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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO Elvira MARTÍN DE CODONI. Las Ideas Políticas del Gran Capitán, en Homenaje al Gral. José de San Martín en el Bicentenario de su Nacimiento. Gobierno de Mendoza, Ministerio de Cultura y Educación, 1978, Capítulo VIII, pp. 67-74 (ampliado y actualizado). El bagaje que trajo de Europa Para poder penetrar en el pensamiento y en las ideas políticas del prócer es necesario fijar el clima político de España y de Europa en el instante en que sintió el reclamo del suelo americano y se resolvió a dejar todo lo que hasta entonces había sido su vida para emprender otra nueva. Español por herencia, por educación, por profesión, dedicó veintidós años de su existencia al servicio de la patria de sus mayores y suya propia. Es llamativo que abandonara todo por un nuevo ideal y que de allí en más ese ideal fuera para él una fuerza tan convincente, sugestiva y poderosa como para inducirlo a luchar sin claudicaciones ni quebrantos contra la que había sido hasta entonces su patria y transformarse de oficial español en general americano. Las motivaciones que transformaron su existencia y la de otros oficiales peninsulares maduraron en el ánimo del joven militar a partir de variadas influencias. Dice Edberto Oscar Acevedo en su estudio “San Martín y su ideario hacia 1810”, que Napoleón Bonaparte con su gran personalidad y magnetismo y como hombre que signaba la época, debe ubicarse en el primer plano de influencias sobre esta juventud. Reflexiona sobre el modelo que Napoleón representaba, el cual se manifestaba como una forma del poder personal individual ejercido con el apoyo de la opinión pública y el ejército. También debió ser un referente en el ideario liberal que promovía y en la genialidad de sus técnicas militares. Acevedo considera que San Martín era un conocedor del movimiento ideológico de su tiempo, racionalista e innovador, y que puede ser considerado con “figura de ilustrado”. La profesora Margarita Beatriz Conte en su libro “Ideario Político Sanmartiniano” expresa que su estadía en Cádiz lo signó fuertemente, fue la ciudad de su madurez en cuanto a su ideario político. Fue allí en Cádiz donde participó de una de estas sociedades secretas llamadas logias, nuevas formas de sociabilidad, como lo eran las tertulias, las academias, las sociedades económicas y literarias, las reuniones de amigos, etc., a partir de las cuales conoció y se enraizaron en él, las ideas que lo llevaron a abandonar todo aquello por lo cual había luchado hasta ese momento. Expresa Beatriz Conte que: “...la participación en una logia, en una asociación moderna, tiene gran importancia en la definición de su imaginario personal...”. “Fue en el seno de ella donde recibió la influencia del ideario de la Modernidad y donde tomó la decisión trascendental para su vida, y para el destino de Hispanoamérica” (p. 24 y 25). Patricia Pasquali en la biografía sobre “San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria”, hace hincapié también en la importancia de su estadía en Cádiz. Fue allí donde se instaló el mayor número de sociedades secretas, principales vehículos para la expansión del liberalismo revolucionario en lucha contra el absolutismo. Los españoles americanos bebieron en ellas el fermento de lo que sería luego un programa de independencia y libertad política y se lanzaron a la tarea de despertar las conciencias de sus compatriotas. Las corrientes liberales, en pugna con los monarcas absolutos, se desenvolvieron a la sombra de estas sociedades secretas, tanto en España como en el resto de Europa y eran especialmente protegidas desde Gran Bretaña. Se incorporó San Martín a la filial de la “Sociedad de Caballeros Racionales” de Cádiz que llevaba el Nº 3 y se reunía en la casa del acaudalado presidente o venerable Carlos de Alvear. Tenía su propia constitución la cual determinaba luchar por la independencia de América, utilizaba ritos y códigos de reconocimiento entre “hermanos”, análogos a la masonería, pero sin serlo, aunque algunos de sus miembros pertenecieran a ésta. Es probable que la fecha del ingreso de San Martín se produjera hacia 1807. Esta logia se comunicaba con la “Gran Reunión Americana” que