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Transcript
Un problema que puede derivarse de una mala planificación de rascacielos es la desertización
urbana y, por tanto, la pérdida de continuidad y de aquella compacidad que considero
indispensables en una ciudad. Efectivamente, la edificación en altura ha de comportar la liberación
de una buena parte del suelo si queremos que se mantengan las cuotas de densidad establecidas
en el proyecto global del área. Ese problema solo tiene dos soluciones: la primera es aceptar un
aumento de densidad en puntos concretos, de acuerdo con un proyecto urbano que compense los
excesos concentrando zonas no edificadas –pero definidas y urbanizadas- en un sector próximo; la
segunda es organizar la volumetría de manera que entre las torres se mantengan una continuidad
a menor altura, con unas actividades que definan la forma y la vida del espacio público.
El caso más conocido de la primera solución –y seguramente el más logrado, pese a sus
problemas evidentes- es una buena parte de Manhattan. El Central Park viene a compensar
aproximadamente las elevadísimas densidades edificatorias de las calles y las avenidas, las
cuales, gracias a la yuxtaposición de los rascacielos, siguen leyéndose –por lo menos en los
sectores más afortunados- según la tradición de la continuidad y la compacidad. Así, la parte
central de Manhattan no presenta ninguna tendencia a la desertización, sino todo lo contrario: el
viandante la lee como una continuidad alineada, casi como una calle-corredor tradicional. Se trata,
no obstante, de un caso muy especial y seguramente extremo, difícil de proclamar como modelo;
algunas operaciones europeas más contenidas y proyectualmente controladas serían quizá
modelos más reales. De la segunda solución hay ejemplos abundantes en los barrios centrales
modernizados de casi todas las ciudades centroeuropeas e incluso en los escasos barrios
residenciales que han tratado de huir de la suburbialización.
Sin embargo –desengañémonos y aprovechemos la ocasión para denunciarlo-, si nos
referimos a todo el panorama internacional, la fórmula más frecuente no es la juiciosa limitación
formal y funcional, sino la brutal desprogramación urbana: ciudades en pleno libertinaje, que
admiten la improvisación de la iniciativa privada y aceptan un aumento escándalos de densidad
edificatoria sin ninguna compensación, es decir, utilizando –esta vez sí- los rascacielos como
instrumento de especulación territorial. Las grandes ciudades asiáticas son un ejemplo
paradigmático de ello, y muestran también de modo bien manifiesto los graves problemas
secundarios de esa densificación. Resulta así que una nueva tipología arquitectónica que tiene
muchos valores puede convertirse, sin un control eficiente, en enemiga de la ciudad.”
1.9. Breve introducción
internacionales.
a
los
estilos
arquitectónicos
de
los
rascacielos
En cualquier libro divulgativo que tenga que ver con los rascacielos puede encontrarse con un
despliegue de imágenes asombrosas por su belleza, la evolución formal de estos grandes edificios.
De entre todos ellos, por su sencillez y claridad expositiva, destaca el ensayo publicado por la
crítica estadounidense de arquitectura Ada Louise Huxtable con el título: “Rascacielos – La búsqueda
de un estilo”. Su labor fue premiada con los premios Pulitzer y McArthur.
Por su indudable interés y porque creemos que esta introducción genérica también quedaría
incompleta si no contemplase, aunque sea resumidamente una aproximación a los estilos formales
que se han empleado y se emplean en el diseño de los rascacielos, es por lo que acometemos en
este apartado una visión formal de los mismos apropiándonos de las ideas que Ada Louise vierte en
su ensayo.
Antes de empezar conviene advertir que la mayoría de los autores, entre los que se encuentra la
propia Ada Louise, desarrollan su visión arquitectónica sobre los rascacielos dejando de lado
totalmente la infinidad de edificios de gran altura destinados con exclusividad a viviendas, que son
ignorados olímpicamente tal vez porque, en general, los críticos y los propios arquitectos piensen que
sus cualidades proyectuales sean más bien vulgares y escasas. Sin embargo nosotros creemos
firmemente que no siempre es así, y existen ejemplos de notable interés arquitectónico, o al menos
de un interés igual o parecido, al conjunto de edificios que inundan hasta el tedio más absoluto con
idénticas filosofías de diseño, la infinidad de revistas y libros que un día sí y otro también, aparecen
en las librerías ocupándose de los edificios de altura.
Fig.1.60. Esta imagen de Sao Paulo, tomada por el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, expone por un lado
el mundo real de los edificios de gran altura olvidados por la crítica arquitectónica y, por otro lado, hasta donde
puede llegarse con el urbanismo que los permite.
En España, donde parece no existir tampoco mediáticamente la arquitectura de Benidorm, de igual
forma han sido sistemáticamente ignorados en los escritos de arquitectura los edificios altos
residenciales que pueblan nuestra geografía, exceptuando el edificio Torres Blancas del arquitecto
F.J. Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., exponente claro de un estilo organicista y expresionista que
no tuvo continuidad alguna, salvo en el homenaje que del mismo se ha hecho en Benidorm con el
Neguri Gane, de esbeltez y altura mayor, proyectado por el arquitecto Roberto Pérez Guerras + Cype
Ingenieros, Estudios y Proyectos,S.A.
Fig.1.61. Edificios de gran altura completamente residenciales: Torres Blancas (Madrid) del arquitecto F.J.
Sainz de Oiza + C.F. Casado, S.L., y el Neguri Gane (Benidorm), de Roberto Pérez Guerras + Cype Ing.
Estudios y Proyectos, S.A. Ambos edificios de carácter organicista y expresionista.
No sabemos con certeza cuales son las razones de este sistemático olvido, aunque sospechamos
con algo de maldad, que posiblemente sea debido a que los arquitectos que proyectan y construyen
edificios altos residenciales en nuestro País, no tengan el tiempo y los medios suficientes para
promocionarlos mediáticamente, mientras que las firmas arquitectónicas que aparecen con asiduidad
en los concursos, revistas y libros de arquitectura, provenientes en un número elevado de las
Cátedras de Proyecto de nuestras Universidades, parece ser que el tiempo, los medios y la mano de
obra necesaria, les sobra en abundancia para poder hacerlo.
Sirvan nuestras palabras únicamente como un toque de atención a este injusto olvido para aquellos
que pueden remediarlo, y que de ser subsanado dicho olvido con la ecuanimidad adecuada, sin lugar
a dudas mejoraría considerablemente la arquitectura con la que se resuelven estos edificios en
España, beneficiándonos todos de que así sea.
1.9.1.
El periodo funcional.
Prácticamente todos los autores coinciden en señalar que los edificios de altura se inician con unas
características propias en la ciudad de Chicago, seguida muy de cerca por New York; rivalizando
ambas ciudades por liderar la arquitectura de estas construcciones.
El desarrollo espectacular que tuvo Chicago tras su incendio, coincidiendo con el nacimiento y
pujanza de la economía norteamericana, propició el nacimiento de grande compañías y el desarrollo
de los servicios terciarios a todos los niveles, sustentando una demanda creciente de espacios donde
poder ubicar las empresas, sus oficinas y despachos.
