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HISTORIA DE LA PATRIA
PATRIA-O-COLONIA
FEDERALES-O-UNITARIOS
BARBARIE-O-CIVILIZACIÓN
FEDERALES-O-PARTIDO LIBERAL
FEDERALES-O-PARTIDO NACIONAL
PATRIA-O-IMPERIO
PUEBLO-O-ANTIPUEBLO
PERÓN-O-BRADEN
PERONISMO-O-ANTIPERONISMO
LIBERACIÓN-O-DEPENDENCIA
DEMOCRACIA-O-GENOCIDIO
RESISTENCIA-O-NEOLIBERALISMO
"PATRIA-O-BUITRES"
PATRIA-O-CORPORACIONES NACIONALES E
INTERNACIONALES
“LA PATRIA ES EL OTRO” ARGENTINO Y LATINOAMERICANO
LA PATRIA SOS VOS.
---------------------------------------------------------------------------“Necesitamos que los distintos dirigentes responsables de las organizaciones, también
organicen cursos de formación sobre política internacional, sobre historia internacional”.
“Ustedes se dieron cuenta que prácticamente, salvo cuestiones catastróficas o muy
evidentes, parece como que la Argentina fuera un planeta solo en el mundo, que no
existiera el resto, porque no hay una sola noticia internacional de nada, de las
económicas ni hablemos”.
“Tenemos que prepararnos, tenemos que saber, porque al que no estudia, al que no sabe
lo que pasa y cómo se fueron produciendo los acontecimientos, lo llevan de la nariz. Sobre
todo, en un mundo, donde los medios de comunicación y, fundamentalmente también, las
redes sociales han adquirido una gran importancia, el problema es la selectividad de la
información” (Militante peronista, ex Presidenta de la República Argentina por 2 períodos consecutivos
2007-2015, Cristina Fernández de Kirchner
1880-1943
DE JULIO ARGENTINO ROCA
A LA DÉCADA INFAME
Contenido
Introducción: (1880-1943) .......................................................................................................................................
Línea de Tiempo (1880-1943) ..................................................................................................................................
“1880-1943: De la oligarquía a la ciudadanía de masas” ..........................................................................................
Eduardo Tritten: “Roca” ............................................................................................................................................
“La doctrina Drago y la pelea contra los buitres: cambiar el mundo es posible” ........................................................
EJE INTERNACIONAL .............................................................................................................................................
Eric Hobsbawm: La Era del Imperio (1875-1914) – Capítulo 3 ..............................................................................
Jorge Abelardo Ramos: Historia de la Nacion Latinoamericana – “Movimientos nacionales del Siglo
XX: México, Perú, Bolivia”.....................................................................................................................................
Juan José Hernández Arregui: Nacionalismo y Revolución -- Selección ...............................................................
Mario Rapoport: “Mitos, etapas y crisis en la economía argentina” ...........................................................................
Raul Scalabrini Ortiz: Política Británica en el Río de la Plata – “La guerra secreta por el petróleo
argentino” .............................................................................................................................................................
Juan Domingo Perón: “El Pacto Roca-Runciman” ........................................................................................................................
EJE POLÍTICO .........................................................................................................................................................
John Wlliam Cooke: Apuntes para la militancia – “El orden de la oligarquía liberal”, “Yrigoyen y sus
enemigos”, “La década infame”.............................................................................................................................
Ministerio del Interior: “Ley Saenz Peña – Debate y Sanción” ...............................................................................
Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918 .......................................................................................
Norberto Galasso: “La década infame” .................................................................................................................
Fermín Chávez: “Historia del movimiento obrero organizado antes del peronismo” ..............................................
DISCURSOS CFK ....................................................................................................................................................
Sobre la Reforma Universitaria de 1918 en la Universidad de Córdoba ................................................................
Homenaje a Perón e Yrigoyen ..............................................................................................................................
FRASES DE PATRIOTAS Y BUITRES ....................................................................................................................
Introducción: (1880-1943)
En el marco de la consolidación del imperialismo europeo de fines de Siglo XIX, se instaura en la Argentina el
modelo económico primario-exportador, acompañado por un régimen político oligárquico y conservador, de la
mano del General Roca y los ferrocarriles británicos. El proyecto de la Argentina como semicolonia triunfa en los
festejos del Centenario. El proyecto popular a la defensiva y desarticulado, lentamente se irá reconstruyendo. Por
un lado, el movimiento obrero comenzará a dar sus primeros pasos de la mano de los inmigrantes, del
anarquismo, y de las corrientes sindicalistas. Por otro lado, la Unión Cívica Radical emerge como un movimiento
de clases medias y trabajadoras, que aspira a una “reparación” de la violencia oligárquica, mas no cuestiona el
modelo primario-exportador. El liderazgo de Yrigoyen se enfrenta a la resistencia conservadora, y flaquea en
momentos claves. La alvearización y el posterior golpe del 30 derrotan este intento de proyecto popular.
INTERNACIONAL
Al inicio de este período, el
imperio británico se
encuentra en su momento de
mayor expansión.
La economía global gravita en
una lógica
centro/periferia alrededor del
capitalismo
británico. El avance sobre
naciones y pueblos se
lleva adelante con un objetivo
geopolítico clave:
consolidar su hegemonía
política y económica. El
imperio se sirve para este
objetivo tanto de la via
militar como de la presión
económica.
El reordenamiento mundial
1880- tanto en términos
políticos como economicos
1943 responde a una lógica
de una “división internacional
del trabajo”, donde
esta división responde
directamente a los
intereses de los países con
mayor desarrollo,
podemos encontrar entonces la
enunciación de la
idea de la existencia de “países
centrales” o
“países periféricos”. Esta
“división del trabajo” no
es más que un concepto
desarrollado y ejecutado
en función de consolidar la
matriz de producción
propia del Capitalismo
El surgimiento de Alemania, la
industrialización
de EEUU, y la competencia
entre potencias
económicas devienen en las
Guerras Mundiales,
que son en efecto guerras interimperiales.
ECONOMÍA
La campaña roquista sobre la
Patagonia, la expansión sobre
el
Chaco, el tendido de
ferrocarriles
permitirán que nuestro país
“entre”
de lleno a la economía
mundial
producto
mater
como
ra
de ias
primas.
POLÍTICA
El proyecto del antipueblo logra su máxima
expresión
y esplendor en el período 1880-1912. Roca y el
PAN
lograrán federalizar la oligarquía. Ese país para
pocos
se celebra a sí mismo en el Centenario de la
Revolución de Mayo. Luego de ser derrotado por
el
Radicalismo, logra primero infiltrarse en él via
Alvear,
para luego aliarse con una fracción de las fuerzas
armadas para retornar a un régimen político
Iniciamos en la etapa de auge fraudulento, la “Década Infame”, que es
del
desbordado
exportad E
modelo primario or.
l por la misma sociedad y cae en 1943.
crecimiento económico
europeo de
Segun Revoluc Indus El proyecto del antipueblo logra su máxima
la
da
ión
trial expresión
significa la solidificación del y esplendor en el período 1880-1912, y se celebra
orden
a
econ sí mismo en el Centenario de la Revolución de
centro/periferia de la omía Mayo.
mundial. Para la Argentina
Un país excluyente, donde los números cierran
esto
“con
implica la llegada masiva de
la gente afuera”.
capitales
británicos y
norteamericanos que se
El proyecto popular se ve fragmentado: por un
invertirán
lado,
las organizaciones de trabajadores proliferan a
en la cadena productiva; y la pesar
del contexto desfavorable y a la ilegalidad en la
explosión de la demanda de
que
productos agropecuarios. La se encuentran con frecuencia. Los inmigrantes
renta
traen
diferencial de la tierra
ideas socialistas, anarquistas, que cobran vida
significa para
propia
oligarquí argentin l en la Argentina. Por otro lado, surge el
la
a
a
a radicalismo de
l acumula la mano de Alem e Yrigoyen, nucleando jóvenes
herramienta para a ción
de
clase media, hijos de inmigrantes, algunas
económica.
fracciones
de la clase obrera y también de la oligarquía. El
La llegada masiva de
inmigrantes
Radicalismo se alza en armas contra el
régimen
En Rusia triunfa una revolución
explosió oligárquico en 1890, 1893 y 1905.
socialista que,
europeos,
la
n Finalmente logra la
aunque no prende mecha en el corazón demográfica y urbana, la
de
migración
Ley Saenz Peña y triunfa en las elecciones
Europa, replantea el escenario global
nacionales de 1916. Yrigoyen llega al poder
de
interna, y el surgimiento de las
con
dominación burguesa. Existe allí una
primeras industrias
intención de lograr grandes transformaciones
propuesta
para
consumo pero
alternativa al capitalismo global que
queda a mitad de camino, al no cuestionar el
impera en el
interno
reordenan un mapa modelo
sociopolític
e
económico oligárquico. El movimiento
mundo.
o
donde l Estado radical es
consolida
Argentino está do
e desarticulado internamente por los sectores
El ciclo económico de auge capitalista institucionaliZado
antipersonalistas liderados por Alvear, y al
que
”.
retornar
arranca a fines del Siglo XIX se
Yrigoyen al poder en 1928, cae
interrumpe
tempranamente
dramáticamente en 1929 con el Crack
de
de Wall
Elagotamiento
l modelo producto de un golpe de Estado. También es
Street y la posterior Gran Depresión.
destacable el surgimiento del movimiento
EEUU
exportador dependiente llega con estudiantil
ensaya el New Deal como respuesta a
la crisis.
la Crisis del 30 que replantea el con la Reforma Universitaria.
capitalismo mundial. En ese
marco
Entre el keynesianismo y el fordismo
se firma el Pacto Roca1930 es el primer golpe de estado moderno
comienza a
Runciman,
en la
gestarse un nuevo modelo de
oligarq
argentin
acumulación
donde
la uía
a Argentina, donde la oligarquía se alía con una
un
económic fracción de las fuerzas armadas para retornar
económica.
reafirma proyecto
o a un
que ya no tiene
régimen político fraudulento, la “Década
sustento.
Infame”. Este
En América Latina, la influencia
modelo político y económico es cuestionado
yanqui llega
por los
hasta Panamá. La consolidación de los
sectores más dinámicos del radicalismo que
construirán FORJA. Durante la década el
nacionalismos expresa el triunfo de la
movimiento
obrero intentará estrategias de negociación y
balcanización que se vivió en el
período previo.
huelga
Sin embargo, movimientos de corte
nacional y
sin éxito. Finalmente, en 1943, una facción
con participación popular y de clases
nacionalista del ejército da un nuevo golpe de
medias
estado,
el del GOU, dentro del cual se gestará el
comienzan, en algunos países a
cuestionar
proyecto de
ciertos rasgos del orden oligárquico
imperante.
Juan Domingo Perón.
PREGUNTAS PARA EL DEBATE SOBRE INTERNACIONAL
1. El concepto de "imperialismo" nos permite entender cómo funcionan las potencias mundiales, ayer y
hoy. ¿Qué características tuvo, a fines del siglo XIX, el imperialismo de Gran Bretaña y Europa en
África y cuáles en América latina?
2. ¿Por qué entró tan rápidamente en crisis el "orden mundial" a comienzos del siglo XX, que parecía
inmutable? ¿Por qué se dice que la primera guerra mundial fue una guerra "inter imperialista"?
3. ¿Qué sujeto social cobra protagonismo en casi todos los países del mundo a partir de las primeras
décadas del siglo? ¿Por qué?
PREGUNTAS PARA EL DEBATE SOBRE ECONOMÍA
1) Cuál fue el proyecto en lo económico de la generación del '80?
2) Cuál fue el rol de la inversión extranjera recibida entre fines del siglo XIX y principios del XX?
3) Cómo era entendido el salario de los trabajadores en el modelo agroexportador?
4) Cuáles fueron los efectos económicos de la primera guerra mundial y de la gran depresión del '30?
5) Cómo reaccionaron los gobiernos conservadores a la gran depresión?
6)
PREGUNTAS PARA EL DEBATE SOBRE POLÍTICA
1. ¿Qué tipo de pacto político construye Julio Argentino Roca a través del PAN? ¿Qué medidas
toma que le permiten superar los conflictos entre las provincias que caracterizaron el Siglo XIX?
2.
¿Qué características tiene el movimiento obrero argentino en sus orígenes? ¿Cuáles son sus
tendencias políticas e ideológicas?
3. ¿Cómo se explica el auge y posterior caída del anarquismo como identidad obrera?
4. ¿Cómo surge el radicalismo? ¿Qué es la
“Causa contra el régimen”?
5. ¿Por qué habla CFK de una “continuidad histórica” entre Yrigoyen y Perón?
6. ¿Qué crítica hace John William Cooke del proyecto radical? ¿Qué contradicciones identifica?
7. ¿Cómo caracterizamos el pueblo y el antipueblo? ¿Quién es la patria y quienes son los buitres?
¿Dónde ponemos a Roca? ¿A Roque Saenz Peña? ¿A Alem? ¿A Yrigoyen? ¿A Alvear? ¿A los
anarquistas de la FORA? ¿A FORJA?
8.
Línea de Tiempo (1880-1943)
1880-1943: De la oligarquía a la ciudadanía de
masas.
"He abrigado siempre una gran simpatía hacia Inglaterra. La República
Argentina, que será algún día una gran nación, no olvidará jamás que el estado
de progreso y prosperidad en que se encuentra en estos momentos, se debe
en gran parte al capital inglés"
Julio Argentino Roca (Londres,
1887)
“Si yo entregara el país, me dijo un señor -en otras palabras muy elegantes,
naturalmente, pero que en el fondo decían lo mismo- en una semana sería el
hombre más popular en ciertos países extranjeros. Y le contesté: a ese precio
prefiero ser el más oscuro y desconocido de los argentinos porque no quiero -y
disculpen la expresión-llegar a ser popular en ninguna parte, por haber sido un
hijo de puta en mi país.”
Juan Domingo Perón, haciendo referencia a su reunión con Spruille
Braden, embajador norteamericano (Buenos Aires, 7 de agosto de 1945)
La oligarquía a la ofensiva
Durante este período surgió lo que autores como Rodolfo Puiggrós denominaron colonización capitalista, a
través de la inyección de capitales externos que movilizaron sectores de la economía -sobre todo la
ganadería y la agricultura, pero también el transporte mediante la construcción de líneas de ferrocarriles.
Este proceso fue profundo y estructural: a diferencia de otras etapas de gobiernos oligárquicos y
reaccionarios, el régimen de 1880 ofreció un desarrollo económico real, aunque supeditado, lógicamente, a
sus intereses. En pocos años, la Argentina, por ejemplo, se convirtió en el país de América latina con más
kilómetros de vías férreas, así como uno de los más avanzados en cobertura educativa, también
proliferaron pueblos enteros en el interior del país, producto de la inmigración europea auspiciada con
entusiasmo por el régimen.
No obstante lo cual, la oligarquía gobernante era artífice de la consolidación de una estructura económica
que bloqueaba cualquier intento de autodesarrollo nacional, ya que sujetaba el expansión productiva a los
condicionamientos del mercado externo. De esta manera, la
“colonización capitalista” significaba una agudización de la contradicción subyacente entre “nación o
dependencia” que, bajo distintos ropajes se venía discutiendo desde las jornadas de mayo de 1810.
Al interior de la oligarquía, entendiéndola como una clase, se encontraban grupos que se enriquecieron a
través de la tenencia de grandes extensiones de tierra (latifundio) y que se vieron beneficiados con la
llegada de los ferrocarriles, los frigoríficos, los puertos, los seguros, es decir, por el avance del proyecto
económico de este capitalismo dependiente. Por otro lado conviven sectores identificados como burguesía
importadora, ubicados en la ciudad puerto los cuales cumplen el rol de intermediarios en el traslado de la
manufactura inglesa.
La oligarquía se montó sobre el aparato jurídico liberal heredado de la Constitución de 1853, que
garantizaba el traspaso de mando de los sucesivos gobiernos de la clase dominante sin grandes
alteraciones. El exceso de confianza en una carta orgánica inspirada en las naciones más imperialistas
generaba un fetichismo constitucional que pronto colisionaría
ante los desafíos sociales y políticos que ese mismo desarrollo dependiente generó. Los inmigrantes con
tradición sindical, los sectores medios criollos, y las propias internas en los aparatos de gobierno
terminarían conformando un “otro” que comenzaría a disputar la hegemonía oligárquica.
Ante los ojos del mundo, este período de “belle époque”, la Argentina configuraba un ejemplo de nación
organizada y respetuosa de la ley, inspiraba confianza a los inversores, y era festejada como "granero del
mundo". Imágenes poderosas que incluso hoy son batidas como estandartes por parte de defensores del
neolibralismo. Con la llegada del radicalismo primero y el peronismo después, esta etapa sigue siendo
recordada con nostalgia por parte de la elite local que nunca más rearmaría una hegemonía de esta
naturaleza, sino que se limitaría a frenar o derribar los procesos de transformación popular.
Sin embargo, este imaginario -más conservador que liberal- no reconoce a este período como uno de los
más autoritarios y antidemocráticos de la historia, donde los elencos gobernantes se pasaban de manera
incestuosa la batuta del poder, donde la república estaba vacía de cualquier contenido popular, donde la
festejada riqueza de los terratenientes pampeanos en las capitales europeas tenía como espejo la pobreza
extrema de los habitantes del campo, como también el destino de parias del resto del territorio nacional,
que no había sido bendecido por la abundancia agrícola-ganadera.
El orden político del orden económico
Resulta importante ahondar en algunos aspectos políticos del orden oligárquico de 1880-1916. La razón es
sencilla: se trata de la era de oro de la clase dominante argentina. Después de 1916, cuando el
yrigoyenismo gane las elecciones, de ahí en más, siempre que se abra la opción democrática, triunfarán los
sectores populares. El radicalismo primero, el peronismo después, intentarán la construcción de un país
diferente. Los
sectores oligárquicos se volcarán entonces por los golpes de Estado y la desestabilización económica.
Pero, entre 1880 y 1916, la oligarquía logró reunir el poder político y económico, logrando de esta manera
un grado de hegemonía que no se repetiría. Y, también en un hecho que no volvería a ocurrir, tendrían un
proyecto de país claro, y realizable. La oligarquía será durante este espacio de tiempo, una verdadera clase
dirigente, en el sentido de funcionar como un grupo de poder consciente de su rol, pero además con un
programa político -el desarrollo de una economía primaria para la exportación, vinculada a Gran Bretañaen el marco de una inserción de la Argentina al sistema capitalista mundial. En cambio, después de 1916,
sólo será un sector retardatario, por momentos a la defensiva o por momentos a la ofensiva, pero ya sin el
poder de crear una hegemonía política, económica y cultural, vinculada a un proyecto de país.
Se trata de un “orden conservador” porque se trató de un régimen político centrado en una clase social -los
terratenientes- que además de la hegemonía descrita anteriormente, concentró el poder político a través
del Partido Autonomista Nacional (PAN), intentando tapar todos los focos de conflicto social y político. Para
lograr esto, el orden político se sostuvo a través del fraude electoral, en forma sistemático.
Esto se evidenció cuando se produjo la aparición de la Unión Cívica Radical, a partir de desprendimientos
de dirigentes que formaban parte del régimen, a fines de siglo. Este movimiento tuvo que recurrir a los
alzamientos armados en tres ocasiones, 1890, 1893 y 1905, ante la imposibilidad de competir en las
elecciones.
Lo mismo sucedió con el Partido Socialista fundado en 1896. Apenas existió una reforma parcial al sistema
electoral en 1904, durante la segunda presidencia de Roca. La reforma permitió la elección uninominal por
circunscripción, por lo cual el barrio porteño de La Boca, eligió a Alfredo Palacios, convirtiéndose en el
primer diputado socialista electo en toda América. Sin embargo, este cambio no alteró el carácter
excluyente y fraudulento del sistema electoral, hasta la reforma de 1912, que sancionó el voto obligatorio,
secreto y universal para todos los hombres mayores de 18 años.
Esta apertura democrática se manifestó con toda su fuerza en las siguientes elecciones presidenciales de
1916, donde triunfaría Yrigoyen, candidato de la UCR.
Las luchas sociales y el resquebrajamiento del régimen
Pero no se trata sólo de cambio de legislación. El país de la oligarquía estaba sufriendo cambios sociales y
económicos abruptos, en sus treinta años de gobierno ininterrumpido. La población del país se cuadruplicó,
pasando de 2 a 8 millones. Esto significó un cambio profundo en toda la extensión del país, desde
ciudades como Buenos Aires que fueron ocupadas masivamente a la creación de pueblos en la mayor
parte de la región pampeana. En las ciudades, la población, en gran proporción inmigrantes europeos, se
ubicó por sus orígenes, generando una recomposición espacial de la misma: barrios como La Boca,
Barracas, San Telmo o incluso los actuales Once, Palermo y San Cristóbal pasaron a albergar a diversas
comunidades de italianos, españoles, franceses, armenios, rusos, polacos, etc. Cada grupo creó sus
propias organizaciones comunitarias y aportó a nuestro país la diversidad política, cultural y religiosa que la
caracteriza. En menor medida, esto mismo pasó en muchas provincias, donde surgieron fuertes
comunidades agrícolas vinculadas con algún proceso inmigratorio.
Vinculado con estos cambios sociales, el Estado buscó formar para cohesionar a una población que
provenía de distintos orígenes y no tenía, por lo tanto, un sentido patriótico o nacional relacionado con la
Argentina. En este sentido, se aprobaron leyes como la 1420, que promulgò la educación primaria
obligatoria, laica y gratuita, la ley de matrimonio civil, la creación del Registro Civil y diversas legislaciones
que igualaban a los extranjeros con los nacidos en el territorio criollo (porque de los indios, negros y
mestizos, tanto en sus necesidades económicas, como su incorporación ciudadana no figuró en la agenda
gubernamental en lo más mínimo, por el contrario se continuó con la línea que se había abierto a partir de
la campaña militar a la Patagonia).
Pero, aunque los inmigrantes europeos eran estimulados para se instalen en el país y lo adopten como
propio (para lo cual, entre otras cosas, se pensó un sistema educativo) a principios del siglo XX el régimen
oligárquico sancionó las leyes de Residencia (1902) y de Defensa Social (1910), que permitían expulsar a
los inmigrantes por motivos políticos o razones de Estado. Estas leyes mostraban que esa inclusión tenía
un límite concreto: los inmigrantes se convertían en “extranjeros indeseados” en el momento en que
intentaban luchar por sus derechos sociales o laborales.
El socialismo, el anarquismo y el sindicalismo surgieron en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y los
trabajadores más pobres fueron el sujeto social donde más ampliamente se difundieron estas ideologías.
Entonces, cuando el hambre y las necesidades económicas provocaron una migración masiva de estos
sectores populares europeos a tierras más promisorias, como América Latina y Estados Unidos, también
viajaron con ellos las tradición acumuladas de luchas y organización obrera que estaban en pleno
desarrollo en Europa.
Lógicamente, eso fue colaborando en la formación de los primeros sindicatos en nuestro país. El primero
de la argentina va a ser el de tipógrafos, en 1857, y estos van a ser los primeros que protagonicen una
huelga, recién en 1878.
Naturalmente, la estructura política del régimen oligárquico, el PAN, no vio con buenos ojos la movilización
de los trabajadores ni sus organizaciones sindicales, aunque pudo hacer poco para controlar su
crecimiento. Entre 1880 y 1901, aparecieron decenas de organizaciones sindicales, además de los nuevos
partidos políticos modernos: la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista. En simultáneo, aparecieron dos
periódicos obreros, La Vanguardia y La Protesta, que también sirvieron para canalizar los reclamos de los
trabajadores. Hacia 1901 se fundó la primera central sindical que reunía a trabajadores de distintas ramas y
sectores, a través de la Federación Obrera Argentina (FOA). A esta le van a seguir la Unión General de
Trabajadores (UGT), de perfil socialista, y la Federación Obrera Regional Argnetina (FORA), de orientación
anarquista.
La respuesta del PAN ante este avance organizativo fue absolutamente represiva: el presidente Roca, en
su segundo mandato, promovió la ley 4441, conocido como "Ley de residencia". Esta norma legal permitió
la expulsión hacia sus países de origen de los extranjeros llamados "indeseables", es decir, los militantes
sindicales y sociales. Se utilizó todo el peso de la ley sobre los trabajadores, en su mayoría inmigrantes y
humildes. Pese a la represión, las luchas obreras crecieron, por lo menos hasta 1920.
Durante los primeros años del siglo XX hubieron grandes huelgas, mostrando tanto la fortaleza que venía
construyendo las organizaciones sindicales, como el carácter represivo que seguía teniendo el orden
conservador. El 1° de mayo de 1909, en las recordaciones por los trabajadores masacrados en Chicago en
1886 (que luego terminaría siendo convertido en casi todo el mundo como “el día del trabajador”), la policía
de Buenos Aires reprimió la manifestación y mató a doce trabajadores. Así empezó la Semana Roja,
llamada así por la cantidad de muertos y heridos, en medio de una huelga general, en plena capital del
país. El gobierno se esforzó por ignorar los reclamos y el movimiento se repitió en 1910, durante los
festejos del Centenario de la Revolución de Mayo.
Pero no sólo los trabajadores de las ciudades se empezaron a organizar en este período: en 1912 los
trabajadores rurales y pequeños arrendadores de campos santafesinos dirigieron sus reclamos a todo el
país, dando lugar al nacimiento de la Federación Agraria Argentina, que buscaba representar a los
pequeños propietarios rurales. Aunque las posiciones de la Federación no siempre se distanciaron de la de
los grandes propietarios nucleados en la Sociedad Rural Argentina (en general, durante los gobiernos
populares terminaron teniendo un papel reaccionario, haciendo alianza con los sectores privilegiados), en
su nacimiento mostró que aún en el núcleo de acumulación económica de la oligarquía, el campo, surgían
reclamos y luchas que ponían en tela de juicio la imagen que quería proyectar el poder constituido. Los
festejos del primer Centenario, en 1910 simbolizaron, a al mismo tiempo, el punto más alto de
autocelebración de la oligarquía (donde los invitados fueron antes que nada, monarcas y agentes
comerciales europeos) como también el
creciente desencanto político y social por parte de sectores mayoritarios que habían quedado fuera del
modelo de desarrollo agro-exportador.
En 1916, con el triunfo de Yrigoyen, se quebraría esa hegemonía extensa, de más de tres décadas, donde
el poder económico y político funcionaron como uno solo. Un partido popular, con tendencias nacionalistas
y antiimperialistas, vinculado a intereses de sectores medios y trabajadores, irrumpió en la Casa Rosada,
para sorpresa de casi todos.
Si bien el yrigoyenismo no lograría romper el esquema económico básico instalado por la oligarquía (la
producción de bienes primarios para la exportación, con escaso desarrollo industrial, y un reparto social
muy injusto de esa renta) sí logró romper el dique político conservador, iniciando un proceso de
democratización que, años después, profundizó el peronismo.
Del yrigoyenismo al peronismo
Pero como siempre, la historia arranca más atrás. Sería imposible comprender el surgimiento del
peronismo sin atender a ciertos nudos de los ciclos históricos previos.
En ese sentido, cabe destacar dos características de la Argentina que ayudan a explicar por qué, antes de
mediados del siglo XX se constituyó un movimiento nacional y popular tan potente como el peronismo.
En primer lugar, desde fines del siglo XIX, las sucesivas olas inmigratorias de trabajadores provenientes de
europa dieron un impulso muy fuerte al sindicalismo criollo, que registra grados de organización y
combatividad inéditos en comparación al resto de los países de América latina. Un proceso de urbanización
acelerado, y una economía primaria pujante desarrolló también incipientes procesos de industrialización y
politización social (el desarrollo temprano de una extensa red de trenes para sacar la producción agrícola al
puerto contribuyó a crear un fuerte sindicato
ferroviario, por ejemplo). En ese sentido, se puede decir que el capitalismo oligárquico de fines del XIX y
comienzos del XX, amén de sus obvias consecuencias negativas en términos de dependencia frente a los
centros de poder mundial de la época, también explica la creación de una clase obrera con altos niveles de
organización para los parámetros de un país latinoamericano.
Mientras en la mayoría de los países de América latina los conflictos sociales más agudos ocurrían en el
mundo rural, ligados a la lucha por la tierra por parte del campesinado, en la Argentina, en una fecha tan
temprana como 1919, estallaba una huelga general a partir de un conflicto en un taller metalúrgico (los
talleres Vasena) en la Ciudad de Buenos Aires. Durante una semana toda la ciudad estuvo movilizada, la
represión a los obreros terminó con cientos de muertos, pero al mismo tiempo las dos centrales sindicales
(la FORA anarquista y FORA la socialista) lograron aumentos salariales y reducción de la jornada laboral,
después de la intervención del gobierno radical de Yrigoyen, que vaciló entre la represión y la negociación
con los trabajadores, dejando al mismo tiempo que bandas armadas de ultraderecha masacraran a cientos
de trabajadores. Habían pasado sólo dos años de la Revolución bolchevique en la lejana Rusia, y en los
bares porteños ya se cantaba un tango que tenía esta letra:
¡Ya está! ¡Llegó!
¡No hay más que hablar!
Se viene la maroma sovietista.
Los orres ya están hartos de morfar salame y pan
y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán.
Es decir, la Argentina, ya a comienzos del siglo XX había logrado un alto grado de organización sindical y,
aún en un marco de mucha represión contra el movimiento obrero, existía un reconocimiento implícito a
ese poder por parte del sistema político.
Este último punto, tampoco es casual. En el peronismo, además del componente obrero, terminó
expresándose una larga corriente democratizadora, que había tenido sus orígenes en el movimiento radical
que, desde fines del siglo XIX, intentó por vías armadas y electorales quebrar la hegemonía oligárquica.
En 1890, 1893 y 1905 se sucedieron levantamientos políticos armados, que fueron conducidos por los
dirigentes de la Unión Cívica Radical, entre los que estaban Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. Este
movimiento representaba a varios sectores, entre los que estaban algunas fracciones políticas que habían
quedado desplazadas de los gobiernos oligárquicos, sectores rurales pequeños y medianos, en cierta
tensión con los intereses de los grandes terratenientes y, cada vez más, una base social en los sectores
medios urbanos, que venían creciendo junto con las oleadas inmigratorias, la infraestructura urbana y los
estamentos burocráticos de las grandes ciudades.
El radicalismo, a medida que avanzaba el nuevo siglo XX aumentaba su representación en ese mosaico
social y al mismo tiempo, daba cuenta de la crisis política de una oligarquía muy cerrada, que sólo
detentaba el poder en la medida que impedía una competencia electoral más o menos plena (a pesar de
que hacía décadas que se “votaba” a los gobiernos, el número de electores era insignificante, en un
sistema dominado por el control clientelar de esos pocos votos). Todo esto dio un vuelco, cuando en 1912
el Congreso Nacional sancionó una nueva ley electoral, fijando como criterio el voto “universal, secreto y
obligatorio”, entendiendo por universal a todos los varones mayores de 18 años. A partir de allí, el poder de
convocatoria que ya tenía acumulado el radicalismo pudo expresarse en las urnas con toda su fuerza: en
medio del desconcierto de los sectores oligárquicos que creían haber construido un país ejemplar, rico,
próspero y moderno, el candidato radical, Hipólito Yrigoyen ganó las elecciones, dando comienzo a un
proceso de democratización importante. Aquel radicalismo de comienzos de siglo entroncaba las ansias de
participación política, con ideas nacionales en cuanto al manejo de la economía (en esos años se fundaría
YPF, por ejemplo), la politización de sectores medios y populares, y una mirada del país vinculado a
América latina (durante el gobierno de Yrigoyen se construyó la doctrina Drago, que señala que ningún país
puede ser intervenido por una potencia para que se le cobre una deuda externa). El recorrido posterior,
luego del golpe de Estado de 1930, supondría el regreso de gobiernos oligárquicos, las elecciones
amañadas y la división del radicalismo entre un sector comprometido con la restauración conservadora y
otro que mantendría las banderas reformistas y nacionales que le habían dado origen. Este sector (que
tuvo en FORJA su esencia programática) terminaría confluyendo años después en aquella plaza del 17 de
octubre.
El surgimiento del peronismo, además del papel indudable que jugó el liderazgo de Perón, hay que verlo a
la luz de estos dos procesos que atravesaba la Argentina desde fines del siglo XIX: por un lado, la
emergencia de una organización sindical bastante desarrollada, con experiencia de lucha, cuadros
dirigentes y sindicatos nacionales y, por el otro, una corriente democratizadora del sistema político,
encarnada en el radicalismo, que había logrado desplazar a la oligarquía, no del control económico del
país, pero sí de la jefatura del Estado).
“Roca”
Eduardo Tritten
Julio Argentino Roca, tucumano de nacimiento, va a significar para la generación del 80 la consolidación de
los sectores del interior que logran someter al puerto de Buenos Aires. Esto que en lectura abstracta
significaría un probable triunfo del federalismo histórico, que desde José Artigas venía pugnando por un
modelo de país, en realidad termina redundando en la federalización de la oligarquía agro ganadera
dependiente del Imperio Británico. ¿Cómo se da esto?
El ascenso de Roca puede ser tomado como una analogía del ascenso de una aristocracia criolla de las
provincias del norte, mucho más modesta que los sectores privilegiados de la ciudad puerto de Buenos
Aires. Roca, tucumano de nacimiento, va ser uno de los egresados del colegio nacional de Concepción del
Uruguay, colegio que genero hombres tales como Olegario Víctor Andrade, Eduardo Wilde o Arturo
Sampay, y que representa un intento de la Confederación Argentina urquicista de generar el núcleo de
intelectuales que sustente ese proyecto de país en pugna con el Estado de Buenos Aires.
El conflicto suscitado por la discusión sobre las rentas de la aduana, principal motivo de la pugna entre
unitarios y federales a lo largo del siglo, lleva a Buenos Aires a escindirse del seno de la Confederación, al
negarse a ratificar la constitución surgida de la caída de Rosas, ratificada por los caudillos reunidos por
Urquiza en Santa Fe. Roca será participe como oficial del ejército confederado que se enfrente con la
guardia nacional de Buenos Aires, allí comienza su carrera militar que lo llevará a tejer alianzas en el
interior para su futura carrera política.
Como militar tiene una carrera ascendente, participando en la batalla de Pavón, del lado nacional. Con la
unificación del país bajo la égida del partido liberal porteño, pasará revistar en el ejército del país
reunificado bajo la figura de Bartolomé Mitre, forjando su prestigio en la Guerra de la
Triple Alianza, contra los federales del norte y en las guerras jordanistas. Finalmente culmina su carrera
militar con dos hitos de la conformación del estado liberal agroexportador: El exterminio y conquista de los
territorios de los Pueblos Originarios, la llamada “Campaña del Desierto y la federalización de Buenos
Aires, logrando finalmente federalizar al mismo tiempo al Partido Autonomista Nacional.
El Partido Autonomista de Buenos Aires, recogía los restos del antiguo federalismo expresado en las
clases populares. Era conducido por Adolfo Alsina. El partido nacional, (liberal) liderado por Mitre
representaba a los intereses británicos más claros. La conducción de ambas facciones no se diferencia,
pertenecen a la misma clase. En los momentos clave, ambas facciones se unifican como en la guerra del
Paraguay.
Con motivo de la consolidación del modelo agroexportador, los intereses británicos se encuentran
necesitados de un centro fuerte que les permita consolidar su dominio sobre el interior en base al modelo
centralizado a través de los ferrocarriles. Para esto necesitan la federalización de Bs As. Este proyecto es
sostenido por Mitre. Alsina en cambio, y el autonomismo pretende una provincia unificada y fuerte, con una
premisa, la intención alsinista de reunificar a ambos partidos y reconstruir el viejo partido liberal. Este
acuerdo acarrea la escisión de los republicanos, entre los cuales se encuentran Alem e Yrigoyen, ex
federales rosistas y la juventud pequeñoburguesa que busca cambios. La muerte de Alsina deja al
autonomismo en manos de Roca y el armado generado por este con los sectores oligárquicos del interior
manifestados en la liga de gobernadores. Es el afianzamiento del Partido Autonomista Nacional que regirá
los destinos de la Argentina agroexportadora. Esta alianza, fue generada por Roca a través de su derrotero
por las provincias manifestada en el prestigio de su carrera militar y consolidada en la vinculación con la
linajuda familia Juárez Celman de Córdoba. Con lo que Roca, estaba esperando solamente el momento
oportuno, que aparece con el deceso de Alsina.
Roca presionando sobre Avellaneda, logra finalmente la federalización de Buenos Aires, con la
contradicción aparente de que la misma estaba impulsada por el Autonomismo (ya sin Alsina), proyecto de
los nacionalistas de Mitre. ¿Por qué se da esto? Al asumir Roca la presidencia con la federalización
consolidada a través de las armas, es la
consolidación de una nueva oligarquía, ni la mercantil porteña, ni la ganadera bonaerense, sino, una
oligarquía de carácter nacional, con los dos sectores antes mencionados más los sectores comerciales y
gobernadores del interior. Es la unificación definitiva del país, la derrota del puerto de Buenos Aires, pero
en función de la dependencia absoluta al
Imperio Británico, es en definitiva la solidificación del sistema “granero del mundo” que durará hasta la
crisis de los años 30 del siglo XX.
“La doctrina Drago y la pelea contra los buitres:
cambiar el mundo es posible”
Como hace poco más de un siglo, hoy la Argentina está a punto de sentar un precedente histórico
en el mundo: las deudas soberanas de los países no pueden ser cobradas de cualquier forma ni a
cualquier precio.
La histórica votación en la ONU, donde 132 países acompañaron el pedido de Argentina de construir una
legislación internacional que fije marcos para la restructuración de las deudas, con el fin de que los países
no queden presos de los fondos buitres, muestra que lejos de estar “caídos del mundo”, los argentinos
tenemos un acompañamiento masivo. No se trata de una solidaridad abstracta: la historia enseña que la
cuestión de las deudas soberanas es uno de los grandes problemas que arrastran los países periféricos.
En este tema, nuestro país, ya supo tener una posición valiente hace más de un siglo, que vale la pena
conocer.
En 1902 la Argentina ya arrastraba 80 años de problemas con su
deuda pública, desde que en 1824 Rivadavia tomara el primer empréstito con la mítica banca europea
Baring Brothers. Sin embargo, en el contexto de la consolidación de los imperialismos a fines del siglo XIX
y comienzos del XX, otros países la pasaban peor. Uno
de ellos era Venezuela. Faltaban todavía dos años para que se perforara el primer pozo de petróleo. El
país caribeño estaba lejos de ser un rico exportador de hidrocarburos, y su base económica, al igual que el
resto de América latina, era agrícola-ganadera. En ese marco, al igual que casi todos los países de la
región, Venezuela había contraído deudas importantes con Europa. Las más abultadas eran con Italia y
Alemania. En 1902, tras una caída abrupta en el precio internacional del café, principal exportación
venezolana de entonces, el país se vio obligado a suspender temporalmente el pago de su servicio de
deuda con estos países. El 9 de diciembre de ese año barcos alemanes e italianos se estacionaron en las
costas venezolanas, bloquearon el puerto, realizaron disparos de cañón contra el territorio y exigieron el
cobro inmediato de la deuda. A los pocos días, se les sumó el resto de las potencias imperialistas de la
época: Francia, Bélgica, Holanda, España y Estados Unidos.
En aquellos tiempos se estaba muy lejos de la construcción de una red solidaria en el continente
latinoamericano, y cada país había construido una relación de dependencia individual con las potencias. El
único proyecto de unión continental que parecía realizable era el que proponía la doctrina Monroe “América
para los americanos”, que ya comenzaba a delinear una América latina como patio trasero de
Norteamérica.
La doctrina Monroe cobró fuerza a partir de la presidencia de Quincy Adams, a mediados del siglo XIX y
suponía que Estados Unidos vetaba cualquier intervención europea en cualquier país de América. El
hemisferio quedaba “protegido” por un único amo.
En ese marco, y ayudado por el distanciamiento con Estados Unidos, inversamente proporcional a la
cercanía que se tenía con Gran Bretaña, el gobierno argentino jugó un papel inesperado y trascendental,
cuando tiempo después, surgió la crisis de la deuda en Venezuela.
El ministro de relaciones exteriores argentino de ese entonces, José María Drago, delegado del gobierno
de Julio Argentino Roca, se opuso al bloqueo naval de Inglaterra, Italia y Alemania. Argentina fue el único
del continente que se expidió formalmente contra la agresión a los puertos venezolanos.
La doctrina de Drago era sencilla: las dificultades para pagar una deuda soberana no podían acarrear el
derecho a la invasión por parte de otro país. Se apoyaba, paradójicamente, en la Doctrina Monroe, que
guardaba ese poder de intervención en el continente americano para Estados Unidos, alejando del
hemisferio a las potencias europeas. Sin embargo, Estados Unidos no acompañó la postura de Drago y no
protegió a
Venezuela del bloqueo, argumentando que no apoyaría a “ningún estado contra la represión que pueda
acarrearle su inconducta, con tal que esa represión no asuma la forma de adquisición de territorio".
Sin embargo, el tiempo y la persistencia le dio la razón al canciller argentino. La doctrina Drago fue incluida
en la Conferencia de Paz de la Haya de 1907, donde la comunidad internacional firmó un convenio sobre la
“limitación del empleo de la fuerza para el cobro de deudas contractuales”. Durante todo el siglo XX
vendrían guerras calientes y frías, con sus múltiples intervenciones militares por parte de países fuertes
sobre países débiles. Sin embargo, también se iría consolidando, a tropezones,
instituciones como el Tribunal de la Haya, la ONU o la OEA, que tomaron
nota de la doctrina argentina sobre la deuda. Las nuevas invasiones tuvieron
justificaciones en la “seguridad nacional” o el “terrorismo internacional”, pero
no el cobro de una deuda pública.
Esta vez, la nueva doctrina argentina sobre la deuda no aparece por
solidaridad
continental, sino por el instinto más básico de la supervivencia nacional. A diferencia de los cañones
alemanes o franceses de 1902, el avance capitalista inventó un nuevo mecanismo disciplinador, de la mano
de la autonomización del capital financiero.
La existencia los fondos buitres se hizo posible debido a la desregulación del sistema financiero
internacional realizado a mediados de los años ’70.
Dicha desregulación significó, entre otras cosas, la participación directa de inversores privados: fondos de
pensión, hedge funds y otros similares. La lógica de estos fondos no es ayudar a países en problemas ni
estabilizar el intercambio financiero mundial, sino comprar bonos soberanos por centavos y después
intentar cobrarlos, mediante todos los medios posibles, a su valor nominal original.
En tanto, en la Argentina, desde la última dictadura militar hasta el gobierno de De la Rúa, no sólo se creó
un endeudamiento externo impagable, sino que se se generó un nuevo proceso de canje de deuda,
llamado "Plan Brady". El Plan legalizó la parte de la deuda contraída por la dictadura, pero además
“atomizó” las tenencias de los títulos de deuda, hasta ese momento en manos de sólo algunos bancos muy
importantes. Los acreedores eran ahora miles de ahorristas y fondos de inversión, con los cuales es mucho
más complejo negociar. Además, esa atomización y
“anonimato” del acreedor impidió la creación de un club de deudores que pusiera condiciones para el pago.
En ese sentido, la nueva doctrina criolla advierte sobre un punto fundamental: la ausencia de un “marco
jurídico internacional para la reestructuración de deudas soberanas” es el eslabón perdido por el cual los
fondos buitres podrían lograr el delirante resultado de hacer volar por los aires un canje de deuda aceptado
por el 92,4% de los acreedores de distintas partes del mundo.
El inmenso poder que aún tienen estos actores
financieros es de carácter transnacional pero,
paradójicamente, sólo puede existir bajo la cobertura de
sistemas legales locales, como lo demuestra el juicio
contra la Argentina con sede en la plaza financiera de
Nueva York. Es una clave sobre el actual estado de
cosas en el mundo globalizado: el
ciudadano norteamericano Paul Singer, militante republicano y dueño del fondo de inversión NML Elliot,
tiene hoy más influencia sobre el futuro de la Argentina que el Presidente Barack Obama. No se trata de
una demostración de salud imperialista, sino de un momento de perplejidad donde el “orden internacional”
aparece desdibujado, sin que aún aparezca un modelo de reemplazo.
Si en los años 80´ la crisis de deuda mexicana terminó repercutiendo en casi todos los países y dio lugar a
la llamada “década perdida” para
América latina, en los últimos tiempos, el problema de la deuda se dispersó hacia otras regiones, como el
caso de Rusia, o por estos días, la situación casi terminal de los países del sur de Europa, como Italia,
España, Portugal y Grecia, que deben más que lo que producen en todo un año. La experiencia argentina
(y la posición del gobierno nacional, que busca negociar sin dejar de mostrar la situación de chantaje al que
lo conduce la ausencia de reglas internacionales) probablemente termine construyendo una nueva doctrina
sobre el tema. Y, si esa doctrina logra aplicarse, el mundo, no sólo nuestro país, será algo más justo.
INTERNACIONAL
ERIC HOBSBAWM
La era del imperio (1875-1914)
CAPÍTULO 3 LA ERA DEL IMPERIO
Sólo la confusión política total y el optimismo ingenuo pueden impedir el reconocimiento de que los
esfuerzos inevitables por alcanzar la expansión comercial por parte de todas las naciones civilizadas
burguesas, tras un período de transición de aparente competencia pacífica, se aproximan al punto en que
sólo el poder decidirá la participación de cada nación en el control económico de la Tierra y, por tanto, la
esfera de acción de su pueblo y, especialmente, el potencial de ganancias de sus trabajadores.
MAX WEBER, 1894
“Cuando estés entre los chinos -afirma [el emperador de Alemania]-, recuerda que eres la vanguardia del
cristianismo -afirma-. Hazle comprender lo que significa nuestra civilización occidental. [...] Y si por
casualidad consigues un poco de tierra, no permitas que los franceses o los rusos te la arrebaten.”
Mr. Dooleyís Philosophy
1
Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados o
en proceso de desarrollo existentes en su seno tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo
en el que los países “avanzados” dominaran a los “atrasados”: en definitiva, un mundo imperialista. Pero,
paradójicamente, al período transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no
sólo porque en
él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico.
Probablemente, fue el período de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se
autotitulaban oficialmente “emperadores” o que fueran considerados por los diplomáticos occidentales
como merecedores de ese título.
En Europa, se reclamaban de ese título los gobernantes de Alemania, Austria, Rusia, Turquía y (en su
calidad de señores de la India) el Reino Unido. Dos de ellos (Alemania y el Reino Unido/la India) eran
innovaciones del decenio de 1870. Compensaban con creces la desaparición del
“Segundo Imperio” de Napoleón III en Francia. Fuera de Europa, se adjudicaba normalmente ese título a
los gobernantes de China, Japón, Persia y -tal vez en este caso con un grado mayor de cortesía
diplomática internacional- a los de Etiopía y Marruecos. Por otra parte, hasta 1889 sobrevivió en Brasil un
emperador americano. Podrían añadirse a esa lista uno o dos “emperadores” aún más oscuros. En 1918
habían desaparecido cinco de ellos. En la actualidad (1988) el único sobreviviente de ese conjunto de
supermonarcas es el de Japón, cuyo perfil político es de poca consistencia y cuya influencia política es
insignificante.(a)
Desde una perspectiva menos trivial, el período que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo
de imperio, el imperio colonial. La supremacía económica y militar de los países capitalistas no había
sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del siglo XVII y el último cuarto del
siglo XIX no se había llevado a cabo intento alguno por convertir esa supremacía en una conquista,
anexión y administración formales. Entre 1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del mundo
ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el
gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno y otro de una serie de Estados,
fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estados Unidos
y Japón. Hasta cierto punto, las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios preindustriales
sobrevivientes de España y Portugal, el primero -pese a los intentos de extender el territorio bajo su control
al noroeste de Africa- más que el segundo. Pero la supervivencia de los más importantes territorios
portugueses en Africa (Angola y Mozambique), que sobrevivirían a otras colonias imperialistas, fue
consecuencia, sobre todo, de la incapacidad de sus rivales modernos para ponerse de acuerdo sobre la
manera de repartírselo. No hubo rivalidades del mismo tipo que permitieran salvar los restos del Imperio
español en América (Cuba, Puerto Rico) y en el Pacífico
(Filipinas) de los Estados Unidos en 1898. Nominalmente, la mayor parte de los grandes imperios
tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en
ellos
“zonas de influencia” o incluso una administración directa que en algunos casos (como el acuerdo
anglorruso sobre Persia en 1907) cubrían todo el territorio. De hecho, se daba por sentada su indefensión
militar y política. Si conservaron su independencia fue bien porque resultaban convenientes como Estadosalmohadilla (como ocurrió en Siam -la actual Tailandia-, que dividía las zonas británica y francesa en el
sureste asiático, o en Afganistán, que separaba al Reino Unido y Rusia), por la incapacidad de las
potencias imperiales rivales para acordar una fórmula para la división, o bien por su gran extensión. El
único Estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener
a raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales.
Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: Africa y el Pacífico. No
quedó ningún Estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre británicos, franceses,
alemanes, neerlandeses, norteamericanos y -todavía en una escala modesta-japoneses. En 1914, Africa
pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués, y, de forma más
marginal, español, con la excepción de Etiopía, de la insignificante república de Liberia en el Africa
occidental y de una parte de Marruecos, que todavía resistía la conquista total. Como hemos visto, en Asia
existía una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos
ampliaron y redondearon sus extensas posesiones: el Reino Unido, anexionando Birmania a su imperio
indio y estableciendo o reforzando la zona de influencia en el Tibet, Persia y la zona del golfo Pérsico;
Rusia, penetrando más profundamente en el Asia central y (aunque con menos éxito) en la zona de Siberia
lindante con el Pacífico en Manchuria; los neerlandeses, estableciendo un control más estricto en regiones
más remotas de Indonesia. Se crearon dos imperios prácticamente nuevos: el primero, por la conquista
francesa de indochina iniciada en el reinado de Napoleón III, el segundo, por parte de los japoneses a
expensas de China en Corea y Taiwan (1895) y, más tarde, a expensas de Rusia, si bien a escala más
modesta (1905). Sólo una gran zona del mundo pudo sustraerse casi por completo a ese proceso de
reparto territorial. En 1914, el continente americano se hallaba en la misma situación que en 1875 o que en
el decenio de 1820: era un conjunto de repúblicas soberanas, con la excepción de Canadá, las islas del
Caribe, y algunas zonas del litoral caribeño. Con excepción de los Estados Unidos,
su status político raramente impresionaba a nadie salvo a sus vecinos. Nadie dudaba de que desde el
punto de vista económico eran dependencias del mundo desarrollado. Pero ni siquiera los Estados Unidos,
que afirmaron cada vez más su hegemonía política y militar en esta amplia zona, intentaron seriamente
conquistarla y administrarla. Sus únicas anexiones directas fueron Puerto Rico (Cuba consiguió una
independencia nominal) y una estrecha franja que discurría a lo largo del canal de Panamá, que formaba
parte de otra pequeño República, también nominalmente independiente, desgajada a esos efectos del más
extenso país de Colombia mediante una conveniente revolución local. En Latinoamérica, la dominación
económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal. El continente
americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes
potencias. Con la excepción del Reino Unido, ningún Estado europeo poseía algo más que las dispersas
reliquias (básicamente en la zona del Caribe) de imperio colonial del siglo XVIII, sin gran importancia
económica o de otro tipo. Ni para el Reino Unido ni para ningún otro país existían razones de peso para
rivalizar con los Estados Unidos desafiando la Doctrina Monroe(b). Este reparto del mundo entre un número
reducido de Estados, que da su título al presente volumen, era la expresión más espectacular de la
progresiva división del globo en fuertes y débiles (“avanzados” y “atrasados”, a la que ya hemos hecho
referencia). Era también un fenómeno totalmente nuevo. Entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta
parte de la superficie del planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de
Estados. El Reino Unido incrementó sus posesiones a unos diez millones de kilómetros cuadrados, Francia
en nueve millones, Alemania adquirió más de dos millones y medio y Bélgica e Italia algo menos. Los
Estados Unidos obtuvieron unos 250.000 km2 de nuevos territorios, fundamentalmente a costa de España,
extensión similar a la que consiguió Japón con sus anexiones a costa de China, Rusia y Corea. Las
antiguas colonias africanas de Portugal se ampliaron en unos 750.000 km2; por su parte, España, que
resultó un claro perdedor (ante los Estados Unidos), consiguió, sin embargo, algunos territorios áridos en
Marruecos y el Sahara occidental. Más difícil es calibrar las anexiones imperialistas de Rusia, ya que se
realizaron a costa de los países vecinos y continuando con un proceso de varios siglos de expansión
territorial del Estado zarista; además, como veremos, Rusia perdió algunas posesiones a expensas de
Japón. De los grandes imperios coloniales sólo los Países Bajos no pudieron, o no quisieron, anexionarse
nuevos territorios, salvo ampliando su control sobre las islas indonesias que les pertenecían formalmente
desde hacía mucho tiempo. En cuanto a las pequeñas potencias coloniales, Suecia liquidó la única colonia
que conservaba, una isla de las Indias Occidentales, que vendió a Francia, y Dinamarca actuaría en la
misma línea, conservando únicamente Islandia y Groenlandia como dependencias.
Lo más espectacular no es necesariamente lo más importante. Cuando los observadores del panorama
mundial a finales del decenio de 1890 comenzaron a analizar lo que, sin duda alguna, parecía ser una
nueva fase en el modelo de desarrollo nacional e internacional, totalmente distinta de la fase liberal de
mediados de la centuria, dominada por el librecambio y la libre competencia, consideraron que la creación
de imperios coloniales era simplemente uno de sus aspectos. Para los observadores ortodoxos se abría, en
términos generales, una nueva era de expansión nacional en la que (como ya hemos sugerido) era
imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el Estado desempeñaba
un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en el exterior. Los
observadores heterodoxos analizaban más específicamente esa nueva era como una nueva fase de
desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían advertir en ese proceso. El más
influyente de esos análisis del fenómeno que pronto se conocería como “imperialismo”, el breve libro de
Lenin de 1916, no analizaba “la división del mundo entre las grandes potencias” hasta el capítulo 6 de los
diez de que constaba.
De cualquier forma, si el colonialismo era tan sólo un aspecto de un cambio más generalizado en la
situación del mundo, desde luego era un aspecto más aparente. Constituyó el punto de partida para otros
análisis más amplios, pues no hay duda de que el término imperialismo se incorporó al vocabulario político
y periodístico durante los años 1890 en el curso de los debates que se desarrollaron sobre la conquista
colonial. Además, fue entonces cuando adquirió, en cuanto concepto, la dimensión económica que no ha
perdido desde entonces. Por esa razón, carecen de valor las referencias a las normas antiguas de
expansión política y militar en que se basa el término. En efecto, los emperadores y los imperios eran
instituciones antiguas, pero el imperialismo era un fenómeno totalmente nuevo. El término (que no aparece
en los escritos de Karl Marx, que murió en 1883) se incorporó a la política británica en los años 1870 y a
finales de ese decenio era considerado todavía como un neologismo. Fue en los años 1890 cuando la
utilización del término se generalizó. En 1900, cuando los intelectuales comenzaron a escribir libros sobre
este tema, la
palabra imperialismo estaba, según uno de los primeros de estos autores, el liberal británico J. A. Hobson,
“en los labios de todo el mundo [...] y se utiliza para indicar el movimiento más poderoso del panorama
político actual del mundo occidental”. En resumen, era una voz nueva ideada para describir un fenómeno
nuevo. Este hecho evidente es suficiente para desautorizar a una de las muchas escuelas que intervinieron
en el debate tenso y muy cargado desde el punto de vista ideológico sobre el
“imperialismo”, la escuela que afirma que no se trataba de un fenómeno nuevo, tal vez incluso que era una
mera supervivencia precapitalista. Sea como fuere, lo cierto es que se consideraba como una novedad y
como tal fue analizado.
Los debates que rodean a este delicado tema, son tan apasionados, densos y confusos, que la primera
tarea del historiador ha de ser la de aclararlos para que sea posible analizar el fenómeno en lo que
realmente es. En efecto, la mayor parte de los debates se ha centrado no en lo que sucedió en el mundo
entre 1875 y 1914, sino en el marxismo, un tema que levanta fuertes pasiones. Ciertamente, el análisis del
imperialismo, fuertemente crítico, realizado por Lenin se convertiría en un elemento central del marxismo
revolucionario de los movimientos comunistas a partir de 1917 y también en los movimientos
revolucionarios del “tercer mundo”.
