Download Gloria del Olivo - P. Alfonso Gálvez

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Transcript
De la Gloria del Olivo
El Mayor y Mejor guardado Secreto de la Iglesia Postconciliar
1. Introducción
De la Gloria del Olivo, traducido del latín De Gloria Olivæ, es el lema
que la lista de Papas de la llamada Profecía de San Malaquías atribuye a
Benedicto XVI.1
Advierto de antemano que no voy a insistir en lo ya dicho en mi
ensayo sobre Pedro Romano. Es bien sabido que es ésta una profecía de
carácter privado (aunque reconocida como seria), y de ahí que no goce
de sanción oficial alguna. Por otra parte, tampoco ha sido nunca
aprobada ni rechazada por la Iglesia. Por lo que existen razones para
que cualquiera se sienta libre de aceptarla o rechazarla. Tampoco
pienso repetirme en lo ya dicho de que nos encontramos dentro del
ámbito de las hipótesis, por lo que resulta innecesario insistir en que no
pretendo establecer demostración alguna. Con lo que queda abierto el
campo a las variadas y diversas opiniones u objeciones que los lectores
puedan ofrecer, dentro del acostumbrado y mutuo respeto que siempre
suele guardarse entre personas serias.
Bien entendido que lo dicho en cuanto a que nos encontramos en
el terreno de las hipótesis se refiere solamente a la interpretación del
lema De la Gloria del Olivo con respecto a la persona de Benedicto XVI,
así como al entorno de su Pontificado.
Pero de ningún modo en cuanto al juicio sobre el pensamiento
del Cardenal J. Ratzinger y las consecuencias de su Pontificado una vez
convertido en Papa Benedicto XVI.2 Las reflexiones aquí expuestas son
Acerca de la credibilidad de esta profecía y de sus orígenes históricos, puede verse el
breve resumen contenido en mi estudio sobre Pedro Romano, Introducción y Primera Parte.
2 Lo que se va a decir aquí sobre el pensamiento de J. Ratzinger vale igualmente para el de
Benedicto XVI. No se conoce ningún documento o alocución en los que el Pontífice hubiera
rectificado en lo más mínimo su pensamiento como Cardenal o en las etapas previas de su
1
fruto de un estudio serio y prolongado del tema, en la medida en que
ha sido posible a alguien que actúa movido por la buena fe y el amor a
la verdad. Con todo, sólo pretenden mover a reflexión a las personas de
buena voluntad y carentes de prejuicios, a fin de que las consideren si lo
juzgan oportuno con el fin de establecer sus propias conclusiones. Y
contando siempre, por supuesto, con la falibilidad de los juicios
humanos y el amor a la verdad por parte de unos y de otros.
Dicho esto, aún conviene añadir que el tema a tratar es tan
delicado como para esperar de antemano que su enfoque será rechazado
por la mayoría de los lectores. Muchos de los cuales, movidos a
escándalo, se apresurarán a arrojarme a los leones. Todo ello debido a
que lo que significa la persona de J. Ratzinger--Benedicto XVI, unida al
conjunto de su Pontificado, es un tema casi enteramente desconocido por la
inmensa mayoría de los católicos.
Es bien conocida la aureola de bondad, sabiduría y excelencia
que se fue creando en torno a su persona después de su renuncia al
Papado. Sin embargo, aun sin negar para nada la veracidad de las
cualidades que se le atribuyen, estoy convencido de que mucho ha
contribuido a la creación de la aureola la Propaganda del Sistema, bien
conocedora por cierto de la naturaleza humana. A medida que
transcurría el Pontificado de su sucesor, el actual Papa reinante
Francisco, y conforme aumentaba el descontento del sector de católicos
llamados tradicionalistas, así como el estupor de la inmensa mayoría
restante incluidos a la vez progresistas y neocatólicos, la comparación
entre uno y otro se imponía.
El Papa Francisco, que aparecía como Papa malo para unos y
como Papa desconcertante para otros,3 fue dando lugar en una gran masa
de católicos a un sentimiento de añoranza con respecto al Papa
dimitido. Ante lo reconocido para algunos como alguien encuadrado
dentro de la categoría de Papa rechazable, pronto fue apareciendo otro
contrapuesto como incluido en la de menos mala para pasar enseguida a
la de buena e incluso pronto a la de muy buena. La psicología de masas
vida.
3 El adjetivo desconcertante puede ser tomado aquí en variados sentidos. Si para muchos ha
significado admiración, para otros ha significado asombro y confusión. De todos modos,
desconcertante para todo el mundo.
actúa así, por más que lo haga de un modo inconsciente.
El hedonismo reinante en la sociedad occidental, junto al
absoluto rechazo de todos los valores cristianos que ha desembocado en
una general apostasía, ha conducido a la gran masa de católicos a pactar
una opción ---más o menos consciente--- con la mentira y adoptar una
actitud contraria a todo lo que suponga lo que ordinariamente se llama
complicarse la vida. Así se ha dado lugar a que el mayor número de
católicos haya pasado, sin plantearse problemas, a formar parte de una
Nueva Iglesia regida por los principios de la teología progresista. La
insignificante circunstancia de que tal Iglesia sea o no la fundada por
Jesucristo les importa un bledo, si queremos hablar in roman paladino.
Por otra parte, la actitud de no complicarse la vida conlleva
necesariamente la pérdida de memoria, que es otra circunstancia que
induce a que nadie recuerde para nada el desastre que supuso para la
Iglesia el Pontificado del Papa Benedicto XVI. Un Pontificado que no
fue sino la culminación del empezado por Juan XXIII, que fue luego
continuado y amplificado en sus efectos por el de Pablo VI, superado
después por el de Juan Pablo II, para ser por fin apuntillado por el Papa
Francisco, según dicen los tradicionalistas al mismo tiempo que
aseguran que están amparados por la contundencia de los hechos.
El comentario que voy a exponer sobre el lema de La Gloria del
Olivo en cuanto a que corresponde al Papa Benedicto XVI, tiene su
principal fundamento en el huracán destructor que arrasó a la Iglesia
durante y a causa de su Pontificado (anunciado ya por los fuertes
vientos que comenzaron a soplar desde Juan XXIII). Una situación que
a su vez vino a significarse como la Víspera de la Gran Desolación
ocurrida y consumada después bajo Pedro Romano, último de los Papas
según la Profecía de San Malaquías. Y dado que afirmación tan seria no
puede aparecer como fruto de ocurrencias arbitrarias subjetivas y sin
fundamento, por supuesto que va a requerir la aportación de una
diversidad de argumentos que traten de justificarla. Aunque teniendo
en cuenta, de todas formas, la necesidad de atenerse a la obligación de
resumir y compendiar, puesto que intentar otra cosa supondría un
grueso volumen cuya elaboración no es el objeto de este trabajo.
Tal intento, dentro de la introducción al presente Ensayo, supone
dos partes de las cuales es la segunda la más importante.
La primera de ellas, que como ya hemos dicho no es la decisiva,
se refiere a los hechos que definieron el Pontificado de Benedicto XVI.
No los vamos a referir sino de manera sucinta, puesto que son bien
conocidos a pesar de que, como ya dijimos arriba, hayan sido olvidados
por el común de los católicos.
En justicia no debe dejar de mencionarse, en plan de sincero
agradecimiento en este caso, la promulgación de su Motu Proprio
Summorum Pontificum (año 2007), por el que reglamentaba y restituía la
Liturgia Romana que había estado en vigor hasta el año 1962,
declarando la licitud de la Misa Tradicional que Pablo VI había
declarado (falsamente) como que hubiera sido abrogada.
Desgraciadamente el Motu Proprio apenas si tuvo consecuencias
prácticas, por la resistencia de los Obispos y la debilidad del Papa para
imponerlo. En general una característica muy propia de su Pontificado,
que la mayoría, precisamente por eso, consideraron frustrado por la
falta de decisiones positivas.
En cuanto a los hechos y sucesos desafortunados de su
Pontificado, nos limitaremos a mencionar, casi como de paso, la
continuación por su parte de la infausta política de Juan Pablo II sobre
los llamados Encuentros de Asís, y que bajo el pretexto de ecumenismo (a
todas luces falso), tanto daño y desolación ha ocasionado a la Iglesia.
Desde el momento de difundirse la doctrina según la cual todas las
religiones son válidas, y útiles igualmente como instrumento de
salvación, la identidad única y necesidad de la Santa, Católica, Apostólica
y Romana pasó a ser un cuento de hadas para el común de los católicos.
Decir otra cosa es faltar a la verdad.
