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Iluminaciones / Argialdiak –5
Las «Cataratas» de John Berger
José Ignacio Aranes
Cataratas de luz
La intervención fue realizada sobre su cuerpo: sus ojos. Se trataba de su mirada y de
las luces que percibía alguien cuya destreza ejercitada respecto a lo visual le ha
permitido honrar lo que ve y convertirlo en su trabajo.
Sutil pero nada etéreo ni banal; soldado por unos años en su juventud; estudiante y
profesor de dibujo; periodista, narrador, poeta, autor de guiones de cine y obras de
teatro; marxista comprometido con la política y el realismo; crítico del mercado
consumista y de las diversas formas de explotación; observador sagaz de lo humano;
amigo de la tierra, la naturaleza, lo material y lo orgánico; viajero por Europa en
motocicleta, piloto activo a los ochenta años; independiente, libre…
Un escritor, pintor y crítico de arte como John Berger (Hackney, Londres: 1926), que
ha cultivado el saber mirar y el saber ver podría decir que su profesión es la de
iluminador, o, más ajustadamente, la de quien rastrea, identifica y deja paso a la luz,
acompaña su camino y señala sus creaciones.
Al británico John Berger, afincado en tierras galas desde hace tiempo: en un pueblo de
los Alpes, en la Alta Saboya (Quincy), le operaron de cataratas el año 2010, en París.
Fruto de esa experiencia nos ha dejado un libro breve en texto y largo en resonancias,
flanqueadas por las ilustraciones poderosamente expresivas multifocales del
creador de origen turco Selçuk Demirel, y aseguradas por la traducción pulcra de Pilar
Vázquez en la edición en castellano, publicada con tapas duras y una puesta en
página esmerada este año 2014 por Gustavo Gili.
El libro: Cataratas, está dedicado al equipo médico que se encargó de devolverle la
luz y eliminar lo nublado y oscuro como único fondo de sus dos ojos. «La luz, que hace
posible la vida y lo visible. […] La luz le presta a todo lo que ilumina, sea lo que fuere,
una cualidad prístina, de primicia, aunque en realidad, puede ser un mar o una
montaña tan viejos como el mundo».
Y con la luz le devolvieron los contornos y los colores, especialmente los azules puros.
«Es como si el cielo recordara sus citas con los otros colores de la tierra».
John Berger examina la diferencia de visión entre un ojo y otro: el sentido de las
distancias; la experiencia del aire, del espacio y del ámbito interior; las telas de
arpillera oculares y los espejos; el cielo de un azul insólito sobre París; la luz perlada;
la capa de «un rocío de luz…», hasta «las gotas de luz del alba».
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El renacimiento
Las
palabras escritas tras la operación del ojo derecho el 26 de marzo de 2010
testimonian la recuperación, el renacimiento que comenzó con la intervención
quirúrgica del ojo izquierdo, menos opaco. Avanza la luz. «El elemento aire se ha
transformado en el elemento luz. De la misma manera que los peces viven y nadan en
el agua, vivimos y nos movemos a través de la luz». «Es lo que viste primero, pero
nunca le diste nombre», sentencia.
Darle nombre, nombrar. Con la estampación de la palabra se hace visible la
conciencia, se conceptualiza la realidad. Cuando llega la palabra medida e inaugural
es como si se arreglara nuestro descuido por no haber sabido ver antes, por no haber
sabido reconocer. Se remedia una ofensa la de nuestra torpe ceguera ante la
generosidad de la vida y el mundo.
El papel blanco donde escribe Berger, dos días después de la operación, «es más
blanco» que los que se había acostumbrado a ver, salvo los de su infancia y la cocina
de su madre. Entonces, el blanco del fregadero, de la mesa y la porcelana «contenían
una promesa que hoy evoca esta hoja blanca», nos dice. Y confiesa a continuación
que sus ojos han abrazado la blancura del papel «como quien abraza a un amigo al
que hace mucho tiempo que no ha visto».
Junto a la valoración argumentada, del antes y después, Berger nos muestra un
ejercicio personal que representa la entrada de la luz caudalosa. Esto sucede una vez
trascurridos unos pocos días desde la cirugía ocular. Así, reproduce dos dibujos de
una flor: un pensamiento azul, trazados con buena mano por él mismo. En un caso la
flor está dibujada dos días antes de que fuera operado del ojo derecho y en el otro
apenas cuatro días más tarde. Frente al primero: lánguido y sin equilibrio, en el
segundo dibujo la presencia del color según puede apreciarse es vibrante, carnosa,
grácil y expansiva.