funcionó en Londres en la casa de Francisco de Miranda y contó en su seno con otros americanos y rioplatenses, tales como Alvear, Zapiola, Carrera, y Anchoris. Allí se congregaron quienes aspiraron a llevar adelante la obra de regeneración política de los pueblos que cada uno se propuso realizar en el territorio de su nacimiento. La nación inglesa observaba estos intentos con simpatía. Entre 1780 y 1810, los protegió y estimuló. Sus integrantes se comprometieron bajo juramento a: “No reconocer por gobierno legítimo de las Américas sino a aquél que fuese elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos y a trabajar por el sistema republicano”. El mismo San Martín recordó estos hechos en una carta escrita en 1848: “Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenas Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarles nuestros servicios en la lucha...”. Con respecto a la trascendental decisión que debió enfrentar San Martín cuando resuelve abandonar a España para luchar en América, recogemos dos opiniones. Patricia Pasquali dice que frente al panorama peninsular tan dramáticamente desesperado, San Martín debió sentir un gran desasosiego por sentimientos contrapuestos: admiraba a Napoleón y a la cultura francesa pero, a diferencia de los españoles afrancesados que ofrecieron su colaboración al rey José, él se sumó sin vacilar a la causa de la resistencia contra el usurpador. No era afrancesado, pero tampoco juntista, ni fernandista, ni absolutista y después de veintidós años de servir a España ya no podía identificar allí su puesto de lucha. Nadie sabía mejor que él cuánto había aprendido en esos años, conocedor de las tácticas modernas, se reconocía como un conductor en potencia pero sin futuro en el escenario peninsular, cuyas motivaciones habían dejado de ser las suyas. Pasquali considera que la decisión a tomar debió ser abrumadora y el cuestionamiento moral inevitable, porque se hallaba en una trágica encrucijada, nada menos que la de un militar español que se sentía impelido a luchar contra España. Su reputación en el juicio de muchos quedaría tiznada por la culpa de traición. Sin embargo, cree que fue claro para los oficiales americanos que pululaban en Andalucía, que la justicia estaba a favor de la causa de América y que San Martín deseaba ser el “instrumento de esa justicia”, según sus propias palabras (Pasquali, p. 68-71). Otro autor, Rodolfo Terragno en su libro “Maitland y San Martín” piensa que junto con otros militares españoles-americanos, San Martín consideró que, con España ocupada por las fuerzas napoleónicas, no tenía la más mínima posibilidad de instaurar el moderno ideario de libertad que preconizaban y fue entonces cuando consideró la posibilidad de salvaguardar los territorios de América para establecerlos en ellos. Gran Bretaña era la aliada natural de España, las juntas de Asturias, Galicia y Sevilla habían tratado en Londres una alianza de “igual a igual”. La Junta Central recibió con alivio a Wellesley. Durante tres años San Martín luchó al lado de los británicos aliados de la España a la cual él pertenecía, conocía a la oficialidad inglesa con la cual se había encontrado en los campos de batalla, y había hecho amistades. Mientras España se desvanecía hasta quedar casi sin jurisdicción por estar todo el territorio ocupado por los franceses, comenzó a pensar en el lugar de su nacimiento. Quedaba la posibilidad de continuar en América la Guerra de la Independencia con los mismos aliados que España tenía en la península, posibilidad que ofrecían los precursores de otras partes de América (pp. 150-152). Terragno considera jamás pensó San Martín en entregar a Inglaterra estos territorios lo cual demostró posteriormente, cuando repudiaría todo lo que fuera un afán inglés de colonizar Sudamérica (p. 129). El desalentador panorama político de España fue anterior a todas sus resoluciones sobre América. El espectáculo de la decadente familia real, la política obsecuente del ministro Godoy, los triunfos de Bonaparte en el continente, desanimaron las esperanzas de los idealistas liberales. Como teniente coronel retirado se embarcó rumbo a Londres y en esta ciudad permaneció cuatro meses. Asistió a la Gran Reunión Americana en el tiempo que duró su