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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO
Elvira MARTÍN DE CODONI.
Las Ideas Políticas del Gran Capitán, en Homenaje al Gral.
José de San Martín en el Bicentenario de su Nacimiento.
Gobierno de Mendoza, Ministerio de Cultura y Educación, 1978,
Capítulo VIII, pp. 67-74 (ampliado y actualizado).
El bagaje que trajo de Europa
Para poder penetrar en el pensamiento y en las ideas políticas del prócer es
necesario fijar el clima político de España y de Europa en el instante en que sintió
el reclamo del suelo americano y se resolvió a dejar todo lo que hasta entonces
había sido su vida para emprender otra nueva. Español por herencia, por
educación, por profesión, dedicó veintidós años de su existencia al servicio de la
patria de sus mayores y suya propia.
Es llamativo que abandonara todo por un nuevo ideal y que de allí en más ese
ideal fuera para él una fuerza tan convincente, sugestiva y poderosa como para
inducirlo a luchar sin claudicaciones ni quebrantos contra la que había sido hasta
entonces su patria y transformarse de oficial español en general americano.
Las motivaciones que transformaron su existencia y la de otros oficiales
peninsulares maduraron en el ánimo del joven militar a partir de variadas
influencias. Dice Edberto Oscar Acevedo en su estudio “San Martín y su ideario
hacia 1810”, que Napoleón Bonaparte con su gran personalidad y magnetismo y
como hombre que signaba la época, debe ubicarse en el primer plano de
influencias sobre esta juventud. Reflexiona sobre el modelo que Napoleón
representaba, el cual se manifestaba como una forma del poder personal
individual ejercido con el apoyo de la opinión pública y el ejército. También
debió ser un referente en el ideario liberal que promovía y en la genialidad de sus
técnicas militares. Acevedo considera que San Martín era un conocedor del
movimiento ideológico de su tiempo, racionalista e innovador, y que puede ser
considerado con “figura de ilustrado”.
La profesora Margarita Beatriz Conte en su libro “Ideario Político Sanmartiniano”
expresa que su estadía en Cádiz lo signó fuertemente, fue la ciudad de su
madurez en cuanto a su ideario político. Fue allí en Cádiz donde participó de una
de estas sociedades secretas llamadas logias, nuevas formas de sociabilidad,
como lo eran las tertulias, las academias, las sociedades económicas y literarias,
las reuniones de amigos, etc., a partir de las cuales conoció y se enraizaron en él,
las ideas que lo llevaron a abandonar todo aquello por lo cual había luchado hasta
ese momento. Expresa Beatriz Conte que:
“...la participación en una logia, en una asociación moderna, tiene gran
importancia en la definición de su imaginario personal...”. “Fue en el seno de
ella donde recibió la influencia del ideario de la Modernidad y donde tomó la
decisión trascendental para su vida, y para el destino de Hispanoamérica” (p. 24
y 25).
Patricia Pasquali en la biografía sobre “San Martín. La fuerza de la misión y la
soledad de la gloria”, hace hincapié también en la importancia de su estadía en
Cádiz. Fue allí donde se instaló el mayor número de sociedades secretas,
principales vehículos para la expansión del liberalismo revolucionario en lucha
contra el absolutismo. Los españoles americanos bebieron en ellas el fermento de
lo que sería luego un programa de independencia y libertad política y se lanzaron
a la tarea de despertar las conciencias de sus compatriotas.
Las corrientes liberales, en pugna con los monarcas absolutos, se desenvolvieron
a la sombra de estas sociedades secretas, tanto en España como en el resto de
Europa y eran especialmente protegidas desde Gran Bretaña.
Se incorporó San Martín a la filial de la “Sociedad de Caballeros Racionales” de
Cádiz que llevaba el Nº 3 y se reunía en la casa del acaudalado presidente o
venerable Carlos de Alvear. Tenía su propia constitución la cual determinaba
luchar por la independencia de América, utilizaba ritos y códigos de
reconocimiento entre “hermanos”, análogos a la masonería, pero sin serlo,
aunque algunos de sus miembros pertenecieran a ésta. Es probable que la fecha
del ingreso de San Martín se produjera hacia 1807.