Lo que ha dado al debate un tono especial es el hecho de que una de las partes protagonistas parece tener
una ligera ventaja intrínseca, pues el término ha adquirido gradualmente -y es difícil que pueda perderlauna connotación peyorativa. A diferencia de lo que ocurre con el término democracia, al que apelan incluso
sus enemigos por sus connotaciones favorables, el “imperialismo” es una actividad que habitualmente se
desaprueba y que, por lo tanto, ha sido siempre practicada por otros. En 1914 eran muchos los políticos
que se sentían orgullosos de llamarse imperialistas, pero a lo largo de este siglo los que así actuaban han
desaparecido casi por completo.
El punto esencial del análisis leninista (que se basaba claramente en una serie de autores contemporáneos
tanto marxistas como no marxistas) era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una
nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a “la división territorial del mundo
entre las grandes potencias capitalistas” en una serie de colonias formales e informales y de esferas de
influencia. Las rivalidades existentes entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron
también la primera guerra mundial. No analizaremos aquí los mecanismos específicos mediante los cuales
el “capitalismo monopolista” condujo al colonialismo -las opiniones al respecto diferían incluso entre los
marxistas- ni la utilización más reciente de esos análisis para formar una “teoría de la dependencia” más
global a finales del siglo XX. Todos esos análisis asumen de una u otra forma que la expansión económica
y la explotación del mundo en ultramar eran esenciales para los países capitalistas.
Criticar esas teorías no revestía un interés especial y sería irrelevante en el contexto que nos ocupa.
Señalemos simplemente que los análisis no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas
a las de los marxistas y de esta forma han añadido confusión al tema. Negaban la conexión específica
entre el imperialismo de finales del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo general y con la fase concreta
del capitalismo que, como hemos visto, pareció surgir a finales del siglo XIX. Negaban que el imperialismo
tuviera raíces económicas importantes, que beneficiaría económicamente a los países imperialistas y,
asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el capitalismo y que hubiera
tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desembocó en
rivalidades insuperables entre las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias decisivas
sobre el origen de la primera guerra mundial. Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban
en los aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando
cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna, pues los marxistas tendían también a hacer
hincapié en las ventajas que habían supuesto para las clases gobernantes de las metrópolis la política y la
propaganda imperialista que entre otras cosas, sirvieron para contrarrestar el atractivo que los movimientos
obreros de masas ejercían sobre las clases trabajadoras. Algunos de estos argumentos han demostrado
tener gran fuerza y eficacia, aunque en ocasiones han resultado ser mutuamente incompatibles. De hecho,
muchos de los análisis teóricos del antiimperialismo, carecían de toda solidez. Pero el inconveniente de los
escritos antiimperialistas es que no explican la conjunción de procesos económicos y políticos, nacionales e
internacionales que tan notables les parecieron a los contemporáneos en torno a 1900, de forma que
intentaron encontrar una explicación global. Esos escritos no explican por qué los contemporáneos
consideraron que “imperialismo” era un fenómeno novedoso y fundamental desde el punto de vista
histórico. En definitiva, lo que hacen muchos de los autores de esos análisis es negar los hechos que eran
obvios en el momento en que se produjeron y que todavía no lo son.
Dejando al margen el leninismo y el antileninismo, lo primero que ha de hacer el historiador es dejar
sentado el hecho evidente que nadie habría negado en los años de 1890, de que la división del globo tenía
una dimensión económica. Demostrar eso no explica todo sobre el imperialismo del período. El desarrollo
económico no es una especie de ventrílocuo en el que su muñeco sea el rostro de la historia. En el mismo
sentido, y tampoco se puede considerar, ni siquiera al más resuelto hombre de negocios decidido a
conseguir beneficios -por ejemplo, en las minas surafricanas de oro y diamantes- como una simple
máquina de hacer dinero. En efecto, no era inmune a los impulsos políticos, emocionales, ideológicos,
patrióticos e incluso raciales tan claramente asociados con la expansión imperialista. Con todo, si se puede
establecer una conexión económica entre las tendencias del desarrollo económico en el núcleo capitalista
del planeta en ese período y su expansión a la periferia, resulta mucho menos verosímil centrar toda la
explicación del imperialismo en motivos sin una conexión intrínseca con la penetración y conquista del
mundo no occidental. Pero incluso aquellos que parecen tener esa conexión, como los cálculos
estratégicos de las potencias rivales, han de ser analizados teniendo en cuenta la dimensión económica.
Aun en la actualidad, los acontecimientos políticos del Oriente Medio, que no pueden explicarse
únicamente desde un prisma económico, no pueden analizarse de forma realista sin tener en cuenta la
importancia del petróleo. El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía
global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada vez
más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres
humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado (v. La era del
capitalismo, cap. 3). De no haber sido por estos condicionamientos, no habría existido una razón especial
por la que los Estados europeos hubieran demostrado el menor interés, por ejemplo, por la cuenca del
Congo o se hubieran enzarzado en disputas diplomáticas por un atolón del Pacífico. Esta globalización de
la economía no era nueva, aunque se había acelerado notablemente en los decenios centrales de la
centuria. Continuó incrementándose -menos llamativamente en términos relativos, pero de forma más
masiva en cuanto a volumen y cifras- entre 1875 y 1914. Entre 1848 y 1875, las exportaciones europeas
habían aumentado más de cuatro veces, pero sólo se duplicaron entre 1875 y 1915. Pero la flota mercante
sólo se había incrementado de 10 a 16 millones de toneladas entre 1840 y 1870, mientras que se duplicó
en los cuarenta años siguientes, de igual forma que la red mundial de ferrocarriles
se amplió de poco más de 200.000 Km. en 1870 hasta más de un millón de kilómetros inmediatamente
antes de la primera guerra mundial.
Esta red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y hasta entonces
marginales se incorporaran a la economía mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo
experimentaron un nuevo interés por esas zonas remotas. Lo cierto es que ahora que eran accesibles,
muchas de esas regiones parecían a primera vista simples extensiones potenciales del mundo
desarrollado, que estaban siendo ya colonizadas y desarrolladas por hombres y mujeres de origen
europeo, que expulsaban o hacían retroceder a los habitantes nativos, creando ciudades y, sin duda, a su
debido tiempo, la civilización industrial: los Estados Unidos al oeste del Misisipi, Canadá, Australia, Nueva
Zelanda, Suráfrica, Argelia y el cono sur de Suramérica. Como veremos, la predicción era errónea. Sin
embargo, esas zonas, aunque muchas veces remotas, eran para las mentes contemporáneas distintas de
aquellas otras regiones donde, por razones climáticas, la colonización blanca no se sentía atraída, pero
donde -por citar las palabras de un destacado miembro de la administración imperial de la época- “el
europeo puede venir en números reducidos, con su capital, su energía y su conocimiento para desarrollar
un comercio muy lucrativo y obtener productos necesarios para el funcionamiento de su avanzada
civilización.”
La civilización necesitaba ahora el elemento exótico. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas
que por razones climáticas o por azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente
en lugares remotos. El motor de combustión interna, producto típico del período que estudiamos,
necesitaba petróleo y caucho. El petróleo procedía casi en su totalidad de los Estados Unidos y de Europa
(de Rusia y, en mucho menor medida, de Rumania), pero los pozos petrolíferos del Oriente Medio eran ya
objeto de un intenso enfrentamiento y negociación diplomáticos. El caucho era un producto exclusivamente
tropical, que se extraía mediante la terrible explotación de los nativos en las selvas del Congo y del
Amazonas, blanco de las primeras y justificadas protestas antiimperialistas. Más adelante se cultivaría más
intensamente en Malaya. El estaño procedía de Asia y Suramérica. Una serie de metales no férricos que
antes carecían de importancia, comenzaron a ser fundamentales para las aleaciones de acero que exigía la
tecnología de alta velocidad. Algunos de esos minerales se encontraban en grandes cantidades en el
mundo desarrollado , ante todo Estados Unidos, pero no ocurría lo mismo con algunos otros. Las nuevas
industrias del automóvil y eléctricas necesitaban
imperiosamente uno de los metales más antiguos, el cobre. Sus principales reservas y, posteriormente,
sus productores más importantes se hallaban en lo que a finales del siglo XX se denominaría como tercer
mundo: Chile, Perú, Zaire, Zambia. Además, existía una constante y nunca satisfecha demanda de metales
preciosos que en este período convirtió a Suráfrica en el mayor productor de oro del mundo, por no
mencionar su riqueza de diamantes. La minas fueron grandes pioneros que abrieron el mundo al
imperialismo, y fueron extraordinariamente eficaces porque sus beneficios eran lo bastante importantes
como para justificar también la construcción de ramales de ferrocarril.
Completamente aparte de las demandas de la nueva tecnología, el crecimiento del consumo de masas en
los países metropolitanos significó la rápida expansión del mercado de productos alimenticios. Por lo que
respecta al volumen, el mercado estaba dominado por los productos básicos de la zona templada, cereales
y carne que se producían a muy bajo coste y en grandes cantidades de diferentes zonas de asentamiento
europeo en Norteamérica y Suramérica, Rusia, Australasia. Pero también transformó el mercado de
productos conocidos desde hacía mucho tiempo
(al menos en Alemania) como “productos coloniales” y que se vendían en las tiendas del mundo
desarrollado: azúcar, té, café, cacao, y sus derivados. Gracias a la rapidez del transporte y a la
conservación, comenzaron a afluir frutas tropicales y subtropicales: esos frutos posibilitaron la aparición de
las “repúblicas bananeras”.
Los británicos que en 1840 consumían 0,680 kg. de té per cápita y 1,478 Kg. en el decenio de 1860, habían
incrementado ese consumo a 2,585 kg. en los años 1890, lo cual representaba una importación media
anual de 101.606.400 kg. frente a menos de 44.452.800 kg. en el decenio de 1860 y unos 18 millones de
kilogramos en los años 1840. Mientras la población británica dejaba de consumir las pocas tazas de café
que todavía bebían para llenar sus teteras con el té de la India y Ceilán (Sri LanKa), los norteamericanos y
alemanes importaban café en cantidades más espectaculares, sobre todo de Latinoamérica. En los
primeros años del decenio de 1900, las familias neoyorquinas consumían medio kilo de café a la semana.
Los productores cuáqueros de bebidas y de chocolate británicos, felices de vender refrescos no
alcohólicos, obtenían su materia prima del Africa occidental y de Suramérica. Los astutos hombres de
negocios de Boston, que fundaron la United Fruit Company en 1885, crearon imperios privados en el
Caribe para abastecer a Norteamérica con los hasta entonces ignorados plátanos. Los productores de
jabón, que
explotaron el mercado que demostró por primera vez en toda su plenitud las posibilidades de la nueva
industria de la publicidad, buscaban aceites vegetales en Africa. Las plantaciones, explotaciones y granjas
eran el segundo pilar de las economías imperiales. Los comerciantes y financieros norteamericanos eran el
tercero.
Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países industrializados o en
proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios cuyos destinos corrían
paralelos a los de zonas determinadas del planeta, caso de las compañías petrolíferas. Pero transformaron
el resto del mundo, en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales y
semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno o dos productos
básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. El nombre de
Malaya se identificó cada vez más con el caucho y el estaño; el de Brasil, con el café; el de Chile, con los
nitratos; el de Uruguay, con la carne, y el de Cuba, con el azúcar y los cigarros puros. De hecho, si
exceptuamos a los Estados Unidos, ni siquiera las colonias de población blanca se industrializaron (en esta
etapa) porque también se vieron atrapadas en la trampa de la especialización internacional. Alcanzaron
una extraordinaria prosperidad, incluso para los niveles europeos, especialmente cuando estaban
habitadas por emigrantes europeos libres y, en general, militantes, con fuerza política en asambleas
elegidas, cuyo radicalismo democrático podía ser extraordinario, aunque no solía estar representada en
ellas la población nativa.(c) Probablemente, para el europeo deseoso de emigrar en la época imperialista
habría sido mejor dirigirse a Australia, Nueva Zelanda, Argentina o Uruguay antes que a cualquier otro
lugar incluyendo los Estados Unidos. En todos esos países se formaron partidos, e incluso gobiernos,
obreros y radical-democráticos y ambiciosos sistemas de bienestar y seguridad social (Nueva Zelanda,
Uruguay) mucho antes que en Europa. Pero estos países eran complementos de la economía industrial
europea (fundamentalmente la británica) y, por lo tanto, no les convenía -o en todo caso no les convenía a
los intereses abocados a la exportación de materias primas- sufrir un proceso de industrialización.
Tampoco las metrópolis habrían visto con buenos ojos ese proceso. Sea cual fuere la retórica oficial, la
función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las economías de las
metrópolis y no la de competir con ellas.
Los territorios dependientes que no pertenecían a lo que se ha llamado capitalismo colonizador (blanco) no
tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con una mano de obra
que por estar formada por “nativos” tenía un coste muy bajo y era barata.
Sin embargo, las oligarquías de terratenientes y comerciantes -locales, importados de Europa o ambas
cosas a un tiempo- y, donde existían, sus gobiernos se beneficiaron del dilatado período de expansión
secular de los productos de exportación de su región, interrumpida únicamente por algunas crisis efímeras,
aunque en ocasiones (como en Argentina en 1890) dramáticas, producidas por los ciclos comerciales, por
una excesiva especulación, por la guerra y por la paz. No obstante, en tanto que la primera guerra mundial
perturbó algunos de sus mercados, los productores dependientes quedaron al margen de ella. Desde su
punto de vista, la era imperialista, que comenzó a finales de siglo XIX, se prolongó hasta la gran crisis de
1929-1933. De cualquier forma, se mostraron cada vez más vulnerables en el curso de este período, por
cuanto su fortuna dependía cada vez más del precio del café (en 1914 constituía ya el 58 % del valor de las
exportaciones de Brasil y el 53 % de las colombianas), del caucho y del estaño, del cacao del buey o de la
lana. Pero hasta la caída vertical de los precios de materias primas durante el crash de 1929, esa
vulnerabilidad no parecía tener mucha importancia a largo plazo por comparación con la expansión
aparentemente ilimitada de la exportaciones y los créditos. Al contrario, como hemos visto hasta 1914 las
relaciones de intercambio parecían favorecer a los productores de materias primas. Sin embargo, la
importancia económica creciente de esas zonas para la economía mundial no explica por qué los
principales Estados industriales iniciaron una rápida carrera para dividir en mundo en colonias y esferas de
influencia. Del análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos que pueden
explicar esa actitud. El más conocido de esos argumentos, la presión del capital para encontrar inversiones
más favorables que las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran
la competencia del capital extranjero, es el menos convincente. Dado que las exportaciones británicas de
capital se incrementaron vertiginosamente en el último tercio de la centuria y que los ingresos procedentes
de esas inversiones tenían una importancia capital para la balanza de pagos británica, era totalmente
natural relacionar el
“nuevo imperialismo” con las exportaciones de capital, como la hizo J. A. Hobson. Pero no puede negarse
que sólo hay una pequeño parte de ese flujo masivo de capitales acudía a los nuevos imperios coloniales:
la mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las colonias en rápida expansión y
por lo general de población blanca, que pronto
serían reconocidas como territorios virtualmente independientes ( Canadá, Australia, Nueva Zelanda,
Suráfrica) y a lo que podríamos llamar territorios coloniales “honoríficos” como Argentina y Uruguay, por no
mencionar los Estados Unidos. Además, una parte importante de esas inversiones (el 76% en 1913) se
realizaba en forma de préstamos públicos a compañias de ferrocarriles y servicios públicos que reportaban
rentas más elevadas que las inversiones en la deuda pública británica -un promedio de 5% frente al 3%-,
pero eran también menos lucrativas que los beneficios del capital industrial en el Reino Unido, naturalmente
excepto para los banqueros que organizaban esas inversiones. Se suponía que eran inversiones seguras,
aunque no produjeran un elevado rendimiento. Eso no significaba que no se adquirieran colonias porque un
grupo de inversores no esperaba obtener un gran éxito financiero o en defensa de inversiones ya
realizadas. Con independencia de la ideología, la causa de la guerra de los bóeres fue el oro.
Un argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de mercados. Nada importa
que esos proyectos de vieran muchas veces frustrados. La convicción de que el problema de la
“superproducción” del período de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran impulso
exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios, inclinados siempre a llenar los espacios
vacíos del mapa del comercio mundial con grandes números de clientes potenciales, dirigían su mirada,
naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una de esas zonas que captaba la imaginación de los
vendedores- ¿qué ocurriría si cada uno de los trescientos millones de seres que vivían en ese país
comprara tan sólo una caja de clavos?-, mientras que Africa, el continente desconocido, era otra. Las
cámaras de comercio de diferentes ciudades británicas se conmocionaron en los difíciles años de la
década de 1880 ante la posibilidad de que las negociaciones diplomáticas pudieran excluir a sus
comerciantes del acceso a la cuenca del Congo, que se pensaba que ofrecía perspectivas inmejorables
para la venta, tanto más cuanto que ese territorio estaba siendo explotado como un negocio provechoso
por ese hombre de negocios con corona que era el rey Leopoldo II de Bélgica. (Su sistema preferido de
explotación utilizando mano de obra forzosa no iba dirigido a impulsar importantes compras per cápita, ni
siquiera cuando no hacía que disminuyera el número de posibles clientes mediante la tortura y la masacre.)
Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías
desarrolladas experimentaban de forma
simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes,
su ideal era el de “la puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado; pero cuando carecían de
la fuerza necesaria intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en
una posición de monopolio o, cuando menos les diera una ventaja sustancial. La consecuencia lógica fue el
reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del
proteccionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879
(véase el capitulo anterior). “Si no fueran tan tenazmente proteccionistas - le dijo el primer ministro británico
al embajador francés en 1897-, no nos encontrarían tan deseosos de anexionarnos territorios”. Desde este
prisma, el “imperialismo” era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad
de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas de los
años 1880. Ello no quiere decir que se esperara que una colonia en concreto se convirtiera en El Dorado,
aunque esto en lo que ocurrió en Suráfrica, que pasó a ser el mayor productor de oro del mundo. Las
colonias podían constituir simplemente bases adecuadas o puntos avanzados para la penetración
económica regional. Así lo expresó claramente un funcionario del Departamento de Estado de los Estados
Unidos en los inicios del nuevo siglo cuando los Estados Unidos, siguiendo la moda internacional, hicieron
un breve intento por conseguir su propio imperio colonial.
En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios coloniales de la acción
política necesaria para conseguirlo, por cuanto el proteccionismo de cualquier tipo no es otra cosa que la
operación de la economía con la ayuda de la política. La motivación estratégica para la colonización era
especialmente fuerte en el Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar
el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses
comerciales y marítimos británicos en el mundo, o que, con el desarrollo del barco de vapor, podían
convertirse en puertos de aprovisionamiento de carbón. (Gibraltar y Malta eran ejemplos del primer caso,
mientras que Bermuda y Adén lo son del segundo.) Existía también el significado simbólico o real para los
ladrones de conseguir una parte adecuada del botín. Una vez que las potencias rivales comenzaron a
dividirse el mapa de Africa u Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva (un
fragmento especialmente atractivo) pudiera ir a parar a manos de los demás. Así, una vez que el status de
gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la bandera sobre una playa
limitada por palmeras (o, más frecuentemente, sobre extensiones de maleza seca), la adquisición de
colonias se convirtió en un símbolo de status, con independencia de su valor real. Hacia 1900, incluso los
Estados Unidos, cuya política imperialista nunca se ha asociado, antes o después de ese período, con la
posesión de colonias formales, se sintieron obligados a seguir la moda del momento. Por su parte,
Alemania se sintió profundamente ofendida por el hecho de que una nación tan poderosa y dinámica
poseyera muchas menos posesiones coloniales que los británicos y los franceses, aunque sus colonias
eran de escaso interés económico y de un interés estratégico mucho menor aún. Italia insistió en ocupar
extensiones muy poco atractivas del desierto y de las montañas africanas para reforzar su posición de gran
potencia, y su fracaso en la conquista de Etiopía en 1896 debilitó, sin duda, esa posición.
En efecto, si las grandes potencias eran Estados que tenían colonias, los pequeños países, por así decirlo,
“no tenían derecho a ellas”. España perdió la mayor parte de lo que quedaba de su imperio colonial en la
guerra contra los Estados Unidos de 1898. Como hemos visto, se discutieron seriamente diversos planes
para repartirse los restos del imperio africano de Portugal entre las nuevas potencias coloniales. Sólo los
holandeses conservaron discretamente sus ricas y antiguas colonias (situadas principalmente en el sureste
asiático) y, como ya dijimos, al monarca belga se le permitió hacerse con su dominio privado en Africa a
condición de que permitiera que fuera accesible a todos los demás países, porque ninguna gran potencia
estaba dispuesta a dar a otras una parte importante de la gran cuenca del río Congo. Naturalmente, habría
que añadir que hubo grandes zonas de Asia y del continente americano donde por razones políticas era
imposible que las potencias europeas pudieran repartirse zonas extensas de territorio. Tanto en América
del Norte como del Sur, las colonias europeas supervivientes se vieron inmovilizadas como consecuencia
de la Doctrina Monroe: sólo Estados Unidos tenía libertad de acción. En la mayor parte de Asia, la lucha se
centró en conseguir esferas de influencia en una serie de Estados nominalmente independientes, sobre
todo en China, Persia y el Imperio otomano. Excepciones a esa norma fueron Rusia y Japón. La primera
consiguió ampliar sus posiciones en el Asia central, pero fracasó en su intento de anexionarse diversos
territorios en el norte de China. El segundo consiguió Corea y Formosa (Taiwan) en el curso de una guerra
con China en 1894-1895. Así pues, en la práctica, Africa y Oceanía fueron las principales zonas donde se
centró la competencia por conseguir nuevos territorios.
En definitiva, algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores
fundamentalmente estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África como
consecuencia de la necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India y sus glacis
marítimos y terrestres. Es importante recordar que, desde un punto de vista global, la India era el núcleo
central de la estrategia británica, y que esa estrategia exigía un control no sólo sobre las rutas marítimas
cortas hacia el subcontinente (Egipto, Oriente Medio, el Mar Rojo, el Golfo Pérsico, y el sur de Arabia) y las
rutas marítimas largas (el cabo de Buena Esperanza y Singapur), sino también sobre todo el Océano
Indico, incluyendo sectores de la costa africana y su traspaís. Los gobiernos británicos eran perfectamente
conscientes de ello. También es cierto que la desintegración del poder local en algunas zonas esenciales
para conseguir esos objetivos, como Egipto (incluyendo Sudán), impulsaron a los británicos a protagonizar
una presencia política directa mucho mayor de lo que habían pensado en un principio, llegando incluso
hasta el gobierno de hecho. Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo.
En primer lugar, subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios
africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica. En cualquier caso, los enfrentamientos
por el África occidental y el Congo tuvieron causas fundamentalmente económicas. En segundo lugar,
ignoran el hecho de que la India era la “joya más radiante de la corona imperial” y la pieza esencial de la
estrategia británica global, precisamente por su gran importancia para la economía británica. Esa
importancia nunca fue mayor que en este período, cuando el 60 % de las exportaciones británicas de
algodón iban a parar a la India y al Lejano Oriente, zona hacia la cual la India era la puerta de acceso -el
40-45 % de las exportaciones las absorbía la India-, y cuando la balanza de pagos del Reino Unido
dependía para su equilibrio de los pagos de la India. En tercer lugar, la desintegración de gobiernos
indígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas
que anteriormente no se había ocupado de administrar, se debió al hecho de que las estructuras locales se
habían visto socavadas por la penetración económica. Finalmente, no se sostiene el intento de demostrar
que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo occidental en el decenio de 1880 que explique la
revisión territorial del mundo, pues el capitalismo mundial era muy diferente en ese período del del decenio
de 1860. Estaba constituido ahora por una pluralidad de “economías nacionales” rivales, que se “protegían”
unas de otras. En definitiva, es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista,
como lo es separar la religión y la
sociedad en una comunidad islámica. La pretensión de explicar “el nuevo imperialismo” desde una óptica
no económica es tan poco realista como el intento de explicar la aparición de los partidos obreros sin tener
en cuenta para nada los factores económicos. De hecho, la aparición de los movimientos obreros o de
forma más general, de la política democrática (véase el capítulo siguiente) tuvo una clara influencia sobre el
desarrollo del “nuevo imperialismo”. Desde que el gran imperialista Cecil Rhodes afirmara en 1895 que si
se quiere evitar la guerra civil hay que convertirse en imperialista, muchos observadores han tenido en
cuenta la existencia del llamado “imperialismo social”, es decir, el intento de utilizar la expansión imperial
para amortiguar el descontento interno a través de mejoras económicas o reformas sociales, o de otra
forma. Sin duda ninguna, todos los políticos eran perfectamente conscientes de los beneficios potenciales
del imperialismo. En algunos casos, ante todo en Alemania, se han apuntado como razón fundamental para
el desarrollo del imperialismo “la primacía de la política interior”. Probablemente, la versión del imperialismo
social de Cecil Rhodes, en la que el aspecto fundamental eran los beneficios económicos que una política
imperialista podía suponer, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, sea la menos
relevante. No poseemos pruebas de que la conquista colonial tuviera una gran influencia sobre el empleo o
sobre los salarios reales de la mayor parte de los trabajadores en los países metropolitanos,(d) y la idea de
que la emigración a las colonias podía ser una válvula de seguridad en los países superpoblados era poco
más que una fantasía demagógica. (De hecho, nunca fue más fácil encontrar un lugar para emigrar que en
el período 1880-1914, y sólo una pequeño minoría de emigrantes acudía a las colonias, o necesitaba
hacerlo.)
Mucho más relevante nos parece la práctica habitual de ofrecer a los votantes gloria en lugar de reformas
costosas, ¿qué podía ser más glorioso que las conquistas de territorios exóticos y razas de piel oscura,
cuando además esas conquistas se conseguían con tan escaso coste? De forma más general, el
imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencialmente descontentos, a
identificarse con el Estado y la nación imperial, dando así, de forma inconsciente, justificación y legitimidad
al sistema social y político representado por ese Estado. En una era de política de masas (véase el capítulo
siguiente) incluso los viejos sistemas exigían una nueva legitimidad. En 1902 se elogió la ceremonia de
coronación británica, cuidadosamente modificada, porque estaba dirigida a expresar “el reconocimiento, por
una democracia libre, de una corona hereditaria, como símbolo del dominio universal de su raza” (la cursiva
es mía). En resumen, el imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico.
Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva esta variante específica de exaltación patriótica, sobre todo
en aquellos países donde el liberalismo y la izquierda más radical habían desarrollado fuertes sentimientos
antiimperialistas, antimilitaristas, anticoloniales o, de forma más general, antiaristocráticos. Sin duda, en
algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas clases medias y de
trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en la pretensión de ser los vehículos
elegidos del patriotismo. (V. cap. 8, infra). Es mucho menos evidente que los trabajadores sintieran ningún
tipo de entusiasmo espontáneo por las conquistas coloniales, por las guerras, o cualquier interés en las
colonias, ya fueran nuevas o antiguas (excepto las de colonización blanca). Los intentos de institucionalizar
un sentimiento de orgullo por el imperialismo, por ejemplo creando un “día del imperio” en el
Reino Unido (1902), dependían para conseguir el éxito de la capacidad de movilizar a los estudiantes. (Más
adelante analizaremos el recurso al patriotismo en un sentido más general.)
De todas formas, no se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por
gentes de piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y que, por tanto, benefició a la política
imperialista. En sus grandes exposiciones internacionales (v. La era del capitalismo, cap. 2) la civilización
burguesa había glorificado siempre los tres triunfos de la ciencia, la tecnología y las manufacturas. En la
era de los imperios también glorificaba sus colonias. En las postrimerías de la centuria se multiplicaron los
“pabellones coloniales” hasta entonces prácticamente inexistentes: ocho de ellos complementaban la Torre
Eiffel en 1889, mientras que en 1900 eran catorce de esos pabellones los que atraían a los turistas en
París. Sin duda alguna, todo eso era publicidad planificada, pero como toda la propaganda, ya sea
comercial o política, que tiene realmente éxito, conseguía ese éxito porque de alguna forma tocaba la fibra
de la gente. Las exhibiciones coloniales causaban sensación. En Gran Bretaña, los aniversarios, los
funerales y las coronaciones reales resultaban tanto más impresionantes por cuanto, al igual que los
antiguos triunfos romanos, exhibían a sumisos Maharajás con ropas adornadas con joyas, no cautivos, sino
libres y leales. Los desfiles militares resultaban extraordinariamente animados gracias a la presencia de sijs
tocados con turbantes, rajputs adornados con bigotes, sonrientes e implacables gurkas, espahís y altos y
negros senegaleses: el mundo
considerado bárbaro al servicio de la civilización. Incluso en la Viena de los Habsburgos, donde no existía
interés por las colonias de ultramar, una aldea ashanti magnetizó a los espectadores. Rousseau, el
Aduanero, no era el único que soñaba con los trópicos.
El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales, tanto a los ricos como a los de
clase media y a los pobres, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios
del dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias. En Dakar o Mombasa, el empleado más
modesto se convertía en señor y era aceptado como un “caballero” por aquellos que no habrían advertido
siquiera su existencia en París o en Londres; el trabajador blanco daba órdenes a los negros. Pero incluso
en aquellos lugares donde la ideología insistía en una igualdad al menos potencial, ésta se trocaba en
dominación. Francia pretendía transformar a sus súbditos en franceses, descendientes teóricos (como se
afirmaba en los libros de texto tanto en
Timbuctú y Martinica como en Burdeos) de “nos ancêtres les gaulois”
(nuestros antepasados los galos), a diferencia de los británicos, convencidos de la idiosincrasia no inglesa,
fundamental y permanente, de bengalíes y yoruba. Pero la misma existencia de estos estratos de evolués
nativos subrayaba la ausencia de evolución en la gran mayoría de la población. Las diferentes iglesias se
embarcaron en un proceso de conversión de los paganos a las diferentes versiones de la auténtica fe
cristiana, excepto en los casos en que los gobiernos coloniales les disuadían de ese proyecto (como en la
India) o donde esta tarea era totalmente imposible (en los países islámicos).
Esta fue la época clásica de las actividades misioneras a gran escala(e). El esfuerzo misionero no fue de
ningún modo un agente de la política imperialista. En gran número de ocasiones se oponía a las
autoridades coloniales y prácticamente siempre situaba en primer plano los intereses de sus conversos.
Pero lo cierto es que el éxito del Señor estaba en función del avance imperialista. Puede discutirse si el
comercio seguía a la implantación de la bandera, pero no existe duda alguna de que la conquista colonial
abría el camino a una acción misionera eficaz, como ocurrió en Uganda, Rodesia (Zambia y Zimbabwe) y
Niasalandia (Malaui). Y si el cristianismo insistía en la igualdad de las almas, subrayaba también la
desigualdad de los cuerpos, incluso de los cuerpos clericales. Era un proceso que realizaban los blancos
para los nativos y que costeaban los blancos. Y aunque multiplicó el número de creyentes nativos, al
menos la mitad del clero continuó siendo de raza blanca. Por lo que respecta a los
obispos, habría hecho falta un potentísimo microscopio para detectar un obispo de color entre 1870 y
1914. La Iglesia católica no consagró los primeros obispos asiáticos hasta el decenio de 1920, ochenta
años después de haber afirmado que eso sería muy deseable.
En cuanto al movimiento dedicado más apasionadamente a conseguir la igualdad entre los hombres, las
actitudes en su seno se mostraron divididas. La izquierda secular era antiimperialista por principio y, las
más de las veces, en la práctica. La libertad para la India, al igual que la libertad para Egipto y para Irlanda,
era el objetivo del movimiento obrero británico. La izquierda no flaqueó nunca en su condena de las guerras
y conquistas coloniales, con frecuencia -como cuando el Reino Unido se opuso a la guerra de los bóerescon el grave riesgo de sufrir una impopularidad temporal. Los radicales denunciaron los horrores del
Congo, de las plantaciones metropolitanas de cacao en las islas africanas, y en Egipto. La campaña que en
1906 permitió al Partido Liberal británico obtener un gran triunfo electoral se basó en gran medida en la
denuncia pública de la
“esclavitud china” en las minas surafricanas. Pero, con muy raras excepciones (como la Indonesia
neerlandesa), los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de los pueblos
coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la Internacional Comunista. El
movimiento socialista y obrero, los que aceptaban el imperialismo como algo deseable, o al menos como
una base fundamental en la historia de los pueblos “no preparados para el autogobierno todavía”, eran una
minoría de la derecha revisionista y fabiana, aunque muchos líderes sindicales consideraban que las
discusiones sobre las colonias eran irrelevantes o veían a las gentes de color ante todo como una mano de
obra barata que planteaba una amenaza a los trabajadores blancos. En este sentido, es cierto que las
presiones para la expulsión de los inmigrantes de color, que determinaron la política de “California Blanca”
y “Australia Blanca” entre 1880 y 1914, fueron ejercidas sobre todo por las clases obreras, y los sindicatos
del Lancashire se unieron a los empresarios del algodón de esa misma región en su insistencia en que se
mantuviera a la India al margen de la industrialización. En la esfera internacional, el socialismo fue hasta
1914 un movimiento de europeos y de emigrantes blancos o de los descendientes de éstos (v. Cap. 5,
infra). El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. En efecto su análisis y su definición de la nueva
fase “imperialista” del capitalismo, que detectaron a finales de la década de 1890, consideraba
correctamente la anexión y la explotación coloniales como un simple síntoma y una característica de esa
nueva fase, indeseable como todas sus características, pero no fundamental. Eran pocos los socialistas
que, como Lenin, centraban ya su atención en el “material inflamable” de la periferia del capitalismo
mundial.
El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, que integraba el colonialismo en un
concepto mucho más amplio de una “nueva fase” del capitalismo, era correcto en principio, aunque no
necesariamente en los detalles de su modelo teórico. Asimismo, era un análisis que en ocasiones tendía a
exagerar, como los hacían los capitalistas contemporáneos, la importancia económica de la expansión
colonial para los países metropolitanos. Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo XIX era
un fenómeno “nuevo”. Era el producto de una época de competitividad entre economías nacionales
capitalistas e industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y
salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica (v.el cap. 2, supra); en resumen, era un
período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que planteaban las clases
dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica privada y
pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y
oligopolios y la intervención cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a
un momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más importantes. Era un
fenómeno que parecía tan
“natural” en 1900 como inverosímil habría sido considerado en 1860. A no ser por esa vinculación entre el
capitalismo posterior a 1873 y la expansión en el mundo no industrializado, cabe dudar de que incluso el
“imperialismo social” hubiera desempeñado el papel que jugó en la política interna de los
Estados, que vivían el proceso de adaptación a la política electoral de masas. Todos los intentos de
separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos específicos del capitalismo en las
postrimerías del siglo XIX han de ser considerados como meros ejercicios ideológicos, aunque muchas
veces cultos y en ocasiones agudos.
2
Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la expansión occidental (y japonesa
desde los años 1890) en el resto del mundo y sobre el significado de los aspectos “imperialistas” del
imperialismo para los países metropolitanos.
Es más fácil contestar a la primera de esas cuestiones que a la segunda. El impacto económico del
imperialismo fue importante, pero lo más destacable es que resultó profundamente desigual, por cuanto las
relaciones entre las metrópolis y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las
segundas fue fundamental y decisivo, incluso aunque no se produjera la ocupación real, mientras que el de
las colonias sobre las metrópolis tuvo escasa significación y pocas veces fue un asunto de vida o muerte.
Que Cuba mantuviera su posición o la perdiera dependía del precio del azúcar y de la disposición de los
Estados
Unidos a importarlo, pero incluso países “desarrollados” muy pequeños - Suecia, por ejemplo- no habrían
sufrido graves inconvenientes si todo el azúcar del Caribe hubiera desaparecido súbitamente del mercado,
porque no dependían exclusivamente de esa región para su consumo de este producto. Prácticamente
todas las importaciones y exportaciones de cualquier zona del Africa subsahariana procedían o se dirigían
a un número reducido de metrópolis occidentales, pero el comercio metropolitano con Africa, Asia y
Oceanía, siguió siendo muy poco importante, aunque se incrementó en una modesta cuantía entre 1870 y
1914. El 80 % del comercio europeo, tanto por lo que respecta a las importaciones como a las
exportaciones, se realizó, en el siglo XIX, con otros países desarrollados y lo mismo puede decirse sobre
las inversiones europeas en el extranjero. Cuando esas inversiones se dirigían a ultramar, iban a parar a un
número reducido de economías en rápido desarrollo con población de origen europeo -Canadá, Australia,
Suráfrica, Argentina, etc.-, así como, naturalmente, a los Estados Unidos. En este sentido, la época del
imperialismo adquiere una tonalidad muy distinta cuando se contempla desde Nicaragua o Malaya que
cuando se considera desde el punto de vista de Alemania o Francia.
Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más importancia fue en el
Reino Unido, porque la supremacía económica de este país siempre había dependido de su relación
especial con los mercados y fuentes de materias primas de ultramar. De hecho, se puede afirmar que
desde que comenzara la revolución industrial, las industrias británicas nunca habían sido muy competitivas
en los mercados de las economías en proceso de industrialización, salvo quizá durante las décadas
doradas de 1850-1870. En consecuencia, para la economía británica era de todo punto esencial preservar
en la mayor medida posible su acceso privilegiado al mundo no europeo. Lo cierto es que en los años
finales del siglo XIX alcanzó un gran éxito en el logro de esos objetivos, ampliando la zona del mundo que
de una forma oficial o real se hallaba
bajo la férula de la monarquía británica, hasta una cuarta parte de la superficie del planeta (que en los atlas
británicos se coloreaba orgullosamente de rojo). Si incluimos el imperio informal, constituido por Estados
independientes que, en realidad, eran economías satélites del Reino Unido, aproximadamente una tercera parte
del globo era británica en un sentido económico y, desde luego, cultural. En efecto, el Reino Unido exportó
incluso a Portugal la forma peculiar de sus buzones de correos, y a Buenos Aires una institución tan típicamente
británica como los almacenes Harrod. Pero en 1914, otras potencias se habían comenzado a infiltrar ya en esa
zona de influencia indirecta, sobre todo en Latinoamérica.
Ahora bien, esa brillante operación defensiva no tenía mucho que ver con la “nueva” expansión imperialista,
excepto en el caso de los diamantes y el oro de Suráfrica. Estos dieron lugares a la aparición de una serie
de millonarios, casi todos ellos alemanes -los Wernher, Veit, Eckstein, etc.- , la mayor parte de los cuales
se incorporaron rápidamente a la alta sociedad británica, muy receptiva al dinero cuando se distribuía en
cantidades lo suficientemente importantes. Desembocó también en el más grave de los conflictos
coloniales, la guerra surafricana de 1899-1902, que acabó con la resistencia de dos pequeñas repúblicas
de colonos campesinos blancos.
En gran medida, el éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la explotación más sistemática
de las posesiones británicas ya existentes o de la posición especial del país como principal importador e
inversor en zonas tales como Suramérica. Con la excepción de la India, Egipto y Suráfrica, la actividad
económica británica se centraba en países que eran prácticamente independientes, como los dominions
blancos o zonas como los Estados Unidos y Latinoamérica, donde las iniciativas británicas no fueron
desarrolladas -no podían serlo- con eficacia. A pesar de las quejas de la Corporation of Foreign Bond
Holders (creada durante la gran depresión) cuando tuvo que hacer frente a la práctica, habitual en los
países latinos, de suspensión de la amortización de la deuda o de su amortización en moneda devaluada,
el Gobierno no apoyó eficazmente a sus inversores en Latinoamérica porque no podía hacerlo. La gran
depresión fue una prueba fundamental en este sentido, porque, al igual que otras depresiones mundiales
posteriores (entre las que hay que incluir las de las décadas de 1970 y 1980), desembocó en una gran
crisis de deuda externa internacional que hizo correr un gran riesgo a los bancos de la metrópoli. Todo lo
que el Gobierno británico pudo hacer fue conseguir salvar de la insolvencia al Banco Baring en la “crisis
Baring” de 1890,
cuando ese banco se había aventurado -como lo seguirán haciendo los bancos en el futuro- demasiado
alegremente en medio de la vorágine de las morosas finanzas argentinas. Si apoyó a los inversores con la
diplomacia de la fuerza, como comenzó a hacerlo cada vez más frecuentemente a partir de 1905, era para
apoyarlos frente a los hombres de negocios de otros países respaldados por sus gobiernos, más que frente
a los gobiernos del mundo dependiente(f).
De hecho, si hacemos balance de los años buenos y malos, lo cierto es que los capitalistas británicos
salieron bastante bien parados en sus actividades en el imperio informal o “libre”. Prácticamente, la mitad
de todo el capital público a largo plazo emitido en 1914 se hallaba en Canadá, Australia y Latinoamérica.
Más de la mitad del ahorro británico se invirtió en el extranjero a partir de 1900. Naturalmente, el Reino
Unido consiguió su parcela propia en las nuevas regiones colonizadas del mundo y, dada la fuerza y la
experiencia británicas, fue probablemente una parcela más extensa y más valiosa que la de ningún otro
Estado. Si Francia ocupó la mayor parte del Africa occidental, las cuatro colonias británicas de esa zona
controlaban “las poblaciones africanas más densas, las capacidades productivas mayores y tenían la
preponderancia del comercio”. Sin embargo, el objetivo británico no era la expansión, sino la defensa frente
a otros, atrincherándose en territorios que hasta entonces, como ocurría en la mayor parte del mundo de
ultramar, habían sido dominados por el comercio y el capital británicos.
¿Puede decirse que las demás potencias obtuvieron un beneficio similar de su expansión colonial? Es
imposible responder a este interrogante porque la colonización formal sólo fue un aspecto de la expansión
y la competitividad económica globales y, en el caso de las dos potencias industriales más importantes,
Alemania y los Estados Unidos, no fue un aspecto fundamental. Además, como ya hemos visto, sólo para
el Reino Unido y, tal vez también, para los Países Bajos, era crucial desde el punto de vista económico
mantener una relación especial con el mundo no industrializado. Podemos establecer algunas conclusiones
con cierta seguridad. En primer lugar, el impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países
metropolitanos menos dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto constituían
una compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus rivales, y en el caso de
Francia, de su inferioridad demográfica y militar. En segundo lugar, en todos los casos existían grupos
económicos concretos - entre los que destacan los asociados con el comercio y las industrias de ultramar
que utilizaban materias primas procedentes de las colonias- que ejercían una fuerte presión en pro de la
expansión colonial, que justificaban, naturalmente, por las perspectivas de los beneficios para la nación. En
tercer lugar, mientras que algunos de esos grupos obtuvieron importantes beneficios de esa expansión -la
Compagnie Français de líAfrique Occidentale pagó dividendos del 26 % en 1913- la mayor parte de las
nuevas colonias atrajeron escasos capitales y sus resultados económicos fueron mediocres(g). En
resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económico-política entre
economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada por el proteccionismo. Ahora bien, en la medida
en que ese comercio metropolitano con las colonias se incrementó en porcentaje respecto al comercio
global, ese proteccionismo tuvo un éxito relativo.
Pero la era imperialista no fue sólo un fenómeno económico y político, sino también cultural. La conquista
del mundo por la minoría “desarrollada” transformó imágenes, ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las
instituciones, mediante el ejemplo y mediante la transformación social. En los países dependientes, esto
apenas afectó a nadie excepto a las elites indígenas, aunque hay que recordar que en algunas zonas,
como en el Africa subsahariana, fue el imperialismo, o el fenómeno asociado de las misiones cristianas, el
que creó la posibilidad de que aparecieran nuevas élites sociales sobre la base de una educación a la
manera occidental. La división entre Estados africanos “francófonos” y “anglófonos” que existe en la
actualidad, refleja con exactitud la distribución de los imperios coloniales francés e inglés(h). Excepto en
Africa y Oceanía, donde las misiones cristianas aseguraron a veces conversiones masivas a la religión
occidental, la gran masa de la población colonial apenas modificó su forma de vida, cuando podía evitarlo.
Y con gran disgusto de los más inflexibles misioneros, lo que adoptaron los pueblos indígenas no fue tanto
la fe importada de occidente como los elementos de esa fe que tenían sentido para ellos en el contexto de
su propio sistema de creencias e instituciones o exigencias. Al igual que ocurrió con los deportes que
llevaron a las islas de Pacífico los entusiastas administradores coloniales británicos (elegidos muy
frecuentemente entre los representantes más fornidos de la clase media), la religión colonial aparecía ante
el observador occidental como algo tan inesperado como un partido de criquet en Samoa. Esto era así
incluso en el caso en que los fieles seguían nominalmente la ortodoxia de su fe. Pero también pudieron
desarrollar sus propias versiones de la fe, sobre todo en Suráfrica - la región de Africa donde realmente se
produjeron conversiones en masa-, donde un “movimiento etíope” se escindió de las misiones ya en 1892
para crear una forma de cristianismo menos identificada con la población blanca.
Así pues, lo que el imperialismo llevó a las élites potenciales del mundo dependiente fue fundamentalmente
la “occidentalización”. Por supuesto, ya había comenzado a hacerlo mucho antes. Todos los gobiernos y
elites de los países que se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista vieron claramente
que tenían que occidentalizarse si no querían quedarse atrás (v. La era del capitalismo, cap. 7, 8 y 11).
Además, las ideologías que inspiraban a esas elites en la época del imperialismo se remontaban a los años
transcurridos entre la Revolución Francesa y las décadas centrales del siglo XIX, como cuando adoptaron
el positivismo de August Comte (1798-1857), doctrina modernizadora que inspiró a los gobiernos de Brasil
y México y a la temprana revolución turca (v.pp.284, 290, infra). Las elites que se resistían a Occidente
siguieron occidentalizándose, aun cuando se oponían a la occidentalización total, por razones de religión,
moralidad, ideología o pragmatismo político. El santo Mahatma Gandhi, que vestía con un taparrabos y
llevaba un huso en su mano (para desalentar la industrialización), no sólo era apoyado y financiado por las
fábricas mecanizadas de algodón de Ahmedabad(i), sino que él mismo era un abogado que se había
educado en Occidente y que estaba influido por una ideología de origen occidental. Será imposible que
comprendamos su figura si le vemos únicamente como un tradicionalista hindú.
De hecho, Gandhi ilustra perfectamente el impacto específico de la época del imperialismo. Nacido en el
seno de una casta relativamente modesta de comerciantes y prestamistas, no muy asociada hasta
entonces con la elite occidentalizada que administraba la India bajo la supervisión de los británicos, sin
embargo adquirió una formación profesional y política en el Reino Unido. A finales del decenio de 1880 ésta
era una opción tan aceptada entre los jóvenes ambiciosos de su país, que el propio Gandhi comenzó a
escribir una guía introductoria a la vida británica para los futuros estudiantes de modesta economía como
él. Estaba escrita en un perfecto inglés y hacía recomendaciones sobre numerosos aspectos, desde el viaje
a Londres en barco de vapor y la forma de encontrar alojamiento hasta el sistema mediante el cual el hindú
piadoso podía cumplir las exigencias alimenticias y, asimismo, sobre la manera de acostumbrarse al
sorprendente hábito occidental de afeitarse uno mismo en lugar de acudir al barbero. Gandhi no asimilaba
todo lo británico, pero tampoco lo rechazaba por principio. Al igual que han hecho desde
entonces muchos pioneros de la liberación colonial, durante su estancia temporal en la metrópoli se integró
en círculos occidentales afines desde el punto de vista ideológico: en su caso, los vegetarianos británicos,
de quienes sin duda se puede pensar que favorecían también otras causas “progresistas”.
Gandhi aprendió su técnica característica de movilización de las masas tradicionales para conseguir
objetivos no tradicionales mediante la resistencia pasiva, en un medio creado por el “nuevo imperialismo”.
Como no podía ser de otra forma, era una fusión de elementos orientales y occidentales pues Gandhi no
ocultaba su deuda intelectual con John Ruskin y Tolstoi. (Antes de los años 1880 habría sido impensable la
fertilización de las flores políticas de la India con polen llegado desde Rusia, pero ese fenómeno era ya
corriente en la India en la primera década del nuevo siglo, como lo sería luego entre los radicales chinos y
japoneses.) En Suráfrica, país donde se produjo un extraordinario desarrollo como consecuencia de los
diamantes y el oro, se formó una importante comunidad de modestos inmigrantes indios, y la discriminación
racial en este nuevo escenario dio pie a una de las pocas situaciones en que grupos de indios que no
pertenecían a la elite se mostraron dispuestos a la movilización política moderna. Gandhi adquirió su
experiencia política y destacó como defensor de los derechos de los indios en Suráfrica. Difícilmente podría
haber hecho entonces eso mismo en la India, adonde finalmente regresó -aunque sólo después de que
estallara la guerra de 1914- para convertirse en la figura clave del movimiento nacional indio.
En resumen, la época imperialista creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de líderes
antiimperialistas y, asimismo, las condiciones que, como veremos (cap. 12, infra), comenzaron a dar
resonancia a sus voces. Pero es una anacronismo y un error afirmar que la característica fundamental de la
historia de los pueblos y regiones sometidos a la dominación y a la influencia de las metrópolis occidentales
es la resistencia a Occidente. Es un anacronismo porque, con algunas excepciones que señalaremos más
adelante, los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte de los sitios con la
primera guerra mundial y la revolución rusa, y un error porque interpreta el texto del nacionalismo moderno
-la independencia, la autodeterminación de los pueblos, la formación de los Estados territoriales, etc. (v.
cap. 6, infra)- en un registro histórico que no podía contener todavía. De hecho, fueron las elites
occidentalizadas las primeras en entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a Occidente y a
través de las instituciones educativas formadas por Occidente, pues de allí era de donde procedían. Los
jóvenes estudiantes indios que regresaban del reino Unido podían llevar consigo los eslóganes de Mazzini
y Garibaldi, pero por el momento eran pocos los habitantes del Punjab, y mucho menos aun los de regiones
tales como el Sudán, que tenían la menor idea de lo que podían significar.
En consecuencia, el legado cultural más importante del imperialismo fue una educación de tipo occidental
para minorías distintas: para los pocos afortunados que llegaron a ser cultos y, por tanto, descubrieron, con
o sin ayuda de la conversión al cristianismo, el ambicioso camino que conducía hasta el sacerdote, el
profesor, el burócrata o el empleado. En algunas zonas se incluían también quienes adoptaban una nueva
profesión, como soldados y policías al servicio de los nuevos gobernantes, vestidos como ellos y
adoptando sus ideas peculiares sobre el tiempo, el lugar y los hábitos domésticos. Naturalmente, se trataba
de minorías de animadores y líderes, que es la razón por la que la era del imperialismo, breve incluso en el
contexto de la vida humana, ha tenido consecuencias tan duraderas. En efecto, es sorprendente que en
casi todos los lugares de Africa la experiencia del colonialismo, desde la ocupación original hasta la
formación de Estados independientes, ocupe únicamente el discurrir de una vida humana; por ejemplo, la
de Sir Winston Churchill (1847-1965).
¿Qué decir acerca de la influencia que ejerció el mundo dependiente sobre los dominadores? El exotismo
había sido una consecuencia de la expansión europea desde el siglo XVI, aunque una serie de
observadores filosóficos de la época de la Ilustración habían considerado muchas veces a los países
extraños situados más allá de Europa y de los colonizadores europeos como una especie de barómetro
moral de la civilización europea. Cuando se les civilizaba podían ilustrar las deficiencias institucionales de
Occidente, como en las Cartas persas de Montesquieu; cuando eso no ocurría podían ser tratados como
salvajes nobles cuyo comportamiento natural y admirable ilustraba la corrupción de la sociedad civilizada.
La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró
a lo pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados, incluso
infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la conversión a los valores de la
única civilización real, la que representaban los comerciantes, los misioneros y los ejércitos de hombres
armados, que se presentaban cargados de armas de fuego y de bebidas alcohólicas. En cierto sentido, los
valores de las sociedades tradicionales no occidentales fueron perdiendo importancia para su
supervivencia, en un momento en que lo único importante eran la fuerza y la tecnología militar. ¿Acaso la
sofisticación del Pekín imperial pudo impedir que los bárbaros occidentales quemaran y saquearan en
Palacio de Verano más de una vez? ¿Sirvió la elegancia de la cultura de la elite de la decadente capital
mongol, tan bellamente descrita en la obra de Satyajit Ray Los ajedrecistas, para impedir el avance de los
británicos? Para el europeo medio, esos pueblos pasaron a ser objeto de su desdén. Los únicos no
europeos que les interesaban eran los soldados, con preferencia aquellos que podían ser reclutados en sus
propios ejércitos coloniales (sijs, gurkas, beréberes de las montañas, afganos, beduinos). El Imperio
otomano alcanzó un temible prestigio porque, aunque estaba en decadencia, poseía una infantería que
podía resistir a los ejércitos europeos. Japón comenzó a ser tratado en pie de igualdad cuando empezó a
salir victorioso en las guerras.
Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros países, ya
fuera directa o indirectamente, intensificó la confrontación y la mezcla de los mundos occidental y exótico.
Eran pocos los que conocían ambos mundos y se veían reflejados en ellos, aunque en la era imperialista
su número se vio incrementado por aquellos escritores que deliberadamente decidieron convertirse en
intermediarios entre ambos mundos: escritores o intelectuales que eran, por vocación y por profesión,
marinos (como Pierre Loti y, el más célebre de todos, Joseph Conrad), soldados y administradores (como
el orientalista Louis Massignon) o periodistas coloniales (como Rudyard Kipling). Pero lo exótico se integró
cada vez más en la educación cotidiana. Eso ocurrió, por ejemplo, en las celebérrimas novelas juveniles de
Karl May (1842-1912), cuyo héroe imaginario, alemán, recorría el salvaje Oeste y el Oriente islámico, con
incursiones en el Africa negra y en América Latina; en las novelas de misterio, que incluían entre los
villanos a orientales poderosos e inescrutables como el doctor Fu Manchú de Sax Rohmer; en las historias
de las revistas escolares para los niños británicos, que incluían ahora a un rico hindú que hablaba el
barroco inglés babu según el estereotipo esperado. El exotismo podía llegar a ser incluso una parte
ocasional pero esperada de la experiencia cotidiana, como en el espectáculo de Búfalo Bill sobre el salvaje
oeste, con sus exóticos cowboys e indios, que conquistó Europa a partir de 1877, o en las cada vez más
elaboradas “aldeas coloniales”, o en las exhibiciones de las grandes exposiciones internacionales. Esas
muestras de mundos extraños no eran de carácter documental, fuera cual fuere su intención. Eran
ideológicas, por lo general reforzando el sentido de superioridad de lo “civilizado” sobre lo “primitivo”.
Eran imperialistas tan sólo porque, como muestran las novelas de Joseph Conrad, el vínculo central entre
los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la penetración formal o informal del tercer mundo por parte
de los occidentales. Cuando la lengua coloquial incorporaba, fundamentalmente a través de los distintos
argots y, sobre todo, el de los ejércitos coloniales, palabras de la experiencia imperialista real, éstas
reflejaban muy frecuentemente una visión negativa de sus súbditos. Los trabajadores italianos llamaban a
los esquiroles crumiri (término que tomaron de una tribu norteafricana) y los políticos italianos llamaban a
los regimientos de dóciles votantes del sur, conducidos a las elecciones por los jefes locales como ascari
(tropas coloniales nativas), los caciques, jefes indios del Imperio español en América, habían pasado a ser
sinónimos de jefe político; los caids (jefes indígenas norteafricanos) proveyeron el término utilizado para
designar a los jefes de las bandas de criminales en Francia.
Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y soldados con aficiones
intelectuales -los hombres de negocios se interesaban menos por esas cuestiones- meditaban
profundamente sobre las diferencias existentes entre sus sociedades y las que gobernaban. Realizaron
importantísimos estudios sobre esas sociedades, sobre todo en el Imperio indio, y las reflexiones teóricas
que transformaron las ciencias sociales occidentales. Ese trabajo era fruto, en gran medida, del gobierno
colonial o intentaba contribuir a él y se basaba en buena medida en un firme sentimiento de superioridad
del conocimiento occidental sobre cualquier otro, con excepción tal vez de la religión, terreno en que la
superioridad, por ejemplo, del metodismo sobre el budismo, no era obvia para los observadores
imparciales. El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes formas
de espiritualidad derivadas de Oriente, o que se decía que derivaban de Oriente, e incluso en algunos
casos se adoptó esa espiritualidad en Occidente. A pesar de todas las críticas que se han vertido sobre
ellos en el período pos colonial no se puede rechazar ese conjunto de estudios occidentales como un
simple desdén arrogante de las culturas no europeas. Cuando menos, los mejores de esos estudios
analizaban con seriedad esas culturas, como algo que debía ser respetado y que podía aportar
enseñanzas. En el terreno artístico, en especial las artes visuales, las vanguardias occidentales trataban de
igual a igual a las culturas no occidentales. De hecho, en muchas ocasiones se inspiraron en ellas durante
este período. Esto es cierto no sólo de aquellas creaciones artísticas que se pensaba que representaban a
civilizaciones sofisticadas, aunque fueran exóticas (como el arte japonés, cuya influencia en los pintores
franceses era notable), sino de las consideradas como “primitivas” y, muy en especial, las de Africa y
Oceanía. Sin duda, su “primitivismo” era su principal atracción, pero no puede negarse que las
generaciones vanguardistas de los inicios del siglo XX enseñaron a los europeos a ver esas obras como
arte -con frecuencia como un arte de gran altura- por derecho propio, con independencia de sus orígenes.
Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las clases dirigentes y
medias de los países metropolitanos. En cierto sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases
y de las sociedades creadas a su imagen como ningún otro factor podía haberlo hecho. Un conjunto
reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Algunos
imperialistas, con gran disgusto de los latinos y, más aún, de los eslavos, enfatizaban los peculiares méritos
conquistadores de aquellos países de origen teutónico y sobre todo anglosajón que, con independencia de
sus rivalidades, se afirmaba que tenían una afinidad entre sí, convicción que se refleja todavía en el respeto
que Hitler mostraba hacia el Reino Unido. Un puñado de hombres de las clases media y alta de esos
países -funcionarios, administradores, hombres de negocios, ingenieros- ejercían ese dominio de forma
efectiva. Hacia 1890, poco más de seis mil funcionarios británicos gobernaban a casi trescientos millones
de indios con la ayuda de algo más de setenta mil soldados europeos, la mayor parte de los cuales eran, al
igual que las tropas indígenas, mucho más numerosas, mercenarios que en un número
desproporcionadamente alto procedían de la tradicional reserva de soldados nativos coloniales, los
irlandeses. Este es un caso extremo, pero de ninguna forma atípico. ¿Podría existir una prueba más
contundente de superioridad?
Así pues, el número de personas implicadas directamente en las actividades imperialistas era relativamente
reducido, pero su importancia simbólica era extraordinaria. Cuando en 1899 circuló la noticia de que el
escritor Rudyar Kipling, bardo del Imperio indio, se moría de neumonía, no sólo expresaron sus
condolencias los británicos y los norteamericanos - Kipling acababa de dedicar un poema a los Estados
Unidos sobre “la responsabilidad del hombre blanco”, respecto a sus responsabilidades en las filipinas-,
sino que incluso el emperador de Alemania envió un telegrama.
Pero el triunfo imperial planteó problemas e incertidumbres. Planteó problemas porque se hizo cada vez más
insoluble la contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli gobernaban sus imperios y
la manera en que lo hacían con sus pueblos. Como veremos, en
las metrópolis se impuso, o estaba destinada a imponerse, la política del electoralismo democrático, como
parecía inevitable. En los imperios coloniales prevalecía la autocracia, basada en la combinación de la
coacción física y la sumisión pasiva a una superioridad tan grande que parecía imposible de desafiar y, por
tanto, legítima. Soldados y
“procónsules” autodisciplinados, hombres aislados con poderes absolutos sobre territorios extensos como
reinos, gobernaban continentes, mientras que en la metrópoli campaban a sus anchas las masas
ignorantes e inferiores. ¿No había acaso una lección que aprender ahí, una lección en el sentido de la
voluntad de dominio de Nietzsche?
El imperialismo también suscitó incertidumbres. En primer lugar, enfrentó a una pequeño minoría de
blancos -pues incluso la mayor parte de esa raza pertenecía al grupo de los destinados a la inferioridad,
como advertía sin cesar la nueva disciplina de la eugenesia (v. Cap. 10, infra)- con las masas de los
negros, los oscuros, tal vez y sobre todo los amarillos, ese “peligro amarillo” contra el cual solicitó el
emperador Guillermo II la unión y la defensa de Occidente. ¿Podían durar, esos imperios tan fácilmente
ganados, con una base tan estrecha, y gobernados de forma tan absurdamente fácil gracias a la devoción
de unos pocos y a la pasividad de los más? Kipling, el mayor -y tal vez el único- poeta del imperialismo,
celebró el gran momento del orgullo demagógico imperial, las bodas de diamante de la reina Victoria en
1897, con un recuerdo profético de la impermanencia de los imperios:
Nuestros barcos, llamados desde tierras lejanas, se desvanecieron;
El fuego se apaga sobre las dunas y los promontorios:
¡Y toda nuestra pompa de ayer
es la misma de Nínive y Tiro!
Juez de las Naciones, perdónanos con todo,
Para que no olvidemos, para que no olvidemos.
Pomp planteó la construcción de una nueva e ingente capital imperial para la India en Nueva Delhi. ¿Fue
Clemencau el único observador escéptico que podía predecir que sería la última de una larga serie de
capitales imperiales? ¿Y era la vulnerabilidad del dominio global mucho mayor que la vulnerabilidad del
gobierno doméstico sobre las masas de los blancos?
La incertidumbre era de doble filo. En efecto, si el imperio (y el gobierno de las clases dirigentes) era
vulnerable ante sus súbditos, aunque tal vez no todavía, no de forma inmediata, ¿no era más
inmediatamente vulnerable a la erosión desde dentro del deseo de gobernar, el deseo de mantener la lucha
darwinista por la supervivencia de los más aptos? ¿No ocurriría que la misma riqueza y lujo que el poder y
las empresas imperialistas habían producido debilitaran las fibras de esos músculos cuyos constantes
esfuerzos eran necesarios para mantenerlo? ¿No conduciría el imperialismo al parasitismo en el centro y al
triunfo eventual de los bárbaros?
En ninguna parte suscitaban esos interrogantes un eco tan lúgubre como en el más grande y más
vulnerable de todos los imperios, aquel que superaba en tamaño y gloria a todos los imperios del pasado,
pero que en otros aspectos se halla al borde de la decadencia. Pero incluso los tenaces y enérgicos
alemanes consideraban que el imperialismo iba de la mano de ese “Estado rentista” que no podía sino
conducir a la decadencia. Dejemos que J. A. Hobson exprese esos temores en palabra: si se dividía China,
la mayor parte de la Europa occidental podría adquirir la apariencia y el carácter que ya tienen algunas
zonas del sur de Inglaterra, la Riviera y las zonas turísticas o residenciales de Italia o Suiza, pequeños
núcleos de ricos aristócratas obteniendo dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo algo más
extenso de seguidores profesionales y comerciantes y un amplio conjunto de sirvientes personales y de
trabajadores del transporte y de las etapas finales de producción de los bienes perecederos: todas las
principales industrias habrían desaparecido, y los productos alimenticios y las manufacturas afluirían como
un tributo de Africa y de Asia.
Así, la belle époque de la burguesía lo desarmaría. Los encantadores e inofensivos Eloi de la novela de H.
G. Wells, que vivían una vida de gozo en el sol, estarían a merced de los negros morlocks, de quienes
dependían y contra los cuales estaban indefensos. “Europa -escribió el economista alemán SchulzeGaevernitz- [...] traspasará la carga del trabajo físico, primero la agricultura y la minería, luego el trabajo
más arduo de la industria, a las razas de color y se contentará col el papel de rentista y de
esta forma, tal vez, abrirá el camino para la emancipación económica y, posteriormente, política de las
razas de color.”
Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque. En ellas los ensueño imperialistas
se mezclaban con los temores de la democracia.
NOTAS
(a) El sultán de Marruecos prefiere el título de “rey”. Ninguno de los otros minisultanes supervivientes del
mundo islámico podía ser considerado como “rey de reyes”.
(b) Esta doctrina, que se expuso por primera vez en 1823 y que posteriormente fue repetida y completada
por los diferentes gobiernos estadounidenses, expresaba la hostilidad a cualquier nueva colonización o
intervención política de las potencias europeas en el hemisferio occidental. Más tarde se interpretó que esto
significaba que los Estados Unidos eran la única potencia con derecho a intervenir en el hemisferio. A
medida que los Estados Unidos se convirtieron en un país más poderoso, los Estados europeos tomaron
con más seriedad la doctrina Monroe.
(c) De hecho, la democracia blanca los excluyó, generalmente, de los beneficios que habían conseguido
los hombres de raza blanca, o incluso se negaba a considerarlos como seres plenamente humanos.
(d) En algunos casos, el imperialismo podía ser útil. Los mineros córnicos abandonaron masivamente las
minas de estaño de su península, ya en decadencia, y se trasladaron a las minas de oro de Suráfrica,
donde ganaron mucho dinero y donde morían incluso a una edad más temprana de lo habitual como
consecuencia de las enfermedades pulmonares. Los propietarios de minas córnicos compraron nuevas
minas de estaño en Malaya con menor riesgo para sus vidas.
(e) Entre 1876 y 1902 se realizaron 119 traducciones de la Biblia, frente a las 74 que se hicieron en los
treinta años anteriores y 40 en los años 1816-1845. Durante el período 1886-1895 hubo 23 nuevas
misiones protestantes en Africa, es decir, tres veces más que en cualquier decenio anterior.
(f) Pueden citarse algunos ejemplos de enfrentamientos armados por motivos económicos -como en
Venezuela, Guatemala, Haití, Honduras y México-, pero que no alteran sustancialmente este cuadro. Por
supuesto, el Gobierno y los capitalistas británicos, obligados a elegir entre partidos o Estados locales que
favorecían los intereses económicos británicos y aquellos que se mostraban hostiles a éstos, apoyaban a
quienes favorecían los beneficios británicos: Chile contra Perú en la “guerra del Pacífico” (1879-1882), los
enemigos del presidente Balmaceda en Chile en 1891. La materia en disputa eran los nitratos.
(g) Francia no consiguió ni siquiera integrar sus nuevas colonias totalmente en un sistema proteccionista,
aunque en 1913 el 55 % de las transacciones comerciales del imperio francés se realizaban con la
metrópoli. Francia, ante la imposibilidad de romper los vínculos económicos establecidos de estas zonas
con otras regiones y metrópolis, se veía obligada a conseguir una gran parte de los productos coloniales
que necesitaba -caucho, pieles y cuero, madera tropical- a través de Hamburgo, Amberes y Liverpool.
(h) Que, después de 1918, se repartieron las antiguas colonias alemanas.
(i) “¡Ah -se afirma que exclamó una de esas patronas-, si Bapugi supiera lo que cuesta mantenerles en la
pobreza!”
JORGE ABELARDO RAMOS
Historia de la Nación Latinoamericana
CAPÍTULO XIII
MOVIMIENTOS NACIONALES DEL
SIGLO XX: MÉXICO, PERÚ Y BOLIVIA
"Cuando alguien preguntaba si el General Terrazas era del Estado de Chihuahua, era una broma corriente
responder: "No. el Estado de Chihuahua es del general Terrazas "
Jesús Silva Herzog.
"Yo pronostiqué que Villarroel caería pronto"
Mauricio Hochschild, magnate minero de Bolivia.
Porfirio Díaz y sus "científicos" habían sumido al México legendario de las guerras civiles en un profundo
sopor. Las tres décadas del porfirismo presenciaron la introducción del capital extranjero en la economía
mexicana, ese sistema de "modernización" peculiar de la América Latina semicolonial de fines del siglo
XIX: ferrocarriles, telégrafos, puertos, servicios públicos y caminos. Mientras el porfirismo favorecía estos
"focos de civilización", indispensables a las grandes potencias para apoyar y administrar sus inversiones, el
resto de México permanecía en el estancamiento más profundo.
En un polo se veía a una minoría blanca, dueña de tierras sin límite, que despreciaba a su país y trataba de
exprimir su savia para huir de él:"Para los criollos, todas las costumbres nacionales son inconvenientes"
escribía en 1909 Andrés Molina Enríquez1. El hacendado no era un verdadero hombre de campo, sino un
señorito que rara vez visitaba sus establecimientos, excepto para alguna fiesta: "Lo único que le importaba
consistía en que el administrador de la finca le entregara periódicamente el dinero necesario para vivir con
holgura en la capital de la provincia, en la
ciudad de México, en Madrid o en París, según sus gustos personales y medios económicos"2.
En el otro polo, los mestizos e indios que constituían la mayoría aplastante de México se reflejaban en el
espejo de los peones de Yucatán, tal cual los vio en 1910 un periodista norteamericano poco inclinado a
simpatizar con los mexicanos:
"Eran tratados como ganado, sin sueldo alguno y alimentados con frijol, tortillas y pescado podrido;
apaleados siempre, muchas veces hasta morir, y trabajando desde el amanecer hasta la noche en aquel
sol infernal. Los hombres eran encerrados por la noche... Cuando huían, eran alcanzados por la tropa y
traídos de nuevo".3
Remaba en las alturas del poder una especie de despotismo ilustrado, bañado por la luz del positivismo
comtiano, pero que imponía silencio a la gran República de las letras y orden a los peones iletrados sin
tierra. Por lo demás, todas las guerras civiles, desde la muerte de Morelos, esto es, desde hacía cien años,
habían sido incapaces para modificar, como no fuera para empeorarla, la suerte de los campesinos
miserables que constituían la mayoría del país. Durante el período de reformas liberales de Benito Juárez,
las enormes extensiones de tierra que eran propiedad de la Iglesia, fueron objeto de una Ley de
Desamortización destinada a incorporar al movimiento de la circulación mercantil esos bienes de "manos
muertas". Pero dicha ley no logró cumplir sus fines, que eran democratizar la propiedad de la tierra y crear
una clase de campesinos burgueses. Por el contrario, fue a parar a manos de los "denunciantes", "en su
mayor parte ricos propietarios territoriales, que de esa manera agrandaron sus ranchos y haciendas".4
¡Para algo se había hecho la guerra de la Independencia! Ahora, un siglo más tarde, además de los
terratenientes españoles, ya había terratenientes mexicanos! Era un escaso consuelo para los campesinos.
Si la Ley de Desamortización creó nuevos terratenientes en lugar de nuevos agricultores, en el período de
Porfirio Díaz se procedió a arrebatar a los indios las tierras comunales que permanecían en su poder desde
hacía siglos. Grandes terratenientes y compañías extranjeras se apoderaron de los campos ejidales; los
indios mexicanos fueron transformados en peones o esclavos. Tal fue el caso de los mayas y de los yaquis,
sublevados a causa de la expropiación de sus tierras comunales y que después de ser sangrientamente
reprimidos, fueron vendidos como esclavos en subasta pública.5
Pero el proceso de concentración de la propiedad territorial en México que debía culminar con la
revolución, no se detuvo allí. A fines de siglo se inició la estafa formidable de las Compañías deslindadoras.
Estas empresas debían deslindar las tierras baldías y radicar en ellas a colonos extranjeros para ponerlas
en producción. A título de compensación por los gastos requeridos para realizar dichos fines, el gobierno de
Díaz otorgaba a dichas compañías la tercera parte de las tierras deslindadas.6 Sin embargo, las
mencionadas Compañías también consideraban "baldías" las tierras ocupadas desde tiempos
inmemoriales por pequeños propietarios y que carecían de posibilidad de justificar legalmente sus títulos.
De este modo, el "deslinde" de tierras se convirtió en una gigantesca operación de despojo del pequeño
campesino.
En sólo ocho años, desde 1881 hasta 1889, dichas empresas deslindaron 32.200.000 hectáreas; en
consecuencia, se les adjudicó en propiedad nada menos que 12.700.000 hectáreas. Además, el gobierno
les vendió a ínfimo precio otras 14.800.000 hectáreas. En total, dichas compañías acapararon el 13 por
ciento del territorio mexicano. Como estaban compuestas sólo por 29 personas, íntimamente vinculadas al
gobierno de Porfirio, la legalidad de estas operaciones estaba al margen de toda sospecha. El general
Terrazas, por ejemplo, poseía en el Estado de Chihuahua (donde muy pronto Pancho Villa sublevará a
miles de peones armados) seis millones de hectáreas7. Sólo siete concesionarios poseían en el mismo
Estado 14.164.400 hectáreas. Dicha extensión era muy superior al territorio conjunto de Dinamarca, Suiza
y Holanda. En el Estado de Morelos, casi toda la tierra estaba en manos de veinte latifundistas.
El programa de la revolución agraria inminente podía encontrarse en el Censo de Población de 1910. Para
esa fecha existían en México 3.096.827 jornaleros rurales, 411.096 agricultores y 840 hacendados8. Si la
población total ascendía a 15.160.369 habitantes, se calculaba que el número de personas que dependían
del salario rural de los peones ascendía a doce millones o sea aproximadamente el ochenta por ciento de
la población9.
¿Podía dudarse un momento del carácter feroz que adquirió la guerra civil? ¿Quién se atrevería a negar
que el poder inmenso de caudillos como Villa o Zapata se derivaba del furor largamente reprimido por 12
millones de almas contra 840 latifundistas?10. Un escritor mexicano ofrece en su libro una descripción de
una hacienda de Morelos a principios de este siglo. De un lado, el casco de la propiedad, suntuosa e inútil,
con un número de habitaciones excesivo, incluido un saloncito estilo turco que era la quintaesencia del mal
gusto y en el cual todos los muebles eran importados de Francia. Del otro, fuera del casco, el lugar donde
dormían los peones: "cada casa era de un solo cuarto, en el cual dormía, naturalmente, en el suelo, toda la
familia, y dentro del cual se cocinaba la mayor parte del año. Era una parte importante del miserable
salario. Los peones, sus mujeres y sus niños, estaban llenos de piojos, vestidos de sucios harapos,
comidos por las fiebres"11.
En realidad el peonaje constituía una forma de servidumbre que se transmitía de padres a hijos. A
semejanza del régimen de pulpería reinante en los yerbales del Paraguay o el Norte argentino, el vale por
alimentos y otros artículos vendidos por la misma empresa a sus peones establecía un compromiso
prendario, donde la prenda era el trabajador mismo. El régimen de anticipos más o menos usuarios
empleado en las haciendas mexicanas, ataba a los peones y sus familias a una deuda inextinguible12.
Hasta no ser saldada, el peón no podía abandonar la hacienda. La adquisición de los artículos necesarios
para vivir en las "tiendas de raya", propiedad del mismo patrón y el generoso crédito otorgado al principio,
esclavizaban al peón, que ignoraba el arte de sumar y restar y volvía ilusoria toda tentativa de escapar a la
deuda. Esta se convertía así en un lazo hereditario. Un siglo después de la revolución de Morelos, se
imponía la necesidad de abolir las deudas para liberar al pueblo mexicano13.
Los célebres "científicos" del porfirismo, que unían a su amor por la ciencia un ojo infalible para los grandes
negocios, identificaban el progreso con el capital extranjero. La estructura agraria debía quedar intacta. El
progreso, en cambio, debía volcarse en la minería y el petróleo. Como un efecto indirecto de esta
penetración imperialista, surgieron ciertas industrias: fundiciones de plomo, plata, cobre, hilanderías y
fábricas de tejidos y una correlativa clase obrera en las principales ciudades. Pero ese escaso número de
obreros no debería jugar un papel decisivo en la revolución de 1910.
La apertura de las puertas de México a los intereses norteamericanos alarmó en cierto momento al general
Díaz. El apetito voraz de su poderoso vecino le hizo temer nuevas intervenciones: el anciano déspota
practicó entonces el único "antiimperialismo" de que se sentía capaz: consistió simplemente en favorecer la
inversión de los capitales británicos competitivos de los yanquis. Como Estados Unidos se encontraba
frontera por medio y Gran Bretaña al otro lado del Atlántico, el general Díaz tenía razones muy claras para
preferir la amistad de los ingleses. La propia camarilla gubernamental del porfirismo se vinculó
estrechamente a empresas y negocios británicos a comienzos del siglo. Esta propensión
anglófila del gobierno del general Díaz no disminuyó la presión o la influencia yanqui; sólo logró enfurecer
a los arrogantes imperialistas de la Casa Blanca y de Wall Street que poseían intereses en México. La
última década de Porfirio transcurrió bajo la constante amenaza yanqui de intervenir militarmente,
combinada con una intensa actividad conspirativa de su diplomacia para derribar al régimen porfirista.14
A los 85 años de edad, el general Díaz no ofrecía signos de fatiga, después de 30 años de Gobierno. Sus
ministros frisaban casi todos los 80 años; admiraba su lozanía. Pero el régimen estaba tan putrefacto que
bastó, al parecer, un libro escrito por un estanciero liberal, Don Francisco Madero, en el que se oponía a la
reelección de Díaz, para que comenzase una oleada de actividad política que culminó con la caída del
gobierno.
No fue, sin embargo, la publicación de libro alguno lo que arrastró al abismo al gobierno vacilante del
general Díaz, sino los estallidos ininterrumpidos de la revolución agraria. Partidas de guerrilleros habían
aparecido en numerosos Estados. Los campesinos se hacían soldados irregulares, quemaban las
haciendas, mataban a los latifundistas y a sus administradores. Los nombres de Zapata en el Sur y de Villa
en el Norte se hacen tan notorios que corren en las canciones y música populares. Todo el sistema cruje en
sus cimientos.
Con la revolución de 1910, que eleva a Madero a la presidencia, irrumpen a la vida mexicana jefes nuevos
y militares del viejo orden que se disputan el poder.
Francisco Madero pertenecía a una de las diez familias más acaudaladas de México. En 1910 la fortuna
familiar ascendía a 30 millones de pesos. Sus tierras alcanzaban a 699.321 hectáreas, en las que se
encontraban yacimientos de petróleo. Asimismo era propietario de empresas metalúrgicas, minas de cobre,
fábricas textiles, destilerías, cervecerías y hasta un Banco en Monterrey.15
Asesinado Madero bajo la instigación del embajador de Estados Unidos, Henry Lañe Wilson, las principales
figuras de la revolución serán el general Venustiano Carranza, viejo y cazurro hacendado sobreviviente del
porfirismo, intérprete de la burguesía nacional; Pancho Villa, jefe de los guerrilleros del Norte; Alvaro
Obregón, hábil jefe militar y extraño caso de un moderado que al subir al poder se inclina hacia la izquierda:
con él comienza el reparto de tierra; Emiliano Zapata, el caudillo de los campesinos pobres del Sur, la
figura más pura e intrépida de la Revolución; el general Pablo González, viscoso traidor y prevaricador,
ávido de poder, que organiza el asesinato de Zapata. En fin, en la década del 30, aparece en escena el
general Lázaro Cárdenas, antiguo soldado, en cuyo gobierno revive la revolución y que logra al fin
satisfacer el hambre de tierra del campesinado, a 130 años de la Independencia.
Pero el verdadero protagonista de la Revolución mexicana es el campesinado mestizo en armas, que
ocupa toda la escena histórica y despliega por primera vez en el siglo XX sus inmensas reservas de
heroísmo. Con la revolución mexicana aparece la democracia política en México, se desenvuelve una gran
literatura y surge una originalísima pintura muralista que hunde sus raíces en el pasado indígena del país.
También México muestra un nuevo camino: las victorias y derrotas de su revolución se convierten en la
principal fuente de enseñanzas para la generación que en América Latina entra a la lucha alrededor de
1920.
Una hermosa página de Carlos Fuentes resume, de algún modo, la esencia de la revolución mexicana.
Cuando los soldados harapientos de Pancho Villa, el "Centauro del Norte" y de Emiliano Zapata, el "Atila
del Sur", entraron triunfalmente a la ciudad de México, su asombro no reconoció límites. Los feroces
caballistas, que sumieron en el terror a los mexicanos educados, en lugar del esperado saqueo, armados
hasta los dientes, pedían, con el sombrero aludo en la mano, y con un aire tímido, algo de comer en la
calle.
"Los soldados zapatistas -escribe Fuentes- ocuparon las mansiones de la aristocracia porfiriana en las
colonias Juárez y Roma, en las calles de Berlín o Génova, en el Paseo de la Reforma o la avenida
Durango. Penetraron en esos atiborrados palacetes, llenos de mobiliario Victoriano, emplomados,
mansardas, cuadros de Félix Parra y jarrones de Sévres, abanicos y pedrería y tapetes persas y
candelabros de cristal y parqués de caoba, escaleras monumentales y bustos de Dante y Beatriz. Nada de
esto les llamó demasiado la atención. En cambio, les fascinaron los espejos de estas residencias, los
enormes espejos con no menos gigantescos marcos de oro, repujados, decorados con acanto y terminados
en cuatro grifos áureos. Los guerrilleros de Zapata, con asombro y risa, se acercaban y alejaban de estas
fijas y heladas lagunas de azogue en las que, por primera vez en sus vidas, veían sus propias caras.
Quizás, solo por esto, la revolución había valido la pena: les había ofrecido un rostro, una identidad.
-Mira: soy yo. -Mírate: eres tú.
-Mira: somos nosotros".16
1. La ausencia de acumulación de capital en América Latina
La guerra imperialista de 1914 pone fin al largo siglo del apogeo europeo que se inicia en el Congreso de
Viena. En un sentido más vasto, con la primera crisis bélica del imperialismo en escala mundial concluye la
"progresividad histórica" global de la burguesía que había conquistado el poder político a fines del siglo
XVIII. La ausencia de un análisis académico quedará en evidencia tres años después con el triunfo de la
revolución rusa, al elevar al poder por primera vez en la historia de la humanidad a la clase obrera. Pero si
la burguesía europea había terminado de construir en el siglo XIX sus grandes Estados nacionales, el
desarrollo histórico desigual y las necesidades del capitalismo en expansión condujeron en América Latina
a la fragmentación de la Nación Latinoamericana y al establecimiento de veinte Estados.
El Nuevo Mundo alimentó con sus metales preciosos, los productos de su suelo y la sangre de sus
indígenas la acumulación primitiva del capital europeo, que a su vez impidió necesariamente la formación
de un capital nacional en las viejas colonias hispano-portuguesas.17 La formación histórica de oligarquías
exportadoras y de pequeños núcleos de capital comercial portuario vinculados a las grandes metrópolis
industriales del mundo, obstaculizó en América Latina el mismo desarrollo capitalista que se verificaba en
Europa.
La penetración imperialista extranjera, al mismo tiempo, se alcanzó con la perpetuación del atraso agrario.
Se forjó así una sólida alianza entre las potencias ultracivilizadas y cultas del mundo moderno con las
oligarquías más parasitarias de las semicolonias. Tecnologías en Europa y primitivismo agrario en América
Latina se revelaba la fórmula inseparable de la política imperialista.
La unilateralidad de las economías exportadoras se expresaba jurídica y políticamente en la existencia de
veinte Estados ridículos, objeto de las burlas arrogantes de la sociedad europea y sus escribas. Si el
capitalismo europeo sólo había podido vencer el particularismo feudal y conquistar su mercado interno con
el establecimiento del Estado Nacional, cuyos límites territoriales estaban marcados por la influencia de la
lengua, en América Latina el idioma, el territorio, la tradición popular, la unidad religiosa, la psicología
común, los análogos orígenes, sólo habían servido para volver más asombrosa su balcanización, más
trágica la deformación cultural, más escandaloso su miserable destino histórico.
La nación latinoamericana había sido vencida por las armas y sus partes enfrentadas entre sí; Estados
Unidos e Inglaterra le habían arrebatado territorios inmensos (México y Belice); había visto crear nuevas
"soberanías" en sus grandes Estados (Panamá); había experimentado guerras fraticidas y suicidas: la
guerra chilena contra la Confederación Peruano- Boliviana, el genocidio de la Triple Alianza contra el
Paraguay; finalmente, se había establecido en sus sistemas educativos la idea absoluta de un destino
"nacional" particular. Este proceso fue coincidente con el gigantesco despliegue de las fuerzas productivas
del capitalismo mundial y con el disfrute del más alto nivel de vida que había conocido la historia de
Europa. En 1914 las miradas del mundo confluían hacia la contemplación maravillada de ese pequeño
apéndice territorial del Asia llamado Europa, polo magnético de la riqueza, el poder y el espíritu.
2. Unilateralidad de la producción
Los veinte Estados de América Latina mantenían con Europa y Estados Unidos relaciones económicas
estrechas mucho mayores que entre sí. Había nacido el modelo notable de canales por los que se
derramaban y absorbían los frutos de un intercambio único e incomunicable. El Atlántico y el Pacífico
habían llegado a ser "campo marítimo de la historia", pero de una historia en la que los latinoamericanos
desempeñábanse como objetos pasivos de un poder dominante tan ajeno como hostil a su
desenvolvimiento. Al aislamiento económico y cultural de los Estados latinoamericanos entre sí,
correspondía una vinculación estrecha entre cada uno de ellos y la metrópoli respectiva, Gran Bretaña o
Estados Unidos, o ambas.
Alrededor de uno o dos productos exportables giraba toda la existencia social y política de cada uno de
dichos Estados. Cereales y carnes en la Australia sudamericana (Uruguay y Argentina), café en el Brasil,
cobre de Chile, tabaco del Paraguay, estaño de Bolivia, algodón y petróleo del Perú, cacao del Ecuador,
café de Colombia, petróleo y café de Venezuela, frutas tropicales de Centroamérica, minerales de México.
Toda tentativa de promover una política de industrialización independiente estaba excluida: en la política
interna de cada Estado la oligarquía comercial, agraria o minera asociada al capital extranjero dominaba la
política local, el control de la tarifa aduanera y la selección de las importaciones.
En las Universidades, desde los primeros años de la emancipación de España, reinaban las doctrinas
librecambistas de Adam Smith.
Generaciones de abogados y juristas latinoamericanos habían agobiado las bibliotecas con sus estudios
estériles sobre el federalismo norteamericano, que se remedaba hasta el agotamiento como forma jurídica
del separatismo en América Latina y argumento infalible para la construcción de "Estados blandos". Estos
mismos juristas, sin embargo, ignoraban las ideas económicas de Alejandro Hamilton, el amigo de
Washington, que desde el comienzo de la historia moderna de Estados Unidos había expuesto el programa
del proteccionismo industrial más tajante.18 Ni Hamilton, ni Federico List fueron los maestros de economía
política de estos supuestos Estados liberales, sino Adam Smith y Cobden.
Los teóricos del librecambismo inglés, aparecían en la escena justamente en el momento en que Gran
Bretaña obtenía los frutos de su proteccionismo secular. Gracias a él se encontraba en condiciones de
librar una competencia despiadada con aquellos países que aún no habían iniciado su revolución industrial.
Pero la política económica que Inglaterra no logró imponer a sus colonias emancipadas, fue exactamente la
que adoptaron las antiguas colonias de España.
3. De la imitación a la revolución
La venta de ferretería de Sheffield y de libros de Adam Smith eran dos rubros indisociables en la
exportación inglesa hacia América Latina. El Imperio británico abastecía los mercados, las costumbres y las
ideas de las aristocracias terratenientes, que a su vez imponían a sus pequeñas burguesías el estilo
intelectual procedente de Europa. El atraso económico y cultural de las grandes masas sin historia las
preservaba de esta deformación. Esta era la única ventaja dramática de su marginalización y postrera
reserva del nacionalismo latinoamericano.
En la Argentina, los hombres de la "gente decente" encargaban los trajes a sus sastres de Londres, que ya
tenían las medidas. En Río y en Pernambuco, la clase dirigente usaba tejidos ingleses de abrigo,
confeccionados para el duro clima de la Europa nórdica. Los caballeros usaban el cuello de «croisé» y
disertaban, ahogados en el trópico, bajo el infierno de tejidos legítimos fabricados para otros climas.
"Una familia rica se distinguía por el grosor del tejido que usaba. Cuanto más gruesos, encorpados y
compactos eran los tejidos, mejor era la familia. ¡Y todo el mundo sentía frío!". 19
Esta sociedad imitativa, que había olvidado la historia común y esperaba con impaciencia las noticias
europeas, sufre una conmoción con el
estallido de la guerra mundial. En 1914 desaparecía un mundo pacífico y estable. Las colonias y
semicolonias son incorporadas a la historia mundial. Los hindúes aprenden a manejar las armas. Cuando
las potencias aflojan sus tentáculos sobre los continentes sometidos, América Latina despierta de un largo
sueño. El librecambio es aniquilado por el bloqueo marítimo; se insinúan las formas de una incipiente
industrialización. Los antiguos peones de estancias, fundos o chacras derivan hacia las nuevas fábricas. De
la Revolución Rusa en 1917 se desprende una fuerza electrizante: las masas explotadas del mundo entero
vuelven su cabeza hacia la Rusia en armas. También la pequeña burguesía latinoamericana se siente
partícipe de la historia y las Universidades esclerosadas por las oligarquías académicas se convierten en
foros de una nueva -oleada revolucionaria. La ferocidad sangrienta del imperialismo mundial aparece ante
los ojos de las masas populares latinoamericanas sin disfraz.
El repugnante contraste entre la fraseología "democrática" y "civilizadora" de los Imperios y su furia
homicida queda al desnudo, salvo para las minorías de la inteligencia cosmopolita que aclaman al bando
de la "cultura". En la Argentina irrumpe en ese período un gran movimiento nacional y popular encabezado
por el caudillo Hipólito Yrigoyen. Inequívocamente representa a las clases medias, artesanas, obreras y
rurales en lucha contra la vieja oligarquía terrateniente. Pretende una democratización del régimen político
y la renta agraria. Pero el yrigoyenismo no es sólo aquello que se ve y los votos que se cuentan uno por
uno en los comicios. Detrás de Yrigoyen está la Patria Vieja, los gauchos pobres, las mujeres en silencio, la
guerra en el Desierto, los últimos federales.
4. La Reforma Universitaria en 1918
La consecuencia intelectual de ese movimiento "nacional"20 es la Reforma Universitaria de 1918. Esta
revolución estudiantil se manifiesta en Córdoba y es sostenida por el gobierno de Yrigoyen, que facilita su
triunfo. Pero era mucho más que una tormenta política de los estudiantes de Córdoba pues su expansión
sobrepasa las fronteras de la Argentina y se propaga hacia toda América Latina. Si se deja a un lado la
retórica de sus textos, la Reforma Universitaria expresa directamente la incorporación de la pequeña
burguesía latinoamericana a la vida política del continente; y arrastrará, como era inevitable, todas sus
ilusiones. Pero su vacilación y perplejidad no eran sino el reflejo ideológico de la inarticulada sociedad
latinoamericana, donde la única expresión social concentrada podía en esa época encontrarse en la
Universidad o en el Ejército.
En una sociedad globalmente subordinada, con un reducido y disperso proletariado y una burguesía
nacional insignificante, el sector más importante y políticamente activo de las semicolonias
latinoamericanas era el estudiantado universitario. A su conciencia confluyeron la revolución agraria
mexicana, la catástrofe de la guerra imperialista, el triunfo de la revolución rusa, la indignación generalizada
del pueblo ante la barbarie agraria y la degradación nacional. La Reforma de 1918 fue la réplica cultural de
las nuevas clases sociales ante la fragmentación histórica de América Latina, que había relegado a
nuestros pueblos a la más completa impotencia.
Cuando los ecos de las luchas bolivarianas parecían extinguidos y los escritores habían enmudecido, aflora
con enorme fuerza la tradición sepultada: la Reforma es latinoamericana, popular, nacionalista y
socializante. Por primera vez en muchas décadas América Latina se unifica en el campo del "espíritu":
aparece un movimiento que se reconoce hermano en veinte Estados y proclama la emancipación de la
Patria Grande.
El movimiento yrigoyenista que protegió la Reforma, había nacido, por lo demás, de las entrañas de la sociedad
argentina. Reunía bajo sus banderas democráticas a los vástagos de la vieja guerra civil tanto como de las
corrientes inmigratorias asentadas en el Litoral agrario de la Argentina. La vieja comunidad hispanoamericana
vivía como una forma superestructural en Yrigoyen: sus simpatías hacia el Paraguay mártir, la Banda Oriental,
Chile y en general hacia toda Latinoamérica se manifiestan en su política práctica: ferrocarril estatal hacia Chile,
condonación de deudas al Paraguay, convocatoria de un Congreso de países neutrales, saludo a la bandera
dominicana en la isla ocupada por Estados Unidos.21
De esa conmoción latinoamericana brota el más importante movimiento político y teórico de la época: el
aprismo peruano. Víctor Raúl Haya de la Torre formula un programa de unidad latinoamericana 22 . Recoge
la herencia bolivariana, examina de nuevo la sociedad de América Latina, funda un partido con secciones
en varios Estados Latinoamericanos y hasta pretende crear una nueva filosofía, una versión sincrética de
Marx y Einstein.
No juzgaremos a Haya de la Torre por este rasgo de "provincialismo" teorizante, ni condenaremos al
aprista de 1930 sólo por la decadencia del
Haya de la Torre posterior. La importancia histórica del aprismo en las ideas políticas latinoamericanas
debe ser examinada con ecuanimidad.
5. La significación del aprismo
En cierto sentido, el aprismo de la etapa inicial es el primer movimiento político de este siglo al que es
preciso considerar como genuinamente "nacional" en el sentido latinoamericano de la palabra. Sus dos
rasgos fundamentales, según Haya de la Torre, eran, por un lado, la tentativa de romper con el
"colonialismo metal" de Europa y por el otro, el de constituir un frente único de "trabajadores intelectuales y
manuales" para luchar por la confederación "indoamericana", la justicia económica y la libertad.23
El partido político que se proponía cumplir tales tareas, era un "frente de trabajadores intelectuales y
manuales".
El aprismo proclamaba la fundación de una "doctrina íntegra deveras nueva". Rechazaba a Marx, aunque
utilizaba algunas de sus categorías, recusaba a Lenín, aunque se apropiaba de elementos de sus análisis
sobre el imperialismo, invocaba a Einstein, condenaba al liberalismo, aunque se cuidaba de aclarar que la
lucha por la justicia social era "sin menoscabo de la libertad". Semejante autodidactismo doctrinario era
más ingenuo que presuntuoso. Se fundaba ante todo en la situación cultural, el escaso peso social de la
clase obrera del Perú de la época y en la arrogancia juvenil del Reformismo Universitario pequeño burgués.
6. Oligarquía y clase media
Haya de la Torre procedía de una familia tradicional venida a menos, de Trujillo, una ciudad segundona del
Perú, de vieja raigambre española. Formaba parte en tal carácter del patriciado empobrecido y desdeñado
por la orgullosa Lima. De este desclasamiento derivó hacia la condición de "estudiante pobre" de traje raído
e ingresó a la pequeña burguesía universitaria de la capital. Su personalidad, como la de toda su
generación, se formó bajo la influencia de grandes acontecimientos: la primera guerra mundial, la
revolución agraria mexicana, la Revolución Rusa, el desembarco norteamericano en Veracruz, la Reforma
Universitaria de 1918.
Pero esas conmociones asumían en América Latina una manifestación muy clara: la pequeña burguesía
latinoamericana se desplazaba hacia el
poder en lucha contra la arcaica estructura oligárquica. Estas clases medias -urbanas y agrarias- se
habían formado a partir de 1880: eran el fruto directo de la vinculación de América Latina al mercado
mundial como abastecedora de materias primas. Hacia 1914 ese proceso había dado cuanto podía dar de
sí al crecimiento de las fuerzas productivas ligadas con el comercio exportador.
La creación o modernización de los puertos, el tendido de líneas férreas y telegráficas, el comercio de
importación, los bufetes jurídicos de las grandes empresas, el pequeño comercio nacido de ese
intercambio, algunas industrias livianas transformadoras de productos agrarios que el imperialismo no
estaba en condiciones económicas de satisfacer en las semicolonias, los talleres de mantenimiento del
sistema de transportes dirigido a los puertos, los caminos construidos hacia la costa, una burocracia del
anémico Estado "balcanizado" que se alimentaba de los ingresos fiscales producidos por el sistema, los
ejércitos minúsculos y un magisterio hambriento que dependía de ese Estado, habían generado vastos
sectores de clase media. Esta pequeña burguesía, relegada por la gran plutocracia agraria, disfrutaba sin
embargo de ciertos privilegios sociales y culturales en relación con las grandes masas desposeídas.
Cuando dicha clase social se rebeló políticamente contra el sistema, constituyó la base heterogénea y vital
de nuevos movimientos nacionales: el yrigoyenismo en la Argentina, el populismo de Alessandri en Chile, el
aprismo peruano.
7. Polémica entre Mella y Haya de la Torre
El sistema de ideas del aprismo peruano fue formulado entre 1924 y 1930. Su período de formación
transcurrió pues, entre la Reforma Universitaria de 1918 y la crisis mundial de 1929. Puede afirmarse
categóricamente que su programa fue la más alta expresión política y teórica de la pequeña burguesía
latinoamericana y al mismo tiempo la clave de su histórica limitación.24
En la esencia de la teoría del aprismo sobre la naturaleza del imperialismo se encontraba "ab ovo" su
posterior declinación y hasta el germen de la argumentación contemporánea de las burguesías nacionales
latinoamericanas sobre el "desarrollo" económico con la ayuda del capital extranjero. Haya de la Torre
expuso con total claridad este punto de vista en su polémica con Julio Antonio Mella, el comunista cubano
asesinado por el dictador Machado a fines de 1929. Enfrentados en el congreso
antiimperialista de Bruselas de ese mismo año, Mella escribió un folleto publicado en México en 1928
titulado ¿Qué es el APRA?25
La respuesta de Haya de la Torre al folleto en cuestión resultó su libro más representativo: El
Antiimperialismo y el APRA.26 Por sus aspectos positivos y negativos se trata de un libro fundamental. Mella
acababa de regresar de Moscú y estaba deslumhrado por las conquistas revolucionarias y la personalidad
de sus dirigentes. En su trabajo, el militante cubano anticipa varios de los puntos de vista que serán
patrimonio común en los próximos cuarenta años entre el stalinismo latinoamericano y sus derivados de la
izquierda cosmopolita. Así, al comentar la frase aprista Nuestro programa económico es nacionalista, Mella
afirmaba: ¡También los fascistas son nacionalistas!27 de allí podía inferirse su incomprensión de las
diferencias entre naciones opresoras y naciones oprimidas o, en otras palabras, entre el histórico
antagonismo del imperialismo con los países coloniales que generan formas políticas antagónicas, sean
estas democráticas, nacionalistas y aún "marxistas".
Mella agregaba que los revolucionarios rusos socializaron inmediatamente la tierra.28
Era un error frecuente en la época. El gobierno bolchevique realizó una reforma agraria de tipo burgués,
distribuyendo la tierra en propiedad individual a los campesinos.29 Al mencionar con ironía la palabra
nacionalización empleada por el APRA, Mella escribe que "se está hablando con el lenguaje de todos los
reformistas y embaucadores de la clase obrera... En Alemania, en Francia y en los Estados Unidos hay
industrias nacionalizadas. Sin embargo, no se puede afirmar que Coolidge o Hindenburg sean marxistas".30
Los viejos ejemplos se vuelven modernos a causa de los actuales verbalistas de la izquierda abstracta en
América Latina.
8. Nacionalismo y socialismo
Por supuesto, la razón estaba de parte de Haya de la Torre. Nada más erróneo que identificar las
nacionalizaciones en un país imperialista con las de un país semicolonial. De este modo, la nacionalización
del petróleo mexicano por Cárdenas tendría el mismo significado de la realizada en la Francia imperialista
en la industria automovilística en 1946. Esta última obedecía al déficit de esa industria, salvado por el
Estado imperialista mediante una generosa indemnización. Pero los propietarios
"nacionalizados" en Francia eran franceses, no extranjeros, y la Francia burguesa nada tenía que temer de
ellos. La nacionalización en México, por el contrario, era un acto defensivo de un país revolucionario ante
los capitales extranjeros".31
"Para hablar concretamente, escribía Mella, liberación nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado, y
será por medio de la revolución obrera".32
Al pasar por alto las tareas de la unidad nacional de América Latina, principal factor para la liberación
latinoamericana del imperialismo, el militante cubano resumía la estrategia revolucionaria en la fórmula
lapidaria de: "revolución obrera".
Precisamente a causa del atraso histórico de nuestros Estados, del estrangulamiento de su desarrollo
industrial por obra de la oligarquía agraria y del imperialismo extranjero, el peso específico de la clase
obrera latinoamericana es mucho menor que el de las clases sociales no proletarias en el interior de cada
Estado.33 La gran mayoría de la población latinoamericana está vinculada al campo y a los sectores de
servicios, burocráticos o de transportes. En este cuadro, la clase obrera no puede resolver por sí misma el
triunfo de la revolución, a menos que establezca una alianza con las restantes clases oprimidas. Debe
asumir en su programa no sólo sus propias reivindicaciones, sino también las aspiraciones democráticas y
nacionales de las clases restantes. Sólo en esta perspectiva, la clase obrera puede encabezar a las
grandes mayorías nacionales en la lucha contra el imperialismo.
Nacionalismo y socialismo no brotaban en América Latina de la cabeza de ningún teórico, sino de la
estructura económica y social misma.
Pero para poder realizar la revolución democrática, nacional y social en América Latina, la historia exigía
que el movimiento fuese conducido en una perspectiva al mismo tiempo nacionalista y socialista. Pero el
nacionalismo no debía ser aristocrático, de una "élite" civil o militar, sino popular y el socialismo debía
abandonar para siempre sus lazos con el cosmopolitismo europeo. Nacionalismo popular y socialismo
criollo, tal era la fórmula. Esto nos lleva directamente al carácter de la revolución latinoamericana.
9. Balcanización y desarrollo combinado
El imperialismo había encontrado en las oligarquías terratenientes y en las burguesías comerciales de
América Latina a sus aliados internos. Había "balcanizado" la nación, había sometido su economía a una
monstruosa deformación unilateral; había roto todos los lazos de interrelación económica dentro de
América Latina y, finalmente, había establecido veinte vasos comunicantes, únicos y separados, de
relación de intercambio con su sistema mundial.
Al mismo tiempo, había profundizado las diferencias de niveles históricos entre el mundo civilizado de
Europa y las sociedades incivilizadas de América Latina. La tendencia decreciente de los precios de las
materias primas de exportación latinoamericana se combinaba con la tendencia creciente de los precios de
artículos manufacturados procedentes del exterior. Este proceso simultáneo bajaba el nivel de vida de
América Latina, amputaba sus posibilidades de capitalización interna, cerraba el camino a una industria
nacional. En otro orden, el imperialismo apoyaba el atraso agrario de América Latina y sólo admitía la
técnica moderna en aquellos productos exportables que la exigían: pampa húmeda de los cereales y
carnes en el Plata, minería boliviana, petróleo, azúcar en Cuba, etc.
La gran industria de propiedad yanqui sería un fenómeno más reciente. Pero no modifica el cuadro. Tiende
al control monopólico del estrecho mercado interno, en perjuicio de la débil industria nacional. Prefiere una
producción limitada con altos precios a la producción en masa a bajos precios. Coexiste con el atraso
agrario, beneficiándose con los menores costos del estancamiento semicolonial.
Todo el resto de la economía latinoamericana no destinada a la exportación quedaba bajo "las manos
muertas" del gamonalismo, los terratenientes, los caciques de aldea, los descendientes de esclavistas y
encomenderos.
De este modo, los "focos de civilización" creados por el imperialismo en ciertas zonas de América Latina se
combinaban con las formas más primitivas de vida: los antropófagos y reducidores de cabezas, la comuna
agraria incaica, el trabajo semi-servil, el campesino o el ilota moderno. De este doble carácter o desarrollo
combinado de la sociedad latinoamericana brotaba la naturaleza de su programa revolucionario. Debía
resolver las tareas incumplidas por las generaciones anteriores, y por todo el proceso moderno de la
civilización: unidad nacional, reparto de tierra a los campesinos, liberación a los indios, etc.
10. El núcleo teórico del aprismo
La tesis central de Haya de la Torre, en la que se advierte el germen de su quiebra ulterior, es la siguiente:
el imperialismo, que es la etapa más elevada del capitalismo en Europa, es la primera etapa del capitalismo
en la América Latina.34
"El imperialismo... implica en todos nuestros países el advenimiento de la era capitalista industrial, bajo
formas características de penetración, trae consigo los fenómenos económicos y sociales que produce el
capitalismo en los países donde aparece originariamente: gran concentración industrial y agrícola, el
monopolio de la producción y circulación de la riqueza, la progresiva destrucción o absorción del pequeño
capital, de la pequeña manufactura, de la pequeña propiedad y del pequeño comercio, y la formación de
una verdadera clase proletaria industrial".35
De este modo, según Haya, el imperialismo cumple en América Latina el papel histórico de la
modernización capitalista típica en los países de Occidente. Para el jefe aprista, se trata de toda una etapa
necesaria, que "no puede pasarse por alto".36 En esta etapa, por consiguiente, la revolución debe crear el
Estado antiimperialista, hasta que la futura evolución social pueda crear las condiciones para la revolución
socialista. Esta división en "etapas" o compartimientos estancos de la revolución burguesa y la revolución
socialista era típica no de Haya de la Torre, que con cierta presunción reclamaba la "originalidad" del
aprismo, sino del menchevismo ruso en 1917 y del stalinismo en la China de 1927.37
La importancia de la teoría de las "etapas" que Haya tomaba en préstamo al menchevismo ruso y al
stalinismo, residía en que si la revolución burguesa era una etapa históricamente necesaria por la escasa
industrialización de América Latina y la consiguiente debilidad del proletariado, el contenido social y político
de esa revolución consistía en desarrollar las fuerzas productivas del capitalismo bajo hegemonía de una
burguesía nacional o de la pequeña burguesía aprista subrogante de aquélla. Por lo demás, nuestro
vernáculo teórico no iría a buscar en las ruinas del Macchu Picchu la inspiración para crear su "Frente de
Trabajadores Manuales e Intelectuales" según definía la estructura del APRA, sino en el Lejano Oriente,
justamente en el partido de la burguesía china, el Kuo-Ming-Tang de Chiang-Kai-Shek.
"En un discurso pronunciado durante la cena conmemorativa de la revolución china en Londres, el 11 de
octubre de 1926, hice hincapié en que "el único Frente Antiimperialista del tipo que tuvo el Kuo-Ming-Tang
al
fundarse, es el APRA". Insisto en el paralelo, a pesar de necesarias distinciones específicas, recordando
que la traducción literal de las tres palabras que dominan el poderoso organismo político chino significan en
nuestra lengua Partido Popular Nacional... El Kuo-Ming-Tang no fue fundado como partido de clase, sino
como un bloque o Frente Unido de obreros, campesinos, clases medias, organizado bajo la forma y
disciplina de partido".38
11. La idealización del imperialismo
La analogía no era accidental. La burguesía nacional china, como todas las clases dominantes, aborrece la
idea misma de la existencia de las clases sociales y del partido de clase. Se consideraba como la
conductora natural de la sociedad china, así como el APRA, expresión pequeño burguesa del Perú,
pretendía asumir idéntica representación. De este modo, el poder de la burguesía nacional china logró
arrastrar bajo sus banderas "nacionales" a las clases medias y campesinas, hasta cierto período decisivo.
Pero las banderas nacionales de la lucha contra el invasor japonés y por la revolución agraria pasaron de
Chiang-Kai-Shek a Mao-Tse-Tung, que asumió en nombre del proletariado los intereses generales de la
nación china. Chiang-Kai-Shek, el alter ego de Haya de la Torre, se transformó en un gendarme
norteamericano en la isla de Formosa.
Conviene detenernos un momento en la idea de que "el imperialismo es la primera etapa del capitalismo"
en América Latina. Haya de la Torre niega categóricamente con esta frase la concepción del imperialismo
expuesta por Lenín en su célebre ensayo. Lo que es peor todavía, si el imperialismo introduce el
capitalismo en América Latina, esto significa claramente que el imperialismo no ejerce el papel
estrangulador que toda la experiencia moderna confirma, sino que en su relación con los países
semicoloniales se revelaría como el principal agente transformador de su atraso. Una fuerza capaz de
introducir en la sociedad semicolonial relaciones capitalistas de producción*(no meramente plataformas
civilizadas ligadas al sistema exportador) se convertiría naturalmente en una fuerza objetivamente
progresiva.
Esta idea central del aprismo se aproximaba extrañamente al aforismo europeo de los tiempos de Kipling
en el que se exaltaba poéticamente el papel civilizador del imperialismo en la zona tórrida. Pero los efectos
del imperialismo son radicalmente diferentes a los esperados por Haya de la Torre.
En América Latina, como en el resto del mundo atrasado, el imperialismo promovió un sistema moderno de
comercialización, comunicaciones, transporte y urbanización exclusivamente en los límites técnicamente
necesarios para exportar el algodón, el café, el petróleo, etc., que requería el mercado mundial. Como no
era económico emplear la llama incaica para transportar algodón, construyó ferrocarriles; pero sus redes no
estaban concebidas para el desarrollo armónico de las fuerzas productivas del Perú, sino para vincular los
centros de producción con los puertos de embarque. Era más práctico comunicarse con los gerentes
petroleros mediante la telegrafía o el teléfono que por medio de chasques indígenas; los empleados
administrativos nativos no eran menos indispensables que ciertas carreteras. Para realizar este tipo de
trabajo se requería mano de obra local: así se proletarizaron ciertos sectores nativos, que serán luego
peones, ferroviarios, electricistas, arrancados del viejo mundo agrario y transformados en agentes
modernos del sistema de servicios indispensables al imperialismo para extraer al resto del país sus
riquezas naturales.
Pero nada de esto significaba capitalismo nacional, en el sentido histórico de la palabra, esto es, la
universalización del salario, la creación de un mercado interno viviente e interrelacionado, la formación de
un capital nacional reproductivo, el equilibrio geográfico de sus líneas de transportes, una circulación
mercantil completa y una dependencia mucho menor del comercio exterior. Haya de la Torre confunde las
plataformas litorales de comercialización (los "focos de civilización de la costa") con un capitalismo capaz
de desarrollar una estructura de producción e intercambio interior en el conjunto de la geografía económica
de la América Latina. Naturalmente, estos "focos de civilización" estimulan el desarrollo de una clase media
urbana; y al mismo tiempo infunden a esa pequeña burguesía todo género de ilusiones sobre esa
"modernización", Haya de la Torre refleja en parte esas ilusiones.39
12. La evolución del aprismo
La crisis de 1930 destruye a la generación de la Reforma, disipa las esperanzas despertadas por el triunfo
del radicalismo en la Argentina, presencia la caída de la República Socialista de Chile, Sánchez Cerro
atrapa el poder en el Perú, la reacción nazi triunfa en Europa y el stalinismo en la Unión Soviética. El
aprismo evoluciona hacia una conciliación con el imperialismo. Al estallar la guerra de 1939 Haya de la
Torre expresa teórica y políticamente su capitulación. El mismo autor que
había afirmado que "el imperialismo -primera etapa del capitalismo en Indoamérica- aporta el sistema
económico transformador de un régimen feudal-comercial agropecuario y minero en otro ya tecnificado, de
dirección industrialista",40 diría de Roosevelt que "la política del Buen Vecino...es el paso más extraordinario
que haya dado un gobernante de los Estados Unidos en favor de las relaciones interamericanas desde la
Doctrina Monroe".41
Como se ve, las conclusiones políticas del aprismo, llegado el momento, fluían naturalmente de sus
enunciaciones teóricas.
