Download ultimos días de san enrique de ossó
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
ULTIMOS DÍAS DE SAN ENRIQUE DE OSSÓ Pilar Rodríguez Briz, stj ULTIMOS DÍAS DE ENRIQUE DE OSSÓ EXPERIENCIAS DE FE, DE DOLOR Y DE GOZO Pilar Rodríguez Briz, stj Publicado por bajo licencia Creative commons IDEO textos_by_ideo.teresianes.org_is licensed under a_Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Tortosa, 2013 Últimos días de Enrique de Ossó 3 Experiencias de fe, de dolor y de gozo. Últimos días de San Enrique de Ossó Introducción Por qué y para qué estamos aquí. Lo importante no es estar, sino darnos cuenta de para qué y por qué estamos. POR QUÉ. Estamos porque Dios nos ha convocado HOY. En el universo de Dios nada es casual, todo es providencial. Y nos ha convocado porque seguramente tiene pensado algo para nosotros. Será estupendo descubrirlo. PARA QUÉ. Cada uno puede pensar qué razones, sentimientos, llamadas… ha tenido para estar aquí. Puedo haber venido para conocer más a San Enrique, o para serenar mi espíritu, o para descansar del ajetreo diario, o… Sería muy bueno que nos preguntáramos además: ¿Para qué Dios me ha traído hoy aquí? O mejor aún preguntarle a él directamente: ¿Para qué me has traído hoy aquí? Vamos a intentar comenzar y vivir este día de retiro con esa disposición interior de comprender y experimentar lo que Dios tiene preparado para mí HOY y AQUÍ. Parte 1. Experiencias de fe, de dolor y de gozo. Enrique de Ossó, santo, sacerdote, catequista, fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, inspirador y primer convocante de lo que hoy llamamos la Familia Teresiana… Hoy vamos a intentar acercarnos a su persona. Mejor dicho, vamos a acercarnos a la persona de Enrique de Ossó para que sea él quien nos ayude a llegar hasta Jesús. El centro siempre es JESÚS. Lo fue para Enrique y tiene que serlo para cada cristiano, porque sin él todo se convierte en puro formulismo, en normas sin sentido. Es más cristiano el que más se acerca a Jesucristo, y nada más; no el que más normas cumple, aunque se cumplan las normas. Así lo vivió San Enrique, así lo tuvo claro desde los primeros años de su vida, cuando dice: “Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y amor”. Jesús es su vida, su centro, el motor de todo lo que realiza, su alegría, su consuelo… Su único deseo es ser como Jesús, vivir como Jesús… Todo en Enrique respira a Jesús. Estamos celebrando en la Iglesia el Año de la Fe. San Enrique fue un hombre de fe probada 4 Experiencias de fe, de dolor y de gozo en muchos momentos de su vida. Una fe asentada, no en creer tal o cual dogma – eso también, por supuesto- sino asentada en la misma persona de Jesús, en su palabra, en la EXPERIENCIA de tenerle por amigo y compañero de camino, en buscarle constantemente, en saberle presente en todas sus idas y venidas, en caminar con él, por él y para él. En creer, como Teresa de Jesús, que mis obras son las suyas y las suyas son mías. ¡ESO ES LA FE! He querido, en estas dos charlas, detenerme en un momento especial de su vida. De ahí el título: Experiencias de fe, de dolor y de gozo. Últimos días de San Enrique de Ossó. El tema me ha impresionado siempre; sobre todo al investigar los hechos para escribir el libro “Culpable o culpado”, y darme cuenta de lo fuerte que había sido para Enrique de Ossó la última temporada de su vida, sus últimos años, sus últimos días. Pienso que solamente una fe muy vivida pudo haberle sostenido en las circunstancias tan dolorosas que tuvo que soportar. Y pensé también en el gozo inmenso que debió experimentar al sentirse, durante ese último tiempo, abandonado y rechazado por muchos pero acogido amorosamente por ese Jesús a quien le había entregado todo, y que era para él absolutamente todo, según sus propias palabras, esas que repetía a menudo sobre todo en la última temporada de su vida: “Jesús mío y todas mis cosas”. En primer lugar voy a hacer un pequeño recorrido histórico. La historia, seguramente la conocemos, pero vale la pena recordarla, aunque sea a grandes pinceladas, porque es muy larga, abarca más de dieciséis años de vida. Y es la vida de las personas es la que mejor “dice” algo de ellas, más que sus palabras. Cómo ha sido la vida, qué ha sucedido a lo largo de la historia vital, cómo se ha enfocado, qué tipo de persona ha resultado de todo eso. Ahora vamos a ver solamente la primera parte: una pequeña síntesis de la historia del sacerdote Enrique de Ossó. Enrique de Ossó fue siempre un fuera de serie. Hoy diríamos que era un “crack”. Seminarista brillante en Tortosa y