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¿POR QUÉ TUVO LUGAR LA GUERRA?
EN FRANCIA
Para los franceses, el invasor ha venido siempre del Este; desde Federico II, la tradición anti-prusiana se nutre de una historia que muestra
a los dos pueblos en conflicto. Desde Alfred de Musset a Hansi, la imaginería popular ha sustituido al inglés por el alemán como enemigo nacional. La guerra de 1870 y la cesión de Alsacia-Lorena, las incitaciones de Maurice Barrès a la revancha y los toques de clarín de Dèroulède,
recuerdan todos los días a los franceses que <<han perdido dos hijos>> y que no puede haber jamás perdón para los raptores. Los escolares lo
saben, puesto que desde la más tierna edad han visto en su primer libro de historia lanzarse al águila prusiana sobre el gallo galo y arrancarle
sus mejores plumas, mientras que el pueblo de París, hambriento por el bloqueo, el bombardeo y la guerra, esperaba su racionamiento en las
calles heladas y, en su miseria, se veía reducido a comer ratas. Estas imágenes, grabadas desde entonces en la conciencia de los franceses,
alimentan su patriotismo y les enseñan que, desde Bouvines a Sedán, la derrota o la muerte vienen siempre del prusiano.
EN ALEMANIA
En Alemania, los jóvenes han aprendido que el territorio nacional es un cementerio de eslavos y que el pueblo alemán ha padecido de siempre la obsesión de la resurrección. La nación germánica, antaño conquistadora y colonizadora, se considera en lo sucesivo guardiana de la
civilización occidental frente a la multitud venida del Este y no ve sin inquietud que los eslavos occidentales afirmen su personalidad, crezcan y
se multipliquen; trata de borrar toda huella de su paso en los territorios que antiguamente pertenecieron a los lusacios y a los kachucos en Sajonia, Prusia, Pomerania. Lo mismo que los franceses , los alemanes consideran que el peligro está en el Este, y por eso la idea de una vuelta al
Drang nach Osten toma cuerpo para satisfacer a la vez a las necesidades de la economía alemana y para garantizar la perennidad de la presencia germánica en toda la Europa Central. Pero los niños saben también que si los alemanes han de vigilar al Este, han de estar igualmente en
guardia frente al Oeste. Goethe lo ha escrito en sus memorias: en el tiempo de su juventud, la peor catástrofe fue la ocupación de Coblenza por
los soldados de Francia. En el momento presente, el <<mercantilismo inglés y el odio francés se unen a las ambiciones del ruso contra del pobre Imperio alemán>>. <<La patria está cercada… Pero Dios castigó a Napoleón en 1812… Por eso, nosotros, los alemanes, no tememos nada
el mundo, excepto a Dios. >> Sano y vigoroso, el pueblo alemán no tiene nada que temer de sus vecinos del Oeste, y todos los años, en septiembre, celebra el sedanfeier en recuerdo de la derrota del pueblo vecino, disminuido en lo sucesivo, y al que se considera frívolo…<<La guerra
quizá estalle, Alemania no la quiere, y el Kaiser hace todo por evitarla. Eduardo VII había organizado la asfixia de Alemania porque estaba celoso de su prosperidad comercial. Su muerte ha hecho retroceder el espíritu guerrero en Gran Bretaña, pero en Francia ha ganado terreno con
la llegada de Poincaré.>> Así, <<una apretada red rodea al país, que no puede contar más que con la ayuda de Austria- Hungría y de Turquía,
estados interiormente podridos>>. La nueva edición del manual añadía en 1916: <<El Kaiser se consagraba al mejoramiento de la suerte de los
obreros cuando su actividad pacífica fue interrumpida bruscamente por la guerra>>.
EN RUSIA
En su Historia, tan familiar para los rusos como la de Ernesto Lavisse para los franceses, Kovalevski cuanta que mil años atrás la tierra rusa
estaba cubierta de bosques y pantanos. Las gentes que poblaban esta tierra se llamaban eslavos; eran altos, con pelo castaño y ojos brillantes; vivían agrupados en grandes familias: el padre-anciano con sus hermanos, hijos sobrinos, nietos, cultivando todos la tierra y practicando la
caza. Varias familias formaban un clan, y algunas veces varios clanes se reunían para decidir sobre un asunto importante. Esa reunión se llamaba vetche; se convocaba al pueblo a toque de campana, la cual recibía el nombre de campana-vetche.
Ocurría a menudo que los eslavos combatían a los pueblos que querían invadir su territorio, y en su lucha sabían esconderse tras las altas hierbas y caer de improviso sobre el enemigo; incluso se sumergían, cabeza y todo, en la aguas del río, respirando por una caña que sostenían en
la boca. Pero era un pueblo hospitalario el de los eslavos que no amaba la guerra; cuando un eslavo salía de su casa, dejaba alimentos sobre la
mesa y no cerraba nunca la puerta para que los extranjeros pudiesen entrar, comer y descansar.
Sin embargo, no cesaron de afluir invasores; uno tras otro, vinieron del Norte primero, y del Este después. Guerreros escandinavos en primer
término, después polacos y alemanes (esos caballeros teutónicos que Alejandro Nevski rechazó en 1242 en combate sobre hielo). De la estepa
llegaron los tártaros, que impusieron su yugo al pueblo ruso e incluso se aliaron con los polacos.
Por un lado, los tártaros, confundidos después con los mongoles y los turcos; por otro, los polacos y los alemanes: dos azotes conjugados
contra ella, que Rusia encuentra a lo largo de toda su historia. En 1905, resucita, desde oriente, el peligro <<amarillo>>, con rostro japonés. El
tema mongol inspira la poesía de Merekosvski y de Bielyï, <<revivificando una pesadilla en el alma de Rusia>>, de cuyos fantasmas necesitó
varios siglos para librarse. Una vez más, en el siglo XX, los dos enemigos tradicionales se hallaban asociados: Alemania para atacar al Oeste, y
el oriental para hacerlo por el sur.
Así, pues, el destino de cada uno de los pueblos estaba marcado por su lucha defensiva contra el enemigo hereditario: los franceses contra los
alemanes, y éstos contra los eslavos o los franceses; los rusos contra los amarillos y los alemanes. Pronto ocurrió lo mismo con los italianos,
adversarios de Austria, enemiga de siempre, o con los turcos, adversarios de los pueblos eslavos. La única excepción era Austria, cuyo enemigo
ancestral había sido el infiel, pero como, desde hacía un siglo, el imperio otomano se había descompuesto, no tenían ya fronteras comunes ni
incluso pretexto para odiarse.
En todos los países, los maestros habían enseñado estas verdades, aunque quizá abrigasen en sí mismos convicciones pacifistas. Pero su enseñanza tenía efectos contrarios, puesto que, glorificando a Juana de Arco o Alejandro Nevski, alimentaban involuntariamente el espíritu guerrero. Por lo demás, de acuerdo con la lógica de sus lecciones, dieron de 1914 a 1918 ejemplo de patriotismo.
Ferro, Marc : La Gran Guerra (1914-1918), Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 35-38.
PRIMERA GUERRA MUNDIAL: CAUSAS