Esta logia se comunicaba con la “Gran Reunión Americana” que funcionó en
Londres en la casa de Francisco de Miranda y contó en su seno con otros
americanos y rioplatenses, tales como Alvear, Zapiola, Carrera, y Anchoris. Allí se
congregaron quienes aspiraron a llevar adelante la obra de regeneración política
de los pueblos que cada uno se propuso realizar en el territorio de su nacimiento.
La nación inglesa observaba estos intentos con simpatía. Entre 1780 y 1810, los
protegió y estimuló. Sus integrantes se comprometieron bajo juramento a:
“No reconocer por gobierno legítimo de las Américas sino a aquél que fuese
elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos y a trabajar por el
sistema republicano”.
El mismo San Martín recordó estos hechos en una carta escrita en 1848:
“Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos
acaecidos en Caracas, Buenas Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de
nuestro nacimiento, a fin de prestarles nuestros servicios en la lucha...”.
Con respecto a la trascendental decisión que debió enfrentar San Martín cuando
resuelve abandonar a España para luchar en América, recogemos dos opiniones.
Patricia Pasquali dice que frente al panorama peninsular tan dramáticamente
desesperado, San Martín debió sentir un gran desasosiego por sentimientos
contrapuestos: admiraba a Napoleón y a la cultura francesa pero, a diferencia de
los españoles afrancesados que ofrecieron su colaboración al rey José, él se sumó
sin vacilar a la causa de la resistencia contra el usurpador. No era afrancesado,
pero tampoco juntista, ni fernandista, ni absolutista y después de veintidós años
de servir a España ya no podía identificar allí su puesto de lucha.
Nadie sabía mejor que él cuánto había aprendido en esos años, conocedor de las
tácticas modernas, se reconocía como un conductor en potencia pero sin futuro
en el escenario peninsular, cuyas motivaciones habían dejado de ser las suyas.
Pasquali considera que la decisión a tomar debió ser abrumadora y el
cuestionamiento moral inevitable, porque se hallaba en una trágica encrucijada,
nada menos que la de un militar español que se sentía impelido a luchar contra
España. Su reputación en el juicio de muchos quedaría tiznada por la culpa de
traición. Sin embargo, cree que fue claro para los oficiales americanos que
pululaban en Andalucía, que la justicia estaba a favor de la causa de América y
que San Martín deseaba ser el “instrumento de esa justicia”, según sus propias
palabras (Pasquali, p. 68-71).
Otro autor, Rodolfo Terragno en su libro “Maitland y San Martín” piensa que
junto con otros militares españoles-americanos, San Martín consideró que, con
España ocupada por las fuerzas napoleónicas, no tenía la más mínima posibilidad
de instaurar el moderno ideario de libertad que preconizaban y fue entonces
cuando consideró la posibilidad de salvaguardar los territorios de América para
establecerlos en ellos.
Gran Bretaña era la aliada natural de España, las juntas de Asturias, Galicia y
Sevilla habían tratado en Londres una alianza de “igual a igual”. La Junta Central
recibió con alivio a Wellesley. Durante tres años San Martín luchó al lado de los
británicos aliados de la España a la cual él pertenecía, conocía a la oficialidad
inglesa con la cual se había encontrado en los campos de batalla, y había hecho
amistades. Mientras España se desvanecía hasta quedar casi sin jurisdicción por
estar todo el territorio ocupado por los franceses, comenzó a pensar en el lugar
de su nacimiento. Quedaba la posibilidad de continuar en América la Guerra de la
Independencia con los mismos aliados que España tenía en la península,
posibilidad que ofrecían los precursores de otras partes de América (pp. 150-152).
Terragno considera jamás pensó San Martín en entregar a Inglaterra estos
territorios lo cual demostró posteriormente, cuando repudiaría todo lo que fuera
un afán inglés de colonizar Sudamérica (p. 129).
El desalentador panorama político de España fue anterior a todas sus resoluciones
sobre América. El espectáculo de la decadente familia real, la política
obsecuente del ministro Godoy, los triunfos de Bonaparte en el continente,
desanimaron las esperanzas de los idealistas liberales. Como teniente coronel
retirado se embarcó rumbo a Londres y en esta ciudad permaneció cuatro meses.