Barcelona. Desde que comenzó su actividad como sacerdote, en Tortosa, revolucionó todos los ambientes. Primero, la catequesis: los niños andaban por calles y plazas como ovejas sin pastor; comienza él a ganárselos, y solamente un año después eran ya 1.200 los que asistían regularmente a la catequesis. Enrique tenía entonces 29 años. Así comienza lo que en lenguaje humano y cotidiano llamamos “una carrera de éxitos”: después de la catequesis, las chicas, la Archicofradía de Hijas de María y Santa Teresa, que se extendió como un reguero de pólvora, en muy poco tiempo y con un número de miembros que nadie Últimos días de Enrique de Ossó 5 podía soñar, ni casi contar, por toda España y parte de Portugal y América; los hombres, en la Hermandad Josefina, la Revista Santa Teresa de Jesús que se extendió por todo el mundo, la Compañía de Santa Teresa… Simultáneamente, funda y dirige un periódico, escribe libros y folletos… No es posible ponerse ahora a enumerarlo todo, pero todo lo que Enrique emprendía, crecía y crecía y crecía… El obispo de Tortosa, don Benito Vilamitjana, estaba loco con él, como se dice vulgarmente “lo llevaba en palmitas”. ¡Y no era para menos! Se podría decir que Enrique transformó la diócesis de Tortosa en muy pocos años. También extendió su acción a muchos otros lugares fuera de Catalunya, de España incluso. Hasta aquí parece que todo iba bien. Así llegamos al año 1877. Enrique está a punto de cumplir 37 años. Su amor por Santa Teresa aumenta de día en día, porque en ella ha encontrado la fuente de su espiritualidad, el dónde, el por qué y el cómo de su acción apostólica. De ella ha aprendido el valor de la oración, el camino para “entrar en el castillo”, y los frutos que se derivan de el “trato de amistad con quien sabemos nos ama”. Si no fuera así ¿de qué otra fuente podrían brotar sus innumerables obras apostólicas? En abril de 1876 había comenzado la fundación de su obra prioritaria: la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Y el 12 de octubre del 77, después de muchos meses de idas y venidas, se inauguraba en el barrio de Jesús, en Tortosa, un convento de monjas carmelitas descalzas, en un terreno amplísimo cedido por la señora Magdalena de Grau, edificado gracias a los donativos solicitados incansablemente por Enrique de Ossó desde la Revista Santa Teresa. Cuatro monjas carmelitas, venidas desde Zaragoza, solicitadas también por Enrique, constituían la nueva comunidad del convento. Enrique quería que Tortosa tuviera un convento de monjas carmelitas como Teresa de Jesús. En esta obra quiso contar con la colaboración de tres amigos íntimos, y que ellos figuraran con él, tanto en la escritura de donación del terreno como en todo lo relacionado con la edificación del convento. Imparablemente, la Compañía de Santa Teresa soñada el 2 de abril de 1876, había ido creciendo y cada vez llegaban más aspirantes a los pisos de Tarragona y Tortosa. Se hacía necesario ir pensando en un lugar apropiado como residencia de las novicias, donde se puedan formar convenientemente y se preparen para la vida que les espera. En enero de 1878, Enrique escribe en la Revista Santa Teresa: “Tenemos un terreno muy apto: es más, tenemos ya el plano y unos pocos dineros 6 Experiencias de fe, de dolor y de gozo para empezar. Intentamos alzar al lado de la casa de oración (el convento de las carmelitas) un colegio modelo de enseñanza, …a fin de que vivan así hermanadas la santidad y la sabiduría, el apostolado de la oración, con el de enseñanza y sacrificio.” Es decir, las monjas carmelitas y las hermanas de la Compañía. Había terreno para todo, unas protegerían a las otras en caso de necesidad, porque la situación política de España era muy difícil y las carmelitas podían verse impedidas de vivir en su convento y solamente dedicadas a la oración. Se presentaron, en distintos momentos, algunas dificultades con la señora donante del terreno, pero finalmente y a pesar de que Enrique ya está decidido a no construir allí sino en un terreno de Roquetes, ella misma le pide que edifique al lado de las monjas. Se pone la primera piedra del edificio, firman el acta Enrique, sus tres amigos y algunas personas más. PERO… Menos de dos meses después comienza el calvario que acompañaría a Enrique durante el resto de su vida. ¿Qué sucedió? Pues, sucedió que los que antes eran amigos se convirtieron en enemigos (ellos se hicieron enemigos porque Enrique nunca los consideró así). Los que antes aplaudían y le ayudaban en sus obras, ahora le calumnian y quieren echarlo todo por tierra. Sucedió que las monjas