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En las mejores manos
El domingo 3 de julio mi madre falleció en la residencia foral Truiondo, en
Zamudio. El año pasado fue mi padre el que murió en el mismo centro.
Escribo estas líneas para mostrar a todas las personas que han cuidado de mis
padres durante su estancia en el centro no solo mi agradecimiento que es enorme,
por supuesto, sino mi admiración por la forma en que desempeñan su trabajo.
Es asombrosa la paciencia, el cariño, la iniciativa, la atención constante y el amor
con que trata a los ancianos todo el personal de la residencia: responsables,
médicos, enfermeras, fisioterapeuta, cuidadoras y cuidadores, sin excepción.
Evidentemente la profesionalidad y el buen trabajo se dan por supuestos, aunque
no está de más resaltarlos también, pero lo que resulta admirable es la calidad
humana que derrochan estas personas a cada momento en una labor que, como es
evidente, no siempre resulta fácil ni agradable.
Ni siquiera en los días en que tuvo lugar la reciente huelga en el sector descendió
ni un ápice el tono de amabilidad y cariño, pese a que las personas que
desarrollaban el trabajo estaban obviamente sobrecargadas.
Mis padres han tenido el privilegio de terminar sus días en las mejores manos
posibles, las del personal de Truiondo y yo mismo creo que recibido una auténtica
lección de vida que me ha hecho pensar en lo importante que es poner el corazón
en lo que se hace. Una lección que me han dado las mujeres y hombres de la
residencia y que no olvidaré nunca aplicar en mi propio trabajo y en mi vida.
Muchísimas gracias y enhorabuena.
Carlos Gorostiza Orbañanos