Para satisfacer esta demanda de oficinas, contando ya con los grandes avances tecnológicos que
la ingeniería proveniente de la Revolución Industrial estaba poniendo a un ritmo imparable al servicio
de la arquitectura, nacieron los primeros edificios de gran altura, que fueron bautizados con el nombre
de rascacielos.
Este primer periodo de los rascacielos es conocido como el PERIODO FUNCIONAL, donde no
existía un estilo definido que pudiera seguirse como referencia indiscutible en el proyecto de los
mismos y abarca los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El ingeniero David Bennet se
atreve a enmarcarlo entre los años 1880 y 1900.
El rascacielos funcional, característico de este periodo, fue un fenómeno esencialmente económico
que respondía a las necesidades reales de la sociedad, a las necesidades de una actividad
empresarial que era el motor que impulsaba todo tipo de innovaciones.
Ada Louise define y resume este periodo espléndidamente:
“El banquero inversor era el mecenas, y la eficacia, desde el punto de vista del coste, era la
musa; la arquitectura estaba al servicio de la ingeniería, y el diseño era algo muy secundario. Son
edificios tan hermosos como útiles. Poseen una claridad y una fuerza que les confiere un notable
vigor expresivo.”
Fig.1.62.a. Edificios característicos del periodo funcional proyectados por: W. Baron Jenney, J.W.Root, D
Burnham, L. H. Sullivan, W. Holabird, M. Roche, etc..
Fig.1.62.b. Edificios característicos del periodo funcional.
Los nombres más citados que han pasado a la historia de la arquitectura, como pioneros en el
diseño de los primeros rascacielos, los encabeza el ingeniero William Le Baron Jenny, formado en la
Escuela Politécnica de París, que en 1885 construyó el Home Insurance, primer edificio soportado
íntegramente por una estructura metálica. Bajo los auspicios de Jenney, se formaron Louis Sullivan,
Daniel Burnham, William Holabird y Martin Roche, que constituyeron el núcleo de lo que resultó
conocido posteriormente como “escuela o estilo de Chicago”.
En estos primeros edificios de cierta altura (de diez a quince plantas), los muros de carga portantes
tradicionales fueron sustituidos en sus estructuras por piezas metálicas, primero de fundición, luego
de hierro y finalmente por el acero, mucho más fiable, dúctil y resistente. Tan sólo en las fachadas y
en los núcleos de comunicación verticales, los muros de carga se mantuvieron inicialmente como
elementos de estabilidad horizontal, pero a medida que las estructuras verticales se fueron
rigidizando con nudos más sólidos y celosías planas ocultas en sus divisiones, pasaron al olvido por
la enorme y costosa superficie de espacio útil que en planta ocupaban los mismos.
La apariencia masiva que pese a todo ofrecen estos edificios, al margen de su tamaño y escasa
esbeltez, se debe a los aplacados de piedra, terracota y ladrillos que conforman sus fachadas y
envuelven las livianas estructuras metálicas que realmente los soportan.
No obstante, fueron las amplias ventanas de sus fachadas y los salientes volados de estos
edificios, también perforados por las mismas en todas sus caras, las características más definitorias
de la Escuela de Chicago, obviando justificaciones y consideraciones formales arquitectónicas, pues
lo único que se pretendía con ello era captar la luz natural y hacerla penetrar al máximo en su interior,
dado el escaso e insatisfactorio desarrollo de la iluminación artificial existente en la época.
En definitiva, casi nada de lo que formalmente configuraban exterior e interiormente estos
primeros rascacielos era gratuito en este periodo, guiados por la tesis de Sullivan: “La forma debe
seguir a la función”; resumen lapidario de un ideario que existía en un ambiente, donde se suprimían
los aleros de los edificios porque en ellos no anidaran las palomas y así evitar que sus excrementos
ensuciaran sus fachadas.
Más extensamente, también Root, arquitecto responsable de los diseños de la firma “Burnham &
Root”, dejó escrito en 1890:
“Era peor que inútil prodigar en ellos (los modernos edificios de muchos pisos) adornos
delicados…..Por el contrario, debían con su masa y sus proporciones, inspirar un vasto sentimiento
elemental de la idea de las grandes, estables, conservadoras fuerzas de la civilización moderna.
Un resultado de los métodos, tal como he indicado, será la descomposición de nuestros proyectos
arquitectónicos en sus elementos esenciales. La estructura interna de estos edificios ha llegado a
ser tan vital, que debe imponer de forma absoluta el carácter general de las formas exteriores; y las
necesidades comerciales y constructivas han llegado a ser tan imperativas, que todos los detalles
arquitectónicos empleados en expresarlas, deben ser modificados consecuentemente. Bajo estas
condiciones estamos obligados a trabajar, de forma precisa, con objetivos precisos,
empapándonos totalmente en el espíritu de la época de modo que podamos dar a su arquitectura
la forma de arte”.
Si a lo expresado por Root, le añadimos lo que Sullivan no paraba de predicar, que un edificio de
gran altura, tan solo debía de ser y además, parecer alto, ya tenemos toda la filosofía que inspiró la
construcción de los primeros rascacielos, justificándose así toda la primera época de los mismos, el
Periodo Funcional; periodo que ha pasado a la historia con el reconocimiento y el beneplácito de
todos los críticos de la arquitectura por su indudable vigor y belleza.
Y no podemos por menos que enfatizar jocosamente, que un periodo que consideró a la hoy en día
tan denostada, vilipendiada y masacrada funcionalidad, como la razón de ser de sus proyectos, haya
tenido tanto éxito de crítica; y porque no deja de ser sumamente curioso y llamativo en los tiempos
que corren, que tan sólo muy tímida y respetuosamente el arquitecto Oscar Tusquets se haya
atrevido a decirle a su colega A. Siza, que es funcionalmente adecuado dotar de cornisas vierteaguas
protectoras a las fachadas de los edificios que diseñe en Galicia, si no quiere que las aguas que
escurren por sus planos las conviertan en una basura y duren algo más, habida cuenta de lo que
suelen costar estas fachadas de autor.
1.9.2.
El periodo ecléctico (Período historicista).
Tras el periodo funcional tiene lugar un segundo periodo en la evolución de los edificios de altura
caracterizado por un marcado carácter historicista en los aspectos formales, abarcando
temporalmente desde comienzos del siglo XX hasta que tiene lugar la Gran Depresión,
magníficamente retratada en las “Las uvas de la ira” por J. Dos Passos.
Resulta curioso constatar que fuese precisamente Burnham, uno de los principales arquitectos de
la etapa funcional, el que diese pie a la entrada del nuevo diseño arquitectónico historicista de los
rascacielos a raíz de la famosa Exposición Mundial de Chicago de 1893, permitiendo como Director
Técnico de la misma que los arquitectos que diseñaron sus pabellones lo hicieran bajo cánones
historicistas.
Fig. 1.63. Flat Iron Building de Burnham, principal responsable de la Exposición Mundial de Chicago y padre
del primer edificio historicista que construye en New York abandonando sus principios funcionalistas.
Desde aquí recomendamos la lectura de la novela: “El diablo en la ciudad blanca” de Eric Larson,
para aquellos que deseen introducirse en los entresijos y el espíritu que hicieron posible el desarrollo
y construcción de dicha Exposición.