enredaron mucho y chismorrearon muchísimo, también mintieron. Sucedió que el obispo que antes le llevaba en palmitas ahora le esquiva y le rechaza. Los intereses de algunos, las envidias de otros, la ambición de otras… Todos necesitan descargar en alguien sus frustraciones y ese alguien es Enrique. La señora donante del terreno quiere ser ella quien lo gobierne todo y vuelve a quejarse de que se perjudica a las monjas construyendo al lado la casa de la Compañía, las monjas se sienten perjudicadas y que se les quita algo que es suyo (al respecto hay anécdotas que serían graciosísimas si no fueran tan terribles)… Mientras tanto, las paredes de la nueva casa teresiana van subiendo. El 12 de octubre de 1879 entran a vivir allí algunas Hermanas de la Compañía. Enrique llega a Tortosa el día 13 y allí le espera la comunicación de que las monjas carmelitas le han denunciado al Obispado por apropiarse del terreno, porque se sienten muy perjudicadas de que se edifique allí la casa de la Compañía. Enrique se queda “de piedra”. Últimos días de Enrique de Ossó 7 Pocos días después, a petición del nuevo obispo de Tortosa –el anterior, D. Benito Vilamitjana ha sido nombrado arzobispo de Tarragona- y del Vicario General, Sr. Castellarnau, los amigos co-propietarios del terreno escriben cada uno un informe mostrándose en desacuerdo con Enrique y posicionándose a favor de las monjas carmelitas; de repente olvidaban que antes habían estado de acuerdo y así habían firmado en el acta de la primera piedra. Todo lo que sigue a continuación es como una bola de nieve que se va convirtiendo en un alud. Los chismes van y vienen en la ciudad, unas personas a favor de Enrique, otras en su contra. Hay abucheos públicos a Peñarroya y Castellarna, se discute, se pone en duda la verdad de unos y de otros... Las carmelitas piden que se derribe lo construido hasta el momento de la casa de la Compañía, y Castellarnau también. Pero en el fondo no se trata de derribar unas paredes. Se trata de derribar a una persona. Algunos acuden al obispo Vilamitjana, en Tarragona. Vilamitjana, que antes aplaudía, ahora escribe y envía un informe en el que toma partido por los que atacan a Enrique e incluso insinúa, por primera vez en todo el proceso, la posibilidad de llevarlo a los tribunales. Enrique va ofreciendo soluciones que no son aceptadas. Las que le ofrecen a él son claramente injustas o insuficientes. En marzo de 1881, el Vicario Castellarnau –no sabemos por qué se la tenía jurada de esa manera a Enrique, pero fue el principal artífice de todo lo que sucedió en esos dieciséis años - por medio de un decreto, comunica que el edificio de la Compañía tiene que ser derribado… o Enrique atenerse a las consecuencias. Enrique apela, se le niega la apelación, y la consecuencia es que tres días después el Vicario Castellarnau firma y pone por obra el decreto de Entredicho, no sobre Enrique, sino sobre la Compañía. El decreto manda que se desocupe el edificio y que, mientras esto se lleva a cabo, se quite al Señor sacramentado de la casa de la Compañía, y se prohíbe que se celebre en ella la Eucaristía, ni que pueda estar allí el noviciado, por tanto no puede haber ceremonias de votos, etc. ¡nada de nada! Todo bajo pena de excomunión. Para una congregación religiosa recién nacida, como era la Compañía de Santa Teresa, esto era casi arrancarle el corazón y con él la vida. ¿Cómo creer en ella si la misma Iglesia la castiga? ¿Cómo pretender que las posibles aspirantes se fíen de alguien de quien la misma Iglesia dice que se apropia de lo que no es suyo? ¿Cómo confiar? Sin embargo, ni una sola novicia se marchó, y otras siguieron llamando a las puertas de la Compañía. 8 Experiencias de fe, de dolor y de gozo Nueva apelación de Enrique y nueva denegación por parte de Castellarnau. Hay un detalle en todo esto que sería de risa si no fuera trágico. Desde el momento en que Enrique acude al tribunal eclesiástico de la diócesis de Tortosa, Castellarnau, como Vicario General, se convierte en una de las partes del pleito. Por ética elemental, debería haber renunciado a presidir el tribunal eclesiástico en este caso, pero no lo hace. De manera que es a la vez acusador y juez en el litigio. Esto no es solamente un contrasentido, sino una falta de ética, o peor ¡es totalmente inmoral! Así se llega a 1884. Enrique tiene grandes y fundadas esperanzas de que el tribunal de Tortosa sentencie a su favor, así se lo dice la mayoría de sus amigos, conocidos, abogados… Pero se equivoca. Las presiones ejercidas por el Vicario Castellarnau son más fuertes que los