estadía. Allí amplió su visión de los hombres y de los principios a los cuales se había ligado para siempre y pudo compenetrarse del significado continental con que se propugnaba la independencia de los dominios hispánicos. Tanto Miranda como Bolívar proyectaron formar una gran Confederación Hispanoamericana. El proyecto que plantearon en Londres se proponía: “Los diversos virreinatos y provincias del norte y sud América se dividirán en diferentes Estados, de acuerdo con sus límites físicos y políticos, pero ellos proyectarán un sistema federal, que dejando a los respectivos estados una independencia de gobierno pueda formar una autoridad central combinada...”. La idea rectora se resumía en dos palabras: independencia y unidad. Esto fue en definitiva lo que San Martín se impuso: llevar la guerra firme contra el poderío español en América, urgir la independencia de hecho y de derecho, asegurar la unidad política de las antiguas colonias para que se constituyan en países ricos y poderosos donde brillaran las libertades civiles y políticas. Para lograrlo necesitaban del apoyo de una nación poderosa y lo solicitaron de Gran Bretaña, que había perdido su hegemonía comercial en el continente europeo y en sus colonias del norte. A ella le ofrecieron recuperar esa hegemonía a cambio de que los ayudara a llevar a cabo la independencia política. La Logia Lautaro El grupo de iniciados en la logia londinense de los Caballeros Racionales, llegó a Buenos Aires en marzo de 1812. Estaba formado por San Martín, Zapiola, Chilavert, Carlos de Alvear y algunos otros. La Gaceta, el periódico de la ciudad, expresó: “...Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al gobierno y han sido recibidos con la consideración que merecen por los sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la patria”. Mientras organizaba el Cuerpo de Granaderos a Caballo y se relacionaba socialmente, San Martín se ocupó con denuedo en la organización de una filial básica de la logia Gran Reunión Americana. La urgencia en su preparación se daba por la falta de organización con que actuaban los dirigentes del movimiento emancipador. Los miembros de la nueva sociedad, por el contrario, manifestaron su propósito de trabajar con “sistema y plan en la independencia de América y su felicidad”. Los viajeros de la fragata George Canning demostraron que no sólo sus espadas y talentos militares eran los que ofrecían a la revolución, sino también y especialmente sus ideales políticos, que propusieron mediante logias. Por la naturaleza misteriosa con que fueron creadas estas agrupaciones y por el secreto con que actuaron tanto en Europa como en América, es difícil penetrar en el conocimiento cabal de ellas. Pasquali argumenta acerca de que la Logia que fundaran San Martín, Alvear, Zapiola y Chilavert, se llamó “Caballeros Racionales” y no se llamó el de “Logia Lautaro” hasta mucho después. Tenía por objeto promover la independencia de todas las secciones de América, compartiendo un mismo y común origen con las de Cádiz, Caracas y Londres. Sostiene que el nombre de “Logia Lautaro” se usó a partir de 1816, correspondería a una segunda etapa ya bajo la égida de San Martín y no de Alvear, se ponía al servicio de la empresa transandina y su significado específico era “expedición a Chile”. Al tiempo de jurar su incorporación, los iniciados se comprometían en forma solemne a colaborar con esta empresa (pp. 128-129). La presencia decisiva de la Logia en todos los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en adelante ha sido reconocida por todos. La Logia de Buenos Aires y las filiales fundadas por San Martín en su largo derrotero pueden haber tenido prácticas masónicas y se manejaron en forma semejante a las sociedades de este tipo, pero la acción desarrollada y los rastros que dejaron a su paso se circunscribió a lograr la independencia del país en el que actuaron y a organizar su gobierno sobre las bases del liberalismo político. El programa de acción desplegado por la Logia Lautaro fue: Independencia, Democracia, Constitución. Nadie podrá decir en el presente, con los testimonios de que se disponen y en el estado actual de los conocimientos que la Lautaro y sus filiales hayan desarrollado ninguna actividad dogmática, ni