No vamos a pararnos en cuestiones como el desgraciado asunto
de la gestión de las finanzas vaticanas que tuvo lugar bajo su
Pontificado, los escándalos suscitados a propósito del fundador de los
Legionarios de Cristo, las filtraciones de documentos de la diplomacia
romana y tantas otras que, si bien no se le pueden imputar
personalmente y de manera directa, no se puede decir lo mismo acerca
de muchas de sus estridentes declaraciones entre las cuales, como botón
de muestra, no vamos a recordar aquí sino la referente a la licitud del
uso de los preservativos en determinadas circunstancias.4
Pero todo eso, lejos de ser lo más importante, no es sino lo que el
pueblo llano calificaría como peccata minuta. Pues la verdadera
influencia de la persona del Papa Benedicto XVI radica en su
pensamiento. Sus teorías inmanentistas e historicistas sobre la Tradición
Viviente y la Hermenéutica de la Continuidad, y más que nada sus
doctrinas sobre la Evolución de los Dogmas (nada de fórmulas fijas,
puesto que toda verdad depende de las circunstancias del momento
histórico y de la reflexión del hombre sobre el dato revelado),
difuminaron una Doctrina que hasta entonces había sido considerada
como revelada, fija, inmutable, y fundamento de todo el basamento
sobre el que se levanta la Roca que es la Iglesia. Ahora el Edificio ya
podía tambalearse, como de hecho sucedió. Hablaremos de todo eso en
capítulos posteriores.
Como es lógico, y según tantas veces hemos repetido, todo esto
pasa desapercibido para el común del Pueblo cristiano. Como tampoco
se dan cuenta quienes añoran al Papa dimitido y rechazan al Papa
reinante, que en realidad no existe absolutamente ninguna diferencia
ideológica entre uno y otro:
Diarquía o no, lo cierto es que no hay argumentos para subrayar en
exceso la discontinuidad entre ambos pontificados. Es cierto que las formas, a
las que volveremos a aludir, marcan una gran distancia entre el que fuera
profesor universitario alemán y el jesuita porteño. Pero tampoco cabe olvidar las
líneas maestras de la actuación de Bergoglio al frente del episcopado de Buenos
Aires al que fue elevado por Juan Pablo II en 1992 (y al cardenalato en 2001),
descritas magistralmente en artículos y libros como los de Antonio Caponneto.
Que el perfil doctrinal del entonces cardenal Bergoglio era, en muchos aspectos,
muy semejante al de Joseph Ratzinger lo afirmaba Giorgo Bernardelli en
Febrero de 2013; es decir, antes de que Bergoglio se convirtiera en Francisco. No
es necesario, pues, recurrir a las fantasías y a las conspiranoias para detectar
que, por debajo de las enormes diferencias de origen, carácter y formación, entre
Ratzinger y Bergoglio, late una profunda continuidad en la “operación
Hablar de algo permitido en ciertas circunstancias, o utilizando expresiones semejantes
como la de en caso de razones graves abren la puerta, como todo el mundo sabe, al uso
indiscriminado y arbitrario de lo que la gente desea.
4
sucesión” llevada a cabo entre Febrero y Marzo de 2013.5
Y por si a alguien le quedaba alguna duda, podemos valernos de
un hecho significativo, entre los muchos a elegir y escogido entre los
más recientes:
En el inquietante discurso que pronunció en la ceremonia de
erección de los nuevos cardenales (14, Febrero, 2015), el Papa Francisco,
manejando una original interpretación de los textos evangélicos,
delimitó claramente las dos facciones distintas que las decisiones que el
Sínodo de la Familia del próximo Octubre 2015 previsiblemente van a
provocar en la Iglesia. Del discurso parece desprenderse que el Papa
Francisco, incluso conociendo el peligro de la situación según algunos
deducen de sus palabras, está decidido a establecer una nueva doctrina
que nada tiene que ver con la Ley divina ni con la Tradición. Por lo que,
a no ser que Dios intervenga, la posibilidad de un cisma se vislumbra
en el horizonte. Por más que la cristiandad, una vez más y como
siempre, ni siquiera parezca haberse enterado.
El llamado Papa Emérito Benedicto XVI estuvo presente en la
ceremonia y escuchó el discurso. Pero nadie fue capaz de percibir en su
persona, ni en ese momento ni tampoco después, el menor gesto de
disconformidad o la más mínima palabra de recusación. De manera que
hechos están ahí, como para hacer pensar a cualquiera.
--------------
2. Pensamiento de J. Ratzinger--Benedicto XVI
Por más que pese a sus entusiastas, cuyo conocimiento de la
realidad de los hechos suele ser más bien escaso, el Pontificado de
Benedicto XVI agravó la crisis que sufría la Iglesia, que ya había
comenzado desde el Concilio y que luego alcanzó su culminación con el
del Papa Francisco.6 El común de los fieles suele leer muy poco y no
anda muy avezado en la búsqueda de la verdad, por lo que desconoce
el pensamiento de los que realmente hicieron el Concilio (y de todo el
5
Padre Ángel David Martín Rubio, en adelantelafe. com, 12, Febrero, 2015.
Hablar de crisis dentro de la Iglesia no deja de ser un eufemismo. Lo que ha ocurrido en realidad es
la sustitución de la Iglesia de siempre por otra Iglesia Nueva.
6
conjunto de sus padres en la fe, los filósofos idealistas alemanes).
Tampoco es muy profundo su conocimiento acerca de la influencia que
el pensamiento filosófico ejerce en la vida de la sociedad (en realidad es
lo que la determina), por lo que no tiene constancia del papel decisivo
que el pensamiento idealista--inmanentista de J. Ratzinger ha
desempeñado como concausante de los presentes problemas que sufre
la Iglesia. Nadie es más atrevido que quien ignora, y el Sistema lo sabe
bien, como buen experto que es en el arte de manejar la mentira y de
conducir a las masas.
Lo que no impide que existan bastantes puntos que anotar en
favor de Benedicto XVI. Fue él quien liberó la Misa Tradicional,
después de cuarenta años de haber permanecido ilícitamente prohibida
(Pablo VI declaró falsamente que había sido abrogada). Levantó las
dudosas excomuniones que habían sido lanzadas contra los cuatro
Obispos de la Sociedad de San Pío X. Y ordenó hacer las pertinentes
correcciones de los errores contenidos en las traducciones vernáculas de
la Misa del Novus Ordo. 7 Después de su renuncia hizo algunas
declaraciones en contra del intento de administrar la Sagrada
Comunión a los divorciados y vueltos a casar (adúlteros). Son muchos
los que ponderan sus esfuerzos por poner a tono el Concilio y presentarlo
como en continuidad con la Tradición, tarea para la cual elaboró su
teoría de la hermenéutica de la continuidad que luego rectificó y completó
con la de la continuidad en la reforma.
Si bien, desgraciadamente, este último punto está en flagrante
contradicción con todos sus escritos anteriores (nunca rectificados) y
con la continuidad de sus actuaciones. Una cuestión muy discutida
acerca de la cual hablaremos después. Algo parecido habría que decir
acerca de algunos intentos suyos en los que parecía rectificar ciertos
puntos fundamentales de su doctrina referentes a la Redención y la
Pasión de Jesucristo. Tampoco parece nada claro que su pensamiento
haya cambiado acerca de esta cuestión a la que ahora mismo vamos a
dedicar alguna consideración.
Según Bernard T. de Mallerais, la ofrenda de las penas de cada
La más importante de todas fue la del obligado cambio del pro omnibus (que contradecía
abiertamente a los textos revelados) por el pro multis. Aunque la mayoría de los Obispos hicieron
caso omiso del mandato. La Conferencia Episcopal Española, después de tan gran número de años,
sigue sin corregir el grave defecto de las palabras de la consagración.
