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IMÁGENES DE LA REPARACIÓN
Prof. Dra. Nurya Martínez-Gayol Fernández, ACI
de la Universidad Pontificia Comillas
ENCUENTRO NACIONAL DEL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN
Madrid, 19-20 de septiembre de 2012
1
Dirección Nacional
del Apostolado de la Oración
Madrid, 7 de octubre de 2012
Fiesta de Nuestra Señora del Rosario
A.M.D.G. et B.V.M.
LAS IMÁGENES DE LA REPARACIÓN
2
1.
Introducción: Reparación al Corazón de
Cristo, al Corazón de Dios, al Corazón del
mundo
Me corresponde la primera ponencia de este Encuentro Nacional,
que se abre a la sombra de una imagen (la que tenemos proyectada y
aparece en el díptico de la convocatoria) y la que encontramos
plasmada en conceptos en el título del mismo: “Corazón de Cristo.
Corazón de Dios”. En uno y otro caso, sea a través de la iconografía
o de la palabra, es claro que el centro de nuestra atención es el
Corazón.
Y ahí irá dirigida también mi intervención. Voy a hablar de
“reparación”. Más en concreto de algunas “imágenes” de las que a lo
largo de la historia, la fe cristiana y la tradición teológica se ha
servido para “decir la reparación”, para aproximarse a su misterio,
para adorar al Dios que en Jesucristo experimentan como el reparador
por excelencia, para expresarle el deseo de participar con él en su
misión reparadora del mundo, de sentir con él, con su Corazón... que
sigue latiendo hoy como el único y verdadero Corazón del mundo;
que sigue abierto... traspasado..., en nuestro mundo roto. Pero que
sigue siendo también el espacio de acceso por excelencia para
adentrarnos y sentir con el Corazón de Dios.
De ahí que la fuente principal de la que bebe la espiritualidad
reparadora no pueda ser otra que la contemplación del Corazón
traspasado de Cristo en la Cruz, símbolo de la vida divina derramada
en el mundo para su salvación. Los Padres de la Antigüedad cristiana,
lo captaron perfectamente al hablar de la fecundidad de vida eterna
que producía la sangre derramada de Cristo al caer sobre la tierra. El
Corazón del Hijo es puerta abierta al Corazón de Dios (es el
revelador definitivo de quien es Dios). Pero el Corazón del Hijo se ha
3
incrustado también en nuestra tierra de tal modo, que a partir del
acontecimiento de su muerte y resurrección se ha incoado en la tierra,
y con él la salvación: el Corazón de Cristo es el Corazón del mundo,
y sigue bombeando amor, vida y entrega hasta que el universo entero
sea reconducido a Dios definitivamente en el Cristo total. Entonces
sí, entonces en su Corazón glorioso latirán, al pulso de Dios, todos
nuestros corazones.
Por otra parte también podríamos decir que el Corazón de Cristo
está aún roto y herido en los miembros más débiles de su cuerpo, en
los más pequeños, los más frágiles… en los más distantes. Su
Corazón en este sentido no ha alcanzado su culmen (teleiothéis)
porque aún no todos los corazones están orientados hacia Dios,
configurados con él, sintiendo y obrando como obra y siente Dios.
En otras palabras, la reparación al Corazón de Jesús, legítima y
necesaria, es la que surge de la comprensión escatológica de la
Redención, que de un modo especial vivimos en cada eucaristía. La
pasión, muerte y resurrección de Cristo nos ha alcanzado la
salvación, la Nueva Alianza se ha establecido, el Espíritu ha escrito la
ley del Amor en nuestros corazones y posibilita un conocimiento
íntimo, personal y directo de Dios, pero todavía no totalmente, ni en
la plenitud que nos ha sido prometida. Es en ese espacio históricosalvífico que separa lo “ya” dado de lo que aún está por acontecer
donde se inscribe el ámbito de posibilidad para la reparación.
Jesús nos ha otorgado un corazón nuevo, nos ha posibilitado un
nuevo modo de vida según el Corazón de Dios. Es Cristo el que
dejando transformar su corazón humano por toda realidad de dolor,
sufrimiento… hasta la muerte, “repara nuestro corazón”. Pero su
corazón, como nuevo espacio del encuentro del hombre con Dios,
sólo habrá alcanzado la plenitud escatológica, cuando toda criatura y
todo corazón, se hayan incorporado a él. En este proceso de
“reconstrucción del Corazón de Cristo en Dios”, de reunificación de
toda la realidad creada en Cristo, todos nosotros somos invitados
4
participar1. En ese sentido, es posible afirmar que estamos llamados a
“reparar el Corazón de Cristo”, es decir, a la tarea de reconducir,
reorientar hacia él, a su Corazón, a toda la humanidad; a colaborar
en la misión de recapitular, reasumir toda la Creación en ese centro
al que son atraídas todas las cosas y donde culminan en último
término: el Corazón de Cristo, el Corazón de Dios. Y en este
proceso, nada queda fuera. Cada uno de nosotros, la entera
humanidad, la historia, la creación… todo lo herido sangra desde el
Corazón del mundo, en el Corazón de Cristo, en el Corazón de Dios.
La praxis de “la reparación al Corazón de Jesús”, el deseo de
reparar el Corazón de Cristo, permite entonces pensar en un mundo
reparado y comprometerse a fondo con él, y hacerlo “en Cristo y
desde Cristo”.
Acoger el amor que el Padre nos ha manifestado en su Hijo
encarnado por medio de su Espíritu, no puede sino hacernos
reaccionar generosamente con un amor personal (redamatio) y con
un íntimo deseo de identificarnos con Cristo y solidarizarnos con
todos los hombres colaborando con Él. En último término, es el
reconocimiento agradecido de ese amor hasta el extremo,
contemplado en el corazón abierto del crucificado, el que ha
apasionado a lo largo de la historia a hombres y mujeres y los ha
lanzado a las brechas del mundo y de la historia, hasta dejar en ellas
la vida… para dar vida en abundancia (Jn 10,10).
2. Algunas imágenes de la reparación
Nos vamos a detener ahora, en algunas “imágenes de la
reparación”. Como pasaba cuando hablábamos del Corazón, se trata
Estamos ante dimensiones constitutivas de la vivencia de la
reparación: reconstrucción, reunificación, recapitulación.
1
5
aquí también de palabras que remiten a una imagen, porque desde la
conjunción entre palabra e imagen será más fácil adentrarnos en la
riqueza y el misterio que, a lo largo de la historia de la salvación,
Dios nos ha querido revelar a través del concepto reparación.
a)
Reparación como redamatio
b)
Reparación como plus de amor
c)
Reparación como reconstrucción
d)
Reparación como reconciliación
e)
Reparación como curación
f)
Reparación como recapitulación
1ª imagen: La reparación: retorno de amor2 (redamatio)
Las raíces últimas de esta noción son netamente bíblicas.
Israel conoce la confesión maravillada y llena de gratitud por la
salvación obtenida: "¿Cómo podré pagar a Yahveh todo el bien que
me ha hecho?" (Sal 116 [115], 12; cf vv. 5-8). Su respuesta en
acción de gracias se expresa en forma laudativa y activa, como
alabanza y entrega de la propia vida a Dios, delante del pueblo (cf vv.
13-19). Es Dios quien ha iniciado este diálogo de amor con su pueblo
escogido y quien capacita al hombre para amar: "Escucha Israel.
