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¿Qué harías si se te fuera la cabeza? Rafael Izquierdo
Tu boca me dice cosas que tus ojos no entienden. Si se me fuera la cabeza… vaciaría mi cuenta
bancaria, te secuestraría., lo fundiría todo al ritmo de sol y arena. Te haría el amor como soñaste,
pero repetido hasta la extenuación. Me moriría de risa, te mataría a besos, nos fundiríamos en un
abrazo. Descubriría sin tapujos tu mundo y tú el mío, e inventaríamos un mundo nuevo, nuestro
mundo. Luego te mentiría, te diría que no te quiero, para que tu alma y tú marcharais en paz, pero
manteniendo siempre la esperanza de que no me creyeras.
Si se perdiera mi cabeza, trataría de localizar mi cuerpo que estaría perdido e inmóvil. Mi cabeza
andaría con ayuda de mis orejas. Desde el suelo, tendría una perspectiva de mi ser descabezado. Iría
a aquella tribu de jíbaros para una reducción de tamaño, quizá así reducían el universo de
pensamientos monótonos y concentraban sólo aquellos interesantes en tan poco seso. Usaría una
cabeza de repuesto, que estuviera de oferta con un letrero que pusiera “Se alquila: prácticamente
nueva, poco uso” y a lo mejor no la cambiaría por la mía propia. Luego pensaría en aquellas dos
cosas que lleva bastante tiempo rondando por mi…cabeza claro:
Cuando a una cucaracha se le arranca la cabeza, muere al cabo de una semana, por
inanición, no por el hecho de perderla.
Cuando una persona muere en la frontera entre dos provincias, la persona que certifica la
muerte en qué lugar certifica el hecho, donde repose la cabeza o el corazón.
Cuentan la historia que el tío Braulio montaba sobre su borrico, cargado con un cesto a cada
lado, repletos de fanegas de trigo. Andando a su lado iba acompañándole un zagal, que le
ayudaba en los quehaceres diarios. Un rayo cayó en una encina, que se resquebrajo por
completo, cayéndole sobre el cogote una rama enorme, como un brazo de guillotina. La cabeza
salió rodando unos metros por delante del burro, yendo a parar al otro lado de la linde de la
finca que hacía de límite entre los dos términos de Toledo y Ávila. El zagal acudió al médico del
pueblo más cercano. En el momento de confirmar la muerte, pues al pobre Braulio la naturaleza no
le dotó de los poderes de las cucarachas, el doctor andaba dubitativo de un lado hacia otro pensando
si escribir en el certificado de defunción Toledo o Ávila, Toledo, Ávila… El zagal le preguntó por
la demora y ese ir y venir dubitativo. El médico de buena oratoria, comenzó diciendo que el alma
residía en el corazón, y no en la cabeza, y que por lo tanto debería afirmar que murió en Toledo.
Ahora bien, de todos es sabido que la escuela filosófica preclásica, daba un peso fundamental a la
razón, y que esta residía en la cabeza y por lo tanto, no podía afirmar de otro modo que la muerte
ocurrió en el término de la provincia de Ávila. El zagal cansado de tanta retórica absurda, miraba la
cabeza del pobre Braulio, mientras observaba al médico, cabeza, médico, cabeza, médico. Harto de
escuchar la charlatanería aristotélica, palabra que ni si quiera podía pronunciar correctamente, metió
un buen empellón con el pie derecho a aquella extremidad roma y abultada, que se desplazó dos
metros más allá, pasando al otro término. El médico calló de inmediato y sólo acertó a decir: “Bien,
sin ninguna duda, a muerto en Toledo”.