Asistió a la Gran Reunión Americana en el tiempo que duró su estadía. Allí amplió
su visión de los hombres y de los principios a los cuales se había ligado para
siempre y pudo compenetrarse del significado continental con que se propugnaba
la independencia de los dominios hispánicos. Tanto Miranda como Bolívar
proyectaron formar una gran Confederación Hispanoamericana.
El proyecto que plantearon en Londres se proponía:
“Los diversos virreinatos y provincias del norte y sud América se dividirán en
diferentes Estados, de acuerdo con sus límites físicos y políticos, pero ellos
proyectarán un sistema federal, que dejando a los respectivos estados una
independencia de gobierno pueda formar una autoridad central combinada...”.
La idea rectora se resumía en dos palabras: independencia y unidad. Esto fue en
definitiva lo que San Martín se impuso: llevar la guerra firme contra el poderío
español en América, urgir la independencia de hecho y de derecho, asegurar la
unidad política de las antiguas colonias para que se constituyan en países ricos y
poderosos donde brillaran las libertades civiles y políticas. Para lograrlo
necesitaban del apoyo de una nación poderosa y lo solicitaron de Gran Bretaña,
que había perdido su hegemonía comercial en el continente europeo y en sus
colonias del norte. A ella le ofrecieron recuperar esa hegemonía a cambio de que
los ayudara a llevar a cabo la independencia política.
La Logia Lautaro
El grupo de iniciados en la logia londinense de los Caballeros Racionales, llegó a
Buenos Aires en marzo de 1812. Estaba formado por San Martín, Zapiola,
Chilavert, Carlos de Alvear y algunos otros. La Gaceta, el periódico de la ciudad,
expresó:
“...Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al gobierno y han sido
recibidos con la consideración que merecen por los sentimientos que protestan
en obsequio de los intereses de la patria”.
Mientras organizaba el Cuerpo de Granaderos a Caballo y se relacionaba
socialmente, San Martín se ocupó con denuedo en la organización de una filial
básica de la logia Gran Reunión Americana. La urgencia en su preparación se daba
por la falta de organización con que actuaban los dirigentes del movimiento
emancipador. Los miembros de la nueva sociedad, por el contrario, manifestaron
su propósito de trabajar con “sistema y plan en la independencia de América y su
felicidad”. Los viajeros de la fragata George Canning demostraron que no sólo sus
espadas y talentos militares eran los que ofrecían a la revolución, sino también y
especialmente sus ideales políticos, que propusieron mediante logias.
Por la naturaleza misteriosa con que fueron creadas estas agrupaciones y por el
secreto con que actuaron tanto en Europa como en América, es difícil penetrar en
el conocimiento cabal de ellas. Pasquali argumenta acerca de que la Logia que
fundaran San Martín, Alvear, Zapiola y Chilavert, se llamó “Caballeros
Racionales” y no se llamó el de “Logia Lautaro” hasta mucho después. Tenía por
objeto promover la independencia de todas las secciones de América,
compartiendo un mismo y común origen con las de Cádiz, Caracas y Londres.
Sostiene que el nombre de “Logia Lautaro” se usó a partir de 1816,
correspondería a una segunda etapa ya bajo la égida de San Martín y no de
Alvear, se ponía al servicio de la empresa transandina y su significado específico
era “expedición a Chile”. Al tiempo de jurar su incorporación, los iniciados se
comprometían en forma solemne a colaborar con esta empresa (pp. 128-129). La
presencia decisiva de la Logia en todos los acontecimientos políticos que tuvieron
lugar en adelante ha sido reconocida por todos.
La Logia de Buenos Aires y las filiales fundadas por San Martín en su largo
derrotero pueden haber tenido prácticas masónicas y se manejaron en forma
semejante a las sociedades de este tipo, pero la acción desarrollada y los rastros
que dejaron a su paso se circunscribió a lograr la independencia del país en el que
actuaron y a organizar su gobierno sobre las bases del liberalismo político.