7
día, recomendada por él en su Spe Salvi (n. 47), es vista por el autor más
como una compasión que como una expiación propiamente dicha, la
cual incluso estaría marcada por un aspecto malsano:
La idea de poder ofrecer los pequeños sufrimientos diarios atribuyéndoles
un sentido, fue una forma de devoción que, si bien hoy día ya se practica menos,
ha estado vigente hasta hace no demasiado tiempo. En esta devoción existían
cosas exageradas y quizá hasta incluso perjudiciales; aunque vale la pena
preguntarse si algo de esencial que pudiera servir de ayuda no podría estar
contenido en ellas de alguna manera. ¿Qué quiere decir ``ofrecer''? Estas
personas estaban convencidas de poder insertar en la gran compasión de Cristo
sus pequeños dolores, los cuales entraban así a formar parte del tesoro de
compasión del que el género humano tiene necesidad... y de contribuir a la
economía del bien y del amor entre los hombres. Quizá podríamos preguntarnos
si tal cosa no podría convertirse en una perspectiva razonable también para
nosotros.8
Pobre justificación ---si es que se trata de una justificación--- al
auténtico pensamiento de Ratzinger sobre el Sacrificio Expiatorio de
Cristo. Según el futuro Benedicto XVI (que no consta que se haya
retractado de sus escritos), a partir de San Anselmo (1033--1119) la
piedad cristiana ha visto en la cruz un sacrificio expiatorio. Pero se trata
de una piedad dolorista. Por otra parte ---sigue diciendo Ratzinger--- el
Nuevo Testamento no dice que el hombre se reconcilia con Dios, sino
que es Dios quien se reconcilia con el hombre (2 Cor 5:18; Col 1:22)
ofreciéndole su amor. Que Dios exija de su Hijo un sacrificio humano es
una crueldad que no está conforme con el mensaje de amor del Nuevo
Testamento.9
Por si quedaba alguna duda, añadamos otro texto del
pensamiento de Ratzinger:
Ciertos textos de religión parecen sugerir que la fe cristiana en la cruz
Spe Salvi, n. 40, citado por Bernard T. de Mallerais, en La Foi Au Péril de la Raison, pag. 96, en La Sel
de la Terre, n. 69, de quien voy a tomar algunos de los textos de Ratzinger traídos por él a colación de
sus obras pasadas al francés (las traducciones al español son mías).
9 J. Ratzinger, La Foi chrétienne hier et aujourd´hui, pags. 197--199. Sólo amor y nada más que amor.
Nada de expiación ni muerte por el pecado (el cual prácticamente no se nombra nunca). Es postura
general del Modernismo la de negar la Muerte expiatoria de Cristo a causa del pecado. No admite la
idea de un Dios Padre al que considera exigiendo la muerte de su propio Hijo, como si fuera un
Moloch sediento de sangre. Por eso insiste Ratzinger en que Cristo nos redime exclusivamente con
su amor, expresado en el abandono de la Cruz. Con respecto al Camino Neocatecumenal, que
sostiene esta misma doctrina y la practica en su propio culto, cabe decir que nada tiene de extraño
que fuera el mismo Benedicto XVI quien aprobara ampliamente y bendijera sus Constituciones.
8
representa a un Dios cuya justicia inexorable ha reclamado un sacrificio
humano, cual es el de su propio hijo. Ante lo que no cabe sino apartarse con
horror de una justicia cuya sombría cólera resta toda credibilidad al mensaje del
amor.10
Pero esto no es sino un botón de muestra. Habría que hacer un
recuento de la obra ratzingeriana a través de toda su re--interpretación
(disolución) de las partes fundamentales de la teología católica. Gracias
a cuya labor, ayudada a su vez por la de colaboradores próximos como
Karl Rahner y Henry De Lubac, la Doctrina Católica ha sido absorbida y
fagocitada por la teología progresista modernista, que es la que está
sirviendo de fundamento a la Nueva Iglesia.
J. Ratzinger es un pensador que depende por completo de los
filósofos idealistas alemanes. Estudioso y entusiasta, desde sus años de
Seminario del agnosticismo de Kant (considerado el padre del
modernismo), sufrió luego la influencia del idealismo de Husserl, del
existencialismo de Heidegger, y de otros pensadores como Max Scheler
(teoría de los valores, personalismo cristiano), Buber, etc. Aunque quizá
habría que poner en primer lugar, dentro del terreno de las influencis,
al historicismo de Dilthey, que ejerció un influjo capital en su
pensamiento.
Por supuesto que llevar a cabo una relación, siquiera resumida,
de la totalidad de su obra, supondría un extensísimo estudio que
rebasaría con mucho los fines y el objeto de este trabajo. Habremos de
limitarnos, por lo tanto, a la exposición de los dos puntos principales en
la obra de J.Ratzinger--Benedicto XVI que han sido decisivos en la
creación de la Nueva Iglesia: su colaboración e influjo en los
Documentos del Concilio Vaticano II y sus tesis historicistas. Estas
últimas determinantes, a su vez, de sus doctrinas sobre la evolución de
los dogmas y su re-interpretación de las dos Fuentes de la Revelación, a
saber: la relectura de la Biblia (dependiente de la circunstancia histórica
y del sentimiento del hombre que interpreta), y la Tradición Viviente (que
ya no es una Tradición fija y ultimada, sino evolutiva y que se
desarrolla según el momento histórico y los sentimientos del hombre
actual). Acerca de lo cual podemos adelantar que el resultado no ha sido
otro sino el de la desaparición de las dos Fuentes de la Revelación del
10
J. Ratzinger, La Foi chrétienne hier et aujourd´hui, pag. 197.
horizonte de la Teología y de la Pastoral de la Iglesia.
No vamos a hablar aquí de su decisiva participación en la
elaboración de los Documentos conciliares, hecho bien conocido por
todos los historiadores y confesado repetidas veces por el mismo
Ratzinger. Ni de los resultados y consecuencias del Concilio como un
todo, que es un problema que se ha convertido en una de las cuestiones
más debatidas de la era postconciliar: catástrofe para la Iglesia, según
los tradicionalistas, y primavera eclesial para progresistas y neocatólicos.
Un debate que no deja de ser un misterio por su falta de sentido, en
cuanto que los hechos están ahí, duros como el sepulcro (Ca 8:6) y claros
como la luz del sol. El mismo Ratzinger--Benedicto XVI ha reconocido
varias veces la catástrofe postconciliar, si bien él la ha achacado siempre
a una mala interpretación del Concilio, dando origen así a su teoría de la
hermenéutica de la continuidad, hoy prácticamente abandonada.11
En un artículo escrito ante la apertura de la Cuarta Sesión del
Concilio, con respecto a la redacción del Esquema XIII, que luego se
convertiría en la Gaudium et Spes, decía Ratzinger:
Las formulaciones de la ética cristiana, por lo que atañe al hombre real
que vive en su tiempo, están revestidas necesariamente del espíritu de su
tiempo. El problema general, que consiste en que la verdad no se puede formular
sino históricamente, se plantea en ética con una acuidad particular. ¿Dónde se
acaba el condicionante temporal y dónde comienza lo permanente, a fin de poder
separar como se debe lo primero para dejar su espacio vital a lo segundo? He ahí
una cuestión que no se puede dar por resuelta ``a priori'' sin equívocos:
ninguna época puede decidir lo que es permanente si no es desde su propio
punto de vista.12
En cuanto a su teoría sobre la Tradición Viviente, se concreta de
una forma expresa en sus doctrinas sobre el Magisterio. En las que
asegura que el Magisterio de siempre debe ser interpretado desde el
Magisterio posterior o más reciente; cuando en realidad quiere decir
Hasta finales del siglo pasado, la Nomenklatura vaticana, a través de la teología y pastoral
progresistas, difundió con ahínco el eslogan post hoc, non propter hoc, con la pretensión de hacer creer
que la desolación de la Iglesia había ocurrido después del Concilio, pero no a causa del Concilio. El
eslogan no tardó en ser abandonado, una vez que se descubrió su condición de intento de tomadura
de pelo y de insulto a la inteligencia de los fieles.
12 J. Ratzinger, Der Christ und die Welt von heute, en J.B. Metz, Weltverständnis im Glauben, Matthias
Grünewald Verlag, Mainz, 1965, pag. 145. Citado por Bernard T. Mallerais, La Foi Au Péril De La
Raison, en Le Sel De La Terre, n. 69, pag. 21. (La traducción del francés es mía). Como dice Mallerais, lo
que dice Ratzinger sobre la ética es su misma doctrina sobre el dogma.
11
dejado sin efecto, como de hecho lo afirma expresamente en varias
ocasiones, dejando así en entredicho su famosa doctrina de la
continuidad. Para Ratzinger, la Constitución Gaudium et Spes, es también
un auténtico Anti--Syllabus. Y en cuanto a los errores condenados por
Pío IX, que en realidad responden según él a circunstancias históricas
del tiempo de ese Pontífice, han dejado de tener validez. Lo mismo
podría decirse de las definiciones dogmáticas de Trento sobre la
Eucaristía y la Misa, habida cuenta de que los conceptos tomistas en los
que se fundan (como las categorías de sustancia y de accidente en los que
se basan) ya no son reconocidos por la filosofía y el pensamiento
modernos. La Filosofía--Teología de Santo Tomás responde
adecuadamente a su época, aunque indudablemente ya no puede
decirse lo mismo con respecto a la actual. Etc., etc.13 Como cualquiera
puede ver, según estas doctrinas, cualquier doctrina del tiempo pasado
se puede invalidar desde el punto de vista del tiempo presente. Y dado que este
razonamiento se puede repetir en cadena e indefinidamente, llegamos a
concluir que solamente podemos sostener que jamás podremos estar
seguros de nada.