religiosa, ni realizado en momento alguno nada, que no fuera lograr los propósitos políticos enunciados. Fue como un motor silencioso de los planes revolucionarios, sometido a la consigna del secreto. Para ahondar en este tema nos remitimos al excelente estudio realizado por Edberto Oscar Acevedo titulado “San Martín, la masonería y las logias”, que figura citado en la bibliografía. El Proyecto Continental para las “Provincias Unidas en Sudamérica” Fue con la idea de su plan continental, que San Martín solicitó y obtuvo la Gobernación Intendencia de Cuyo. Las asechanzas internas y los peligros externos se multiplicaron hacia 1816. El fantasma de la expedición que llegaría de Cádiz para ahogar la revolución, la posible colaboración que les daría el Regente de Portugal, el cual se apresuró a invadir la Banda Oriental, la derrota de los revolucionarios mexicanos, quiteños, chilenos, colombianos y venezolanos, oscurecieron los cielos de Hispanoamérica. A este desalentador panorama se agregó que en el acta final del Congreso de Viena, los monarcas se comprometieron a luchar contra los gobiernos republicanos hasta extinguirlos. En este clima y con este panorama se reunió el Congreso de Tucumán, que no obstante tantos contratiempos cumplió su primer cometido: la declaración de la independencia. Con respecto a la forma de gobierno los puntos de vista cambiaron en esas circunstancias. Recordemos las ideas republicanas de las logias en su comienzo, de las cuales participó San Martín. Para evitar una guerra con la Santa Alianza y para posibilitar que las grandes potencias aceptaran a las nuevas naciones, fue necesario inclinarse por otra forma de gobierno: la llamada “monarquía temperada”, o monarquía constitucional moderada, la cual pareció ser el sistema apropiado. Era el que desde 1809, en los años del proyecto carlotino, sostuvo Belgrano. Ésta fue también la que aconsejó San Martín por diversas razones, como se verá. En carta a Godoy Cruz (24 de mayo de 1816) se expresó del siguiente modo: “Si yo fuese diputado me aventuraría a hacer al Congreso las siguientes observaciones. Para el efecto haría una introducción de este modo propio de mis verdaderos sentimientos: Soberano Señor: Un americano republicano por principios e inclinación pero que sacrifica esto mismo por el bien de su pueblo, hace al Congreso presente...”. Sostuvo que sus ideas republicanas debían ser sacrificadas por las circunstancias que atravesaba la patria, a la cual convenía lo repetiría posteriormente “un gobierno vigoroso”. Estas circunstancias las enumeró una por una: no había artes, ciencia, agricultura, ni población. La extensión de los territorios, que podían llamarse desiertos, la educación recibida, el fermento de las pasiones, choque de partidos, mezquinas rivalidades, falta de jefes militares y desunión, era lo que veía. Entonces se preguntaba si era posible en esas condiciones constituirse en república. Belgrano propuso la monarquía del Inca, la cual estuvo también entre los proyectos de Miranda y de otros, y en la mística revolucionaria que cantaron los poetas, por ejemplo en nuestro Himno. Se tenía presente la idea americana de la revolución, que no se circunscribió al Plata, sino a toda Hispanoamérica y con ella se buscaba la adhesión de los pueblos altoperuanos. Belgrano redactó para el ejército del Norte una proclama donde manifestó: “Ya nuestros padres del Congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobiernen. Yo, yo mismo, he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrán de nuestro Rey a los hijos de nuestros Incas”. La fórmula monárquica fue apoyada por una gran mayoría hacia 1816, cuando lo novedoso era la república, pero muy discutida por los errores que se habían cometido, fue considerada el único instrumento capaz de lograr la unidad y el orden en el antiguo virreinato, ya fuera con un Inca, con un príncipe Borbón, con uno portugués o bien con un francés. La idea fue sostenida por los hombres más representativos y con mejor capacidad para observar la realidad del continente. Se puede afirmar sin lugar a dudas que la mala elección de los candidatos a ocupar el trono y la oposición de Inglaterra y de Fernando VII a estos planes, fueron la causa de su fracaso y no la oposición