El programa de acción desplegado por la Logia Lautaro fue: Independencia,
Democracia, Constitución. Nadie podrá decir en el presente, con los testimonios
de que se disponen y en el estado actual de los conocimientos que la Lautaro y
sus filiales hayan desarrollado ninguna actividad dogmática, ni religiosa, ni
realizado en momento alguno nada, que no fuera lograr los propósitos políticos
enunciados. Fue como un motor silencioso de los planes revolucionarios, sometido
a la consigna del secreto. Para ahondar en este tema nos remitimos al excelente
estudio realizado por Edberto Oscar Acevedo titulado “San Martín, la masonería y
las logias”, que figura citado en la bibliografía.
El Proyecto Continental para las “Provincias Unidas en Sudamérica”
Fue con la idea de su plan continental, que San Martín solicitó y obtuvo la
Gobernación Intendencia de Cuyo. Las asechanzas internas y los peligros externos
se multiplicaron hacia 1816. El fantasma de la expedición que llegaría de Cádiz
para ahogar la revolución, la posible colaboración que les daría el Regente de
Portugal, el cual se apresuró a invadir la Banda Oriental, la derrota de los
revolucionarios mexicanos, quiteños, chilenos, colombianos y venezolanos,
oscurecieron los cielos de Hispanoamérica.
A este desalentador panorama se agregó que en el acta final del Congreso de
Viena, los monarcas se comprometieron a luchar contra los gobiernos
republicanos hasta extinguirlos. En este clima y con este panorama se reunió el
Congreso de Tucumán, que no obstante tantos contratiempos cumplió su primer
cometido: la declaración de la independencia.
Con respecto a la forma de gobierno los puntos de vista cambiaron en esas
circunstancias. Recordemos las ideas republicanas de las logias en su comienzo,
de las cuales participó San Martín. Para evitar una guerra con la Santa Alianza y
para posibilitar que las grandes potencias aceptaran a las nuevas naciones, fue
necesario inclinarse por otra forma de gobierno: la llamada “monarquía
temperada”, o monarquía constitucional moderada, la cual pareció ser el sistema
apropiado. Era el que desde 1809, en los años del proyecto carlotino, sostuvo
Belgrano. Ésta fue también la que aconsejó San Martín por diversas razones, como
se verá. En carta a Godoy Cruz (24 de mayo de 1816) se expresó del siguiente
modo:
“Si yo fuese diputado me aventuraría a hacer al Congreso las siguientes
observaciones. Para el efecto haría una introducción de este modo propio de mis
verdaderos sentimientos: Soberano Señor: Un americano republicano por
principios e inclinación pero que sacrifica esto mismo por el bien de su pueblo,
hace al Congreso presente...”.
Sostuvo que sus ideas republicanas debían ser sacrificadas por las circunstancias
que atravesaba la patria, a la cual convenía lo repetiría posteriormente “un
gobierno vigoroso”. Estas circunstancias las enumeró una por una: no había artes,
ciencia, agricultura, ni población. La extensión de los territorios, que podían
llamarse desiertos, la educación recibida, el fermento de las pasiones, choque de
partidos, mezquinas rivalidades, falta de jefes militares y desunión, era lo que
veía. Entonces se preguntaba si era posible en esas condiciones constituirse en
república. Belgrano propuso la monarquía del Inca, la cual estuvo también entre
los proyectos de Miranda y de otros, y en la mística revolucionaria que cantaron
los poetas, por ejemplo en nuestro Himno. Se tenía presente la idea americana
de la revolución, que no se circunscribió al Plata, sino a toda Hispanoamérica y
con ella se buscaba la adhesión de los pueblos altoperuanos. Belgrano redactó
para el ejército del Norte una proclama donde manifestó:
“Ya nuestros padres del Congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de
nuestros Incas para que nos gobiernen. Yo, yo mismo, he oído a los padres de
nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrán de
nuestro Rey a los hijos de nuestros Incas”.
La fórmula monárquica fue apoyada por una gran mayoría hacia 1816, cuando lo
novedoso era la república, pero muy discutida por los errores que se habían
cometido, fue considerada el único instrumento capaz de lograr la unidad y el
orden en el antiguo virreinato, ya fuera con un Inca, con un príncipe Borbón, con
uno portugués o bien con un francés.
