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Transcript
112
EL CINE Y EL MAR
F a literatura
Spencer Tracy en «El viejo y el mar» por M. Fernández.
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Del cinema al aire libre
vengo, madre, de mirar
una mar mentida y cierta,
que no es la mar y es la mar.
Al cinema al aire libre,
hijo, nunca has de volver,
que la mar en el cinema
no es la mar y la mar es.
Rafael Alberti,
Marinero en Tierra, Verano.
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Miguel Fernández y Fernández
Cine Niza, sesión continua, programa doble, dos pesetas con cincuenta céntimos la entrada. Bien
recuerdo ese cine en mi Vigo natal, a finales de los años cuarenta
del siglo pasado: el ritual, el acomodador, las butacas nada cómodas, los silbidos y pataleos cada vez
que había un problema de enfoque
o algún corte imprevisto. Los más
pequeños veíamos la película de
pie, pues sentado, los adultos de
delante no dejaban ver.¡Qué emoción¡, no importaba qué película:
El Capitán Marvel, Fantomas, Tom
Mix, el Tanque Humano, a quién los
niños imitábamos con movimientos
rígidos de autómata de la época diciendo: «¡Soy el tancumano…!», con
la voz más aterradora que nuestras
tiernas gargantas podían emitir.
Sigo fiel a esa magia después de
tantos años, fiel a la fascinación de
la pantalla grande, a la inmersión
total en la historia que se ofrece
ante tu vista. Hoy en día, la posibilidad de verlo en casa proporciona
algo parecido, pero no es lo mismo.
Le falta la mística, el rito, la desconexión completa del mundo que te
rodea, la zambullida en las imágenes, porque el cine actúa de forma
contundente sobre el espectador:
La soledad, la oscuridad, el silencio coadyuvan a establecer, quizás
mejor que en una sala teatral o en
el propio hogar, un ambiente propicio para dejarse influenciar por una
narración, para recibir emociones,
para vivir pasiones prestadas, con
intensidad, con atención.
Es, en verdad, el cine un medio formidable para la expresión de los
problemas y de las relaciones del
hombre, así como un vehículo apropiado para estimular los recuerdos,
para ejercitar la imaginación sin
necesidad de largos párrafos verbales, prolijas explicaciones, aburridos monólogos o densos párrafos
literarios. La esencia del cine son
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las imágenes y poco gana si compite con la novela en la descripción
narrativa. Reflejar un estado de ánimo, algo que, por fuerza, requiere
una minuciosa explicación en una
novela, ha de poder expresarse en
imágenes con un gesto, una mirada,
un plano largo, un paisaje sugerente. En el momento en que el cine
contenga demasiadas explicaciones sobre lo que ocurre, sobre las
conductas de los personajes y sus
reacciones, deja de ser cine para
ser otra cosa, teatro filmado o literatura recitada. La diferencia entre
la obra literaria y la cinematográfica es que el cine no utiliza términos abstractos. Dices «atardecer»
y quienes escuchan o leen, pueden imaginar un escenario distinto
para cada receptor de ese mensaje,
cielos rojos o azules, nubes rosas,
amarillas, nubes obscuras borrascosas o, quizás, un firmamento limpio
degradándose. Necesitas el auxilio
de otras palabras para describir
qué clase de atardecer quieres llevar al ánimo del lector y, aun así,
lo que éste retiene o imagina nunca es igual. Pero si ofreces un atardecer en imágenes, será el mismo
para todos porque las imágenes son
concretas, se pueden ver.
El cine no parte de nada irreal, pues
todo lo que emplea procede del
mundo sensible que nos rodea, de
la naturaleza que vivimos; se compone de imágenes que son reales,
visibles, para ofrecernos películas
que utilizan los medios del teatro y
los propios del cine, actores, puesta en escena, etc. y se sirven de la
cámara para reproducir lo que el
guión y el director obligan a que
suceda ante el objetivo, aunque se
llegue incluso utilizar las imágenes
para componer un lenguaje onírico, a introducir sugerencias metafísicas, a manejar simbolismos.
