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ENTRAR…ES…SALIR
“Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por
obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará
sobre todas las naciones de la tierra. 2 Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te
alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios. 3 Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú
en el campo. 4 Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la
cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. 5 Benditas serán tu canasta y tu artesa de
amasar. 6 Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” (Dt: 28: 1-6)
Para el pueblo de Israel salir de Egipto implicó una cantidad de decisiones que le
comprometían con su propia existencia; por muy esclavizados que estuvieran, Israel ya se
había acomodado a un estilo de vida que le permitía moverse con cierta regularidad en
medio de los egipcios. Una actitud servil se había instalado en sus corazones, su
acomodamiento implicaba una serie de rutinas en cuanto a la alimentación, el vestido, la
vivienda y las costumbres propias del imperio Egipcio.
Tomar la decisión de salir de la opresión para entrar a una tierra prometida - que no
verían después de muchos años -, fue un acto de fe bastante grande para todo un pueblo que
estaba acostumbrado a moverse en clanes y familias. Esto no sólo tenía que ver con salir
como hombres (cabeza de familia) a la conquista de una tierra que Dios juró a sus padres,
sino también, salir tal como lo hizo Abraham cuando dejó su tierra y parentela hacía una
tierra prometida (Gn: 12:1). En este caso, salir de Egipto, traducía también salir de sus
casas. Por serviles que los hebreos fueran, al menos “gozaban” de techo y abrigo bajo la
mano opresora de Faraón. La salida también traducía renunciar a relaciones de amistad con
hombres y mujeres de un imperio que tiene fama de ser idólatra (hasta el punto de
considerar que Faraón es dios escogido por el sol Ra).
El pueblo de Israel sale, pero sólo sale geográficamente bajo la mano milagrosa de
Moisés dada por el poder de Dios. El pueblo escogido camina hacía el desierto sin saber a
dónde (lugar), en qué momento (tiempo), ni cómo (en que circunstancias) es que se les dará
la tierra prometida; sale porque así lo ha determinado el Señor; sin embargo, salen niños,
mujeres y hombres en número, pero no salen de corazón. Salen de Egipto pero se llevan a
Egipto con ellos. El Imperio de Amón-Ra se va con ellos en sus corazones, sus usos,
desusos y abusos culturales circulan como sangre en sus generaciones; confiados qué algún
día alguien llegará y les pueda salvar de la opresión. Lamentablemente, el pueblo anhelaba
- como muchos hoy en día - salir de las dificultades ocasionadas por la falta del recurso
material, más no aquello que reclama nuestro Dios: Su Corazón.
El pueblo deja Egipto atrás, pero se lo lleva consigo en el corazón para amoldarse a
un lugar precario: Un desierto grande y terrible (Dt: 1:19). Allí, Dios les enseñaría a
depender de su Palabra, a derrotar naciones más poderosas en número y vigor y a ser
sustentados por sus promesas. Evidentemente, esto implicó dolor y sufrimiento,
especialmente para los ancianos y padres que morirían con la esperanza de ver una tierra
que fluye leche y miel. ¿Por qué esto? Por que el virus de la idolatría se había inoculado en
su fe; porque su confianza se depositó en la posesión de bienes - incluso pasando por
encima de sus mismos hermanos-; porque sus prácticas sexuales incitaban al
amancebamiento entre el mismo género, la infidelidad y el acceso carnal con animales; por
que en Egipto les era permitido oprimir con usura y tratar con desprecio al extranjero,
desatender a las viudas y descuidar a los huérfanos.
El carácter individual, xenofóbico, adúltero y corrupto del opresor se había
perfectamente adecuado a sus estilos de vida. A la generación emigrante se le había
olvidado toda una serie de mandatos, leyes y normas espirituales que les impedía vivir en
santidad; incluso, olvidaron transmitir a sus hijos la dependencia de un Dios proveedor que
invita a un modo de vida distinto; una relación de dependencia directa con su Padre.
El pueblo hebreo salió de Egipto des-habitando el espacio pero no dejó el lugar
construido con prácticas abominables a Dios. Entrar a la tierra prometida en estas
circunstancias, era pisotear la promesa del antiguo pacto (un pueblo fiel de corazón y
numeroso como la arena del mar) y no hacer ninguna distinción entre las prácticas de vida
de los otros pueblos y el ser escogido como Nación Santa de Dios. Creo que esta puede ser
la frecuencia de palabras como: entrarás, entrarías y entrar en todo el libro de
Deuteronomio.
En tal sentido, entrar a la tierra prometida es salir de un estilo de vida pasado,
cambiar nuestra antigua manera de vivir para revestirnos del nuevo hombre (Jesús). Entrar
es salir de nuestro pecado para que nos alumbre Cristo (la gran promesa). Salir implica
renuncia, es tener la capacidad de decir No ante la acomodada y tentadora manera de vivir.
Queridos hermanos, no deshabitemos sólo el espacio, no cambiemos de sitio
(iglesia) para seguir haciendo lo mismo que se hacía antes. ¿Qué es lo que exige nuestro
Dios?: Que le amemos con todo nuestro corazón, y de toda nuestra alma, y con todas
nuestras fuerzas. Y que estas palabras que el nos manda hoy, estén sobre nuestros
corazones (Dt: 6: 5-6). Por consiguiente, les invito a que construyamos lugar, que dejemos
sólo de habitar, a fin de ser perfeccionados para toda buena obra. Lugar, en este caso,
implica construcción de relación íntima con el padre gracias a la acción redentora de su
Hijo. Es soltar las cargas del pecado para presentarnos irreprensibles ante el dador de la
vida.
Por un momento preguntémonos: ¿de qué debemos salir para poder entrar a la
tierra que se juró a nuestros antepasados?; ¿qué tipo de prácticas nos siguen azotando
conforme a nuestra pasada manera de vivir?; ¿cuáles han sido los sufrimientos a los que nos
hemos visto afrontados por querer una vida libre de idolatría?; ¿a qué nos hemos sentido
desafiados en la Universidad para ser propuesta de Vida, y presentar a Jesucristo como
fuente de poder y transformación en los corazones de nuestros compañeros?
Amado estudiante: si vas a entrar, primero tienes que salir… “y Bendito serás en tu
entrar, y bendito en tu salir” (Dt: 28:-6)... “Guarda silencio y escucha, oh Israel; hoy has
venido a ser pueblo de Jehová tu Dios. Oirás, pues, la voz de Jehová tu Dios, y cumplirás
sus mandamientos y sus estatutos, que yo te ordeno hoy” (Dt: 28-10). Guarda silencio y
medita un poco.
Con amor
Luis Guillermo Jaramillo E
Universidad del Cauca
UCU-Popayán