La idea fue sostenida por los hombres más representativos y con mejor capacidad
para observar la realidad del continente. Se puede afirmar sin lugar a dudas que
la mala elección de los candidatos a ocupar el trono y la oposición de Inglaterra y
de Fernando VII a estos planes, fueron la causa de su fracaso y no la oposición del
pueblo.
Otro aspecto importante en la política del Congreso de Tucumán, tan vinculado
con San Martín en todo su accionar durante ese primer año, fue el sentido
continental que dio a sus actos. Repetidamente insistió en su carácter de
gobernador cuyano que, si el dominio español había sido continental, también
continental debería ser la acción revolucionaria.
El acta del 9 de Julio de 1816 declara la independencia de “las Provincias Unidas
en Sudamérica”, no sólo del Río de la Plata. Al entregarle a San Martín “las
Instrucciones Reservadas” a las que habría de sujetarse en Chile, los congresistas
le indicaron en el artículo 16, lo siguiente:
“...procurará hacer valer su influjo y persuasión, para que envíe Chile su
diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya
una forma de gobierno general, que de toda América en identidad de causas,
intereses y objetos constituya una sola nación; pero sobre todo se esforzará para
que se establezca un gobierno análogo al que entonces hubiese constituido
nuestro Congreso...”.
Compartimos con Beatriz Conte que, por esa época San Martín, sin renunciar a los
postulados fundamentales que trajo de España sobre la forma de gobierno, tuvo
que aceptar que no era el republicanismo lo que convenía en estas circunstancias,
por la observación inteligente de la realidad que palpaba y se inclinó, para lograr
lo que perseguía, por una monarquía constitucional o moderada, que era lo que
proponía Belgrano en el Congreso.
Las discusiones en torno del problema institucional quedaron finalmente sin
solucionar. Lo que urgía para los planes hispano-americanos era llevar adelante la
empresa militar inmediata, de la cual San Martín fue el magnífico ejecutor. Sin
embargo no podemos dejar de hacer notar cuán diferente hubiera sido la suerte
de estos pueblos de haber podido lograr esa unidad de acción geopolítica que el
héroe de los Andes anhelaba para estos territorios con gran visión de futuro.
Su actitud política en Chile
Esa imperiosa voluntad que puso al servicio de la causa de la libertad americana
lo llevó triunfador a Chile. No descuidó tampoco la organización política de los
pueblos, la cual le interesaba vivamente, pero ésta estuvo mezclada y
condicionada por la suerte del ejército, la eficacia de las armas y la estrategia de
sus planes militares. Su ideal político no fue un misterio, corrió a través de su
correspondencia, floreció en sus proclamas y en sus entrevistas, fue un juego
claro y limpio para América.
Ajustándose a sus “Instrucciones”, no aceptó el mando político de Chile que se le
ofreció y dejó a O'Higgins, con quien compartía en un todo sus ideales de logia, el
gobierno del territorio. Pero en Buenos Aires, Pueyrredón cambió el plan original,
acercándose al gabinete portugués y procurando un arreglo con esta Corte vecina.
San Martín no vio con buenos ojos la enemistad con Artigas y consideró peligrosa a
la diplomacia portuguesa de Río de Janeiro, por lo que se desentendió, en cierta
medida, del gobierno rioplatense para seguir adelante, hacia el Perú. En Chile y
con sus compañeros de acción pensó en lograr la mediación de Gran Bretaña para
ponerse a salvo de las ambiciones de posibles protectores europeos y de las
pretensiones reivindicatorias de España.
Suponían que Inglaterra, cuya forma de gobernarse tanto admiraban, era la más
adecuada para proteger la recuperación de los derechos que buscaban para los
pueblos de América. O'Higgins envió un largo memorial al príncipe regente de
Gran Bretaña y San Martín lo avaló con una nota personal al ministro Castlereagh.