Yahveh nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Yahveh tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6, 4-5).
La exigencia de amar a Dios del Shema, se completa en la de amar al
Para esta parte véase nuestro trabajo: N. MARTÍNEZ-GAYOL,
“Variaciones en torno a un concepto” en Retorno de Amor. Teología,
Historia y Espiritualidad de la reparación, Sígueme, Salamanca 2008, 65120.
2
6
prójimo (cf. Lv 19, 18.34). Esta idea se radicalizará en el Nuevo
Testamento, donde la gran novedad es que el amor a los hermanos
aparece como un elemento interno del mismo amor a Dios, como un
modo de explicitarlo, como el desarrollo de algo que ya estaba
implícitamente contenido en aquel. Con la venida del Hijo, se ama a
Dios amando a Jesús (cf Jn 8, 42), guardando su palabra (cf Jn 14,
21.23-24). Se confirman los dos mandamientos de la ley (cf Mc 12,
28-33; 1 Jn 4, 20-21; Rm 13, 8-10), pero aparecen como un único
amor (reductio ad unum). Es en la propia experiencia de Jesús donde
se nos revelará en qué consiste en definitiva ese amar a Dios. Jesús
es aquel que ama a Dios amando a los hombres hasta dar la vida por
ellos. En esto consiste el amor, en que Dios nos amó primero (1 Jn
4,10) y nosotros no podemos responder a ese amor sino amando a
nuestros hermanos como él nos amó, es decir, dando la vida por ellos.
Por eso, en realidad, todo aquel que ama, –como decía
Agustín- no ama sino “re-ama”, retorna el amor. La redamatio, por
tanto, es la respuesta de Amor a Aquel que “me amó y se entregó por
mí” (Gál 2,20), es decir, el “ágape” percibido en la perspectiva de la
entrega de la propia vida, del amor hasta el extremo (Jn 16).
Esta idea es retomada por la Iglesia en Egipto hacia finales del
s. II, y la encontramos en CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: que afirma
“Debemos corresponder en el amor a quien amorosamente guía
nuestros pasos hacia una vida mejor”3. Lo explica en un magnífico
texto:
«Contemplad los misterios del amor, y podréis contemplar el seno
del Padre, que sólo su Hijo unigénito ha revelado. Porque la esencia
de Dios es amor, y fue por amor como se hizo manifiesto a
nosotros. Es Padre en cuanto que es inefable, pero es Madre en
cuanto nos ama. Porque, por su amor, el Padre se hizo mujer, como
se muestra por el hecho de que engendró de sí mismo a este hijo
único, ya que el fruto que nace del amor es amor. Por esta razón el
3
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo I, 3,9,1.
7
Hijo en persona vino a la tierra, se revistió de humanidad y sufrió
voluntariamente la condición humana. Quiso someterse a las
condiciones de debilidad de aquellos a quienes amaba, porque
quería ponernos a nosotros a la altura de su propia grandeza. Y
cuando iba a ser derramado en libación, ofreciéndose a sí mismo
como rescate, nos dejó un nuevo testamento: “Yo os doy mi amor”
¿Qué género de amor es éste? ¿Cuáles son sus dimensiones? Por
cada uno de nosotros entregó él una vida que valía lo que todo el
universo, y en retorno nos pide que entreguemos nuestras vidas el
uno por el otro»4
Llama la atención la claridad con la que el alejandrino
expresa cuál ha de ser el retorno. No se trata sólo de que Dios me
ame y que yo responda a su amor amándole a él. Lo esencial reposa
en que la forma de responder a su amor, la forma de hacer retornar el
amor es amar a los hermanos, entregando nuestra vida por ellos… es
decir, incorporarnos a su modo de amar… un amor que es entrega
de si mismo hasta dar la vida por sus amigos: ¡esta es la verdadera
reparación!
La “redamatio” dice referencia a una reciprocidad que pone
al prójimo como objeto esencial al que va dirigido el retorno de amor.
Dios nos ha amado primero, y somos invitados a devolver amor por
amor (1 Jn 4, 7-12). Nunca simétricamente, nunca con la pretensión
de “pagar” o equilibrar la balanza. Su Amor siempre desborda
nuestras posibilidades, siempre excede nuestras capacidades y
expectativas. Pero ese mismo exceso, hace brotar un desbordamiento
de amor en el corazón de la criatura que busca “tornar amor”.
Se ama, como Dios ama, con un amor que está
indisociablemente unido a un corazón de carne y espíritu, a la imagen
del Verbo encarnado. Nos encontramos aquí también, y en relación a
4
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Quis dives salvetur, 37, 1-5.
8
la redamatio, las primeras conexiones del tema “reparación” con la
simbología del “corazón”5.
Y es que el corazón de Cristo traspasado en la cruz, es sin
duda la revelación más impresionante del amor de Dios. “EN LA CRUZ
DIOS MISMO MENDIGA EL AMOR DE SU CRIATURA”6 Quien era la
fuente de agua viva, que salta hasta la vida eterna, muere ahora de
sed, de sed de puro manar… La sed de quien lo ha entregado todo y,
entonces, mendiga, mendiga nuestro amor. En su Corazón abierto
contemplamos la expresión más conmovedora del misterio del amor
de Dios, ese amor que no sólo es don gratuito de sí mismo sino
también y simultáneamente deseo apasionado de reciprocidad, de
respuesta, de encuentro, de íntima comunión con cada uno de
nosotros: deseo de retorno de Amor.
Se trata aquí de que el agradecimiento por su amor haga
brotar el deseo, la pasión…, la necesidad de “hacer algo” para
responder a ese amor…; haga saltar la permanente pregunta de la
que nace todo deseo de reparación: ¿qué puedo hacer por ti que has
hecho tanto por mí?
El mismo Ignacio de Loyola en los Ejercicios, al final de la
primera semana, tras invitar al ejercitante a contemplar el proyecto
creador de Dios para con nosotros, y de enfrentarlo a su “pecado”– es
decir, a su rechazo de dicho proyecto…– lo conduce a los pies del
crucificado, a los pies del Dios que se hizo hombre “por mí”… que
se desvivió “por mí”… que “confió en mí” hasta el límite de poner
su propia vida en juego… y que murió “por mí”. Y allí, a los pies de
la Cruz, Ignacio nos invita a preguntarnos «¿qué he hecho por Cristo,
que hago por Cristo y qué voy a hacer por Cristo?» EE[53].
De esto se trata, de responder a esta solicitación del Señor,
sólo es pensable como un retorno de amor que pasa por la entrega de
la propia vida. Requiere, en definitiva, un “exceso de amor”.
5
6
Cf IGNACIO DE ANTIOQUIA, Smyrn 1,1; 12,2; 13,2; Pol. 1,2; 2,2.
Mensaje de Su Santidad BENEDICTO XVI para la Cuaresma de 2007.
9
2ª imagen: El plus de amor: La lógica del amor hasta el
extremo7
La reparación es siempre el fruto de un exceso, de un exceso
de amor. Por eso, me parece sabiamente adecuada para referirnos a
ella la imagen del “plus de Amor”. Una imagen que nos habla de
exceso y de desbordamiento. La expresión es de Benedicto XVI, en
una interesante aportación al concepto reparación que realizó en el
contexto de un diálogo abierto con los párrocos y sacerdotes de Roma
(marzo 2007). Allí el Papa fue interrogado sobre el tema de la
reparación eucarística. Tras reconocer que es «un discurso que se ha
hecho difícil», subrayaba que el modo de profundizar en él, era
«llegar al Señor mismo, que ha ofrecido la reparación por el pecado
del mundo, y buscar los modos de reparar».
