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Cultura | Publican escritos reunidos de exdiputada Laura Rodríguez: Contra la enfermedad del poder
Publican escritos reunidos de exdiputada
Laura Rodríguez: Contra la enfermedad
del poder
Daniel Hopenhayn
29 Julio, 2014
17
COMENTARIOS
Tags: diputada, Laura Rodríguez
Apenas dos años alcanzó a ejercer como diputada Laura Rodríguez (1957-1992) antes de
morir de un cáncer fulminante. Pero ese tiempo le bastó para comprobar cómo el poder
intentaba convertirla en otra persona y, a veces, lo conseguía. Los síntomas de esa
enfermedad –a la que llamó “virus de altura”– quedaron descritos en páginas que hoy
inspiran a los diputados sub-30 y permiten releer, desde una clave más cotidiana, las
frustraciones de la Transición y la decadencia casi inevitable de toda clase política.
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“¿Qué es para usted la dignidad parlamentaria?”, le pregunta Raquel Argandoña a Laura
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Rodríguez, por las pantallas de La Red, el 4 de abril de 1992. La diputada Rodríguez, según
algunos de sus pares, menoscaba con sus actitudes la dignidad del cargo. Para ella, en cambio, el
espíritu de la Concertación que ganó el Plebiscito se esfumó apenas llegaron los cargos. Y no por
una vuelta de chaqueta en las convicciones de fondo, sino porque un virus inmune a esas
convicciones había contagiado, en cuestión de meses, a los mismos que venían de combatir a la
dictadura desde la calle y junto al pueblo.
Testigo privilegiada de esa epidemia, escribía una confesión insólita para venir de una diputada: “A
medida que conozco más de cerca a otros políticos, pero especialmente a medida que descubro
mis propias transformaciones, con más fuerza que nunca creo en la imposibilidad de la política
para lograr los anhelos humanos”.
Así comienza Virus de altura, breve ensayo aparecido en 1995 y que hoy, convertido en texto de
cabecera para diputados como Gabriel Boric o Vlado Mirosevic, vuelve a las librerías recogido en
A quien quiera escuchar (La Pollera Ediciones), volumen que compila distintos escritos de la
exlíder del Partido Humanista: desde artículos y discursos, hasta proyectos de ley presentados por
la diputada que ya en 1990 quería legislar sobre el aborto y el divorcio, cambiar el lema del escudo
y obligar a los parlamentarios a responder por sus promesas de campaña.
Que el poder corrompe ya lo sabemos. Pero condenar esa corrupción en el otro, cuando se está
abajo, es tan fácil como justificar la propia cuando se está arriba. “Virus de altura” parece único
en su especie porque su autora, antes que ajusticiar a sus colegas, prefiere exponer, incluso
exagerar, su propio proceso de corrupción. El que comenzó cuando los carabineros que antes le
daban miedo, ahora se le cuadraban a las puertas de La Moneda; cuando pasó de manejar su
precario auto japonés a moverse en un cero kilómetros mientras su chofer volaba por la Ruta 68;
cuando un carné exclusivo la hizo entrar a todas partes sin presentarse ni hacer la fila. En fin:
cuando el poder la convenció de que ya no se llamaba Laura, sino Honorable Diputada, y debía
comportarse como tal.
Su testimonio, a partir de ahí, deja de ser una denuncia y se transforma en una reflexión vivencial,
incómoda, sobre la debilidad humana ante condiciones de privilegio: “He notado cambios en mí
misma que me han aterrado. Del mismo modo en que a veces me veo actuando con mi hijo tal
como lo hacía mi madre conmigo y yo juré nunca hacerlo, hoy reconozco en mis cambios
elementos de todos aquellos personajes políticos que siempre aborrecí por disfrutar de privilegios
que los distanciaban de los pueblos. [...] Y me veo obligada a cuestionarme yo misma, a
preguntarme si no seré una más que simplemente se engaña y cuyo verdadero motor es la
aspiración de éxito y prestigio personal para darle un poco de sentido a la propia existencia”.