Ya hemos dicho más arriba, puesto que aquí no se puede
pretender resumir toda la obra de Ratzinger, que sólo íbamos a intentar
exponer algunas de las ideas más fundamentales de su pensamiento, o
las meramente necesarias para entender la interpretación del lema de la
profecía de San Malaquías De la Gloria del Olivo. Son aquéllas que más
han contribuido a una situación de la Iglesia de la que él, efectivamente,
no ha sido el causante de su comienzo. Pero que han conseguido llevar
la Barca de Pedro hasta un momento que puede ser considerado como
el preludio del punto culminante alcanzado durante el reinado del Papa
Francisco.14
Pretender que doctrinas como la conciliar sobre la libertad religiosa, como hace en su seguimiento
toda la teología progresista actual, se encuentran en continuidad con todo el Magisterio preconciliar,
solamente podrá ser admitido por quienes no sepan leer o no conozcan nada de la Historia de la
Iglesia de los dos últimos siglos.
14 No vamos a tratar aquí el problema de su actuación como Papa Emérito. J.Ratzinger--Benedicto
XVI es un eminente teólogo que sabe que la Doctrina Católica sobre el Gobierno Monárquico de la
Iglesia, confiado a Pedro y a sus sucesores en la persona de Un solo Pastor, Vicario de Cristo y sucesor
del primero de los Papas, es una Doctrina de Fe. No existe, por lo tanto, la institución de Papa
Emérito, puesto que una vez fallecido el Papa su persona como Papa pasa a ser una figura histórica.
En cuanto al caso de renuncia, si bien sigue subsistiendo la persona física de quien ostenta el
Pontificado, su papel como Papa ha desaparecido por completo. Al contrario de lo que sucede con un
13
Solamente nos resta decir algo, como observación importante y a
título de mera nota adicional, acerca del inquietante problema de la
renuncia de Benedicto XVI.
Mucho se ha escrito, y mucho se seguirá escribiendo, sobre este
importante tema, tan envuelto en el misterio y del que únicamente se
sabe con certeza que fue una renuncia voluntaria motivada solamente
por motivos personales, según afirmaciones expresas y escritas del
mismo Pontífice.
Las cuales no han conseguido, sin embargo, eliminar la
incertidumbre sobre una renuncia que está siendo lamentada todavía
por muchos. Y de la que es necesario admitir que las circunstancias que
la rodean no han contribuido precisamente a disipar las dudas de casi
nadie.
¿Fue voluntaria y libre tal renuncia...? En realidad todo parece
indicar que sí. Lo cual, aun admitido prácticamente por casi todos, no
impide desvanecer un resto de atmósfera que envuelve el caso en un
cierto misterio. Y como es lógico, puestos a opinar, sólo queda el
camino de la formulación de hipótesis y la posibilidad de que cada cual
elija la más razonable según su parecer.
En cuanto a la mía propia, acerca de la cual carezco de prueba
alguna como ya puede suponerse, gira alrededor de que la renuncia le
fue impuesta a Benedicto XVI.
Aunque también es necesario añadir que estoy convencido de fue
aceptada por él voluntariamente, como parece desprenderse con
claridad de sus palabras y de su conducta posterior. Lo cual elimina
toda posibilidad de hablar de una renuncia nula, dado que su
consentimiento la hace absolutamente válida.
Cabe preguntar, sin embargo, en el caso de que tal hipótesis fuera
acertada, acerca de quién impuso al Papa tal renuncia hasta el punto de
hacer que la aceptara...
Con lo cual sólo aumentaremos el número de cuestiones que
llenan el arcón de las que seguramente quedarán para siempre sin
Obispo que ha cesado en su jurisdicción, que no obstante sigue siendo Obispo y puede ser llamado
legítimamente Obispo Emérito. Dado que Benedicto XVI es conocedor de que la convivencia de dos
Papas contribuye a confundir a los fieles, así como a promover la idea de un gobierno colegial en la
Iglesia (las doctrinas que abogan por tal forma de gobierno, como las conciliaristas, han sido
condenadas desde los primeros Concilios hasta el Concilio Vaticano I), resulta bastante difícil
explicar de forma convincente su comportamiento.
resolver. Sin embargo, si alguien fuera capaz de responder a ésta
pregunta, es probable que hubiera llegado a saber quién está
contribuyendo hoy realmente a conducir el rumbo de la Nave de San Pedro.
Aunque podemos estar bien seguros de que la pregunta va a
quedar sin respuesta, quizá durante mucho tiempo. Y además, como el
mayor y mejor guardado secreto de la Iglesia postconciliar.
------
3. De la Gloria del Olivo
Antes de comenzar el comentario al lema De la Gloria del Olivo,
contenido en la Profecía de San Malaquías y referido al Papa Benedicto
XVI según la enumeración allí contenida,, conviene tener en cuenta que
el lenguaje profético no se ha hecho para que lo entienda todo el
mundo. Incluso puede suceder, cosa que parece normal dentro de lo
que significa el carisma de profecía, que haya sido formulado para ser
entendido por muy pocos o incluso por nadie, a pesar de que está ahí y
bien patente a veces: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del
Reino de Dios; pero a los demás, sólo a través de parábolas, de modo que viendo
no vean y oyendo no entiendan.15 Las profecías de Jesucristo acerca del fin
del mundo son claras y enteramente inteligibles, y las señales de las que
en ellas se habla tienen poco de misterioso y sí mucho de clamorosas y
de patéticas: a pesar de lo cual no serán reconocidas prácticamente por nadie.
Pero incluso esto último también está anunciado que sucederá así.
A veces Jesucristo habla proféticamente con la expresa intención
de que lo entienda quien pueda. Algo así como si se dijera, quien pueda
cogerlo, que lo coja. De tal manera que se sobreentiende que puede haber
alguien que comprenda su significado, aunque es posible también que
nadie alcance a entenderlo: Cuando veáis la abominación de la desolación,
que predijo el profeta Daniel, erigida en el lugar santo ---quien lea,
entienda---...16 La profecía está ahí, si acaso alguien logra comprenderla,
si bien se da la circunstancia de que, al menos hasta ahora, nadie ha
conseguido saber a ciencia cierta acerca de lo que consiste la abominación
de la desolación sentándose en el lugar santo. Y sin embargo ha sido
pronunciada para que los discípulos conozcan que, cuando se produzca
15
16
Lc 8:10.
Mt 24:15.
tal circunstancia, es que ha llegado el momento del Final de la Historia
de la Humanidad.
Vistas así las cosas, parece razonable pensar que el profeta no
habla por hablar. Como si lo hiciera a sabiendas de que su anuncio
carecería de utilidad en cuanto que no iba a ser entendido por nadie.
Pero tratándose de cosas serias, como efectivamente es el caso, no es
admisible tal consideración y menos todavía cuando se refieren al
mismo Jesucristo. Por eso es de suponer que está en la mente del
profeta que sus palabras siempre serán entendidas por algunos, los
cuales es posible que no pasen de ser una ínfima minoría ---tal vez los
elegidos, o una parte de los elegidos---. Quienes, a su vez, tampoco
seguramente serán creídos por nadie.
La Profecía de San Malaquías ---no debe olvidarse su carácter de
revelación privada--- posee todas las apariencias de pertenecer a este
último género. Todo parece indicar que los lemas que hablan de la
persona y la obra de cada uno de los Papas, o de los acontecimientos de
su entorno y de su época, están ahí, a fin de proporcionar una clave para
quien logre desentrañar su significado.
Aquí no nos pronunciamos a su favor ni tampoco los rechazamos,
por más que no dejamos de reconocer su carácter inquietante y
misterioso. Es una realidad que en no pocos de ellos, después de haber
sido examinados minuciosamente, se ha logrado efectivamente
establecer una clara concordancia entre el lema y su personaje
correspondiente.
Una vez aclarada la cuestión vamos a estudiar el correspondiente
al Papa Benedicto XVI. Cuyo lema reza precisamente así: De Gloria
Olivæ, en lengua latina. De la Gloria del Olivo, en lengua vulgar.
Para formular inmediatamente la pregunta obligada: ¿Es
razonable creer que el lema contiene algún significado, más o menos
claro, cuyo sentido parezca convenir al Pontificado de Benedicto XVI?
Por nuestra parte, nos sentimos inclinados a pensar que la
respuesta es afirmativa. Existe una serie de circunstancias históricas
que parecen convenir al lema profético aplicado al reinado de Benedicto
XVI.
Intentaremos examinarlo más detenidamente, aun dentro de la
brevedad.
¿Es posible hallar alguna relación entre el Papa Benedicto XVI ---o
entre su Pontificado y momento histórico--- y el lema De la Gloria del
Olivo que le atribuye la Profecía?