En el cine, como en el teatro y la
literatura, se viven vidas ajenas que
llevan a un mejor conocimiento de
uno mismo, a un enriquecimiento
y fortaleza personal, sin necesidad
de desangrarnos día a día en experiencias desagradables, sin dejarnos la piel en el camino de la vida.
Gracias a él podemos meditar sobre hechos que jamás hubiéramos
vivido, reflexionar sobre conductas que, propiamente presentadas,
deberían enriquecernos y hacernos
más fuertes en poco tiempo, como
si tomásemos dosis concentradas
de vitaminas de conocimiento, inyecciones de experiencia.
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EL MAR
Quizás, para el hombre, el mar sea
solo una palabra y lo que sucede
dentro de él, sea necesario contarlo con palabras, antes que trasladarlo a imágenes. Nada tiene sentido en la contemplación del mar
si no es la propia vida del hombre,
esa medida de todo lo que vive. El
Génesis apunta que el espíritu de
Dios caminaba sobre las aguas y el
piélago albergaba el origen de todas las cosas. Pero el mar no tuvo
voz hasta que el hombre lo quiso,
y le dio nombre a las nubes y los
vientos. Era una inmensidad salada hasta que lo surcó y decidió que
navegar es necesario y vivir no lo
es, hasta que extrajo sus cosechas
de peces de su vientre inagotable,
hasta que lo convirtió en la estrada
de los sueños, en avenida de esperanzas, en flujo y reflujo de ideas
y conocimientos, en manifestación
del poder de las naciones, símbolo
de riqueza, manantial de poesía, de
drama, de nostalgia.
Ha sido el mar, a lo largo de los
años una enorme fuente de inspiración para la industria del cine,
sirviendo de telón de fondo para
enmarcar conflictos humanos,
arriesgadas empresas, sueños y
aventuras: Los descubrimientos
transoceánicos de españoles y portugueses, las incursiones de vikingos, los enfrentamientos entre las
F a literatura
EL CINE
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EL CINE Y EL MAR
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potencias navales de las distintas
épocas, los naufragios, las islas
misteriosas, los cofres enterrados,
las guerras mundiales con su lucha
por el dominio del mar o la conquista de las profundidades marinas. En
todos ellos el cine actúa como un
medio formidable para la expresión
de los anhelos, frustraciones y relaciones del hombre con el hombre
y con el medio. Relaciones que se
ven llevadas a sus límites por la interacción del mar, por la presencia
ominosa del horizonte misterioso y
de fuerzas desconocidas que, dando rienda suelta a la fantasía, elevan la tensión dramática a límites
increíbles.
F a literatura
Para hacer cine del mar, sobre el
mar, con el mar, el espectador quiere ver reflejados en la pantalla sus
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inquietudes, sueños o neurosis, sus
problemas cotidianos. El mar es escenario, es el teatro donde sucede
el teatro. El mar condiciona, deforma, exacerba las pasiones, los sentimientos, templa el espíritu, puede
sacar lo mejor de nosotros o puede
hacernos caer en la más baja abyección moral, hacer que recurramos a
nuestras más primitivos instintos,
cuando de lo que se trata es de sobrevivir. El mar trastorna, afecta, no
deja indiferente. La planificación sucesiva, la escena, el espacio, la luz,
el movimiento de actores y cámara construyen la esencia del propio
drama. La narración se complementa con los símbolos que apuntan
decididamente al ánimo del espectador. El mar condiciona el espacio
y la luz, constituye el marco, constriñe el movimiento de los actores,
proporciona elementos simbólicos…
los monstruos marinos, los naufragios, la soledad, el esfuerzo, el valor. La nave, casi siempre hay una
nave, condiciona la cámara, que ha
de moverse en un espacio limitado
por cubiertas, mamparos, bodegas,
camarotes, espacio donde se desarrolla el drama.
En el mar, bajo el mar y sobre el
mar con frecuencia actúa otro importante elemento dramático adicional: La guerra, que eleva la tensión, somete a los protagonistas a
separaciones, renuncias, situaciones extremas, los fuerza a tomas de
decisiones rápidas, inmediatas ante
el peligro, ante la muerte. Cine,
guerra, mar y aventura se mezclan
para ofrecernos inolvidables espectáculos, imágenes imperecederas
Van Heflin en «Bajo diez banderas», por M. Fernández.