testimonios y el derecho probado, y se sentencia en contra de Enrique, y se le acusa a él personalmente de apropiarse de lo que no es suyo –se le llama ladrón sin emplear la palabra-. Enrique ahora tiene dos pleitos entre manos: el del entredicho y el del edificio de la Compañía. Pero no se rinde porque cree firmemente que la verdad tiene que ser más fuerte que la maledicencia. Seguirá luchando, primero por lo del entredicho y segundo para no derribar el edificio. El entredicho se resuelve favorablemente después de casi dos años. En lo referente al edificio, apela al Tribunal Metropolitano de Tarragona. Y aquí sucede ya lo inimaginable, el colmo del malhacer y del abuso de poder. En el Tribunal Metropolitano de Tarragona, abogados y jueces, libres de las presiones de Tortosa y con la documentación aportada por Enrique, juzgan el caso con equidad y justicia. El tribunal lo preside el juez Grau, de quien se dice “que es insobornable”. El juez Grau, después de estudiar el caso detenidamente, sentencia a favor de Enrique. El paso siguiente debe ser hacer pública la sentencia, que hasta ese momento no tendrá validez legal. Transcribo los sucesos como se relatan en el libro “Culpable o culpado”: “El día 25 de junio de 1886, el Dr. Juan Bautista Grau, juez del tribunal metropolitano de Tarragona, llega puntualmente a su despacho del arzobispado. Trae consigo un pesado portafolio porque ha velado en su casa hasta altas horas de la noche repasando el borrador de la sentencia que terminó de dictarle a media tarde a su secretario, el Dr. Marsal, que ha dejado Santander para desempeñar el nuevo cargo. Es un escrito largo y pormenorizado, dividido en tres partes: la primera es una Últimos días de Enrique de Ossó 9 exposición objetiva a base de documentos; la segunda es una explicación de las razones que apoyan la conducta seguida por Ossó, absolviéndole de cualquier falta; la tercera, que contiene propiamente el dictamen, declara nulo el decreto gubernativo del 15 de marzo de 1881 y reconoce la plena y legal posesión del colegio noviciado por parte de don Enrique y hermanas de la Compañía. Después de repasar algunos pormenores, Grau entrega el escrito a los oficiales del tribunal para que lo copien en el libro de Actas correspondiente y en papel sellado, a fin de que la sentencia sea pronunciada y publicada como ordenan los cánones. Cuando lo ha hecho, un amplio suspiro se escapa de sus labios, mientras se dice a sí mismo: Gracias a Dios que ya se ha hecho justicia en este caso, tan claro en sus hechos y tan oscuro en su desarrollo. Sorpresivamente, al día siguiente, 26 de junio, el obispo de Tarragona, don Benito Vilamitjana, envía un oficio al juez Juan Bautista Grau en el que le comunica que reserva a su propia persona el estudio del pleito. El juez Grau no puede, por lo tanto, decir ni una palabra al respecto porque queda apartado del caso, y la sentencia que ha firmado no tiene validez jurídica alguna porque no ha podido ser publicada.” A continuación, el obispo Vilamitjana nombra a otro juez para que se ocupe del caso, y que, como era de esperar, falló en contra de Enrique. Ante la magnitud del atropello de la justicia que todo esto representaba, Juez Grau presento, indignado, su renuncia en el tribunal. Años después, cuando se quisieron esclarecer los hechos, se buscó la sentencia de Grau copiada en el libro de Actas se encontró la página arrancada. ¡Se pretendía hacer ver que allí no había pasado nada! A continuación, Enrique apela al Tribunal de la Rota, en Madrid. Allí las influencias de sus contrarios consiguen otra sentencia condenatoria, a pesar del desacuerdo manifiesto de uno de los jueces, Dr. Zunzunegui. Enrique apela a Roma, envía documentos que avalan la veracidad de toda su actuación y del derecho que le asiste. Los documentos “se pierden”. Evidentemente, la “mano negra” que actúa en todo este asunto es alguna mano negra con guante morado o rojo y tiene unas amistades muy bien situadas en las altas esferas. Y así… durante 16 años. Se dice pronto. ¿Cómo ha vivido Enrique todo ese tiempo y todos estos acontecimientos? ¿Qué ha pensado, qué ha sentido al ver alejarse a unos que se decían amigos, al sentirse llamado ladrón por los que antes le ensalzaban, al tener que enfrentarse a los representantes de una Iglesia a la que ama, a la que venera y a la que sirve, al 10 Experiencias de fe, de dolor y de gozo experimentar en su propia persona las trampas, las injusticias, la mentira llevada a cabo por esos mismos representantes? ¡ES MUY FUERTE TODO LO SUCEDIDO! Para un hombre que ha entregado