Fig.1.64. Diseño propuesto por Adolf Loos para el concurso del Edificio Chicago Tribune–1922 que
representa, si es que iba en serio, la materialización de todos los exponentes formales de este periodo. Al lado,
el edificio que ganó el concurso y que finalmente fue construido.
Sucumbiendo a las enormes influencias y los cánones estilísticos del pasado que emanaban de la
Academia francesa de “Las Bellas Artes”, visceralmente opuestos al estilo mucho más simplificado y
funcional de los ingenieros impuesto por los nuevos materiales, los arquitectos se lanzaron a tumba
abierta recuperar del pasado todos los estilos y formas clásicas, medievales y renacentistas,
acoplándolas a los edificios con un alarde imaginativo impresionante.
El rascacielos pasó a ser el exponente de la académica columna griega, dividiendo formalmente su
desarrollo en altura en una amplia base que ocupaba todo el solar, un fuste más esbelto
retranqueando de las alineaciones de las calles para cumplir las ordenanzas edificatorias vigentes
que trataban de no convertir las calles en unos desfiladeros sin luz, y un remate exuberante en su
coronación como capitel.
Fig. 1.65. Edificios característicos del Periodo Historicista.
Ada Louise, citándola una vez más, nos define en su libro este periodo con precisión admirable:
“La fase ecléctica produjo algunos de los monumentos más notables de la historia del
rascacielos. Las incursiones en el pasado abarcaron desde lo banal hasta lo brillante: el gótico
llegó a unas alturas como no lo había hecho nunca; se alzaron una y otra vez esbeltos templos
griegos y campaniles italianos. Aparecieron palacios renacentistas a gran escala, castillos
verticales y distintas versiones del Mausoleo de Halicarnaso. El tamaño y estilo de estos edificios
los convertía en monumentos espectaculares y reconocibles, pero es en su sofisticada erudición y
soberbia calidad del detalle lo que les confiere su carácter único e irreproducible. Los mejores
ejemplos son hábiles ejercicios académicos, adaptados con gran ingenio, dramatismo y, en
ocasiones, auténtica belleza a las aspiraciones y necesidades más nuevas de la ciudad del siglo
XX. A pesar de que la postura elitista los ha considerado, en el mejor de los casos, como
excentricidades perdonables o, en el peor, como inmensos borrones sobre el paisaje de las alturas,
estos edificios pasaron inmediatamente a tener un sitio en la historia de la arquitectura.
Para los modernos, la victoria académica siempre ha representado una derrota arquitectónica.
En su opinión, el pecado capital de la fase ecléctica no fue tanto que no buscara formas nuevas, lo
cual ya era suficientemente malo, como que hiciera tanto hincapié en la tradición romántica y en lo
ornamental.
No obstante, tras una larga y austera dieta racionalista, (predicada hasta la saciedad por las
figuras sagrada de la Bahaus y el divinizado e inevitable Le Corbusier, añadimos nosotros) los
arquitectos jóvenes vuelven a deleitarse hoy con este exuberante y exótico exceso, e incluso los
componentes de la generación anterior miran estos edificios con nuevos ojos”.
Los rascacielos de este periodo historicista, como nos dice Ada Louise, tuvieron que soportar una
crítica adversa terrorífica, y una incomprensión total especialmente cuando aterriza Mies Van Der
Rohe en los EE.UU.; y triunfa con su elogiada frase “menos es más” el Estilo Moderno, también
llamado Estilo Internacional y Estilo Racionalista.
Uno de los detractores más inmisericorde con el Estilo Ecléctico, ha sido sin duda alguna el famoso
historiador y crítico de Arquitectura S. Giedión, que al hablar de este periodo en su admirado libro
“Espacio, tiempo y arquitectura”, lo más suave que dice de él es: “Los arquitectos entonces en boga
presentaron típicos ejemplos del ahora dominante “Gótico Woolworth”, y todos los proyectos
muestran una rebuscada fantasía en lugar de un verdadero sentido de la medida y de la proporción”.
Incluso la literatura intervino en machacar a estos edificios, si se recuerda como son tratados los
mismos en novelas tan famosas como la ya citada anteriormente: El Manantial de Ayn Rand.
Sin embargo, probablemente sean los rascacielos de estos dos primeros periodos los más
admirados y queridos por el público que mira la arquitectura, y se deleita con ella o la rechaza de
plano, dejándose guiar por unas sensaciones estéticas primarias.
Cuando irrumpe en la escena arquitectónica la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e
Industriales Modernas que se celebró en París en 1925, dando origen a lo que fue llamado EL ART
DECO, nacen bajo él mismo como cantos de cisnes, los últimos grandes rascacielos de este periodo
y que han llegado a ser por derecho propio, los más brillantes y famosos rascacielos que jamás
hayan sido construidos nunca: El edificio Chrysler (1930), el Empire State (1931) y el Rockefeller
Center 1932 – 1940.
El Art Deco fue una mezcla maravillosa de diversos estilos, incluyendo modas europeas del pasado
y exponentes representativos de las culturas maya, azteca y china junto con influencias modernas del
cubismo, futurismo y expresionismo. En los proyectos de arquitectura, exponentes de todos los estilos
mencionados y algunos más que no nombramos, se mezclaron sin rubor alguno intensificando con
ello una puesta en escena dramática y la expresividad de los edificios de altura, como demuestran los
tres edificios que más veces hemos podido ver en el cine y que se adjuntan aquí.
Fig.1.66. El canto del cisne del Periodo Ecléctico (Art Deco) de los rascacielos: El Empire State (1931), el
Chrysler (1930) y el Rockefeller Center (1932 – 1940).
1.9.3.
El Tercer periodo (El Estilo Internacional).
El movimiento moderno llegó a la arquitectura con cierta lentitud y nace en Europa, bajo los
auspicios de la BAHAUS y todas las teorías arquitectónicas predicadas por el sumo sacerdote del
racionalismo mecanicista Le Corbusier.
El “menos es más” de Mies, magníficamente expresado por los cuadros de Mondrian, se convirtió
en el evangelio sagrado de las vanguardias arquitectónicas.
Fig.1.67. Edificio Seagran y su autor Mies Van de Rohe.
Los planos rectos, simples y austeros, el acero y el cristal, y una ausencia total de adornos, fueron
las premisas básicas que Mies Van de Rohe transportó a los Estados Unidos cuando huyendo del
nazismo, sentó sus reales en Chicago y New York, introducido a bombo y platillo en la escena
arquitectónica local por el arquitecto más camaleónico que jamás haya existido en la historia de la
arquitectura americana, el genial y controvertido Philip Johnson, recientemente fallecido con casi cien
años de edad.
Fig.1.68. Edificios representativos del Tercer Periodo de los Rascacielos resueltos bajo el Estilo Internacional
La reducción de costes implícita en su fase proyectual y constructiva de los rascacielos modernos
frente a los rascacielos historicistas, propició el triunfo rotundo del Estilo Internacional, convirtiéndose
en el estilo favorito de los promotores inmobiliarios, aún a costa de prostituir la grandeza profunda de
la sencillez y simplicidad de las formas que inspiraron su nacimiento por auténticas vulgaridades sin
valor alguno, bautizadas despectivamente por el público benigno como cajas de cristal y por el
público maligno como cajas de cerillas.