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Miguel Fernández y Fernández
que nos hablan de heroísmo,
valor, miedo, tiranía, opresión,
de la naturaleza del hombre, en
un teatro que es el cine, donde
se ve otro teatro, el mar, donde
hay otro teatro, la nave, donde
viven, sufren y aman unos actores. Todo ante nuestros asombrados ojos.
Hacer aquí historia de los filmes
de mar sería una ardua tarea.
Para poner todo lo anterior en
evidencia y para mostrar lo que
he tratado de esbozar hasta ahora, me voy a limitar a comentar
esta pequeña muestra de seis
películas
Es una película de 1960, basada en la historia real del Crucero
Auxiliar «Atlantis» de la Marina
alemana y en sus actividades en el
Atlántico, contra el tráfico mercante aliado, durante la segunda GM,
años 1940 y 1941. La protagonizan
un excelente Charles Laughton en
el papel del Almirante inglés, obsesionado por cazar al buque fantasma y Van Heflin en un, más que
correcto, capitán del buque. La dirigió Duilio Coletti y produjo Dino
de Laurentis.
Durante la presentación de los títulos se anticipa el ambiente que
va a dominar la película: destructores en alta mar, cañones, torpedos,
impactos, incendios… El drama se
centra en dos espacios cerrados: En
tierra, el Almirantazgo, marinos de
uniforme, actividad incesante, teletipos con noticias de guerra en el
mar; a muchas millas, perdido en
el océano, el barco, camuflándose
constantemente, escapando de la
persecución a que le somete la marina británica, cambiando sin cesar
de nombre y de bandera, amparándose en la inmensidad marina. Los
personajes principales: El Almirante
inglés busca a un enemigo al que
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respeta por su capacidad e inteligencia; el Capitán del buque, un
tipo idealista que se empeña en
practicar una guerra limpia entre
caballeros y en proteger a los prisioneros hechos, después de hundir a sus barcos. Ante la amargura de un capitán capturado que ve
hundirse su barco, le dice: «I am
sorry, but no casualties». Lo siento pero no ha muerto nadie. Guiños
cortos pero suficientes a la ley internacional del mar: Un barco abre
fuego después de haber izado bandera blanca; a los nazis fanáticos
(uno de los oficiales alemanes, John
Ericksson), a la pareja de judíos temerosa de ser descubierta, a los
delatores, a las acciones, a veces
innobles para sobrevivir, en el ambiente hostil del mar y de la guerra.
«¿Vamos a pararnos aquí, en medio
del océano?», le dice el segundo al
capitán, sintiendo el peso del mar,
de la soledad. Esa inmensidad del
mar que, en el Almirantazgo, también pesa, cuando con un bufido el
hosco almirante dice: Es como buscar una aguja en un pajar. La zona
es demasiado grande: «Too damn
big!». El duelo entre perseguidor y
perseguido abre un paréntesis para
ofrecer las peripecias del espionaje británico para conseguir los códigos secretos de situación de los
buques alemanes en la mar. Mar y
guerra condicionan vidas, hábitos,
lealtades, heroísmos. Guerra de caballeros. El Almirante: «Me gustaría
estrecharle la mano» y, finalmente:
«Si yo fuera él no escogería otra
forma mejor para acabar con mi
buque», al conocer que el Capitán
de «Atlantis» había ordenado su
hundimiento ante su inminente
captura. El verdadero comandante
del Atlantis fue el Kapitän zur See
(Capitán de Navío) Bernhard Rogge
que, licenciado sin cargos después
de la guerra, volvió a entrar en la
Bundesmarine en 1957 y con el
rango de Contralmirante, sirvió en
destinos de la OTAN retirándose
en 1962. Reconocimiento al honor
y buen hacer de un profesional. El
que guste de la estética moderna
del antihéroe, el que goce con la
ausencia de ética de los personajes
habituales del cine de hoy, mejor
que no trate de verla.