«Por lo que puedo entender, este es el sentido del sacrificio
eucarístico. Contra este gran peso del mal que existe en el mundo y
que abate al mundo, el Señor pone otro peso más grande, el del
amor infinito que entra en este mundo… Cristo se hace presente
aquí y sufre a fondo el mal, creando así un contrapeso de valor
absoluto».
Aquí, creo yo, se encuentra la clave esencial de la propuesta
del Papa. Miramos al mundo, y lo que constatamos es dolor, guerra,
hambre, división, violencia, desigualdad, muerte… El Papa nos invita
a comprometernos, a no desentendernos de estas situaciones, y al
mismo tiempo a no dejarnos ahogar por «este gran plus negativo»,
sino a determinarnos a poner en el mundo “un peso de amor, un peso
de bien». Y esta idea la apoya en todo lo que Cristo hizo: «Cristo se
hace presente aquí y sufre a fondo el mal, creando así un contrapeso
Cf. N. MATÍNEZ-GAYOL, Los excesos del amor. Figuras de reparación
Edad Media- Edad Moderna, Ed. UPComillas-San Pablo, Madrid 2010,
cap. 1 (en prensa).
7
10
de valor absoluto». Es decir, Cristo repara desde dentro, asumiendo
la realidad, introduciéndose en ella. El plus del mal, que existe –si
vemos sólo empíricamente las proporciones-, es superado por el plus
inmenso del bien, de un bien compasivo, solidario que no se reserva
nada en su entrega, hasta el punto de incluir el sufrimiento del Hijo
de Dios hasta la muerte.
Desde ahí plantea el Papa, en qué sentido somos llamados a
reparar:
«Este plus del Señor es para nosotros una llamada a ponernos de su
parte, a entrar en este gran plus del amor y a manifestarlo, incluso
con nuestra debilidad. Sabemos que también nosotros
necesitábamos este plus, porque también en nuestra vida existe el
mal. Todos vivimos gracias al plus del Señor».
Es el “plus de amor” de Cristo el que nos repara… ese amor
que nos ama a pesar de que no siempre seamos amables… Ese amor
que nos ama justamente en aquello que tenemos de “menos
amables”… Y esta experiencia de sentirnos reparados está en el
origen de nuestro deseo de colaborar con Cristo en la reparación del
mundo… y en la posibilidad de hacerlo a pesar de nuestra debilidad,
o como dice el Papa “incluso con nuestra debilidad”. Porque hemos
sido “reparados, sanados, curados, rehechos por Cristo… queremos
colaborar también con él en la tarea de “reparar nuestro mundo
roto”.
Pero además en este texto Benedicto XVI incluye, al hablar de
la reparación, una dimensión que muchas veces se ha olvidado a lo
largo de la historia: –el enriquecimiento, desbordamiento,
sobreabundancia- como elemento constitutivo de la misión
reparadora, de Cristo en primer lugar, porque «donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia»–, pero también de nuestra misión en
tanto que llamados a incorporarnos a ese “plus de amor”. En otras
palabras, la praxis reparadora no tiene que ver sólo con el mal, el
11
pecado, con la ruptura, la deformación o la pérdida… Ni tan siquiera
se trata únicamente de un retornar las cosas a su estado o a su orden
original sino que tiene una dimensión muy importante y muy propia
de acrecentamiento. Lo reparado, no sólo es restituido a su condición
original, es también enriquecido, plenificado, revitalizado, rehecho,
renovado… a más, a mejor. Y es que la “reparación” lleva en sí la
dirección del “magis en el amor”.
Una lógica que comienza a expresarse con la Creación y que
se extiende a lo largo de toda la historia de la salvación. Una lógica
que es la de la osadía del amor del Creador que acepta el riesgo de
suscitar criaturas libres, y con ello la posibilidad del mal, del dolor,
de la desintegración de su proyecto. Lo acepta decidido a “cargar él
mismo” con las consecuencias de esta posibilidad, a llegar hasta el
extremo de adentrarse en nuestro dolor para curarlo desde dentro. Lo
acepta con la mirada puesta en Cristo, en quien “todas las cosas
fueron creadas” (Col 1,16), “el Cordero… escogido antes de la
creación del mundo” para rescatarnos con su sangre (1 Pe 1,20)8. En
él, el compromiso del Creador con el mundo toca su culmen, pues el
Hijo de Dios se ha introducido de lleno en los sufrimientos de la
Esta lectura “difícil” del texto de 1 Pe, así como la argumentación
una predestinación del Hijo desde siempre la encontramos en
diversos teólogos, que ven en Cristo la condición de posibilidad de
la creación, del amén de Dios a la creación para siempre asumiendo
el riesgo de una respuesta negativa al plan divino ya que «la
fidelidad y obediencia del Hijo responde de todo, aun de las
extremas eventualidades de la creación y de la historia de la
Humanidad. Mirando hacia él se pudo arriesgar algo como un
mundo y una historia del mundo» que en libertad real pudiera decir
no al proyecto de Dios sobre él: H.U. von BALTHASAR, Teología de la
historia, 74; cf. K. BARTH, Kirchliche Dogmatik III/I, Zollikon-Zürich
1970, 53 ss; K. KITAMORI: Teología del dolor de Dios, Sígueme,
Salamanca 1975, 45 ss.
8
12
historia9, en un mundo marcado por el dolor, y “los ha hecho
literalmente suyos para reparar, sufriendo en su corazón y en su
cuerpo, la escisión producida por el pecado entre el incondicional
«sí» de Dios al hombre y el «no» con el que el hombre le responde y
que causa dolor”.
Llegamos así al corazón de lo que de hecho ha significado “entrar
con amor en los sufrimientos de la historia” para vivirlos desde
dentro y de la eficacia reparadora de esta acción. Sólo así era posible
asumirlos, acogerlos y convertirlos en portadores de sentido. Sólo
así era posible transformarlos, resanarlos, salvarlos y repararlos:
adentrándose en las brechas de la humanidad, en las rupturas del
mundo con ese “plus de amor”10 que es capaz de transmutarlas en
espacios de comunión.
“Dios mismo, con su amor, debe entrar en los sufrimientos de la
historia para crear no sólo un equilibrio, sino un plus de amor que
es más fuerte que la abundancia del mal que existe”.
Esta es la sobreabundancia que convierte a Cristo en
Reparador; no el sufrimiento, sino el exceso de amor. Y esta es la
J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Salamanca 1977, 275-399. La
historia de la pasión del mundo ha sido asumida en la «historia de
Dios» a través de la historia de la pasión de Cristo. “En este sentido,
Dios es el gran compañero, el que sufre en confraternidad, el que
comprende (Whitehead)” (363).
10 “Contra este gran peso del mal que existe en el mundo y que abate
al mundo, el Señor pone otro peso más grande, el del amor infinito
que entra en la historia de este mundo… Cristo se hace presente aquí
y sufre a fondo el mal, creando así un contrapeso de valor absoluto.
El plus del mal, que existe siempre si vemos sólo empíricamente las
proporciones, es superado por el plus inmenso del bien, del
sufrimiento del Hijo de Dios”: BENEDICTO XVI, Alocución al clero de
Roma: Ecclesia 3353 (17 de marzo 2007) 31-32.
