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Prólogo
COLOCOLINO DE CORAZÓN
Gabriel “Coca” Mendoza
Desde niño tratan de hacerte fanático de un equipo de fútbol, tus padres empiezan
desde chiquitito a decirte de quien tienes que ser hincha, regalándote camisetas, pelotas,
cojines etc. Pero a veces el destino te tiene preparadas “sorpresas”.
Yo nací en las alturas, en un campamento de cobre incrustado como un mineral en
bruto en plena cordillera de los Andes, un campamento imponente y grandioso donde
las escaleras eran protagonistas en vez de las calles, y la nieve cubría como un manto
resplandeciente a sus mineros, que día a día se sacrificaban para extraer de la montaña
el motor de Chile: el cobre.
Uno de esos esforzados hombres fue mi abuelo Eleazar, colocolino como ninguno que
yo haya conocido después, albo como la nieve de aquellos inviernos eternos y fríos de
Sewell.
Mi primer acercamiento al fútbol fue verlo a él pegado a la radio escuchando el partido
del equipo de sus amores, mientras yo imaginaba que jugaba las mejores pichangas,
clásicos y finales de mi vida, soñando salir entre grandes aplausos y vítores que podían
expandirse como ecos entre esas montañas interminables que veías en tu diario vivir.
Ahora el campamento minero de Sewell es una bella postal que evoca recuerdos
majestuosos de infancia que marcaron mi niñez.
El primer partido que jugué, aún lo recuerdo, ya que sólo me dijeron que tenía que
hacer goles entre “esos dos palos” y yo corrí sin comprender que eso me llevaría a
conocer el amor por el fútbol, esa sensación de volar con la pelota en los pies, el
corazón palpitante, la excitación de creer que eso te llevaría tan lejos como quisieras,
era inexplicable, sólo corrí y corrí, recibí los primeros elogios y aplausos, en ese tiempo
el pecho de mi abuelo se hinchaba tanto que podía explotar de orgullo por su “pelaíto
bueno pa’ la pelota”. Él fue mi mentor y mi gran crítico.
La vida siempre te regala cambios, afortunados o no, depende de tu capacidad
de adaptación; a los 6 años de edad tuvimos que dejar el campamento, ya que la faena
minera se había terminado, todos los habitantes de la montaña bajamos a vivir a la
ciudad y por esas cosas que uno cuando niño no comprende, mi vida continuó al lado
de mis abuelos, “cosas de grandes” me dijeron y ahora con la perspectiva del tiempo,
estoy seguro de que fue un cambio favorable en mi vida, ya que llegué a vivir a un
pueblo donde las calles eran planas ( ya no esas interminables escaleras ) y habían niños
detrás de una pelota por todas partes, yo me hice futbolista en la calle Valparaíso.
Pero me hice colocolino, arrodillado frente a la Virgen María y con las manos juntitas
rezando para que el Colo-Colo ganara, ahí entendí por qué tenía que ser hincha de un
equipo y no de otro, para ese tiempo yo ya contaba con 10 años de edad y mi abuelo
cerca de 70.
De ese tiempo, lo que más recuerdo es que jugaba todo el día en la calle, soñando con
volar muy alto y mi abuelo esperaba los domingos para escuchar el partido y que su
equipo ganara. Lo terrible era que cuando el popular perdía, yo no podía salir a jugar
a la calle y teníamos que soportar el mal genio de ese hincha acérrimo toda la semana,
yo hasta pensaba que por las venas de mi abuelo corría sangre blanca y no roja, a veces
creía que el Colo-Colo perdía porque yo no rezaba con intensidad. Así que al partido
que seguía mi tío y yo prendíamos velas y nos encomendábamos a Dios para que el
Colo-Colo ganara, cuando eso pasaba, era una semana alegre y hasta había doble ración
de comida.
Las paradojas de la vida hacen que en vez de hacerme hincha de otro equipo, me hice
albo de corazón y mi único sueño fue ser futbolista profesional para dar alegría a mi
abuelo y que ningún niño tuviera que rezar por los motivos que yo recé, soy colocolino
identificado absolutamente con el sentimiento del popular.
En mi infancia se cumplía aquella frase que dice que “cuando el Colo-Colo gana la
marraqueta es más crujiente y el té más dulce”.
Me hice futbolista a punta de esfuerzo, trabajo y constancia en mi querido
pueblo…Graneros.
Llegué a Colo-Colo el año 91… y cumplí me sueño de vestir la camiseta del equipo de
mis amores.
Este relato lo escribo para regalárselo a todos los lectores de este fantástico libro, en él
podrán encontrar relatos del popular, historias alegres, emotivas, emocionantes, reales,
plasmadas en estas páginas y escritas por personas comunes, hinchas del equipo más
grande de Chile.
Esta y más historias las puedes leer en el libro Relatos Populares. Compra tu ejemplar en
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