F a literatura
BAJO DIEZ BANDERAS
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EL CINE Y EL MAR
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MAR CRUEL
Esta película de 1953, procede de
un clásico de la literatura del género de aventuras en la mar, de
la excelente novela de Nicholas
Monsarrat del mismo título, que es
un canto a la dignidad del oficio del
hombre de mar al servicio de las
armas en un buque de guerra. Un
oficio arriesgado, lleno de peligros
que se arrostran con la naturalidad, entereza y responsabilidad de
quien sabe que forman parte intrínseca de su profesión. La novela original está ambientada en la Batalla
del Atlántico y ofrece una cumplida descripción de la vida a bordo,
relatando con gran exactitud y verismo, como pocos escritores han
conseguido, quizás solo Conrad,
las terribles tormentas en la mar.
La película, dirigida por Charles
Frend, comienza con unas buenas
imágenes, reales de alta mar para
pasar al armamento y alistamiento
de la Corbeta «Compass Rose» cuya
misión será la protección de convoyes en el Atlántico norte. Pronto
se ve que el enemigo es algo más
que los submarinos, es el mar,
duro, frío, inhóspito, arrasado de
tormentas que golpea a todos por
igual. Este marco es el teatro en el
que se desarrolla la acción, siempre
presidida por el Comandante del
buque, Ericsson (Jack Hawking) que
muestra el sobrio liderazgo de los
héroes clásicos. Muestra, sin embargo, un perfil de hombre normal,
que situado en el centro del drama,
en medio del mar y de la guerra se
transforma en un héroe de nuestros
días. A su alrededor sus oficiales y
su tripulación. No hay en esta película enfrentamiento de caracteres. El mar y la guerra proporcionan argumento suficiente para que
la trama se mantenga mediante las
explosiones, los naufragios, sollados atestados de heridos. El drama
fluye solo a golpe de imágenes. El
suspense se masca cuando paran
máquinas para recoger náufragos y
se quedan a la deriva, a merced de
los submarinos… Los ruidos a bordo
te pueden delatar ante los hidrófonos del submarino. Es suficiente reflejar la expresión angustiada, tensa
de los rostros de la dotación para
hacer llegar el drama al espectador.
Se repite la tensión con el atenazador dilema al que se enfrenta el
Corbeta «Compass Rose» en Mar Cruel. Originalmente fué la «HMD Crocus» de la Royal Navy.
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Miguel Fernández y Fernández
Comandante viendo a los náufragos de un buque amigo torpedeado, que, flotando en la superficie,
saludan alegres ante la expectativa inminente de ser rescatados: El
capitán sabe que el submarino que
persiguen está justo debajo de ellos.
Solo imágenes, con el sufrimiento,
la tremenda decisión, la corbeta
va a pasar sobre ellos, la distancia
en el ASDIC (así se llamó el primer
sonar de detección submarina en
Inglaterra) se acorta… 200 m, 100
m, el peso de la responsabilidad en
el rostro del Comandante, ¡fuego¡
las cargas de profundidad que revientan a todos con su explosión…
las gaviotas sobrevolando. La frase
más repetida en la película… «esta
mierda de guerra». La tragedia en
tierra es contada de forma eficaz
con pocas imágenes. Vuelven dos
miembros de la dotación a casa y
se la encuentran totalmente destruida por las bombas y la mujer
y novia muerta en el ataque de la
aviación. Imágenes siempre, eficaces. La boya sonora a la entrada de
la base naval, al ser tomada por babor señala las arribadas, el regreso
de la misión. Por estribor, las partidas, el futuro incierto entre las olas.
Después de transcurrir todo el film
sin mostrar a ningún alemán, con
ocasión de recoger a los náufragos alemanes supervivientes de un
submarino, el comentario: «Vamos
a ver la cara del enemigo» y la conclusión… «No son tan diferentes de
nosotros».
premios de la Academia al mejor director, historia original y fotografía
en B/N.
