su compañero no hizo nada, no dijo nada. Pero ya en el monasterio, por la noche, le dijo al otro: «Los monjes no podemos tocar a ninguna mujer». A lo cual éste respondió: «Yo dejé a la mujer esta mañana; ¿es que tú la llevas todavía encima?» El salmo 50 habla de un «corazón nuevo» como resultado de un «corazón contrito». Y ésta sería para nosotros la única traducción posible de la bienaventuranza de los puros: reconocernos impuros, incapaces de ver, ciegos. Sólo entonces nos alcanza la promesa salvadora de Jesucristo: «Yo he venido a este mundo a hacer justicia, para que los ciegos vean y los que ven queden ciegos» (Jn 9,39). Bienaventurados los que reconocen humildemente que no son limpios de corazón, pero quieren serlo, porque serán purificados y verán a Dios.