El estilo Moderno nos hizo creer demasiadas cosas buenas, que luego se demostraron ser
erróneas. Las predicadas bondades de la luz del sol que atravesaba higiénicamente las fachadas de
vídrio de los edificios, se convirtieron en un auténtico calvario para los usuarios que trabajaban en
ellos, hasta el punto de tener que colocar el mobiliario de las oficinas contra las mismas como
pantallas protectoras.
Los costes de mantenimiento en energía eléctrica para hacer habitable el ambiente que generan en
su interior las fachadas transparentes de acero, aluminio y cristal, alcanzan cifras astronómicas, sobre
todo en los primeros rascacielos, donde la tecnología de los muros cortinas y los vidrios especiales
que se requieren para aislar razonablemente bien estas inmensas construcciones expuestas por
todos sus lados, se encontraba en una fase embrionaria.
Por muy fan que se sea de Le Corbusier, y no queda más remedio que serlo por algunas de sus
aportaciones geniales al Arte de proyectar los edificios, resulta patético constatar sus propuestas
técnicas tratando de resolver el problema del soleamiento que recibían y filtraban las desnudas
fachadas de sus propios edificios, sin el rigor debido que justificase sus soluciones constructivas, sino
dejándose guiar simplemente por sus inspiraciones divinas a lo Leonardo da Vinci.
No obstante, como nos dice la comprensiva Ada Louise:
“Despreciar los logros del movimiento moderno, con sus fallos, sería como rechazar las obras
de Shakespeare por sus versiones expurgadas y sus malas representaciones. No se pueden
menospreciar ni el dinamismo exploratorio ni la expansión definitiva de los límites conceptuales y
estéticos que caracterizan este periodo. El movimiento moderno tendrá también sus historiadores
revisionistas.
Hoy es indiscutible que esta visión era trágicamente errónea; que, desafiando demasiadas
leyes naturales, la arquitectura moderna apuntó demasiado alto y prometió demasiadas cosas.
Como en tantos otros casos, el optimismo ingenuo y generoso y la fe en los poderes creativos y
terapéuticos del arte (y en los nuevos sistemas constructivos), dieron paso a un cinismo
desilusionado y a una reacción pragmática que, con el condicionante de los cambios cataclísmicos
que destruyeron otras cosas además de los ideales artísticos, han sido característicos del siglo XX.
Los rascacielos auténticos del primer estilo moderno, del llamado Estilo Internacional, no
fueron muchos; requerían clientes que tuvieran dinero, valor y un sentido altamente desarrollado de
la misión estética. En teoría, la combinación de forma y función encarnada en estos edificios
trascendía el estilo; de hecho, el estilo era su producto más duradero. Un ejemplo notable es el
edificio de la editorial McGraw-Hill de 1931, obra de Hood, Godley y Fonilhoux en pleno Manhattan,
mientras que el de la Philadelphia Saving Found Society, construido por Howe y Lescaze en 1930
– 1931, es una auténtica obra de arte.
Fig. 1.69. Edificio McGraw-Hill (1931) y el Philadelphia Saving Found Society (1930-31).
Descendientes suyos son las cajas de vidrio y las coronaciones planas, a veces tan criticadas,
que encarnan (aliviadas en alguna ocasión por una obra maestra moderna) lo que podríamos
llamar el “estilo moderno pleno de la arquitectura empresarial”. Este es el aspecto que ha
configurado la silueta de la ciudad del siglo XX.
El “menos es más”, fue ampliamente aprovechado por los promotores en su beneficio,
aplicándolo literalmente. El minimalismo de la estética moderna se presta al mismo tiempo a una
belleza sutil y ascética, y al atajo más barato; y como este segundo camino ha sido el más fácil y el
que más beneficios le ha aportado al constructor, un vocabulario elegante y reduccionista se
convirtió, rápidamente, en una mera banalidad que jamás pudieron imaginar sus creadores. Por
desgracia, lo que se perdió fue precisamente esa calidad del detalle, los materiales y la ejecución
en la que se apoya el estilo moderno”.
No obstante, se mire como se mire, el Estilo Moderno auténtico, el espíritu que subyace en los
rascacielos de Mies, representa por derecho propio el soberbio idioma vernáculo de la Arquitectura en
casi todo el siglo XX, y que empleado unas veces bien y otras mal (por desgracia la mayoría de las
veces), todavía pervive y subsiste por mucho que tratemos de ocultarlo con las “golosinas visuales”
tan de moda en el presente, en un post-modernismo, sin rumbo y fallero.
Y lo que se materializa y resulta digno de todas las alabanzas en este tercer periodo de los
rascacielos, es el impresionante avance que experimenta el diseño y análisis estructural,
superándose todo lo conocido y experimentado hasta el momento.
Como nos dicen Abalos y Herreros: “Desde el punto de vista técnico, la pertinencia de la estructura
reticular (los clásicos pórticos de los dos periodos anteriores), cuya vinculación con la idea de
rascacielos era objetiva para Le Corbusier, será puesta en cuestión teórica y prácticamente en la
misma década de los cincuenta (siglo XX), dando paso a nuevas conformaciones estructurales”.
Las pantallas de todos los tipos, los núcleos de rigidez y, singularmente, el concepto de la fachada
estructural a base de pórticos muy densos, unas veces ocultos tras la piel exterior del edificio, y otras
veces manifestándose claramente incluso con grandes triangulaciones de rigidización en las mismas,
fueron las grandes aportaciones estructurales que pusieron a punto los ingenieros del Periodo
Moderno.
Quizás el representante más digno de todo este periodo, sea la empresa de arquitectos e
ingenieros SOM (Skidmore, Owings & Merrill), especialmente por la brillantez de las soluciones que
pusieron a punto en algunos de los últimos rascacielos representativos del Estilo Moderno entre los
años 1960 y 1975, gracias a las concepciones estructurales tan extraordinarias que sus ingenieros
más conocidos Myron Goldsmith y, sobre todo, Fazlur Kahn, materializaron y pusieron a punto en el
John Hancock (1969) y la Torre Sears (1970 – 1975) de Chicago para mayor gloria del arquitecto
Bruce Graham.
Fig. 1.70. Edificios.
1.9.4.
Cuarto Periodo: El Postmodernismo, el High-tech, el deconstructivismo y demás
ismos.
Superada la crisis mundial que tuvo su origen en el petróleo, con algo más de retraso en España al
superponerse la misma con todo el periodo político de la transición tras la muerte de Franco, la
economía mundial entró sin frenos en una etapa expansionista y globalizadora a partir de los años
ochenta del siglo pasado.
Europa con su Mercado Común, el imperio industrial del nuevo Japón y la incorporación explosiva
de todo el sur-este asiático (China, Malasia, Indonesia, Corea del Sur, etc) acaparando la fabricación
de productos de medio mundo, ha propiciado una extensa construcción de rascacielos sin
precedentes en la historia de los mismos, acabando con el monopolio que sobre ellos tenían las
ciudades americanas.