del pueblo. Otro aspecto importante en la política del Congreso de Tucumán, tan vinculado con San Martín en todo su accionar durante ese primer año, fue el sentido continental que dio a sus actos. Repetidamente insistió en su carácter de gobernador cuyano que, si el dominio español había sido continental, también continental debería ser la acción revolucionaria. El acta del 9 de Julio de 1816 declara la independencia de “las Provincias Unidas en Sudamérica”, no sólo del Río de la Plata. Al entregarle a San Martín “las Instrucciones Reservadas” a las que habría de sujetarse en Chile, los congresistas le indicaron en el artículo 16, lo siguiente: “...procurará hacer valer su influjo y persuasión, para que envíe Chile su diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda América en identidad de causas, intereses y objetos constituya una sola nación; pero sobre todo se esforzará para que se establezca un gobierno análogo al que entonces hubiese constituido nuestro Congreso...”. Compartimos con Beatriz Conte que, por esa época San Martín, sin renunciar a los postulados fundamentales que trajo de España sobre la forma de gobierno, tuvo que aceptar que no era el republicanismo lo que convenía en estas circunstancias, por la observación inteligente de la realidad que palpaba y se inclinó, para lograr lo que perseguía, por una monarquía constitucional o moderada, que era lo que proponía Belgrano en el Congreso. Las discusiones en torno del problema institucional quedaron finalmente sin solucionar. Lo que urgía para los planes hispano-americanos era llevar adelante la empresa militar inmediata, de la cual San Martín fue el magnífico ejecutor. Sin embargo no podemos dejar de hacer notar cuán diferente hubiera sido la suerte de estos pueblos de haber podido lograr esa unidad de acción geopolítica que el héroe de los Andes anhelaba para estos territorios con gran visión de futuro. Su actitud política en Chile Esa imperiosa voluntad que puso al servicio de la causa de la libertad americana lo llevó triunfador a Chile. No descuidó tampoco la organización política de los pueblos, la cual le interesaba vivamente, pero ésta estuvo mezclada y condicionada por la suerte del ejército, la eficacia de las armas y la estrategia de sus planes militares. Su ideal político no fue un misterio, corrió a través de su correspondencia, floreció en sus proclamas y en sus entrevistas, fue un juego claro y limpio para América. Ajustándose a sus “Instrucciones”, no aceptó el mando político de Chile que se le ofreció y dejó a O'Higgins, con quien compartía en un todo sus ideales de logia, el gobierno del territorio. Pero en Buenos Aires, Pueyrredón cambió el plan original, acercándose al gabinete portugués y procurando un arreglo con esta Corte vecina. San Martín no vio con buenos ojos la enemistad con Artigas y consideró peligrosa a la diplomacia portuguesa de Río de Janeiro, por lo que se desentendió, en cierta medida, del gobierno rioplatense para seguir adelante, hacia el Perú. En Chile y con sus compañeros de acción pensó en lograr la mediación de Gran Bretaña para ponerse a salvo de las ambiciones de posibles protectores europeos y de las pretensiones reivindicatorias de España. Suponían que Inglaterra, cuya forma de gobernarse tanto admiraban, era la más adecuada para proteger la recuperación de los derechos que buscaban para los pueblos de América. O'Higgins envió un largo memorial al príncipe regente de Gran Bretaña y San Martín lo avaló con una nota personal al ministro Castlereagh. Suponían ambos que las ventajas serían mutuas: para los nuevos países, la protección de su libertad política; para Inglaterra, la hegemonía comercial que la recompensaría con creces de la pérdida de sus colonias en el norte. San Martín se comunicó frecuentemente con su amigo el Comodoro Bowles sobre cómo habría de hacerse esa vigilancia protectora que solicitaban. En tanto, después de los triunfos de Chacabuco y Maipú y de Bolívar en los valles de Aragua, las potencias europeas se sorprendieron de la eficiencia militar de los rebeldes americanos, resolvieron no ayudar a España y comenzaron a mirarlos con respeto. Sin embargo la cancillería británica se contrajo al silencio y una vez más su política de alentar para