Registrar la sorpresa
Berger
no quiere ignorar el aprendizaje experimentado. Se refiere al triunfo de los
médicos y los enfermeros, al agradecimiento hacia ellos; a cómo constata la
devolución del talento a los ojos; al logro del esfuerzo y a la resistencia del cuerpo; a la
identidad anclada en el entorno, «entre las cosas». Y sobre todo lo demás, a la
conciencia del acto de ver y de lo que se ve: «los dos ojos, ambos rastrillos
levantados, registran una y otra vez la sorpresa».
La sorpresa, como el resultado de la receptividad y la disposición para el encuentro
con lo que se ve. Años antes de someterse a la operación de cataratas y de preparar
las notas que aquí comentamos, John Berger había escrito títulos que situaban y
desbrozaban sus áreas de interés, predominantemente visuales… Modos de ver
(1972) es ya un clásico: un ensayo hermenéutico que recorre imágenes del arte y de lo
que vivimos. Está disponible en Gustavo Gili (Barcelona: 2013).
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Y existe otro texto que toca de lleno, horada el territorio en el que estamos: Algunos
pasos hacia una pequeña teoría de lo visible. El trabajo se publicó primero en
Tertium (Ostfildern, Alemania: 1995), y posteriormente, acompañado de otros
artículos, puede leerse en su obra: El tamaño de una bolsa (Taurus, Madrid: 2004).
Pues bien, en este ensayo Berger parece adelantarse a lo que completaría con su
experiencia. «La razón de ser de lo visible es el ojo; el ojo evolucionó y se desarrolló
donde había luz suficiente para que las formas de vida visibles se hicieran cada vez
más complejas y variadas».
Podríamos, por nuestra parte, afirmar que la razón de ser del ojo es lo visible, más
bien. Y, a continuación, destacar el planteamiento de Berger acerca de lo que se ve: la
relevancia concedida a la receptividad para ver plenamente lo que se ve; la
significación del encuentro con lo visible, con las imágenes que son consecuencia del
diálogo, también en la pintura. «La cosa pintada habla, si nos paramos a escuchar». Y
en esta, la pintura, «lo que parece una creación no es sino el acto de dar forma a lo
que se ha recibido».
El sueño de entrar en las cosas
El registro
visual de la sorpresa que describe J. Berger en Cataratas procede de la
recuperación de la primera mirada, a través de la cual lo visible adquiere el sentido de
lo iluminado y de lo que nos ilumina; una significación que resuena, cuyo encaje entre
quien mira y lo que ve alcanza mayor plenitud (¿simbiótica?) en un doble movimiento
de comprensión, que individualiza lo enfocado y que lo integra en su contexto.
Precisamente, de esta facultad para mirar y ver nos habla Berger en un pasaje de
Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible, cuando nos hace partícipes
de un sueño que pudo tener: el de ser «un marchante de aspectos y apariencias»,
que había descubierto un secreto. «El secreto era entrar en lo que estuviera mirando
en ese momento un cubo de agua, una vaca, una ciudad (como Toledo) vista desde
arriba, un roble y, una vez dentro, disponer del mejor modo posible su apariencia.
Mejor no quería decir hacerlo más bonito o más armonioso, ni tampoco más típico, a
fin de que el roble representara todos los robles. Sencillamente quería decir hacerlo
más suyo, de modo que la vaca o la ciudad o el cubo de agua se convirtieran en algo
claramente único. […] El secreto para introducirse en el objeto y reordenar su
apariencia era tan sencillo como abrir la puerta de un armario. Tal vez simplemente se
trataba de estar allí cuando la puerta se abriera sola. Pero cuando me desperté, no
pude recordar cómo se hacía y me quedé sin saber cómo se entra en las cosas».
¿Cómo se entra en las cosas? Quizás Berger reencontró esa facultad la de percibir e
introducirse en las cosas 15 años después de trasladar a los lectores su sueño, al
superar la operación de cataratas, cataratas de luz y tinieblas. Y si fuera así: ¿Habrá
mantenido ese talento? ¿Le acompañará la capacidad para presenciar la revelación de
lo originario? ¿Incluso si los mensajes y el temblor reposan en el aire nacarado?
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Dirigimos las preguntas al universo de John Berger, pero somos muy conscientes de
que esos interrogantes, desplazados como nubes a espacios ajenos, en realidad
permanecen también ahí arriba, justo encima de nosotros, y a veces dentro.
¿Habremos entrado en las cosas? ¿Y en nosotros? ¿Contaremos por tanto con la
lucidez como secreta e insustituible compañera?
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