Cine de guerra y cine de mar rodado en 1944. Con soporte literario
sólido y con un mar recreado en
una gran piscina y algunos exteriores filmados en mar abierto. Buenos
diálogos, teatro casi puro. De hecho
tuvo un gran éxito en la radio de
la época. Aquí no hay héroes clásicos empuñando el sable al frente de
séptimos de caballería o elegantes
marinos componiendo imagen con
sus prismáticos de largo alcance
en la naval batalla. Se trata de un
grupo de personas «normales», aunque de diferente extracción y clase social, confinadas a los límites
de un pequeño bote salvavidas, en
cuyo interior se desarrolla el drama, enmarcado por la inmensidad
del océano y la crueldad de la guerra. Este hacinamiento, esta inevitable proximidad física, hace surgir
las diferencias de clase y muestras
de intolerancia religiosa y racismo
cuando se introduce el elemento
desencadenante de los sentimientos
encontrados. El bote recoge a un
marinero alemán, que luego se demuestra que es el comandante del
submarino que torpedeó al barco
en el que viajaban. Se produce un
cambio de actitud, desde los frívolos comentarios iniciales de la gente
rica, las opiniones civilizadas, tolerantes, democráticas y cumplidoras de la Ley internacional, optando por tenerlo como prisionero de
guerra, hasta que, acosados por la
dureza del mar, la sed, las privaciones y condicionados por la mayor
capacidad de liderazgo del alemán
que los llevaba al encuentro con un
buque de aprovisionamiento de su
país, terminan finalmente arrojándolo por la borda. Posteriormente la
destrucción del buque logístico por
aviones aliados hace que recojan de
nuevo a un marinero alemán y el
suspense del dilema se plantea de
nuevo. La imagen de los alemanes
no sale bien parada. En aquellos
momentos se necesitaban motivos
para que la sociedad los rechazase de plano pues había que ganar
la guerra. En dos ocasiones se dice
la frase: «Qué se puede hacer con
gente así». De todos modos es una
excelente película de mar, respaldada por la maestría de Steinbeck y
Hitchcock. A señalar las manos de
los náufragos alemanes asomando
por la borda…
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La dirigió el maestro del suspense
Alfred Hitchcock que se las arregla para su habitual cameo, apareciendo su reconocible silueta en
el anuncio de un periódico que fue
a parar al bote. Está basado en un
buen relato de John Steinbeck con lo
que el film arranca con dos buenas
credenciales. Lo interpretan, entre
otros Tallulah Bankhead, William
Bendix y John Hodiak. Obtuvo los
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F a literatura
NáUFRAGOS
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EL CINE Y EL MAR
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BILLY BUDD
(La Fragata infernal)
Es una película de1962. Producida
y dirigida por Peter Ustinov sobre la novela de Herman Melville,
con Terence Stamp, Peter Ustinov,
Melvin Douglas y Robert Ryan.
Ustinov dirige con acierto esta pieza basada en la famosa novela corta de Herman Melville, un clásico de
la literatura del mar, que dio origen
incluso a una ópera de Benjamin
Britten. En esta ocasión la película
está basada en esta pieza literaria
magistral, que le da una coherencia
y estructura sólida. Las imágenes,
en general, no desmerecen, consiguiendo que este enfrentamiento
entre el bien y el mal se vea bien
representado gráficamente. Las interpretaciones son muy eficaces, resaltando la de Ryan y la de ese viejo marinero encarnado por Melvin
Douglas, muy acertado y lejos de su
papel habitual de distinguido «gentleman» en comedias de enredo.
Las escenas de mar, del aparejo y
la maniobra a bordo proporcionan
el sabor marino. A señalar los coys
(las hamacas que servían para dormir y, una vez aferradas y dispuestas en las batayolas, amortiguaban
el impacto de los proyectiles enemigos) colgando balanceándose. Aquí
el escenario de la acción es coral,
a bordo del buque HMS Avenger, finales del siglo XVIII, marina inglesa. El mar está presente, condiciona
el teatro de la vida a bordo, la dotación es el coro que participa del
drama, condicionado por la jerarquía militar, las tradiciones y usos
navales y la dura disciplina a bordo,
impuesta por los marinos de la época y por la guerra, aquí en su enfrentamiento con Francia. La distancia a la metrópoli obliga a aplicar la
justicia de modo perentorio. Desde
el principio se anuncia el drama que
va a suceder inexorablemente, en
las escenas de crueles e inmotivados azotes a cargo del despiadado
Condestable de Cargo que impone a
una resignada marinería.