Y la respuesta, como cualquiera puede comprender, no parece
fácil. Y hasta no faltará quien se sienta impulsado a pensar que, en
realidad, no existe ninguna.
Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que el género profético,
como se ha dicho arriba, es por naturaleza ambiguo y arcano. Por lo que
una respuesta afirmativa ---caso de que exista alguna--- no puede ser
considerada como absolutamente segura. E incluso aunque alguien
creyera efectivamente haberla encontrado, nunca podría pretender
imponerla con carácter definitivo.
Es importante notar también que toda profecía, de ser auténtica,
pertenece por naturaleza al orden de lo sobrenatural. Por lo que sería
vano intentar desentrañarla mediante medios puramente naturales. Lo que
no obsta para que algunos de ellos, como pueden ser el estudio y la
investigación histórica realizados con seriedad, no solamente pueden
ser considerados útiles para nuestro caso, sino incluso necesarios. Pero
nunca enteramente suficientes. Y ni siquiera, por las razones
anteriormente dichas, como los más importantes para el estudio que
aquí se pretende llevar a cabo.
Además de lo cual, dado el orden sobrenatural en el que aquí nos
movemos, también hace falta la oración.
Cosa esta última que restringe todavía más, no tanto el campo y
las posibilidades de esta investigación, sino sus posibles resultados.
Puesto que no todo el mundo practica la oración, ni tampoco es muy
general la fe en su efectividad.
Y dado que esta Profecía ---vamos a partir de la hipótesis de
considerarla como tal--- se refiere indirectamente a Jesucristo, y ya más
directamente al outpost, o puesto avanzado de su Reino en la Tierra ---la
Iglesia---, parece lo más adecuado y lógico acudir a los Evangelios, con
la esperanza de encontrar en ellos alguna clave que proporcione pistas
a nuestra investigación.
Pero si se examina el lema con detenimiento, se observa en él la
presencia de dos sustantivos. Que además, por estar incluidos en la
misma frase, es evidente que debe existir una relación entre ambos.
Uno de ellos---Olivo---, parece realizar la función principal en la
declaración (pues es a él es donde primeramente se dirige la atención);
mientras que el segundo ---Gloria---, realiza más bien un papel de
calificación con respecto al primero. En definitiva, algo así como si el
lema viniera a decir: el Olivo que resplandece en su Gloria.
Pero el único lugar donde se hace mención del Olivo en los
Evangelios se refiere al transcendental episodio de la Agonía de Jesús
en el Huerto de los Olivos (Mt 26; Mc 14; Lc 22). Algunos hablan del
Huerto o Jardín de Getsemaní, ubicado en la base del Monte de los
Olivos. De todas formas no cabe duda de que el histórico
acontecimiento al que nos referimos, decisivo para la Historia de toda la
Humanidad, tuvo lugar en el Monte de los Olivos.
Los sucesos que allí se desarrollaron, a continuación de la
Celebración de la Última Cena con los Discípulos y en la Noche de la
víspera de la Pasión, son bien conocidos aunque nunca suficientemente
profundizados. Intentaremos esbozar un resumen de los hechos para
luego tratar de extraer consecuencias.
El Huerto de los Olivos representa el cenit, o punto culminante,
del fracaso humano de Jesucristo. El lugar en el que, concentradas sobre
su Persona las incontables miserias de toda la Humanidad, sufrió un
paroxismo imposible de ser captado por el entendimiento humano,
capaz de conducirle a tan profunda angustia como para provocar en Él
un espontáneo derramamiento de sangre a través de los poros de su
Cuerpo. Como lo atestiguan claramente los Evangelios.
El lugar que presenció tales angustias y sufrimientos, imposibles
de ser descritos por el lenguaje de los hombres ni comprendidos por su
entendimiento, es el mismo que presenció el ---¿aparente?--- triunfo
definitivo del Mal sobre Dios. La escena inicial del filme de Mel Gibson
La Pasión de Cristo lo refleja con aceptable seriedad, dentro de lo posible.
Aquella histórica Noche, los Olivos del Huerto fueron testigos de lo que
parecía señalar la Victoria Final de Satanás sobre el Hijo de Dios hecho
Hombre. En este sentido, hablar de la Gloria del Olivo, no puede ser
tomado de otra manera que respetuosamente seria.
¿El Triunfo Supremo del Mal frente al Bien y sobre el Plan
Amoroso de Dios sobre los hombres? ¿La victoria de la Incredulidad
ante la Fe? Al menos en aquella Noche, todo hubiera parecido indicar
que sí. Por eso, lo que vamos a decir a continuación acerca del contorno
histórico de un Pontificado, no va a resultar agradable para muchos y sí
inquietante para todos.
Con respecto a los tremendos acontecimientos que tuvieron lugar
en la Noche del Huerto de los Olivos, habíamos insinuado aunque sin
darlo como seguro, que el Triunfo de Satanás sobre Jesucristo en
aquellos cruciales momentos fue meramente aparente. Pero se trataba
simplemente de un recurso literario con objeto de introducir el tema,
puesto que, en realidad, la Victoria del Gran Enemigo sobre el Hijo de
Dios hecho Hombre fue entonces absolutamente real.
Es cierto, sin embargo, que fue un Triunfo transitorio, por más que
Satanás, envuelto en las redes de su propia Mentira, estaba convencido
de que había sido definitivo. No descubrió su error ---decisivo e
incalificable error--- hasta el momento en que Jesús exhaló en la Cruz su
último aliento. Fue ahí donde, al fin y cuando ya no había remedio,
Satanás se dio cuenta de la insondable profundidad de su equivocación
(1 Cor 2:8). Resulta curioso comprobar que los mentirosos acaban
siempre creyendo sus propias mentiras, según una regla que habría de
cumplirse en grado sumo en el Padre de todas ellas; y de ahí que él
mismo acabara siendo, a su vez, el Padre de todos los Engañados (Jn
8:44).
Pero el Triunfo del Gran Enemigo sobre Jesucristo en aquella
terrible Noche no tuvo nada de aparente. Todo lo contrario, puesto que
fue enteramente real. Una Victoria que ya había tenido su origen en
tiempos demasiado remotos cuando, disfrazado de Serpiente, el
Enemigo de Dios y del hombre consiguió engañar a los Primeros Padres
de la Humanidad. Aunque ahora, por fin, después de milenios, lograba
su consumación. La Noche del Huerto de los Olivos fue, por lo tanto, el
momento de la Gloria de Satanás ---la Gloria del Olivo, o la que tuvo lugar
en el llamado Huerto de los Olivos--- frente a lo que entonces se
presentaba ---y lo era--- como el fracaso total de la Misión que había
venido a realizar el Hijo del Hombre.
El horror de lo que supuso aquella Noche para Jesucristo jamás
podrá ser comprendido en profundidad por los hombres. Porque,
efectivamente, fue un horror saturado de realidad.
Como fue real la Angustia de Jesucristo: hasta la muerte, según sus
propias palabras. Y lo mismo puede decirse del sudor de sangre; del
abismo insondable de lo que hubieron de significar las Tentaciones a las
que se vio sometido; de la Oscuridad indescriptible de la Noche de su
Alma en la que Él ---Inocente entre los inocentes--- se vio cargado con
las miserias y pecados de toda la Humanidad; de la congoja infinita de
sentirse abandonado de su Padre, y hasta como calificado de culpable...
En aquella terrible Noche, de haber sido la Gloria a la que se vio
encumbrado Satanás solamente aparente..., los horrores que destrozaron
el Alma de Jesucristo hubieran sido también meramente aparentes. Es
imposible desconocer la relación de lo uno con lo otro.
Es tan cierta esta doctrina como que Jesucristo ---verdadero
Hombre al fin--- hubiera estado dispuesto a rechazar tales angustias:
Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz...
En la vida de todo hombre, y con mayor razón si es cristiano,
ocurren momentos de terrible oscuridad, en los que se siente
abandonado y donde todo parece perdido ---las Noches del Espíritu, de
las que hablaban los místicos---. En tales situaciones, la intensidad de la
Fe no puede disipar el sentimiento del abandono por parte de Dios, del
oscurecimiento hasta el paroxismo de la misma idea de Dios, del
convencimiento de la inutilidad de la propia existencia y de la falta de
sentido de todas las cosas..., o dicho en pocas palabras: del fracaso total.