9
13
razón por la que la reparación se reconoce como expresión del exceso
de amor de Dios a favor de los hombres.
3ª imagen: Reparación como reconciliación
Este plus de amor de Cristo, no es más que el reflejo en su
vida de un Dios que es Abbá, un Dios de vida, que quiere entrar en
relación con sus criaturas no desde los méritos, ni el contracambio,
sino desde su amor desbordante y gratuito. Y este amor desbordante
y gratuito es el que se nos brinda en esta tercera imagen de la
reparación. La imagen del perdón. Es la imagen del Padre de la
parábola lucana (Lc 15) ¡tan trasgresor y tan insólito como patriarca
oriental!, que sólo entiende de misericordia gratuita y superabundante,
que expresa en un perdón que nos introduce en una dinámica de
gratuidad que se desmarca de la lógica del mérito, de la justicia
racional y de las relaciones de mera reciprocidad11.
ANGELIKA RETTBERG (ed.), Entre el perdón y el paredón. Preguntas y
dilemas de la justicia transicional, UNIANDES/IDRC 2005, 262. “Desde
el punto de vista interno del derecho moderno globalizado de los
derechos humanos y del derecho penal internacional, el asunto
central de la justicia transicional es el de cómo obtener verdad, justicia
y reparación para las víctimas de graves crímenes perpetrados en el
pasado de la guerra y/o del autoritarismo, en contextos de
transición a la paz y/o a la democracia. Desde una perspectiva más
amplia de filosofía y de práctica políticas, se trata del
establecimiento de un balance adecuado entre la memoria y el
olvido, entre el castigo y la clemencia, entre la justicia y la
reconciliación” (176) […] “Está claro que toda política de justicia
transicional, para ser "justa" debe recoger el punto de vista y los
derechos de las víctimas. Pero éstos no son absolutos. Así por
ejemplo […] la Comisión de Verdad y Reconciliación (TRC) surafricana
11
14
El perdón así entendido –como expresión del amor gratuito y
como oferta que va más allá de la justicia (Mt 18, 21-33; Mt 5, 3848)– se nos muestra como algo “específicamente jesuano” (R.
Aguirre), que nace de la peculiar experiencia de Dios como amor
radical que tuvo Jesús y que va más allá de la comprensión judía de
su tiempo, que al equiparar el perdón con la justicia, se resiste a
renunciar al castigo del culpable y a un ofrecimiento gratuito de
perdón al ofensor. Esta actitud tiene su modelo más desconcertante y
al mismo tiempo más transparente en Cristo crucificado: “Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
Por esta razón, la relación de la reparación con la justicia,
entendida como necesaria para la mera recuperación del orden
perdido, parece insuficiente. La legítima y necesaria vinculación de
la reparación a la justicia, debe evitar quedarse encerrada en una
comprensión meramente jurídica, contemplando la reparación como
la justa satisfacción que debemos “pagar” a Dios o a los hombres en
contrapartida por nuestros pecados, o por el mal que hayamos
realizado. Esta ruta es peligrosa y fácilmente se desvía para terminar
dañando profundamente la imagen de Dios, que aparece entonces
como juez ajusticiador en un juicio vindicativo, más que como
portador de justicia y misericordia.
Hablar de “reparación” exige un compromiso con un sentido
diverso de la justicia. No hacerlo nos situaría en una pendiente que
intentará desplazarnos hacia la lógica de la venganza.
con su modelo de amnistía individualizada para aquellos delitos que
habiendo sido perpetrados con una finalidad política y sin importar
su gravedad fueran materia de confesión completa, constituye un
ejemplo de uso de una comisión histórica de la verdad como
sustituto y no como auxiliar de la justicia, en desarrollo de un
modelo de confrontación con el pasado apuntalado sobre la idea de
la "justicia reparadora" y con ello, sobre el primado de la
reconciliación sobre la justicia y del perdón sobre el castigo” (186).
15
Cuando contra la injusticia del sufrimiento el mal despliega su
lógica de venganza12, la reparación se convierte en un arma
arrojadiza contra “los otros” –los pecadores, los malos, los
diferentes… como no pocas veces ha sucedido a lo largo de la
historia–, en vez de ser un instrumento de la lógica del amor. De este
modo, la reparación vengativa en lugar de suprimir el sufrimiento
injusto, suprime las condiciones que hacen posible cualquier relación,
y por lo tanto toda justicia13. Lejos de suspender y suprimir el mal,
ella compensa –o al menos cree poder compensar– un mal con un
contra-mal. Con gran valentía Jean–Luc Marion, señala que la única
disyuntiva que nos resta para no caer en esta solución de trasmitir el
mal cuando se intenta repararlo haciendo justicia, es “aguantarlo”,
asumirlo, y asumir la pérdida que conlleva14 (lo que podríamos
denominar, situarnos como perdedores). Marion pone un ejemplo
muy clarificador valiéndose de una situación sencilla y concreta de
alguien a quien le dan un billete falso en las vueltas al hacer un pago.
Se enfrenta ante dos únicas posibilidades. Intentar “colocarlo” y que
Lo peor del mal “no es el sufrimiento, ni siquiera el sufrimiento
del inocente, sino más bien que sólo la venganza parezca poder
remediarlo […] Lo peor del mal, no es en un sentido el mal, sino la
lógica de venganza que triunfa incluso en el restablecimiento (aparente)
de la justicia, en el cese (provisional) del sufrimiento, en el equilibrio
(inestable) de las injusticias. Pues el mal consiste primeramente en su
transmisión, que le reproduce sin fin por compensación, por reequilibrio, por reparación; en resumen, por la injusticia misma, sin
jamás poder suspenderle…”: J.-L. MARION, Prolegómenos a la caridad,
Caparrós, Madrid 1993, 20. Los subrayados son nuestros.
13 J.-L. MARION, Prolegómenos a la caridad, Caparrós, 1993, 23, 31.
14 Marion pone un ejemplo muy clarificador valiéndose de una
situación sencilla y concreta de alguien a quien le dan un billete falso
en las vueltas al hacer un pago. Se enfrenta ante dos únicas
posibilidades. Intentar “colocarlo” y que cargue otro con el mal y la
mala suerte; o bien “aguantarse” asumiendo la pérdida que conlleva.
Ibidem, 20-21.
12
16
cargue otro con el mal y la mala suerte; o bien “aguantarse”
asumiendo la pérdida que conlleva, y detener “el billete” y al hacerlo,
el mal que acarrearía para “otros”.
No se trata de una llamada a la pasividad ante el mal, sino a
darnos cuenta de que en muchas ocasiones detener la dinámica del
mal, pasa necesariamente por asumirlo y sufrirlo, para no cargárselo
a otros. Y de nuevo el paradigma será Cristo, que vence el mal,
negándose a trasmitirlo; que hace justicia como un verdadero “justo”,
aguantando el mal para disolverlo, sufriendo sin hacer sufrir,
sufriéndolo cual si fuera el culpable (“no abrió la boca…”, Is 53,6-7),
porque en definitiva sólo Dios puede proporcionar una victoria así al
mundo15.
Por ello, una vez más, la reparación reclama “un plus”, un
desbordamiento. Este “plus”… pertenece al amor, y posee un
carácter intrínsecamente "reconciliador". Porque en definitiva, eso
busca la reparación, vivir su ministerio “al servicio de la
reconciliación” (2 Cor 5,18), como tarea específica en la Iglesia.
