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gdeladehesa 8 Aug 2017 23:35 1/2
EL DESEQUILIBRIO EXTERIOR DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA
Guillermo de la Dehesa, Presidente del CEPR, Centre for Economic Policy Research, Londres
En los últimos 160 años el saldo de la balanza comercial o de bienes española
con el exterior ha mostrado solamente equilibrio o superávit en 16 ocasiones, coincidiendo
todas ellas con acontecimientos excepcionales como las dos guerras mundiales. El déficit
comercial ha sido, por lo tanto, uno de los rasgos estructurales de la economía española. Es
más, desde que España ha ido liberalizando su comercio exterior y aumentando su tasa de
apertura, que hoy es una de las más altas de la Unión Europea, el déficit comercial ha ido
creciendo salvo en los años en que la economía española estaba en recesión.
En principio, este desequilibrio estructural externo de la balanza comercial no tiene
porqué ser un problema grave. Las importaciones son más necesarias que las exportaciones
para una economía en pleno desarrollo, ya que así puede importar los bienes de equipo, la
tecnología y las materias primas y productos semielaborados que necesita. Sin embargo, es
lógicamente preferible que dichas importaciones puedan financiarse fácilmente por otras
partidas de la balanza de pagos por cuenta corriente, como se ha conseguido, durante muchos
años, con las remesas de nuestros emigrantes en el exterior, y después, con las entradas de
divisas por el creciente turismo extranjero en España.
De no ser posible financiarlo con estas últimas partidas, basta con que el resto pueda
financiarse con entradas autónomas y productivas de la balanza de pagos por cuenta de capital,
es decir, con las entradas de inversión extranjera directa y con las transferencias de capital de
las instituciones europeas, a través de los fondos estructurales y de cohesión, como ha
ocurrido desde los años posteriores a nuestra entrada en la Unión Europea. Un déficit por
cuenta corriente puede sostenerse casi indefinidamente siempre que esté compensado por
entradas de capital productivas que van a generar un mayor PIB en el futuro, ya sean
inversiones directas o transferencias de capital autónomas. Esta es la situación que se conoce
como “regla de oro externa” de una economía.
El problema actual es que, de acuerdo con la balanza de pagos que confecciona el
Banco de España, el déficit comercial en 2004 ha alcanzado la elevada cifra de 51.827 millones
de euros, el 6,5% del PIB y el déficit por cuenta corriente ha alcanzado 39.538 millones de
euros, el 4,95% del PIB, mientras que las entradas netas por inversión directa extranjera han
sido de 7.928 millones de euros y las entradas por transferencias netas de la Unión Europea
han sido de 7.746 millones de euros, es decir insuficientes para cumplir dicha regla de oro. Al
final, nuestra necesidad de financiación ha aumentado de 12.065 millones de euros en 2003 a
31.006 millones de euros en 2004, un 3,95 del PIB, más del doble en un solo año.
Es interesante comparar el desequilibrio externo español con el de EEUU que ha
alcanzado un déficit por cuenta corriente del 5,7% de su PIB, ante el cual el resto del mundo
está gravemente preocupado por sus consecuencias sobre el valor del dólar y sobre los tipos
de interés mundiales. Sin embargo, las causas de ambos desequilibrios son similares ya que
ambas economías han vivido por encima de sus posibilidades. EEUU ha acumulado dicho
déficit por dos razones, por un lado porque ha crecido en los últimos diez años, 1995-2004, a
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una media del 3,4%, cuando su tasa de crecimiento potencial se ha situado sitúa en el 3%,
cuatro décimas de punto más al año. Por otro lado, porque la tasa promedio de crecimiento de
su demanda interna, en el mismo período ha sido del 4%, más del doble de la media de la
OCDE, lo que ha hecho que sus importaciones hayan pasado, en dicha década, del 10% al
15% de su PIB, cinco puntos porcentuales, y sus exportaciones se hayan estabilizado en el
10% de su PIB.
España, por su parte, ha alcanzado un déficit corriente del 4,95% del PIB porque ha
crecido en estos últimos diez años a una media del 3,3%, también por encima de su
crecimiento potencial del período, que ha sido del 2,9%, también cuatro décimas de punto
porcentual más al año. La demanda interna española ha crecido a una media del 3,7% en el
mismo período y sus importaciones han aumentado desde el 22,8% al 31% del PIB, nueve
puntos porcentuales, mientras que sus exportaciones han aumentado mucho menos, desde el
22,6% al 27% del PIB, en 4,4 puntos porcentuales. La diferencia principal entre los dos
desequilibrios, y positiva para España, es que la demanda interna pública americana ha
aportado más crecimiento al PIB que la española que ha estado basada en mayor medida en el
consumo privado, hasta este último año, en que el consumo público se ha acelerado hasta un
4,9%, lo que es una mala señal de cara al futuro.
Sin embargo, la apertura exterior de España ha sido muy positiva e importante sobre
todo si se piensa que ha sido tradicionalmente una economía bastante cerrada. La suma de
exportaciones e importaciones de bienes y servicios en porcentaje del PIB alcanza ya el 58 por
ciento, ligeramente mayor que la de Francia e Italia, pero menor que la de Alemania, debido a
que España importa relativamente más que estos países. Ahora bien, nuestro comercio
exterior de bienes y servicios se desarrolla fundamentalmente dentro de la Unión Europea a la
que exportamos aproximadamente del 20% del PIB (casi el 13% sólo en bienes) y de la que
importamos aproximadamente el 20% del PIB (el 15% sólo en bienes) es decir sólo exportamos
el 7% de nuestro PIB al resto del mundo e importamos el 11% de nuestro PIB del resto del
mundo cuando la población de la UE es de 383 millones y la del resto del mundo es de casi
5.800 millones.
Este aspecto que por un lado es negativo, ya que la elevada debilidad competitiva de la
economía española fuera de la Unión Europea, tiene sin embargo un lado muy positivo y es
que una parte muy importante de nuestro comercio se realiza en euros, nuestra moneda, con lo
que no es necesario generar con exportaciones o con entradas de capital, como ocurría antes
de la introducción del euro, divisas extranjeras para poder financiar la totalidad de nuestro
déficit externo, sino sólo emitir deuda en nuestra propia moneda.