¿Cuál es el nuevo estilo de los rascacielos de esta última generación? Con sinceridad: no tenemos
respuesta; o tal vez sería más prudente decir, no existe una respuesta única a la cuestión, pues la
enorme variedad de estilos y formas con la que se diseñan y construyen es tan elevada como el
número de arquitectos que participan en sus proyectos.
En una reciente entrevista aparecida en prensa a Peter Eisenman, a propósito de los derroteros
por donde camina la nueva arquitectura, contestaba cosas como estas:
“Sí. Creo que estamos yendo cuesta abajo, porque no existe un consenso general. Para la
arquitectura moderna existía un consenso general acerca de lo que debía hacerse, que
desapareció. La deconstrucción desplazó a las arquitecturas modernas y postmodernas, aunque,
echando un vistazo a la última Bienal de Venecia, se comprueba que todo era Deconstrucción.
Pero por lo que creo que existe un problema hoy, es porque los arquitectos no saben qué hacer”
(Nota: Algo parecido está empezando a ocurrir en la ingeniería estructural desde que existe el
ordenador, el MEF y los nuevos materiales. El ingeniero de estructura parece aburrirse con el fluir
sereno de las fuerzas y busca desesperadamente el cómo contorsionarlas para justificar su presencia
y salir del ostracismo en el que tan injustificadamente se encuentra. Creemos que éste no es el
camino y se equivoca, pero hoy por hoy, su trayectoria formalista y barroca está resultando
imparable).
Fig. 1.71. Ejemplo emblemático de la tentación formalista en la que está cayendo la ingeniería estructural de
forma imparable jaleada por la arquitectura reinante.
“No hay líderes teóricos en la nueva arquitectura. Por eso el momento es difícil y confuso.
¿Qué puedes enseñar? Yo enseño a Brunelleschi, a Borronini, a Le Corbusier, a Mies Van der
Rohe… No sé que otra cosa enseñar. Yo no doy clases sobre Peter Eisenman”.
Volvamos de nuevo a la claridad de Ada Louise para caracterizar de algún modo la arquitectura
formal de los nuevos rascacielos.
“Los arquitectos postmodernos quieren recuperar con los nuevos rascacielos que proyectan,
todo aquello que sus antecesores del Estilo Moderno descartaron y, por ello, no se privan de
introducir en los mismos: historia, ornamentación, contexto, contraste, variedad, simbolismo,
imágenes y metáfora. Y todo ello se busca en todas las direcciones y al mismo tiempo”.
En el movimiento postmoderno se acabaron los frenos y las trabas: Todo está permitido con tal de
conseguir un edificio que llame la atención, que asombre y aparezca no sólo en las páginas de
couché de las revistas especializadas, tiene que aparecer también en la prensa y la televisión, donde
se vea a su arquitecto y al político que lo ha financiado con dinero público, o al banquero que lo hace
a costa de los accionistas del banco, buscando precisamente esos instantes de gloria que luego
parece ser que se transforman, aunque no estamos muy seguros que así sea, en votos políticos para
las urnas o en un incremento de las acciones de la compañía que representa, asegurando con ello el
estatus que ambos posean.
Así se encuentra definido el escenario donde se construyen los nuevos rascacielos.
Ada Louise nos dice que el hecho de que el estilo de los nuevos rascacielos sea el valor supremo,
por encima de todas las demás preocupaciones y aspiraciones explícitas, es el origen tanto de sus
virtudes como de sus defectos. Con la nueva filosofía, la funcionalidad, origen de la forma que tanto
predicaba Sullivan: R.I.P.
“La exploración del estilo puede ensanchar los límites del arte, y de hecho lo hace. Pero en la
arquitectura también da lugar a un peligro concreto: si se separa de las condiciones y
consideraciones en las que se basa el arte constructivo, el estilo puede reducir la arquitectura a
algo inferior a su función y definición apropiadas, incluyendo su mejor ejercicio y su necesaria
conexión con la realidad. Y no nos referimos sólo a la utilidad y el valor de la arquitectura para la
sociedad; en última instancia, y de forma trágica, la debilita también como arte”.
Fig.1.72. Edificios representativos del postmodernismo todos en Dubai.
Y si dentro del postmodernismo damos entrada al High-Tech y enlazamos con el
deconstructivismo, entramos en un territorio donde los límites de la racionalidad ya no existen y,
atención, al decirlo no pretendemos ser reaccionarios, puesto que exponentes brillantes de estos
estilos constructivos existir, existen, y cuando los encontramos resultan de una grandeza y brillantez
impresionante, pese a que sus costes constructivos sean absolutamente desmesurados y
desproporcionados. El Banco de Hong-Kong de Norman Foster y Ove Arup, el Banco de China de Pei
y el Hotel Dubai de superlujo, pueden ser tres exponentes emblemáticos de lo dicho.
Fig.1.73. Banco de Hong-Kong, Banco de China y el Hotel Dubai.
La complejidad que adquieren los rascacielos de este periodo, donde todo su diseño se encuentra
absolutamente supeditado a las formas, plantea unos problemas estructurales extraordinarios.
La verticalidad deja de ser una norma y las fachadas del edificio se diseñan en planos que pueden
entrar y salir sin recato alguno, los pilares pierden su continuidad y se apean donde el capricho
arquitectónico lo permita para mayor gloria y beneplácito de la ingeniería, puesto que así es más
difícil y compleja su resolución estructural y al final, medallas para todos.
La potencia de las magníficas triangulaciones a esfuerzos horizontales que posee el Banco de
China de Pei, como bien detecta Javier Manterola, se interrumpen donde más falta hacen; es decir,
antes de llegar a la base por un diseño caprichoso del arquitecto, y todo el cortante debe ser recogido
por unas piezas aporticadas de hormigón desmesuradas.
Pero todo ello es posible y construible por los avances extraordinarios que la tecnología de los
materiales y la ingeniería estructural es capaz de desarrollar en el presente, irónicamente puesta al
servicio de los diseños más antiestructurales de la historia de la arquitectura.
Fig.1.74. ¿Desconstructivismo o simple estupidez? No tenemos respuesta.
Las formas tan complejas de estos edificios prácticamente imponen una renuncia sistemática de
toda la lógica estructural que los grandes maestros de la ingeniería nos enseñaron y que F. Khan nos
esquematizó en las tipologías estructurales que deberían ser empleadas en las estructuras de estos
edificios.
Sin salir de España, las torres inclinadas de Madrid (Puerta de Europa), resumen la cierta
estupidez que puede dar de sí este periodo de los rascacielos en el que nos encontramos, obligando
a los ingenieros a tener que pretensarlas verticalmente contra el terreno para conseguir algo tan
elemental y primario como el equilibrio estático que cualquier edificio que como sólido rígido aspira a
tener, y sin lugar a dudas debería tener, dado que es una cualidad esencialmente gratuita.
Fig.1.75. Torres Inclinadas del Paseo de la Castellana. P. Jonson y Burgee.
Aunque tal vez el Oscar a la estupidez mayor lo ostente la propuesta de Torre Biónica, con la que
periódicamente sus autores, sin desánimo alguno, nos martirizan mediáticamente.