Este tema del perdón y de la reconciliación16 está
profundamente vinculado a la cuestión cristiana de la reparación, que
nos habla de la reconciliación que a través de Cristo se ha operado
entre la voluntad salvífica y amorosa de Dios hacia la humanidad y el
rechazo de ésta a Dios y a su proyecto.
Hablar de perdón es hablar de una herida que atender, de una
afrenta que restaurar, que reparar. Pero también de la exigencia para
aquel que ha sido perdonado de retornar al camino hacia Dios que le
Cf. Ibidem, 23.
“La víctima de una ofensa se enfrenta no sólo a la dificultad de
vivir con las heridas que le han causado, sino con la cadena de
resentimiento y rencor que se despierta en él. La reconciliación
aparece en numerosas ocasiones como una tarea ardua e imposible,
por lo que con frecuencia se buscan salidas más cómodas que
ayudan con más rapidez a solucionar aparentemente las tensiones”:
D. LÓPEZ GUZMÁN, El perdón a examen en Estudios Eclesiásticos
305(2003)383.
15
16
17
permite acoger ese perdón, y aquí entra en juego nuevamente, aunque
en otro sentido, la necesaria reparación. Si no se da este retorno como
arrepentimiento (redamatio) no se puede hablar de reconciliación en
un sentido estricto17.
El carácter sobrenatural del perdón, se asienta sobre su
capacidad de transformar relaciones signadas por el daño, el mal y el
sufrimiento que estos ocasionan. Y lo que el perdón cambia es
fundamentalmente esa tendencia de venganza18 de la que hablábamos
más arriba, manifestándose así como el exceso de amor que es, como
un “amor a contracorriente”19 de tal magnitud, que es capaz de
decidir asumir el agravio y el dolor, y saltándose los principios de la
justicia, perdonar. Eso hace del perdón una experiencia que nos
adentra en el misterio, y una vivencia que no es posible experimentar
sino como don que se recibe –y que se puede o no acoger-. En todo
caso, la transformación de las relaciones rotas que opera el perdón, es
lo que pone de relieve su potencial reparador.
4ª imagen: Reparación como curación
La imagen que nos invita a entender la reparación como
curación, aun sin utilizar la palabra “reparación” estrictamente, es
también sin duda alguna bíblica.
“Se malinterpreta la gratuidad cuando se asocia a su acción la
supresión de la responsabilidad del ofensor. Perdonar no equivale a
favorecer la apatía en el pecador. Perdón y responsabilidad no están
en el mismo plano. El primero va dirigido a la liberación bajo el
impulso de un amor sin límites; la responsabilidad, en cambio, está
centrada en la capacidad de todo sujeto de responder por algo o por
alguien con quien se había comprometido. De esta manera la
reconciliación es justamente una invitación a la responsabilidad y
no lo contrario”: Ibidem, 373-374.
18 Cf. JANKÉLÉVITCH, El perdón, Seix Barral, Barcelona 1999, 204.
19 Ibidem, 169.
17
18
Jesús no cuestiona con discursos teóricos la cosmovisión
sobre enfermedad de sus contemporáneos –que la contemplan como
consecuencia directa del pecado–20, sino que a través de su praxis
sanadora pone de manifiesto que el Reino de Dios que inaugura no se
rige por estos criterios. Jesús sana movido por la compasión que
experimenta ante el sufrimiento del otro, pero para que esta
compasión pueda ser realmente reparadora, debe surgir del
reconocimiento del otro, sin permitir cosificarlo convirtiéndolo
simplemente en un objeto de compasión.
Joaquín García Roca, filósofo y teólogo español, en sus
estudios sobre la solidaridad21, sostiene que el “elemento actitudinal
del reconocimiento, otorga a la compasión un verdadero cambio de
naturaleza. El que sufre no debe considerarse objeto de compasión,
sino como un sujeto humano con unas exigencias de dignidad propias
de la solidaridad activa”22. Es precisamente esto lo que hace Jesús al
Podríamos considerar como excepción a esta afirmación el diálogo
entre Jesús y sus discípulos que el evangelio de Juan nos presenta en
relación al origen de la enfermedad del ciego de nacimiento (Jn 9,13).
21 Este autor plantea que la auténtica solidaridad está compuesta de
la compasión como elemento afectivo, la universalidad como
elemento valórico y el reconocimiento como elemento cognitivo. J.
GARCÍA ROCA, Exclusión social y contracultura de la solidaridad. Prácticas, discursos y narraciones,
Ed.Hoac, Madrid 1998.
22 Vale la pena leer el desarrollo completo que hace de lo anterior:
“La actitud nutricia de la solidaridad es el reconocimiento, que
introduce en el ejercicio de la solidaridad un elemento estrictamente
racional (…) De este modo el arquetipo esencial de la solidaridad es
el bien del otro, el reconocimiento de su particularidad, el hacerse
cargo de su individualidad, de su específico dolor y de su
intransferible invocación. Lo cual comporta unos elementos
sustantivos: la revaloración de las capacidades de los beneficiarios
de la solidaridad y la dignificación de la reciprocidad (…) El
elemento actitudinal de la solidaridad es el reconocimiento, que le
20
19
sanar. El enfermo no es objeto de la expresión de su poder sanador,
sino sujeto que padece y que busca en él la posibilidad de alivio.
Jesús se com - padece, se deja afectar por el padecimiento del otro, y
actúa –no meramente ‘dispensando’ salud–, sino entrando en relación
con el enfermo.
Esta relación de reconocimiento mutuo se expresa a través
del lenguaje del tacto y de la palabra. Del tacto, como lenguaje
simbólico y de la palabra, como creadora de un espacio de encuentro
interpersonal23.
Jesús toca a los enfermos y se deja tocar por ellos. Son
muchos los ejemplos que podríamos citar aquí: la curación de la
suegra de Pedro (Mc 1,29-31); del leproso (Mc 1,40-45 par); del
sordomudo (Mc 7,31-37); del ciego de Betsaida (Mc 8,22-26); del
hidrópico curado en sábado (Lc 14,1-6); de los dos ciegos (Mt 9,2731); de la hemorroisa (Mc 5,25–34 par); y de toda la gente que
“procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que curaba a todos”
otorga a la compasión un verdadero cambio de naturaleza. El que
sufre no debe considerarse objeto de compasión, sino como un sujeto
humano con unas exigencias de dignidad que la solidaridad activa.
Ser solidario consiste en establecer una relación de reciprocidad que
no es simétrica. Vincular la compasión con el reconocimiento de la
propia capacidad y de la propia dignidad ha sido una etapa esencial
en la constitución cultural de la solidaridad (…) El sentimiento, por
sí mismo, no hace de nadie solidario; más bien necesita del
reconocimiento”. Ibid, 31.
23E. ESTÉVEZ,, Mediadoras en sanación, UPComillas- San Pablo, Madrid
2008, nota 343: “Los encuentros sanadores de Jesús son espacios de
comunicación, en los que el silencio y la palabra se articulan
haciendo posible que el sanador y las personas en situación de
vulnerabilidad se muestren a sí mismos, se expresen en la hondura
de su ser y se comprometan, según sus posibilidades, en la tarea
restauradora y rehabilitadora”.