su vida a Dios y a su Iglesia y que ha luchado por ellos es muy fuerte ver que todo aquello en lo que creía, se desmorona. ¿Lo vivió así Enrique? En abril de 1892, escribe en la Revista Santa Teresa, bajo el pseudónimo de El Solitario: “podrá suceder que seamos culpables sin culpa, esto es que no tengamos la culpa que se nos atribuye y por la que se nos condena, pero no podemos decir nunca con verdad: me culpan sin culpa. Si no soy reo de la culpa que se me atribuye, lo soy de otras, quizá más graves. ¿No es mejor, mil veces más, vernos culpados siendo inocentes que no siendo pecadores? Eso obliga, pues, a alzar los ojos al cielo y a exclamar: ¡Arriba los corazones!” Él era sumamente reservado. Lo que podemos saber de sus sentimientos son breves frases en sus cartas y lo que escribía en la Revista Santa Teresa con el pseudónimo de El Solitario. Pues bien, NUNCA dijo ni una sola palabra en contra de los que le atacaban. Es famosa su frase “todo esto es contradicción de buenos”, o aquella otra “no nos dañará ninguna adversidad si no nos domina ninguna iniquidad”. El mal no viene de fuera. Todo lo que sucede no nos dañará si nuestro interior permanece limpio, si el odio, la venganza, el resquemor, la amargura, no anidan en nuestro corazón. Esa limpieza de corazón fue la mantuvo Enrique durante todos esos años, y así llegó al final de su vida. Pero todavía le faltaba por sufrir una gran amargura. Desde 1890 era superiora general de la Compañía la M. Rosario Elíes, una persona que fue elegida superiora general en circunstancias extremas y que fue deteriorándose progresivamente hasta ser incapaz de dirigir la Compañía, pero sin querer renunciar a su cargo. La Compañía era para Enrique “la niña de sus ojos”, por ella lo había dado todo y ella se lo debía todo a él. Durante un tiempo suficientemente largo, con prudencia, con cariño inmenso, pero con firmeza quiso ayudar a la superiora general a recapacitar, a dejar el gobierno en beneficio de la congregación. La instó una y otra vez, pero en vano. Fue siendo rechazado también una y otra vez hasta que Enrique, padre y fundador, se sintió “persona non grata”. Entonces, con todo el dolor de su alma, se retiró. Así llegó Enrique a la Navidad de 1895. Estuvo en Barcelona y después en Tortosa, e hizo repetir a las novicias que se encontraba por la casa: “Dame, buen Jesús, vida y muerte de amor de Dios, a mí y a las personas que más quiero”. Las novicias se reían, repetían la frase y le decían que no tenía que morirse todavía. Después dijo Últimos días de Enrique de Ossó 1 1 que se iba a hacer ejercicios espirituales, pero no dijo a dónde ni cómo se sentía su alma. Era ya el mes de enero de 1896. Enrique estaba con el alma y el corazón humanamente rotos. Dos de sus grandes amores, la Iglesia y la Compañía, le daban la espalda. Así llegó al convento franciscano de Gilet, en Valencia. ✽✽✽✽✽ ✽✽✽✽✽ ✽✽✽✽✽ ¿Qué nos dice todo esto a nosotros, a cada uno de nosotros? Al principio de esta charla decía que íbamos a acercarnos a la persona de Enrique de Ossó para que él nos acercara a Jesús. Es Jesús quien siempre nos muestra el camino por donde hemos de caminar si queremos ser como él. Nosotros podríamos intentar hacer memoria de esos momentos de nuestra vida en los que hemos vivido situaciones difíciles, dolorosas, incomprensiones, quizás injusticias… como las vivió San Enrique. Primero, hacer memoria de esos momentos. Después preguntarnos ¿cómo los he vivido? ¿qué sentimientos han dejado en mí? ¿en dónde he buscado o busco la serenidad que necesito para afrontar la adversidad? ¿me fío de Dios, que es mi padre y mi madre, que no permitirá que me suceda nada que no pueda soportar? Los santos nos enseñan el camino, el mismo camino por donde caminó Jesús. Enrique fue uno de ellos. Jesús que, en la cruz, da ese grito tremendo, impresionante, estremecedor: “Padre ¿por qué me has abandonado?” Pero inmediatamente después le dice a su Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Se fía de Dios. Decíamos que Enrique fue un hombre de FE probada. Una fe asentada en la misma persona de Jesús, en su palabra, en la experiencia de tenerle por amigo. ¿Cómo es nuestra experiencia de Dios, que es lo mismo que nuestra experiencia de fe? ¿Podríamos decir nosotros, en medio de las horas difíciles, como San Enrique, “Jesús mío y todas mis cosas”, o lo que es lo mismo: Jesús, tú lo eres todo para mí, no necesito nada más? ¿Tenemos experiencia de que Dios está en nosotros, está con nosotros? Los santos nos enseñan el camino, pero cada uno de nosotros ha de recorrer su propio