Si esto le ocurría a la diputada más joven del Parlamento (asumió con 32 años), a la primera que
presentó proyectos de Responsabilidad Política e Iniciativa Popular de Ley, no cabe la esperanza
de que su caso sea excepcional. Por eso sus confesiones también se pueden leer como un
documento histórico, o diagnóstico médico alternativo, sobre el progresivo distanciamiento entre la
clase dirigente y el resto de los chilenos a partir de 1990. “El cambio fue fuerte y brusco. Llegaron
los cargos, las responsabilidades, el desarrollo del proyecto. Un desafío fascinante. Junto a todo
esto también llegaron las grandes oficinas, los vehículos nuevos, los choferes, las secretarias, los
trajes, los sueldos, los viáticos, las ceremonias, el protocolo, el poder, la autoridad. [...] En las
amplias y alfombradas oficinas vi que a varios les cambió la géstica y la mirada. Fueron
adquiriendo una actitud de distanciamiento emotivo, casi de no compromiso. En los relucientes
trajes también era evidente que su tonicidad muscular se modificaba. La forma de caminar, de
sentarse, de pararse, de fumar o no. Cada uno se leía a sí mismo, se pensaba, se revisaba, se
felicitaba”.
Estos retratos de la vida privada del Congreso, capturados por una ingeniera civil con ojo de
antropóloga, se cuelan entre las grandes políticas que marcaron la Transición como queriendo
iluminarlas desde adentro, desde la dimensión más íntima del enclaustramiento dirigencial. La
pregunta que dejan es si más allá de las medidas de lo posible, con más o menos enclaves
autoritarios, la crisis de representatividad estaba asegurada.
Laura Rodríguez concluye que sí. Que vivir rodeado de privilegios, aunque éstos respondan a una
lógica de eficacia en el cargo, invierte la perspectiva de quien lo ejerce y lo disocia de sus
representados: “Las modificaciones conductuales son de distintas características, pero la más
evidente es aquella en que nuestra energía, nuestros intereses y toda nuestra atención es atrapada
con mayor frecuencia por quienes tienen mayores privilegios que nosotros mismos, y quienes
tienen menos, solamente están allí para satisfacernos. [...] Sus tensiones, sus angustias y sus
placeres cotidianos no tienen puntos de encuentro con los nuestros”.
El diagnóstico de Lala –como la conocían sus cercanos– diluye toda esperanza de consumar la
democracia a través del Parlamento. Pero ese escepticismo, aunque amaga con patear el tablero,
en realidad quiere poner una primera piedra. Sería inexplicable, si no, que hoy les sirva de guía a
quienes llegan a ese mismo Parlamento con agendas de cambio tanto o más ambiciosas, ansiosos
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por bajarse el sueldo con tal de demostrar a qué llegaron. La señal que dejó Laura Rodríguez fue
de advertencia: a ti también te puede pasar. O mejor, en sus palabras, “una voz de alerta para
todos aquellos que nos reconocemos como parte del grupo de alto riesgo de contagio del ‘virus de
altura’ y también un mensaje para quienes ensueñan con contagiarse algún día”. Una
autoconciencia brutal, casi descarnada, sería el único antídoto posible contra el virus de altura.
Rodríguez cierra su testimonio confundida, porque sus subalternos les cuentan cosas que ella no
puede ver. Descubre entonces que la pregunta más simple, y la más importante para ejercer su
cargo, se le ha convertido en la más difícil de contestar: “¿cuál es la realidad?”.
Extractos de “Virus De Altura”
Síntomas del virus de altura
“Se lo experimenta en el pecho como una suerte de escozor que da la sensación de amplitud y de
dominio. Por otra parte se produce una amnesia brutal, convenciéndose que todos los logros que
uno ha tenido han sido única y exclusivamente gracias a las propias aptitudes, olvidando el camino
recorrido y cuantos colaboraron en él.
[...] Tal vez como una forma de adaptación, aquellos privilegios que se nos brindan, primero son
una asombrosa novedad, luego comenzamos a disfrutarlos, y por último terminamos
considerándolos normales. La nueva situación de privilegio nos va exigiendo una conducta acorde
con el trato, una conducta de privilegiado, una conducta de ‘autoridad’, que otros la perciben como
exigiendo dichos privilegios”.