20
(Lc 6,19 par). Las manos de Jesús, tocando, sanan lo padecido en el
cuerpo como sufrimiento físico, pero también como humillación y
desprecio. Su tocar a los enfermos puede ser leído desde el
reconocimiento como comunicación de acogida profunda24, y esta
acogida deviene “sanadora”, reparadora de la situación de
disminución y ruptura en la que se encuentra el enfermo.
Por otra parte, el que los enfermos quieran tocarlo expresa
también la esperanza que ponen en esa “fuerza que salía de él” (Lc
6,19), y la aceptación del riesgo de un gesto transgresor. Cuando la
hemorroisa se ve descubierta por Jesús, se acerca “atemorizada y
temblorosa” (Mc 5,33) porque sabe que ha cometido una trasgresión.
Una enferma, impura, no debe tocar a otra persona, porque la
contamina, sin embargo, el evangelio relata que son muchos los que
se atreven a acercarse, a tocarle. Percibimos en esto que no sólo
reconocen en Jesús un poder sanador, reconocen también a un
hombre que será capaz de acoger su necesidad y su sufrimiento, a un
hombre que en nombre de Dios, será capaz de compasión reparadora.
Por eso es tan importante que la hemorroisa diga “toda la
verdad” (Mc 5,33). Cuando se acerca a Jesús por detrás y toca su
manto (Mc 5,27), lo que está haciendo es – por miedo, o por no
considerarse digna–, tratarlo como objeto sanador. Jesús no lo
24“Las
manos juegan un papel fundamental en los relatos de
milagros terapéuticos: canalizan la mayoría de los contactos entre
Jesús y las gentes. Tocar (hapto), agarrar con fuerza (krateo) y poner [las
manos] sobre (epitithemi) nos introducen en la esfera significativa de
estos encuentros de Jesús con la humanidad sufriente. Sus manos
son fuente de conocimiento y reconocimiento, hontanar del que
fluye energía liberadora, sanadora y divinizadora. Tocando
suavemente o comunicando firmeza para que los que están caídos se
alcen, Jesús los confirma como imagen y semejanza del Dios creador,
sanciona su dignidad inalienable, les ofrece su respeto y atención, y
les desvela que Dios es amor entrañable que se hace próximo y
cercano en sus gestos”. Ibid, 205 – 206.
21
permite. Detiene la caravana que camina con urgencia hacia la hija de
Jairo que está muriendo, y pregunta – para estupor de sus discípulos
(Mc 5,30-31) – quién le ha tocado. Cuando la mujer tiene el valor de
acercarse a Jesús como otro y no como objeto, cuando la enferma
tiene rostro y dice “toda la verdad”, en definitiva, cuando se crea un
espacio de relación entre ambos, Jesús hace que el don que recibe sea
más abundante aún: no sólo sana y “se seca la fuente de sangre” (Mc
5,29) sino que recibe de Jesús la salvación y la paz (Mc 5,34).
Así, Jesús repara reconociendo y sanando. Esta afirmación
implica que los encuentros de Jesús con los enfermos, su praxis
sanadora, no sólo les restituye la salud que han perdido, sino que
posibilita una nueva y más auténtica vivencia de su humanidad en la
relación con Dios y con su comunidad (repara dichas relaciones).
Ahora bien, la praxis sanadora de Jesús tiene también una
dimensión de reparación social, consecuencia de la reinterpretación
que hace Jesús de la enfermedad y de la manera en que Dios se sitúa
ante ella. Cada uno de los enfermos que hemos nombrado, con toda
probabilidad, enfermaron de nuevo alguna vez en su vida, y luego
murieron, porque la enfermedad y la muerte son parte de la vida
humana. Pero la comunidad cristiana naciente comprendió, a través
de la praxis sanadora de Jesús, que la llegada del Reino implicaba
transformar la manera en que se relacionaban con la vulnerabilidad
humana, que se hace explícita en la enfermedad y en los enfermos.
Estamos pues ante una “REPARACIÓN” clara de esta relación.
Ni el pecado, ni la trasgresión de las normas, ni la exclusión
social, ni la supuesta impureza que conllevan, son capaces de hacer
que el Dios del Reino pase de largo ante el sufrimiento humano.
Así lo reconoce el papa en su encíclica Spe salvi:
“Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y
comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola
consigo». (SS 43).
22
A partir de esta imagen que nos brinda la praxis curadora de
Jesús, podemos tratar de comprender en qué puede consistir nuestra
participación en su obra reparadora. No se trata de hacer milagros o
curaciones, pero sí es posible participar en esa nueva forma de
relacionarse que, a través de su manera de situarse, Jesús establece
con los enfermos y con la sociedad. Cambiando también nosotros las
relaciones con aquellos que sufren y se sienten abandonados, amando
también nosotros hasta ese “extremo” que hace que el amor se
convierta en “peligroso”.
La mejor tradición cristiana ha traducido esta imagen
asignando a Jesús el título de Médico. Así lo hacen, entre otros, san
Ireneo:
“El Verbo divino, Hacedor de todas las cosas, que al principio
plasmó al ser humano, encontró a su criatura caída por el pecado
más de tal manera lo curó en cada uno de sus miembros para
volverlo tal y como él lo había plasmado y reintegró al hombre
completo a su estado original que lo dejó enteramente preparado
para resucitar” (Adv. Haer V, 12,6)
Y san Agustín:
“Dios Creador es […] – y sólo él puede ser - el ‘reparador’. Su obra
consiste esencialmente en reparar en el hombre su imagen, a través
de la gracia que le concede, y por la fe que le permite al hombre
consentir al Señor con su libre arbitrio. Pero Cristo es el Reparador
por excelencia y el Espíritu repara lo que hay de carne de pecado en
el ser humano. Esta restauración de la creación en un estado aún
mejor que su 1ª condición conduce a la resurrección”.
En Cristo Médico, podremos percibir hasta que punto Dios se
toma en serio la cuestión del mal, de la injusticia, de la opresión y del
sufrimiento. Se la toma tan en serio, que lo que arriesga es nada
menos que la vida y la muerte del Hijo, donde podemos contemplar
23
hasta dónde llega el compromiso de Dios con nuestro sufrimiento y el
mal que nos atenaza; hasta qué punto Dios se pone de parte de las
víctimas, hasta qué punto habita y transita nuestras heridas para
resanarlas, curarlas y rehacernos. Una vida y una muerte –las del
Hijo de Dios–, que se transforman entonces en camino de nueva
creación, de vida verdadera, de sanación y de reparación.
5ª imagen: La reparación como reconstrucción (1 Pe 2,5)
_______________________________________________________
Somos imagen de Dios, pero esta imagen en cada persona está
siempre necesitada de ser fortalecida, o re-construida, re-formada,
re-figurada. Este “cambio de imagen” supone un proceso de
conversión que no es sólo personal sino que implica la
reconstrucción de la fraternidad, de la comunidad, del pueblo, de la
Iglesia, del planeta degradado... hasta inaugurar una nueva creación
(cf. 1 Cor 15, 2 Co 5,17-18a; Ef 2,15).
La imagen de la reparación como reconstrucción, reedificación, hunde también sus raíces en el mundo bíblico.
El AT la vincula al espacio sagrado determinado como lugar
de encuentro con Yahvéh, el lugar donde Yahvéh pone su morada (cf
Ex 29,42b-46), con lo que queda íntimamente entroncada con la
realidad de la presencia de Dios en medio de su pueblo y con la
relación con Él. (Pensad que esto supone en el AT, una referencia
clara al Templo, pero que en el NT como veremos, el lugar donde
Dios pondrá su morada y saldrá a nuestro encuentro... es en primer
lugar Cristo, y en su imagen: el hermano).