El estallido de la segunda guerra imperialista permitió a Haya de la Torre y al aprismo completar el proceso
y desembarazarse de todo su bolivarismo, su indoamericanismo y su antiimperialismo. Se recordará que
los socialistas y los stalinistas de América Latina, salvo pocas excepciones honrosas, hicieron lo mismo:
apoyar a uno de los dos bandos. Enjuiciando el carácter de la guerra, decía Haya de la Torre que "desde el
punto de vista del imperialismo, no es, como la del 14, típica colisión de imperios económicos, de
rivalidades puramente mercantiles ¿Podemos ser neutrales? Como esta guerra no es sólo económica sino
política y racial, la victoria del nazismo implica la derrota de todo lo que es para nosotros vida civilizada y
libertad".42
¿Se refería quizás a los millones de indios peruanos, enterrados en las comunidades o esclavizados como
siervos en los grandes latifundios? El aprismo declinaba como movimiento antiimperialista: "El
interamericanismo democrático sin imperio será la meta jurídica del Nuevo Mundo".43
Ahora comenzaría la etapa del aprismo como movimiento anticomunista:
"El capital está enfermo, pero el remedio comunista resulta peor que la enfermedad, y está muy lejos de
garantizar al mundo un ordenamiento económico-social salvador y constructivo".44
Finalmente, terminaría como intérprete de los terratenientes amenazados por la revolución agraria en el
Perú:
¿Se puede seguir llamando abigeos a personas que matan a diestra y siniestra a sus semejantes, en este
caso policías? ¡Se reclama una mayor acción del gobierno!".45
Haya de la Torre, en fin, reclamaría la paternidad de la doctrina de "la intervención colectiva" de Rodríguez
Larreta, ya anticipada en el Plan Aprista de 1941. La catástrofe era total.46
El profeta de la unidad latinoamericana de 1924 se había transformado en el jefe de un partido peruano
comprometido con la oligarquía. Haya de la Torre renunciaba a la lucha contra el imperialismo para
sustituirla por los prodigios del "desarrollo económico".
Pese a todo, el influjo de una poderosa visión criolla de la realidad peruana había sido tan profundo en el
aprismo fundado por Haya de la Torre, que a pesar de sus vacilaciones y extravíos demostró que su gran
tradición primigenia no había muerto con el triunfo y gobierno de Alan García en 1985. Su desafío a la
Banca mundial y su invocación a la unidad latinoamericana no solamente recreaba la jornada inicial del
aprismo de los años 20 sino que continuaba la revolución militar frustrada del General Velasco Alvarado.
Ya no libertarían aquel soberbio Perú los hermanos rebeldes del Inca Garcilaso de la Vega sino los
sonrosados y bien nutridos burócratas de la C.E.P.A.L., con sus estadísticas, sus cocktails y sus
secretarias. La unidad latinoamericana propuesta por Bolívar en la época de los terratenientes criollos
fracasará una vez más en la época de la pequeña burguesía universitaria cuya más notable y trágica
expresión había sido Víctor Raúl Haya de la Torre. La crisis mundial de 1930 incubará otros movimientos
nacionales en América Latina, en otro nivel y con otras perspectivas.
13. Ejército y pequeña burguesía después de 1930
En 1930 se inaugura una época de profundas transformaciones sociales en América Latina. Por segunda
vez, aunque de manera más acusada, los Estados latinoamericanos, como el resto del mundo semicolonial,
veían quebrantadas sus vinculaciones tradicionales con los centros del poder imperial, desarticulados por la
crisis. La bancarrota se desplaza del centro a la periferia; pero es en las colonias donde las consecuencias
serán más graves.
La inelasticidad de la producción agraria y por el contrario, la mayor facilidad de reducción productiva
propia de la economía industrial, atenúa en las metrópolis la fuerza de la crisis; pero la vuelve devastadora
en las colonias y semicolonias. Los ciclos agrícolas no pueden detenerse a designios: el hundimiento de los
precios afecta gravemente una relación de intercambio fundada en casi medio siglo de evolución pacífica.
Las oligarquías exportadoras se revuelven furiosamente contra el destino.
Los presupuestos fiscales que dependen de los ingresos derivados del comercio exterior se desploman.
Aterrados, la pequeña burguesía vinculada al aparato del Estado, los estudiantes con el porvenir
amenazado, los profesionales liberales, los maestros, los pequeños comerciantes o artesanos, y sobre todo
los campesinos, que están en la base de la pirámide, asisten al descenso brusco de su nivel de vida. La
eterna fronda militar se agita en una serie de golpes cíclicos, en búsqueda de los culpables visibles de la
crisis.
Yrigoyen cae en la Argentina, Washington Luis en Brasil, Siles en Bolivia, Ayora en Ecuador, Arosemena
en Panamá, Ibáñez en Chile, Leguía en el Perú. Las múltiples particularidades de la historia doméstica en
dichos Estados promovía cada episodio: su factor general desencadenante es la crisis mundial y la ruina de
las economías monocultoras.
De esta crisis saldrán en los próximos quince años los movimientos nacionales y populares en América
Latina más significativos de la nueva época, galvanizados unos por la segunda crisis mundial de la Guerra
que comienza en 1939; otros, por la sangrienta guerra interimperialista del Chaco, donde Bolivia y
Paraguay son instrumentadas por la Standard Oil y la Royal Dutch en la lucha por el petróleo. De la
generación militar y civil de la guerra del Chaco emergerá el Movimiento Nacionalista Revolucionario de
Bolivia.
14. Bolivia: en marcha y sin rumbo
Hacia 1930 la pequeña burguesía altoperuana examinaba perpleja todas las promesas y mesías. Escribe
Augusto Céspedes, el intelectual más representativo y agudo de la época:
"Los estudiantes de Bolivia, nación mediterránea, de nieves y selvas inaccesibles donde las nuevas ideas
escalaban difícilmente, alimentaban inquietudes vagas, despertadas por ciertas brisas continentales como
la reforma universitaria de Córdoba y la Unión Latinoamericana, cuya romántica potencialidad se perdía, en
el primer caso, con la incipiencia de la universidad y en el segundo, bajo los muros de la clausura en que
mantenían a Bolívar sus propios hermanos del continente. Algunas librerías poseían folletos de los
conductores de la revolución bolchevique: Lenín, Trotsky, Bujarin, Kamenev, Lunatcharsky, que
hojeábamos en desorden. Más nos atraían la fraseología del APRA y los relámpagos de la revolución
mejicana. Leíamos los discursos de Obregón y de Calles y la
lírica premonitoria de la «Raza Cósmica», que se escuchaba entre los disparos de fusil de la reforma
mejicana"47.
El estudiantado universitario de Bolivia ya había sufrido, años antes de la guerra del Chaco, su propia
experiencia con los redentoristas sudamericanos de fosforecente retórica. No por simple accidente el
Congreso Universitario de 1928, reunido en Cochabamba, estableció los planes para la autonomía
universitaria, lanzando al mismo tiempo una gran campaña política contra el Presidente Siles, que había
intentado, Justamente!, destruir la maquinaria política de la vieja oligarquía liberal. Como en la Argentina, la
Reforma Universitaria se colocaba al servicio de la Rosca imperialista. El abanderado de la Autonomía
Universitaria, Daniel Sánchez Bustamante, expresión de los intelectuales "democráticos" y de la masonería,
sería designado por los estudiantes "Maestro de la juventud boliviana". Este Maestro también administraba
su elocuencia como abogado de la Bolivian Railway. ¡Uno más!
15. Revolución en el Altiplano
El Movimiento Nacionalista Revolucionario heredaba la tradición trunca del gobierno del coronel Busch, un
joven oficial de 35 años que al asumir la dictadura no había vacilado en dictar un decreto ordenando a la
gran minería la devolución de las divisas obtenidas por la venta internacional de los minerales. Agobiado
por la presión "rosquera" y en la más completa soledad, Busch se suicidó en 1939. Pero su valerosa actitud
sirvió de bandera a los jóvenes oficiales y civiles que fundaron poco después el Movimiento Nacionalista
Revolucionario.
Bolivia era hacia 1942 una factoría exportadora de estaño, azotada por tres propietarios rapaces que
lograron interesar a la literatura: Simón Patino, Mauricio Hochschild y Carlos Víctor Aramayo, vinculados a
los monopolios internacionales de minerales.48 Cincuenta mil mineros recluidos en las montañas producían
el valor de todas las exportaciones de Bolivia que alimentaban su escuálido aparato estatal. Tres millones
de indios campesinos, en su mayor parte de lengua quechua y aymará, permanecían al margen de la
economía monetaria. Víctimas del gamonalismo terrateniente, recluidos en el autoconsumo, anestesiados
con coca, vivían sometidos a la institución del "pongo", prestación obligatoria de servicio gratuito.
Los pueblos de alimentación escasa y monótona consumen habitualmente estimulantes. Alfredo Ramos
Espinoza en su libro La alimentación en
México dice refiriéndose a los indios mexicanos: "Tienen que vencer su inapetencia cauterizándose la boca
y el estómago con pimienta, para producir una secreción refleja de saliva, que pueda simular la provocada
por el buen apetito".
En Perú se consumía desde los Incas el ají, como en el Alto Perú el locoto, arabiri y comerruchu. Los
pueblos bien alimentados no conocen este tipo de estimulantes. En América Latina y la India, por el
contrario, el consumo de "chile", salsa "curry" o nuez betel es muy considerable. El consumo de coca en la
sociedad incaica estaba controlado por el Estado, pero su propio uso indicaba las dificultades de alimentar
a la población del Incario en virtud del bajo nivel productivo. Considerado una especie de sustituto de la
alimentación, su efecto más importante es mitigar el hambre y la sed; su consumo está ligado
históricamente a la improductividad de los Incas, a la superexplotación colonial española y a la barbarie de
la era independiente. El consumo de coca contribuye a explicar los índices de desnutrición en el Perú y el
Altiplano49 Una reducida clase de apáticos terratenientes y doctores altoperuanos ligeros de lengua
gobernaba la política lugareña, en sociedad con un puñado de generales ineptos, borrachos y venales.
Todos ellos se inclinaban ante los dictados del poder que los bolivianos llamaron el "Superestado" minero.
Minería, terratenientes y burguesía comercial importadora constituían la Rosca que ahogaba desde los
tiempos de la conquista española a las masas populares del Altiplano. Tal era la debilidad intrínseca del
Estado, que se licitaban los impuestos. En los documentos de identidad figuraba la raza. Los ministros se
nombraban en la gerencia de la Patino Mines.
La hija predilecta del Libertador, aquella república fundada por Sucre, que había perdido todas las fuerzas,
sin salida al mar, raquítica y miserable, vejada y saqueada por españoles, criollos, norteamericanos e
ingleses durante cinco siglos, era una demostración viva del horrendo drama de América Latina. La
pequeña burguesía empobrecida, con nombres ilustres en la historia del Altiplano, esos hijos de
presidentes, generales, escritores, diputados y profesores, vivía hambrienta y rabiosa. ¡Había sido burlada
tantas veces! Los oficiales jóvenes, sobrevivientes heroicos de esa gran náusea político-militar que fue la
guerra del Chaco, también estaban hartos: la venalidad de las clases dirigentes no tenía secretos para
ellos.
La alianza entre militares y nacionalistas se realizó con el golpe de Estado del 20 de diciembre de 1943, en
plena guerra imperialista. Fueron inmediatamente acusados de "nazis". La propia izquierda boliviana no era
menos cipaya y extranjerizante que en el resto de América Latina.
16. Los pillos de la "democracia"
La pequeña burguesía civil y la pequeña burguesía militar formada en la experiencia sangrienta y
vergonzosa de la guerra del Chaco se había vuelto nacionalista. Su jefe era el mayor Gualberto Villarroel.
Sus grandes crímenes fueron organizar por primera vez en la historia de Bolivia una Federación de
Trabajadores Mineros y convocar un Congreso campesino, lo que no ocurría desde los tiempos de Belzú.
Habían elegido el camino correcto, pero el poder conjunto de la Rosca y de la prensa imperialista los
doblegó y anonadó.
Al no atreverse a nacionalizar las minas y a entregar la tierra a los campesinos, el gobierno de Villarroel no
supo dónde encontrar aliados. El imperialismo yanqui y los insignificantes partidos oligárquicos lograron
arrastrar a la pequeña burguesía paceña, la más impresionable y regionalista de Bolivia, sometida siempre
al terrorismo psicológico de los abogados liberales. La conspiración estalló el 21 de julio de 1946. Derribó a
Villarroel, lo colgó de un farol de la Plaza Murillo y reinstaló en el Palacio Quemado a los propietarios de
minas.
Dentro de Bolivia, participaron en el motín los jeeps de la embajada yanqui, y también los liberales, los
universitarios a la busca de nuevos "Maestros de la Juventud", los stalinistas del P.I.R., algunos
seudotrotskistas del P.O.R., la izquierda, el centro y la derecha. ¡Desdichada América Latina, siempre
mezclados los tontos con los pillos! De inmediato, incorporándose en su aterciopelado refugio de la Isla
Negra, Pablo Neruda abandonó un momento su habitual dipsomanía y dijo por teléfono a José Antonio
Arze, jefe stalinista del P.I.R: "Esto ha sido gloriosamente español".
El sátrapa minero Mauricio Hochschild declaró: "Yo pronostiqué que Villarroel caería pronto".
El Partido Comunista de la Argentina enviaba un cable firmado por el burócrata Vittorio Codovilla felicitando
roncamente a los miembros de la nueva Junta de Gobierno. Toda la prensa norteamericana y sus ecos
latinoamericanos aplaudían la "revolución" del 21 de julio.50 En la URSS, la Armada de Leningrado y los
cañones de Moscú disparaban 101 cañonazos en homenaje a la revolución de La Paz. El dirigente del
APRA peruano, Manuel Seoane, declaraba en Lima:"Pocas veces, sin duda, Indoamérica ha podido
contemplar una página tan brillante de heroísmo cívico"
La hinchada araña de Simón Patino sonrió con bondad y envió una donación de 20.000 dólares para "los
mártires de la libertad".51 Todo estaba en orden.
17. El nacionalismo toma el poder
Desde 1946 hasta 1952, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, en cuyas filas militaban la mayoría de
los dirigentes mineros de Bolivia, extendió su influencia sobre las grandes masas populares del país. Los
más repugnantes representantes del viejo orden y del antiguo generalato, asesinos de mineros, se turnaron
en el poder. Monje Gutiérrez, Hertzog y Urriolagoitía cubren el período de reiteradas sublevaciones del
M.N.R. seguidas de represalias sangrientas.
El 9 de abril de 1952 el M.N.R. inicia una nueva revolución, combate en las calles de La Paz con el Ejército
oligárquico, lo vence, desarma y disuelve. Víctor Paz Estensoro llega al poder. Dos decretos fundamentales
definen el nuevo régimen: nacionalización de las minas y reforma agraria. Se entrega la tierra a los
campesinos al mismo tiempo que se constituyen las milicias obreras y campesinas. Siglos de heroísmo han
formado en el boliviano una frecuentación impasible de la muerte; el dominio oligárquico ha consolidado
esa psicología del arrojo, proporcional al conformismo y encanallamiento de las viejas clases dominantes.
Nunca pudo olvidarse el aforismo del Presidente rosquero general Blanco Galindo en 1930: "Somos país
pobre y debemos vivir pobremente".52
Tierra impregnada de dolor, de sangre y esperanza, Bolivia parecía haber dado algunos pasos de gigante
hacia la civilización. Doce años después, el régimen nacionalista agonizaba. ¿Qué había ocurrido? El
M.N.R. gobernaba en un país donde la miseria general era tan enorme que en Bolivia no existía burguesía
nacional. El imperialismo había proletarizado directamente a cincuenta mil indios, trasformándolos en
mineros, aislados en sus grises ciudades de la montaña. Excepción hecha de una agricultura en los valles
de Cochabamba y un desarrollo agrícola especial en la zona subtropical de Santa Cruz de la Sierra, el país
vivía de la exportación de minerales, aun después de la Revolución.
El M.N.R. en el poder había generado enormes avances. La revolución no sólo había dado la tierra a los
indios, trocándolos en campesinos productores, sino que al cultivarse predios tradicionalmente
abandonados se estaba modificando el clima de ciertas regiones (Provincia de Pillapi). La transformación
del régimen alimenticio, por añadidura, alteraba la talla
media del hijo del país. El boliviano tendía a crecer; su estatura era mayor, no sólo históricamente sino
también físicamente. ¡Parecía concluir la "dieta alimenticia" de coca! Tales eran los títulos que podían
invocar los creadores de esa Revolución.
Pero al mismo tiempo, el M.N.R. se encontró prisionero en los marcos del "Estado Nacional". Los propios
teóricos del M.N.R. tenían predilección por disertar sobre la "Nación boliviana".
18. ¿La "Nación" boliviana?
El Alto Perú había nacido de la desintegración del viejo Virreynato y de la política antinacional de los
porteños; había perdido luego, en la guerra del Pacífico, sus puertos marítimos; finalmente perdió las tierras
petrolíferas del Chaco. Y cuanto más territorio perdía y cuanto más absurdas resultaban las especulaciones
bolivianas sobre su destino insular, más se escribía sobre la "Nación Boliviana"53 . ¡Y se trataba justamente
del fragmento de la Patria Grande que más razones tenía para buscar en la Confederación con Perú y en la
lucha por la Confederación Latinoamericana el marco genuino de su liberación!
La revolución boliviana se confinó voluntariamente en sus fronteras. La elaboración de la teoría de la
"Revolución Nacional" suponía volver las espaldas a la inmediata correlación del Alto Perú con el Bajo
Perú. Los campesinos del otro lado del lago Titicaca preguntaban en 1952 a sus vecinos "si las leyes
agrarias bolivianas también servían para el Perú", La conmoción que causó en el Perú la revolución
boliviana se atenuó enseguida por la estrechez de los dirigentes, que volvieron sus espaldas a lo único que
podía otorgar un fundamento serlo a la pretensión boliviana de una salida al mar: la recreación de la
Confederación Andina a través de la revolución peruana.
Hubiera sido absolutamente legítimo e históricamente necesario proyectar la revolución boliviana al otro
lado del Titicaca para emprender una verdadera guerra revolucionaria en aquel Perú cuya historia,
estructura social, lenguas, razas indígenas y analogía de condición social con los campesinos bolivianos lo
había preparado para el gran día. Pero la "balcanización" se había instalado también en la cabeza del
nacionalismo boliviano. Limitada a las fronteras artificiales, la revolución de Bolívar no podría garantizar ni
siquiera su propia estabilidad. De este modo, y a pesar de sus grandes conquistas interiores, la revolución
boliviana resultó
finalmente derrotada y la revolución peruana postergada. No se atrevieron a librar un nuevo Ayacucho.
19. Importancia y peligros de la distribución de tierra
Por otra parte, la entrega de tierras al campesinado boliviano creó una clase de pequeños propietarios
capitalistas, naturalmente de bajo nivel productivo y técnico, de ínfima capitalización, pero capitalistas al fin.
Este hecho era, por un lado, de inmensa progresividad histórica; por el otro, la Revolución boliviana
establecía un orden social conservador en el campo y una fuente de inmensos peligros. Para conjurarlo, la
revolución agraria debía ser acompañada de una política de industrialización y de control político de toda la
economía boliviana, con la anticipación democrática de todos los trabajadores en el manejo de esa
planificación.
De otro modo, el campesinado podía en el día de mañana estrangular la revolución. No era nada imposible
que se convirtiera en la base pasiva de una dictadura militar capaz de garantizarle la posesión de sus
tierras a cambio de la recolonización del resto del país.
La revolución agraria burguesa sólo debía ser el primer paso para conquistar por ella el apoyo de los
campesinos, crear un mercado interno para la industria y utilizar las viejas comunidades agrarias como
formas de transición hacia una socialización de la agricultura en un alto nivel técnico54.
20. Balance del derrocamiento de Paz Estensoro
La pobreza heredada, el aislamiento, la tentativa de permanecer lejos de "Washington, Moscú o Buenos
Aires", según las palabras del Presidente Siles Suazo, el bloqueo mundial del imperialismo, que manejaba
los precios de los minerales, se combinaron con la resistencia del gobierno nacionalista a romper
audazmente dicho bloqueo y construir por sí mismos o con ayuda checa, o rusa, las fundiciones de estaño
propias55 . Hay que añadir la ingenua tentativa de favorecer la formación de una "burguesía nacional" que la
historia había rehusado conceder a Bolivia. Así se llegó a proteger un nuevo tipo de sátrapas, que
llamaremos "burgueses compradores" y que disponían de los 80 ó 90 millones de dólares de las
exportaciones anuales para inundar a la Bolivia de los nuevos ricos con automóviles de último modelo,
artículos suntuarios y productos que Bolivia hubiera estado en fáciles condiciones de fabricar
inmediatamente56 .
Mientras la revolución presentaba una soberbia fachada de realizaciones con los grandes decretos
mencionados, la estructura interior del Estado permanecía intacta. Las milicias obreras y campesinas
custodiaban las viejas armas arrebatadas a las tropas en 1952, pero el gobierno nacionalista procedía a
reconstruir el esquema del antiguo ejército bajo formas nuevas, aprovisionado por los Estados Unidos, que
se erige en el benévolo protector de la revolución boliviana. El imperialismo advirtió las vacilaciones del
M.N.R. y parecía decir como en el refrán criollo:"No te has de morir, te irás secando de a poco".
En resumen, el M.N.R. no quebró el viejo Estado ni estableció una planificación general de todos los
recursos del país en esa perspectiva. La igualdad en el sacrificio fue ignorada; y los sectores mineros
abandonados a sí mismos se orientaron hacia una política puramente salarial.
Confiada a los propios mineros, empleados y técnicos, por el contrario, la administración de las minas en
un sistema de cogestión, habría disminuido los riesgos del despotismo burocrático y del funcionario estatal
omnisciente. Poseer las minas sin la fundición y controlar la fundición sin la comercialización, era inútil.
Pero abordar la refinación e intermediación de los minerales en los mercados mundiales significaba romper
con los Estados Unidos y establecer canales nuevos con el Tercer Mundo y los Estados Socialistas.
La caída de Paz Estensoro fue el resultado directo de la descomposición del régimen nacionalista y la
prueba negativa de que el nacionalismo popular debe asumir un carácter revolucionario y latinoamericano o
será aislado y aniquilado.
NOTAS
1 Andrés Molina Enríquez. Los grandes problemas nacionales, 1909, cit. por José E. Iturriaga, La Estructura social y
cultural de México, p. 106, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1951, México.
2 Jesús Silva Herzog, Breve historia de la revolución mexicana, p. 22, Tomo I, Ed. Fondo de Cultura Económica,
México, 1960.
3 M. S. Alperovich y B. T. Rudenko, La Revolución Mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos, p. 33,
Ed. Fondo de Cultura Popular, México, 1960.
4 Silva Herzog, ob. cit. p. 14.
5 Alperovich y Rudenko, ob. cit., p. 32.
6 Silva Herzog, ob. cit, p. 16.
7 Era una broma corriente, cuando alguien preguntaba si Terrazas era del Estado de Chihuahua, responder: "No, el
Estado de Chihuahua es de Terrazas".
8 Silva Herzog, ob. cit., p. 20.
9 El jornal de un peón al estallar la Revolución mexicana era de 18 a 25 centavos por día (el peso mexicano equivalía
a 1 dólar). El peón recibía un salario igual al de sus antepasados de 1792. Pero el costo de los artículos
fundamentales {arroz, maíz, trigo y frijol) se había duplicado en un siglo.
10 V. México Insurgente, De John Reed, Buenos Aires.
11 Luis Enrique Erro, Los pies descalzos, cit. en Silva Herzog, ob. cit. p. 30.
12 Dice Marx en El Capital: _"En algunos países, sobre todo en México.... la esclavitud aparece disfrazada bajo la
forma de peonaje. Mediante anticipos que han de rescatarse trabajando y que se transmiten de generación en
generación, el peón, y no sólo él, sino también su familia, pasa a ser, de hecho, propiedad de otras personas y de sus
familias", Tomo I, P. 122, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
13 En 1810, Morelos firmaba un documento en el que se declaraba que a partir de ese momento ya no se llamaría a
los hijos del país "Yndios, Mulatos, ni castas, sino todos generalmente Americanos. Nadie pagará tributo, ni habrá
esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan, sus amos serán castigados. No hay cajas de Comunidad, y los
Yndios percibirán la renta de sus tierras como suyas propias en lo que son las tierras, Todo Americano que deva
qualquiera cantidad a los Europeos no está obligado a pagársela; pero si al contrario deve el Europeo, pagará con
todo rigor lo que deva al Americano", en Alfonso Teja Zabre, Morelos. p. 144, Ed. Espasa-Calpe Argentina, Buenos
Aires, 1946.
14 La evolución de Porfirio Díaz, desde sus iniciales épocas de enfrentamiento con los Estados Unidos hasta su
desconfiada amistad con los peligrosos vecinos está detalladamente narrada por Daniel Cosío Villegas en Estados
Unidos contra Porfirio Díaz, México.
15 V. Aperovich y Rudenko, ob. cit., p. 64.
16 Carlos Fuentes: Tiempo mexicano, p. 61, Ed. Cuadernos de Joaquín Martiz, México, 1980.
17 Las grandes fortunas acumuladas por criollos, civiles o eclesiásticas, no pueden ser clasificadas como "capital
nacional" en el sentido reproductivo y dinámico de la expresión. Su reinversión revestía un carácter suntuario, usurario
y litúrgico, que se agotaba en sí mismo. Véase el ejemplo de Ouro Preto en Brasil, de Potosí en Bolivia o de Lima en
Perú. Ni la plata del Potosí, ni el oro de Ouro Preto impulsaron a extraer mineral de hierro y construir una siderurgia.
Pero las tres espléndidas ciudades quedaron como museos de un auge desaparecido.
18 Cfr. Charles A. Beard, Una interpretación económica de la Constitución de los Estados Unidos, p. 100, Ed. Arayú,
1953, Buenos Aires.
19 Gilberto Amado, cit., por Paulo R. Schilling, ob. cit, p. 85.
20 La palabra "nacional" es empleada aquí en un forzoso sentido práctico y provisional. Sólo lo latinoamericano es
"nacional" y si llamamos "nacionales" a los movimientos populares y revolucionarlos de Bolivia, Perú, Argentina, etc.,
es exclusivamente para indicar la participación de clases diferentes en su seno. Estos movimientos son realmente
"estaduales" y por lo demás sólo podrán alcanzar sus objetivos de liberación en el marco de la Confederación
Latinoamericana.
21V. estudio detallado del radicalismo de Yrigoyen en Ramos, Del Patriciado a la oligarquía (1862-1904) y La Bella
Época (1904-1922), Ed. del Mar Dulce, Buenos Aires, 1982.
22 La influencia del pensamiento de Manuel Ugarte sobre Haya de la Torre y el aprismo ha sido expresamente
reconocida por éste. V. Víctor Raúl Haya de la Torre, Treinta años de aprismo, p. 45, Ed. Fondo de Cultura
Económica, México. 1956.
23 Ibíd, p. 15.
24Nos referimos a las grandes líneas del desenvolvimiento latinoamericano, a la tendencia general, sin perder de vista
que América Latina es una especie de Frankestein histórico-social, cada uno de cuyos pedazos ha pretendido un
desarrollo propio y arrastra consigo una monstruosidad particular. La ley del
desarrollo combinado permitía observar en Perú exposiciones sutiles del arte moderno, el uso del avión o industrias
complejas mientras a 500 kilómetros de la costa peruana la historia descendía bruscamente un milenio o más hasta la
comunidad primitiva, la tribu selvática y la edad de bronce.
25 Julio Antonio Mella, Ensayos revolucionarios, Ed. Popular de Cuba y del Caribe, La Habana, 1960.
26 Víctor Raúl Haya de la Torre, El Antiimperialismo y el APRA, Ed. Ercilla, Santiago de Chile, 1936.
27 Mella, ob. cit, p. 7. 2sIbíd, p. 13.
29 León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Tomo II, p. 389, Ed. Tilcara, Buenos Aires, 1962. "Mella, ob. cit, p.
13.
31 "El México semi-colonial lucha por su independencia nacional, política y económica. Tal es, en el estado "actual", el
contenido fundamental de la revolución mexicana. Los magnates del petróleo no son capitalistas de filas, simples
burgueses. Poseen las más importantes riquezas naturales de un país extranjero, se apoyan sobre sus millares de
millones y sobre el sostén militar y diplomático de sus metrópolis y se esfuerzan por establecer en el país sojuzgado
un régimen de feudalismo imperialista, procurando subordinarse la legislación, la justicia y la administración. En estas
condiciones, la expropiación es el único medio serio de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones
elementales de la democracia": León Trotsky, en Por los Estados Socialistas de América Latina, p. 21, Ed. Coyoacán,
Buenos Aires, 1961.
32 Mella, ob. cit. p. 24.
33 Estas observaciones, válidas para la situación latinoamericana de 1930 no han perdido su fuerza en 1985, cuando
el desarrollo industrial de América Latina ha dejado inalterado el diagnóstico anterior en virtud del vertiginoso
crecimiento demográfico de la población, sobre todo en el sector agrario. Es importante puntualizar, sin embargo, que
en la Argentina, Chile y Uruguay, por ejemplo, el eje de la revolución no se encuentra en el campo, sino en las
ciudades. Para referirnos tan sólo al área del Plata, toda la pampa húmeda es típicamente capitalista y los
"campesinos" son aliados inestables pero aliados al fin del orden oligárquico "moderno". Sólo se movilizan por los
precios "sostén" que fija el gobierno o por el tipo de cambio con el dólar, cuando les resulta desfavorable.
34 Haya de la Torre, ob. cit, p. 63. "Nosotros no somos un pueblo industrial; consiguientemente la clase proletaria del
naciente industrialismo es joven... Un niño vive, un niño siente dolor, un niño protesta contra el dolor; sin embargo, un
niño no está capacitado para dirigirse por sí mismo", Treinta años de aprismo, p. 126. Tal es el concepto paternal de
Haya con respecto al proletariado latinoamericano.
35 Haya de la Torre, ob. cit, p. 23.
36 Ibíd., p. 24. También en El Antiimperialismo y el Apra, el mismo autor dice: "Para nuestros pueblos el capital
inmigrado o importado, plantea la etapa inicial de su edad capitalista moderna. No se repite en Indoamérica, paso a
paso, la historia económica y social de Europa. En estos países la primera forma del capitalismo moderno es la del
capital extranjero imperialista" (p.51). Haya de la Torre refuerza y aclara su pensamiento con esta frase de C. K.
Hobson: "Comparadas con las de otros países, las inversiones británicas han actuado como pioneros en el
descubrimiento y apertura de nuevos campos de desarrollo". Es evidente el franco carácter apologético del papel
jugado por el imperialismo en América Latina y el desconocimiento por el jefe aprista de la verdadera naturaleza del
capital financiero.
37 V. Lenín y Trotsky, ob. cit.
38 Haya de la Torre, El antiimperialismo y el Apra, p. 68.
39 Esa corriente de inversiones imperialistas no sólo crea en la primera etapa de expansión agraria o minera una
clase media, sino también un proletariado, como dice Haya. Lo que este autor olvida mencionar, es que ese
proletariado forma parte de la "aristocracia del trabajo" del país dado y que los obreros y empleados de las empresas
de capital extranjero son la fuente del "amarillismo político" y del conformismo más completos. El desarrollismo, los
cepalianos y los teóricos de la inversión extranjera como fórmula mágica del "despegue" son discípulos directos de
Haya de la Torre. Por su parte, el
stalinismo y los izquierdistas abstractos de América Latina desconocen, como es previsible, las obras de Haya de la
Torre; prefieren practicar ese "perpetuum mobile" que Goethe definía así: "No hay nada más horroroso que la
ignorancia activa."
40 Haya de la Torre, Treinta años de aprismo, p. 150.
41 La defensa continental, p. 134, Ed. Américalee, Buenos Aires. 1940.
42 Ibíd., p. 87.
43 Haya de la Torre, La defensa continental p. 156.
44 Ibíd., Treinta años de aprismo'; p. 183.
45 Palabras del diputado aprista peruano Nicanor Mujica en 1965, a raíz de la iniciación de las guerrillas dirigidas por
el ex-dirigente aprista Luis de la Puente Uceda. Cit. por Américo Pumaruna, Perú: revolución: insurrección: guerrillas,
p. 73, en la revista Ruedo Ibérico, No. 6, abril-mayo de 1966, París.
46 Haya de la Torre, Treinta años de aprismo, p. 244. Se recordará que esta Doctrina del famoso cipayo uruguayo
predicaba la intervención militar contra la Argentina, a causa de Perón.
47 Céspedes, ob. cit., p. 82.
48 V. Augusto Céspedes, Metal del diablo (biografía de Patino) Hochschild murió en París en 1956. El célebre ladrón
dejó una herencia de 1.000 millones de dólares.
49 V. Carlos Malpica, Crónica del hambre en el Perú, p. 39, Ed. Francisco Moncloa, Lima, 1966.
50 El autor de este libro calificó el golpe del 21 de julio de 1946 como "una revolución del dólar en Bolivia": tal fue el
título de un artículo que escribí en la revista Octubre, Nro. 4, enero-febrero de 1947, Buenos Aires, naturalmente con
gran escándalo del cotorreo cipayo, tan antivillarroelista como antiperonista. ^
51V. Céspedes, El Presidente colgado, p. 256 y ss. En los días anteriores a su caída. Villarroel había ordenado la
importación de 80 tractores procedentes de Canadá para las principales comunidades indígenas de Bolivia. El nuevo
gobierno oligárquico canceló la orden. V. Faustino Reinaga, Tierra y Libertad, p. 32. Ed. Rumbo Sindical, La Paz,
1952.
52 Céspedes: El dictador suicida, p. 114.
53 Rene Zavaleta Mercado fue el nuevo predicador de este localismo: "Es posible que en un sentido científico estricto
se pueda aceptar la idea de una nación chiriguana, y, como se ve, tampoco es falso hablar de una nación
latinoamericana". V. El desarrollo de la conciencia nacional, p. 168, Ed. Diálogo, Montevideo, 1967.
En busca de más cantidad de "sentido científico", Zavaleta. Mercado, que fuera Ministro del MNR, abandonó el
nacionalismo boliviano, que se encontraba a su juicio moribundo y se afilió al Partido Comunista, que estaba
completamente muerto.
54 Alfredo Sanjines, La reforma agraria en Bolivia, Capítulo Una entrevista con León Trotsky, p. 21, 2a. ed., La Paz,
1945.
55 La idea de ciertos revolucionarios latinoamericanos de que la revolución no puede hacerse sin ayuda rusa se ha
convertido en una verdadera manía. Consideremos en primer término que la revolución rusa triunfó sin ayuda de
nadie y con la oposición armada del imperialismo en 14 frentes de guerra. En segundo lugar, la revolución china logró
la victoria a pesar de la ayuda que los rusos le brindaron en algún momento, sí la ayuda hubiese sido mayor, Mao
habría debido rendirse a las exigencias de Stalin, que deseaba un acuerdo con Chiang-Kai-Shek. Los chinos en ese
caso jamás habrían conquistado el poder. En cuanto a Bolivia, el gobierno nacionalista ni fue capaz de aceptar la
ayuda checoeslovaca para construir los hornos de fundición necesarios para emanciparse de los monopolistas angloyanquis, por ceder a la presión norteamericana, ni tampoco se demostró con energía suficiente para construirlos con
su propio esfuerzo. Solamente habría sido necesario prohibir la importación de automóviles último
modelo y artículos suntuarios durante un año para construir esas refinerías. Era exactamente un criterio de prioridad
nacional impuesto por todo el poder concentrado del Estado lo que hacia falta.
Cien años antes, los paraguayos de Carlos Antonio López construyeron solos el primer ferrocarril de América del Sur
y las primeras líneas telegráficas, así como los primeros hornos de fundición de hierro del continente criollo. En plena
guerra contra la infame Triple Alianza argentino-brasileño-oriental, los soldados de Solano López editaban en la selva
el periódico semanal El Centinela, impreso sobre papel fabricado por artesanos paraguayos con cortezas de árbol
extraídas de esa misma selva arrasada por la metralla mitrista. Ese papel era excelente y se conserva perfectamente
legible la impresión de hace un siglo. Se encuentra en el Archivo Nacional de Asunción.
Los paraguayos no estaban esperando a checos ni rusos, querían hacerlo y lo hicieron porque no pensaban en ningún
seguro para la vejez. En Bolivia, como en América Latina, no escasean los ingenieros competentes. Lo que faltan son
revolucionarios que en el poder sigan siéndolo. Ver costos de refinerías y maniobras desvalorizadoras de los
refinadores extranjeros en Ñuflo Chávez Ortiz, Cinco ensayos y un anhelo, p. 252, La Paz, 1963.
56 Actualmente Bolivia exporta alrededor de 800 millones de dólares anuales. Pero en su mayor parte son
despilfarrados en importaciones superfluas o en pago de los intereses de la deuda externa.
JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ ARREGUI
Nacionalismo y Liberación
CONCEPTO DE NACIONALISMO
El nacionalismo moderno nace durante el siglo XIX. Y aquí se impone una advertencia. El sentido de la
palabra varía con el tiempo. Esto es comprobable con la palabra “nacionalismo”. Es diferente el sentido del
nacionalismo, propio del siglo XIX, del que tiene actualmente. El nacionalismo del siglo XIX en Europa,
fenómeno estrechamente ligado al despuntar de las naciones modernas, es inseparable del
principio de las nacionalidades que surge y se afirma al vaivén del desigual desarrollo del
capitalismo en los países europeos.
La aparición gradual y sucesiva de los estados nacionales fue la consecuencia de la disolución del
feudalismo, que dio nacimiento a una reagrupación de los pueblos dentro de nuevas fronteras geográficas,
sobre la afinidad de lenguas y parecidas tradiciones culturales y raciales. Este espíritu nacional adquirió
vigorosa conciencia de si mismo a partir de las guerras napoleónicas. Vencido Napoleón, después de 1814,
con la restauración de las monarquías absolutistas y la política reaccionaria de la Santa Alianza, pueblos
enteros fueron anexados a dinastías extranjeras. Esta pugna contra el absolutismo, que reponía los
privilegios feudales de la nobleza, se transmutó en la hoguera de las guerras nacionales.
Fue, pues, el nacionalismo del siglo XIX un ideal impulsado por el estallido multitudinario de las
exigencias de libertad frente a las vejaciones extranjeras que estas coronadas del continente
infirieron a las respectivas nacionalidades en gestación de Europa.
El paso anterior a la formación de las nacionalidades modernas había sido dado por las monarquías
absolutistas a lo largo de los siglos XVI y XVII, al congregar, con la finalidad de la unificación económica, a
los estados dispersos dentro de un mismo territorio bajo el centralismo
monárquico. España es la primera gran potencia que lograda la unidad nacional incorpora América a la
corona. Colón le dice a Toscanelli “que busca pasar a donde nacen las especerías y la fuente donde nace
el oro, navegando al Occidente”. En el lapso que va del descubrimiento d4e América hasta fines del siglo
XVI, España fue considerada sin excepciones como la primera potencia mundial. El “siglo de oro” de las
letras españolas, al igual que el “milagro griego”, no es tal milagro, sino en cuanto a sus efectos
sorprendentes. Es la coronación opulenta y terrenal del gran Estado centralizado. Y Marx pudo decir de
Don Quijote “que es el épico de la decadencia de la caballería, cuyas virtudes en el nuevo mundo de la
burguesía en ascenso se habían vuelto absurdos y locuras”. EL espíritu de Europa cambió. También el
amor “caballeresco” medieval. Los españoles de Cortés, antes de amancebarse con las doncellas indias,
las bautizaban. Una manera bien cristiana de unir el pecado y la gracia. Poco había de durar el dominio
mundial de España. Un genio del siglo de oro es quien lo dice:
Y es más fácil ¡Oh, España!, en muchos modos
que a lo que a todos le quitaste sola
te pueden a ti sola quitar todo.
Quevedo
Francia e Inglaterra, al igual que España, se erigen en naciones con el absolutismo dinástico. Rusia
algo más tarde. Y el nuevo ordenamiento capitalista del mundo moderno, se asocia a la expansión naval
sobre el orbe de las potencias europeas más avanzadas. Calderón de la Barca aludió expresamente a este
hecho al escribir:
Que en toda buena guerra
es principio militar
que el que es dueño de la mar
es el dueño de la tierra.
Pero este nacionalismo de las grandes monarquías aparejó la opresión de comunidades enteras: “La
guerra, el comercio y la piratería son inseparables”, escribió Goethe. También Herder:
“El espíritu de conquista lleva en sí mismo su propia condena. Vosotros acorraláis a los hombres como
ganado despreciable, como materia informe
y muerta, sin pensar que tienen alma. Pero agregad una sola pieza de vuestro edificio, y éste se caerá
sobre vuestras cabezas.”
No exageraba Herder. En 1750, T. de la Morandiere aconsejaba: “Hay que multiplicar el ganado y los
súbditos”. Herder no erró. Y sus palabras se confirman ante nuestra mirada contemporánea. Aun aquellos
pueblos en tiempos de Herder “no despertados a la vida nacional” hoy han empuñado la historia en sus
manos. Y en qué forma. De este modo, lo que Herwegh Georg pudo decir con relación a Alemania, los
países coloniales de este siglo lo han generalizado para los imperialismos de cualquier bandera. Y desde
Iberoamérica con especial dedicatoria a los Estados Unidos:
En el asesinato coronado de fama
Te has vuelto el primer país del mundo.
A la opresión absolutista, se impuso, en la mayoría de los pueblos europeos, durante el siglo
XIX, un republicanismo nacionalista que revolucionó el pensamiento político de Europa. De manera
que las aspiraciones nacionalistas y republicanas fueron una sola y misma cosa, dando nacimiento
en los países conculcados al ardoroso interés por explotar los propios orígenes nacionales, con la
subsecuente reivindicación de la cultura colectiva depositada en las canteras profundas del “alma
del Pueblo”, que así fue concebido en un borroso y férvido sentimiento, como instrumento
providencial de la acción histórica. También Herder anduvo en esto. Aspira a la unidad alemana, y el
embrión racista alimenta ya su patriotismo.
La grandeza de Alemania reposa en cuatro causas: que en la noche dilatada de la
tenebrosa ignorancia, ha tenido los precursores e inventores de más talla y los más
numerosos, y que en novecientos años ha demostrado una comprensión mayor que los
otros cuatro pueblos que han guiado la historia en cuatro mil años. En rigor, Dios ha
querido educar al mundo por la intermediación de dos pueblos: por los griegos, antes de
Cristo, y por los alemanes después.”
Tal fue el pensamiento, con algunas variaciones nacionales, del romanticismo político y cultural que
se difundió por toda Europa. Este romanticismo, fenómeno cultural que se difundió por toda Europa. Aquel
nacionalismo se alimentó a menudo de ardientes ideales democráticos y humanitarios, bastante
neblinosos por lo demás, donde el universalismo de la Revolución Francesa se dio de la mano con
los anhelos de independencia en los diversos pueblos: Alemania, Italia, Grecia, Polonia, Hungría,
Serbia, Croacia, Bélgica. Y en España, a través de las corrientes del Liberalismo Español, que incluso
propugnaba el derecho de las provincias americanas a la vida libre.
Tal nacionalismo reanimaba, aunque ya en otro panorama histórico, las ideas por entonces
revolucionarias de la burguesía europea en ascensión, que Napoleón había diseminado con sus ejércitos.
Nacionalismo, entonces, sustentado en la concepción de comunidades libres y en el ideal
cosmopolita de la realización de la humanidad entera en el gran escenario de la vida universal, ideal
familiar a las mejores cabezas de la época, como Goethe, y que el propio Herder habría de formular así:
“La Humanidad entera como una gran arpa en manos del gran maestro”. Y esa forma romántica de pensar
la libertad nacional fue expuesta, en su matiz tornasolado y extremo -que ya anuncia su dirección hacia el
nazismo-, por
Adam Müller :
“Además, una parte de Alemania estaba bajo el dominio de príncipes extranjeros que
aprovechaban esta desunión. De esta manera, Alemania no sólo se encontraba reducida a la
impotencia y al desamparo, presa de las discordias intestinas, condenada a la aniquilación
política y militar y también industrial, sino que -y esto era mucho peor- Francia y Rusia tenía
adquirido, por haberlo repetido muchas veces, un derecho al desmembramiento de Alemania
debía lograrse, no sólo en oposición a los príncipes y demás enemigos interiores, sino
también contra las potencias extranjeras, o bien con ayuda del exterior.” (Fuerza y economía
en la Formación del Imperio Germánico.)
LOS DISCURSOS DE LA NACIÓN ALEMANA
Los gérmenes de la gran potencia que habría de ser Alemania, ya bien entrado el siglo XIX, se
encuentran en el pensamiento de toda una generación -la generación de Goethe y Herder- que
preparó la atmósfera espiritual propicia. El pensamiento de esta generación coincide con el
despertar del sentimiento patriótico de los diversos estados alemanes ante la invasión napoleónica.
Juan Teófilo Fitche, aunque llegó a escribir respecto de sí: “El primero está siempre solo”,
estaba sin embargo bien acompañado. Herder había señalado que “es imposible traicionar los
derechos de las naciones y de la humanidad sin que la venganza nazca del mismo desorden”.
También Hegel estaba persuadido del superior destino al que estaba en caminada Alemania, aunque
fragmentada, tenía un denso pasado. En tiempos de Fichte, en todos los estados germánicos se tendía
oscuramente a la unidad nacional. Napoleón fertilizó estas vagas pero enérgicas tendencias
colectivas.
Y es un hecho que toda cultura nacional reflorece con ímpetu tenaz, en los períodos de opresión
extranjera. Nietzsche lo dijo para todos los tiempos: “La Cultura debe lo más sublime que posee a los
tiempos de debilidad política”. A lo que podría agregarse, pero que a un tiempo anuncian los renacimientos
nacionales. En tales momentos, la cultura acumulada por las épocas pretéritas revive en los grandes
pensadores y artistas que hablan una misma lengua. De all161 que toda nación verdadera tenga al
mismo tiempo una diáfana literatura nacional que la perfila y distingue por similares causas, de otras
literaturas nacionales, aunque todas en conjunto agreguen un acorde al pensamiento universal, que lo es,
en tanto diversidad de innumerables aportes nacionales, distintos y hasta opuestos.
Juan Teófilo Fichte (1762-1814) condensó en sus discursos a la Nación Alemana lo que estaba flotando
en la realidad económica y espiritual de Alemania. Sus discursos pronunciados en 1807-1808 -es decir, en
los prolegómenos de la caída del Imperio Español en América, hecho como se verá muy importante con
respecto a la existencia de dos categorías de naciones- se proponen por norte la concentración
nacional de los estados germánicos dispersos. El pensamiento de Fichte, que había de consumarse
políticamente con Bismarck varias décadas después, tiene como destinatarias a la nobleza y la
burguesía alemana de su tiempo, a las que considera clases directoras, y en cuyas manos, por tanto,
debe estar la educación de la nación. Pero este ideal, conservador en su almendra, no es abstracto, pues
el instrumento de esa gran nación alemana a la que aspira Fichte educador, a pesar de la influencia de
Pestalozzi, no es, como en éste la escuela primaria, sino el Pueblo como totalidad política.
“Comprobaremos a lo largo de esta disertación - dice- que hasta nuestro s días ha sido el Pueblo el autor
de todo desarrollo y adelanto de esa gran nación alemana, y los grandes intereses alemanes han
encontrado en él su origen y al mismo tiempo, la fuerza que los ha echo desarrollar y salvarse. Pero ahora,
por primera vez, las clases cultas deben prepararse para la educación y formación del Pueblo alemán.”
Este nacionalismo de clase, coincidente con el progresivo crecimiento de
la burguesía alemana esparcida pero pujante, apunta a un tiempo al retardo industrial de esa misma
burguesía en comparación con otras naciones europeas, pero que pronto habría de aventajarlas a
todas, incluso a Inglaterra. Es el nacionalismo europeo de una Alemania que ingresa a la etapa burguesa
de su desarrollo económico y tiende a la autarquía nacional. Fichte habla como miembro de esa clase:
“Esta cuestión debe ser planteada y resuelta ante y con el Pueblo alemán. De no ser así, el Pueblo
lo hará por sí mismo y sin nuestra ayuda, y ese día, si llega, las clases letradas o las que las
sucedan, descenderían al lugar que actualmente ocupa el Pueblo, mientras que en el nuevo orden
se convertiría en la nueva aristocracia engrandecida con las formas superiores de la Cultura
alemana”. Es una advertencia a las clases altas. Pero fundada en la conciencia histórica de la potencia
colectiva del Pueblo alemán todo.
Fichte, discípulo de Kant, considera como ideal educativo la formación pura del individuo, -el
imperativo categórico kantiano- pero esto no es más que la cubierta de las necesidades reales de la
Alemania de entonces. Tras este humanismo universal, en el cual vibran todavía las notas racionalistas del
iluminismo francés del siglo anterior y de la Revolución de 1789, el ideal ético del hombre fichteano es,
en verdad, el alemán colectivo, al que hay que preparar para la construcción de la nación
germánica. Que es efectivamente una tarea colectiva. Así lo indicará en otra de sus disertaciones: “He
establecido en los anteriores discursos que la formación de la nueva raza humana debe ser realizada por
alemanes, para los alemanes y en relación con Alemania”. Y comenta que la individualidad alemana “la
hace excepcionalmente dotada para recibir y asimilar la educación con exclusión de otros pueblos
europeos”. Apela entonces a las tradiciones teutonas más antiguas, y sobre todo, al idioma, “que forma
a los hombres antes que éstos a los idiomas”. Para Fichte, en este éxtasis del genio germánico, la lengua
alemana es superior a todas. Y solo comparable con la griega. “¡Qué influencia tan inconmensurable
ejercen sobre el desenvolvimiento humano de un Pueblo las cualidades de su idioma! El idioma acompaña
al individuo hasta en sus pensamientos y deseos más secretos, en las profundidades de su ser,
deteniéndolos o dándoles expansión libre, y hace de la vida entera que la habla un todo compacto;
sometida a sus leyes constituye el único lazo verdadero entre el mundo de los cuerpos y el de los espíritus,
cuya fusión es de tal naturaleza, que no cabría decir a cuál de los dos pertenece realmente“. Mas detrás de
estas palabras veraces sobre la comunidad lingüística, de lo que se trataba -ya sabemos- era de la
unión económica política y militar del Pueblo alemán. Alza entonces Fichte
la voz contra las clases altas cultas, cuya vida intelectual no es nacional, y por tanto ajena al pensar
y sentir colectivos del Pueblo anclados en las remotas tradiciones germánicas y al que juzgan
indigno de la vida del espíritu. Por eso dirá: “Hemos demostrado en los anteriores discursos, y
apoyándonos en la Historia, que le Pueblo alemán posee los caracteres de una comunidad original y
primitiva que con pleno derecho puede llamarse a sí mismo Pueblo, Con prescindencia de todos los otros
que se segregaron del tronco alemán originario. Y a la palabra Alemán, en su sentido originario literal,
expresa justamente eso”. No interesa aquí la yema racista que vigila en este pasaje, sino la visión de
la grandeza de Alemania. Fichte, alerta también a la religión “... y aunque es verdad que la religión
consuela a los esclavos injustamente oprimidos, el verdadero sentido religioso nos lleva más bien a luchar
contra la esclavitud para impedir en la medida de nuestras fuerzas, que la religión se rebaje al papel único
de consoladora de prisioneros”. Fragmento donde tras palabras conciliatorias pero enérgicas, resuenan las
ideas ateas de su juventud kantiana. Pero es en esta otra frase donde debe indagarse la real intención de
los discursos a la Nación Alemana: “¡Ojalá que estas circunstancias nos hagan más discretos en puntos de
otros deseos!
¡Ojalá!, en fin, comprendamos que los sistemas que se basan en el comercio internacional
convienen sólo a los extranjeros y forman parte de los medios que usan para combatirnos; que
ninguna utilidad encierran para nosotros y que la independencia interior y el comercio nacional son
los dos medios capaces de fundar nuestra felicidad, y con ella, la de toda Europa.” Es la idea que
Fichte desarrolla ampliamente en otra de sus obras: El estado económico cerrado. No es cuestión, como se
ve, y como el mismo Fichte lo resuelve; de “formar ciudadanos para el cielo”. Mas también parpadea en
Fichte la idea del omnipotente Estado Germánico militarista. “Y ya que es necesario que la práctica de la
guerra no cese, a fin de que la humanidad no resulte dormida o corrompida para el caso de una guerra,
pues muy bien, nosotros tenemos todavía en Europa y otros continentes bárbaros”. Fichte mira a Rusia.
Esto no les impedía a Marx y Engels reconocer la ascendencia de Fichte. Nietzsche, ya en las postrimerías
del siglo, convertida Alemania en gran potencia, lo dirá con palabras afectuosas: “Una horda de rubias
bestias de presa, fundadoras del Estado, por una raza de conquistadores, que en su propia organización
guerrera, asociada con la capacidad de estructuración, deja caer, sin escrúpulos, sus temibles colmillos
sobre cualquier Pueblo, quizá infinitamente superior en número pero aún organizado”. También Nietzsche
otea a Rusia. Palabras terribles, sí, pero ejecutadas no en la filosofía, sino en la realidad, por todas las
naciones
europeas capitalistas que antecedieron a Alemania en el reparto del mundo. La expansión de una
potencia industrial no tiene nada de poética, aunque la filosofía la decore con venerables togas
pedagógicas. Fichte es una de las fuentes del nacionalismo alemán. También, en otro período, Nietzsche.
Mas los que pretenden ver en Nietzsche la fuente viva del nacionalismo alemán del siglo XX, mediante
la selección de los fragmentos que les conviene -aparte que parecen probadas las supresiones y
agregados que a sus escritos póstumos les hizo a su hermana Elisabeth Foster Nietzsche con fines
políticos- olvidan otras opiniones de Nietzsche, opuestas totalmente, al pensamiento que por lo general se
le asigna:
“Nosotros no somos suficientemente imbéciles para entusiasmarnos por el principio
<<Deutschland, Deutschand uber des alles >>, ni por el imperio alemán”.
…......................................
“... la entrada de los rusos en la Cultura. Una meta grandiosa. Proximidad del barbarismo,
despertar de las artes, nobleza de la juventud, locura fantástica y verdadera fuerza de
dominio”. Y en cuanto al racismo, sobre el que se ha querido ver en Nietzsche su defensor
más extremo: La única potencia que tiene en su cuerpo resistencia, que puede esperar,
que puede prometer algo, era justamente para Nietzsche Rusia. Y añadía: “Rusia debe
transformarse en dueña y señora de Europa y Asia, debe colonizar y conquistar la China y
la India.”
Nietzsche era un pensador dúplice. Testigo de una época de torsión. Lo mismo puede decirse sobre el
antisemitismo de Nietzsche. Tales juicios existen en sus obras. Pero, en ellas también, las defensas
más penetrantes del judaísmo. Y en cuanto al capitalismo, a Nietzsche pertenece esta frase, entre otras,
que no hubiesen rechazado Marx y Engels, vinculada a los grandes plutócratas de la época, a los que
calificó de “ermitaños internacionales y sin patria”. Pero, no deja de ser una sospecha que ni Nietzsche,
Marx y Engels se citen, cuando es casi una certeza, que no ignoraban, ninguno e ellos, sus respectivas
obras.
LA DOBLE RAIZ DEL NACIONALISMO ALEMAN
Hemos dicho que, casi contemporáneamente a los Discursos a la Nación Alemana de Fichte, nacían las
“naciones” hispanoamericanas. Mas no hay que engañarse. El proceso fue inverso. Las múltiples
“naciones” hispanoamericanas manan de la dispersión de la América Española. Alemania, al revés,
de la concentración nacional de sus estados y divisiones territoriales. En América Hispánica, el
resultado fue la debilidad estructural de los nuevos países, y en Alemania, la máxima expresión del
poder nacional.
Ya aquí, sobre este lejano antecedente histórico, comienza a armarse la tesis que orienta este trabajo.