camino de seguimiento de Jesús. Cada uno de nosotros ha de desear, buscar, provocar esa experiencia que es la que nos mostrará a un Dios personal y único, amigo y ¡ahora sí! compañero de camino en todos los momentos de la vida. Los cristianos, o somos personas que tienen experiencia de Dios o, desgraciadamente, solo repetiremos lo que otros dicen, sin la fuerza que tiene el convencimiento de “lo que hemos visto y oído, lo que 12 Experiencias de fe, de dolor y de gozo nuestras manos tocaron y palparon del Verbo de la vida”, como dice San Juan. Así lo vivió Enrique de Ossó y así podemos vivirlo nosotros. Parte II. Últimos días de Enrique de Ossó En la charla anterior, dejábamos a Enrique en el momento en que se retira al convento de Santo Espíritu, en Gilet. Era el 2 de enero de 1896. Iba literalmente “hecho polvo”. Ahora vamos a entrar en la segunda parte de esta historia de dolor y gozo. Qué pasó durante ese tiempo, casi un mes, en el que Enrique se retira de todo y de todos. Cuál es su actitud. Qué piensa, qué dice, cómo vive ese desmoronamiento de todo lo que ha constituido su vida hasta ese momento. Antes hacíamos un recorrido por la historia exterior, por los hechos, ahora haremos un recorrido por su interior. Enrique no escribe expresamente lo que está viviendo, pero sí es verdad que lo que escribe en esos días, da razón de cómo está interiormente. En el mes de diciembre, en la Revista Santa Teresa, había escrito: “Da, si quieres, Jesús mío, amor mío de mi corazón, da, si quieres, a otros corazones honores, glorias, riquezas, bienandanza y felicidad acá. A mí, tu siervo, dame sólo tu amor sobre todo, y esto me basta. Sólo Dios basta, y tú eres el Dios de mi corazón”. A él le habían quitado todo aquello: el honor, la gloria, lo poco material que poseía, el éxito en sus obras, todo lo que humanamente hace feliz a una persona. Una sola cosa no han podido quitarle: EL AMOR. El amor que siente hacia Dios y el amor que sabe que Dios le tiene. Eso le basta. Los primeros días en Santo Espíritu los pasó descansando: charlas con los frailes franciscanos, largos paseos por los alrededores, seguramente subió a alguno de los siete picos que rodean el convento… Después, el 6 de enero, día de Reyes, comenzó ejercicios espirituales, que duraron hasta el 13. En aquellos días rezó mucho, recogió todo lo vivido en los últimos años, enfrentó la situación en que se encontraba, seguramente recordó lo que dice san Pablo: “Todo colabora al bien de los que aman a Dios” … y Enrique amaba a Dios más que a nada en el mundo, así que se entregó con todo el amor de que era capaz en los brazos de su Padre Dios. Hizo realidad el SOLO DIOS BASTA de Teresa de Jesús, y el TODO POR JESÚS que él era tan amigo de repetir y de hacer repetir. En aquellos días se dio cuenta por Últimos días de Enrique de Ossó 1 3 propia experiencia de que era verdad: a él, a Enrique, solo Dios le bastaba; él, Enrique, lo había dado todo y seguía dándolo TODO POR JESÚS. Desde ese momento comenzó una nueva etapa de su vida –él no sabía que acabaría tan pronto-. No tuvo prisa en marcharse de Santo Espíritu. Leía, escribía sin tregua. Hizo las correcciones a una novena a la Virgen Inmaculada que había escrito anteriormente, escribió unos apuntes sobre la vida mística, y de un tirón quiso expresar todo lo que su alma experimentaba en una novena al Espíritu Santo, porque es el Espíritu quien nos asiste –dice textualmente-: “siempre que se necesita alcanzar luz y gracia del cielo en algún negocio arduo o difícil, de los que tantos se ofrecen en la vida”. Son las últimas páginas que salieron de su pluma y de su corazón. Vamos a recoger ahora alguna de esas palabras, que nos dicen mejor que nada la situación interior de Enrique: Acusado sin culpa, acosado por todas partes, empeñado en hacer valer la verdad de unos hechos que no son ciertos… “Vos sois el dador, dispensador y autor de todos los dones, la fuente de todo consuelo, el principio de todas las gracias, de toda bienaventuranza y paz. Renovad, pues, la faz de la tierra, sedienta de vuestra verdad y de vuestro amor. Resplandezca una vez más vuestra infinita misericordia y amor”. Sintiéndose despreciado por muchos, con el corazón roto ante la traición de muchos amigos, de sus superiores eclesiásticos, de algunas Hermanas de la Compañía… “Venid, oh padre de los pobres, a mi pobrecita alma, que tanto os ama y desea recibiros; desapegad mi corazón de todas las criaturas y llenadme de vuestro amor y de vuestros dones, para que con el Padre y el Hijo yo os glorifique ahora y siempre…” Manteniendo un