luego no comprometerse con actos concretos, hizo fracasar en este caso el pedido de mediación, que con tanto empeño le solicitaron San Martín y O'Higgins. Su actuación pública en el Perú El contenido esencial de su actuación en el Perú continuaba siendo el proyecto de unidad confederal que había tenido desde que abrazó la causa americana. Seguía en pie la magnífica idea de establecer un gran imperio hispanoamericano. Que fuera un Inca, o un príncipe europeo o varios príncipes coaligados o aún diversas repúblicas en pacto de alianzas, era para él problema secundario y cuestión de oportunidad o conveniencia. Lo fundamental consistía en lograr una gran alianza político-militar con carácter permanente de todas las antiguas provincias españolas. San Martín, junto con Bolívar, fueron los dos grandes abanderados del hispanoamericanismo. En una proclama a los habitantes del Perú les decía con espíritu vibrante: “La unión de los tres estados independientes acabará de inspirar a la España el sentimiento de su impotencia y a los demás poderes, el de la estimación y el respeto. Afianzados los primeros pasos de vuestra existencia política, un congreso central compuesto de los representantes de los tres estados dará a su respectiva organización una nueva estabilidad y la constitución de cada uno, así como su alianza y federación perpetua se establecerá en medio de las luces, de la concordia y de la esperanza universal”. En la reunión de Miraflores con el virrey Pezuela, los diputados de San Martín dejaron abierta la posibilidad de futuras negociaciones sobre la base de alcanzar la solución equitativa mediante el establecimiento de un trono americano con un príncipe de la casa reinante en España. En las conferencias de Punchauca con el virrey La Serna, las proposiciones de San Martín fueron: previo reconocimiento de la independencia del Río de la Plata, Chile y Perú, se procedería a coronar un príncipe español. San Martín ofreció a La Serna y a Abreu la inmediata designación de una regencia formada por tres vocales, la unión de los ejércitos para respaldar el convenio y la declaración de la independencia por el ejército unido, todo, antes de formalizar las propuestas en España. Una vez más se notó la coherencia de su conducta política: el objetivo era lograr la unificación de Sudamérica independiente y dejar la cuestión institucional a las coyunturas favorables que se presentaran. En este caso era una monarquía constitucional con un príncipe español. Entendía que dadas las circunstancias ésta sería una solución correcta. Al fracasar este proyecto, también se avino con Bolívar a aceptar la república si ésta servía para asegurar la independencia y la unidad continental. Tan cuidadoso y preciso, tan correcto fue San Martín en su acción gubernativa en el Perú, que pese a detentar el poder absoluto, promulgó y juró de inmediato un estatuto provisional, con el cual se autolimitó sus atribuciones. Se propuso poner a los pueblos en el ejercicio moderado de sus derechos. Cuando finalizó el año 1821, resolvió encargar a dos comisionados, García del Río y Diego Paroissien, la misión de gestionar ante Inglaterra y Rusia y otras cortes europeas, el reconocimiento de la independencia del Perú y lograr un príncipe para ser coronado emperador. Estos comisionados debieron requerir en Chile y en el Río de la Plata autorización para actuar con poderes similares otorgados por estos gobiernos, de tal modo que el futuro monarca o monarcas formarían la confederación supranacional, a la cual siempre aspiraba. El año 1822 se presentó nefasto para los planes del Libertador: su viejo amigo O'Higgins desertó de sus compromisos dejándolo solo en su plan monárquico por la presión que los senatoriales ejercieron sobre él. En Buenos Aires los auxilios militares le fueron negados al fracasar Bustos y el Congreso de Córdoba, frente a los proyectos rivadavianos, que discurrían por carriles divergentes y a leguas de distancia. En tanto los ataques maliciosos dividieron la opinión de los peruanos con respecto al Protector, al cual llamaba “el rey José”. Sin embargo su empeño no estaba terminado, pues logró que Perú y Colombia firmaran un pacto de unión y confederación, que no era sólo de líricas palabras sino que las ligaba en forma