Hay un nacionalismo defensivo de los pueblos débiles y un nacionalismo expansivo o que tiende a
él. ¿De qué medios se han valido los pueblos para escalar la categoría de nación? En todas las épocas,
mediante el proteccionismo económico umbilicalmente conexo a toda política de liberación nacional. Este
nacionalismo justo será neutralizado y ennegrecido con las maniobras más cínicas y los argumentos más
pestíferos por las potencias que ya en condiciones de exportar, necesitan abrir los mercados exteriores a
sus propias mercancías. Como este razonamiento del conservador y librecambista inglés Edmund Burke:
“Las leyes del comercio son leyes de la naturaleza, y por consiguiente, leyes de Dios”. Donde el Padre de
los Cielos desciende a la tierra, arropa con su manto teologal a la armada británica decidida a barrer a
cañonazos las defensas aduaneras de las demás naciones. Cada nación ve a las otras de acuerdo a “su”
interés nacional. Y no de acuerdo a ideales de fraternidad universal. Y, del mismo modo que para el
vendedor de ataúdes los muertos son dignos e apoyo, lo que es bueno para una será malo para otra. Una
nación que acepta la teoría librecambista de otra no es una nación, pues está favoreciendo, al
desguarnecer su propio mercado, a la industria extranjera, y en consecuencia, generando su propio
desarrollo industrial, base de toda independencia nacional. La campeona del libre cambio y la libertad
de los mares, Inglaterra, adquirió, durante el siglo XIX, la categoría de potencia mundial con el
proteccionismo económico:
“Bajo el ala del proteccionismo se incubó y desarrolló en Inglaterra, durante el último tercio del
siglo XVIII, este sistema de la gran industria moderna: la producción mediante máquinas
impulsadas a vapor. Y como si las tarifas proteccionistas no fueran suficientes, la guerra contra la
Revolución Francesa ayudó a que Inglaterra se asegurase el monopolio de nuevo métodos
industriales. Durante más de
veinte años, la flota de guerra inglesa cortó a los competidores industriales de Inglaterra los
vínculos con los mercados coloniales, al tiempo que los abría compulsivamente al mercado
para el comercio inglés. Las colonias sudamericanas desprendidas de sus metrópolis
europeas, la conquista india, convirtieron a los pobladores de estos inmensos territorios en
consumidores de mercancías inglesas”. (Marx)
Todas las naciones capitalistas han conquistado su poderío y autonomía nacionales luego de una
legislación proteccionista del Estado, exigida por la misma burguesía nacional en crecimiento. Una vez
afirmada la industria, esa misma burguesía nacional ha reclamado medidas librecambistas, no sólo al
propio Estado, sino a los demás países:
“El sistema proteccionista fue un medio artificial para expropiar a los trabajadores
independientes, para capitalizar los instrumentos nacionales de producción y subsistencia, y
para abreviar con la fuerza el pasaje de la forma medieval al sistema moderno capitalista de
producción.” (Marx)
Es ésta una regla universal. Y tal proteccionismo económico estructuró su primera y más ortodoxa
manifestación en Gran Bretaña. Al compás de su poderío marítimo, enmarcó al mundo entero dentro de su
política nacional de engrandecimiento y dominio, que la filosofía del liberalismo, reflejo ideal del
mercantilismo inglés, presentó en el siglo XIX como glorioso ideal de la libertad de comercio y de
pensamiento a todos los pueblos del orbe. Filosofía políticamente disolvente para el futuro de la América
ex Española.
ECONOMÍA
MARIO RAPOPORT
“Mitos, etapas y crisis en la economía
argentina”
(selección)
Últimamente ha vuelto a reverdecer una problemática que había estado un poco olvidada en la historia
argentina: la problemática de los mitos. Están de moda muchos libros sobre la cuestión de los mitos.
Hablamos de mitos en el sentido de falsas percepciones históricas que es necesario poner en evidencia. La
consigna es tomar que es lo que se estuvo diciendo o creyendo como verdad asumida durante mucho
tiempo acerca del país y de su historia, y analizarlo a la luz de nuevas evidencias e interpretaciones. Pero,
la mayor parte de las veces esos mitos se refieren a figuras históricas.
Por supuesto, las personalidades históricas tiene una importancia fundamental, queremos saber qué
pasó con Belgrano, con Moreno, con San Martín, con nuestros próceres, pero existen también otros mitos
que son tan o más importantes que éstos y que tienen que ver con los procesos históricos, con las
estructuras históricas, políticas, económicas y sociales que caracterizaron la evolución del país.
Hay en ese caso una serie de falsas percepciones que se han instalado en la mente de muchos
argentinos, y son de este tipo. Por ejemplo, la idea o el mito de que el país estuvo alguna vez, hacia las
primeras décadas del siglo XX, entre los más avanzados del mundo o el que llegó a ser, en cierto
momento, una potencia mundial.
De esta última aserción se sostiene otro mito: el que la decadencia de la Argentina comenzó en los años
40, con los procesos de industrialización, la intervención del estado en economía y las políticas de
distribución de ingresos.
Un mito bastante frecuente es el que afirma que un error fundamental en los gobiernos argentinos
estuvo en la creciente tendencia a la autonomización del país con respecto al mundo y, sobre todo, en sus
niveles de confrontación con las grandes potencias hegemónicas.
En la comprensión de las políticas económicas, los mitos toman también la forma de opciones o
términos contrapuestos, aparentemente irreductibles, en la toma de decisiones o de políticas: como la que
existiría entre endeudamiento o ahorro interno; entre inflación o convertibilidad; entre estatización o libertad
absoluta de los mercados. O la que pretende enfrentar políticas de bienestar versus flexibilidad y
competitividad, o una aún más reciente, la que señala la aparente necesidad de elegir entre aceptar la
globalización o realizar políticas nacionales.
Creo que es el momento de desentrañar muchos de estos mitos y analizar más a fondo si éstas son o
no opciones verdaderas. Pero para eso hay que introducirse en la historia y nosotros empezaremos esa
historia desde el momento en que el país se organizó como tal, después de 70 años de cruentas luchas
civiles.
Y aquí surge otro mito y es el que la Argentina fue el país más civilizado de América latina: algo que
suena extraño si observamos las sangrientas, terribles guerras civiles, que causaron miles de muertes, y se
iniciaron en el mismo momento en que culminaban las guerras para afirmar la independencia.
Sin embargo, hacía 1880, el país logra, por fin, una cierta estabilidad, luego del triunfo del ejército
federal sobre el último ejército provincial, el de la provincia de Buenos Aires; con la instalación en la
Presidencia del general Roca a través de un pacto político, la liga de los gobernadores. Va a comenzar lo
que hemos dado en llamar, a modo de simplificación, en la interpretación de la evolución económica del
país, el modelo agroexportador, caracterizando su rasgo principal.
1. La etapa agroexportadora
Este período, que transcurre de 1880 a 1930, es el que se señala como una «época dorada», ensalzada
por grandes poetas latinoamericanos, como Rubén Darío en su Canto a la Argentina. Es la época en la
que muchos argentinos ricos viajan a Europa deslumbrando con sus riquezas y
construyen grandes mansiones, en sus estancias o lugares de origen y, en especial, en Buenos Aires.
Claro está, no era una «época dorada» para todos: como lo señala el informe que en 1904 escribió el
catalán Bialet-Massé sobre las condiciones de vida de las clases trabajadoras en el interior del país, a
pedido del ministro Joaquín V. González, una parte importante de la población vivía todavía a principios del
nuevo siglo, en campos o ciudades, en los umbrales de la pobreza.
En esta etapa, que comienza en los años 80 pero tiene elementos precursores en las décadas del 60 y
70, la Argentina disponía potencialmente de grandes recursos naturales, pero debía traer del exterior los
capitales y la mano de obra necesarios para instalar el sistema de transportes, especialmente el ferroviario,
y la infraestructura portuaria y urbana, y modernizar la agricultura y la ganadería. Esto se hace
centralizando el poder en Buenos Aires, lo que refleja una larga historia de predominio de la ciudad sobre el
resto del país que culmina con la constitución definitiva de la capital de la República en 1880, último y
sangriento episodio de las guerras civiles.
El modelo se sustentaba en un esquema socioeconómico en donde el bien abundante, la tierra, estaba
en pocas manos, como consecuencia de un proceso de apropiación de la misma o de sus frutos que venía
de la época de la colonia (mercedes reales, vaquerías, primeras «campañas al desierto» para apropiarse
de tierras ocupadas por los indígenas), y se continúa con la ley rivadaviana de Enfiteusis (o alquiler de
grandes extensiones de tierras públicas a unos pocos individuos), las nuevas campañas al desierto y la
venta en forma ventajosa de esas tierras alquiladas. Este proceso culmina con la campaña del general
Roca, eliminando definitivamente la presencia del indígena y poniendo a disposición de un puñado de
terratenientes millones de hectáreas explotables. La expedición de Roca fue un verdadero genocidio de los
pocos indígenas que quedaban todavía en la Patagonia, el Chaco y otras zonas del interior del país.
En cuanto a los capitales externos, si bien ayudan a montar el aparato agroexportador, llegaron
generalmente sin control y, en la mayor parte de los casos, garantizados en su rendimiento por el estado o
con fines meramente especulativos, algo que, como veremos, va a volverse un hecho repetido en la historia
argentina. El país se transforma, de todos modos, en un importante exportador de productos agrícolas e
importador de manufacturas y bienes de capital, en el marco de un escenario internacional que facilita ese
proceso.
En este sentido, es imposible estudiar la historia argentina si no se conocen las coyunturas
internacionales en las cuales se desarrollan los distintos procesos económicos y políticos internos. Veamos
la primera de ellas.
Hacia 1880 existe una división internacional de trabajo hegemonizada por la potencia industrial de la
época y la más importante proveedora de capitales y manufacturas: Gran Bretaña. Pero se trata de una
situación peculiar. El Reino Unido estaba en esa época en el cenit de su apogeo pero también en lo que
constituía el comienzo de una larga decadencia. En 1873 se produce una crisis a nivel mundial, dan- do
inicio al período denominado la Gran Depresión, que va a durar hasta 1896 y afecta particularmente el
poder hegemónico británico.
La Argentina juega un rol importante en ese esquema, porque Gran Bretaña está perdiendo merca- dos
en el mundo, justamente por la competencia de países emergentes para la época, como Alemania y
Estados Unidos, que protegen sus industrias y expanden su comercio internacional. Y esta pérdida de
niveles competitivos, pérdida incluso del gran mercado que constituía la ex colonia estadounidense, va a
ser suplida por otras colonias de poblamiento situadas en territorios casi olvidados en los que Gran Bretaña
vuelve a interesarse, como Australia, Nueva Zelandia y Canadá. Pero, también, por dos países del Sur del
continente americano, Argentina y Uruguay. Todos ellos contribuyen a proporcionar los alimentos y las
materias primas que el Reino Unido necesita para alimentar a su población. Lo que los va a ayudar a
transformar, a su vez, a medida que llegan las oleadas de inmigrantes, en nuevos mercados para los
bienes de capital y las manufacturas británicas.
En lo que se refiere al sistema político interno, en este período se produce la unidad nacional bajo la
dirección de gobiernos oligárquicos. Por un lado, esos gobiernos guardan las formas constitucionales,
aunque excluyen a los sectores opositores del posible ejercicio del poder y eligen a sus sucesores. Por
otro, abren las puertas a los nuevos inmigrantes pero no les facilitan su conversión en ciudadanos.
En lo económico, en tanto, los elementos claves lo constituyen la concentración de la propiedad de la
tierra, el endeudamiento externo y una ideología rectora: el liberalismo económico. En palabras de Juan
Bautista Alberdi, uno de sus expositores más lúcidos, la Constitución argentina
«más que la libertad política» ha tendido a procurar «la libertad económica».
No obstante, este no fue un período de progreso o crecimiento continuo como se suele creer: la
expansión económica y productiva resultó evidente, pero con crisis importantes en su transcurso debido
primordialmente al endeudamiento externo. Empezando por la de 1873, en la cual el Presidente Avellaneda
llegó a decir que los argentinos ahorrarían sobre su sed y su hambre para pagar sus compromisos
externos. Y luego, en el mismo período de expansión de los 80, otra crisis financiera más breve, en 1885, y
cinco años más tarde la crisis más profunda de todas, la de 1890, que produjo un sacudón en la City
londinense por la casi quiebra de la casa Baring, agente financiera del gobierno argentino. Esta crisis fue
acompañada por una revolución política, que no triunfó pero dio lugar al nacimiento del primer partido
político nacional, la Unión Cívica Radical. Por último, se asistiría a una nueva crisis financiera antes del
comienzo de la primera guerra mundial.
Raúl Prebisch señalaba con respecto a las crisis financieras algo que hoy nos parece común: la dependencia de los ciclos económicos de los centros capitalistas mundiales y, fundamentalmente, de Gran
Bretaña. Decía que cuando la metrópoli necesitaba exportar capitales, porque bajaba la rentabilidad de sus
empresas, esos capitales venían en abundancia, atraídos por las facilidades que daban los gobiernos
argentinos, iniciando un ciclo de endeudamiento externo. Pero, cuando por razones internas de su propia
economía les era preciso hacer regresar esos capitales, el Banco de Inglaterra subía las tasas de interés
para atraerlos, dejando un nivel de deuda que no podía pagarse. El endeudamiento externo era así una
característica clave del modelo agroexportador.
Hubo una década, la de 1890, cuando debió abonarse lo sustancial de la deuda que venía del proceso
anterior, en la que no ingresaron nuevos capitales y se detuvieron las corrientes inmigratorias. Las dos
grandes oleadas de inmigración llegaron en momentos de expansión: los años 80 y los primeros años del
siglo XX.
Una cuestión que se plantea comúnmente, es el por qué el desarrollo económico argentino no siguió el
camino de otros países de formación similar como Australia y Canadá. Al realizar una comparación con
esas naciones, una de las principales diferencias que se nos presentan, se asocia, ante todo, a la
estructura de tenencia de la tierra. Frente al dominio del latifundio en nuestro país, acompañado por un
sistema de arrendamientos precarios, en Australia, donde la posesión primigenia de los terrenos era de la
Corona, cuando se realizaba la adjudicación de los mismos se exigía una explotación productiva y mejoras
en su utilización. Además, ya a principios del siglo XX, bajo la conducción de gobiernos laboristas, se llevó
adelante una política tributaria tendiente a combatir la concentración de la tierra en pocas manos.
En lo que hace a la comparación con Canadá, predominaba allí la explotación de medianas extensiones
personificada en la figura de los farmers, quienes en vastos territorios habían obtenido tierras en forma
gratuita y que al ser propietarios se les facilitaba el acceso al crédito, haciendo posible la adquisición de
maquinarias y el mejoramiento de los campos. Por el contrario la Argentina no logró generar una clase
media rural (salvo en ciertas zonas colonizadas de Santa Fe y Entre Ríos, donde encuentra su origen la
Federación Agraria Argentina y el Partido Demócrata Progresista) que ampliase el mercado interno y
estimulase el desarrollo regional.
Esto significó, al ser el sector agropecuario la principal actividad económica que motorizaba al país, una
gran concentración de poder en manos de los grandes estancieros, que, por lo general, no volcaron sus
ganancias a las nacientes actividades industriales, o directamente las obstaculizaron, promoviendo la más
amplia apertura comercial a fin de colocar sus productos en el exterior. En este sentido, existía una gran
diferencia con lo que ocurría en otros países, como Canadá, donde hacia 1890 se desarrollaba una política
industrialista de «compre nacional» planteada por el primer ministro conservador MacDonald. O como
Australia, donde las preferencias otorgadas a firmas locales en licitaciones del gobierno, particularmente en
torno al abastecimiento de materiales para los ferrocarriles y las comunicaciones en general, simbolizada
por el lema «Be Australian, Buy Australian» («Se australiano, compra australiano»), denotaban una actitud
más proteccionista que incentivó áreas tales como la metalurgia y la producción de maquinarias agrícolas.
En cambio, la situación argentina dio lugar a la conformación de una matriz cultural que se transmitió, de
una u otra forma, al resto de la sociedad y, sobre todo, a los sectores medios. La poderosa elite que
gobernaba el país tenía como principales características una cultura fuertemente rentística (sus principales
ingresos provenían de la renta de la tierra); una conducta en el poder antidemocrática, basada en la
marginación de gran parte de la ciudadanía, la corrupción y el fraude electoral; y una visión del mundo
dependiente (se llegó a pensar a la Argentina como una especie de «colonia informal» del Reino Unido).
Veamos, en primer lugar, la cultura de lo rentístico. La elite tradicional, que poseía la mayor parte de las
tierras explotables del país (el 5 % de los propietarios tenía el 55 % de las explotaciones agropecuarias en
1914), vivía fundamentalmente de una sustancial renta agraria, como los grandes señores ingleses del
siglo XVIII que criticaba David Ricardo en sus Principios de Economía. Esa elite tenía, por lo general,
pautas de consumo extravagantes y no necesitaba o no le interesaba invertir en capitales de riesgo que,
por ende, vinieron casi en su totalidad del exterior para crear la infraestructura del aparato agroexportador.
Pero una de las funciones principales del endeudamiento externo en distintas épocas fue también contribuir
a financiar el gasto de ciertos sectores privilegiados de la sociedad y la fuga de capitales, generando un
modelo que podríamos llamar de «capitalismo ausente», en tanto reproduce y prolonga de alguna manera
aquel viejo modelo del «terrateniente ausente», que vivía mayormente en Buenos Aires y no tenía
conductas productivas sino rentísticas o suntuarias, hasta que agotaba, como en muchos casos, la riqueza
original, vendiendo incluso las tierras que poseía. En las últimas décadas ha ocurrido, como veremos, algo
parecido a nivel del país.
En segundo lugar, se generó también una cultura antidemocrática. Los primeros gobiernos de «unidad
nacional» que salieron de la llamada generación del 80, en las últimas décadas del siglo XIX, no respetaron
los principios constitucionales. Era una democracia ficticia o «ficta», como se decía en su época. Con
presidentes «electores» que escogían a su sucesor. La elite se identificaba con la clase política y los
rasgos principales del manejo político eran el paternalismo, el clientelismo, la corrupción y el fraude
electoral. Más tarde, la intervención de los militares y los golpes de estado, bajo el pretexto de derrocar
«democracias corruptas», formaron parte de la misma ideología elitista. Esas conductas han perdurado,
desafortunadamente, en los distintos períodos democráticos, penetrando en el comportamiento de los
partidos políticos mayoritarios, aun cuando se expresen de otro modo.
En tercer lugar, persistió desde aquella época una cultura de subestimación del interés nacional o, más
directamente, de vivir dependiendo de factores externos o sometiéndose a condiciones externas, sin ningún
beneficio compensatorio. Un caso notable fue el primer empréstito otorgado por la compañía inglesa Baring
Brothers, en 1824, cuyos fondos no fueron destinados a sus propósitos iniciales y se volatilizaron en pocas
manos, aunque terminaron de pagarse puntualmente casi un siglo después. Otro caso fue el del primer
tratado de comercio y navegación, que establecía una libertad de comercio que favorecía sólo a intereses
británicos, los únicos en condiciones de aprovecharla. Esa era en aquella época la trampa de la libertad de
comercio. Esta cultura de la dependencia se acentúa a partir de las últimas décadas del siglo XIX y las
primeras del siglo XX cuando la Argentina se inserta en el mundo a través de una relación fuertemente
dependiente de la potencia hegemónica de aquel entonces, Gran Bretaña. Todavía en 1933, ante la firma
de un nuevo tratado comercial argentino-británico, el Pacto Roca-Runciman, el vicepresidente de entonces,
Julio A. Roca (h), decía que la Argentina «desde un punto de vista económico debía considerarse una parte
integrante del imperio británico». Concepción que se procura justificar teóricamente en la década de 1990,
en el plano de la política exterior, a través del llamado «realismo periférico», que proponía la subordinación
a otra potencia hegemónica, Estados Unidos, y alcanzó su máxima expresión en las propuestas de
dolarización y de manejo de la economía por expertos «externos».
A partir de los años de la primera guerra mundial dos fenómenos marcaron una diferencia con respecto al
proceso anterior. Desde el punto de vista político, debido a la llegada al gobierno en 1916, gracias a la ley
Sáenz Peña, de 1912, que garantiza el voto secreto y obligatorio e instaura un sistema democrático, de la
Unión Cívica Radical, liderada por Hipólito Irigoyen, que incluye sectores sociales provenientes de una
ascendente clase media, Desde el punto de vista económico, por el comienzo de una relación más
profunda con Estados Unidos, tanto en el comercio exterior como a través del flujo de capitales
provenientes del país del norte. Se desarrolla así un triángulo comercial y financiero anglo-argentinonorteamericano de profundas consecuencias internas y externas en los años futuros.
Durante la misma guerra se advierte también un limitado desarrollo industrial, motivado por las
restricciones externas, que tiene sus límites con la finalización del conflicto y la normalización de los
mercados mundiales, aunque en los años 20 comienzan a llegar del exterior inversiones directas en
algunas ramas fabriles.
2. El proceso de industrialización
La etapa de la industrialización sustitutiva, como rasgo principal de la actividad económica, puede
subdividirse en tres períodos diferenciados:
1. La industrialización «espontánea» (1930-1945).
2. El proyecto industrializador peronista (1946-1955).
3. La industrialización «desarrollista» (1955-1976).
Nuevamente otra crisis, en este caso de origen externo, que se inicia en EEUU en 1929 y constituye el
comienzo de un período de depresión económica mundial que duraría casi una década, impacta en la
Argentina. Fue la crisis más profunda que padeció el capitalismo en su historia.
Este proceso recesivo se caracterizó por una severa deflación en un sentido amplio, dado que generó
restricciones monetarias y financieras, bajas de precios y salarios, y retroceso de las actividades
económicas. Fenómenos que se manifestaron a través de reacciones en cadena, puesto que la caída de la
producción industrial indujo a una contracción de los mercados internacionales y a una disminución de la
demanda de materias primas, cuyos precios bajaron acentuadamente. Los países productores de bienes
primarios redujeron las compras de maquinarias y manufacturas, al tiempo que entraron en bancarrota o
devaluaron sus monedas, ya que las deudas asumidas con anterioridad no podían ser canceladas. Del
mismo modo, los países industriales debieron soportar la caída de los precios de sus productos, aunque
protegieron sus mercados con barreras arancelarias o de otro tipo. No pudieron evitar, sin embargo, el
cierre de bancos y empresas, una creciente desocupación y situaciones extremas de hambre y pobreza de
gran parte de sus poblaciones. Todo ello llevó a la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos,
incluyendo el patrón cambio oro, y dio lugar a un retorno a los sistemas de preferencia imperial y a los
convenios bilaterales.
La Argentina, que tenía una economía abierta al mundo, sufrió de llenó ese impacto con una severa
caída de sus exportaciones y un amplio déficit en su balanza comercial, al no poder prescindir de la
importaciones de bienes industriales y de muchos bienes de consumo masivo.
El proceso de sustitución de importaciones, que proyectó al sector industrial por sobre el agropecuario e
inició una nueva etapa en la historia económica argentina, fue así en gran parte producto de la necesidad y
no de la voluntad política: había que hacer frente a la crisis económica mundial que afectaba al país.
Además, cuando esta etapa comienza a desarrollarse con más fuerza, en los comienzos de la década de
1930, retorna al poder, mediante un golpe de estado cívico-militar, la elite oligárquica que había gobernado
hasta 1916. Entonces, contra sus propias ideas imbuidas de liberalismo, los gobiernos conservadores
ponen en práctica una intervención creciente del estado en la economía (control de cambios, juntas
reguladoras, proteccionismo, diversas medidas fiscales y financieras), que tienden a paliar la situación
pero, también, a salvaguardar sus propios intereses, vinculados al sector agropecuario.
Al mismo tiempo, el país logra cierto margen de autonomía económica aunque se mantienen los
servicios de la deuda externa y se intenta conservar a toda costa, a través del Pacto Roca-Runciman, el
mercado británico para la colocación de las carnes enfriadas, el negocio principal de los terratenientes de la
pampa húmeda, ahora en el poder político.
Hasta esa época la industria había crecido al compás del resto de la economía, pero subordinada al
esquema agroexportador. En cambio, a partir de los años 30, se convertirá en uno de los sectores
impulsores del crecimiento económico, facilitado por una importante transformación en la estructura de la
producción, que aceleró el proceso de sustitución de importaciones. Los rubros más dinámicos fueron las
actividades relacionadas con insumos locales (especialmente los textiles) y la metalurgia liviana. Este
núcleo incluye los sectores que podríamos denominar de «sustitución fácil de importaciones», compuestas
por bienes de consumo, que reducían el peso del déficit comercial con el exterior, contribuían a canalizar
una porción de la renta agraria a través de inversiones industriales y ofrecían una salida a la producción
agropecuaria, que hacía posible disminuir la dependencia de las fluctuaciones de los mercados externos.
La expansión de la industria textil satisfacía la creciente demanda del mercado interno, permitiendo, al
mismo tiempo, el empleo como materia prima de lana y algodón producidos localmente, cuyos mercados
internacionales se encontraban afectados por la crisis. El conjunto de ramas vinculadas al sector de
automotores se convirtió también en un factor de crecimiento. Si bien la industria automotriz de la época
era poco más que un taller de ensamblado de partes importadas, estimulaba el desarrollo de la producción
de caucho para neumáticos, la industria de la construcción relacionada con las carreteras y una pléyade de
pequeñas firmas familiares de producción de repuestos, actividades que ganarían intensidad en el futuro
inmediato. Otro sector cuya aparición en escala importante data de esta época es el de maquinarias y
artefactos eléctricos, así como la producción de electrodomésticos, cables y lámparas.
En general, las ramas de mayor crecimiento producían bienes de consumo finales, con mayor
intensidad en la utilización de mano de obra que en bienes de capital. Las maquinarias y los insumos
intermedios utilizados eran, en una alta proporción, importados. De esta forma, comenzó a perfilar- se en
esta época una característica que se acentuaría en las décadas siguientes: el crecimiento de la producción
impulsaba un incremento de las importaciones, hecho que en el futuro enfrentaría al país a serios
problemas en la balanza de pagos. En este marco, las ramas tradicionales vinculadas al modelo
agroexportador, como los productos agrícolas y ganaderos, crecieron mucho más lentamente, perdiendo
participación relativa en el PBI y, en 1944, el PBI industrial superó por primera vez al PBI agropecuario.
Por otra parte, el PBI industrial se duplicó entre 1935 y 1939 y volvió a duplicarse durante la segunda
guerra mundial mientras crecían el número de establecimientos fabriles y la cantidad de mano de obra
ocupada en el sector.
Los cambios en la composición de la estructura social, como consecuencia de la ampliación de la masa
de trabajadores industriales y urbanos que trae este proceso de industrialización (a lo que contribuyeron las
migraciones internas del campo a las ciudades), y el vacío político resultante de gobiernos apartados de los
derechos y aspiraciones de la ciudadanía (fraudulentos y represivos) dieron lugar a la aparición de un
fenómeno político nuevo, el peronismo, que estimulará el desarrollo industrial sobre la base de la
participación social de los nuevos sectores sociales y de la ampliación del mercado interno y tendrá
conductas de una mayor autonomía en el marco internacional.
RAUL SCALABRINI ORTIZ
Política Británica en el Río de la Plata
LA GUERRA SECRETA POR EL PETRÓLEO ARGENTINO
Durante el siglo pasado, Inglaterra es la dominadora omnímoda del mundo y sus procedimientos
secretos quedan en secreto. Los pueblos no se explicarán nunca la razón por la cual sus gobernantes
actúan tan contrariamente a los intereses nacionales. Inglaterra trabaja en la sombra. Anuda voluntades a
su servicio o las anula. Los hombres probos y los patriotas desaparecen de los escenarios públicos
misteriosamente. Los venales y los dóciles los sustituyen. Los genuinos intérpretes populares son
aniquilados sin piedad y su memoria es escarnecida en los textos escolares que forman la conciencia
histórica de las nuevas generaciones. Así Inglaterra, tras una concesión abusiva de ferrocarriles —que
orienta las energías económicas de la nación de tan hábil manera que el trabajo y la riqueza argentinas van
constituyendo capital británico invertido en la Argentina—, consigue extensiones casi ilimitadas de tierras, a
precios «nominales», según la expresión que el inglés LauSan emplea en 1865 para denominar la forma de
adquirir campos en la República. Inglaterra avanza sobre el país entorpecido por un sahumerio de doctrinas
y teorías, sobre un país maniatado por la sucesiva destrucción de los hombres de impulso, de capacidad y
de inteligencia que no estaban al servicio de las conveniencias inglesas.
Hubiera sido imposible denunciar los manejos ingleses en nuestro país durante todo el transcurso del
siglo pasado. Nadie lo hubiera creído. Ellos
han cuidado presentarse con apariencias de recato, de puntillosidad, de escrupulosa corrección y nadie
hubiera aceptado que los métodos de dominación ingleses son tan elásticos que van desde el golpe de
mano hasta el soborno de los subalternos, desde la presión diplomática hasta el hurto de documentos.
¿Quién hubiera admitido que los ingleses empleaban métodos que serían infantiles, si no fueran tan
eficaces y si no estuvieran protegidos en última instancia por su irrebatible escuadra?
Pero este siglo trae consigo novedades que lo harán figurar con relieves propios en la historia. El primer
hecho resaltante es la aparición del petróleo como factor primordial de dominación mundial. Inglaterra no
tiene petróleo. Inglaterra debe arrancárselo a otros países y la lucha por la hegemonía petrolífera va a
tornar visibles los invisibles métodos de Inglaterra. Al principio son hechos casi fosforescentes que
relumbran con escándalo en algunos periódicos, luego son libros que analizan y detallan la lucha. Después
son los documentos mismos los que hablan su lenguaje. La artería solapada y silenciosa queda a la vista.
Y ésa es la gran lección que el petróleo da al mundo, en general, y a América en particular. A la luz de sus
enseñanzas debemos rever la ringlera de hechos que, encadenados, constituyen nuestra sumisión.
Durante los últimos decenios del siglo pasado el petróleo natural es explotado sin sobresaltos en Norte
América. De su destilación se utiliza casi exclusivamente el kerosene. La nafta es un producto de desecho,
lo mismo que el fuel oil, una brea viscosa que resta en el fondo de los alambiques. Pero el alemán Diessel
descubre que esta brea, colocada a gran presión en el fondo de un cilindro, explota. El motor Diessel
revoluciona la técnica. Es un motor incómodo y plagado de inconvenientes que lo inhabilitan para competir
al motor a nafta en los pequeños vehículos de transporte, pero es un motor que revoluciona la técnica
marina. Un almirante británico, lord Fisher, examina las nuevas condiciones y concluye que el motor a
petróleo aumenta en un 33% la eficacia de los acorazados. Aumenta su velocidad y su radio de acción y
disminuye en un 66% el volumen de las máquinas, de los depósitos de combustibles y del personal. «Es
una criminal locura, dice textualmente, cargar una sola libra de carbón a bordo de los barcos de batalla.» «It
is a criminal folly to allow another pound of coal on board a fighting ship.»
La hegemonía marítima de la Gran Bretaña está comprometida, porque ni en su suelo ni en el de sus
colonias existe petróleo en cantidades de consideración. Pero Gran Bretaña tiene su astucia. La sorda
contienda petrolífera ha comenzado. De un lado está Estados Unidos de Norte América, disciplinada en
parte detrás de Rockefeller, el magnate director de la Standard Oil. Del otro, no hay nadie aparentemente.
Gran Bretaña, mediante sus órganos secretos, trabaja en la sombra. Ni el mismo Parlamento británico
conoce la verdad de los ocurrimientos. Lord Fisher y Winston Churchill dirigen personalmente la batalla.
Tienen agentes habilísimos, como ese Sidney Reilly, que, disfrazado de monje, arranca sus concesiones al
ingeniero D'Arcy. Tienen asesores como Cadman, cuya destreza desconoceremos para siempre, pero
cuyas cualidades es dable inducir de los elogios que despertaron en quienes las observaron en plena
acción, como lord Curzon, que dijo en su célebre discurso del 21 de noviembre de 1918: «...se fondo un
pequeño comité ejecutivo que tenía por director al profesor Cadman. El profesor Cadman era una
personalidad calificada para asumir la responsabilidad que se le confiaba y yo siento aquí la obligación de
expresar que yo considero a los profesores con un respeto que no está universalmente admitido. El
profesor Cadman fue el consejero técnico del gobierno durante muchos años. Ha sido también profesor en
la Universidad de Birmingham y ha adquirido conocimientos personales de las principales explotaciones
petrolíferas del mundo». Hoy Cadman posee un título nobiliario como premio a sus acciones desconocidas.
La inmensa red del Intelligence Service actúa con un sigilo sólo comparable con su eficacia. Hoy es un
banco que auna los encontrados intereses de los ingleses y de los alemanes en la región de Mosul y los
disciplina contra la penetración de la Standard Oil para eliminar poco después a los aliados alemanes del
Turkish Petroleum Bank. Mañana es una inocente compañía de navegación que se especializa en el
transporte de conchillas de nácar, la Shell Transport, la que desenvuelve una subterránea acción de
acaparamiento de concesiones, lentamente, sin apuro, sin llamar la atención.
Pero la guerra de 1914 estalla, y aparentemente detiene esta formidable contienda. La Standard Oil
sirve a los aliados y contribuye poderosamente a su victoria definitiva. Pero la guerra misma es un toque de
alarma para Inglaterra. El petróleo es de más en más predominante. El petróleo es el dominio del mar, es el
dominio del aire, es el dominio de las rápidas movilizaciones de tropas en la tierra. El dominio del petróleo
es en cierta manera el dominio del mundo. La opinión pública británica se alarma. Entonces sir E. Mackay
Edgar, petrolero británico, produce su sorprendente revelación, publicada en Sperling Journal, en
septiembre de 1919. «The british position is impregnable. All the known oil fields, all the likely or probable oil
fields, outside of the United States itself, are in British hands or under British management or control, or
financed by British capital.» «La posición británica es inexpugnable. Todos los campos petrolíferos
conocidos, todos los campos petrolíferos probables o supuestos, están en manos británicas o bajo
dirección británica o controlados o financiados por capital británico.» (Transcripto de Ludwell Denny,
América conquers Britain).
Y como si esto fuera poco, el mismo sir Mackay Edgar da cuenta en una carta publicada por el Times,
de los frutos de la campaña secreta conducida por lord Curzon, por sir John Cadman y por Marcus Samuel,
un pobre cambalachero que fundó la Shell Transport. Decía sir Mackay: «Puedo afirmar que los dos tercios
de los yacimientos explotados en la América Central y en la América del Sud están en manos inglesas.
»En los estados de Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela y
Ecuador la inmensa mayoría de las concesiones están en manos de súbditos británicos y serán animadas
por nuestros capitales.
»E1 grupo Alves, cuyas propiedades rodean de hecho los dos tercios del mar Caribe, es enteramente
inglés y los contratos aseguran la perpetuidad absoluta del control a los intereses británicos. Ningún
ciudadano, ningún grupo norteamericano podrá jamás adquirir en la América Central una situación análoga
a la que sus empresas y su personalidad han asegurado a míster Alves.
»Si se considera la más grande de todas las organizaciones petroleras del mundo, el grupo Shell, se
deduce que él posee en propiedad o controla empresas en todos los campos petrolíferos del mundo: en los
Estados Unidos, en Rusia, en Méjico, en las Indias Holandesas, en Rumania, en Egipto, en Venezuela, en
Trinidad, en la India, en Ceylán, en los Estados Malayos, en el norte y el sud de la China, en Siam y en las
Filipinas.
«Antes de mucho tiempo, Norte América estará obligada a comprar petróleo a las sociedades inglesas y
deberá pagar en dólares, en cantidades crecientes, muchos millones de libras esterlinas».
«A excepción de Méjico y de una pequeña parte de la América Central», continuaba sir Mackay, «el
mundo entero está sólidamente barricado contra un ataque de fuerza de los americanos. Podrán tentar
aquí o allá algunas escaramuzas, pero jamás un ataque en masa. La posición inglesa es inexpugnable».
«Esto no es una revelación», concluía Mackay. «Los especialistas de los Estados Unidos están al
corriente de esta situación desde hace más de un año. Pero el Congreso y la opinión pública se han
despreocupado del problema. El gran público americano está vagamente convencido de que América es un
vasto recipiente de petróleo y de que jamás faltará en sus motores. Desgraciadamente para ellos y
felizmente para nosotros, sus ojos se han abierto demasiado tarde». {Le Petrole, de Francis Delaisi.)
Los intereses petrolíferos británicos se habían infiltrado en la casa de su enemigo. Rodeaban con sus
concesiones el Canal de Panamá y estaban arraigados en el mismo suelo americano. La reacción
norteamericana no tarda en producirse. Ya no se trata de una lucha de empresas más o menos voraces,
más o menos codiciosas, más o menos impúdicas. Ahora $e trata de la seguridad de Estados Unidos. La
Royal Dutch —formada por un empleado holandés, Henry W. A. Deterting, a quien el almirante Fisher ha
descripto a su gobierno como «Napoleonic in his audacity and Cromwellian in his thoroughness».
«Napoleónico en su audacia, cromweliano en su entereza»— y la Shell Transport formada por el ropavejero
Marcus Samuel ya elevado a lord Beardsted, con la colaboración de la banca Rothschild, se han fundido en
un solo bloque, la Royal Dutch Shell, que está directamente controlada por el gobierno británico, orientada
y fiscalizada por el Almirantazgo y servida en sus detalles por la fuerza del Intelligence Service. Lo que
posee la Royal Dutch Shell es posesión directa del gobierno británico.
Por instigación de las autoridades navales, el Congreso norteamericano dicta una ley que prohíbe la
enajenación de los terrenos petrolíferos a las empresas y a los ciudadanos que de alguna manera
dependan de intereses extranjeros. Y el Departamento de Estado envía a todo el cuerpo consular y
diplomático instrucciones específicas sobre los procedimientos a que deberán ajustar su conducta posterior
en materia de petróleo. La lección dada por Inglaterra se aprovecha y la ciudadanía norteamericana es
objeto, por primera vez, de una discriminación que nosotros debemos estudiar. En esas instrucciones se
distinguen dos clases de ciudadanos norteamericanos, los que sirven intereses norteamericanos y los que
sirven intereses extranjeros a Norte América. Veamos el texto de la comunicación. «Está Ud. autorizado
para prestar toda legítima ayuda a los ciudadanos o intereses norteamericanos responsables y dignos de
su confianza que tengan concesiones o derechos en materia de petróleo. Tomará Ud. cuidado, sin
embargo, en distinguir entre ciudadanos norteamericanos representantes de capital norteamericano y
ciudadanos norteamericanos representantes de capital extranjero. Y cuidará, asimismo, distinguir entre
compañías formadas en Estados Unidos y actualmente controladas por capital de Estados Unidos y
aquellas compañías constituidas bajo las leyes norteamericanas, pero dominadas por capital extranjero.»
66 th. Congress, 2nd. Session. Senate Document N 272, p. 17. (Denny: We fightjbroiL)
La lucha ha comenzado a ser perceptible. De ambos lados se cruzarán acusaciones y denuncias y la
gran batalla del petróleo servirá para instruir a los pueblos en los secretos manejos de las diplomacias y en
los métodos y procedimientos con que se amputan sus riquezas. Un proyectado monopolio petrolífero
español le costó el gobierno a Primo de Rivera, que murió repentinamente en un oscuro hotel de París. Un
apasionado ataque a la Standard Oil, por su intervención en la guerra del Chaco, le costó la vida al senador
norteamericano Huey Long, asesinado pocas semanas después de su denuncia. (J. Natalicio González: El
drama del Chaco.) Una terquedad le costó la vida al presidente Harding que murió súbitamente en un
alejado estado americano. Una simpatía por la Standard Oil y una resistencia a la Shell le costó la vida a
Feysal, que murió inesperadamente en un hotel de Berna. (Johanes Stoye: L'Angleterre dans le monde) La
lucha se agudiza en Méjico, porque allí Norte América no cede. El terreno se disputa a pulgadas. Es
cuestión de vida o muerte. A un gobierno sucede otro gobierno. La Standard es derrocada por el grupo
Pearson o la Mexican Eagle.
Nosotros estábamos alejados de esta contienda. No teníamos petróleo notorio. Decimos notorio, porque
el petróleo del norte es conocido desde tiempo inmemorial y fue siempre sofocado con sus tarifas por los
ferrocarriles que Inglaterra tenía al servicio de su política. Esa denuncia fue formulada en la Cámara de
Diputados en 1891 por el diputado Osvaldo Magnasco. Dijo Magnasco: «Jujuy y Mendoza, y sobre todo la
primera, está empeñada desde hace 17 años en la explotación de una de sus
fuentes más ricas de producción: sus petróleos naturales. No bien llega a oídos de la empresa de
ferrocarril la exportación de una pequeña partida a Buenos Aires o a cualquier punto, se alza
inmediatamente la tarifa, se alza como un espectro y se alza tanto que el desfallecimiento tiene que invadir
el corazón del industrial más fuerte y emprendedor». El petróleo era en aquellos años una amenaza para la
importación de carbón inglés e Inglaterra sofocó su explotación y hundió en los archivos hasta la memoria
de su existencia.
En 1907 se descubre casualmente petróleo en Comodoro Rivadavia. Su importancia se disimula
durante varios años. Inglaterra forma una compañía integrada en su mayoría por ferroviarios que ya actúan
en la República. Se denomina la «Argentine Gulf Oil Sindícate Ltd.». Posee al principio 6.250 hectáreas de
terreno petrolífero que presenta buenos indicios, superficie que dos años después aumenta a 81.000
hectáreas.
Inglaterra parece dispuesta a no apresurarse. Parece estimar que su posición en la Argentina es
inviolable. Todo en ella le pertenece. Pero la Standard Oil, aunque con menos elegancia y discreción, usa
los mismos métodos ingleses, soborna, corrompe, amenaza, azuza a los ambiciosos, se vale de
mediadores influyentes, utiliza la prensa como un arma. Inglaterra puede contrarrestar la violenta
arremetida, pero ése es un juego peligroso. El petróleo de la Patagonia no pertenece a una nación de suelo
estéril, cuya única riqueza sea el petróleo mismo y donde por lo tanto pueden agotarse los medios de
agresión y defensa. Al contrario. Por mucho que valga y sea fundamental, mucho más valioso y
fundamental para Inglaterra son los alimentos y la materia prima que mansamente extrae de aquí. Aún hoy,
a pesar del desarrollo extraordinario de la industria petrolífera, la producción de petróleo puede valuarse en
menos de doscientos millones, es decir apenas la décima parte de lo que vale la producción agropecuaria
que Inglaterra moviliza anualmente de nuestro país. Somos el único exportador de carne fina y de tanino.
Somos el más importante exportador de lino y uno de los principales exportadores de trigo y de maíz.
Somos el cuarto o quinto exportador de lanas y uno de los pocos exportadores de cueros. Todo el comercio
de exportación lo controla Inglaterra, porque no tenemos un solo barco mercante de ultramar ni un solo
ferrocarril que atraviese las zonas productoras. Por otra parte, somos un comprador excepcional. Pagamos
por las mercaderías y por el carbón británico precios que no paga nadie en el mundo. ¿Cómo, pues,
impedir la penetración de la Standard Oil sin ilustrar a la opinión pública argentina en la refinada habilidad
de que es capaz Inglaterra? Combatir a la Standard Oil con los procedimientos utilizados en el cercano y en
el medio Oriente, es descubrir ante los argentinos una psicología que para seguridad de su dominio han
disimulado siempre. Inglaterra opta por el combate indirecto y desata una terrible campaña contra la
Standard Oil, pero no a su favor, sino a favor de la explotación del petróleo por el Estado, a favor del
establecimiento de reservas fiscales, a favor de la retención de la riqueza petrolífera en manos argentinas.
El 24 de diciembre de 1910 es creada la Dirección General de Explotación del Petróleo de Comodoro
Rivadavia. La preside el ingeniero Luis A. Huergo. Huergo es un técnico de netas capacidades y de gran
honradez y le entusiasma trabajar en pro de las conveniencias argentinas. Pero es también persona de
buena relación con Inglaterra. Fue él quien trazó los planos del Ferrocarril del Pacífico, entre Mercedes de
Buenos Aires y Villa Mercedes de San Luis. Huergo acomete con ardor. «Los actos de la compañía
Standard Oil son juzgados en todas partes como actos de piratas usurarios, despiadados, capitaneados por
un ex sacristán, que empezó por llevar la ruina y la desolación a millares de familias de sus propios
conciudadanos; que, como el pulpo, ha extendido sus tentáculos a todas partes, acumulando fortunas
colosales de miles de millones de pesos amasados con lágrimas y sangre humanas, que tiene en jaque al
gobierno y a las instituciones de su propio país y que introduce la corrupción, la guerra civil y la ruina
nacional en otros países». Estos párrafos violentos forman parte de un documento oficial argentino. Es un
Memorándum de la Dirección General relativo a la Explotación de los Yacimientos de Petróleo de
Comodoro Rivadavia, publicado en Buenos Aires, en 1913. Cuando el ingeniero Huergo debe referirse a los
intereses petroleros británicos, su pluma tan ríspida y valiente, se enternece con una tolerancia inesperada.
Veamos cómo refiere el proceso mejicano en que dos piratas disputan el predominio: «Hemos visto»,
escribe Huergo, «cómo Méjico empezando por importar petróleo crudo de los Estados Unidos estableció
refinerías y luego empezó la explotación de yacimientos nacionales del combustible. El pioneer de la
industria del petróleo mejicano fue el señor W. S. Pearson (contratista inglés de ferrocarriles, puertos, etc.:
lord Cowdray), más tarde señores Pearson and Son Limitada (The Mexican Eagle Oil Co. Ltd.)». Luego
Huergo copia párrafos de publicaciones que están al servicio de una de las partes y transcribe párrafos de
notable consideración. «La singularidad de la posición en Méjico es realmente notable. Esta firma de
particulares, caballeros ingleses, es realmente un socio activo del gobierno del país.» Y como si estas citas
parciales, que tan respetuosamente tratan a los caballeros ingleses socios del gobierno mejicano, no fueran
suficientes para filiar su tendencia, Huergo agrega por su cuenta: «La lucha fratricida no ha terminado en
Méjico y la prensa europea se sigue ocupando de ella, atribuyéndoles su origen a la Standard Oil y aun a la
política del dólar».
La parcialidad del ingeniero Huergo resalta a la clara en los párrafos reproducidos, que traslucen el
espíritu que anima a su folleto. De un lado se presenta a la Standard Oil como una gavilla de piratas
desalmados, en lo que quizá no estaba equivocado, por cierto. Por el otro, los intereses británicos
representados por perfectos caballeros que trabajan a favor de los pueblos americanos, seres
desinteresados y casi angélicos. Del estudio de este folleto se deduce que la iniciación de la política
defensiva que en materia de petróleo adoptó la República Argentina fue una maniobra de Inglaterra para
detener sin acción directa la intromisión arrolladora de la Standard Oil, puesto que fue el ingeniero Huergo,
parcial, como hemos visto, el incansable animador de la política de retención fiscal.
Además del ingeniero Huergo, en esa «Dirección General de Explotación del Petróleo», tan combativa,
figuran personajes muy allegados a los intereses ingleses en nuestro país, como don José A VÜlaionga,
representante del F. C. Pacífico, y el doctor Ramón Videla que después sería director del mismo ferrocarril.
Por otra parte, contemporáneamente a la política defensiva del petróleo, los gobiernos argentinos
entregaban a los financistas ingleses los restos del Ferrocarril Andino, que era una llave intercalada en la
provincia de Córdoba, y por diversos medios y con numerosas leyes consolidaban el predominio ferroviario
británico en nuestro país, demostrando completa sumisión a la voluntad de la Gran Bretaña.
En mayo de 1913 se decide reservar una zona de 5.000 hectáreas que rodea a los pozos petrolíferos
descubiertos. ¿Por qué no se reservó todo el territorio de la República, si en ese momento no había
intereses comprometidos? Porque esa reserva hubiera significado nacionalizar implícitamente la
explotación del petróleo e Inglaterra no quería ir tan lejos.
La guerra favorece el desarrollo de la explotación petrolífera. Los submarinos entorpecen y hasta
interrumpen las líneas de navegación. La 'portación de carbón se reduce a una tercera parte en peso,
aunque su valor aumenta. La tonelada de carbón inglés que se pagaba a 8,54 pesos al comienzo de
1914 llega a pagarse a 29,10 en 1917. El costo del petróleo sigue un curso paralelo y la Dirección
General cumple negocios proficuos. En 1915 su utilidad neta es apenas de 204.403 pesos papel. En
1916 la utilidad neta sube a $ m./n. 2.272.139. En 1917, la utilidad a $ m./n. 5.000.000. El activo, en
diciembre de 1917, se valúa a m./n. 20.028.177. Las inversiones que el gobierno ha dedicado a la
explotación de petróleo alcanzan en ese momento a un poco más de ocho millones de pesos.
Exactamente, pesos papel 8.655.240. El mecanismo está en marcha y el gobierno no aportará en
adelante un solo peso más. Quizá los ingleses ya están arrepentidos de su creación indirecta. El poder
en manos de gobiernos sólidamente respaldados por la anuencia popular y con los que no pueden
maniobrar a gusto. Desde octubre de 1916, Hipólito Yrigoyen es presidente de la República.
En 1922, ya traspuesto el período experimental, Yrigoyen crea una repartición autónoma que manejará
los fondos provenientes de la explotación.
Yacimientos Petrolíferos Fiscales es el título de la nueva entidad. El general Enrique Mosconi es
designado director en octubre de 1922 y Un impulso casi febril se inyecta en el organismo de Y. R F.
Excede de nuestras Limitaciones el historiar las alternativas de esa repartición nacional cuyo recuerdo
debemos mantener siempre vivo en nuestra memoria, como una experiencia que quizá no se repita, hasta
el momento en que, despejados los embaucamientos que nos maniatan, ensayemos la experiencia
definitiva de la nacionalidad.
Y. P. F tiene actualmente un capital de 380 millones. ¿De dónde salió ese capital? ¿Fueron aportes del
gobierno? ¿Fue el producto de suscripciones de capitales levantados en el país o en el extranjero?
No, señores. Ese capital salió de los mismos pozos de petróleo. Fue el producto del connubio de la
riqueza petrolífera del subsuelo argentino y del trabajo de sus ciudadanos. El único aporte proporcionado
por el gobierno nacional fueron 8.655.240 pesos moneda nacional.
Supongamos que en lugar de explotar por su cuenta, el gobierno hubiera cedido la explotación a una
empresa extranjera en las mismas
condiciones de liberalidad en que se concedió las explotaciones ferroviarias, es decir, inhibiéndose a sí
mismo toda fiscalización en la contabilidad interna de las empresas.
La compañía concesionaria hubiera invertido esos mismos ocho millones, cuando mucho, en las
instalaciones originarias. Del producto de la explotación anual hubiera obtenido una suma suficiente para
repartir un buen interés a sus accionistas y un cuantioso sobrante que se hubiera depositado en los bancos
de Londres o Nueva York y se hubiera disimulado en los libros —si hubiera sido preciso disimularlo—
abultando los gastos e inscribiendo ventas fraguadas a bajo precio. Poco después, la empresa hubiera
emitido nuevas series de acciones que los accionistas hubieran suscripto con esos mismos fondos
remanentes. En una palabra, se hubiera regalado a los accionistas cantidades proporcionales de nuevas
acciones u obligaciones y el dinero que de aquí salió, aquí hubiera vuelto como capital británico o
norteamericano invertido en la Argentina, y actualmente se nos diría que la explotación del petróleo sólo fue
posible merced a la liberalidad, a la magnanimidad y a la confianza en nuestro porvenir que depositaron los
capitalistas que invirtieron 380 millones.
Y. P. F. capitaliza anualmente, entre reservas ordinarias y extraordinarias, fondos de previsión y
seguros y ganancias netas, alrededor de 30 millones de pesos, que utiliza generalmente en ampliar su
flota, en mejorar y aumentar sus plantas de destilación y en extender sus agencias de venta y
comercialización. ¿Cuánto hubiera capitalizado de ser empresa inglesa o norteamericana? Difícil calcularlo,
porque no debemos olvidar que la tendencia de Y. P. F. fue la del abaratamiento del combustible. La nafta
que llegó a costar $ 0.36 el litro, se vende, libre de impuestos, a la mitad, a $ 0.18. Esa desastrosa
operación que pudo ocurrir con el petróleo, es lo que aconteció con los ferrocarriles ingleses de la
Argentina.
Un técnico en materia petrolera, el ingeniero Mano L. Villa, que ha sido administrador de los
yacimientos de Comodoro Rivadavia, y es uno de los directores actuales de Y P. F, ha realizado un cálculo
de las sumas que la República hubiera debido girar al exterior si nosotros mismos no hubiéramos extraído
e industrializado nuestro petróleo. Las cifras del ingeniero Villa son las siguientes:
En total, en el transcurso de sólo nueve años hubiéramos debido girar al exterior la fabulosa suma de
1.052 millones, es decir, un promedio anual de 131 millones de pesos, aproximadamente la misma
cantidad que anualmente drenan los ferrocarriles ingleses, que también pudieron y debieron ser argentinos,
como el petróleo.
En este rápido resumen salteamos la enumeración de los numerosos puntos de contacto que la
explotación del petróleo nacional establece con la política nacional, pero el punto esencial es que Hipólito
Yrigoyen, y con él toda la Unión Cívica Radical, hace suyo el problema petrolífero argentino. En 1927, la
representación radical vota en la Cámara de Diputados una ley que nacionaliza el subsuelo y la explotación
y comercialización de toda clase de hidrocarburos. Esta ley pasó a la aprobación del Senado, donde la
mayoría la ejercen los viejos conservadores y allí quedó durmiendo al amparo de la venalidad.
Evitamos ser sospechosos de suspicacia y transcribiremos el párrafo en que el documentado Ludwell
Denny describe este instante argentino. Traducido textualmente, dice: «La Argentina en 1928 produjo un
total de nueve millones de barriles y detenta el décimo lugar entre los productores mundiales. £1 capital
extranjero está allí en desventaja. £1 gobierno explota los mejores campos y prácticamente prohíbe la
exportación. La nacionalización de los yacimientos petrolíferos de toda la República, el
monopolio por el Estado del transporte del petróleo y la exclusividad fiscal de la explotación han sido
previstas en un proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados en 1927. Las compañías extranjeras
en 1928 y 1929 han bloqueado la ley en el Senado». En el original: «Foreing companies in 1928 and 1929
blocked the bill in the Senate».
En octubre de 1928 Yrigoyen reasume el poder y un año después insta al Senado a conceder su
aprobación al proyecto de nacionalización. «El país, decía el mensaje, ha acumulado amargas experiencias
sobre el manejo, desordenado e imprevisor, de las riquezas naturales que forman parte del patrimonio del
Estado. Basta recordar lo acontecido con la tierra pública, cuya desastrosa historia mantiene una acusación
ilevantable sobre los gobiernos del pasado, y que fuera enajenada a precios viles sin plan ni concierto,
sustrayéndola a sus convenientes destinos económicos para hacerla servir de base a los extraordinarios
enriquecimientos privados que se obtuvieron a expensas de la fortuna nacional, para sentir la aspiración
fervorosa y el propósito inquebrantable de que no sea igualmente malograda la segunda gran riqueza con
que los mandatos de la Divina Providencia han querido favorecer a nuestra tierra privilegiada. A fin de
evitar que se repita lo ocurrido con el suelo fiscal y conservar los beneficios del petróleo para el pueblo de
la República, es menester organizar un régimen legal que consulte las exigencias del interés de la Nación,
poniendo en manos del Estado el dominio efectivo de los yacimientos petrolíferos y confiriéndole el
monopolio de su explotación y comercialización.»
Esta ley resultaba muy drástica por igual para los intereses de Gran Bretaña y de Norte América y la
instigación del presidente Yrigoyen cayó en el vacío. Los diarios argentinos hablaron de los peligros de la
administración estadual. Decían que el Estado había demostrado ser mal administrador y demás
falsedades cuyo tenor ya conocemos de antemano.
El 6 de septiembre de 1930, Yrigoyen fue derrocado por una revolución. Todos supimos, quizá
demasiado rápido, que esa revolución fue animada por los intereses de la Standard Oil y en cierta manera
es posible demostrarlo. ¿Qué parte le habrá correspondido a Gran Bretaña en la responsabilidad? No
olvidemos la experiencia de Primo de Rivera, que también se propuso instituir un monopolio petrolero
español y cayó ahogado por la presión simultánea de la Royal Dutch Shell y de la Standard Oil. que de
común acuerdo en la emergencia cortaron sus
abastecimientos de petróleo y desencadenaron una campaña de prensa contra los productos naturales del
suelo español.