Jesucristo ---verdadero Hombre también, no lo olvidemos--- vivió
en aquella Noche tales sentimientos hasta un grado cuyo conocimiento
nos sobrepasa a los humanos. Resulta interesante señalar que el Pueblo
Cristiano, y hasta la misma Doctrina, han sido siempre víctimas de la
tendencia a insistir más en la Naturaleza Divina de Jesucristo que en su
Naturaleza Humana. Aunque parezca increíble, parece más fácil creer
en sus milagros que en sus sufrimientos. Y sin embargo, no es
precisamente a través de tales prodigios y hechos espectaculares, sino
del dolor y de la sangre, como Jesucristo va a parecerse a nosotros y a
hacerse uno de nosotros. Como decía la Carta a los Hebreos, sin
derramamiento de sangre no hay remisión.17
¿Y qué relación guarda todo esto con el lema De la Gloria del Olivo,
aplicado por la profecía de San Malaquías al momento histórico del
Pontificado de Benedicto XVI?
Para quien así quiera verlo, tal relación no es difícil de
comprender: un absoluto paralelismo que sobrepasa los límites de lo
inquietante para cualquiera que, poseyendo buena voluntad, sea capaz
de entender.
Pues nunca la Iglesia, a lo largo de toda su Historia, había sufrido
una crisis tan profunda y peligrosa como la sufrida hasta ese
Pontificado (que habría de alcanzar su culminación final con el de Pedro
Romano). Momento en el que ---pese a todos los falsarios y engañadores
de la Propaganda del Sistema--- hasta podría parecer que está a punto
de desaparecer. 18 Incluso la gran crisis arriana (siglo IV), en modo
alguno tuvo nada que ver con la totalidad de la Fe; o en todo caso, a lo
más, con ciertos aspectos que afectaban a la recta doctrina (dogma,
herejía). No así la crisis actual, en la que ya no se trata de tales o cuales
aspectos de la Fe, sino de la existencia y sentido de la misma Fe. En la
terrible Noche a que se ha visto sometida, la Iglesia tendría razones
para dudar de su propia subsistencia (son muchos, incluso dentro de
Ella misma, los que ya la dan por desaparecida), puesto que está
viviendo momentos de Angustia como jamás los había experimentado.
Otra nueva Noche del Huerto de los Olivos que se está traduciendo en
otra Noche de Gloria para Satanás.
-------
Dentro del terreno de la hipótesis en el que nos estamos
moviendo, si damos por cierta la profecía de San Malaquías y tenemos
en cuenta el lema De la Gloria del Olivo aplicado al Pontificado de
Heb 9:22.
El aparato de Propaganda, referente a la Iglesia, que los Poderes pusieron en marcha, a
partir del Concilio Vaticano II (casi siempre para perjudicarla e influir en las
deliberaciones), ha sido impresionante y único hasta ahora en la Historia.
17
18
Benedicto XVI... Si, por otra parte, aceptamos la realidad de los
incalificables horrores padecidos por Jesucristo en la Noche del Huerto
de los Olivos... Horrores que se tradujeron en ese momento en un
auténtico triunfo de Satanás, contemplados por él con pretendida
Gloria a través de los árboles del Huerto ---la Noche de la Gloria del
Diablo ante los Olivos de Getsemaní---..., la aplicación de aquellos
sucesos, como algo paralelo al momento de crisis de la Iglesia que
parece haber alcanzado su cenit en el Pontificado de Benedicto XVI
(aunque haría definitivamente eclosión en el siguiente), parece
enteramente plausible.
Jamás, a lo largo de toda su Historia, había sufrido la Iglesia una
crisis tan grave como la actual. Tanto y de tan gran calibre, que bien se
puede decir, sin exageración alguna y mal que pese a los neocatólicos y
mentirosos, que parece muy capaz de hacerla desaparecer. Si bien, para
los muchos católicos de buena voluntad que mantienen su fe y que
sufren confundidos, siempre queda el consuelo de las palabras
inconmovibles del Señor referidas a la Iglesia: Y las Puertas del Infierno no
prevalecerán contra ella.
Durante mucho tiempo, en la etapa que siguió inmediatamente a
la terminación del Concilio Vaticano II, se estuvo proclamando a los
cuatro vientos un momento triunfalista de la Iglesia a todas luces
exagerado, cuando no falso: La famosa Primavera de la Iglesia, o el Nuevo
Pentecostés, pregonado en todas partes por el Papa Juan Pablo II, etc.,
etc. Después, a lo largo de los años y cuando la debacle se hizo
demasiado patente, se optó por el silencio. Pero siempre sin reconocer
jamás que la crisis se había originado, sobre todo, a partir de las torcidas
interpretaciones del Concilio llevadas a cabo por Grupos interesados.
Tampoco se reconoció nunca que los mismos Documentos Conciliares
ya habían sido previamente manipulados al efecto, con el fin de
hacerlos susceptibles de variadas formas de ser entendidos. Acerca de
las cuales, los Elementos de Presión ---neomodernistas--- se encargaron
sabiamente de conducir las aguas a su propio molino. Sin que les fuera
puesto coto alguno.
El silencio sobre la realidad de la crisis duró demasiados años.
Tantos como la falta de remedios para atajarla. Se multiplicaron
espantosamente las deserciones, se permitió que quedaran sumergidos
en la duda sobre la Fe a infinidad de católicos, se degradó la Jerarquía,
se desprestigió el sacerdocio, se fueron suprimiendo paulatinamente los
sacramentos, se difuminó la fe en la Presencia Real Eucaristica a fin de
ponerse al pairo con los protestantes, se cambió el Concepto de Iglesia y
el de la Justificación, fue tomando carta de naturaleza el conciliarismo a
costa de la Autoridad Papal, se manipularon y falsificaron las
revelaciones de Fátima..., y un abundante etcécera.
Durante ese largo período se procuró entretener a los fieles
católicos con multitud de actuaciones externas y abundancia de shows.
Los cuales cumplían bien su objetivo de distraer la atención acerca de
los verdaderos problemas y de hacer creer con el mucho bullicio que
había algo, cuando en realidad no había nada de fondo. Se multiplicaron
los viajes de la Jerarquía, los Encuentros multitudinarios de Juventud,
las espectaculares y abundantes canonizaciones ---casi todos los
domingos---, el acercamiento campechano del Papa al Pueblo..., al
tiempo que se prodigaban nombramientos importantes para el
Gobierno de la Iglesia entre personas de fe muy dudosa y conducta
menos clara todavía, etc., etc.
Mientras tanto el sufrido Pueblo Cristiano languidecía en su Fe...,
e iba desertando. El esplendor de la Liturgia en la que antaño se
tributaba culto a Dios iba siendo sustituido, paulatinamente pero sin
pausa, por el bullicio de las guitarras y de la música rock, por los
Festivales en los templos, por el barullo de los carismas que el Espíritu
prodigaba por doquier, entre los carismáticos y los no carismáticos,
pero soplando por todas partes puesto que todo el mundo poseía el
Espíritu, hasta que la Iglesia vino a darse cuenta de que el culto a Dios
había sido sustituido por el culto al hombre.
Mientras tanto las sectas protestantes, aprovechando la ocasión,
iban haciendo su agosto en Hispanoamérica. Un continente en su
totalidad católico pero que ahora, al cabo de tantos siglos, se estaba
haciendo protestante.
Al final los hechos se impusieron y aparecieron como reales, dado
que eran demasiado patentes. Fue el momento en que algunos Jerarcas
de la Iglesia comenzaron a reconocer, aunque tímidamente y restando
importancia a la cosa, la realidad de la crisis. La verdad, sin embargo, es
que el conjunto de la Jerarquía permaneció y permanece mudo. ¿Fue el
miedo, quizá la cobardía, tal vez la falta de fe ocasionada por una vida
sin oración y sin ascética? Sólo Dios lo sabe... Pero el resultado, que no se
puede decir que hubiera de alcanzar su punto culminante con el Papa
Francisco, sino que ya era bien patente y álgido en el Pontificado de
Benedicto XVI, estuvo y está bien a la vista, a pesar de los
desmemoriados y de los que no quieren ver. Y no es precisamente el de
La Rebelión de las Masas, que hubiera dicho Ortega, sino el de la Deserción
de las Masas, ahora ya debidamente aborregadas, amordazadas,
anestesiadas y drogadas por una venenosa propaganda que las ha
conducido a perder la Fe.
Mientras tanto, el clero llano, en parroquias de ciudades, pueblos,
aldeas y villorios siguió predicando. Hasta este momento de la Historia
de la Iglesia se había predicado bien o mal ----más frecuentemente mal,
como recordaba el P. Isla con su Fray Gerundio de Campazas---, pero ni al
margen ni en contra de la Fe, sin que el Magisterio de la Iglesia dejara
nunca de ser la norma segura.