La Guardia de Palacio
“Recuerdo aquel día en que asumiera el Presidente de la República y fuimos los presidentes de
partidos de la Concertación a saludarlo a La Moneda. Todos nos sorprendimos y maravillamos
cuando la Guardia de Palacio se cuadró ante nosotros al momento de nuestro ingreso. Fue el
hecho que más me impactó de todas las novedosas experiencias que viví en esos días. Se lo
comenté a mis amigos y familiares. No sé bien qué fue lo que me llamó la atención de aquello, tal
vez los 17 años de dictadura en que sentía a los policías mirándome como sospechosa y ahora era
para ellos alguien respetable.
En menos de un año se ha producido en mí un cambio impresionante. Mis ingresos al Palacio de
La Moneda son frecuentes, pero no puedo desconocer esa suerte de indignación que experimento
cada vez que entro y algún guardia intenta detenerme. Afortunadamente, siempre aparece un
oficial de mayor rango que me hace pasar, se disculpa una y otra vez y le explica al guardia quién
soy. Entonces cruzo el Patio de los Naranjos con la frente en alto ‘tal como corresponde’.
Aquello que en un momento me maravilló, ahora empiezo a exigirlo. He visto a muchos políticos
tratando muy mal a los guardias de Palacio, a los más democráticos, a los renovados y he tenido
que contenerme para no hacer causa común con ellos, con los políticos, pero internamente lo he
hecho”.
El carné de diputada
“Pero el mayor de los privilegios que me ha brindado mi cargo es la palabra ‘diputada’ antes de mi
nombre. Cuando inicié mi gestión parlamentaria y tenía que recurrir a algún lugar público, en los
mesones de ingreso solían preguntarme cómo me llamaba y yo, obedientemente, respondía. Me
pedían carné y prendían en mi solapa una tarjeta que decía ‘visita’. Un día me encontré con otro
parlamentario y al realizar este trámite me dice: ‘Pasa nomás, tú eres parlamentaria’…
Desde ese día nunca más estuve en las salas de espera como todas las personas. Casi como un
gesto mecánico, cuando me piden mi carné ya no paso el de identidad sino uno rojo con tapa de
cuero de la Cámara de Diputados, de esos ‘rompe fila’. Es tal la protección que me hace
experimentar este documento, que cuando salgo de mi casa sin llevar cartera y ni siquiera dinero,
lo único que pongo en mi bolsillo es el carné rojo. Es casi esquizofrénica la relación que he logrado
con él. Cuando alguien me lo pide tiendo a indignarme, y si no me lo solicitan busco alguna
artimaña para mostrarlo, por ejemplo cuando me han detenido por exceso de velocidad.
De Laura Rodríguez pasé a ser ‘diputada’ Laura Rodríguez, e internamente he reconocido cómo
la percepción de mí misma es efectivamente la de ‘diputada’. Tiendo a mirar la realidad desde
este prisma y espero que así se me mire también. Que se sepa que tengo mi carné rojo con tapa
de cuero”.
Andrés Aylwin:
“Me decepcioné de muchas personas”
Andrés Aylwin Azócar (89) fue el diputado más cercano a Laura Rodríguez en el Congreso. “La
quise mucho –recuerda–, hicimos una gran amistad a nuestras muy diferentes edades, porque
compartíamos ideales y la forma de ser políticos, muy lejana al acostumbramiento de ciertos
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políticos a otra forma de vida, el ‘virus de altura’ contra el que ella reclamaba”.
¿Usted también se sintió decepcionado?
Muy decepcionado. No de todos, por supuesto, pero sí de muchas personas. Y en ese sentido me
sentí muy interpretado por lo que decía Laurita, conversamos ese tema muchas veces, pero sobre
todo lo vivimos.
¿Ese cambio de actitud debilitó el poder transformador de la Concertación?
Sí, eso influyó.
¿Y lo motiva el cambio de estilo que han querido imponer algunos diputados jóvenes?
Claro que sí, estoy totalmente de acuerdo con ellos. Y creo que en alguna medida se inspiran un
poco en la figura de la Laurita porque además es muy carismática, llama a la imitación. Yo estuve
con ella en concentraciones públicas y era una oradora de masas, una líder sobresaliente. Estaba
destinada a hacer historia en Chile, de eso no tengo duda.