Fig.1.76. Torre Biónica
Y sólo en un periodo conceptualmente caótico y falto de ideales trascendentales, puede celebrarse
apoteósicamente el aterrizaje del arquitecto S. Calatrava en el campo de los rascacielos con un
nuevo e imaginativo invento formal para los mismos: Los rascacielos torsoniados; uno de los cuales
ya ha conseguido colocar en Malmö (Suecia) y pretende colocar otro en Chicago batiendo todos los
records de altura. El bosquejo del rascacielos torsoniado de Chicago, ha motivado el siguiente
comentario del megalómano Donald Trump: “Hay que estar loco para invertir un solo dólar en
semejante edificio”. Pero nada importa en esta loca carrera y posiblemente lo construirá
convenciendo a los promotores de la genialidad que supone construir un edificio girasol, orientado de
forma elástica a los cuatro vientos, a la vez que perfora las nubes con su rotación ascendente. Y si de
verdad es o no es torsionado, poco importa; porque lógicamente, la torsión del edificio será en
realidad una pura apariencia visual, como todo lo que suele proyectar S. Calatrava.
En el interior del edificio “Turning Torso” de Malmö, existe un núcleo cilíndrico absolutamente
vertical y recto de unas dimensiones extraordinarias, capaz de sostener vertical y horizontalmente el
edificio.
Pero así parece ser en gran medida el mundo de la arquitectura y de la ingeniería imperante y
triunfadora que nos ha tocado vivir en nuestra época.
Fig.1.77. Edificio “Turning Torso” de Malmö y el anillo circular de 3,50 m de espesor que lo sostiene.
1.10. Introducción a la arquitectura de los edificios altos en España
En un País como el nuestro, donde no existe una cultura propia y específica adecuadamente
desarrollada sobre los edificios de gran altura; y donde podría existir (Escuelas de Arquitectura e
Ingeniería), ni siquiera ha sido planteada a nivel teórico salvo en algún texto aislado y algún que otro
artículo de escasa trascendencia, no es de extrañar que los periodos arquitectónicos anteriormente
expuesto sobre los rascacielos nos afecten escasamente de refilón.
No tenemos constancia de que España pueda aportar ni un solo edificio que pudiera ser
catalogado como del Periodo Funcional, y algo similar también creemos que sucede en la mayoría de
los países europeos.
Europa entró tarde en el mundo de los rascacielos, y aunque pueda presumir de ser ella la
creadora de la mayor parte de los estilos arquitectónicos de la cultura occidental, la manera de cómo
fueron aplicados los mismos en los edificios de gran altura, creemos que no le pertenece.
Los rascacielos fueron un invento indiscutible de los EE.UU., que desarrollaron paralelamente a su
poderío económico hasta convertirse en líderes indiscutibles de los mismos bajo todos los puntos de
vista, exportando sus formas y la tecnología que los hace posible a todo el mundo, Europa incluida. El
que hayan perdido el monopolio de los mismos resulta puramente anecdótico, puesto que es el fruto
lógico de la globalización que ellos mismos han impuesto en el mundo. Siguen siendo en su mayor
parte los arquitectos y los ingenieros americanos (con oficinas en todo el mundo), los que siguen
liderando el proyecto de estos grandes edificios en todos los continentes y en España, también.
Todavía y aunque nos pueda doler, España carece de unas infraestructuras arquitectónicas
potentes y del Kno-How necesario, que permita desarrollar los programas y proyectos que demandan
los grandes rascacielos, con la versatilidad y agilidad suficiente que nos permita competir con las
grandes empresas de arquitectura que se encuentran detrás de las figuras como Foster, H. Jans, Pei,
S.O.M., etc.
Fig.1.78. Tres de los más singulares edificios españoles diseñados por arquitectos americanos: Torre Picasso
y Puerta de Europa en Madrid; y el Hotel Arts en Barcelona.
De la docena de edificios altos que tenemos en España con un cierto calificativo de sobresalientes,
la mitad de ellos han sido diseñados por arquitectos americanos, aunque su materialización
constructiva haya sido resuelta por ingenierías españolas.
Tan sólo el Levante Español ha sido capaz de desarrollar un sistema sencillo, tradicional y
autónomo, absolutamente de espaldas a toda influencia exterior. Los arquitectos levantinos han
estado y están diseñando y construyendo edificios residenciales por encima de las veinte plantas con
un lenguaje arquitectónico inclasificable de resultados variopintos, y con unos costes económicos tan
bajos que resultan todavía sorprendentes, intentando dar respuesta a un planteamiento urbanístico
de altura mucho mejor de lo que algunos pueden pensar y creer.
Y contra toda lógica, resulta sorprendente constatar, que ha sido el Levante Español con su
tecnología local, la primera región de todo el continente europeo en aplicar los hormigones de alta
resistencia (de 60, 70 y 80 MPa) en los proyectos estructurales de algunos de estos edificios
residenciales de mediana altura (entre 60 y 100 m).
Sin tratar de entrar en disquisiciones de segunda derivada, la mayoría de los edificios altos en
España destinados a oficinas son construidos en Madrid y Barcelona siguiendo las pautas del Estilo
Internacional más genuino. Estos edificios son básicamente rectangulares y fachadas resueltas con
muros cortina de cristal, donde en algunos de ellos se introducen elementos singulares horizontales y
sobre todo verticales, buscando una cierta originalidad con la clara intencionalidad de singularizarlos.
Fig.1.79. Panorámica de edificios madrileños.
No obstante, en los últimos tiempos, digamos a partir de los años noventa del siglo pasado, existe
el claro deseo de superar a Mies, aunque sin abandonarlo enteramente, y entrar de lleno en el PostModernismo, o al menos eso parece deducirse para nosotros si miramos la mayoría de los edificios
de altura en la Ronda Litoral de Barcelona y en la zona norte de la Av. de la Castellana de Madrid.
De entre todos estos edificios, los viejos y los nuevos, destaca por derecho propio el edificio del
BBVA de Saez de Oiza por su original fachada de acero corten y sus barandillas filtradoras del sol, y
la brillante estructura proyectada por J. Manterola salvando el metro de Madrid que transcurre bajo el
mismo aplicando el pretensado como nunca se había hecho en un edificio en España. Y junto a la
brillantez del edificio de Oiza, la pureza de la Torre Castelar de Rafael de La Hoz (1975) con su
núcleo descentrado sujetando una parte del edificio volado sobre la zona de accesos, probablemente
constituyan los exponentes más originales y de estilo propio que se hayan construido en nuestro
País.
Fig.1.80. BBVA y Torre Castelar
La tan fotografiada Torre Picasso (157 m), tan sólo le cabe el mérito de haber sido el edificio más
alto de España hasta que fue desbancado por el Hotel Bali III (186 m) de Benidorm, el primero
resuelto con estructura básicamente metálica y núcleo de hormigón y el segundo íntegramente de
hormigón.
En Torre Picasso, Yamasaki aprovechó diseños previos que transportó a Madrid sin interés alguno.
Torre Picasso es un edificio frustrado, le falta bastante altura para alcanzar un aspecto formal más
digno, y su estructura fue resuelta por Robertson.
Dentro de los edificios residenciales madrileños, no se puede dejar de citar Torres Blancas (1969)
de Oiza, exponente representativo de la arquitectura organicista, con influencias varias (J. D.