pleito sin fin solamente con la única pretensión de que resplandezca la justicia, pero siempre deseoso por encima de todo de hacer la voluntad de Dios en todo… “¡Oh Espíritu Santo Dios, Espíritu de verdad, hacednos verdaderos en todo y que nunca resistamos a vuestras inspiraciones! Enseñadnos a hacer la voluntad de Dios en todas las cosas. ¡Oh Espíritu Santo Dios, Espíritu de amor y de consuelo! Unidos a Dios para siempre por el amor, y haced que hagamos siempre vuestra divina y santísima voluntad. ¡Oh Espíritu Santo Dios, Espíritu de 14 Experiencias de fe, de dolor y de gozo gracia y santidad! Santificadnos con vuestros dones y frutos, en vida, en muerte y por toda la eternidad”. Sabedor de las envidias, de las mentiras, de las calumnias que se han vertidas sobre su persona, pero poniendo por encima de todo la caridad, el amor hacia sus mismos perseguidores, porque sabe que solo el amor nos transforma en verdaderos seguidores de Jesús… “Tú todo lo vences, todo lo purificas, todo lo ennobleces, todo lo divinizas; mas es con el amor, porque Amor eres, eterno, sustancial y divino del Padre y del Hijo, que te derramas por la caridad en nuestros corazones. ¡Oh habitante soberano y amoroso de mi corazón! Haz que nunca te contriste por el pecado, por la ingratitud, por el desamor. Obra en mi alma otro prodigio de tu gracia, como lo obraste con los Apóstoles y por ellos con todo el mundo. Entra en mi pecho con toda la bandada de tus virtudes, de tus dones, de tus frutos, de tu gracia; y transformarme en Apóstol de tu gloria. ¡Oh Luz beatísima! llena los corazones de todos tus fieles. …¡Oh Espíritu de verdad! obra otra vez tus prodigios de amor, de luz y de paz. No haya más que un solo corazón y una sola alma en toda la gran familia cristiana, y Tú vence, Tú solo reina en todos los corazones por la verdad y amor, con el Padre y el Hijo”. Enrique se siente apóstol de Jesucristo, se sabe llamado a extender su amor y su conocimiento, quiere hacerlo, y sabe también que ahora tiene que comenzar de nuevo, que necesitará ser fuerte, tener la luz necesaria para emprender lo que Dios le pida, y se dispone confiadamente… “El Espíritu Santo lo hará todo: Él hablará por su boca, Él mudará su rudeza, Él cambiará la faz de la tierra. Sólo falta que los Apóstoles se preparen para recibirlo, y el primer encargo que les da es éste: estad quietos, retiraos en paz. Y así lo hacen: viven retirados del comercio humano, se apartan del bullicio del mundo, no se cuidan de los negocios de la tierra, para recibir como se les ha mandado, en el secreto del retiro la gracia y la virtud del Espíritu Santo que les ha de cambiar en otros hombres. Y por este medio consiguen la gracia del Espíritu Santo, que les convierte en luz del mundo…. ¡Oh alma mía! ama el retiro y la soledad, sobre todo en tu corazón, y disponte por ella a recibir la plenitud del Espíritu Santo. Jesús te lo manda. Los Apóstoles así lo practican. ¿No querrás tú imitar tan bello ejemplo? ¿Cumplir tan santo mandato? Huye, calla, reposa, y el Espíritu Santo vendrá a morar en ti con gozo”… “Si quieres recibir el Espíritu Santo, alma mía, prepárate primeramente procurando soledad, retiro, si no puedes real, a lo menos en tu corazón. Separando nuestro corazón del afecto a las cosas mundanas, y retirándonos a menudo a la soledad del corazón, Dios hablará a Últimos días de Enrique de Ossó 1 5 nuestra alma, le descubrirá sus faltas, le dará sus luces, su fortaleza y su gracia. En la soledad o retiro es cuando habla el Señor al alma y le hace preparar sus caminos y le apareja digna morada. Mas poco son los corazones que moren en soledad, y por eso son muy pocos los que oyen su voz”. Experimenta la necesidad de conocer lo que Dios espera de él, por eso desea la luz del Espíritu Santo con toda su alma. Acaba de pasar días de oscuridad, de tinieblas, de amargura, pero sabe que la fuerza de los deseos puede hacer milagros… “El deseo es bella disposición para recibir al Espíritu Santo. Son los deseos como las alas que levantan el corazón. Son los deseos como las flores del alma, las cuales anuncian que ésta dará su fruto, si se sabe guardarlas, cuidarlas, protegerlas; y así como sin alas no se puede volar, y sin flores no se dan los frutos, así en el alma, si no preceden estos vivos deseos, estas hermosas flores, no se siguen las obras santas, los frutos de bendición. …Mira cómo nuestras almas desfallecen suspirando por recibir el Espíritu Santo, Espíritu de verdad que procede del Padre y que Tú nos has dicho que nos enseñará todas las cosas. ¡Ay, qué larga es esta espera! ¡qué