Poco importa escarbar este asunto, porque fuera del crimen político cometido, muy poco pudo y muy
poco duró la revolución. Lo importante es subrayar el error en que incurrió el presidente Yrigoyen al no
disolver el Congreso y llamar a nuevas elecciones. La ley se transgrede constantemente, cuando la
transgresión favorece a los intereses extranjeros. ¿Por qué no transgredirla en defensa de los sagrados
intereses de la nación y del pueblo argentino? La ley debe ser inviolable, mientras no esté en juego la salud
del pueblo y la dignidad y soberanía de la nación. La excesiva puntillosidad legal del presidente Yrigoyen
abrió las compuertas a la piratería nacional que estaba esperando acorralada a sus amos extranjeros. El 20
de febrero de 1932 asume el mando el general Agustín P. Justo. El general Justo llega al poder con apoyos
misteriosos. Al general Justo no lo conoce nadie ni nadie lo quiere. Busca su resquicio con premura
angustiosa.
Pero eso no es lo importante, tampoco. Lo importante, lo verdaderamente trascendental para nosotros
ocurre a muchos miles de kilómetros de aquí. Nuestro destino se fragua en las cancillerías de Londres y de
Nueva York, en las oficinas de la Standard Oil y de la General Motors, y en Downing Street, en River Píate
House, en las oficinas ferroviarias inglesas y en los despachos del almirantazgo, en que se manejan los
destinos de la Royal Dutch Shell. Porque algo extraordinario pasa en nuestro país. Los intereses
norteamericanos abandonan la plaza, cejan en su lucha. ¿Qué obtienen en cambio? Ya lo sabremos más
adelante, cuando los libros documentales comiencen a difundir los secretos de esta época.
Fue para muchos una sorpresa el proyecto de compra de la Standard Oil enviado al Congreso por el P
E. en 1936. Pero no era necesario ese toque para deducir que en nuestro país ya no había lucha entre
ambos rivales. Ni el Banco Central ni las leyes de Coordinación hubieran sido votadas si los capitales
norteamericanos se hubieran empeñado. A la corrupción de la libra esterlina hubieran opuesto la corrupción
del dólar. Frente a un periódico sumiso a las instrucciones inglesas, hubieran creado o adquirido otro
obediente a las recomendaciones contrarias.
¿Dónde estamos ahora? Los indicios son graves. Estamos en el umbral
de una nueva traición. La Royal Dutch, es decir Inglaterra, tiene un interés extraordinario en la posesión de
los yacimientos de Comodoro Rivadavia. Inglaterra necesita tener petróleo sobre la costa austral del
océano Adámico. Comodoro Rivadavia está situado en una región que resulta altamente estratégica. En
caso de guerra, el petróleo de Comodoro Rivadavia puede ser más vital para Inglaterra que el petróleo del
Asia Menor, por cuya posesión tanto y tan hábilmente peleó. Es más importante que el petróleo de
Rumania, que el petróleo de rvlosul, que el petróleo del Irak y quizá más vital que el petróleo de la India.
La línea de navegación que une Inglaterra con el Río de la Plata y Comodoro Rivadavia surca mar libre,
mar no interferido por líneas de influencias marítimas o aéreas de otros países rivales. Y ése es un
yacimiento que, desplazada la Standard Oil, está desamparado.
//Messaggero de Roma publicó una noticia: una noticia sobrecogedora. Se titulaba «Hacia el monopolio
de los pozos petrolíferos fiscales». Era un telegrama fechado en Londres el 29 de marzo de 1934, que
decía: «Se sabe que está por concluirse uno de los más grandes negocios petrolíferos de los últimos años.
Los contratantes son la Royal Dutch Company y el Gobierno Argentino. Se trata de una concesión que si se
cierra pondrá en manos de la Royal Dutch, mediante un pago de varios millones de libras esterlinas, toda la
zona petrolífera actualmente poseída y explotada por el Estado argentino, no sólo en la vasta zona
septentrional de la República. Según se refiere, la sociedad compradora pagará una cierta suma para la
concesión, y los beneficios serán luego divididos en panes iguales entre el sindicato concesionario y el
Estado argentino. Los representantes de la Royal Dutch están todavía en la Argentina para tratar
directamente el asunto. Actualmente estudian la zona de Salta». El destino argentino hay que deletrearlo
en el extranjero, aquí los diarios son mudos.
La operación no se llevó a cabo. Era demasiado desnuda y quizá hubiera levantado una resistencia que
Inglaterra procura a toda costa impedir. Yacimientos Petrolíferos Fiscales está muy adentrado en el
sentimiento y en la conciencia argentinas para que pueda ser sacrificado en silencio y la operación se
postergó. Se dice que los altos jefes del Ejército Argentino se opusieron con patriótica energía.
En los trámites que antecedieron a la prórroga del pacto Roca-Runciman, Inglaterra volvió a la carga
con sus pretensiones. La operación
comenzaba a tener un cariz simpático. El Gobierno adquiriría a la Standard Oil, e Y. P. F, de tal manera
engrandecido, fortalecido y enaltecido, formaría un consorcio con la Royal Dutch Shell, bajo las apariencias
de una coordinación petrolífera.
En enero de 1937 se firmó el convenio entre la Standard Oil y el gobierno argentino por el cual la
compañía norteamericana cedía la propiedad de sus explotaciones y de sus filiales por la modesta suma de
$ m/n. 150.000.000. Este no era el comienzo de una operación, era el fin. La venta de la Standard no
provenía de un arreglo local, era consecuencia de un pacto sellado en el otro hemisferio.
Que este acto constituía solamente un paso de la estratagema planeada por Inglaterra, lo demuestran
las mismas palabras oficiales. Poco después, el 5 de abril de 1937, con el pretexto de inaugurar el nuevo
edificio de Y. P. E, el ministro de Agricultura argentino y Caballero de la Orden del Imperio Británico, doctor
Miguel Ángel Cárcano, decía: «Aceptamos y nos estimula la competencia de las empresas privadas frente
a nuestra propia actividad industrial. Aspiramos aún a establecer una mayor vinculación con ellas aplicando
el régimen mixto que prevé la misma ley». ¿Régimen mixto? ¿Con quién, si la Standard Oil estaba en
venta? Régimen mixto con la Royal Dutch, por lo tanto. Poco después, el doctor Cárcano decía en otro
discurso: «Ahora que no hay competencia...» ¿Cómo que no hay competencia? Se habría eliminado a la
Standard Oil, pero ¿la Royal Dutch Shell? El ministro Cárcano, abogado y director de empresas inglesas,
estaba tan connaturalizado con sus intereses y con sus proyectos que ya interpretaba los hechos como un
agente británico y no como un ministro argentino.
El Parlamento no trató el convenio con la Standard y esta compañía retiró su ofrecimiento de venta al
gobierno argentino. ¿Qué ha pasado? Es fácil inducirlo. La Royal Dutch Shell ha decidido comprar
directamente a la Standard Oil local. Invertirá en ello una parte de las inmensas ganancias que las
empresas inglesas establecidas en la Argentina se ven obligadas a reinvertir en el país, por falta de cambio
para girarlas al extranjero.
Para no despertar recelos en la opinión pública argentina, la operación se difunde lentamente, con esa
fina y espaciosa cautela que caracteriza a los procedimientos ingleses. La Standard Oil comienza a
desvanecerse. Esa empresa aguerrida, tenaz e impetuosa, se esfuma del escenario
argentino sin resistencia. La Standard Oil cambia el nombre de sus productos y la misma designación de la
compañía se borra del pie de los anuncios fijos. Los avisos que profusamente publicaba la Standard Oil en
la prensa del país se suspenden totalmente. Los diarios, todos sumisos a la voluntad inglesa, que en cierta
manera se confunde con la voluntad del gobierno nacional, reciben instrucciones de no mentar para nada el
tema del petróleo. La Shell Mex recrudece, en cambio, en su propaganda. La Standard Oil va
sumergiéndose en el olvido. El petróleo deja de ser tema nacional. La Standard Oil, sin que nadie sepa
cómo, se transforma en la West India Oil, que tiene su casa matriz en Londres.
Esta extraña conducta de la Standard Oil abre un interrogante: ¿por qué ha cedido tan blandamente?
¿Habrá obtenido, en cambio, zonas de influencias exclusivas en otra parte del continente? ¿O habrá caído
vencida, una vez más, por la temible astucia inglesa? Es imposible comprobar cualquiera de estas tesis,
pero hay indicios que por casualidad han llegado a nuestro conocimiento, que permiten conjeturar que la
Standard Oil ha sido vencida en el orden local con «sabotages» que denotan una mano maestra. Uno de
los gerentes locales de la Standard Oil, por ejemplo, don Alfredo Clark, es canadiense de origen,
empapado de un extraordinario orgullo imperial británico y de un profundo desprecio para Norte América,
que se manifiesta desenvueltamente en la intimidad. La Standard Oil tenía la carcoma en su propia casa.
¿Qué extraño es esto si la Royal Dutch Shell se había infiltrado con disfraz de compañía
norteamericana en el mismo territorio norteamericano? El petróleo es parte del dominio del mundo y el
dominio del mundo lo han obtenido los ingleses con habilidad, con inteligencia, con paciencia, con astucia,
no con las armas. Pero éste es tema que no nos atañe directamente. Lo único esencial para nosotros es
que Y. P. E tiene enfrente a la Royal Dutch Shell, un rival en que se funden los dos rivales antiguos. La
lucha de los dos contendores internacionales que nos permitió desarrollar en el campo del petróleo la
energía y la inteligencia argentinas, ha cesado entre nosotros. Quedamos reducidos a nuestra propia
capacidad de resistencia.
Por otra parte, el P. E. tiene un proyecto elaborado por los señores Bullrich, Morixe y Rojas, por el cual
se crea un Consejo Nacional de Petróleo. Ese Consejo tendrá autoridad completa para decidir en materia
petrolífera. Podrá levantar las reservas, acordar concesiones, ceder zonas
de comercialización exclusivas. En él estarán representadas las compañías particulares, es decir, la Royal
Dutch Shell, exclusivamente y Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Y no es difícil que se llegue al abuso de
constituir el Consejo con representación proporcional de los capitales. La Royal Dutch Shell, sin lastimar el
sentimiento nacional y la integridad aparente de Y. P E, manejará el petróleo argentino a su entero arbitrio.
Esta maniobra es preparada por una campaña de prensa que tiende al desprestigio de Y. P E, muy
semejante a la campaña que en 1885-1890 precedió a la cesión gratuita del Ferrocarril Oeste a los
«financistas» ingleses.
Hace poco recibimos una carta de un amigo radicado en Londres, quien con anterioridad me remitió
otras que resultaron desgraciadamente proféticas. Dice la carta, en lo pertinente: «La marcha del progreso
se desarrolla con una lógica inexorable. Destruirán los ingleses a YPF y se apoderarán de nuestros
yacimientos. En una conversación sostenida con
….., que es uno de los magnates del petróleo británico, nos dijo que los arreglos del asunto que está en
curso de organización pueden considerarse satisfactorios para los petróleos ingleses. No van a atacar a
YPF de frente ni darán un manotazo a nuestros yacimientos Lo harán por intermedio del Consejo Nacional
del Petróleo, que parece creado por un inglés, en que ellos estarán representados y que conducirán a su
antojo...
Se dará pronto esta paradoja. Apenas levantadas las reservas, se intensificará la exploración y la
explotación de petróleo, que los ingleses se llevarán. Mas y por eso dejaremos de importar carbón de
Inglaterra. Importaremos carbón y exportaremos petróleo. Con este agravante: que el petróleo lo extraerán
y llevarán los ingleses por sus propios medios, sin que para nuestro país quede beneficio alguno... La
posesión de yacimientos petrolíferos en la América Austral es una necesidad vital para Inglaterra».
El dominio del petróleo argentino forma parte del rearme británico. Para concluir el «arreglo» llegó a
Buenos Aires, el 16 de julio de 1938, el petrolero británico Gordon H. Michler. Sus manifestaciones,
publicadas en La Nación de ese día, demuestran que el convenio entre Y. R F. y la Royal Dutch Shell ya
había sido sellado en esa fecha en sus líneas generales, porque solamente así se explica que un
comerciante inglés hable tan desenvueltamente de lo que se propone llevar a cabo.
Dijo Gordon H. Michler que Inglaterra, después «de lo que ha sucedido
en Méjico» tiene «especial interés en estrechar vínculos» con el petróleo argentino y en «determinar
acuerdos que en cualquier situación eviten toda desinteligencia». Es decir, que Gran Bretaña quiere
manejar el petróleo argentino a su entera voluntad, única manera de evitar desinteligencia en cualquier
situación, aun en situación de guerra.
Agrega Gordon H. Michler en su reportaje a La Nación que «la República Argentina» interesa a Gran
Bretaña «más que ningún otro país de la América Latina» y que él está dispuesto a prolongar su
permanencia entre nosotros todo el tiempo que sea necesario para dejar «definitivamente pactado» con el
gobierno argentino el arreglo planeado por Inglaterra para incautarse graciosamente de nuestro petróleo.
Actualmente YPF está maniatado por convenios que la subordinan a la West India Oil y a la Shell Mex,
es decir, que la subordinan, en realidad, al Almirantazgo Británico, conductor de la Royal Dutch. La
incapacidad y la falta de patriotismo de los dirigentes de Y. P. F., algunos de los cuales son
simultáneamente directores de ferrocarriles y de otras empresas británicas locales, ha permitido que esa
maniobra se cumpla en silencio, sin sobresaltos, y al margen del conocimiento público. En otro lugar
daremos detalles de la operación, para que caiga sobre ellos toda la condena que merecen.
JUAN DOMINGO PERÓN
“El Pacto Roca-Runciman”
El día 5 de septiembre de 1955, a semanas del golpe genocida autodenominado “revolución
libertadora”, el General Perón habla, en la casa rosada, a los descamisados de su Patria. Ante la
inmensa campaña indiscriminada y violenta de difamación, tanto exterior como interior, Juan
Perón devela uno de los hechos mas nefastos de la historia argentina, jamás mencionado por los
apologistas de los”valores republicanos”, la “lucha contra la corrupción” y el “respeto por las
instituciones”. Nos referimos al tratado Roca-Runciman.
Compañeros:
Sabemos que esta lucha, tal cual se presenta, es una lucha diluida. Porque no hay gente que enfrente a la
lucha ca es toda base de rumores y de panfletos. Y cuando uno va y le pregunta “¡por qué dice esto?” le
responden “¡No! ¡Yo no digo nada! ¡Yo lo quiero mucho!”. Es una cosa de lo mas difícil de concebir el tipo
de lucha insidiosa que se plantea.
Hay asuntos que verdaderamente… Se ventilan y… Mandan a la gente para convencernos, con unos
panfletos largos, de que nosotros estamos por entregar al país porque queremos firmar un contrato para
extraer petróleo. Un ejemplo… ¡Ellos nos van a decir a nosotros, que nosotros vamos a vender al país
cuando sabemos loi que hemos tenido que hacer para liberarlo de lo que ellos habían entregado!
Primero habría que preguntar si ellos habrían sido capaces de enfrentar los momentos de lucha
internacional que nosotros enfrentamos para sacar a flote la dignidad y la soberanía de la nación. Cuando
ellos estaban asociados con Braden, aquí nosotros ya estábamos luchando por la liberación del país.
Por otra parte, nosotros hemos puesto ya en la constitución artículos mediante los cuales ya no podrá
nadie aunque quiera entregar el país. No lo podrá entregar. Porque la constitución ya está con cerrojos
para que todos estos bandidos no vuelvan nunca mas a vender el país.
Todas estas cosas que escuchamos, que nos dicen todos los días… Yo estoy esperando que se divulgue
bien esto, para decir la verdad por radio, en cadena. Como lo hacemos siempre nosotros: hay que dejar
que ellos gasten un poco de pólvora, para que nosotros tengamos siempre la última palabra. Seguro, que
cuando decimos la última palabra, la decimos realmente como es, sin subterfugios de ninguna naturaleza, y
sin intereses ocultos. ¿Qué interés oculto podemos tener nosotros?
Cuando el gobierno podría haber hecho ese contrato sin consultarle a nadie –porque con la ley actual, a
través de YPF, se puede hacer un contrato sin consultarle a nadie –nosotros hemos querido consultárselo
al Pueblo. Porque el Pueblo es quien va a sufrir las consecuencias si es malo. Y por eso se estudia, y por
eso se van a corregir todos los defectos que puedan tener a través de todos los ojos y todas las
inteligencias que lo puedan compulsar.
Si el Pueblo es el que va a sufrir las consecuencias, queremos que sea el Pueblo, a través de sus
representantes, quienes lo discutan y lo aprueben. Y que se discuta públicamente en la calle. A nosotros
que nos importa.
¡Ellos… que se mandaban un tratado Runciman – Roca, entre gallo y media noche, para entregar el país!
Vean la diferencia que hay entre ellos y nosotros: Nosotros, para firmar un contrato de trabajo, publico.
¡Porque los que vienen son contratistas nuestros! Nadie presupone que, si en un terreno, un tipo que dice
“constrúyame una casa acá”, le haya entregado el terreno. ¿Por qué le va a entregar el terreno? (risa).
¡Cuando termine la casa, le paga, le dice “que le vaya bien” y se queda con la casa y con el terreno!
Ahora vean si somos delicados, que para hacer eso lo sometemos a la discusión pública. Vean la diferencia
que hay entre ellos. Una cosa que era tan importante como lo que era entregar la comida de los argentinos
por muchos años, lo que fue el tratado Runciman – Roca. Yo conozco bien. Yo
estaba en el gobierno, era ministro de guerra del general Manuel Rodríguez. Estaba Furioso por ese hecho.
Un día resuelven aquí, entre gallo y media noche, que el vicepresidente de la republica se fuera a
Inglaterra, porque parecía que Inglaterra no quería comprar más carne aquí, que la compraba a 16
centavos el kilo. Bien… Se resuelve. Un día sale, y se va para Inglaterra.
¿Qué es lo que ocurría?
Inglaterra, en el año 1935, había hecho un tratado – el famoso tratado de Otawa – con sus dominios, para
que se viese obligada a consumir, en primer término, la carne de sus dominios (Canadá, Australia, etc.).
Por ese motivo, parecía que ese año no iba a comprar carne en la Argentina. Bien… Problema grave
porque en ese entonces, los argentinos comían el 20% de la carne que producían. El 80% se vendía a
Inglaterra. Solamente a Inglaterra, porque si no se le vendía a Inglaterra, no había quien se la llevase
porque los únicos barcos frigoríficos que había eran ingleses… Es otra de las barbaridades que hice yo, el
comprar una flota frigorífica… que ellos criticaron tantas veces, naturalmente. Porque ahora los tratados de
venta de carne, si no la vendemos a los ingleses, se las vendemos a cualquier otro. Porque nosotros
tenemos la carne, ellos tienen el hambre, la ventaja es para quien tiene la carne: la carneamos nosotros, la
transportamos en nuestros barcos, y la vendemos nosotros. A ellos no les queda nada más que comer.
Antes, todo lo hacían ellos: la faenaban en sus frigoríficos, se la llevaban en sus barcos y se la comían. Y
nosotros la producíamos, y cobrábamos 16 centavos el kilo… Ese era nuestro “negocio”. Aparte de eso,
naturalmente, ese año el 80% de la carne sin vender era un problema bastante difícil para el país.
Bueno… Llega a Inglaterra el vicepresidente de la república Argentina. Los ingleses, que nunca han sido
chambones para negociar, lo tuvieron un mes en la “amansadora” sin recibirlo, nomás… Al mes lo
recibieron… y le dijeron: “No Business” – no hay negocio – porque estamos obligados a comprarle a
nuestros dominios, de manera que a la Argentina no le compramos carne. Naturalmente, “los vacunos” de
aquí, pusieron el grito en el cielo, ya que se quedaban con la cosecha del año sin vender.
Entonces el embajador, el vicepresidente les planteó el asunto: ¡Señores! ¡Pero esto no puede ser!
Nosotros, sus clientes le hacemos el “child” mejor del mundo. Todas esas cosas que hemos dicho siempre
para justificar nuestro coloniaje… Bien… Otros 40 días mas de “amansadora”. Y cuando estaba bien
ablandado, lo recibieron. Y le dijeron:
Vea, hemos pensado en un asunto muy interesante como negocio para usted y para nosotros:
ustedes nos venden toda la carne, y nosotros vemos la manera de pagarles.
¿Cómo es eso?
Muy simple… Ustedes nos venden el 80% de la carne que tienen que vender. Y para pagarme, nos
entregan el Monopolio de los Transportes de la Ciudad de Buenos Aires. Que nosotros ponemos sobre la
organización del anglo-argentino – ya tan importante en Buenos Aires – y entonces les damos un buen
servicio, les pagamos la carne, y ustedes venden su carne.
Pero claro que lo que no le dijeron era que, en el contrato ley que se hizo en el contrato Runciman – Roca,
había que asegurarles hasta el 7% de interés al capital que ellos tenían en la corporación. ¿Y el capital de
la corporación, cómo lo hicieron? Esos tranvías viejos, desvencijados, que no valían ni mil pesos, se los
pusieron en 100 mil pesos. Consecuencia: había que remitir todos los daños como beneficios de la
corporación de Transportes de Inglaterra a unos 700 millones de pesos. Y por la carne que ellos se comían,
nos pagaban 600 millones. ¡De modo que para que ellos se comieran nuestra rica carne, nosotros les
pagábamos 100 millones de pesos por año!
¡Observen, compañeros, la diferencia de procedimientos! Nosotros, para hacer un contrato de locación de
obras, damos la discusión pública al contrato. ¡Ellos, para meternos en un tratado Runciman – Roca, no le
preguntaron a nadie. Lo hicieron por su cuenta, y siempre a escondidas. Esa es la diferencia que hay entre
ellos y nosotros. Y es clara. ¿Por qué? Porque nosotros servimos al Pueblo y ellos engañaban al Pueblo
para servirse de ellos. Ahí esta la diferencia.
DISCURSO COMPLETO:
https://www.youtube.com/watch?v=9HlByskTBPU
POLÍTICA
JOHN WILLIAM COOKE
Apuntes para la militancia
Capítulo II
1) El orden de la oligarquía liberal
“¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso? Señores, ¡es el capital inglés!"
Bartolomé Mitre
La recolonización de 1955 permitió a la minoría explotadora ocupar económica y políticamente el país, pero
no culturalmente. Antes una cosa implicaba a la otra, ahora no.
La fórmula había funcionado durante un siglo a partir de la derrota nacional de Caseros. Allí se liquidó el
pleito entre las dos corrientes que chocaban desde los días de Mayo: la del puerto de Buenos Aires,
cosmopolita, librecambista, vehículo de ideas e intereses que convenían a Europa y trataba de imponer al
resto del país; y otra, nacionalista popular, que veía al país en su conjunto y como parte de la unidad
latinoamericana. Antimorenistas y morenistas, dictatoriales y americanistas, unitarios y federales, fueron
fases de ese enfrentamiento
Una vez que Argentina quedó incorporada como satélite de la primera potencia capitalista de mediados del
siglo XIX (Inglaterra) y se unificaba en la política de la oligarquía portuaria, los antagonismos se
denominaban separatistas bonaerenses y hombres de Paraná: crudos y cocidos, chupandines y
pandilleros, liberales y autonomistas, cívicos y radicales.
Desde la Independencia, los intereses foráneos tenían su aliado natural en la burguesía comercial de
Buenos Aires, dispuesta a enriquecerse como intermediaria de un comercio sin restricciones en Europa. Su
primera víctima fue Mariano Moreno, cuya visión americanista chocó con el centralismo unitario que
subordinaba el país a la política bonaerense. A ellos se debe el rechazo de los diputados orientales que
llevaban a la Asamblea del año XIII las instrucciones de Artigas sobre la organización confederal. Sólo
desacatándose pudo realizar San Martín la campaña de Chile y Perú, pero el pago fue dejarlo abandonado
a su propia suerte en suelo peruano, del cual pasó al exilio voluntario y definitivo.
Fue contra los devaneos monárquicos de ese grupo, que los gauchos impusieron el principio republicano
en el año 20. Fue contra la Constitución aristocratizante de su agente conspicuo –Rivadavia- que se
alzaron seis años después los caudillos federales. Dignos antecesores de la oligarquía contemporánea, en
1815 sancionaron la Ley de Vagancia, para terminar con la protesta de los gauchos hambreados por la
política de los exportadores de carne.
En la Constituyente de 1826, los rivadavianos proponían una cláusula prohibiendo el voto de los
domésticos, soldados de línea, peones, jornaleros, en una palabra, a la chusma que había hecho la
Independencia. Borrego, a quien luego harían asesinar por Lavalle, ridiculizó los argumentos de esa
minoría reaccionaria. La de hoy, aplica el mismo principio proscriptivo aunque no tiene la valentía de
sostenerlo con doctrina.
Fue ese unitarismo el que concedió a Inglaterra la franquicia para que sus barcos navegasen nuestros ríos,
a cambio del derecho espectral de que los barcos que no teníamos navegasen por el Támesis. El mismo
escandaloso unitarismo que dio toda la tierra pública como garantía para contraer el empréstito con Baring
Brother‟s, el que entregó las minas de
Famatina a un consorcio europeo del cual Rivadavia estaba a sueldo, el que creó el Banco de Descuentos
dando el control a los comerciantes ingleses.
La época de Rosas fue un compromiso entre Buenos Aires y el interior, unidos en una política defensiva
contra el colonialismo anglofrancés y las fuerzas que secundaban sus planes para desintegrarnos. Buenos
Aires retiene las ganancias del puerto, pero encabeza la lucha contra el
extranjero. La Ley de Aduanas protegía a la industria artesanal, el coraje criollo, la soberanía acechada.
Rosas, caudillo de la conjunción de fuerzas populares que terminó con el unitarismo, era la cabeza de los
ganaderos bonaerenses, y formaba con sus amigos y parientes el sector más dinámico de la economía,
integrado como industria de tipo capitalista e independiente del sistema comercial de Inglaterra: cría de
ganado, saladeros, flota de barcos para transportar los productos a diversos mercados.
Cuando esas circunstancias cambiaron, la política proteccionista del Restaurador ya no contó con el apoyo
de los estancieros, que se unieron a la coalición organizada por Inglaterra y dirigida por el imperio
esclavista de Brasil.
En 1852 el país necesitaba superar el equilibrio precario del período rosista e integrarse como nación
moderna, constituyendo una unidad económica, con el territorio nacional como mercado interno único, y el
puerto de Buenos Aires puesto al servicio común como base para un desarrollo capitalista autónomo.
Ocurrió todo lo contrario.
La burguesía comercial portuaria afirmó su control al haberse constituido también como burguesía
terrateniente. Los hombres de la Federación poco pudieron contra sus maquinaciones, especialmente
cuando Urquiza hipotecó su caudillaje para salvar sus vacas, y la “barbarie” del interior fue aniquilada para
asegurar la hegemonía de esa oligarquía ganadero-comercial.
La Argentina se incorporó al proceso económico mundial, pero como mercado complementario del
capitalismo inglés. La manufactura importada terminó de aniquilar nuestras industrias embrionarias. Los
ferrocarriles dibujaron una nueva geografía donde el intercambio interregional desaparece, se expande el
mercado comprador de artículos ingleses y nacen “las provincias pobres”. Las compañías extranjeras, los
grandes terratenientes y la burguesía que participaba del negocio importador y exportador, engordan a
medida que la riqueza del interior cae en los toboganes que la deposita en los puertos para ser transferida
a las islas británicas. Los ríos que el paisanaje había cerrado con cadenas para atajar a las flotas
invasoras, pasan a ser vías internacionales por prescripción constitucional: no la prosperidad sino la
miseria navegarán por ellos.
Zona marginal del centro capitalista inglés, también debíamos ser dependencia ideológica y política. Es
que el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico como cultural. El lugar de operaciones aisladas
de intercambio, establece una relación permanente que no se agota en cada transacción. Los capitales
colocados en la semicolonia deben rendir frutos durante muchos años. Es preciso entonces evitar toda
inseguridad en los reintegros y pagos de intereses. Debe procurarse que crezca la economía agraria, para
que sus productos fluyan a la metrópoli, y que no surjan industrias que desequilibren la “división
internacional del trabajo”.
El imperio necesita contar con gobiernos estables, ordenados, buenos pagadores e inmunes al extravío
nacionalista. Para eso no hace falta recurrir a la presión directa o a los groseros despliegues de potencia
armamentista. La penetración financiera produce el encumbramiento de una oligarquía nativa cuyo destino
estaba ligado al del “gran país amigo”.
Las expediciones punitivas de Mitre y Sarmiento ahogaron en hierro y fuego las protestas del pueblo, la
cabeza de Chacho Peñaloza, exhibida en la Plaza de Olta, simboliza a la oligarquía mucho mejor que los
mármoles y bronces con que ella se ha idealizado.
La dependencia económica aseguró la esclavitud mental. La semicolonia quedó unificada en el culto
idolátrico de las ideas -símbolo del liberalismo-y cuanto se le oponía fue sentenciado y ejecutado en trámite
sumario.
La lucha política era entre minorías. La montonera había sido una forma de política elemental en la que se
participaba directamente. El hombre de nuestro campo tomaba la lanza y arrancaba detrás del caudillo: iba
a pelear contra los españoles o al grito de “Federación o Muerte” (que según se ha demostrado, significaba
“República o Muerte”), contra los proyectos monárquicos centralistas de la aristocracia porteña, o contra el
chancho inglés o francés que rondaba nuestras aguas, en último caso para entreverarse en peleas de
menor significación.
El enriquecimiento de la región pampeana significó, como contrapartida, el estancamiento del interior. El
libre cambio tuvo un primer efecto negativo: la producción artesanal de las provincias interiores no pudo
resistir a la afluencia de manufacturas extranjeras.
Durante la época de Rosas no se había contraído empréstitos con el extranjero, pero a medida que la
Argentina aumenta sus exportaciones, y
por ende su solvencia como deudor, se recurre al crédito externo con tal exageración que el país se va
hipotecando hasta límites increíbles.
Sarmiento se vale del empréstito para terminar la guerra con el Paraguay y
“pacificar” nuestro interior; otros empréstitos se piden para obras que no se construyen, para planes que
nunca se inician, a veces sin buscar pretexto plausible. Después se van pidiendo empréstitos para pagar
los servicios de empréstitos anteriores. Sólo de 1863 a 1873 los ingleses prestan a la Argentina 15 millones
de libras esterlinas.
En estos idílicos tiempos, que tanto añoran los conservadores, el país sufría inmediatamente los efectos de
cualquier contracción en los países industrializados. Éstos eran periódicamente sacudidos por las crisis que
llegaban aquí con violencia multiplicada, al reducir la demanda de nuestras exportaciones y
simultáneamente el precio que se nos pagaba por ellas. Además, justo cuando nuestro país entraba en
crisis, Gran Bretaña drenaba nuestras reservas de oro agravando la situación.
Sin embargo, las clases dirigentes ponían todo su empeño en mantener el crédito internacional de la
Nación a toda costa. Un presidente diría que “es necesario economizar sobre el hombre y la sed de los
argentinos”.
2) Yrigoyen y sus enemigos
Fue Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligió serias derrotas al aparato que asfixiaba al país. El
yrigoyenismo fue un movimiento de masas que expresaba la tendencia al crecimiento del país, frenado por
la alianza de la aristocracia latifundista y el imperio británico.
En el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cumplir con su promesa de no enajenar ninguna parte de la
riqueza pública ni ceder el domino del Estado sobre ella. En un asunto clave como el ferroviario, su acción
fue fecunda, y demostró una comprensión cabal cuando, al vetar la ley del Congreso que traspasaba las
líneas del Estado a una empresa mixta, afirmó en el Mensaje: “el servicio público de la naturaleza del que
nos ocupa ha de considerarse principalmente como Instrumento de Gobierno con fines de fomento y
progreso para las regiones que sirve”.
El apoyo a YPF, la tentativa de crear un Banco del Estado y un Banco Agrícola, la compra de barcos, etc..,
son otras tantas pruebas de su orientación nacionalista.
Su política internacional fue digna, altiva, independiente, y retomó el sentido latinoamericanista que
poseían los hombres de la Independencia y que se perdió a mediados de siglo pasado.
Es bueno insistir sobre el manto de plomo que recubría la cultura del país. Las voces solitarias de aquí y
allá que querían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o se las dejaba rápidamente) de los medios
de difusión capaces de amplificarlas hasta influir en la conciencia política nacional. La transición a
concepciones políticas más adelantadas y claras que pudo producirse dentro del radicalismo, fue cosa que
no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas organizativas, había un páramo ideológico.
El Partido Conservador, representante de la oligarquía terrateniente, no se resignó a la pérdida del
gobierno ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mientras esperaba la hora de recuperar el poder
por la violencia, su táctica consistió en unir todas las fuerzas posibles bajo el lema negativo de hacer
antirradicalismo (luego, cuando contó con aliados en el propio radicalismo, su bandera sería el
“antiyrigoyenismo”).
El aliado más consecuente que siempre tuvieron los conservadores fue el Partido Socialista, que no sólo
los acompañó en las maniobras concretas contra el radicalismo, sino que también lo haría contra el
peronismo.
Buenos Aires, puerto de factoría que servía a la intermediación importadora-exportadora, centro burocrático
al que convergían los inmigrantes y los criollos desplazados por el latifundio, era la única realidad que veían
–incompleta y erróneamente, además- los socialistas. Por el resto del país sentían el mismo desprecio que
los “civilizadores” mitristas y rivadavianos.
La gran mayoría de los explotados estaba en el campo: eran los peones de la estancia, los obrajeros, los
hijos de la tierra convertidos en mano de obra miserable.
La Argentina quedaba seccionada en una porción industrial y en otra que no lo era, cuyos respectivos
asalariados se incomunicaban entre sí y perseguían objetivos contrapuestos. Era una estrategia que podía
deparar algunas mejoras a sectores reducidos del proletariado (creando nuevos motivos de desunión
interclasista), pero le vedaba la lucha política para avanzar en conjunto como clase. Los obreros
industriales, sin peso en el cuadro global de la economía subdesarrollada, no podían ser factor de
transformaciones revolucionarias, si actuaban de espaldas al resto de los perjudicados por el sistema
oligárquico imperialista. A cambio de la fantasía de buscar una liberación exclusiva, para ellos solos, en
medio de la Argentina desangrada, rompían el frente capaz de obtener una liberación real, y abdicaban del
papel que les correspondía dentro de ese frente como clase revolucionaria.
En suma, no les quedaba más que “el sindicalismo puro”, la lucha economista por mejoras inmediatas,
aunque debilitados por renunciar a la solidaridad de los otros grupos de intereses comunes, y votar por los
socialistas, con lo que terminarían de suicidarse. Como el Partido Socialista era enemigo de la
industrialización, la clase proletaria no crecería, y como también era librecambista y enemigo de lo que
llamaba las “industrias artificiales”, cuando éstas desapareciesen, los obreros sin trabajo aumentarían la
oferta de mano de obra y bajarían los salarios. Limitándose a una política meramente encaminada a las
mejoras salariales en la industria, éstas servirían, por una parte, para aumentar la diferencia entre las
remuneraciones de la ciudad y del campo, característica de los países subdesarrollados. Al mismo tiempo,
servirían de pretexto para el aumento de costos de producción y, sin proteccionismo, las industrias
quedarían en peores condiciones ante la competencia extranjera.
Con estas menciones basta para apreciar que si el Partido Socialista nos ha negado siempre hasta “la
leche de la clemencia”, no es por oportunismo ni por improvisación, sino por una vocación rectilínea –desde
la cuna hasta la tumba-.
La oligarquía, copiando instituciones liberales, y el Dr. Justo remedando enfoques socialistas, llegaban
siempre a las mismas conclusiones y compartían los mismos prejuicios. Por ejemplo, al peón de tambo y al
obrajero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Justo los crucificaba teóricamente negándoles
toda capacidad política. Su discipulo, el Dr. Repetto, explica que era imposible hacerles comprender
razones
“porque se trata de gente muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje”.
Mencionamos las modalidades que los hacen indistinguibles del conservadorismo. Destacaremos algo que
acredita a los socialistas como caso político único. Es el partido socialista del mundo colonial y semicolonial
que nunca fue antiimperialista, ni siquiera doctrinariamente. Más aún: es el único partido socialista del
mundo que ha defendido expresamente al imperialismo. Hasta los más viscosos amarillismos socialdemócratas de Europa, beneficiarios y cómplices de la política colonial de sus burguesías, al menos en
teoría han condenado al imperialismo.
En la Argentina tenemos un fenómeno mundial: un partido socialista proimperialista en la teoría y en la
práctica.
Los designios de Estados Unidos de imponer su hegemonía en todo el continente, no constituían ningún
secreto: sus hombres de Estado lo venían proclamando desde hacía un siglo, y había muchos hechos
probatorios en exceso, la oposición a los proyectos de Bolívar para la unificación continental, la destrucción
de nuestro Puerto Soledad en las Malvinas, el robo a México de más de la mitad de su territorio, las
depredaciones en Nicaragua, la incursión naval contra Paraguay, eran algunos ejemplos. Pero cuando la
intervención yanqui en Cuba, a principios del siglo XX, Juan B. Justo observó: “Apenas libres del gobierno
español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ha ido un general norteamericano a poner y mantener la
paz a esos hombres de otras lenguas y otras razas. Dudemos pues de nuestra civilización”. Dudemos más
bien de los socialistas cipayos, porque hasta los obrajeros analfabetos del Dr. Repetto, saben que cuando
los cubanos tenían ganada la guerra de la Independencia, en 1898, los norteamericanos, mediante una
pro-vocación, tomaron parte en la contienda y se constituyeron en usufructuarios del sacrificio de los
isleños que venían guerreando desde hacía treinta años, firmaron un tratado de paz con España sin dar
intervención a los cubanos, y se apoderaron de las Filipinas, Guam, Puerto Rico, etc. En Cuba nombraron
un gobernador militar y sólo lo retiraron cuando se les dio la base de Guantánamo (que todavía ocupan) y
se les reconoció el derecho de intervenir militarmente. Cada vez que había protestas por el fraude con que
se elegía a un presidente amanuense de los yanquis, estos mandaban fuerzas amparados en esa
concesión.
Únicamente a los socialistas argentinos se les podía ocurrir echarle la culpa a los cubanos de esas
intervenciones imperialistas que sufrieron todas las naciones que estaban en el radio geopolítico de
Estados Unidos.
Cuando decía “dudemos de nuestra civilización”, se trataba de una ironía justista: quería decir que estaba
seguro de nuestra barbarie. Como la civilización y el progreso sólo pueden llegar del extranjero, también
aplaudieron la maniobra yanqui que quitó una provincia a Colombia y creó la república artificial de Panamá.
Pensaban, como los yanquis, que nuestro continente sería un emporio de civilización si no estuviese
poblado por latinoamericanos.
Lenin, explicando la desviación reformista de los movimientos europeos que recibían su cuota del producto
colonialista, dijo que “el partido obrero-burgués es inevitable en todos los países imperialistas”. Ha
mencionado asimismo que “en todos los países en los que existe el modo de producción capitalista hay un
socialismo que expresa la ideología de las clases que han de ser sustituidas por la burguesía”. En esta
segunda categoría estaría el Partido Socialista de nuestro país sin describirlo totalmente. La Argentina,
siempre al día con las modas del Viejo Mundo, quiso darse el lujo de tener un partido obrero-oligárquicoproimperialista, una creación de la fantaciencia política. Desde que se acriollaron los inmigrantes, nunca
más consiguieron reclutar a un proletario. Cuando en la Casa del Pueblo ven acercarse a un grupo de
obreros, cierran las puertas y piden custodia policial.
En 1930 la situación se tornó mucho peor, los efectos de la crisis se sentían fuertemente y la reacción
afilaba sus cuchillos. Como después pudo verse, el curso de la economía en todo el mundo no admitía
ninguna salida de la depresión. Había que capearla lo mejor posible. Pero la maquinaria de la oligarquía le
permitía exagerar las fallas del gobierno, atribuirle la culpa de procesos que eran inevitables y marcarlo
como responsable del descontento popular.
El Partido Socialista, infaltable en las grandes infamias contra el país, dio una batalla parlamentaria contra
la ley de nacionalización del petróleo y lo mismo su desprendimiento, el Partido Socialista Independiente,
se sumó al escándalo callejero, arrastrando a los bobalicones de la pequeña burguesía portuaria, que
creían que aquellos tribunos municipales eran la última palabra en materia de progresismo y audacia de
pensamiento.
Entre otras lindezas, el diario La Nación emitió este juicio sintético: “No se recuerda ninguna época de
fanatismo y corrupción como ésta”. Y La Prensa: “Nunca antes en la Argentina, un gobierno quiso
mostrarse y se mostró más prepotente, omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de
su incapacidad de actuar, respetar y ser respetado. Por su parte el Partido Comunista no aportaba nada al
esclarecimiento de las cosas, por el contrario, definió al gobierno de Yrigoyen como “reaccionario” y
“fascistizante”. El clásico frente antipopular, perfectamente sincronizado, sacó a relucir sus grandes
palabras y los militares de cabeza hueca hicieron de verdugos.
3) La Década Infame
“Recién entonces comprendimos hasta qué punto de nuestras oligarquía estaba divorciada de la vida
nacional y pudimos medir la amplitud y la perfección con que dominaba los nudos estratégicos de la vida
de relación.”
Raúl Scalabrini Ortiz.
En la dictadura que sustituyó a Yrigoyen pugnaban dos corrientes de pensamiento. Los amigos más
próximos del general Uriburu profesaban un vago nacionalismo fascista, cuyo expositor principal había sido
Leopoldo Lugones, por entonces en una de las etapas más reaccionarias de su vida atormentada y
contradictoria. Se identificaba a la patria con su aristocracia, frente a la chusma que venía a ser lo espúreo
y extranjero. Era la “hora de la espada”. La dictadura clasista y los grupos conserva-dores planteaban su
contradicción de siempre: invocaban las ideas de la democracia liberal, pero en los hechos tenían que
violarlas para impedir el retorno del partido derrocado, sobre todo cuando la elección de abril de 1931
demostró que los radicales seguían siendo mayoría.
Después de la guerra 1914-18, la posición de Gran Bretaña como primera potencia financiera había cedido
ante los Estados Unidos, que emerge como primer país acreedor del mundo. En la Argentina eso se reflejó
en un avance norteamericano, tanto en el monto de sus inversiones como en su participación en nuestro
comercio exterior. El país se convirtió en zona de fricción entre ambos imperialismos. Los norteamericanos
invertían en algunos sectores de la industria y tenían sus ojos puestos en los yacimientos petrolíferos,
buscaban el desarrollo de la vialidad para ampliar el mercado de sus exportaciones: automóviles, petróleo,
caucho, etc. Los ingleses defendían el sistema de transportes estructurado en torno a los ferrocarriles y al
suministro de carbón. La crisis del año 30, dio transitoriamente el triunfo a los ingleses.
Las inversiones directas norteamericanas habían pasado de 40 millones de dólares en 1913 a 330 millones
de dólares en 1929, en 1940 representaban 360 millones: el 14% de las inversiones extranjeras contra el
61% que poseían los ingleses.
Con la primera guerra había terminado el período de auge del sistema capitalista universal. La crisis
iniciada en 1929 no fue más que un efecto retardado de ese resquebrajamiento, cuyos problemas habían
quedado irresueltos. En la Argentina el impacto fue tremendo, como consecuencia de la indefensión que
nos creaba el sistema agroexportador. Las condiciones de nuestro progreso –demanda creciente de
productos agropecuarios, fertilidad de la zona pampeana, arribo de capitales y de inmigración- provenían
de afuera, al margen de una acción consciente impulsada por factores internos. Ese desarrollo espontáneo
ya estaba agotado para entonces, pues el aumento de la producción ya no podía hacerse mediante la
incorporación de nuevas tierras aptas para el proceso productivo. La crisis trajo un estancamiento en la
demanda mundial de nuestras carnes y cereales, y el valor de las exportaciones argentinas se redujo, de
golpe, en un 50%.
Los países industrializados abandonaron los métodos del liberalismo, y establecieron una serie de medidas
para contrarrestar los efectos de la depresión. Simultáneamente, se invirtió la corriente mundial de
capitales: en lugar de afluir a los países dedicados a la producción primaria, retiraron gran parte de las
inversiones y cesaron sus préstamos. Para hacer frente a los déficits de sus cuentas internacionales, los
países como Argentina no tenían otro recurso que apelar a sus reservas de oro y divisas y, cuando éstas
se agotaron, a diversas medidas de regulación económica.
La conferencia de Ottawa, en que Gran Bretaña había establecido sus dominios, un sistema de
“preferencias” que cerraba las puertas a la penetración comercial americana, puso a nuestra oligarquía en
el trance de perder el mercado británico de carnes. Empavorecida mandó una delegación a Londres,
encabezada por el vicepresidente de la República, que firma el pacto Roca-Runciman y somete a nuestra
economía a dictados ingleses.
Gran Bretaña no se comprometía a nada importante. En cambio se le otorgaba el control de nuestro
mercado de carnes y distribuir el 85% de su exportación, asegurándose además que el transporte se
realizase en sus buques.
La clase dirigente entregó al extranjero todo cuanto éste exigió, desde el manejo de la moneda y el crédito
hasta el monopolio de los transportes. El principal instrumento de dominación fue el Banco Central, cuya
ley preparó Otto Niemeyer, vicepresidente del Banco de Inglaterra, y fue adoptada y puesta en ejecución
por los doctores Pinedo y Prebisch. La misión nombrada por Justo para proyectar las reformas financieras
del país era, con leves modificaciones, la misma que antes había nombrado el gobierno de Uriburu. La
componían Alberto Hueyo, E. Uriburu, Fede-rico Pinedo, Raúl Prebisch, R. Berger, R. Kilcher, L. Lewin, y
Robert W. Roberts, representantes de la banca Baring Brothers, Morgan y Leng, Roberts y Cía., que eran
acreedores del gobierno. Extranjeros eran los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, los frigoríficos trustificados
que controlaban la exportación de carnes, las empresas de comercialización de las cosechas, los tranvías,
ómnibus y subterráneos.
Para dar una idea del anti-yrigoyenismo, Alvear había festejado la caída de Yrigoyen. Los socialistas
aprovecharon los años de abstención radical para conquistar una numerosa bancada parlamentaria, luego
reducida a representaciones de la Capital Federal. Ostentaron el mérito de no complicarse en ninguno de
los escandalosos negociados de la época, pero silenciaron el escándalo total de nuestro encadenamiento a
Gran Bretaña y de los avances del imperialismo yanqui. Al fijar posición en el debate parlamentario sobre el
pacto Roca-Runciman, el diputado Nicolás Repetto aclaró: “Desde luego, nuestro voto no implicará un
reproche a la gestión diplomática realizada en Londres por el doctor Julio A. Roca. Manifestamos y lo
hemos hecho públicamente, nuestra adhesión por la forma tan discreta, por la perseverancia realmente
ejemplar y por la alta dignidad que nuestra representación ha sabido mantener en todo momento en el
ejercicio de su elevado mandato”.
Su oposición se limitó a lo episódico y marginal, sin calar en ninguno de los temas fundamentales que
afligían a la Nación. Eran la oposición ideal para el régimen: moderada, enemiga del desorden, cultora de
todos los mitos proimperialistas. Su minúscula astucia de jacobinos parroquiales consistía en equiparar a
radicales y conservadores en salvaguardia del orden, cuando se temía que los radicales intentasen
perturbarlo.
Los radicales siempre reprocharon a los socialistas el haberse aprovechado de su abstención para obtener
representaciones y legalizar el fraude de los conservadores. En defensa de esa actitud, Repetto dijo hace
algunos años cosas muy graciosas: relata que, vetada la candidatura Alvear-Güemes en 1931, Lisandro de
la Torre vacilaba en presentarse como candidato de la fórmula con el propio Repetto, pero éste envano
aventó sus escrúpulos, y termina diciendo: “Los hechos ocurrieron en la forma supuesta por mí, y en la
elección presidencial siguiente, los radicales triunfaron con su candidato, el Dr. Roberto Ortiz” (La Razón
24/10/61). No menciona que Ortiz fue electo por los conservadores y radicales antipersonalistas mediante
un fraude cometido contra el candidato de la UCR, Alvear. Con el criterio de Repetto, en la elección de
1931 no hubo proscripción radical, puesto que el general Agustín P. Justo era también radical
antipersonalista (Ortiz fue uno de sus ministros). Desde luego, ahora los radicales prefieren no hablar de
esos episodios, desde que hace años son ellos los que usufructúan la proscripción del partido mayoritario
(nota: el peronismo había sido proscrito desde 1955) y eso les ha convertido en gobierno. Cuando aluden al
tema se enredan en explicaciones más retorcidas aún que las habituales. Uno de los que lo ha abordado
intrépidamente es el Dr. Ricardo Balbín, y como era de esperar, desapareció toda confusión. Su diáfana
oratoria dejó establecido que las situaciones no eran idénticas. “Los radicales mantuvieron su entereza
moral en la abstención, sin prestarse con sus votos a pactos ni a la confusión de la República. Los
proscritos deben tener espíritu demócrata y no ser aventureros del poder” (La Razón, 06/08/61).
“Ley Saenz Peña – Debate y Sanción”
MINISTERIO DEL INTERIOR
HISTORIA ELECTORAL ARGENTINA (1912-2007)
http://mininterior.gov.ar/asuntospoliticos/pdf/HistoriaElectoralArgentina.pdf
En el año 1910 se impuso la fórmula presidencial Roque Sáenz Peña - Victorino de la Plaza. El Presidente
al jurar ante el Congreso Nacional había fijado su propósito: “que las minorías estén representadas y
ampliamente garantizadas en la integridad de sus derechos”. “Opino que debemos levantar un nuevo
padrón electoral, para llamar a la acción a todos los ciudadanos, procurando que todos los partidos
fiscalicen la legalidad de la inscripción. El padrón existente lo juzgo legal, pero no satisface a los partidos, ni
guarda proporción con la población. Me será grato proponer al Congreso el proyecto que contenga la nueva
inscripción y la reforma de la ley electoral”.
En este sentido, el 27 de julio de 1911, se promulgó la ley Nº 8.130, que derogaba toda la legislación
anterior sobre formación del registro electoral; dispuso la confección de un nuevo padrón electoral
permanente, sobre la base de los padrones del enrolamiento militar.
El 11 de agosto de 1911 tuvo entrada el proyecto sobre reforma electoral firmado por el Presidente Roque
Sáenz Peña y su ministro del Interior, Dr. Indalecio Gómez. En su mensaje, el poder Ejecutivo señalaba
que con la sanción de las leyes de enrolamiento militar y padrón electoral la Nación tendría dentro de
algunos meses un censo electoral completo y cada uno de los ciudadanos inscripto, un título cívico
auténtico y depurado. Garantizar el sufragio y crear un verdadero sufragante sólo podría concretarse
mediante la modificación del sistema electoral. De ahí que se propicie el sistema de la lista incompleta.
La Cámara de Diputados dispuso que el proyecto y el mensaje pasarían a estudio de la comisión de
asuntos constitucionales. Ésta, con algunas modificaciones de forma, los despachó favorablemente,
entrando para sus consideraciones por la Cámara en la sesión del 6 de noviembre de 1911. El Diputado Dr.
José Fonrouge informó el despacho de Comisión.y señaló que la Comisión se había preocupado por que
exista un comicio donde el ciudadano podía ejercitar con verdad y libertad sus derechos políticos. Que a tal
fin había tomado por base el proyecto del poder ejecutivo, una de cuyas partes más importantes estaba
dada por el voto obligatorio, ya que terminantemente declaraba que el sufragio era una obligación del
ciudadano. Pero destacaba que no existe despacho sobre el sistema electoral en sí, reservándose cada
uno de los miembros el derecho a exponer su opinión sobre el procedimiento que entendían más adecuado
a la Constitución y a las necesidades del país en el seno de la Cámara. Por su parte Fonrouge sostuvo el
sistema de la lista incompleta, que a su juicio resultaba siempre un sistema de pluralidades: se adjudica a
la primera mayoría las dos terceras partes y a la segunda mayoría una tercera parte.
La “lista incompleta”, es la que contiene un número de candidatos, menor que el número de bancas a
elegir. Es decir, es una lista a la que se ha cercenado una parte de lo que debe contener la “lista completa”.
En el sistema de la ley nacional, un partido no puede llevarse la totalidad de la representación, porque el
voto de los electores ha sido “restringido” por la ley; ha sido “limitado”. Restringir, limitar el número de votos
de cada elector. He ahí la síntesis de la Ley Sáenz Peña, como claramente lo expresara en la Cámara de
Diputados, su defensor, el Ministro del Interior Dr. Indalecio Gómez.
Se preguntaba el ministro si el Gobierno de la Nación intervendría para descomponer la máquina electoral y
concluía negativamente. “Puesto que el mal es que esa máquina da el producto de todas la diputaciones, y
esto es lo que se quiere evitar, hagamos pues que no produzca todas, que produzca sólo una parte. La otra
se deja a los partidos que no forman parte de la máquina”
Luego del Diputado Fonrouge, siguió en el uso de la palabra el Diputado Marco Aurelio Avellaneda, quien
se opuso al proyecto formulando duras críticas “Lo que el poder ejecutivo nos propone no es un sistema; es
un mero arbitrio ideado para dar representación a una minoría, no a las minorías. Es una limitación que la
ley impone a las facultades del votante. Se quiere contemporizar con las oposiciones de algunas
provincias; entregar una oferta de paz a un partido que vive eternamente conspirando” “va en contra de la
libertad del ciudadano, va contra la equidad, va contra la igualdad”, entonces va en contra de los principios
que informan la democracia. Acusa al sistema de dividir los partidos políticos y “anarquizarlos”. El Dr.
Avellaneda también lo considera violatorio de la Constitución”.
Otros sostuvieron que el Art. 37 de la Constitución no era un obstáculo para la adopción del sistema
proporcional. Así Montes de Oca, fue quien manifestó “El artículo 37, establece tres reglas primordiales de
sistema electoral. Son los tres temas y no sistemas a que ha aludido el señor Ministro. Primera, la
representación directa; segunda, la división de la República en distritos; tercera, la elección a simple
pluralidad. (...) Todos los sistemas electorales que hoy debaten su primacía en el mundo de la ciencia
caben dentro de los dos primeros recaudos constitucionales que acabo de enunciar. El punto a averiguar
es si esos regímenes caben dentro de la frase ‘a simple pluralidad’… no tengo la menor duda en contestar
en sentido afirmativo. Por el sistema de la ‘lista incompleta’, no se faculta al elector a dar su voto, sino por
un número menor de candidatos a elegir por el distrito. Y este sistema cabe dentro del Art. 37, como cabe
el sistema proporcional, que en mi concepto podría establecerse desde ya, si se creyera que él se amolda
a las exigencias verdaderas de la sociedad argentina, no hay regla alguna que prohíba al Congreso
legislaresta materia en la forma que lo aconsejen e impongan las conveniencias de la Nación. Yo votaré,
aunque me quede solo, por el sistema proporcional cuya constitucionalidad acabo de sostener”.
El Diputado Horacio C. Varela, se opuso al sistema de la lista incompleta y propuso, en substitución, el de
circunscripciones uninominales, es decir, el sistema propuesto y utilizado bajo el imperio de la derogada
ley, que se sancionó en 1905.
La minoría de la comisión de negocios constitucionales presentó un proyecto que proponíael voto
uninominal. El Dr. Julio A. Roca (h) sostuvo que el imperio del régimen de la mayoría es la expresión
primaria del sistema electoral argentino implantado por la Constitución. Pero eso no se logra materializar ni
con el sistema de lista completa ni con el de lista incompleta contenido en el proyecto, sino únicamente con
el sistema de circunscripción uninominal.
El Diputado Dr. Gaspar Ferrer se opuso al proyecto con fundamento en la inconstitucionalidad que le
atribuye. Además de las consideraciones ya vertidas en torno a los alcances del Art. 37 antes citado,
considera que hacer obligatorio el sufragio es violentar la Constitución que en ninguna de sus cláusulas
manda a los ciudadanos concurrir a los actos electorales.
Julio Costa afirmó en la Cámara de Diputados de la Nación con respecto a la “lista completa” que faltarían
todos los partidos menos uno. El Poder Ejecutivo nos propone la lista incompleta que, en una aplicación
ideal y perfecta, vendría al Congreso la mayoría mutilada en tercio. Se preguntaba en qué condición
quedarían los otros partidos. Y se respondía: en la condición de excluidos con lo que no habrían cambiado
los términos del problema que generaba el sistema de lista completa (exclusión), es decir la abstención y
las conspiraciones.