Fullaondo próximo a Oiza, Saorin y Wright) a decir de los críticos en arquitectura después de su viaje
americano.
Torres Blancas es un edificio en nuestra opinión algo caprichoso, de los considerados claramente
de autor, donde la funcionalidad y la comodidad de sus moradores fue ignorada en demasía. Su
estructura está resuelta íntegramente de hormigón, y no creemos que le haya planteado a la oficina
de Carlos Fernández Casado, S.L. problemas dignos de consideración, salvo por sus voladizos.
Torres Blancas es un ejemplo donde la enorme masa del edificio y su escasa esbeltez, le hace
estable por sí mismo a los esfuerzos horizontales, aunque se hubiesen ignorado en su cálculo las
fuerzas del viento.
Fig.1.81. Torres Blancas de Saez de Oiza en Madrid.
Las Torres de Colón, proyecto de Lamela padre y su estructura de la oficina de Carlos Fernández
Casado, S.L., pasarán a la historia de la arquitectura española por ser los únicos edificios
suspendidos de su coronación volada desde su núcleo central de hormigón, pero creemos que por
nada más. Este tipo de solución constructiva no ha prosperado en la industria de la construcción,
como no podía ser de otra forma: Las casas no conviene empezarlas por el tejado.
Si los edificios modernistas catalanes de Gaudí, Muntaner, etc, hubiesen tenido quince plantas
más, sin lugar a dudas también habrían entrado en la historia de la arquitectura por partida doble,
relegando a los edificios del periodo historicista americano a un segundo plano, pero no fue así. No
obstante, cuando se acabe la Torre Principal de la Sagrada Familia, le cabrá el honor de ser la torre
más alta de Barcelona.
La ciudad de Barcelona ofrece un número muy escaso de edificios de cierta altura con anterioridad
a las Olimpiadas de 1992, quizás no lleguen ni a la media docena.
Entre ellos podemos destacar el conjunto de los edificios Trade de José A. Coderch, que recuerdan
claramente al Lake Point Tower (1968) de Chicago, con sus fachadas de cristal ondulado, y que
podríamos encuadrar dentro del Periodo Moderno.
Fig. 1.82. Edificio Trade de Joseph Antoni Cordech (Barcelona).
Dentro del mismo periodo, pero de estilo mucho más inconcreto y personal, cabe mencionar el
edificio de la CAIXA y el edificio Colón.
Fig.1.83. Edificio CAIXA y Edificio Colón.
Los dos edificios que por derecho propio rompieron para bien el Skyline de Barcelona recuperando
el mar para la ciudad, son la Torre Mapfre y el Hotel Les Arts. El primero claramente español y el
segundo americano, rondando alturas en torno a los 150 m.
Torre MAPFRE posee un estilo moderno, sencillo, sin pretensiones de tipo alguno. En cambio, el
Hotel Les Arts de B.Graham (SOM) emplea una estructura envolvente metálica, mucho más
formalista que estrictamente necesaria, impropia de un edificio de altura relativamente modesta, y que
para más inri se encuentra situada en un ambiente marino muy agresivo para la misma. La estructura
aporta la expresividad formal que no posee la anodina caja del edificio encerrada por la misma.
Tras estos edificios, construidos durante la espléndida transformación urbana que experimentó
Barcelona preparándose para las Olimpiadas del 92, hubo una cierta sequía constructiva de edificios
altos.
Esta sequía se rompió a raiz del impulso institucional que supuso para la ciudad EL FORUM, que
fue la excusa empleada para lanzar varias operaciones inmobiliarias que dieron luz a un conjunto de
edificios de cierta altura (≤140 m), exigiendo a los promotores para los mismos firmas de arquitectos
con cierto renombre mediático: Tusquets, Ferrater, Miralles, Benedetta, Nouvel, Perrault, etc.
Estos arquitectos, sin abandonar del todo el Estilo Internacional, se adentran en el
Postmodernismo con su propio discurso y su personal visión de la arquitectura.
La imagen urbana que proyectan los nuevos y modestos rascacielos de Barcelona (casi todos por
debajo de los 100 metros de altura), es digna y respetable, sin grandes alardes y algarabías.
Fig.1.84. Edificios de Barcelona.
Mención aparte merece el fallido intento de Nouvel con su Torre Agbar, a diferencia del éxito
obtenido por Foster con el edificio de similares formas construido en Londres. En la Torre Agbar se
pone de manifiesto el poder de ciertas firmas de la Arquitectura, imponiendo costosos y caprichosos
formalismos, imposibles de apreciar por el ojo humano. Los huecos del edificio podrían haber tenido
racionalidad y el resultado formal visible hubiese sido idéntico. La escasa viveza de los colores y la
textura anodina que el edificio ofrece, denotan claramente que los instintos caprichosos, no siempre
conducen a los éxitos envidiables del Gugenheim bilbaino.
Fig.1.85. Torre Agbar (Nouvel - Barcelona.)
1.11. Benidorm (El Manhatan Español)
La provincia de Alicante, en general, empezando por su capital, introducida de lleno en un
expansionismo turístico desde sus inicios franquistas hasta el presente, siempre ha tenido una cierta
permisividad en al construcción de edificios de cierta altura, debido a la presión y demanda de los
promotores inmobiliarios y hoteleros.
Esta permisividad alcanza en Benidorm unas cotas únicas dentro del territorio español, que algún
que otro municipio envidiosos de la misma comienzan a imitar, como por ejemplo Calpe y, con mucha
timidez en la altura, Laredo en Santander, etc.
Tres han sido los arquitectos alicantinos pioneros en los viejos tiempos franquistas, cuando la
calidad y el conocimiento del hormigón en los años 60 y 70 en la edificación española dejaba mucho
que desear, los que se lanzaron a proyectar edificios con estructuras metálicas que superaban los
veinte pisos: Francisco Muñoz, Juan A. García Solera y quizás el mejor de ellos y el que más edificios
de altura ha construido en la provincia, Juan Guardiola. La arquitectura española no ha sabido
descubrir a este complejo arquitecto, recientemente fallecido, que ha manejado las fachadas de
ladrillo con una habilidad extraordinaria, y que con sus claros y oscuros, ha construido edificios de
una calidad notable y bastantes de ellos, capaces de soportar el paso del tiempo con una nobleza
envidiable.
Los numerosos edificios que proyectaron los tres arquitectos mencionados fueron residenciales y
hoteleros, siendo pioneros en abandonar la arquitectura vernácula tradicionalista adentrándose en los
postulados que predicaba y lideraba Le Corbusier, aplicándolos con fortuna variable en sus
proyectos.
Fig.1.86. Edificios de Juan A. García Solera y Francisco Muñoz.
Fig.1.87. Edificios de Juan Guardiola.
Creemos que por su valor e interés, merece la pena transcribir íntegramente la reflexión descriptiva
que sobre Benidorm realiza el polémico arquitecto catalán Oriol Bohigas, puesto que la misma, en
fondo y forma se aproxima bastante bien a la realidad, lejos de los exabruptos descalificadores y
despectivos sin valor alguno, como los vertidos en una breve entrevista periodística por el arquitecto
madrileño Ricardo Aroca creyendo que es lo que se espera de su progresista figura y su canosa
barba.