días más amargos! ¡Ven, oh Espíritu Santo, y envíanos un rayo de tu luz! ¡Ven, Padre de los pobrecitos, como nosotros somos! ¡Ven, dador de todos los dones, que necesitamos todos! ¡Ven, lumbre de los corazones, y será renovada la faz de la tierra!... Pide al Señor y al Espíritu Santo que te aumente estos deseos, y ofrécele, ya que no grandes obras, a lo menos los deseos, que son las flores de tu corazón, para que las bendiga, y con el rocío del cielo las haga producir frutos”. Ante sus nuevos planes apostólicos, todo aquello que ha ido ya pensando en esos días de soledad, no quiere dejarse llevar por su entusiasmo recuperado; a él solo le interesa la voluntad de Dios. Incluso ante la posibilidad de continuar o no el pleito, siempre se deja en las manos del Espíritu de Dios… “Nuestros pensamientos son tímidos e inciertas nuestras providencias (Sab 9). Ignoramos muchas veces si es o no lícito o conveniente alguna cosa, si es voluntad de Dios el hacerla u omitirla; y por esto necesitamos de lumbre del cielo, lo cual hace el don de consejo, que nos enseña lo que debemos hacer en las circunstancias en que nos hallamos; porque no basta saber que una cosa es en sí buena, sino que debemos saberlo en aquel caso determinado. … En medio de tantos lazos y redes que el demonio te echa en todas partes, levanta tus ojos al cielo, desconfía de tu prudencia e invoca al Espíritu Santo y Él te dará luz, consejo y guía para salir victoriosa, pues sin remedio caerás. No lo olvides”. 16 Experiencias de fe, de dolor y de gozo Se podrían buscar muchos más textos. Esto es solo una muestra de lo que su pluma escribió, que era lo que le dictaba su corazón en aquellos últimos días. Ya había comenzado a hacer planes. El día 20 de enero empezó a dar algunos pasos para la impresión de sus últimos escritos. Le escribe a Miguel Casals, de la Tipografía Casals, en Barcelona: “Tengo tres libritos muy sabrosos para imprimir, de mucha miga y pequeña mole. ¿Quiere hacerlo? Uno es del Espíritu Santo -Novena y Triduo- , otro de la Purísima Concepción, y otro "El amor de Jesús sobre todas las cosas". Dirija contestación a Tortosa, Colegio, y me la mandarán donde esté, y guarde silencio si usted lo sabe por casualidad, hasta que acabe mi retiro”. El dolor iba dejando paso al gozo. El gozo de saberse amado por Dios. El gozo de sentirse un poco parecido a Jesús, también humillado, rechazado, calumniado, despreciado y desechado por los suyos. El gozo de compartir con Jesús esos sentimientos de fracaso, de dolor humano, de abandono. El gozo del TODO POR JESÚS. El gozo de no experimentar ataduras humanas: libre porque nada debe, libre porque nada tiene, libre porque SOLO DIOS BASTA. Hay una cita bíblica, de un profeta que poca gente lee, pero que a mí me apasiona, que dice así: “Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahvé se cobijará el Resto de Israel. ¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión! ¡Lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón! ¡Yahvé, tu Dios, está en medio de ti! ¡es un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (Sof 3, 15-16). ¿Habéis caído en la cuenta de lo que supone que se te diga “Dios exulta de gozo por ti” ? No hay nada comparable al gozo de pasar del desprecio humano a la predilección de Dios. No hay nada comparable a experimentar que el vacío que deja el rechazo injustamente sufrido lo llena con creces, hasta el infinito, la complacencia de Dios en ti. Yo estoy segura de que Enrique experimentó hasta en los últimos rincones de su alma ese gozo inmenso. Y que eso le condujo ¡del dolor terrible al gozo inenarrable! Y así, llegó al final. Unos días más tarde, el 27 por la noche, Enrique caía desplomado ante la puerta de la clausura de los frailes franciscanos y moría unos minutos después. Al parecer de un derrame cerebral o de un infarto. Hace años, yo pensaba que el infarto mortal había sido consecuencia de tanto dolor experimentado en aquellos últimos tiempos. Ahora, tengo serias dudas. ¿No sería más bien el gozo de los últimos días? El corazón humano es frágil, y cualquier impresión fuerte puede desencadenar la muerte. Pero yo creo que fue más fuerte el gozo de sus últimos días que el dolor anterior. Humanamente hablando, el corazón Últimos días de Enrique de Ossó 1 7 –quebrantado, indudablemente- no respondió a impresiones tan fuertes. Visto desde otra vertiente, el gozo inmenso de la experiencia del amor de Dios hizo que el corazón le estallara, como quien abre así, violentamente, una puerta que le separa de la felicidad. Sinceramente, yo creo que fue así.