Billy es un ingenuo marinero cuya
honestidad choca con el cinismo
de sus compañeros y con la brutalidad del condestable John Claggart
(R. Ryan), un cruel profesional que
cree que solo el uso de la fuerza y
del terror ha de ser aplicado a la
marinería, en su mayoría antiguos
presidiarios y convictos. Claggart
acusa falsamente a Budd ante el
débil y dubitativo Capitán Vere (P.
Ustinov), Billy golpea a Claggart
que, inesperadamente, resulta
muerto. A pesar de su simpatía por
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Billy, el Comandante ateniéndose
a las ordenanzas, se ve obligado a
colgarlo. Quizás el juicio de Billy
adolece de su discurso literario y
las explicaciones caen por fuera de
lo que debe de ser el cine. Billy se
despide con las palabras: «Dios bendiga al Capitán Vere». La dotación,
presente en la ejecución según la
ordenanza, se niega a romper filas.
Un silencio ominoso se extiende por
la cubierta. El Capitán Vere se retira alegando «…Soy solo un hombre que tiene que hacer el papel de
Dios y del diablo». Cuando los oficiales con armas van a comenzar
a disparar sobre la desobediente
dotación que sigue inmóvil, suena
un cañonazo de un buque francés
que los ataca. El mascarón de proa
del Avenger flotando roto sobre las
aguas y el brazo uniformado del capitán asomando bajo una vela destrozada componen una última imagen de justicia poética con la que
termina el film.
EL VIEJO Y EL MAR
Basada en la pequeña novela que
escribió Ernest Hemingway en
1951. Fue filmada en 1958 y la interpreta Spencer Tracy, que no creo
que haya pescado un pez en su vida
y menos un gran marlín. Se barajaron varios nombres para el actor
principal, entre ellos Gary Cooper.
La verdad es que a éste lo veo más
como enjuto y seco granjero que
como pescador. Parece que también
Humphrey Bogart quiso adquirir los
derechos para hacer la película pero
no llegaron a un acuerdo. La dirigió
John Sturgess después de la renuncia de Fred Zinneman. El niño está
encarnado por Felipe Pazos.
Nadie puede negar el excelente relato de Hemingway, por cierto, su
última novela, pero la narración, la
voz en «off» fiel al original, de los
pensamientos del propio Tracy pesa
demasiado al permanecer constantemente en el filme. El cine es
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Miguel Fernández y Fernández
El film que, además, cuenta la entrañable relación del viejo con un
niño del pueblo que le admira y
ayuda, circunscribe la acción a la
cabaña miserable del viejo, a su pequeña barca de pesca y al mar. Ese
es el teatro para el sencillo, tremendo drama. De forma indirecta el film
demuestra lo difícil que es reflejar el
mar de forma correcta al no poder
filmar a Tracy pescando realmente
un marlín y lo difícil que es encontrar tiburones y marlines de tamaño adecuado. La música de Dimitri
Tiomkin ayuda en el monólogo-concierto de Tracy pero su contribución
no es suficiente para dar una imagen cabal de un auténtico pescador
en un mar auténtico. Nos quedará,
sin embargo, la poesía del texto de
Hemingway, los leones africanos
soñados, la hermosa amistad entre
el niño y el viejo pescador.
119
imagen y, en este caso, las imágenes fueron trucadas en una piscina
en su mayoría y filmadas en diversos lugares y luego empastando el
fondo con el primer término dando
lugar, sin demasiada fortuna, a un
producto que trata de mantener la
grandeza y la poesía de la novela
pero en el que el mar, no llega a ser
co-protagonista verdadero.