Pero comienza en la Iglesia un momento nuevo en la Historia de
la Pastoral de la Predicación. El cual ciertamente ya había hecho su
aparición mucho antes del Pontificado al que se refiere el lema de la
Gloria del Olivo ---desde los tiempos del Concilio---, pero que ahora
tampoco se puso ninguna traba para que el clero campara por sus
respetos. Lo cual vino a significar que, o bien se predicara de puras
tonterías o de temas que jamás interesaban a los fieles, o, lo que es peor,
de auténticos disparates y doctrinas enteramente ajenas a la sana
Doctrina. Todo ello consecuencia de que unos y otros, clero y laicos,
anduvieran y siguen andando como ovejas sin pastor. El problema se
agravaría aún más durante el Pontificado de Pedro Romano, en el que el
elemento miedo haría su aparición amordazando a la mayor parte del
mundo clerical, tanto Jerarquía como clero llano.
Claro que todo esto aún no alcanza al meollo de la crisis en la que
está sumergida la Iglesia. La crisis es mucho más honda y horrible de lo
que aparece a simple vista, y alcanza su momento de desolación
durante el Pontificado de Benedicto XVI (que durante el de Pedro
Romano ya no sería de desolación, sino de destrucción). Es el momento
de la auténtica Gloria de Satanás, la cual tuvo su adelanto y comienzo en
el Huerto de los Olivos.
Un estudio serio y en profundidad, referente a la intensidad y al
hondo significado de los horrores padecidos por Jesucristo en la Noche
del Huerto de los Olivos, es cosa que se echa en falta a lo largo de la
Historia de la Espiritualidad Cristiana. Los antiguos Devocionarios,
dedicados a la Pasión del Señor, solían comenzar sus consideraciones a
partir del momento del Prendimiento y el comienzo de los
interrogatorios. En la película La Pasión de Cristo (hoy olvidada y al
parecer intencionadamente desaparecida), Mel Gibson pone en boca de
la Virgen, que acompañada de las otras Santas Mujeres contemplaban
cómo Jesucristo era conducido ante Caifás, las siguientes palabras: Ha
comenzado, Señor. Que así sea...
Pero la realidad, sin embargo, no fue exactamente así. Aunque es
cierto que la Cristiandad se ha acostumbrado a ver los sucesos de la
Noche del Huerto como un mero acontecimiento doloroso que marcaba el
Prólogo a la Pasión del Señor. Lo que no tiene nada de extraño si se tiene
en cuenta que el ser humano es más proclive a considerar los
sufrimientos del cuerpo como más patentes y tangibles, e incluso más
dolorosos, que los del alma. Pero la verdad, y más aún la de esta
Historia, es muy distinta.
La verdadera eclosión de la Pasión del Señor, el momento de las
angustias de muerte, además de los sentimientos del supremo fracaso de
su Misión, de la horrible vergüenza de sentirse cargado con los pecados
y miserias de toda la Humanidad, mas la sensación de encontrarse
sumido en la más espantosa de las soledades..., todos ellos sufridos por
el Hombre Jesucristo, ya habían tenido lugar en el Huerto de los Olivos.
Lo que vino a continuación no fue sino el desarrollo ostensible y físico
de lo que, contenido en potencia primero y en espantosa intensidad, ya
se había producido en acto. Las torturas físicas padecidas por Jesucristo
en las horas que siguieron (flagelación, coronación de espinas, los
mismos tormentos de la crucifixión...), si bien se considera, no difieren
en nada de los mismos padecimientos que después habrían de sufrir
infinidad de mártires que dieron su vida por la Fe. Luego hemos de
considerar que no se encontraba ahí el núcleo principal del Misterio del
Sufrimiento agónico hasta la muerte padecido por el Señor.
Tal Agonía de Muerte, con la consiguiente sensación de Derrota y
Fracaso, junto al sentimiento de culpabilidad ante su Padre, fueron
soportados a su vez ante la misma faz de Satanás. El mismo que, con su
horrible mueca de Victoria y satisfacción, miraba convencido de la
realidad de su Triunfo (era el momento de su Gloria, de la que fueron
testigos, en la oscuridad y el silencio de aquella espantosa Noche, los
Olivos del Huerto). Todo lo cual hubo de suponer para Jesucristo una
Afrenta de intensidad y dolor verdaderamente letales, imposibles de ser
imaginados por ningún ser humano.
Su soledad fue total, a pesar de que había buscado inútilmente
consuelo. Sus más íntimos le habían abandonado para entregarse al
sueño: Ni siquiera habéis podido velar una hora conmigo....
Si admitimos la hipótesis con la que estamos trabajando ---la
Gloria del Olivo, aplicado como lema al Pontificado de Benedicto XVI---,
tal cosa nos autorizaría a trasponer aquella situación a los momentos
vividos ya entonces por la Iglesia (la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Él
su Cabeza). Con lo cual nos encontramos con una horrible e inquietante
realidad: Jamás la Iglesia se había encontrado nunca más desprestigiada ante el
Mundo, menos considerada y en mayor soledad. La influencia que durante
tantos siglos tuvo ante el Mundo había desaparecido casi por completo.
Y no solamente eso. Sino que su desprestigio alcanzó cotas que hasta
mediados del siglo pasado nadie hubiera podido imaginar.
Por supuesto que estas afirmaciones provocarán el escándalo de
muchos y el desmentido de no pocos. Lo que no es suficiente por sí solo
para demostrar que no están fundadas en la realidad. La Palabra del Papa
ya no significaba nada (aunque, según algunos, también es digno de
tener en cuenta que, de forma casi continuada, todo parece indicar que
el mismo Benedicto XVI parecía querer evitar los enfrentamientos y
hacer frente a los verdaderos problemas). La verdad es que nunca su
Persona había sido acusada, calumniada, despreciada y perseguida, del
modo y manera como ocurrió durante su Pontificado. Hasta la Corte
Suprema de los Estados Unidos se atrevió a acusar y condenar al
Vaticano (un Estado independiente regido por un Pontífice religioso
que es también Soberano en lo civil). Los teólogos más encumbrados, y
hasta Arzobispos de prestigio y Cardenales, ya no encontraron
inconveniente en enfrentarse al Papa y en criticarlo abiertamente,
además de oponerse a sus decisiones (la Iglesia austriaca, por ejemplo,
rechazó los nombramientos episcopales emanados del Santo Padre, sin
que nadie pusiera objeción alguna a tal forma de conducta).Después, tal
como hemos dicho, aparecería el miedo. Y con el miedo, el servilismo,
que es el tributo que pagan los cobardes y aprovechados. La Iglesia
Católica, otrora Maestra definidora del comportamiento y de las
relaciones humanas en todo el Mundo, quedaba así reducida
prácticamente a la condición de otra ONG más.
En la Noche del Huerto, Jesucristo se sintió ante su Padre como
enteramente fracasado. Y lo mismo ante la faz de Satanás, quien se vio a
sí mismo convencido de la totalidad de su Victoria. La derrota del Hijo
del Hombre era también, desde aquel momento, la derrota de su Iglesia
que algún día habría de tener lugar. Según la profecía de San
Malaquías, en el tiempo actual precisamente, que es el de Pedro Romano.
Es de notar, sin embargo, un punto importante que marca una
decisiva diferencia. Jesucristo, a través de su Humanidad juntamente
con su Divinidad, pero formando ambas un todo (aunque sin
mezclarse) en su única Persona Divina, tal como queda expresado en el
Misterio de la Unión Hipostática, fue en todo momento, y pese a todo,
el Inocente entre los Inocentes. Los pecados y delitos con los que quiso
cargar y hacerlos suyos, nunca fueron, en realidad, cometidos por Él. Lo cual
no obsta para que su Fracaso fuera enteramente real, puesto que, de otro
modo, su absoluta Victoria y definitivo Triunfo tampoco hubieran sido
reales. La Iglesia, sin embargo, que es su Cuerpo Místico (Él es la
Cabeza), está formada por hombres que son realmente pecadores y
absolutamente culpables. No han cargado con delitos ajenos, sino que
son ellos mismos quienes los han cometido. Por eso se dice con cierta
razón que la Iglesia es Santa y Pecadora a la vez, y ya desde bien antiguo,
en una expresión que los Padres hicieron suya, fue conocida como la
Casta Meretrix.
De ahí que pueda decirse, con toda verdad, que la crisis actual es
enteramente imputable a los hombres que forman parte de Ella. Ahora
ya no se trata de un Fracaso Asumido, sino de un Fracaso Personal y
Culpable. La Deserción (también podría hablarse de Apostasía) del
Mundo Católico ha alcanzado tal profundidad y gravedad, como para
producir escalofríos la mera mención del problema. De hecho hemos
venido trazando la profundidad de la crisis en sus aspectos más visibles
y asequibles a los fieles de a pie, aunque existen todavía en ella dos
lugares de extrema gravedad y de profunda iniquidad en los que ha
incidido el Catolicismo de hoy. Ambos suponen el punto más elevado,
grave y detonante de la crisis actual. Tanto así como para dar lugar a
pensar que es imposible que Dios vaya a dejar de intervenir, ante el
momento actual, con la fuerza de su Justicia.