Después del Exilio, el retorno triunfal a la tierra llevará
consigo –como había sido anunciado– el proceso de reconstrucción y
restauración de Jerusalén:
24
«Aquel día levantaré la cabaña de David ruinosa, repararé sus
brechas y restauraré sus ruinas; la reconstruiré como en los días de
antaño” (Am 9,11-12 ).
La idea de “levantar”, supone dignificar, poner en pie... al
otro que va a ser sujeto de un encuentro de libertades con Dios. Pero
se trata también de “rehacer” el lugar paradigmático del encuentro
de Dios con su pueblo, el espacio sagrado donde estaba establecida la
posibilidad de este encuentro, y con ello restablecer la relación justa
con Yahvéh.
Además, se habla también de una reconstrucción que se hace
sobre las ruinas, confirmando la idea de que no se trata de un mero
arreglo, sino una recreación, el paso de la desolación a las ciudades
de Yahvéh (Is 61,4), pero también se nos dice que esta recreación no
olvida el material primero, lo reutiliza, lo restaura ( cf. 2 Re 12-15;
22, 5-6; Cron 21-29; Cron 13, 15-16) y, al mismo tiempo, lo
“consolida” y lo embellece (la nueva Jerusalén y sus joyas). Esta
última fórmula, apunta al “plus” de la reparación, nos recuerda que se
trata de algo más que restituir la construcción a su primer estado.
Yahvéh es el verdadero reparador, ahora bien, al pueblo no se
le deja en una absoluta pasividad, sino que se le invita a poner en acto
su libertad y su deseos, colaborando para acoger y facilitar la acción
divina. Se trata fundamentalmente de quitar los obstáculos que
impiden la recuperación de la relación con Dios y, más
concretamente, facilitar el que pueda estar en medio de su pueblo
como Soberano. La idea de “reparar” aparece aquí con este sentido
de “quitar obstáculos, dificultades, estorbos…”, todo aquello que
impide o dificulta la comunión y el encuentro.
Se trata por lo tanto de reconstruir, consolidar, recrear el espacio de
encuentro con el Señor, pero también de limpiar de obstáculos la vía
que hace accesible su llegada.
«Entonces se dirá: Reparad, reparad, abrid camino, quitad los
obstáculos del camino de mi pueblo. Que así dice el Excelso y
Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: “En lo
25
excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y
abatido de espíritu (Sal 51,19), para avivar el ánimo de los
humillados”» (Is 57,14-15).
Es Yahvéh quien va ampliando el “horizonte” del “espacio de
encuentro” desde los lugares físicos a los “ámbitos humanos”, de tal
manera que su presencia no queda sujeta a los espacios
preestablecidos como sagrados. Al contrario, su majestad emprende
ese movimiento de abajamiento que caracterizará siempre su
condescendencia amorosa para con el mundo, e indica como término
privilegiado de su manifestación y, por ende, del encuentro con él:
los pobres, humillados, abatidos…
Por otra parte su promesa de restauración contagia al
“reparado” y lo constituye también en “reparador” (Is 58, 12).
Este movimiento culmina en Cristo, él es el verdadero
Templo, su Cuerpo será para el NT el nuevo espacio de encuentro
con Dios (“destruid este templo y yo en tres días lo levantaré.... Él
hablaba del templo de su cuerpo”: Jn 2,19). Su cuerpo histórico,
encarnado, y su Cuerpo místico: la Iglesia. Pero además, a partir de
su entrada en el mundo ya no habrá separación entre los ámbitos
sagrados y profanos, será posible encontrarnos con Dios en toda la
realidad creada, será posible para nosotros estar en el mundo como en
un gran templo... y ese será el nuevo templo que estamos llamados a
reparar: el mundo, la humanidad, la Iglesia.
6ª imagen: Reparación como recapitulación
La reparación no es un concepto meramente antropocéntrico.
Radicado en Dios que lo posibilita, además de la atención por la
humanidad, se siente retado por la totalidad de lo creado. Todo debe
ser reconducido y transfigurado en Nueva Creación. Por eso todo es
importante para un corazón reparador. La imagen de la
26
“recapitulación” de todas las cosas en Cristo” (cf. Ef 1,10) ilumina
el fin hacia el que apunta toda la misión reparadora.
“El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo
lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo todo
de la nada”25. La reparación no es un concepto exclusivamente al
hombre, porque los seres humanos no son los únicos que anhelan la
plenitud sino también toda la creación (cf. Rm 8,20-23). Necesitamos
los unos de los otros, y también de la realidad mundana, para
alcanzar la meta común de la comunión escatológica en la Nueva
Creación.
En sentido amplio el término creación engloba dentro de sí el
surgimiento, el sostenimiento y la consumación de todo cuanto
existe, y en este proceso que camina hacia la consumación la
reparación implica parte del “camino” destinado a ir reconstruyendo
aquello que padece fracturas, pero también la renovación que a partir
de esa situación se hace posible, en orden a dar un paso adelante
hacia la plenitud de nuestro destino, y que tiene su centro vital en
Cristo. La consumación de la creación significa que todo cuanto
existe o existió no será dejado de la mano de Dios cuando todo llegue
a su fin.
El carácter cósmico de lo acontecido en Cristo nos da una idea
cabal de la intuición que la teología cristiana siempre ha tenido
acerca de la unidad de todo lo creado. Ser humano y naturaleza
proceden de un origen común y se dirigen hacia un mismo fin.
Sin embargo, de hecho, lo que podemos constatar es que la
creación sufre las limitaciones de su condición finita y caduca, pero
además es objeto del expolio y de las agresiones humanas. Destinada
a ser consumada en un destino de plenitud, su camino para
“participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21)
25
JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia, # 8.
27
precisará de una relación sana y creativa con estos, y pasará
necesariamente por nuestro cuidado del planeta.
El texto de Gn 2,4b ss ni sostiene ni anima a la explotación
despiadada del planeta por parte del ser humano, como algunos dicen
acusando a la tradición judeo-cristiana de ello. Al contrario, Dios nos
ha creado creadores en un universo dinámico transido de su amor.
Espera de nosotros la colaboración en el cuidado y administración de
toda la riqueza de lo creado. La praxis reparadora se sitúa aquí, en
esta conciencia clara de que hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios, y hemos recibido la misión de colaborar con Él,
“en Cristo”, para reconducir la creación a la plena comunión.
Reparar implica, en cierto sentido, colaborar con Dios en esa
tarea de “sostener” la Creación y de ser co-creadores con Él. La
acción Creadora de Dios, no termina al dar el ser a todo lo que existe,
más bien es continua... “cría, cuida... sostiene todo lo creado”. Y a
eso somos llamados: a colaborar con el CREADOR (como cocreadores) y con el Criador (cuidándonos de todo lo creado).
Esto sucede de forma paradigmática en la Eucaristía, donde el
pan y el vino que presentamos son transformados en el cuerpo y la
sangre de Cristo, anunciando e iniciando la incorporación de toda la
creación, incluyendo la humanidad, al cuerpo resucitado de Cristo.
Todo llega a realizar plenamente su potencial, a ser una nueva
creación en Cristo. ¿Cómo colaborar en esto? Haciéndonos con Él
pan que se entrega y vino que se ofrece para la redención del mundo,
es decir, haciéndonos eucaristía.