El ejemplo de Benidorm (Oriol Bohigas):
“Por lo tanto, el rascacielos, como tipo edificatorio, no es el culpable de los posibles
decaimientos urbanos; lo es, si acaso, el error en su programación urbanística y en la forma
arquitectónica. Incluso en ocasiones, por su propia forma, provoca buenas soluciones que con la
urbanización de otros tipos no habían sido posibles. Un ejemplo bien curioso de ese fenómeno es
Benidorm, en la costa valenciana. En treinta años, Benidorm ha pasado de no ser casi nada a
convertirse en uno de los centros turísticos más densos del Mediterráneo. Un alcalde con empuje
expansionista lanzó la operación y también estableció, sin pensarlo mucho, sin orden urbanístico
con una fórmula sencillísima que ha dado buenos resultados. A partir de una parcelación de
tamaño pequeño o medio, permitió que cada promotora ocupara un determinado porcentaje central
sobre el cual podía construir en altura, con escasas limitaciones – o con limitaciones un tanto
vagas-; confiando en que la economía de la construcción y el mercado las acabarían de
determinar. El resultado ha sido un enorme bosque de rascacielos esbeltísimos situados en una
faja paralela a la costa que no estropea el paisaje porque la artificialidad geométrica se contrapone
muy claramente al mismo y porque quedan espacios intersticiales con visión panorámica hacia el
mar. Los espacios sobrantes de las parcelas se han ido ocupando con actividades diversas tiendas y restaurantes con terraza- que aseguran la vitalidad de la calle. Es una lástima, sin
embargo, que esas plantas bajas no hayan sido más controladas arquitectónicamente. En cambio,
el relativo descontrol de los rascacielos no ha dado malos resultados, no hay ninguna obra
maestra, pero casi todos poseen cierta dignidad arquitectónica. Habrá que reconocer que es más
fácil componer un edificio vertical con elementos sobrepuestos que las masas horizontales en las
cuales la repetición se convierte en una impúdica referencia a las raquíticas funcionalidades
domésticas. Por eso he dicho antes que un rascacielos en forma de torre es de fácil composición
estética, y, en cambio, no lo son los bloques laminares muy altos.
Naturalmente, Benidorm ha tenido que resistir el ataque de todos los coservacionistas -del
paisaje, de las tradiciones locales, de la arquitectura sin ton ni son, etc.- , y hasta ahora no ha
quedado del todo claro que, al fin y al cabo, es un paisaje urbano mucho mejor que las absurdas
pequeñeces folklóricas de los suburbios de la Costa Brava y de las costas andaluzas más
turísticas, o de las aburridísimas playas italianas del Adriático -recordemos los más de sesenta
kilómetros que van de Ancona a Pesaro, prolongables hasta Rímini, un itinerario que habría podido
ser un paisaje de sucesivas integraciones urbanas- invadidas de chabolas balnearias superpuestas
a los peores suburbios. Hace diez o quince años, pronuncié en la Escola Eina de Barcelona una
conferencia de título provocador -“Benidorm, Andorra y El Corte Inglés”- que quería reivindicar
algunos buenos resultados urbanísticos y arquitectónicos en los despilfarros espaciales del turismo
y el comercio a gran escala, y, concretamente, el caso de Benidorm, que era, casi por casualidad y
sin programas teóricos, un buen ejemplo de implantación masiva. Era fácil, por ejemplo,
compararlo con las playas del Maresme cerca de Barcelona, un paisaje que prometía una estética
novecentista que ha sido aniquilada por las urbanizaciones incontroladas y al mismo tiempo
raquíticas y tímidas, sin soluciones radicales como la de Benidorm.
Es cierto que, últimamente, algunos arquitectos jóvenes se han interesado por el fenómeno de
Benidorm: lo ha hecho, por ejemplo, el grupo holandés MVRDV con un libro provocador titulado
“Costa Ibérica”, en el cual un texto de José Miguel Iribas explica muy bien las raíces sociales y
morfológicas de los distintos niveles de éxito y rentabilidad de Benidorm. Es una lástima, sin
embargo, que el libro termine con unos textos y unos gráficos de Winy Maas, que aprovecha la
ocasión para plantear una extraña utopía sobre las implantaciones turísticas ibéricas. Como es
habitual entre los arquitectos de su generación, no intenta resolver ningún problema real -ni
ninguna aplicación real de unas preocupaciones conceptuales-, y sólo sirve para presentar aquel
tipo de arquitectura del que hablábamos páginas atrás, destinada no a un consumo real sino a la
imaginería de un consumo inexistente, imprevisible y finalmente inútil, tan fuera de lugar como la
propuesta de conseguir barrios con densidades de más de dos mil quinientos habitantes por
hectárea. Esa tendencia errática de los últimos y penúltimos arquitectos adopta así un itinerario
perverso: se reconoce un caso de morfología eficaz -agrupamiento de cierto tipo de rascacielos- y
de un buen funcionamiento turístico asentado urbanamente, y, una vez reconocido, se lo quiere
transformar anulando precisamente todos los valores originales para someterlos a unas imágenes
sorprendentes -imposibles- que provienen de otras líneas de consumo y especulación o quizá de
una nueva artisticidad también consumista. Es uno de los síntomas que apuntan a la abstracción
autónoma y disciplinar de la arquitectura, con perdón de Eduard Bru, quien, en el libro
“Mutaciones”, escribe un breve texto atacando la “autonomía de la disciplina” para demostrar que
los nuevos caminos han superado esa autonomía y atienden a todas las realidades
multidisciplinares que la han de condicionar. Yo opino exactamente lo contrario. La arquitectura de
Bru ve como innovadora -empezando por la del propio Koolhaas- es una exacerbación de
autonomía y de apartamiento de las realidades sociales. Es decir, una arquitectura contra la
ciudad.
En resumen, hemos visto que un nuevo tipo edificatorio puede integrarse muy bien en las
condiciones urbanas, pero también hemos visto que puede ser un elemento de contradicción
cuando la baja densidad o los errores de ocupación en planta crean cierta desertización, cuando la
forma de torre se convierte en bloques lineales de gran altura o cuando el proyecto no se adecua a
las exigencias ambientales y formales del entorno urbano. Sin embargo, la contradicción más
poderosa la plantean los propios arquitectos-urbanistas cuando hacen del rascacielos una
abstracción casi escultórica, un manifiesto a favor de una arquitectura que no quiere serlo para
acabar de anular una ciudad que no puede serlo.
Con la única intencionalidad de hacer algo de justicia a los arquitectos que han diseñado sin
algaradas de tipo alguno los edificios que pueblan Benidorm y, también, con la intencionalidad de
motivar alguna tesis o estudio en profundidad sobre su arquitectura, adjuntamos un abanico
representativo de los mismos, sin que la selección elegida tenga significado alguno.
Fig.1.88. Edificios de Carlos Gilardi.
Fig.1.89. Edificios de Antonio Escario.
Fig.1.90. Edificios de Roberto Pérez Guerras.
Fig.1.91. Edificios de José A. Nombela.
Fig.1.92. Panorámicas de los nuevos edificios de Benidorm.