La película, siguiendo la novela de
Hemingway, relata el drama de un
viejo pescador que lleva 84 días sin
capturar un pez y, de repente, se
traga su anzuelo y cebo el pez más
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grande que haya visto en su vida.
Trata, por medio de la lucha con el
pez, el símbolo de la vida, de lo efímero de la fama y de la gloria, de la
fortaleza del espíritu humano, de su
capacidad de supervivencia, de la
necesidad de la fe en la superación
del dolor y de la grandeza de espíritu para vencer a la adversidad. El
gran pez, una vez al costado, acaba
siendo comido por los tiburones; su
enorme espina flota en la dársena
ante el comentario frívolo de las turistas.
Esta es una bella película de 1937
cuyas imágenes han permanecido
en mi subconsciente toda mi vida,
desde que la ví siendo un niño. La
dirigió Victor Fleming y en ella figuran enormes e inolvidables actores como Spencer Tracy (Oscar al
mejor actor) en el papel de Manuel,
el marinero portugués, Mickey
Rooney, magnífico cuando el director le impedía sobre-actuar, Freddy
Bartholomew, estrella infantil de la
época, en el papel del niño protagonista y que nunca volvió a cuajar
otra buena interpretación una vez
adulto, Lyonel Barrymore, uno más
del clan de los Barrymore, en el impresionante capitán del «We´re here»
(aquí estamos), Melvyn Douglas, el
distinguido padre de la criatura,
John Carradine, siempre eficaz, en
el marinero Long Jack. Y el mar,
siempre el mar, con un ambiente
bien recreado a bordo de la goleta, unas escenas de mar abierto, de
faenas a bordo, del oficio del pescador, convincentes, poéticas. De
las imágenes se desprende la huella
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CAPITANES INTRÉPIDOS
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EL CINE Y EL MAR
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Miguel Fernández y Fernández
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El film sigue con alguna libertad
(la edad del niño) la narración de
Rudyard Kipling en la que un joven insoportable y mal criado que
se cae de un trasatlántico, un gran
barco de pasaje, a la altura de los
Grandes Bancos, donde tradicionalmente se pesca el bacalao, es recogido por un pescador de un «dory»
perteneciente a la goleta «We´re
here». El «dory» es un bote pequeño con uno o dos marineros, una
vela sencilla y unos remos, amén de
los aparejos para pescar el bacalao
al anzuelo. Estibados en cubierta,
apilados, encajados uno en otro, se
arriaban al mar al llegar a la zona
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de pesca. Spencer Tracy (Manuel)
recoge al niño del agua, el cual tiene que permanecer, inicialmente
bien a su pesar, en la goleta los tres
meses que le quedaban de marea,
como un simple grumete. Durante
este tiempo se producen una serie
de relaciones interpersonales y de
hechos dramáticos que llevan a un
cambio de carácter y de actitud en
el muchacho. El mar enmarca una
vez más el teatro donde se mueven
los actores y marca con su huella
profunda su carácter, conducta, su
renuncia, su abnegación o su heroísmo.
Para este final, que podría ser para
el curioso lector que me haya seguido hasta aquí, el comienzo de
una hermosa afición a las películas
de mar, destaco algunas más de la
larga lista en las que el mar aparece
como co-protagonista.
El mundo en sus manos (1952) Raoul
Walsh.
Das Boot (1981) El Submarino.
Wolfgang Petersen.
Mobby Dick (1956) John Huston.
El Motín de la Bounty. Distintas versiones.
Piratas (1986) Roman Polansky.
El motín del Caine (1954) Edward
Dmytryk.
Duelo en el Atlántico (1957) Dick
Powell.
He pasado por alto estupendas y divertidas películas de aventuras, llenas de efectos especiales y fantasía,
como las del chocante y afectado
pirata Jack Sparrow pero, a pesar
de su indudable calidad como producto de entretenimiento, creo que
no encajan en lo que he querido
contarles.
F a literatura
que el mar deja en sus habitantes,
la resignación, el sacrificio, la distancia al mundo «civilizado» que te
obliga a tomar decisiones dramáticas de forma cotidiana, la renuncia
a la mentira, a las vanidades y a lo
superfluo.
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