Y es que la Eucaristía conlleva la santificación del mundo y
por lo tanto, implícitamente, una exigencia incontestable de
compromiso con la creación y salvaguarda de la misma. La
reparación se incluye de nuevo en este proceso de cuidado y
santificación.
Sacramentum Caritatis es muy clara en este sentido (SC n.
11) al afirmar que en la conversión sustancial del pan y del vino en el
cuerpo y sangre de Cristo se percibe de forma paradigmática la
relación entre la Eucaristía – y su dimensión reparadora – y el
28
Universo. ¿Por qué? Porque a través de esta conversión se introduce
en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de
«fisión nuclear», por usar una imagen bien conocida hoy, que se
produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un
proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será
la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será
todo para todos (cf. 1 Cor 15,28). Si Cristo ha traído la salvación, la
eucaristía como actualización de ese acontecimiento, reactiva este
principio transformador, ya incoado... reactiva sus pulsiones que ya
laten en nuestro mundo.
Frente a todo intento despreciativo de la materia y de la creación
se nos recuerda así su gran dignidad. Porque Cristo ha querido
permanecer entre nosotros en un simple pedazo de pan, en la simple
materia, más aún, en la materia caduca, susceptible de ser dañada
por el tiempo, por las condiciones atmosféricas..., susceptible de ser
manipulada y abusada... la kénosis de Cristo se perpetúa en cada
eucaristía y en su quedarse con nosotros en las especies del pan y el
vino, recordándonos la bondad y la belleza de todo lo creado, y su
función de ser para nosotos camino hacia Dios, porque desde la
Encarnación ya no hay nada profano, todo es susceptible de
convertirse en transparencia de Dios, en mediación de su presencia
para la humanidad26.
Preciosamente lo describe TEILHARD en el ofertorio de su misa
sobre el mundo: “Quiero que en este momento mi ser resuene acorde con
el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o diferenciada, cuya
inmensidad nos sobrecoge; de ese océano humano cuyas lentas y monótonas
oscilaciones introducen la turbación en los corazones más creyentes. Todo lo
que va a aumentar en el mundo, en el transcurso de este día, todo lo que va
a disminuir –todo lo que va a morir, también–, he aquí, Señor, lo que trato
de concentrar en mí para ofrecértelo; he aquí la materia de mi sacrificio, el
único sacrificio que a ti te gusta. (TEILHARD DE CHARDIN, Ofertorio,
Himno al Universo).
26
29
3. La reparación una misión eclesial
Quisiera terminar con un apunte sobre el carácter fuertemente
eclesial de la misión reparadora27, también destacado por Benedicto
XVI en varias ocasiones. De una forma muy bella aborda esta
dimensión en las palabras que dirige a los jóvenes en Asís con
ocasión del VIII centenario de la conversión de san Francisco de
Asís, recordando aquel:
“Francisco, repara mi casa, que, como ves, está totalmente en
ruinas" (2 Cel I, 6, 10: FF 593).
Nos encontramos aquí claramente, con la imagen de la
reconstrucción. El Papa pone el fundamento último de esta llamada y
misión a “reparar la Iglesia” en la estrecha relación y en la profunda
configuración que se había ido produciendo entre Francisco y Cristo.
Pero además resalta una idea: el hecho que, de alguna
manera, en esta llamada “particular” que recibe Francisco,
todos los cristianos estamos llamados a participar:
«Precisamente porque es de Cristo, san Francisco es también hombre
de Iglesia. El Crucifijo de San Damián le había pedido que reparara la
casa de Cristo, es decir, la Iglesia. Entre Cristo y la Iglesia existe una
relación íntima e indisoluble. Ciertamente, en la misión de Francisco,
ser llamado a repararla implicaba algo propio y original. Al mismo
tiempo, en el fondo, esa tarea no era más que la responsabilidad que
Cristo atribuye a todo bautizado. También a cada uno de nosotros nos
dice: "Ve y repara mi casa". Todos estamos llamados a
reparar, en cada generación, la casa de Cristo, la Iglesia. Y
sólo actuando así, la Iglesia vive y se embellece. Como
sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de
Cf. N. MARTÍNEZ-GAYOL, “Benedicto XVI y la reparación” en
Cuadernos ACJ.
27
30
construir la casa de Dios, la Iglesia» (Asís, 17 de junio de
2007).
De nuevo el concepto de “reparación” adquiere un profundo y
bello contenido. Reparar supone edificar, reconstruir... y también
vivificar y embellecer la Iglesia. Aparece aquí nuevamente esa
dimensión de sobreabundancia, de plenitud, que le es propia a la
reparación. Y también, la actualidad, la necesidad y la urgencia de
transmitir este carisma “en su peculiaridad”… para vivificar y
enriquecer nuestra Iglesia y nuestro mundo.
A cada uno de nosotros se nos invita a contemplar nuestro
mundo, nuestra sociedad, nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra
familia, nuestra comunidad, nuestro lugar de trabajo, nuestra propia
vida… “desde el corazón abierto, roto y traspasado de Cristo” y a
escuchar la invitación del Señor… “ve y repara mi casa que, como
ves… está totalmente en ruinas”.
«Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer
el auténtico y único sentido de la vida y de su propio destino, a
comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a
permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el
amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo –y ésta es
la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador– sobre
las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la
civilización del Corazón de Cristo»28.
También por él somos invitados a contemplar al crucificado, y
su corazón abierto, traspasado: es ese Corazón abierto el que nos
JUAN PABLO II, Carta de Juan Pablo II al prepósito general de la
Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986: Cf. BENEDICTO XVI, Carta al
prepósito general de la Compañía de Jesús con motivo del 50° aniversario de
la encíclica Haurietis aquas.
28
31
repara, es su cuerpo entregado y su sangre derramada los que nos
rehacen y nos reúnen. Por eso afirmaba Pablo:
“Porque él es nuestra paz: el que de dos pueblos hizo uno,
derribando el muro que los separaba, … reconciliando con Dios a
ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz”. (Ef 2, 13ss)
El Corazón aparece así también como el lugar de acceso al
nuevo templo: que es el Cuerpo eclesial de Cristo… que sólo estará
reparado, cuando todos hayamos sido reunidos y unificados en él.
Este nuevo Templo, apunta simultáneamente a una re-construcción y
a una nueva reunión de la comunidad.
“Ve y repara mi casa que, como ves… está totalmente en
ruinas”. Su casa que es la Iglesia, su casa que es el mundo… porque
Él es el corazón de este mundo.
Decía Juan Pablo II en unas palabras que hoy resuenan con
gran actualidad:
Se trata aún hoy de guiar a los fieles para que contemplen con sentido
de adoración el misterio de Cristo, Hombre-Dios, a fin de que lleguen
a ser hombres y mujeres de vida interior, personas que sientan y
vivan la llamada a la vida nueva, a la santidad y a la reparación, que
es cooperación apostólica a la salvación del mundo; personas que se
preparen para la nueva evangelización, reconociendo que el Corazón
de Cristo es el corazón de la Iglesia: urge que el mundo comprenda
que el cristianismo es la religión del amor”.
Sólo reconociendo que el Corazón de Cristo es el corazón de
la Iglesia, y que ésta es el corazón del mundo, es posible comprender
el sentido más hondo y verdadero de la expresión “reparar el corazón
de Jesús”.
Nurya Martínez-Gayol, aci
Universidad Pontificia Comillas
32
33
34