Suponían ambos que las ventajas serían mutuas: para los nuevos países, la
protección de su libertad política; para Inglaterra, la hegemonía comercial que la
recompensaría con creces de la pérdida de sus colonias en el norte. San Martín se
comunicó frecuentemente con su amigo el Comodoro Bowles sobre cómo habría
de hacerse esa vigilancia protectora que solicitaban.
En tanto, después de los triunfos de Chacabuco y Maipú y de Bolívar en los valles
de Aragua, las potencias europeas se sorprendieron de la eficiencia militar de los
rebeldes americanos, resolvieron no ayudar a España y comenzaron a mirarlos con
respeto. Sin embargo la cancillería británica se contrajo al silencio y una vez más
su política de alentar para luego no comprometerse con actos concretos, hizo
fracasar en este caso el pedido de mediación, que con tanto empeño le
solicitaron San Martín y O'Higgins.
Su actuación pública en el Perú
El contenido esencial de su actuación en el Perú continuaba siendo el proyecto de
unidad confederal que había tenido desde que abrazó la causa americana. Seguía
en pie la magnífica idea de establecer un gran imperio hispanoamericano. Que
fuera un Inca, o un príncipe europeo o varios príncipes coaligados o aún diversas
repúblicas en pacto de alianzas, era para él problema secundario y cuestión de
oportunidad o conveniencia. Lo fundamental consistía en lograr una gran alianza
político-militar con carácter permanente de todas las antiguas provincias
españolas. San Martín, junto con Bolívar, fueron los dos grandes abanderados del
hispanoamericanismo. En una proclama a los habitantes del Perú les decía con
espíritu vibrante:
“La unión de los tres estados independientes acabará de inspirar a la España el
sentimiento de su impotencia y a los demás poderes, el de la estimación y el
respeto. Afianzados los primeros pasos de vuestra existencia política, un
congreso central compuesto de los representantes de los tres estados dará a su
respectiva organización una nueva estabilidad y la constitución de cada uno, así
como su alianza y federación perpetua se establecerá en medio de las luces, de
la concordia y de la esperanza universal”.
En la reunión de Miraflores con el virrey Pezuela, los diputados de San Martín
dejaron abierta la posibilidad de futuras negociaciones sobre la base de alcanzar
la solución equitativa mediante el establecimiento de un trono americano con un
príncipe de la casa reinante en España. En las conferencias de Punchauca con el
virrey La Serna, las proposiciones de San Martín fueron: previo reconocimiento de
la independencia del Río de la Plata, Chile y Perú, se procedería a coronar un
príncipe español.
San Martín ofreció a La Serna y a Abreu la inmediata designación de una regencia
formada por tres vocales, la unión de los ejércitos para respaldar el convenio y la
declaración de la independencia por el ejército unido, todo, antes de formalizar
las propuestas en España. Una vez más se notó la coherencia de su conducta
política: el objetivo era lograr la unificación de Sudamérica independiente y dejar
la cuestión institucional a las coyunturas favorables que se presentaran. En este
caso era una monarquía constitucional con un príncipe español. Entendía que
dadas las circunstancias ésta sería una solución correcta. Al fracasar este
proyecto, también se avino con Bolívar a aceptar la república si ésta servía para
asegurar la independencia y la unidad continental.
Tan cuidadoso y preciso, tan correcto fue San Martín en su acción gubernativa en
el Perú, que pese a detentar el poder absoluto, promulgó y juró de inmediato un
estatuto provisional, con el cual se autolimitó sus atribuciones. Se propuso poner
a los pueblos en el ejercicio moderado de sus derechos.
Cuando finalizó el año 1821, resolvió encargar a dos comisionados, García del Río
y Diego Paroissien, la misión de gestionar ante Inglaterra y Rusia y otras cortes
europeas, el reconocimiento de la independencia del Perú y lograr un príncipe
para ser coronado emperador. Estos comisionados debieron requerir en Chile y en
el Río de la Plata autorización para actuar con poderes similares otorgados por
estos gobiernos, de tal modo que el futuro monarca o monarcas formarían la
confederación supranacional, a la cual siempre aspiraba.