Gabriel Boric:
“Algunos nos dicen ‘pucha, yo me acomodé’”
En enero de 2014, Gabriel Boric (28) se preparaba para asumir como diputado de la República y
publicaba en su Facebook: “Estoy leyendo Virus de altura, de Laura Rodríguez”. Como la líder
humanista, también Boric ha ofendido la dignidad de la Cámara según algunos de sus pares,
ataques que él ha respondido citando más de una vez el texto que leyó en el verano. Mientras el
diputado Vlado Mirosevic ha sido aún más persistente en destacar, dentro y fuera de la Cámara, la
inspiración de Rodríguez en su forma de ejercer el poder.“Laura Rodríguez es un referente en
muchos sentidos”, dice Boric. “Ella acuñó la frase de ser un parlamentario ‘de cara al pueblo y de
espaldas al Parlamento’, y tiene mucho sentido porque el Parlamento es un espacio súper elitario y
además muy disciplinante, tiende a la homogeneización, entonces es muy fácil quedarse encerrado
ahí. Por eso para mí ha sido importante mantener ciertas trincheras personales de resistencia”.
¿Como cuáles?
Son cosas tan simples como no tener auto y tratar de usar el transporte público, sea metro o micro,
o colectivo acá en Punta Arenas. O estar en Fonasa y no en una Isapre, y por lo tanto atenderme
por el sistema público si me llegara a enfermar. Esto no tiene que ver con una pretendida
superioridad moral, sino con evitar una disociación de la realidad que te haga olvidar por qué
llegaste ahí, a esa burbuja que es el Congreso.
Pero esa disociación cotidiana, ¿tiene efectos concretos en las políticas que se legislan?
Sí, tiene. Por ejemplo, en la votación del sueldo mínimo, del Multirut o del transporte, creo que
efectivamente se legisla desde una disociación con la cotidianidad real.
Y en la interna, ¿cómo reaccionan a este discurso los diputados antiguos?
Mira, hay de todo. Algunos se acercan y nos dicen “pucha, yo me acomodé, de joven era como
ustedes, ojalá que no les pase”. Otros dicen “ustedes me hacen cuestionarme cómo debieran ser
algunas cosas”. Y a otros claramente les molesta, porque al marcar el contraste se hace más
evidente esa disociación. Pero ojo que nosotros también estamos aprendiendo, en ningún caso nos
las sabemos todas.
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17 comentarios
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Eduardo Lara del Canto · Comentarista destacado · Liceo Comercial A-29
Hay que entregarle urgente a todos los parlamentarios este libro...........a ver si aterrizan y se dedican a
trabajar para el pueblo, no para ellos
Responder · Me gusta · 3 · 29 de julio a la(s) 13:51
roberto reyes valenzuela· Comentarista destacado (inició sesión usando Hotmail)
Laura Rodriguez era una adelantada en tiempos en que la transición a la democrácia cooptaba los sueños y
aspiraciones de miles de ciudadanos que caímos en una larga y penosa siesta neoliberal. Creo que su aporte
se diluyó con el tiempo y es bueno el rescate de su legado.
Responder · Me gusta · 2 · 29 de julio a la(s) 10:14
Lila Castillo · Santiago de Chile
¡Excelente artículo!! Notable información que nos recuerda quién era la también notable Laura Rodríguez.
felicitaciones.
Responder · Me gusta · 2 · 29 de julio a la(s) 10:22
Hernan Aedo · Comentarista destacado · Liceo de Hombres Narciso Tondeau, Chillan
Grande y consecuente compañera Humanista Laura Rodríguez, tu recuerdo esta juntos a los que mas lo
necesitan...muy buen anota, grandes reflexiones, con mucho sentido de respeto y dignidad por el cargo y la
mujer que lo ejerce...
Responder · Me gusta · 1 · 29 de julio a la(s) 9:47
Juan Eduardo Donoso Salinas · Encargado de Relaciones Institucionales en Fundacion Cultural de
Providencia
Muy buen artículo!!!
Responder · Me gusta · 1 · 31 de julio a la(s) 12:11
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