efectiva por tratados bilaterales sobre comercio, navegación, ayuda mutua, auxilios militares y financieros. En mérito a esta unidad y para no contrariar la concepción republicana de Bolívar aceptó la confederación bajo esta forma de gobierno, en circunstancias muy adversas para él. Los tratados que firmaron Perú y Colombia el 6 de julio de 1822, de Unión, Liga y Confederación Perpetua, son el primer logro que consiguió formalizar San Martín, por intermedio de su ministro Monteagudo, en su política de unidad continental. Luego de firmado se preocupó, para que adhirieran a ellos tanto Chile como las Provincias Unidas, ya que en el artículo 2º se habían comprometido ambos países firmantes a interponer sus buenos oficios para que los otros gobiernos de las Américas antes españolas, entraran en este pacto. También en el artículo 3º consignaban que se reuniría una Asamblea compuesta de plenipotenciarios de todos los estados americanos para establecer del modo más sólido y estable las relaciones que deberían existir entre todos ellos. Fue una permanente preocupación de estos hombres poder lograr la asociación de los cinco grandes Estados de América, los que se habían formado de acuerdo con la división territorial dejada por España: Provincias del Río de la Plata, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Lamentablemente, estas unidades básicas de la gran confederación con un inmenso y promisorio futuro como lo soñara San Martín, por obra de ajenos intereses, no sólo no se unieron sino que, por el contrario, se subdividieron en pequeños estados sin fuerza política ni económica para defender sus intereses. En Guayaquil se reunieron los dos abanderados del americanismo. San Martín se retiró convencido después de la entrevista, de que Bolívar daría a la América meridional la libertad y la unidad que consideraba indispensables e inseparables, pero que él no podía llevar a cabo por las circunstancias adversas ya apuntadas. Si San Martín sacrificaba a sabiendas su gloria en crisis, también Bolívar exponía a sabiendas su gloria fulgurante en el caos del Perú. Ambos pusieron por sobre sus intereses y afectos, el supremo ideal que los unía en beneficio de los pueblos de sus afanes. El centinela de la independencia Tal como se ha podido observar hasta este momento el pensamiento político de San Martínsufrió numerosas adecuaciones y modificaciones desde su llegada al Río de la Plata en 1812 hasta su partida en 1824. En estos doce años de su gestión libertadora la organización política de los pueblos le interesó vivamente y no era posible que después de entrevistarse con Bolívar abandonara su condición de militar y político para transformarse en un indiferente espectador, sin hacer nada positivo para imponer esos ideales por los que tanto había luchado. En carta a don Manuel Ignacio Molina, él mismo San Martín se expresó del siguiente modo: “...yo espero que este viaje no sea inútil a los intereses de nuestra patria, pues trabajaré en afirmar su independencia y bienestar todo lo que me reste mi existencia... yo regresaré en el momento que crea que hay un peligro evidente”. Ya en Europa fue un penetrante observador de lo que ocurría en los gabinetes. Sus informantes fueron por demás eficientes por lo que el ilustre exiliado pasó a ser consejero, consultor y asesor de sus corresponsales en el gobierno de los territorios americanos. Dedicó la totalidad de sus esfuerzos a ayudar a los liberales europeos a destruir la Santa Alianza por considerarla el enemigo nato de la independencia americana. Mientras esta organización subsistiera, siempre quedaría el temor de que las naciones absolutistas aliadas a Fernando VII lo ayudaran a recuperar sus colonias. A esta actividad se debió sus idas y venidas por Francia, Prusia, Bélgica e Inglaterra. Sólo descansó de ello cuando la destrucción final de la Santa Alianza y el establecimiento en Francia y en Bélgica de monarquías constitucionales, le indicaron que ningún peligro acechaba a la independencia de América. En 1828 todavía alentaba San Martín la idea de formar una confederación de imperios americanos ligados federativamente, reconocidos por las potencias europeas y libres por fin de España. Con esta idea se embarcó rumbo al Plata. Pudo comprobar