El año 1822 se presentó nefasto para los planes del Libertador: su viejo amigo
O'Higgins desertó de sus compromisos dejándolo solo en su plan monárquico por la
presión que los senatoriales ejercieron sobre él. En Buenos Aires los auxilios
militares le fueron negados al fracasar Bustos y el Congreso de Córdoba, frente a
los proyectos rivadavianos, que discurrían por carriles divergentes y a leguas de
distancia. En tanto los ataques maliciosos dividieron la opinión de los peruanos
con respecto al Protector, al cual llamaba “el rey José”.
Sin embargo su empeño no estaba terminado, pues logró que Perú y Colombia
firmaran un pacto de unión y confederación, que no era sólo de líricas palabras
sino que las ligaba en forma efectiva por tratados bilaterales sobre comercio,
navegación, ayuda mutua, auxilios militares y financieros.
En mérito a esta unidad y para no contrariar la concepción republicana de Bolívar
aceptó la confederación bajo esta forma de gobierno, en circunstancias muy
adversas para él. Los tratados que firmaron Perú y Colombia el 6 de julio de 1822,
de Unión, Liga y Confederación Perpetua, son el primer logro que consiguió
formalizar San Martín, por intermedio de su ministro Monteagudo, en su política
de unidad continental. Luego de firmado se preocupó, para que adhirieran a ellos
tanto Chile como las Provincias Unidas, ya que en el artículo 2º se habían
comprometido ambos países firmantes a interponer sus buenos oficios para que
los otros gobiernos de las Américas antes españolas, entraran en este pacto.
También en el artículo 3º consignaban que se reuniría una Asamblea compuesta
de plenipotenciarios de todos los estados americanos para establecer del modo
más sólido y estable las relaciones que deberían existir entre todos ellos.
Fue una permanente preocupación de estos hombres poder lograr la asociación de
los cinco grandes Estados de América, los que se habían formado de acuerdo con
la división territorial dejada por España: Provincias del Río de la Plata, Chile,
Perú, Colombia y Venezuela. Lamentablemente, estas unidades básicas de la gran
confederación con un inmenso y promisorio futuro como lo soñara San Martín, por
obra de ajenos intereses, no sólo no se unieron sino que, por el contrario, se
subdividieron en pequeños estados sin fuerza política ni económica para defender
sus intereses.
En Guayaquil se reunieron los dos abanderados del americanismo. San Martín se
retiró convencido después de la entrevista, de que Bolívar daría a la América
meridional la libertad y la unidad que consideraba indispensables e inseparables,
pero que él no podía llevar a cabo por las circunstancias adversas ya apuntadas.
Si San Martín sacrificaba a sabiendas su gloria en crisis, también Bolívar exponía a
sabiendas su gloria fulgurante en el caos del Perú. Ambos pusieron por sobre sus
intereses y afectos, el supremo ideal que los unía en beneficio de los pueblos de
sus afanes.
El centinela de la independencia
Tal como se ha podido observar hasta este momento el pensamiento político de
San Martínsufrió numerosas adecuaciones y modificaciones desde su llegada al Río
de la Plata en 1812 hasta su partida en 1824. En estos doce años de su gestión
libertadora la organización política de los pueblos le interesó vivamente y no era
posible que después de entrevistarse con Bolívar abandonara su condición de
militar y político para transformarse en un indiferente espectador, sin hacer nada
positivo para imponer esos ideales por los que tanto había luchado. En carta a
don Manuel Ignacio Molina, él mismo San Martín se expresó del siguiente modo:
“...yo espero que este viaje no sea inútil a los intereses de nuestra patria, pues
trabajaré en afirmar su independencia y bienestar todo lo que me reste mi
existencia... yo regresaré en el momento que crea que hay un peligro evidente”.
Ya en Europa fue un penetrante observador de lo que ocurría en los gabinetes.
Sus informantes fueron por demás eficientes por lo que el ilustre exiliado pasó a
ser consejero, consultor y asesor de sus corresponsales en el gobierno de los
territorios americanos. Dedicó la totalidad de sus esfuerzos a ayudar a los
liberales europeos a destruir la Santa Alianza por considerarla el enemigo nato de
la independencia americana. Mientras esta organización subsistiera, siempre
quedaría el temor de que las naciones absolutistas aliadas a Fernando VII lo
ayudaran a recuperar sus colonias. A esta actividad se debió sus idas y venidas por
Francia, Prusia, Bélgica e Inglaterra. Sólo descansó de ello cuando la destrucción
final de la Santa Alianza y el establecimiento en Francia y en Bélgica de
monarquías constitucionales, le indicaron que ningún peligro acechaba a la
independencia de América.