También hubo quienes apoyaron el sistema de circunscripciones, pero quienes apoyaban el sistema de
lista incompleta argumentaron, entre otras cosas que, por ser lista, agrupa a su alrededor voluntades y
actividades y al agruparlas, contribuye en esa forma a dar organización a los partidos políticos, que era uno
de los fines perseguidos por el Poder Ejecutivo. De este modo, provee a que las minorías estén
representadas, no por individuos aislados (como puede ocurrir con el sistema de circunscripciones) sino
por verdaderas colectividades.
El día 24 de noviembre de 1911 se aprobó el proyecto del Poder Ejecutivo en general por 49 votos contra
32. Su tratamiento en particular concluyó el 20 de diciembre de 1911 y la Cámara de Diputados rechazó
por 344 votos contra 32 el establecimiento del voto obligatorio contenido en el Art. 6 del proyecto. Pasó
para su tratamiento al Senado ingresando en su sesión del 26 de diciembre de 1911. Con despacho de la
comisión de asuntos constitucionales, inició su consideración en la reunión del 30 de enero de 1912, siendo
aprobada el 7 de febrero de 1912. Como la Cámara de Senadores aprobó la obligatoriedad del voto e
introdujo algunas reformas de detalle al proyecto de ley, pasó a la Cámara de Diputados, siendo
sancionada el 10 de febrero y promulgada 3 días después, el 13 de febrero de 1912, bajo el Nº 8.871. Se
incorporó de este modo al mecanismo institucional del país el sufragio universal e igual, obligatorio y
secreto para todos los argentinos varones mayores de 18 años, y el sistema de lista incompleta.
Tal como lo anticipáramos en la nota Nº 7, Hipólito Yrigoyen se habría comprometido con el Presidente
Sáenz Peña, a terminar con la actitud abstencionista del radicalismo si se producían los cambios y se
ofrecían las garantías que consagrados en la Ley 8.871.
La resolución del Presidente Sáenz Peña, en la necesidad de promulgar un nuevo sistema electoral,
radicaba no solamente en la necesidad de descomprimir la presión que estaba ejerciendo la Unión Cívica
Radical, sino también, respondía a la necesidad de adecuar el sistema político de acuerdo al nuevo orden
establecido en el país. En poco menos de veinte años, el país, paso de ser un país casi despoblado, a ser
un centro urbanizado y cosmopolita, ejemplo de otras naciones latinoamericanas.
“En este sentido la modernización del sistema político se produjo con mayor celeridad en el sector de las
decisiones políticas que en el de los mecanismos de socialización, reclutamiento e incorporación, que
continuaron manteniendo sus características anteriores”. También se buscaba transformar la forma de la
política argentina. Se buscaba fortalecer el accionar de los partidos políticos, que a partir del surgimiento
del radicalismo, y con los cambios en la estructura social de la Nación, se transformaron en partidos de
masas, con estructuras burocráticas demarcadas, canalizando las demandas sociales a través de su
actividad.
Manifiesto Liminar
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América Manifiesto de la Federación
Universitaria de Córdoba – 1918
Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a
la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto llamar a todas las cosas por el nombre que
tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más.
Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias
del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora
americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y
porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contra-revolucionarios de Mayo. Las
universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la
hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún-el lugar en donde todas las formas de tiranizar
y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo
de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil.
Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y
grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen,
las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos
universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie del
derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él
muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar
contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y
sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica
principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que corresponde y acompaña a un director o a
un maestro en un hogar de estudiantes universitarios, no solo puede apoyarse en la fuerza de disciplinas
extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita
mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que
enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una
larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio
de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no a una labor
de Ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros
trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de
la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto
moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o
de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una
verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de
Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la
falsa-dignidad y la falsa-competencia.
Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por
el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de los que
imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La
reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una
casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un
inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero
que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando
y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta
que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor
estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos
que nuestras verdades lo son -y dolorosas- de todo el continente. Que en nuestro país una ley -se dice- la
de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está
exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de
contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace
mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros
de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante solo podrán ser maestros en la futura
república universitaria los verdaderos constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la
consideración del país y de sus hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de elección rectoral,
aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación
Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y América las circunstancia de orden moral y
jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El confesar los ideales y principios que
mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y
levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad
Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desordenes; se ha contemplado y se
contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a
todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos
sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos
responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que
representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas
ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral,
de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido
moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa
indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de
captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para
inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada,
en el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros -los más- en nombre del
sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al
pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la
personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una reforma liberal mediante el
sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban
los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda
inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La
mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que
cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica,
empotrarse en la Ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y
completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a la canalla, solo entonces amedrentada, a la
vera de los claustros. Que es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionada en el propio
Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre
rectoral, la declaración de la huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión,
proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del
acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no
fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de
esta universidad.
La juventud Universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se
levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las
funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni
reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de "hoy para
ti, mañana para mí", corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los
métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la
Universidad apartada de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la
repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos
universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud,
creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. Fue entonces
cuando la oscura Universidad Mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante
el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el
régimen cayó a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de
nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces cómo se coaligaban para
arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, no al juego de intereses
egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su
primera palabra: "prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes".
Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una
casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la
fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer
ciudadano de una democracia Universitaria!. Recojamos la lección, compañero de toda América; acaso
tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella
nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada
petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los
cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido
capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir
en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de la
América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.
21 de junio de 1918
Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente. Gurmensindo Sayago, Alfredo
Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez
Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garzón.
NORBERTO GALASSO
“La Década Infame”
Cuadernos de la Otra Historia
El gobierno del Gral. Justo (1932-1938)
José Luis Torres acuñó la denominación de “Década Infame” para referirse a los años de la década del
treinta, caracterizados por el fraude, la corrupción y la entrega del patrimonio nacional. Sin embargo, no
precisó fechas y ocurre, entonces, que algunos ensayistas amplían la “década” dándola por iniciada el
6/9/30 y concluida el 4/6/43, mientras otros entienden que se limita entre el 20/2/32 (fecha en que asume el
Gral Justo) y el 4/6/43. La diferencia resulta meramente de criterio práctico pues el período 6/9/30 a 20/2/32
(gobierno de Uriburu) abunda también en infamias.
El Gral. Agustín P. Justo- ingeniero militar, ex ministro de Guerra de Alvear, de acendrada vocación
mitrista- inicia su gobierno con el siguiente gabinete:
1) Relaciones Exteriores: Carlos Saavedra Lamas, vinculado a la empresa Carlos Casado y a la
petrolera Royal Dutch Shell.
2) Hacienda: Alberto Hueyo, presidente del Comité Asesor de Lanas y del Mercado Central de
Frutos, director de varias empresas y ligado a la CHADE (o CADE), monopolio eléctrico.
3) Obras Públicas: Manuel Alvarado, protegido por Robustiano Patrón Costas, dueño del ingenio
salteño San Martín del Tabacal.
4) Instrucción Pública: Manuel Iriondo, funcionario de varios gobiernos conservadores, ex
Presidente del Banco Nación y ex gobernador de Santa Fe
5) Interior : Leopoldo Melo, profesor universitario y legislador, candidato en las elecciones de 1928
enfrentando a Yrigoyen, de
origen radical pero fuertemente desplazado a posiciones reaccionarias.
6) Agricultura: Antonio De Tomasso: de origen socialista, ha dirigido, junto con Federico Pinedo, la
escisión de derecha que constituyó el Partido Socialista Independiente.
7) Marina: Pedro Casal, profesor y director de la Escuela Naval.
8) Guerra: Manuel Rodríguez, exponente de la línea
“profesionalista” del Ejército.
Con posterioridad, la gestión del Gral. Justo se enriquece con la incorporación a su gabinete de : Luis
Duhau, poderoso ganadero y alto dirigente de la Sociedad Rural (Ministerio de Agricultura) y Federico
Pinedo (dirigente del Partido Socialista Independiente, asesor del trust Bemberg y de los ferrocarriles
ingleses, como también vinculado a la CHADE) Como se ha señalado anteriormente, el vicepresidente es
el Dr. Julio A. Roca (hijo), quien se ha desempeñado como legislador y gobernador, hombre del Jockey
Club, ligado al capital británico. Otro hombre del “régimen” es
Alberto Barceló, intendente de Avellaneda, expresión del matonismo, el juego , la droga y la prostitución en
esa localidad suburbana. En el cargo de intendente de la ciudad de Buenos Aires se desempeña Mariano
de Vedia y Mitre.
El Tratado Roca - Runciman
El mecanismo de relojería montado por la oligarquía y el imperialismo británico, en las últimas décadas del
siglo pasado, ha sido desajustado por la crisis económica desatada en 1929. Gran Bretaña importa ahora
menos carne y parece optar por privilegiar a sus colonias (Nueva Zelanda y
Australia) respecto a la semicolonia argentina. El funcionamiento de “la granja” ha sido perturbado,
asimismo, por la intromisión de los intereses yanquis, a través del gobierno de Uriburu. (Por ejemplo, esas
cooperativas cerealeras que han construido silos, con terminal en Rosario, permitiendo a los chacareros la
defensa de sus precios). La escasez de divisas ha obligado a la Argentina, además, a recurrir al control de
cambios.
Resulta, pues, necesario - para los estancieros nativos y el capital inglés - la adopción de medidas urgentes
para restablecer la vieja y cariñosa relación entre “el taller” y “la granja”…
No han transcurrido dos meses de la asunción de Justo, cuando el gobierno deja sin efecto la garantía
otorgado a la Corporación de Fomento Rural, dueña de los elevadores de granos recién montados,
colocándola al borde de la quiebra. Poco después, el Congreso declara de utilidad pública esos
elevadores, de manera tal que los consorcios exportadores recuperan su tradicional capacidad de imponer
precios, expoliando a los chacareros.
Asimismo, se designa una misión para negociar en Londres el reajuste del comercio exterior, de manera
que el nivel de exportaciones argentinos no se vea perturbado por la competencia australiana o
neocelandesa. Esta misión parte en enero de 1933, presidida por el vicepresidente “Julito” Roca. Lo
acompañan, entre otros, como representantes “argentinos”,
Guillermo Leguizamón, director de una de las empresas ferroviarias ingleses que operan en la Argentina,
Miguel Angel Cárcano, diputado conservador de fluida relación con el Imperio y yerno de Otto Bemberg, el
magnate cervecero y Raúl Prebisch, ex gerente de la Sociedad Rural. “Eran caballeros amigos de
Inglaterra- comenta José María Rosa-y no ahorraron demostraciones de anglicanismo: La Argentina se
parece a un importante dominio británico, declaró Leguizamón, antes de presentarse en
Londres” 1.
El 10 de febrero de 1933, en el banquete ofrecido a la misión “argentina” en el Club Argentino de Londres,
el Príncipe de Gales afirma: “ Es exacto decir que el porvenir de la Nación Argentina depende de la carne.
Ahora bien, el porvenir de la carne argentina depende quizás enteramente de los mercados del Reino
Unido”2. El Dr. Roca contesta: “La geografía política no siempre logra, en nuestros tiempos, imponer sus
límites territoriales a la actividad económica de las naciones. El juego encontrado de las necesidades o
conveniencias regionales borra o remueve las fronteras. Así ha podido decir un publicista, sin herir su
celosa personalidad, que la República Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de
vista económico, parte integrante del Imperio Británico”3. En esos mismos días, William Burton, en “The
Espectador”, sostiene: “En materia económica, la Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia
británica” y en el Parlamento inglés, Sir Arthur M Samuel afirma: “La mejor solución de los problemas ...es
que la Argentina se convierta en declarado miembro del Imperio Británico” 4.
No pueden sorprender, entonces, los términos de la negociación del tratado Roca- Runciman, firmado el
1ro de mayo: se legitima que los frigoríficos angloyanquis controlen el 85 % de las exportaciones de carne,
reservándose la Argentina sólo el 15% pero para frigoríficos que no persigan propósitos de lucro, se
asegura la libre importación de carbón y de otras manufacturas inglesas a la Argentina, así como “el trato
benévolo a las inversiones británicas” y se pacta un empréstito de desbloqueo por 13millones de libras
esterlinas, pero del cual Argentina recibirá solo 3.500.000 libras, pues el resto (el 73%) se destina a
compensar utilidades de las empresas inglesas en la Argentina, que aún no pudieron ser remitidas por
escasez de divisas. Varios indicios otorgan veracidad, además, a la denuncia de que el pacto incluyó
acuerdos secretos conviniéndose, además, la creación de un Banco Central mixto, así como la
Coordinación de Transporte de la ciudad de buenos Aires, ambos proyectos en beneficio del Imperio. Raúl
Scalabrini Ortiz comenta: “Con obligaciones concretas, minuciosas, que sólo podrían haber sido aceptadas
bajo el imperio de las armas, Inglaterra se burlaba, una vez más, de la soberanía argentina” 5.
El tratado recompone la relación comercial entre Gran Bretaña y su semicolonia, recuperando no sólo
alimentación barata para los consumidores británicos, sino fructíferos negocios para los frigoríficos angloyanquis y un grupo reducido de ganaderos invernadores que reciben precios preferenciales. El
enfrentamiento de estos últimos con los ganaderos criadores se pondrá de relieve, tanto en la crítica de los
hermanos Irazusta (“Argentina y el imperialismo inglés”) como en el debate del Senado producido a
mediados de 1935. Allí, Lisandro De la Torre afirma: “El gobierno inglés le dice al gobierno argentino: le
permito que fomente la organización de frigoríficos cooperativos y no de compañías que hagan
competencia a los frigoríficos extranjeros. En estas condiciones, no podría decirse que la Argentina se haya
convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer, a los dominios,
semejantes humillaciones. Los dominios tienen su cuota y la administran ellos.... Pero la Argentina no
podrá administrar su cuota...
Inglaterra respeta a las comunidades de personalidad internacional restringida que forman parte de su
Imperio, más que al gobierno argentino. No sé si después de esto podremos seguir cantando: ¡Al Gran
Pueblo Argentino, ¡Salud!”6.
“Si aquí ni Dios rescata lo perdido… Vale Jesús lo mismo que un ladrón..”
Este escandaloso convenio es una de las tantas expresiones de esa época de entrega y humillación. El
huracán de la crisis ha arrasado con los mitos de la Gran Argentina y el rostro siniestro de la condición
semicolonial asoma en todas partes. Los desocupados de ropas raídas hacen cola en
“la olla popular”, los rufianes controlan la calle Corrientes mientras sus pupilas levantan clientes a $2.- la
tarifa y los asaltos resultan noticia insoslayable en la primera plana de los diarios. La tuberculosis muerde
los pulmones de los argentinos mal alimentados, hacinados en las villas Desocupación. Las calles de la
gran Capital del Sud se inundan de pordioseros y vendedores ambulantes de los más increíbles objetos. El
índice de suicidios alcanza cifras estremecedoras: casi dos suicidios por día, en Buenos Aires, para el año
1932. “Cachá el bufoso y chau...Vamo a dormir”, afirma un juglar de la calle, que poco tiempo atrás había
conmovido a sus compatriotas con el tango “Yira, Yira...”: se llama Enrique Santos Discépolo.
El 3 de julio de 1933 muere Don Hipólito Yrigoyen y el país todo se acongoja. Una enorme manifestación
popular acompaña sus restos al cementerio, mientras en el diario “La Prensa”, el secretario de redacción
intenta convencer al dueño - Gainza Paz - para que cambie el titular de la noticia - “Ha muerto un ex
comisario de Balvanera”- pues revela demasiado odio. El 21 de octubre, una disputa entre la banda del
“Gallego Julio” y la de Juan Ruggiero, termina con la muerte de este último. Barceló se encarga, en
Avellaneda, de homenajear a Ruggerito, por su fidelidad en el desempeño de tareas mafiosas y
prostibularias: su féretro es recubierto por la bandera argentina.
Mientras, la Sección Especial trabaja esforzadamente para someter a los radicales rebeldes, picana
eléctrica de por medio. Es curiosa la mala memoria de los dirigentes radicales de nuestra época, porque
nadie recuerda esa gesta heroica de la “resistencia radical” en esa primera mitad de los años treinta. Una y
otra vez, los irigoyenistas consecuentes se insurreccionan contra el fraude y la entrega. Ya en diciembre de
1930, se habían levantado los suboficiales de Córdoba, impulsados por el médico Amadeo Sabattini.
Luego, en febrero de 1931, el General Severo Toranzo intenta el golpe, con una proclama de notable
contenido antioligárquico y antiimperialista. Seis meses después, el teniente coronel Gregorio Pomar se
levanta en el litoral, siendo derrotado.
Asimismo, en 1932, “el régimen” asesina al mayor Regino Lascano, en Curuzú Cuatiá, también portador de
una proclama semejante. Los irigoyenistas continúan conspirando: en una casa de Garay y Danel, en
Buenos Aires, donde vive la familia Mancione, se fabrican bombas caseras. En diciembre , se descubre la
insurrección que prepara el teniente coronel Atilio Cattáneo. A fines de 1933, los hermanos Bosch y Pomar
realizan un nuevo levantamiento, combatiéndose duramente en Paso de los Libres y Santo Tomé.
Cincuenta y tres militantes radicales mueren en Paso de los Libres. Es la primera vez, en la historia
argentina, que la aviación ametralla a compatriotas insurrectos.
Mientras Alvear redobla esfuerzos para moderar sus huestes y conducir al partido a una prudente
oposición, complicándolo en el fraude, a fines de 1934 aparece el Manifiesto de los Radicales Fuertes,
antecedente de FORJA, intentando cerrar el camino a todo conciliacionismo. Son muchos los radicales que
caen en esta “resistencia popular”, algunos bajo el efecto de las torturas, otros atrapados por la tuberculosis
en el siniestro penal de Ushuaia; algunos desaparecen misteriosamente y se esparce el rumor, en el campo
popular, que son asesinados y arrojados en un cementerio de caballos de Berazategui. El espíritu
antioligárquico de 1905 todavía sobrevive en sectores del Radicalismo.
Sin embargo, en la Convención Radical, que comienza a sesionar en los últimos días del año 34, el aparato
controlado por el Comité Nacional derrota al ala irigoyenista. El 2 de enero de 1935, la Convención impone
la voluntad alvearista y levanta la abstención electoral. Así, el Radicalismo pasa a desempeñarse como
Oposición de su Majestad convalidando al régimen fraudulento y corrompido. Inmediatamente, el Poder
Ejecutivo envía varios proyectos de ley al Congreso, que ahora resultan legitimados por el retorno de la
gran fuerza opositora al juego de la democracia formal. Ya desde un tiempo atrás, Federico Pinedo está en
el Ministerio de Hacienda y no pierde la oportunidad de imponer esas leyes que los forjistas llamarán
“Estatuto Legal del coloniaje”.
Banco Central mixto e Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias.
En los primeros días de enero de 1935, ingresan al Congreso Nacional los proyectos de Banco Central e
Instituto Movilizador.
El primero de ellos – según confiesa Pinedo- se ciñe, en todos sus aspectos, al elaborado por Sir Otto
Niemeyer y F. Powell, altos funcionarios del Banco de Inglaterra, enviados por el Imperio a pedido del
gobierno de Justo. “Adoptamos no sólo las ideas -comenta el ministro- sino también la fraseología cuando
nos pareció que no había en ello inconveniente serio, aunque creyéramos que podían adoptarse, a veces,
mejores textos. Y lo hicimos porque no queríamos crear inconvenientes inútiles a la sanción y sabíamos,
por una curiosa modalidad del espíritu argentino, que se facilitaba la adopción de la iniciativa, si podíamos
presentarla como coincidiendo en mucho con lo aconsejado por el perito extranjero”(¡) 7.
Poco después, se sanciona la ley 12.155 que da nacimiento al Banco Central como entidad mixta, de
capital estatal y privado, que toma a su cargo la emisión monetaria, el manejo de los cambios y la política
crediticia. La Carta Orgánica del Banco crea las condiciones para que el capital privado, especialmente
extranjero, domine a la institución. El Directorio está compuesto por un Presidente, un vicepresidente y
doce directores. Estos últimos se eligen así: 2 por los Bancos extranjeros, 3 por los bancos privados
nacionales, 1 por el Bco. de la Provincia de Buenos Aires y demás bancos provinciales, 1 por el Poder
Ejecutivo y 1 por el Banco de la Nación Argentina. Los restantes 4 directores son elegidos por la asamblea
de accionistas, en la cual no participa el Estado a pesar de que aporta el 50% del capital de la institución.
Esto significa que la banca extranjera- si prevalece en la asamblea de accionistas, puede designar 6
directores.
Pero, otro artículo establece que el Presidente y vice serán designados por el P.E., en base a una terna
que presentará también la asamblea de accionistas, con lo cual el capital extranjero alcanza sin dificultad a
8 representantes sobre un total de 14 votos. Esta matemática esmerada obedece al ingenio del experto
bancario británico y a la complicidad del ministro Pinedo, permitiendo que las tasas de interés, el circulante
y los cambios se hallen bajo el control del Imperio. Un ensayista conservador, Roberto Azareto, señala que
esta estructura asegura la independencia del Banco respecto al P.E. lo cual resulta muy sano desde el
punto de vista financiero, omitiéndose señalar, por supuesto, que asegura también la dependencia respecto
al capital extranjero, circunstancia que no puede considerarse muy saludable.
El Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias se crea porque los hacendados se vinieron hipotecando
alegremente hasta que los tomó el huracán de la crisis y ahora no pueden pagar, de manera que corren
peligro de perder sus tierras, mientras los Bancos tienen sus carteras cargadas de morosos lo cual los
coloca al borde del abismo. Pinedo corre entonces para salvarlos, creando este Instituto que se hace cargo
de las hipotecas- para respiro de los bancos- y negocia luego a larguísimos plazos con los estancieros- que
también respiran- mientras el pueblo argentino aguanta sobre sus espaldas esta negociación, antecedente
de la estatización de la deuda privada que luego aplicará la dictadura militar en 1982.
En esta misma época, el gobierno procede a la conversión de la deuda de la Provincia de Buenos Aires,
gestión que encomienda curiosamente a la empresa “Crédito Industrial y comercial Argentino”, cuando
naturalmente debió realizarla el Banco de la Provincia de Buenos Aires. La situación se explica por la
estrecha vinculación del ministro Pinedo con el grupo Bemberg, dueño de esa financiera. José Luis Torres
afirma, entonces, que “Pinedo es el más audaz y activo agente del supercapitalismo internacional en
nuestra patria”8. Otras dos escandalosas negociaciones marcan el grado de sometimiento y corrupción de
esa época: la renovación de las concesiones a la empresa CHADE, por el servicio eléctrico en la ciudad de
Buenos Aires y la Coordinación de Transportes.
Los contratos firmados con CADE y Ciade, en 1907 y 1912- por 50 años-preveían la incorporación a las
tarifas de un 2% anual de amortización sobre el capital, de manera que al concluir la concesión (1957 y
1962, respectivamente) los bienes de la empresa pasaban, sin cargo, a la Municipalidad. Pero visto el
grado de sumisión del gobierno argentino, el pulpo eléctrico SOFINA, con sede en Europa, consigue- 20
años antes del vencimiento- que las concesiones sean prorrogadas hasta 1997 y 2002, quedando los
bienes de ambas empresas en poder de las mismas aún cuando, por el pago realizado a través de las
tarifas, ya no les pertenecían. ¿Cómo logra semejante resolución? Por supuesto, sobornando a la
mayoría del Concejo Deliberante, a importantes asesores, al jede del partido opositor, a ministros,
senadores e incluso, se cree que también al Presidente de la Nación. El importe que recibe Alvear se
destina, en parte a la campaña electoral de 1937 y en parte, a la construcción de la sede del Radicalismo,
en la calle Tucumán. El día en que se inaugura la Casa Radical, en su puerta aparece, con enormes letras:
“CADE”, acusación ilevantable proveniente de la mano de un forjista. La investigación realizada años
después- presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde – prueba fehacientemente el grado de
corrupción de gran parte de la dirigencia política.
El operativo realizado en relación al servicio del transporte resulta también otra expresión de entrega de los
intereses nacionales. La Compañía de Tranvías, concesionaria del servicio en la Capital Federal, de
propiedad inglesa, ha venido siendo perjudicada en los últimos años por la competencia del colectivo.
Presiona entonces sobre los sectores del gobierno y nace así la ley de Coordinación de Transportes, por la
cual el Estado se apropia de los colectivos- que pertenecían a empresas unipersonales- y uniéndolos a los
tranvías conforma una empresa mixta para la prestación del Servicio (Estado 25%, capital británico: 75%).
Un forjista, Amable Gutiérrez Diez, señala que “la Coordinación de Transportes urbana no es tal sino el
perfeccionamiento del monopolio tranviario, herido por la competencia de ómnibus y colectivos” 9. Años
después. Rosendo Fraga, panegirista del Gral Justo, admite la gravedad de esta medida a favor del capital
inglés y pretende justificar al presidente sosteniendo que “fue una medida que el Gral Justo adoptó en
contra de sus convicciones “10.
Un año antes, la investigación sobre las carnes, había sido interrumpida por el asesinato de Enzo
Bordabehere, en pleno Senado, por un matón al servicio de los conservadores. Además, en 1937, se
aprueba un acuerdo petrolero, perjudicial para YPF y en franco beneficio de las empresas extranjeras. Esta
política colonial se ratifica durante la fratricida Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, originada en la
disputa de áreas petroleras entre La Standard Oil yanqui (que prepondera en Bolivia) y la Shell, inglesa,
(que domina en Paraguay), pues Argentina media en el conflicto, con marcada posición anglófila. De allí
nace, luego, el Premio Nobel de la Paz, otorgado al canciller argentino Carlos Saavedra Lamas, a
quien la oposición califica de “pirómano bombero”, pues atizó el fuego para luego ofrecerse para apagarlo.
Tal era esa época que Federico Pinedo calificó como “Tiempos de la
República”. El pueblo argentino creyó siempre que Enrique Santos Discépolo era más veraz y por eso
cantó, con indignación, los versos de
“Cambalache”: “ El que no llora no mama / y el que no afana es un gil...../. En un mismo lodo / todos
manoseados”.
FORJA y las transformaciones económico-sociales.
Sin embargo, en medio de esa noche de ignominia, surgen algunas nuevas luces que prometen un futuro
distinto. Una de ellas, es FORJA, constituida el 29 de junio de 1935 por un grupo de irigoyenistas
consecuentes entre los cuales se destacan Arturo Jauretche, Homero Nicolás Mancione (Manzi), Manuel
Ortiz Pereyra y Luis Dellepiane. Sin incorporarse a la agrupación, Raúl Scalabrini Ortiz se constituye en la
usina ideológica del nuevo grupo.
Los forjistas denuncian los fraudes y negociados de la década, en volantes, afiches, cuadernos y discursos
esquineros, marcando a fuego la sumisión de la Argentina al imperialismo británico. FORJA declara:
“Somos una Argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre” y moviliza sus huestes contra el Banco
Central mixto y la Coordinación de Transportes, en defensa del petróleo y por la nacionalización de los
ferrocarriles. Al principio, su voz se pierde en el desánimo popular, pero luego alcanza cierto
reconocimiento aunque, por supuesto, débil en relación al objetivo que pretende: desplazar a Alvear de la
conducción del Radicalismo.
Sus consignas gráficas y directas forjan, poco a poco, una conciencia antiimperialista, que incluso adquiere
importancia en algunos sectores de la suboficialidad del Ejército: “P.P.P.y P.: Patria, Pan y Poder al
Pueblo”, “No hay más nacionalismo que el radical. No hay más radicalismo que el de FORJA”, “Tenemos
una política colonial, una economía colonial, una cultura colonial”, “Denunciamos al electoralismo radical,
denunciamos al fascismo criollo, denunciamos a los titulados demócratas”11 . Así crece, en plena década
de sometimiento y preponderancia extranjera, un auténtico pensamiento antiimperialista.
Al mismo tiempo que se desarrolla esta importante lucha ideológica, en el campo económico-social
también se producen interesantes cambios. Se trata de la transformación de pequeños talleres en
industrias sustitutivas de importaciones, fenómeno producido a consecuencia de la crisis económica
mundial y luego, estimulado por la Segunda Guerra Mundial. Crece así una industria nacionalespecialmente en el rubro textil y la metalurgia liviana-generando una fuerte migración interna de
desocupados y subocupados de las provincias pobres hacia esas nuevas fuentes de empleo. Este proceso,
iniciado hacia 1935, toma fuerza en los años siguientes produciendo importantes cambios en lo social y
sindical. Algunos investigadores suponen erróneamente que este crecimiento industrial fue impulsado por
la vieja oligarquía agropecuaria, cuando se trata de inmigrantes e hijos de inmigrantes favorecidos por la
disminución de las importaciones –consecuencia de la crisis y la guerra- como lo prueban los apellidos de
estos nuevos empresarios. Se forja, asimismo, una clase trabajadora fabril (u obrera) que tiene rasgos
propios, distintos de la vieja clase trabajadora artesanal (de los anarquistas) o de servicios (de los
socialistas), que jugará un rol importantísimo en los años cuarenta.
Roberto Ortiz: de asesor de los ingleses a Presidente de la Nación.
Ya cercano el fin de su mandato, el presidente Justo organiza la sucesión. El General ha tenido sustento
político en la Concordancia, pero más aún en sectores del Ejército, especialmente “los profesionalistas”
educados por el Gral. Manuel Rodríguez, sobre los cuales mantiene suficiente influencia como para que
apoyen su fraude electoral. Ahora, busca el hombre que lo suceda para el período 1938-44 y que sea lo
suficientemente leal como para devolverle el poder para el período posterior: 1944-50.
Ese hombre es el abogado Roberto Ortiz, quien ha sido su ministro y asesora al capital extranjero,
especialmente a las empresas ferroviarias británicas. Justamente Ortiz es homenajeado, el 12 de junio de
1937, en la Cámara de Comercio Británica. Allí, el presidente de dicha institución, William Mac Callum, lo
lanza como candidato a la primera magistratura: “ “La Argentina se encuentra en vísperas de elegir a los
hombres que han de regir sus destinos en el nuevo período presidencial y el nombre de nuestro huésped
de honor, Dr. Roberto Ortiz, ha sido pronunciado repetida y favorablemente con tal motivo” 12. El candidato
agradece con esta
definición política claudicante: “La Argentina tiene, con vuestra patria, enlaces financieros y obligaciones
tan importantes como muchas de las obligaciones que existen entre la metrópoli y diversas partes del
Imperio” 13.
El 5 de setiembre de 1937, la fórmula Ortiz- Castillo derrota a la fórmula Alvear –Mosca (1.100.000 contra
815.000 votos), en comicios tramposos. El Radicalismo protesta pero ya su lugar está asignado: jugar a la
oposición, sin cuestionar al sistema dependiente. Ortiz asume el 20 de febrero de 1938.
La circunstancia de que Ortiz, elegido por el fraude, intentase erradicar esa práctica-como ocurre en la
provincia de Buenos Aires con el desplazamiento del Dr. Fresco, adalid del llamado “fraude patriótico”-,
como así también la diabetes que lo aqueja y provoca su ceguera, ha permitido dulcificar su imagen. Para
muchos historiadores, resulta, entonces, el presidente “defensor de las instituciones”, el “decidido partidario
de la democracia” que se opuso al fraude y cuya muerte “frustró la gran posibilidad de regenerar al
sistema”. De este modo, queda en un cono de sombra su estrecha vinculación con el capital extranjero,
especialmente británico. Félix Luna- admirador de Ortiz- sostiene que Don Roberto se hallaba vinculado a
las empresas inglesas del ferrocarril del Sur y del Oeste, a la Unión Telefónica, al Banco Tornquist y al
grupo Bemberg. Además, desde su estudio en la Avenida de Mayo manejaba la explotación de algo más de
8.000 hectáreas, en la zona de Ayacucho y Lamadrid, que poseía en condominio con su madre y su
hermana. Con un pie en la pampa húmeda y otro, en las empresas inglesas, Ortiz cumplía las condiciones
del oligarca argentino que ha pactado con el Imperio.
No está de más recordar, entonces, esta opinión del periódico “The Statist”- del 11 de abril de 1939- donde
se refiere sin ambages a nuestra sumisión colonial: “La Argentina es un gran país...Es necesario no perder
de vista que la actual economía argentina es la consecuencia de una acción deliberada de nuestro país. En
el siglo pasado, nuestros comerciantes y banqueros llegaron a la conclusión de que los productos
alimenticios que antes obteníamos en su mayor parte en Estados Unidos resultaban anormalmente caros.
Se preocuparon, entonces, con un propósito deliberado, de encontrar un país que pudiese suministrarnos
los productos a precios relativamente más bajos. En las llanuras del Plata, encontraron ese país y se
suministraron los capitales necesarios para proveer a la Argentina de los medios de transporte que le
permitiese enviarnos los productos alimenticios que necesitamos. Económicamente, la Argentina es, en
gran parte, lo que hemos hecho de ella”14. Poco tiempo antes, con motivo de la erección de un monumento
a George Canning, en la Plaza Británica, los forjistas lanzaron un volante denunciando precisamente esa
condición colonial: “Jorge Canning escribía, en 1824: ‘La América Española es libre y si nosotros, los
ingleses, manejamos nuestros negocios con habilidad, ella será inglesa... Los designios de Canning se han
cumplido. Los negocios ingleses se han conducido y se conducen con habilidad. ¡Por eso Canning tiene
una estatua en Buenos Aires!”15.
En consonancia con esa fuerte presencia británica en la Argentina, el gobierno de Ortiz- al estallar la
Guerra Mundial, a fines de 1939- asume una neutralidad pro-aliada. Esta calificación se sustenta en las
reiteradas críticas al nazismo por parte de organismos oficiales –que ponen al país al borde de la guerracomo asimismo en que Gran Bretaña prefiere, en ese momento, la prescindencia argentina que permite
mantener el aprovisionamiento de alimento , sin obstáculos en la navegación de los mares. La clase
dominante manifiesta, a través de sus políticos, intelectuales y grandes diarios, una fervorosa anglofilia,
sólo quebrada por “los primos pobres del interior”, esas familias que tuvieron el poder en el 30- los
Ibarguren, Uriburu, etc.- declaradamente pro-nazis o neutrales pro-alemanes.
En el breve período que gobierna Ortiz, pues ya en 1940 delega el mando por enfermedad, se producen,
como se ha señalado, sus intentos de saneamiento institucional: intervenciones a la provincia de
Catamarca (febrero de 1940) y a la Provincia de Buenos Aires (marzo de 1940) . En lo demás, su gestión
presidencial continúa el programa justista, ése que ha recibido el apoyo de “La Nación”: “El gobierno del
Gral. Justo debe considerarse favorable en lo económico- administrativo”16. A su vez, también “La Prensa”
brega para que nada cambie, ante alguna tímida ley que se debate en el Congreso: “La exclusión de
mujeres y menores de las tareas de recolección de maíz no los beneficia y provocará inevitablemente el
encarecimiento del trabajo”17(Un año antes, ha señalado: “Carece de fundamento económico un salario
mínimo para todos los obreros...Eso es desigualdad- porque los trabajos son distintos – y provoca efecto
desmoralizador”18.
El panorama social y cultural de la Década Infame persiste. Algunos intelectuales y políticos se reúnen para
defender la “democracia formal” y alertar sobre el peligro de las a actividades nazis en la Argentina,
destacándose, entre ellos, Victoria Ocampo, Nicolás Repetto y Julio Noble. Otros, simplemente asqueados
por la decadencia moral y la entrega del país, prefieren suicidarse, como Leopoldo Lugones (19/2/38),
Alfonsina Storni (25/10/38) y Lisandro de la Torre (5/1/39). Con increíble tesón, los forjistas continúan su
prédica dirigida a formar una conciencia antiimperialista y Raúl Scalabrini Ortiz levanta “una solitaria voz
nacional”-el diario “Reconquista”- que sólo se publica durante 41 días. Pero el cierre de “Reconquista” no lo
desanima y en 1940 publica dos ensayos importantes: “Política británica en el Río de la Plata” e “Historia
de los ferrocarriles argentinos”. Contemporáneamente, en el Senado, estalla el escándalo de las tierras del
Palomar, denunciado por Benjamín Villafañe: una asociación delicuencial de militares y políticos urde una
venta de 222 Hs. de las hermanas Pereyra Iraola a un tal Néstor Casás, a $ 0,65 el m2 y éste las revende
inmediatamente al Ejército a $1,10 el m2, obteniendo más de un millón de pesos (de aquella época!) como
utilidad. Las escrituras son simultáneas- pues el grupo del cual Casás es representante, carece de dinero
para pagar a las Pereyra Iraola- pero el diablo mete la cola y aparece, en primer término, en el protocolo del
escribano, la venta de Casás al Ejército- de unos campos que no son de él- y luego, en la escritura
siguiente, la compra de lo que ya ha vendido. El escándalo alcanza al ministro de Guerra, a varios políticos
e incluso salpica al Presidente de la Nación.
Una atmósfera de desánimo y descreimiento apresa a la República en ese año 1940 en que Ortiz se va
alejando del mando y su vicepresidente, el catamarqueño Ramón Castillo, pasa a ejercer la presidencia,
primero interinamente y luego, a la muerte de aquel, de manera efectiva.
Cuando “todos los partidos son conservadores”
Una profunda crisis afecta a la dirigencia política argentina en esa época. El conservadorismo-ya sea en su
expresión neta, como partido Demócrata
o a través de la Concordancia- resulta ya la expresión de una Argentina que muere irremisiblemente. Sólo
mediante el fraude puede mantener sus posiciones, mientras el modelo agroexportador se agota y Estados
Unidos pasa a liderar al mundo capitalista, en reemplazo de Gran Bretaña. Sólo algunos hombres del
“régimen”- como Federico Pinedo- comprenden la conveniencia de colocarse al servicio del nuevo
imperialismo, aunque algunos pretenden adjudicarle proyectos industrialistas y nacionales que don
Federico abominó siempre. Los aparatos partidarios de la reacción ya no son suficientes para sostener a
Castillo y éste se recuesta cada vez más en el Ejército donde, como se verá luego, se producen
transformaciones importantes. El Radicalismo se encuentra domesticado-“alvearizado”- ajeno ya a las
gestas del pasado.
Hombres que han disentido frontalmente con Yrigoyen ocupan posiciones claves en el aparato partidario:
Alvear, Mosca, Tamborini. Años después, al producirse la investigación sobre la renovación de la
concesiones eléctricas, el Tesorero de la U.C.R. mostrará de qué modo se ha quebrado la vieja
intransigencia ante el poder económico: “Si la U.C.R. recibió
600.000 pesos, los partidos conservadores han recibido seis o siete veces más. A Hirsch (alto ejecutivo de
Bunge y Born) le dije que a nosotros nos arreglaban con moneditas y que a los que estaban en el gobierno,
les daban lo que ellos querían... A mí me han dado las casas cerealistas, Bunge y Born, Dreyfus, Hirsch, la
Compañía Herlitzka de luz, pero la CADE no...La casa Bemberg también dio”19.
La declinación del conservadorismo y del radicalismo, como así también del Partido Demócrata Progresista
después del suicidio de don Lisandro, resultan explicables en tanto sus bases sociales carecen de empuje
y de iniciativa: la oligarquía porque sólo atina a sobrevivir en un mundo que cambia rápidamente, la clase
media porque, en gran medida, ha logrado inserción en el país agropecuario, abandonando sus viejos
ímpetus. Sin embargo, esta decadencia no es tan fácilmente entendible para otros partidos si se observa
que dos fuerzas sociales se hallan en crecimiento: por un lado, un empresariado nuevo, de capitales
nacionales, en general inmigrantes o hijos de inmigrantes, impulsor de una industria que necesita un
mercado interno en expansión, por otro, una auténtica clase obrera nacida con la industrialización
sustitutiva de importaciones producida al calor de la crisis y la Guerra.
Respecto a ese germen de burguesía industrial- cuya expresión, en el 46, serán, con distinto signo,
Torcuato Di Tella y Miguel Miranda- puede señalarse que careció de conciencia acerca del rol histórico que
debía protagonizar y por tanto no pudo expresarse a través de una organización política propia.(Con gran
esfuerzo y bajo el acicate de Perón apenas lograrán, años más tarde, expresar sus intereses en la
Confederación General Económica: C.G.E).
El fenómeno merece mayor atención aún en relación a los nuevos trabajadores. El empuje de éstos crece,
a partir de 1935 y naturalmente busca su expresión en la izquierda. Allí, el anarquismo agoniza,
precisamente, porque gran parte de su base social - trabajadores artesanales todavía propietarios de sus
medios de producción – ha sido tragado por la industria en crecimiento, donde los rasgos individualistas de
los émulos de Malatesta no hallan campo favorable. El Partido Socialista, a su vez, se ha ido derechizando,
fuertemente tomado por las ideas de la clase dominante y sólo puede atraer a sectores de clase media,
liberales, laicistas, divorcistas y sarmientinos, que valoran la conducta ética de sus dirigentes y a los cuales
no les interesa cuestionar el orden semicolonial. Queda, pues, el Partido Comunista y allí ponen su
esperanza los nuevos trabajadores.
Efectivamente, entre 1935 y 1941, se verifica un fuerte crecimiento del Partido Comunista en el orden
sindical. Los viejos sindicatos de oficio se unifican: ebanistas, lustradores, carpinteros, etc. e integran el
“Sindicato único de la madera”, yeseros, parquetistas, pintores, etc. integran “La Unión Obrera de la
Construcción”(En ambos casos, la conducción va a manos de militantes comunistas: V. Marischi en la
Madera, Fioravanti e Iscaro, en la UOCRA.). Crece asimismo, la Asociación Obrera Metalúrgica teniendo
por secretario general al comunista Muzzio Girardi. Por otra parte, la declinación del anarquismo favorece
el control del sindicato de la Carne, también por militantes comunistas, como José Peter.
Este avance del partido Comunista en el ámbito sindical, con promisorias perspectivas de reflejarse en lo
político, se frustra, sin embargo, a partir de 1941 cuando el Partido deja de interpretar los reclamos obreros
y por consiguiente, entra en franca declinación. La causa reside en el sometimiento de la dirigencia
partidaria a la teoría del “socialismo en un solo país” que somete su táctica, en la Argentina, a los giros de
la diplomacia exterior soviética.
Dada la importancia de esta cuestión, corresponde reflexionar sobre ella. En la década del veinte, se
manifiestan dos posiciones, en la URSS, respecto a la línea a seguir por el movimiento comunista mundial
expresado en la III Internacional: el stalinismo sostiene que habiéndose producido la revolución de Octubre,
la tarea de cualquier partido comunista del mundo consiste en apoyarla, subordinando sus propias
necesidades locales, si fuese necesario, pues el Socialismo se impondrá en todo el mundo expandiéndose
desde la URSS (Tesis del “socialismo en un solo país”), mientras la Oposición de Izquierda (liderada por
Trotsky) sustenta la tesis de que cada partido comunista debe luchar según las propias necesidades e
intentar la revolución en su propio país, lo cual, no sólo debilita al imperialismo sino que conecta diversos
procesos revolucionarios, resultando la mejor manera de apoyar a la URSS
(“Revolución permanente”).
A fines de la década del veinte, el triunfo de la tesis stalinista subordina la III Internacional a los giros de la
diplomacia soviética (“Rusificación de la Internacional”). Para una mayor comprensión de este fenómeno,
obsérvese de qué manera se modifica la táctica del Partido Comunista de la Argentina según las
variaciones de la política exterior soviética: l) En 1930, prevalece en la URSS una posición antifascista, por
lo cual el P.C. de la Argentina enfila toda su artillería contra Yrigoyen, calificándolo de
“fascista” y concurriendo así al clima creado por la oligarquía para provocar el golpe de setiembre de 1930;
2) En 1931, se acentúa en la URSS la posición clasista y ultraizquierdista, lo que conduce al partido, en la
Argentina, a abominar de los burgueses y por tanto, mientras la dictadura de Uriburu persigue a los
radicales, éstos son considerados, desde la izquierda, como grandes enemigos; 3) Pero, hacia 1935, la
URSS, temerosa del crecimiento de Hitler, estrecha vínculos con Inglaterra y sus aliados, lanzando
entonces la táctica del “frente popular”, “frente antifascista” o “frente democrático con la burguesía”, lo cual
conduce al
Partido a confluir con el Radicalismo, sólo que- lamentablemente- el radicalismo ya no es Yrigoyen sino
Alvear; 4) Poco antes de estallar la Guerra, la URSS opera otro giro, ahora asegurándose la no agresión de
Hitler (Pacto Ribbentrop-Molotov) y por tanto, rompiendo su amistad con los ingleses. En la Argentina, el
Partido se acomoda a la nueva situación y se torna antibritánico, alejándose de Alvear y acercándose a
FORJA. Scalabrini Ortiz recibe el halago de la prensa comunista, Ernesto Guidici escribe “Imperialismo
inglés y Liberación Nacional”(Edit. Problemas, 1940), Luis V. Sommi golpea también duramente al capital
inglés en su libro “La Coordinación de Transportes” (Edit. Problemas, 1940), comunistas y forjistas
confluyen en la táctica pro neutralidad y levantan conjuntamente fuertes banderas antiimperialistas. Esta
época- la edad de oro del stalinismo argentino-favorece su consolidación en el mundo sindical pues
encabezan huelgas contra empresas inglesas 5) Pero, a mediados de 1941, Hitler invade la URSS y ésta
retorna a la alianza con Inglaterra y Francia, por lo cual, en la Argentina, el Partido abandona la posición
antiimperialista para privilegiar el antifascismo, es decir, la posición aliadófila, proinglesa. Inmediatamente,
Scalabrini Ortiz pasa a ser “un cínico nazi”, Sommi publica “Los capitales alemanes en la
Argentina”(Editorial “Claridad”, 1945) y Victorio Codovilla escribe “Esta es la Guerra de los Pueblos”(Edit.
Anteo, 1942) donde sostiene que debe comprenderse que, en razón de su alianza con la URSS, el
imperialismo anglosajón ha pasado a ser “democrático” y que, con respecto a las empresas inglesas o
yanquis en la Argentina, debe hacerse entender a los obreros que “no hay que impacientarse ni despotricar
contra los aliados de la Unión Soviética”pues ello conduciría a hacer el juego al nazismo20 .
Como se comprende, aquí reside la causa del desastre ocurrido en la huelga metalúrgica de agosto de
1942, de resultas de la cual los gremialistas comunistas pierden el apoyo de las bases, naciendo, en abril
de 1943, otro sindicato, bajo inspiración trotskista: La Unión Obrera Metalúrgica. También desde esta óptica
– más allá de la presión de la Secretaría de Trabajo- se explica la pérdida del Sindicato de la Carne de
manos de Peter a poder de Cipriano Reyes, como así también el alineamiento del Partido Comunista junto
a la vieja oligarquía y el embajador yanqui Braden, contra Perón, en el 45 y su participación en la Unión
Democrática del 46.
De esta manera, esa oportunidad histórica que se vislumbraba en el progreso del comunismo a fines de la
década del 30, se pierde por la sujeción a la concepción del “Socialismo en un solo país”.
Debe consignarse, asimismo, que mientras el sector político no comprende los cambios que ocurren en la
sociedad civil, en el Ejército aparecen corrientes nuevas, como esos ingenieros industriales que abogan por
el desarrollo de una industria siderúrgica (Savio), otros oficiales que observan atentamente la creciente
importancia de las masas populares (Perón), algunos fervorosos admiradores de la maquinaria bélica que
está levantando Hitler (Perlinger). Asimismo, Justo ha perdido prestigio y muchos oficiales han visto con
desagrado su oferta al Brasil para desempeñarse en el conflicto mundial.
Prevalece, ahora, en los cuarteles, una posición antibritánica y el desplazamiento de Tognazzi como
ministro de Guerra- reemplazado, el 17/11/42, por Pedro P. Ramírez- expresa la importancia de los nuevos
sectores y de qué modo Castillo se apoya cada vez más en ellos.
El fin de la década infame
En esa Argentina donde el crecimiento industrial evidencia el fin del
“granero del mundo”, donde la dirigencia de los partidos políticos –de derecha a izquierda- es incapaz de
comprender las profundas transformaciones económicas y sociales que se están produciendo, Castillo
intenta vanamente otorgar cierta coherencia a su gestión.
Ahora – después del ataque japonés a Pearl Harbour y la consiguiente entrada de Estados Unidos en la
Guerra – se encuentra con una fortísima presión norteamericana para que la Argentina ingrese a la
contienda. Mantener la neutralidad ya no implica, como poco tiempo atrás, un tácito acuerdo con los
ingleses, sino que ahora significa negarse a luchar “por la libertad del mundo”.
Los grandes diarios, desde la derecha, y el Partido Comunista, desde la izquierda, intelectuales y políticos
desde “Acción Argentina”, radicales y socialistas, profesores y estudiantes, arrecian contra el neutralismo
tildándolo de “nazifascista”. Sólo los hombres de FORJA y pequeños grupos trotskistas persisten en que
Argentina se mantenga ajena al conflicto. En tremenda soledad- abusando, según algunos de “la
unanimidad de uno”- Castillo resiste y su canciller Ruiz Guiñazú enfrenta la prepotencia yanqui, en la
Conferencia Panamericana de Río de Janeyro (enero de 1942) ¿ Cómo explicar esta política neutral
sostenida por Castillo?
Tanto el neutralismo, como otras medidas que adopta el presidente, sólo resultan comprensibles si se
aprecia que se apoya más en el Ejército que en las fuerzas conservadoras. La creación de la Dirección de
Fabricaciones Militares - reclamada por el Gral Savio, quien ya planifica su proyecto siderúrgico- del mismo
modo que un importante rescate de títulos de deuda externa, así como la compra de barcos que echa las
bases de nuestro flota mercante, otorgan rasgos singulares a la presidencia de este abogado
catamarqueño, impropios de la vieja clase dominante. Por otro, lado, sin embargo, se vuelve a la práctica
del fraude, se producen nuevas irregularidades en el manejo de fondos del Estado e incluso, el 8 de
setiembre de 1942, esa Gran Argentina moribunda nos ofrece un nuevo escándalo cuando “los niños
cantores”de la Lotería premian al número 31.025, que
previamente han
adquirido
ellos
mismos.
Un
tango de Discépolo había anunciado, tiempo atrás: “Los pibes ya nacen por
correspondencia/ y asoman del sobre/ sabiendo afanar” (Tango “¿Qué sapa, Señor?”)
En los primeros meses de 1943, en la cercanía de las elecciones para la renovación presidencial, el
presidente Castillo vacila, entre el apoyo que recibe por parte de algunos coroneles y sus compromisos con
las fuerzas políticas conservadoras. En los dos últimos años, varios fallecimientos han modificado el
escenario electoral: el 23 de marzo de 1942 ha fallecido Alvear y poco después, el 15 de julio, Ortiz. A su
vez, un derrame cerebral ha concluido con la vida del Gral. Justo el 11 de enero de 1943. Pocas semanas
después, Castillo cede ante las presiones partidarias y decide abrir el camino a la presidencia a un
poderoso señor feudal del norte argentino: don Robustiano Patrón Costas. El 5 de junio de 1943 se
proclamará la fórmula oficialista Patrón Costas- Manuel de Iriondo, que merced al fraude resultará
vencedora en los comicios para el período 1944-1950.
Pero el día antes- 4 de junio- las tropas están en la calle. Jauretche le había alertado a Castillo: - Si usted
otorga mayor importancia a sus compromisos con los políticos conservadores que al Ejército, éste dejará
de apoyarlo. Ante el golpe, el Presidente Castillo carece de fuerzas para imponer su autoridad . Se
embarca en el rastreador “Drumond”, quizás con intención de resistir, pero, pocas horas después, renuncia.
Al conocerse la noticia del levantamiento militar, trescientos muchachos de FORJA, con sus boinas
blancas, rodean a Darío Alessandro, en la escalinata del
Congreso Nacional, quien, en nombre de la agrupación, “le dio el réquiem a la Década Infame, con vibrante
arenga” 21.
FORJA declara que “contempla con serenidad no exenta de esperanzas, la constitución de las nuevas
autoridades nacionales, en cuanto las mismas surgen de un movimiento que derroca al ‘régimen’ y han
adquirido compromiso de reparar la disolución moral en que se debatía nuestra política y de crear un
sistema basado en normas éticas y en claros principios de responsabilidad y soberanía”. Asimismo, FORJA
“ratifica su demanda total de emancipación nacional y de soberanía popular, a cuyos dictados espera no
serán indiferentes las personas que constituyen el gobierno revolucionario” 22.
Concluye, de este modo, una época sombría de nuestra historia. Nuevos hombres y nuevas fuerzas
sociales ocupan ya el escenario para iniciar un nuevo ciclo histórico.
NOTAS
1 Rosa J. M. Historia Argentina, tomo 12, Granda editor, Bs. As., 1965, pág. 68
2 Irazusta, Julio y Rodolfo. “La Argentina y el imperialismo británico”, edit.
Tor, Bs. As., 1934, pág. 34
3 Roca, Julio A. (h). “Discursos, escritos homenajes”, Bs. As, 1943, pág.
4
4 The Buenos Aires Herald, 11/2/1933
5 Scalabrini Ortiz, R. Borradores, Archivo R. S. O.
6 De la Torre, L. Obras, edit. Hemisferio, Bs. As, 1952
7 Pinedo, F., “En tiempos de la república”, pág. 160
9 Gutiérrez Diez, A, Cuaderno de FORJA, Bs. As., 1936
10 Fraga, Rosendo,. “El Gral. Justo, Emecé, Bs. As., 1993, pág. 277
11 Jauretche, A., “FORJA y la década Infame”, edit. Coyoacán, Bs. As.,
1962
12 Scenna, Miguel Angel, “FORJA”, Ediciones La Bastilla, Bs. As., 1972, pág. 278
13 Luna, Félix, “Ortiz, reportaje a la Argentina opulenta”,
Sudamericana, Bs. As., 1978, pág . 41
Edit.
14 The Statist, citado por Irazusta, Julio. “Balance de siglo y medio”, edic.
Teoría, Bs. As., 1966, pág. 162
15 FORJA, volante, Archivo Darío Alessandro.
16 “La Nación”, 20/2/38
17 “La Prensa”,15/3/39
18 “La Prensa”, 3/2/1938
19 Informe Rodríguez Conde, Imprenta del Congreso, Bs. A., 1959, pág 57 y 132
20 Codovilla, Victorio, “Esta es la guerra de los pueblos”, 1942, edit. Anteo.
21 Scenna, Miguel Angel, . “FORJA”, ob. cit.)
22 “FORJA y la década infame”, ob. cit., pág. 102
8
Torres, José Luis, “La década infame”, Ediciones Patria, Bs. As., 1945, pág. 107
FERMÍN CHÁVEZ
Historia del Movimiento Obrero Organizado antes del
Peronismo
Cuadernos de Tercera Posición, Nº 9
El movimiento obrero organizado de la República Argentina, presenta mucho antes de culminar en una
central única de los trabajadores, notables antecedentes de luchas, que se remontan a la segunda mitad
del siglo XIX, con más precisión, a las décadas de 1850 y 70, época en que se inició un profundo cambio
estructural en la sociedad argentina. Tiempo en que empieza la incorporación de nuestro país al circuito
capitalista, de un nuevo poblamiento con mano de obra europea y de la llegada de notables figuras que en
el Viejo Mundo habían adherido a la revolución social antiburguesa, en sus distintas vertientes.
Socialistas y anarquistas, sobre todo, emigrados a la fuerza, arrojarían las simientes en los surcos que
recién comenzaban a abrirse con el proyecto liberal de desarrollo de la Pampa Húmeda. Era una tierra
virgen, ligada exclusivamente a la explotación pecuaria, pero ya preparada, porque las inquietudes sociales
habían principiado a manifestarse (aunque en forma todavía no orgánica), más que nada en el periodismo y
en la cátedra. Así, por ejemplo, en la provincia de Entre Ríos, a comienzo de 1870, había aparecido el
periódico Obrero Nacional, redactado por el poeta Francisco F. Fernández, un ex-alumno del Colegio del
Uruguay, sin duda influido por uno de sus profesores, Alejo Peyret, un francés del Bearne y ex-activista de
la Comuna de París (1)
Por esos mismos días, en Buenos Aires surgían algunos núcleos socialistas, los mismos que en 1872
enviarían a Raimundo Wilmart como delegado ante el Congreso General de la Internacional, realizado en
La Haya. A mediados de 1877, también en la capital bonaerense, fue creada la Unión Tipográfica
Bonaerense, primera manifestación gremial de los
gráficos, ya que la vieja Sociedad Tipográfico Bonaerense, de 1857, tuvo solamente carácter mutualista.