personalmente la imposibilidad de establecer este tipo de organización frente a las luchas intestinas en que se debatían los partidos en Buenos Aires, después de la guerra con el Brasil y resolvió retornar sin siquiera desembarcar, afirmando que nunca se mezclaría en las guerras civiles que nos enlutaban. Después de este viaje San Martín abandonó definitivamente toda clase de gestión a favor de la unidad continental y de las monarquías constitucionales. También Bolívar, que había visto fracasar sus esperanzas de unidad republicana en el Congreso de Panamá, desistía de sus ideas frente a la esterilidad de sus esfuerzos. San Martín y Bolívar habían logrado la mitad primordial de lo que se propusieron conquistar. Recién en 1830 se pudo considerar definitiva la lucha por la independencia con la destrucción final de la Santa Alianza y el reconocimiento por las potencias europeas de las nuevas nacionalidades. Pero era también una realidad concreta la dispersión localista de las mismas. Cualquier gestión en pro de la unidad continental resultaba a esta altura imposible y hasta ridícula. Sin embargo, San Martín volvió a ofrecer su sable de la independencia en otra ocasión más. Fue en 1838, cuando los franceses bloquearon el puerto de Buenos Aires. En esta ocasión se dirigió a Rosas que era el encargado de las Relaciones Exteriores, manifestándole que si el resultado de esta agresión era la guerra, estaba dispuesto a cumplir órdenes para salvaguardar la soberanía del país. En 1845, ya bastante enfermo y hasta impedido, volvió a prestar un eficiente servicio profesional, a veces poco recordado y nada agradecido. Se trata de una carta que envió al cónsul argentino en Londres, puntualizando que cualquier expedición europea llevada contra Buenos Aires estaba expuesta a la ruina y al fracaso, porque le sería imposible abastecerse frente a las condiciones geográficas de la llanura argentina. Dickson, el cónsul, la hizo publicar en uno de los diarios más publicitados de Londres, para que fuera leída con recomendación. Efectivamente, despertó la atención de las cancillerías europeas, las cuales desistieron posteriormente de continuar con la intervención armada. En 1849, nuevamente se dirigió por carta al ministro francés Bineau, ampliando los argumentos de la carta interior. Dicha carta fue leída en conferencia de ministros y usada en el Parlamento francés para desalentar y derrotar al ministro Thiers que propugnaba llevar la guerra al Plata con el objeto de obtener la libre navegación de los ríos. En este caso San Martín asumió por su cuenta y riesgo la representación argentina ante el ministerio y el periodismo francés, dando los argumentos estratégicos y políticos que hicieron posible la derrota del belicista Thiers y de su grupo parlamentario, con lo que se dio por finalizado el segundo bloqueo contra Buenas Aires, poco tiempo después. San Martín era como un centinela armado, dice el historiador Pérez Amuchástegui, que protegía la independencia de su patria desde lejanas tierras. Y por ello es del todo coherente con su ideología y con su accionar de tantos años, el hecho de que ordenara entregar a Rosas su famoso sable, testigo de tantas glorias, en mérito a la satisfacción que le produjo el “ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Bibliografía Edberto Oscar Acevedo (1991). San Martín y su ideario hacia 1810. En Investigaciones y Ensayos Nº 41. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia. Edberto Oscar Acevedo (1978). San Martín, la masonería y las logias, en Boletín de Ciencias Políticas y Sociales, Nº 23. Mendoza. José Luis Busaniche (1963). San Martín vivo, Buenos Aires, Eudeba. Carlos, Ibarguren (1959). San Martín íntimo, Buenos Aires, Peuser. Pérez Amuchástegui (1966). Ideología y acción de San Martín, Buenos Aires, Eudeba. Dardo Pérez Guilhou (1956). El monarquismo en el Congreso de Tucumán, en Boletín de Estudios Políticos. Nº 5 y 6, Mendoza. Patricia Pasquali (1999). San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Buenos Aires, Planeta Argentina. Ricardo Piccirilli (1957). San Martín y la política de los Pueblos. Buenos Aires, Edición Curé. Rodolfo H. Terragno (1998). Maitland & San Martín, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes. * * *