En 1828 todavía alentaba San Martín la idea de formar una confederación de
imperios americanos ligados federativamente, reconocidos por las potencias
europeas y libres por fin de España. Con esta idea se embarcó rumbo al Plata.
Pudo comprobar personalmente la imposibilidad de establecer este tipo de
organización frente a las luchas intestinas en que se debatían los partidos en
Buenos Aires, después de la guerra con el Brasil y resolvió retornar sin siquiera
desembarcar, afirmando que nunca se mezclaría en las guerras civiles que nos
enlutaban.
Después de este viaje San Martín abandonó definitivamente toda clase de gestión
a favor de la unidad continental y de las monarquías constitucionales. También
Bolívar, que había visto fracasar sus esperanzas de unidad republicana en el
Congreso de Panamá, desistía de sus ideas frente a la esterilidad de sus
esfuerzos. San Martín y Bolívar habían logrado la mitad primordial de lo que se
propusieron conquistar.
Recién en 1830 se pudo considerar definitiva la lucha por la independencia con la
destrucción final de la Santa Alianza y el reconocimiento por las potencias
europeas de las nuevas nacionalidades. Pero era también una realidad concreta la
dispersión localista de las mismas. Cualquier gestión en pro de la unidad
continental resultaba a esta altura imposible y hasta ridícula. Sin embargo, San
Martín volvió a ofrecer su sable de la independencia en otra ocasión más. Fue en
1838, cuando los franceses bloquearon el puerto de Buenos Aires. En esta ocasión
se dirigió a Rosas que era el encargado de las Relaciones Exteriores,
manifestándole que si el resultado de esta agresión era la guerra, estaba
dispuesto a cumplir órdenes para salvaguardar la soberanía del país.
En 1845, ya bastante enfermo y hasta impedido, volvió a prestar un eficiente
servicio profesional, a veces poco recordado y nada agradecido. Se trata de una
carta que envió al cónsul argentino en Londres, puntualizando que cualquier
expedición europea llevada contra Buenos Aires estaba expuesta a la ruina y al
fracaso, porque le sería imposible abastecerse frente a las condiciones
geográficas de la llanura argentina. Dickson, el cónsul, la hizo publicar en uno de
los diarios más publicitados de Londres, para que fuera leída con recomendación.
Efectivamente, despertó la atención de las cancillerías europeas, las cuales
desistieron posteriormente de continuar con la intervención armada.
En 1849, nuevamente se dirigió por carta al ministro francés Bineau, ampliando
los argumentos de la carta interior. Dicha carta fue leída en conferencia de
ministros y usada en el Parlamento francés para desalentar y derrotar al ministro
Thiers que propugnaba llevar la guerra al Plata con el objeto de obtener la libre
navegación de los ríos. En este caso San Martín asumió por su cuenta y riesgo la
representación argentina ante el ministerio y el periodismo francés, dando los
argumentos estratégicos y políticos que hicieron posible la derrota del belicista
Thiers y de su grupo parlamentario, con lo que se dio por finalizado el segundo
bloqueo contra Buenas Aires, poco tiempo después.
San Martín era como un centinela armado, dice el historiador Pérez
Amuchástegui, que protegía la independencia de su patria desde lejanas tierras. Y
por ello es del todo coherente con su ideología y con su accionar de tantos años,
el hecho de que ordenara entregar a Rosas su famoso sable, testigo de tantas
glorias, en mérito a la satisfacción que le produjo el “ver la firmeza con que ha
sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los
extranjeros que trataban de humillarla”.
Bibliografía
Edberto Oscar Acevedo (1991). San Martín y su ideario hacia 1810. En
Investigaciones y Ensayos Nº 41. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia.
Edberto Oscar Acevedo (1978). San Martín, la masonería y las logias, en Boletín
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