Los trabajadores gráficos organizados en aquella Unión fueron a la huelga en 1878 y la ganaron, no
obstante que el diario El Nacional, de Vélez Sársfield y de Sarmiento condenara las huelgas "como
instrumento de perturbación". (2)
En 1868, a cuatro años de la Primera Internacional, había llegado al país un pionero del marxismo
científico, el alemán Germán Avé-Lallemant, uno de los dirigentes perseguidos por Bismarck. Ya
volveremos sobre esta figura sobresaliente que, por un tiempo, moró en San Luis. Lo cierto es que ya en la
década de 1870, se dio en la Argentina la contienda entre marxistas y anarquistas bakuninistas, quienes
publicaron varios periódicos.
(3)
En la siguiente década las dos corrientes recibieron el aporte de nuevos emigrados, algunos de ellos muy
notables. En 1881 se formó una mutual de obreros panaderos; fue creada otra mutual, de obreros
molineros, y se formó la Unión de Oficiales Albañiles, ya de carácter gremial. Y al año siguiente surgieron
dos nuevos gremios, la Unión de Obreros Yeseros y la Unión Obrera de Sastres. También durante 1882 fue
fundado el memorable Club Vorwarts por los socialistas alemanes, de muy importante trayectoria. En el
resto de la década surgieron organizaciones sindicales de tapiceros, marmoleros, cocheros, panaderos,
carpinteros, zapateros, maquinistas y fogoneros, y otros. En 1885 llegó al país alguien que había
participado en la fundación de la Alianza Internacional Obrera (o Internacional Negra), de 1881: Errico
Malatesta. Pronto no más editó en Buenos Aires La Questione Sociales, y en 1887 redactó por encargo de
Héctor Mattei el programa estatutario de la Sociedad Cosmopollita de Resistencia y Colocación de Obreros
Panaderos. Por ese mismo tiempo un llamado Círculo Socialista Internacional nucleaba a anarquistas
italianos y franceses. Por otra parte, en junio de ese mismo año 87 comenzó a actuar La Fraternidad,
Sociedad de Ayuda Mutua del Personal de Maquinistas y Fogoneros de Locomotoras.
El 1º de MAYO DE 1890
La primera conmemoración del Día de los Trabajadores tuvo lugar en Buenos Aires el 1º Mayo de 1890,
dos meses antes de la revolución de los Cívicos. La concentración se efectuó en el Prado Español y reunió
más de 1.500 personas, pertenecientes a gremios, sociedades mutuas y centros republicanos de la Capital
y del interior. El año 1891 fue memorable para los trabajadores argentinos: primero que todo, porque se
constituyó la primera FEDERACION DE TRABAJADORES, y después, porque se publicó EL OBRERO,
que se convirtió en "órgano de la Federación Obrera" bajo la dirección de Germán Avé-Lallemant. (4). En
ese periódico apareció una histórica "Interpretación económica del 90". Además, la Federación presentó al
Congreso de la Nación un pedido de legislación laboral, con normas sobre el trabajo insalubre y la creación
de tribunales para atender las relaciones entre obreros y patrones. (5)
En 1892, el sacerdote redentorista Federico Grote creó los Círculos Católicos de Obreros, de carácter
mutualista y educativo, y que reflejaron la nueva actitud social de la Iglesia, por influencia de la Encíclica
FERUM Novarum, de 1891. (6)
En 1894 hubo varias huelgas: de panaderos, albañiles y otros. Y también se produjo la formación de la
segunda Federación de Trabajadores. En la tarde del 14 de octubre del mismo año, las sociedades
gremiales se concentraron en la plaza Rodríguez Peña, para solicitar las 8 horas de trabajo y apoyar un
proyecto de ordenanza municipal a favor de dicha conquista. Unos 4.000 trabajadores marcharon por las
calles Paraguay, Callao, Piedad, Larrea, Moreno y Entre Ríos hasta Brasil. (7) La convocatoria había sido
hecha por los albañiles, mecánicos, marmoleros, hojalateros, gasistas, sastres. Talabarteros, madereros,
mayorales, cocheros, horneros, tipógrafos, pintores y picapedreros. Al año siguiente, la ciudad de Buenos
Aires tenía alrededor de 25 organizaciones de trabajadores.
En junio de 1898 llegó al país Pietro Gori, jurista, sociólogo y escritor anarquista, que permanecería en la
Argentina hasta principios de 1902. No solo dictó cátedra y fundó revistas, sino que también participó en
varias huelgas, y en 1901 fue delegado de los ferroviarios ante el congreso del que surgió la FEDERACION
OBRERA ARGENTINA (FOA). El 2 de marzo de marzo de dicho año se reunieron en Buenos Aires
delegados obreros de 14 asociaciones para preparar la organización de un congreso que debatiría sobre
"los intereses de los trabajadores y el modo de mejorarlos en el terreno exclusivamente económico y
gremial". (8)
El congreso se reunió entre el 25 de mayo y el 2 de junio de 1901, con la concurrencia de delegaciones
de la Capital y del interior. De allí surgió la FEDERACION OBRERA ARGENTINA, de corta vida, ya que
haría crisis al año siguiente. Según el periódico LA ORGANIZACIÓN OBRERA, ello ocurrió por haberse
dado un paso prematuro.
Durante los días 19 y 20 de abril de 1902 se reunió en el salón Vorwarts el segundo Congreso de la FOA
y allí se produjo la escisión. Se retiraron 19 organizaciones, con 1.780 asociados, y se quedaron 29
gremios, con 7.630 socios. El 18 de mayo se llevó a cabo una nueva reunión, ahora de las asociaciones
disidentes, en la que se resolvió no aceptar las resoluciones del Congreso de abril, ni adherir a la FOA. Lo
que ocurría fue calificado de "escisión benéfica" por el órgano anarquista La PROTESTA HUMANA. (9) La
federación disidente se llamó UNION GENERAL DE TRABAJADORES (UGT), nucleando a los marxistas
socialistas, mientras que la FEDERACION OBRERA REGIONAL ARGENTINA (FORA) agrupó a los
anarquistas.
Esa división ab ovo iba a impedir una auténtica unidad de la clase obrera argentina por varias décadas: y
eso tenía mucho que ver con el origen ideológico no nacional de nuestro movimiento obrero. Como señala
correctamente un autor: "Se discutía acercando ejemplos europeos y esgrimiendo argumentos teóricos de
aquella procedencia bastante desconectaos de la realidad social de la Argentina. (10) A principios de siglo,
sin embargo, una corriente cultural anarquista, encabezada por Alberto Ghiraldo, se aproximó cuanto pudo
a nuestra realidad, empalmando sus ideas con los alegatos del "Martín Fierro" de José Hernández. (11) Por
su parte, los socialistas iban a dividirse algunos años después, por causas parecidas, cuando de sus filas
se separara la notable figura de Manuel Ugarte, es decir, una contrafigura de Juan B. Justo, el
internacionalista y librecambista. (12)
La primera Guerra Mundial resultó algo así como una piedra de toque para las ideologías que
impregnaban las corrientes revolucionarias en la Argentina. En el socialismo predominó el pensamiento
modelado por la inteligencia británica, esto es, aquel del llamado "proyecto del 80", colonial, y que ya había
empezado a hacer agua. Se formó una élite política belicista y pro-inglesa, que atacó duramente a Hipólito
Yrigoyen y a la política de neutralidad por los factores de poder económicos. En el socialismo no encontró
aliados, sino una secta dispuesta a combatirlo. Por otra parte, el conflicto del sistema central comportó
confusiones en el seno
del movimiento obrero argentino y hasta llegó a generar provocaciones. En 1914, la CORA, cuyo núcleo
principal era la UGT socialista, se incorporó a la FORA y consolidó una unión provisional. Pero dicha
Federación no duró mucho, puesto que en 1915 volvió a manifestarse la antigua división de socialistas y
anarquistas. Estos reconstruyeron la FORA de 194 o del Quinto Congreso, y aquéllos adoptaron la
denominación de FORA Noveno Congreso.
Este último nucleamiento se acercó a las autoridades nacionales, dentro de ese clima de tolerancia que
vino a ser quebrantado por Semana Trágica, en enero de 1919, en que fueron a la huelga. (13)
Pero mientras la FORA anarquista se mantenía irreductible, "la FORA sindicalista negociaba con el
gobierno". (14) Sebastián Marotta llegó a un acuerdo con el doctor Elpidio González, jefe de Policía. Hubo
arduas negociaciones y la vuelta al trabajo, resuelta por la FORA Noveno Congreso no fue acatada, pues
los obreros se plegaron a la tesis anarquista del paro por tiempo indeterminado. Después los trabajadores
de Vasena se fueron reintegrando al trabajo.
En marzo de 1922 se llevó a cabo otro Congreso fusionista (el cuarto), del cual nació la UNION
SINDICAL ARGENTINA (USA), compuesta por la FORA Noveno Congreso y por gremios independientes.
Pero la lucha entre los lineamientos ya tradicionales no terminó.
Después de seis años, en que no hubo reunión alguna de conjunto, la FORA efectuó el Décimo Congreso
entre el 11 y 16 de agosto de 1928, con asistencia de 93 representaciones de sindicatos. Uno de los temas
tratados fue la campaña por la libertad de Simón Radowitzky, autor del atentado contra el coronel Ramón
Falcón, y quién será indultado por Yrigoyen en vísperas de su derrocamiento. Fue aquél el último congreso
de FORA.
NACE LA PRIMERA CGT
En términos generales, los historiadores están de acuerdo en que el movimiento militar del 6 de
septiembre de 1930 encontró mal parados, desgastados, a los trabajadores organizados: la FORA y la
USA. Según
estimaciones de Diego Abad de Santillán (Silesio Baudillo García), los agremiados a la FORA sumaban
por entonces unos 100.000; los de la USA, 60.000 y una cifra no calculada en la COA socialista. (15) No
hubo batalla alguna sindical contra el gobierno de facto: sin bases nacionales y desgastadas en luchas
estériles, tales organizaciones carecían de fuerza política y de dirección adecuada. A fines de septiembre
de 1930, por fusión de la USA con la COA, nació la primera CONFEDERACION GENERAL DEL
TRABAJO, si bien se mostró sumamente tibia frente a Uriburu, tanto que se declaró "convencida de la obra
de renovación administrativa del gobierno provisional y dispuesta a apoyarla". (16) La conclusión de Diego
Abad de Sanatillán es categórica: "Los trabajadores organizados no cumplieron con su deber primario ante
el golpe de Estado de 1930…". (17).
Por lo menos, no se explicaba bien la posición de prescindencia adoptada, primeramente por la USA, La
Fraternidad y la Unión Ferroviaria, y después por la flamante CGT. En Rosario, le aplicaron ilícitamente la
ley marcial a Joaquín Penina, un catalán anarquista e inofensivo, pero ninguna voz gremial se alzó para
señalarlo.
Durante el gobierno del general ingeniero Agustín P. Justo, es decir, en la Década Infame, se registraron
diversas huelgas de volumen, entre ellas las que protagonizaron los obreros del calzado, textiles,
tranviarios, yeseros, estibadores, telefónicos, madereros y otros. En 1932 hubo una huelga general y al año
siguiente, una serie de conflictos en defensa del salario, cuya reducción venía en aumento. Entre 1935 y 36
los paros de cerveceros, albañiles y colectiveros culminarían en una huelga general, que contó con el
apoyo de la CGT. Mejor dicho, de un comité de Defensa y Solidaridad que respondía a 68 sindicatos de la
central obrera y a núcleos independientes. "De este movimiento, especialmente trascendental den la
historia del sindicalismo –dice Juan Carlos Bedoya- derivó la división de la CGT en dos ramas por la
posición que sus tendencias adoptaron antes de desencadenarse el conflicto: la de Catamarca 577, que
más tarde volvió a tomar el nombre de la antigua Unión Sindical Argentina de predominio socialista y la de
Independencia 2880, a quién el coronel Juan Domingo Perón, secretario de Trabajo y Previsión, le acordó
después personería legal y la constituyó en el sostén obrero de su posterior gobierno. De esta rama deriva
la actual Confederación General del Trabajo". (18)
En los últimos tramos de la década de 1930 gravitó sobre el movimiento obrero argentino la estrategia
soviética del Frente Popular, que en 1938 obtuvo en Chile una victoria resonante, bajo la conducción del
"camarada
Montero", es decir Eudocio Ravines. Al mismo tiempo, los nacionalistas argentinos empezaron a
conmemorar el Primero de Mayo con una marcha anual. (19)
Un nuevo cambio se iba a producir en la estructura social de la Argentina, en el que se evidencia un
hecho de mayor gravitación aún en la década siguiente: la migración hacia los centros urbanos de la mano
de obra del interior del país. Paralelamente al crecimiento de la población obrera industrial se incrementa la
organización y el número de afiliados a los sindicatos. Se llegó así a 1940 con un movimiento obrero
organizado que tiene, aproximadamente, 450.000 afiliados, sobre un total de 900.000 trabajadores
industriales.
En marzo de 1943 se produjo el rompimiento final de la CGT en dos fracciones: la CGT Nº 1 y la CGT Nº
2. Quedó en la primera la mayor parte de las organizaciones, entre ellas, la Unión Ferroviaria y la
Fraternidad, y otros nucleamientos que se resistían a ser alineados según el dilema "fascismo-democracia",
impuesto por la estrategia del Soviet. Una de sus principales figuras era José Doménech, líder ferroviario.
En la Nº 2 militaban los llamados "democráticos, predominantemente comunistas y socialistas (municipales,
construcción, comercio, trabajadores del Estado). Y así el movimiento del 4 de junio los encontró en una
profunda crisis, como bien lo señaló Pablo Ibarra. (20)
Se visualizan dos etapas bien diferenciadas en las relaciones del nuevo gobierno con los trabajadores:
una primera, que va de junio a octubre de 1943, y una segunda, a partir de la designación del coronel
Perón en el Departamento Nacional del Trabajo.
No hubo resistencia al nuevo gobierno por parte de los nucleamientos de las dos CGT. El 25 de junio, la
CGT 1 dio una declaración favorable a las medidas oficiales contra el agio y la especulación en artículos de
primera necesidad. Días antes, una delegación de la CGT, presidida por su secretario general Francisco
Pérez Leirós, había visitado al ministro del Interior. Y la entrevista fue cordial, según La Vanguardia, órgano
del socialismo.
A principios de julio se hizo cargo del Departamento Nacional de Trabajo el coronel Carlos M. Gianni y
semanas después el 21, fue clausurada la
sede de la CGT 2. En agosto fueron intervenidas la Unión Ferroviaria y La Fraternidad, dos de las grandes
de la CGT 1.
También hubo confinamientos de dirigentes, entre ello, José Meter, líder del gremio de la carne. (21)
Con la designación del coronel Perón el 27 de octubre de 1943, en reemplazo de Gianni, empieza otra
historia, que avanzaría aceleradamente. Un mes después, apenas, fue creada la Secretaría de trabajo y
Previsión Social, que inició una nueva era en la política social de la Argentina. El Estado asumía desde allí
su "deber social", inspirándose en principios de "colaboración social", al decir del coronel. (22)
Entre junio y noviembre ocurrieron hechos decisivos con respecto al futuro de una central única de
trabajadores. Las organizaciones no intervenidas de la CGT 1 resolvieron, el 11 de septiembre, continuar
funcionando y eligieron un consejo central confederal cuyos cargos principales fueron ocupados por Ramón
Ceijas (secretario general). Alcides Montiel (secretario adjunto) y Alfredo Fidanza (secretario
administrativo). Si bien los sindicatos ferroviarios intervenidos se habían alejado de la CGT, a fines de
octubre, cuando se hace cargo de la intervención el coronel Domingo A. Mercante, fue revocada aquella
decisión. "Así comenzó (lamenta Diego Abad de Santillán) un nuevo capítulo de la historia gremial
argentina, cuya unidad, por la que se había venido combatiendo desde comienzos del siglo, fue al fin
impuesta por el gobierno militar". (23) Diríamos que, más que por el gobierno militar por un realineamiento
de dirigentes y organizaciones que, sobre la base de la CGT 1, apuraron el resurgimiento de la central
obrera. Pero para que esto sucediera tuvo que transcurrir todo el año 1944, en que grandes sindicatos,
como los de comercio (liderados por el socialista Angel G. Borlenghi), serían ganados por la política puesta
en marcha.
La Junta de Unidad Sindical de la CGT produjo el 12 de julio de 1945 un hecho fundamental,
demostrativo de lo que estaba ocurriendo con la clase trabajadores, cuando concentró en Diagonal Norte y
Florida unos 350.000 trabajadores ( ), para repudiar a las "fuerzas vivas" que combatían la nueva política
social. En ese acto hablaron Telmo B. Luna, presidente de la Unión Ferroviaria; Manuel E. Pichel, tesorero
de la CGT, del gremio mercantil, y Angel G. Borlenghi ya mencionado. (24)
Claro, se desataron algunas acusaciones, y el 5 de septiembre, La Fraternidad y la Unión Obrera Textil
(comunista, a la sazón) y el Sindicato Obrero del Calzado se desafiliaron de la CGT. Pero la historia se
había abierto otro rumbo. Apareció en escena un sector hasta entonces mero espectador, la clase obrera
de origen provinciano, sin mayor ligazón con el movimiento sindical de Buenos Aires. Como bien observa
un autor antes citado: "Aunque quiera cerrarse los ojos, nadie puede ignorar que la invasión de ius
sanguinis del interior (el cabecita negra sin ideología gremial), sobre el ius solis sindicalizado e ideológico
del litoral, aportó, con aquellas masas antiguamente migratorias y explotadas, un nuevo sentido telúrico y
tradicionalista al movimiento de la clase trabajadora, y en definitiva agregó con fuerza avasalladora un
moderno sentido de integración nacional a la clase social a la que pertenecían". (25)
El 21 de septiembre de 1945 fue elegido el nuevo congreso central confederal y Silverio Pontieri, un
ferroviario, resulto elegido secretario general de la CGT. Una nueva CGT, menos de un mes antes del 17
de octubre.
A partir de allí el movimiento obrero organizado se afianzará en torno a una central en expansión, según
indican las cifras. De los 200.000 afiliados de la CGT 1, en 1943, se saltaría a 6.000.000 al comenzar la
década siguiente, la de 1950. Convendría señalar, además, que el número de obreros industriales registró
un notable incremento en menos de un lustro. Así, de 927.000 estimados en 1941 se pasó a 1.238.000 en
1945, el año que marcó la aparición de un nuevo gremialismo.
NOTAS
1-Peyret, Alexis (1826-1902) fue profesor de Historia en el Colegio durante el rectorado de Alberto
Larroque. Dejó la administración de la colonia San José por adherir a la revolución jordanista entrerriana.
Entre 1876 y 71 volvió a su cátedra en Concepción del Uruguay. Después fue inspector de Colonias (188994). En 1889 representó a la Argentina en el Congreso Internacional Obrero reunido en París.
2-El Nacional, Buenos Aires, 14 de septiembre de 1878: "El socialismo usa las huelgas como instrumento
de perturbación, pero el socialismo es una necesidad en América".
3-Fueron publicaciones de corta vida: El socialista, 1877; La Luz, 1878; La voz del Obrero y El
Descamisado, 1879, anarquista este último.
4-Germán Avé-Lallemant (1835-1910) dirigió El Obrero desde su aparición el 12 de diciembre de 1890.
Tenía como lema: "Proletarios de todos los países, uníos". Dejó su dirección en 1891. Antes de venir a
Buenos Aires fue secretario del comité de la Unión Cívica Popular que presidía Teófilo Saá, en San Luis.
5-Pérez Amuchástegui, A.J., Ciudadanos conspicuos y hombres comunes, en "Crónica Histórica Argentina,
Nº 64, Codex, Buenos Aires, 1969.
6-Farrell, Gerardo T, Iglesia y pueblo en argentina, 1860-1974, Buenos Aires, 1976.
7-Una crónica detallada de esta concentración, en La Prensa, Buenos Aires, 15 de octubre de 1894.
8-Marotta, Sebastián, El movimiento sindical argentino, Buenos Aires 1960.
9-La Protesta Humana, Buenos Aires, 10 de mayo de 1902.
10-Vedoya, Juan Carlos, Primero de Mayo. Ayer y Hoy. Evolución política de la clase obrera, en "Todo es
historia", año VII, Nº 73, Buenos Aires, mayo de 1973.
11-Fue un movimiento cultural importante, aunque aparezca marginado por la cultura oficial del sistema.
Chirlado dirigió El Sol (1899-1903) y El Obrero (1896). Fundó y dirigió Martín Fierro, cuyo primer editorial,
de marzo de 1904, recoge los trabajos de Pablo Subiera sobre el poema hernandino. Después, a partir del
13 de mayo de 1909, continuó su tarea en la revista Ideas y Figuras.
12-Manuel Ugarte fue separado del Partido Socialista antes de la primera guerra mundial. Había ingresado
en él en 1904. Durante la guerra dirigió La Patria (1914), neutralista. En 1946 adhirió al Movimiento
Peronista.
13-Babini, Nicolás, La Semana Trágica, en "Todo es historia", año I, nº 5, Buenos aires, septiembre de
1967.
14-Quesada, Fernando, La Protesta, una longeva voz libertaria, en "Todo es historia", año VII, Nº 83,
Buenos aires, abril de 1974.
15-Abad de Santillán, Diego, El movimiento obrero argentino ante el golpe de estado del 6 de septiembre
de 1930, en "La crisis de 1930", Revista de Historia, Nº 3, Buenos aires, 1958.
16-Idem
17-Idem
18-Vedoya, Juan Carlos, op. Cit.
19-El 1º de mayo de 1938 la Alianza de la Juventud Nacionalista rompió el monopolio socialista en las
manifestaciones conmemorativas del Día del Trabajo.
20-Ibarra, Pablo (Real, Juan José). Una manifestación proletaria y popular transforma al peronismo de
fenómeno militar en movimiento nacional, en "La Opinión", Buenos Aires, 17 de octubre de 1971.
21-José Peter fue traído del Neuquén y negoció con el coronel Perón el levantamiento de la huelga de los
frigoríficos a cambio de mejoras.
22-Discurso del 2 de diciembre de 1943.
23-Abad de Santillán, Diego, Historia Argentina, vol. 5, Buenos Aires, 1971.
24-El órgano CGT, de la central obrera, el 16 de julio de 1945, dio una crónica muy completa de dicho acto,
con el título de "Proporciones gigantescas adquirió la concentración de la CGT".
25-Vedoya, Juan Carlos, op.cit.
DISCURSOS CFK
SOBRE LA REFORMA
UNIVERSITARIA DE 1918
Palabras de CFK en la Universidad Nacional de Córdoba. Miércoles 19 de junio de 2013.
Gracias, muchas gracias, muy buenas tardes a todos y a todas; señor rector de la Universidad Nacional de
Córdoba; señora vicegobernador de la provincia de Córdoba; señor intendente de la Ciudad de Córdoba;
señores rectores; rectoras de las distintas universidades argentinas; ex rectores y ex rectoras de esta
querida UNC; gracias Carolina por acompañarnos y a toda Córdoba, hola Córdoba, cómo están: la verdad
que tengo que empezar agradeciendo, darles las gracias de poder participar en este hecho histórico.
Miren, cuando yo tenía la edad de ustedes, cuando era una estudiante universitaria, allá en la Universidad
Nacional de La Plata, que no tiene 400 años, pero ya tiene más de 100, es la tercera universidad más
antigua del país, después de Córdoba, UBA, La Plata, les puedo asegurar que siendo estudiante de esa
universidad, donde conocí a mi compañero de toda la vida, mi compañero de vida y de militancia, la verdad
que nunca soñé que iba a participar – como Presidenta de la Nación argentina –en la conmemoración de
los 400 años de esta querida Universidad Nacional de Córdoba, señera en Latinoamérica.
Son muchas las cosas que podemos hablar, recién lo veíamos en el video, de esta década ganada para
todos los argentinos, y cuando digo todos no podían estar ausente – por supuesto – los universitarios.
Fíjense que en todas las épocas de clausura democrática o de exclusión social, aún en etapas donde los
argentinos podíamos votar, ustedes – los universitarios, como los trabajadores, como los científicos, como
los intelectuales – tampoco eran tenidos en cuenta.
Por eso es bueno reflexionar y saber que ser universitario más que un privilegio es un deber de
compromiso con el pueblo, con aquellos que tal vez nunca podrán acceder a la universidad y nosotros,
muchos de nosotros, hijos de trabajadores, que tuvimos la suerte de acceder gracias a la universidad
pública y gratuita a los estudios superiores tenemos que tener un compromiso superior al de cualquier otro
ciudadano para devolver parte de lo que la Nación y la Patria nos dieron.
Por eso, desde el año 2003, pusimos especial énfasis en la educación en todos sus niveles. Lo recuerdo el
día 27 de mayo partiendo para Entre Ríos, con el ministro de Educación, de entonces, para levantar la
huelga docente de meses, porque los docentes no cobraban sus salarios y luego dedicarnos con énfasis no
solamente a recuperar el sistema universitario, a mejorar su presupuesto, a lograr una infraestructura,
como la que recién veíamos en el video, sino también a volver a dignificar a todo el sector, que yo
considero uno de los pilares fundamentales en la reconstrucción de la capacidad de una Nación, donde el
conocimiento y el saber deben ocupar, sí, un lugar de mucha importancia.
Y tal vez como en pocos lugares se pueda ejemplificar la historia, nuestra historia argentina, como en esta
Universidad Nacional de Córdoba y en estos 400 años de historia. Historia que empezó casi como un
privilegio, historia que empezó en una universidad fundada desde lo religioso, en una universidad que allá
por 1613, contaba con 50 alumnos, y que hoy cuenta con más de 120.000, lo que la ha convertido en una
verdadera universidad masiva.
También recordar, en un día como hoy, en un día muy especial, lo qué significó la reforma del 18, lo qué
significaron esos jóvenes – y permítanme, sin excluir a ningún sector – recordar a esos jóvenes, como
Deodoro Roca, que hiciera ese magnífico manifiesto.
Yo quiero leer una parte, sobre todo porque no vivimos en un globo de cristal, vivimos en una sociedad con
demandas, en una sociedad que ha incorporado derechos, que demanda cada día mayores libertades y
mayores reformas, mayor incorporación y mayor inclusión, más gente que vote. ¿Cómo nació esa reforma
del 18? Para crear la libertad de cátedra, porque las cátedras eran hereditarias. Parece mentira, pero se
heredaban las cátedras, eran eternos y además cuando se morían lo heredaba alguien. No podían elegir
tampoco los estudiantes, nació como un reclamo de poder participar en el gobierno de la universidad por
parte de miles de jóvenes, que comenzó aquí, y también se extendió a lo largo y a lo ancho del país.
Nación también en el barrio de Clínicas, como el Cordobazo, y nada es casualidad. También se extendió a
la Universidad Nacional de La Plata; jóvenes como Deodoro Roca, de 28 años, algunos que por ahí
escucho que andan enojados con los jóvenes, no digo que todos los cambios los hayan hecho los jóvenes,
pero no conozco ningún cambio donde no estén todos los jóvenes. Esto es la ley de la vida, es la ley de la
biología. Así que no se enojen con los jóvenes, al contrario, yo tengo 60 años y cuando estoy rodeada de
pibes me siento de 15 otra vez. Así que gracias, gracias.
Quiero leerles lo que decía Deodoro Roca, de apenas 28 años…Gracias, ¡Cristina corazón! Y vos, ¿cómo
te llamás, linda? Vos sos el corazón de la Patria que viene. Decía Deodoro Roca, en ese manifiesto:
“hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena, que en pleno siglo XX nos ataba a
la antigua dominación monárquica y monástica”. Monárquica, aristocrática, de pocos (eso lo digo yo, no lo
dijo Deodoro). “Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen (…)”, que
maravilla…”hemos resuelto llamar a las cosas por el nombre que tienen”, pobre Deodoro cómo no iba a
tener problemas, cada vez que llamás a las cosas por su nombre siempre tenés problemas. “Córdoba –
seguía diciendo Deodoro - se redime, desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una
libertad más (…)” que maravilla, porque cuando tenés menos libertad tenés que tener más vergüenza, por
lo menos debieran tenerla los que nos quieren recortar a los argentinos algunas libertades. “Los dolores
que quedan son las libertades que faltan”… nos quedan todavía dolores. Ayer, nos dieron algún dolor, pero
nos vamos a curar porque tenemos muchos remedios, buenos farmacéuticos, inyecciones y antibióticos
también.
Los dolores que quedan, son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, la resonancia del
corazón nos lo advierten.
Estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La única puerta que nos
queda abierta, la esperanza es el destino heroico de la juventud.
La juventud ya lo pide, exige que se le reconozca el derecho de exteriorizar ese pensamiento propio y los
cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos; si ha sido
capaz de realizar la revolución de las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en
el gobierno de su propia casa.
Esto pasaba aquí, donde hoy estamos parados en 1918. La libertad de cátedra, la participación en el
gobierno de la universidad.
Después vino la lucha de la gratuidad que consagró el peronismo también allá por 1949 y que
consagramos los constituyentes también en aquella Universidad de Santa Fe, aquí en frente, en la
Constitución del 94. Y las luchas que se han llevado en este país.
Por eso digo que aquellos que pretenden parar reformas, que aquellos que no quieren dejar votar al pueblo
para que intervengan la soberanía popular, la voluntad popular que es la causa fundamental. Porque estos
jóvenes que hicieron la reforma universitaria y que después también derribaron tiranos en el Cordobazo,
cuando obreros y estudiantes juntos combatieron a los tiranos, son la fuerza de la historia y la historia es
indetenible.
Aquellos que creen que pueden, a través de alguna resolución impedir el crecimiento y el avance de la
democracia, sepan que solo lo podrán hacer por un tiempo, porque nunca ninguna sociedad toleró ni
aceptó durante mucho tiempo que se le impida ejercer sus derechos de elegir a los órganos políticos que
marca la Constitución Nacional.
Por eso, cuando ayer alguien me decía que estaba triste, yo le dije “dejá la tristeza para mirar una
telenovela o una película; nosotros los militantes nunca tenemos que estar tristes”. Los militantes tenemos
que estar alegres y preparados para la próxima batalla, porque la única batalla que se pierde, es la que no
se da. Y vamos a seguir dando todas y cada una de las batallas que hemos dado en esta democracia en
estos 10 años.
Yo me pregunto –y esto atraviesa la historia de todos los partidos políticos- ¿cuánto le costó a Leandro N.
Alem, a Hipólito Yrigoyen lograr la Ley Sáenz Peña para el sufragio universal? ¿Cuánto tiempo estuvieron
las mujeres sufragistas y después Evita para lograr el voto femenino? ¿Cuánto esperaron hombres y
mujeres para poder tener sus plenos derechos como el resto de los argentinos cuando votamos el
matrimonio igualitario? ¿Cuánto tiempo también -y se los digo como testigo de época- estuvimos los
argentinos sin votar y finalmente tuvimos una democracia plena? ¿Y cuánto –de aquí diviso varios
pañuelos blancos de HIJOS- tiempo hijos de detenidos desaparecidos, Madres, Abuelas, Nietos esperaron
por justicia? Más de 35 años. La Historia no reconoce los años, reconoce los resultados y los logros.
Por eso, más temprano que tarde, los argentinos van a poder votar democráticamente a todos los órganos
políticos de la Constitución argentina.
Yo les digo que tal vez, haya pocos mejores lugares donde dar estos debates que aquí en estos ámbitos.
En estos ámbitos que se han caracterizado por la libertad de pensamiento; en estos ámbitos donde todo se
discute porque todo está sometido a discusión. Aquí, en la Universidad, en donde nos preparamos como
cuadros de la Nación para darle a su compatriota los mejores servicios, no solamente desde los técnico o
de lo científico, los mejores servicios también creando una sociedad más democrática, más abierta, sin
claustros cerrados, donde no se conocen las caras, donde no se conocen los nombres, donde también
solamente se ingresa porque se es amigo de uno o de otro.
Esto también formó parte de la discusión del 18 dentro de la universidad. Y esto también debe formar parte
del conjunto de la sociedad hoy cuando lo discutimos.
Y yo quiero decirle a esta Córdoba maravillosa, a esta Córdoba que supo generar dirigentes de las tallas de
Agustín Tosco, de Atilio López, dirigentes como Sabatini, esta Córdoba que todos los argentinos la
conocíamos como “la Docta”, porque era principalmente un lugar de conocimiento, un lugar de cultura, de
generación de ideas, de pensamientos y de corrientes.
Esto es lo que tiene que volver a ser Córdoba. Yo sueño con esa Córdoba, yo vengo de una ciudad
también como La Plata, la ciudad universitaria.
Yo quiero volver a recuperar para mi país, para Córdoba, para mi ciudad ese lugar de honor que teníamos
donde generábamos usinas de científicos, de intelectuales, de conocimiento donde nos sentíamos
orgullosos de pertenecer y de ser la identidad, el orgullo, pero no el orgullo de lo material, no el orgullo del
que más tiene, sino del que más aprende, del que más ayuda, del que más sabe, del que más conoce, del
que más puede generar para el otro.
Esos fueron los hombres que marcaron la historia y yo quiero que Córdoba vuelva a marcar el paso de la
historia como lo hizo también cuando era muy joven.
Porque saben qué pasa: los años que pasaron, esa dictadura terrible del 76, luego lo que sucedió con
democracias acotadas, con amenazas, con la impotencia, no importa si porque no podés, porque no sabés
o porque no querés, no importa, no quiero convertirme en fiscal. Simplemente por entender el proceso
histórico para saber por qué pudieron convencernos que el Estado no servía para nada. Qué fue lo que
pasó, que pudieron convencernos que los argentinos no valíamos nada; qué pasó que pudieron decirles a
industriales argentinos que era mejor ir a producir a Brasil que producir en la Argentina y lo decían
funcionarios de nuestros propios gobiernos y me hago cargo de lo que digo, como siempre me he hecho
cargo de todo. Qué fue lo que nos pasó.
No hay que acusar a nadie; simplemente no es que…
Miren, los que descalifican, agravian es porque no tienen nada que contar de sí mismos. Nosotros tenemos
tantas cosas para contar de nuestro Gobierno, de nuestras políticas.
Yo no vengo a agraviar ni a criticar a nadie, para nada, al contrario. Yo solo quiero que Córdoba vuelva a
ser lo que alguna fue, como
también quiero que mi país, la República Argentina, vuelva a ser lo que alguna fue.
Estamos poniendo todo, todo lo que tenemos y más también; a algunos se le fue la vida de tanto poner.
Pero yo les quiero decir a todos que fortalecer, cuando hoy venimos aquí a firmar convenios, cuando
venimos a entregar fondos para comenzar las obras del hospital de Clínicas, cuando el ministerio de Salud
también –que la locutora se olvidó de decirlo pero yo no- está dando aparatos para el hospital de Clínicas
por valor casi de 10 millones de pesos, axiógrafo, tomógrafo y algunas cosas más.
Cuando estamos fortaleciendo también el sistema de comunicación audiovisual modelo que tiene la
Universidad Nacional de Córdoba, felicitaciones a sus radios, a sus canales de televisión, a su señal abierta
las 24 horas, que disputa con los monopolios la libertad y la diversidad.
¡Viva esa Universidad que quiere generar la diversidad!
Venimos a ayudarlos también para enriquecer, para crear más contenidos audiovisuales, esta creatividad
maravillosa del pueblo argentino y la tan particular también de todos los cordobeses y de todas las
cordobesas.
Quiero, finalmente, en este día tan particular, que la Historia pone, porque digo…Yo leía la historia recién:
esta Universidad fue fundada por los jesuitas; en 1767, el señor Carlos III, Rey de España los expulsó y
fijate lo que son las cosas: hoy tenemos un jesuita
argentino de Papa que se llama Francisco, que fueron los franciscanos los que vinieron después.
Viste cómo es la Historia, la Historia es redonda, el mundo es redonda y en la Argentina es más redonda
todavía que en ninguna parte.
Ustedes se preguntarán pero vamos a tener que esperar tanto para lograr las reformas. Mirá que pasaron
como tres siglos.
No, no se preocupen, en aquella época no había Internet; hoy ya tenemos Internet y podemos
comunicarnos mucho más rápido y las reformas vienen indetenibles. Porque indetenible es la voluntad
popular; porque indetenible es la voluntad de participar; porque indetenible es la voluntad de decidir del
pueblo argentino; porque indetenible es la historia, lo demuestran los 400 años de esta maravillosa
Universidad y lo demuestra también la resistencia increíble del pueblo argentino ante tanta plaga, ante
tanto sometimiento, ante tanta cosa.
Estamos aquí de pie, con los jóvenes al frente como vanguardia y los viejos atrás empujando como
corresponde, como es la historia y como debe ser.
¡Viva Córdoba! ¡Feliz cumpleaños Universidad Nacional de Córdoba! ¡Vamos provincia de Córdoba para
adelante junto al proyecto nacional, este proyecto que le ha cambiado la vida a los argentinos, que ha
vuelto a abrir las fábricas de automotores que estaban cerradas, que ha vuelto las fábricas de autopartes y
de
metalmecánica, que ha generado un crecimiento en la producción como nunca se había visto!
¡Fuerza y adelante porque juntos los argentinos bien unidos somos invencibles porque somos parte de la
historia misma del país!
Gracias y hasta siempre, los quiero mucho.
Homenaje a Perón e Yrigoyen
Buenos días, hoy estoy medio disfónica porque mi nieto, Néstor Iván, me contagió su laringitis, cosas de
abuela. Pero antes de introducirnos en ese sentido homenaje a estos dos líderes populares del Siglo XX,
creo que hay un primer homenaje de emergencia que tenemos que hacer, porque ellos representaron
siempre los derechos de los damnificados, de los vulnerados, de los que necesitan ayuda. Precisamente en
estos días las provincias hermanas de Corrientes, de Misiones, de Chaco, de Formosa, han sufrido
inundaciones, han sufrido lluvias, por eso queremos anunciar beneficios para esas provincias, para barrios
y sectores muy puntuales, porque afortunadamente no fue en la totalidad de las provincias, sino que fue en
determinados departamentos, en ciudades y barrios que mañana seguramente, o esta tarde, el señor
Director General de la ANSES va a establecer cuáles son esos barrios y esos requisitos, pero en definitiva
lo que estamos anunciando es que para estos sectores se da un suplemento excepcional por única vez
para los jubilados y pensionados, también para los veteranos de la Guerra de Malvinas y pensiones no
contributivas de 5.514 pesos en dos cuotas.
También se duplica el monto de la Asignación Universal por Hijo y Asignación por Embarazo por el término
de tres meses, pasando de 644 pesos por mes a 1.288 pesos por mes. Se duplica también la prestación
por desempleo por tres meses y también las asignaciones familiares se duplican por tres meses, pasando
de la categoría de 644 a 1.288, 432 a 6.600, van a informarlo posteriormente, y también se duplica el monto
de PROGRESAR, que pasa de 600 a 1.200 pesos durante tres meses, y esto implica a más de 14.000
beneficiarios en las cuatro provincias argentinas.
Aparte de todo esto, estamos desarrollando una tarea muy articulada junto con las Fuerzas de Seguridad,
con nuestras Fuerzas Armadas, con los gobiernos provinciales, con las municipalidades, con el Ministerio
de Desarrollo Social, también con la Jefatura de Gabinete y con todas las áreas del gobierno que tienen
que ver precisamente con ayudar a los damnificados, que no va a ser solamente esta ayuda ahora en la
emergencia, sino también posteriormente en todo lo que sea infraestructura, fundamentalmente en vivienda
que haya sido dañada.
Hoy 1º de julio, 1º de julio en que se cumplen exactamente 40 años - es un lugar común pero hay que
decirlo- de la desaparición física del general Perón. Y también dentro de unos días, el 3 de julio para ser
más precisos, se cumplirán 81 de la muerte de don Hipólito Yrigoyen.
Por esas casualidades también hoy, 1º de julio, moría o se suicidaba para ser más precisos, Leandro N.
Alem, en el Club del Progreso. Recuerdo haber visitado ese club y está la mesa a la entrada todavía, donde
se pegó el tiro o donde fue depositado su cuerpo luego de que se disparó un tiro.
Recuerdo el día de lo de Perón, porque estaba en mi casa estudiando en la cocina, con la televisión
apagada, sola, no había nadie en casa, mi madre estaba trabajando, toda la familia estaba trabajando, y
me llamó mi madre desde el Ministerio de Economía, donde ella trabajaba, llorando, para decirme: “se
murió Perón”. Inmediatamente dejé de estudiar, encendí el televisor y estaba hablando la
vicepresidenta de la República ya en funciones de presidenta, Isabel Perón, comunicando que asumía la
Jefatura de la Nación.
También dentro de dos días se va a cumplir, como digo, un aniversario más de la muerte de Yrigoyen. Yo
quiero recordar a estos hombres que, como recién lo decía ese corto, los dos grandes líderes populares,
una continuidad histórica y no voy a hablar ni de radicalismo ni de justicialismo, voy a hablar de
yrigoyenismo y de peronismo, que no es lo mismo. Al que le gusta le gusta, y al que no también. Pero el
yrigoyenismo es la defensa irrestricta de los intereses del pueblo y de la nación, y fue el peronismo con
mayor profundidad, con mayor densidad el que siguió ese legado histórico. Y como si esto fuera poco, tuvo
como un nexo, vasos comunicantes entre ambos movimientos que los constituyeron precisamente hombres
yrigoyenistas como Arturo Jauretche, como Scalabrini Ortiz, que fundaron FORJA, Fuerza de Orientación
Radical de la Joven Argentina. En realidad fue debido a una frase de don Arturo Jauretche que decía que
no hay que desanimarse pese a que parezca todo perdido, y cuando parece que todo se derrumba y que
no queda nada, en realidad es un mundo nuevo que está naciendo, porque parece un taller de forja. En un
taller de forja parece que el mundo se acaba, pero no es que se está acabando, sino que se está forjando
uno nuevo. Y a partir de esa frase se utilizó la palabra forja como sigla, y estos radicales que se rebelaron
contra lo que consideraban la traición del alvearismo, luego fueron el nexo histórico precisamente con el
peronismo que surgió el 17 de octubre.
El otro día cuando estábamos en Rosario, yo decía por qué tenemos que recordar a los grandes hombres
en el día de su muerte, y la
verdad que Perón debió haber sido grande en serio, porque a Perón se lo recuerda mucho más el 17 de
octubre que el 1º de julio. Y me parece que eso marca también lo que realmente son cortes históricos,
políticos, sociales y fundamentalmente culturales. Porque en definitiva, los grandes cambios siempre son
culturales. Ambos con muchas similitudes, ambos derrocados por golpes militares, ambos vilipendiados,
denostados.
Yo quiero recordar algunas frases, no voy a hablar ni voy a decirlo yo, voy a recordar algunas frases como
la de un hombre al cual no se le puede decir ni que sea K ni que sea radical ni que sea peronista. Quiero
citarlo textualmente: “yo recuerdo que el presidente Yrigoyen fue el primer presidente argentino que
defendió al pueblo, el primero que enfrentó a las fuerzas extranjeras y nacionales de la oligarquía para
defender a su pueblo, y lo he visto caer, ignominiosamente por la calumnia y los rumores. Yo en esa época
era un joven y estaba en contra de Yrigoyen, porque hasta a mí habían llegado los rumores, porque no
había nadie que los desmintiera y dijera la verdad.” Estas son palabras de Félix Luna, a quien obviamente
nadie podrá caracterizar como un historiador…, al contrario, es casi levantado por toda la historiografía del
país como un historiador neutral frente a los grandes movimientos.
Perón también era muy joven cuando se produjo el golpe, y también él llevaba la carga de indirectamente
haber participado en este derrocamiento de Yrigoyen. Y lo decía también de esta manera:
“Nosotros”, y se refería cuando decía nosotros a las Fuerzas Armadas, porque Perón era profunda
y orgullosamente militar. No por nada, lo primero que recibió cuando retornó al país fueron sus palmas
de general y pidió ser enterrado con su uniforme de general. Era profundamente general, era miembro del
Ejército Nacional, se sentía soldado de la patria y por eso su historia también.
“Nosotros -decía Perón- sobrellevamos el peso de un error tremendo, nosotros contribuimos a reabrir en
1930 en el país la era de los cuartelazos victoriosos. El año 1930 para salvar al país del desorden y del
desgobierno, no necesitábamos sacar a las tropas de los cuarteles y enseñar al ejército el peligroso camino
de los golpes de Estado, pudimos dentro de la ley resolver la crisis. No lo hicimos, apartándonos de las
grandes enseñanzas de los próceres conservadores, por precipitación, por incontinencia partidaria, por
olvido de la experiencia histórica, por sensualidad de poder, y ahora está sufriendo el país las
consecuencias de aquel precedente funesto.”
Dice Perón también: “Yrigoyen fue el primer presidente argentino que defendió al pueblo, y el primero que
enfrentó a las fuerzas extranjeras y la oligarquía para defender a su pueblo. Y lo he visto caer
ignominiosamente por la calumnia y los rumores. En fin, después de la revolución lo meten preso en Martín
García. Después –esto dice Perón- cuando Yrigoyen murió todos decían pobre viejo y un millón de
personas lo acompañaron al cementerio, un millón que faltó en laPlaza de Mayo el día que lo derrocaron.”
Estas son frases de Perón citadas por Galasso.
Estos dos grandes líderes fueron hostigados por los grandes medios de comunicación y los intereses
dominantes. Dice Perón: “como en 1916 contra Yrigoyen gobernante, se produce la coalición de todas
las fuerzas de la extranjería ideológica, de izquierda a derecha, siempre en nombre de la libertad y contra
la dictadura, y con la política del escándalo como gran instrumento en que coinciden parlamentarios,
catedráticos y la prensa toda, desde Crítica a La Nación y a La Prensa”. Citado por Galasso también en su
obra.
Cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad, como dicen las leyendas.
Nosotros queremos recordar, era un día como hoy, un día que llovía torrencialmente, el día que murió
Perón. Toda la gente también se lanzó a la calle, hay una foto inmortalizada de ese soldado –todavía había
servicio militar obligatorio- que estaba haciendo el cordón por donde pasaba la cureña que llevaba su
cuerpo, y se ve su rostro desfigurado por el llanto y el dolor. Seguramente no habían calado en él ninguna
de las cosas que habían dicho de Perón, que estuvo acusado en la República Argentina hasta de estupro.
Se los digo a los más jóvenes que tal vez no lo recuerden, desde haberse robado todo y tener cuentas en
Suiza o no sé dónde, hasta de estupro, que para los que no saben es haber tenido relaciones sexuales con
menores de edad, las chicas de la UES, de todo dijeron. No le faltó ningún ingrediente, pero ahí está, en la
historia, y todos los que hablaron, de esos nombres no se acuerda nadie, no porque se los haya suprimido
por ley, no se necesitó ley ni decreto para suprimir esos nombres, es la historia que sepulta a los mediocres
y a los traidores a la patria fundamentalmente.
Hoy queremos también dar testimonio de que en la Ciudad de Buenos Aires, como Capital de todos los
argentinos, haya una imagen de estos dos grandes líderes, y nos parece que el lugar donde debe estar es
un lugar que casualmente me acabo de enterar antes de ingresar, me lo comentaba Oscar Parrilli, mi
asesor en arquitectura, mi Miguel Angel Buonarotti -ahora van a decir “quiere ser papisa”, no por Dios, en
absoluto, Lucrecia Borgia sería, porque Buonarotti estaba en la época de los Borgia, mejor que no- que
curiosamente los radicales parece ser que antes que se hiciera el obelisco tenían pensado en ese lugar un
monumento, una estatua, un recordatorio a don Hipólito Yrigoyen. Nosotros pensamos en ese lugar, que se
llama Plaza de la República, a mí personalmente me gustaría más que se llamara Plaza de la Nación, pero
bueno, no importa. Vieron que en Estados Unidos hablan del discurso de la Nación, hay un concepto
mucho más fuerte en nación, pero no vamos a entrar en una discusión semántica, hay cosas más
importantes que discutir hoy en la Argentina y en el mundo. Lo cierto es que por esas casualidades parece
ser que desde algunos sectores del radicalismo querían emplazar precisamente en ese lugar, en el centro
de la República, un monumento, un recordatorio a Hipólito Yrigoyen. Nosotros queremos donar al gobierno
de la Ciudad y vamos a pedirles a nuestros legisladores, de acá diviso a Juancito Cabandié, a Jorge
Taiana, legislador de la Ciudad; voy a pedir a los granaderos que por favor descubran la maqueta de lo que
va a ser el obelisco con la imagen similar a la que hemos ideado para el padre Mugica y también para don
Hipólito Yrigoyen en uno y en otro extremo, como custodiando el legado histórico popular del Siglo XX. Este
diseño tiene que ver también con la escala humana, porque normalmente los monumentos, como su
nombre lo indica, monumentalistas, aunque parezca una redundancia, es como que alejan a la gente de
sus próceres y sus grandes hombres y mujeres, y me parece que estas imágenes tan próximas a uno, tan
próximas desde un auto, desde un transeúnte, le dan la verdadera dimensión a estos hombres.
Fueron hombres formidables, pero fueron hombres con virtudes y defectos, hombres normales, con un
coraje especial y con responsabilidades muy especiales. Por eso hemos querido brindar este homenaje en
el día de la fecha y le vamos a entregar esto al gobierno de la Ciudad para que si su Legislatura lo aprueba,
que descuento que lo hará, con espíritu democrático, podamos brindarles homenaje a ellos, que fueron
derrocados, como decíamos recién, por dos golpes militares.
Que también debemos decirlo, esa doctrina de 1930 fue convalidada por la Suprema Corte de Justicia,
porque las cosas hay que decirlas por su nombre. Ustedes recuerdan que en el Bicentenario una de las
carrozas era la Constitución en llamas, que era la que recordaba precisamente los golpes de Estado; era la
Constitución en llamas, el sillón presidencial en llamas y la urna en llamas, y la balanza de la Justicia no
estaba en llamas, estaba como oscura, porque en realidad fue el único poder que nunca sufrió ningún
derrocamiento, que se fue sedimentando en capas y que fue lo que estableció como doctrina judicial que
los golpes de Estado eran validos y legítimos en la República Argentina. No fueron los partidos políticos
populares, no fuimos los políticos, tan denostados, tan vilipendiados, tan calumniados, fueron jueces,
fueron fiscales, fue el Poder Judicial de la Nación el que convalidó la doctrina de los golpes de Estado. Esto
es bueno recordarlo en todos los tiempos, porque siempre los que tenemos que revalidar títulos y lo
hacemos legítimamente ante el pueblo somos quienes estamos en la primera magistratura o quienes
ocupan sus bancas en las cámaras de diputados, de senadores, en los concejos deliberantes, en las
intendencias, que validan sus títulos cada dos años o cada cuatro según dure su mandato, es el pueblo el
que los elige y los pone. Esto no fue así siempre en la República Argentina y fue convalidado por el Poder
Judicial, el único poder que se autogobierna y se autoelige también a partir de mecanismos que algún día
deberán cambiar, porque las cosas…, no me tocará a mí, no le tocará al próximo, pero la historia es
indetenible, avanza y los cambios estructurales y sociales tienen que verse reflejados en el conjunto de la
sociedad, porque si no finalmente la sociedad termina focalizando adecuadamente dónde está la verdadera
raíz de sus problemas. Tardará más o tardará menos, pero ese momento en definitiva siempre llega, y
sobre todo cuando afortunadamente en la Argentina vivimos periodos de democracia, de institucionalidad
como nunca antes se habían vivido en el Poder Legislativo y en el Poder Ejecutivo desde toda su historia.
Así que en este 1° de julio, donde recordamos a Juan Domingo Perón, donde recordamos a don Hipólito
Yrigoyen como los dos grandes líderes populares del Siglo XX, como los dos grandes jefes de los
movimientos, del movimiento nacional, que además si uno quiere ir un poquito más para atrás todavía,
puede encontrarlo en la línea de lo que fue también la lucha entre unitarios y federales por tener un país
diferente.
En unos días más, precisamente el 3, voy a estar en la hermana República del Paraguay. Ustedes saben
que la República del Paraguay fue la nación más adelantada de toda la América del Sur, cuando nosotros
no teníamos nada ellos tenían ferrocarriles, líneas telegráficas, industria, llegaron a tener un desarrollo
industrial absoluto, coincidentemente la Guerra de la Triple Alianza comienza cuando termina la Guerra de
Secesión en Estados Unidos y se decide la división internacional del trabajo. Bueno, el lugar que se le
asignó a la América del Sur fue el de ser proveedora de materias primas, de recursos naturales, y algunos
todavía intentan tal vez que ese sea el rol que le cabe a nuestra región, pero creo que tenemos hombres y
mujeres, no solamente con responsabilidades de Estado sino millones y millones de compatriotas de la
Patria Grande, que saben que otro destino es posible porque hay otra historia. Muchas gracias y muy
buenos días a todos y todas.
FRASES DE BUITRES
“¿No es mejor que esas tierras las expote el enérgico sajón y no sigan, desde el Génesis, bajo la incuria
del tehuelche?”
Miguel Juárez Celman
“A la República Argentina, señores, que será algún día una gran nación, porque tiene ambición, la fe y
todas las condiciones necesarias de clima, tendencias, leyes y espacio para ello; no olvidará jamás que el
estado de prosperidad y progreso en que se encuentra en estos momentos se debe en gran parte al capital
inglés... brindo... porque las relaciones amistosas y cordiales que existen actualmente entre la Inglaterra y
la República Argentina no se interrumpan jamás”
Julio Argentino Roca, 9 de Julio de 1887
“El voto secreto es para los hombres conscientes, no para las masas que votan según simpatía y no ideas”
Carlos Pellegrini
"La obra de nuestra regeneración es obra de largo aliento y paciente labor, y es necesario que hombres y
partidos políticos se convenzan de que lo que nuestro país, puedo decir nuestra América necesita, no son
grandes americanos, ni libertadores, ni restauradores más o
menos
ilustres,
que
invocando
leyes,
libertades
y
principios, empiezan por incitar a la
anarquía y la
violencia y
acaban, cuando triunfan, por suprimir todo gobierno
regular y
reemplazarlo por su imperio personal y despótico; sino ciudadanos constantes en el ejercicio pacífico de los
derechos políticos, que proclamen como principio fundamental, acreditado por la experiencia de 80 años,
que la violencia es estéril y ruinosa, y que la reforma de
nuestros malos hábitos sólo se ha de conseguir por la prédica y el ejemplo, dentro y fuera del poder
Carlos Pellegrini
FRASES DE PATRIOTAS
“Naturalmente que me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelaban un
poco de justicia. Ese poco de justicia que representa el mínimo de felicidad a que tienen derecho los
proletarios de todo el mundo. Esta política liberadora, no fue, a pesar de ello, ni parcial ni partidaria, ni
menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad a todos los avances y al desarrollo
económico y social de la nación. Creí sacrílega la pretensión del régimen de querer eslabonar su pasado
con la actualidad en el escenario de la república, dentro de un acomodaticio determinismo histórico. No.
Triunfaron mis ideas, mi concepción de la libertad y de la justicia, y las glorias y prosperidades futuras
serán comunes, porque no trasuntan el triunfo de un partido político sobre otro, sino el triunfo de la nación
para bien de todos”
Hipólito Yrigoyen.
“Así anda el pueblo de pobre / como milico en derrota / le dicen que sea patriota / que no se baje del
pingo / pero ellos con oro gringo / se están poniendo las botas (...) Esos negocios los hacen / con
capital extranjero / ellos son los aparceros / y aunque administran la estancia / casi toda la ganancia /
la llevan los forasteros (...) A la Patria se la llevan /con yanquis y con ingleses / al pueblo mal le parece
/ pero se hacen los que no oyen / desde que falta Yrigoyen / la han sacado de sus trece.”
Arturo Jauretche: “Paso de los libres”