-----
Llegados a este punto conviene introducir un a modo de
paréntesis en esta extraordinaria historia ---más fantástica que una
narración dantesca y más difícil de entender en todo su significado que
cualquier construcción de la imaginación humana---. Se trata de una
interrupción necesaria, a modo de recordatorio para los lectores,
motivada por las necesidades de clarificación para el mejor
entendimiento de la cuestión, lo que permitirá aportar algunos detalles
que facilitarán la mejor comprensión de lo que aquí se dice.
Ya hemos dicho repetidamente, en esta explanación de la Profecía
de San Malaquías que estamos llevando a cabo, que el lema
correspondiente al Pontificado de Benedicto XVI es el De la Gloria del
Olivo. El cual ocupa el penúltimo lugar en la lista, puesto que la Profecía
señala como el último de todos, perteneciente al Pontificado que tendrá
lugar en los momentos finales de la Historia, a un cierto Petrus Romanus
(Pedro Romano). Personaje misterioso este último, acerca del cual los
comentaristas han imaginado multitud de hipótesis a lo largo de los
siglos. Aunque lo que sí queda bien claro en la Profecía es que el Papa a
quien corresponde tal lema coincidirá con el final de la Historia de la
Iglesia y de toda la Humanidad, a la que habrá llegado el momento de
ser juzgada por el Supremo Juez en su Segunda y Definitiva Venida.
El nombre de Pedro Romano aparece rodeado del más profundo
misterio, dentro del contenido de una Profecía que, en el caso de que se
quiera admitir como cierta, ya es de suyo suficientemente enigmática.
Es curioso anotar que, a lo largo de la Historia de la Iglesia, ningún
Papa ha querido atribuirse el nombre de Pedro; sin duda alguna por
respeto y devoción a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Primer
Papa de la Institución de Salvación fundada por Jesucristo. El hecho
pertenece a la Historia, y escapa, por lo tanto, a cualquier otro tipo de
especulación que no sea propiamente histórico. Tal nombre ---el de
Pedro--- ha quedado reservado, prácticamente según la Profecía, al
Papa que cerrará la Historia y que coincidirá con la Segunda y
Definitiva Venida del Supremo Juez.
Ahora bien, tal como ocurre en toda profecía y aún más con
respecto a ésta, nadie sabe lo que significa ni a lo que responderá
exactamente ese nombre de Pedro atribuido al último Papa; así como
tampoco a lo que se refiere esa pretendida Romanidad. Según algunos
comentaristas, el apelativo de Pedro es aquí puramente genérico, e
incluso otros añaden que el lapso de tiempo entre el Papa señalado
como penúltimo ---De la Gloria del Olivo--- y el establecido como el
último de todos ---Petrus Romanus--- es indefinido; lo que significaría
que entre uno y otro aún podrían reinar otros Papas no nombrados
explícitamente en la Profecía de San Malaquías. Una hipótesis, sin
embargo, que parece estar desmentida por la misma Profecía, según lo
que vamos a ver enseguida.
Por si todo esto fuera poco, y como algo capaz de aumentar
todavía más el misterio, aún queda un importante punto por añadir. En
realidad la Profecía no termina definitivamente con la enumeración de
los 112 lemas. Puesto que al final de todos ellos el texto añade una
especie de postdata, tan inquietante como enigmática. La cual dice
exactamente así:
In prosecutione extrema S.R.E. (Sanctæ Romanæ Ecclesiæ)
sedebit Petrus Romanus,
qui pascet oves in multis tribulationibus,
quibus transactis, civitas septicollis diruetur.
Et Judex tremendus iudicabit populum suum. Finis.
Lo que traducido del latín significa lo siguiente: Durante la
persecución final que sufrirá la Santa Iglesia Romana, reinará Pedro Romano,
que apacentará sus ovejas entre multitud de tribulaciones; transcurridas las
cuales, la Ciudad de la Siete Colinas [Roma] será destruida. Y el Juez terrible
juzgará a su pueblo. Fin.
Y aún no hemos llegado al final de la serie de incógnitas que
plantea el texto supuestamente profético. Porque nadie se pone de
acuerdo acerca de si, en aquellos terribles momentos, el Pastor que
apacentará lo que aún reste del Rebaño de Jesucristo, se refiere al Papa
señalado como Pedro Romano o al que corresponde el lema De la Gloria
del Olivo (Benedicto XVI). Acerca de lo cual, también es necesario
reconocer que, incluso en este punto, la Profecía es bastante ambigua.
Por lo que a nosotros se refiere ---y continuamos siempre dentro
del terreno de las hipótesis---, pensamos que el susodicho Pastor es
indudablemente Pedro Romano. Existen argumentos que fundamentan
esta afirmación, la cual no dejará de parecer chocante para algunos.
Trataremos de decir algo al respecto, aunque no sin hacer antes una
observación importante.19
Como cualquiera puede suponer, todo este problema ha dado
lugar a multitud de especulaciones acerca del momento del Fin del
Mundo y de lo que la Teología conoce con el nombre de Parusía, o
Segunda Venida de Nuestro Señor. Nosotros no nos pronunciamos
sobre ese tema, por lo que no vamos a decantarnos ni en favor de su
proximidad ni tampoco de su lejanía en el tiempo. Nos apoyamos para
ello, como principal razón, en que el momento exacto de tan
trascendental Acontecimiento se lo ha reservado Dios para Sí mismo,
según Palabras del mismo Jesucristo que en modo alguno ha querido
revelarlo (Mt 24:36; Hech 1:7). Por otra parte, este Estudio no se refiere a
dicho punto en concreto y de ahí que no pretenda resolverlo, puesto
que trata meramente de desarrollar un comentario referente al lema
profético De la Gloria del Olivo acerca del cual, conviene recordarlo,
cualquiera puede sentirse libre para aceptarlo o para rechazarlo.
Hemos afirmado más arriba que el texto profético que señala al
Pastor que conducirá al diezmado Rebaño de Jesucristo durante la
última Gran Persecución, se refiere a Pedro Romano, y no a Benedicto
XVI. Los hechos así lo han confirmado, como hemos señalado en nota
anterior.
Esta especulación, escrita en su momento, y puesto que ya ha sido confirmada por los hechos,
carece por lo tanto de demasiada transcendencia. Al Pontificado de Benedicto XVI ha sucedido el del
Papa Francisco.
19
En cuanto a lo que hablamos acerca del diezmado Rebaño de
Jesucristo, tal como habrá quedado reducido en aquellos terribles
momentos, no hay sino recordar las palabras de San Pablo en las que
habla de la Gran Apostasía que tendrá lugar en los Últimos Tiempos (2
Te 2:3), así como también las del mismo Jesucristo: Pero cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará Fe sobre la Tierra?20
Y volviendo ya a nuestro tema, habíamos asegurado que la Iglesia
actual es ante Dios la Gran Derrotada. La Gran Culpable de una
Apostasía de la que habrá de dar cuentas ante la Justicia del Terrible
Juez. A propósito de lo cual, habíamos aludido a dos faltas
especialmente graves, las cuales parecen haber sido las que
principalmente han precipitado sobre Ella la ruina de la crisis actual.
Con respecto a la cual, sólo resta como consolación para los fieles la
promesa de Jesucristo que les otorga la seguridad de su superación: Y
las Puertas del Infierno no prevalecerán...
Hemos de advertir, antes de seguir adelante, que nos hemos visto
obligados a reflexionar sobre la conveniencia de continuar y de
culminar un Estudio que, al fin y al cabo, está basado en meras
especulaciones (lo que no obsta a la absoluta verdad de los
fundamentos en los que se apoya). Hemos interpretado el lema
correspondiente de San Malaquías como una alusión, en forma
profética, a la crisis que sufre la Iglesia actual. Cosa que hemos
procurado hacer sucintamente y sin acudir de manera expresa al apoyo
de abultadas referencias bibliográficas, dado que no hemos pretendido
dar a este Estudio el carácter de un Ensayo prolijo. Aunque existe, sin
embargo, una abundantísima Documentación enteramente fiable, la
cual puede servir como prueba de lo que aquí se afirma. Que no habría
inconveniente en ponerla al alcance de quien quisiera asegurarse de la
veracidad de las opiniones vertidas aquí.
Hemos repetido insistentemente que, a nuestro modesto parecer,
la crisis a la que se alude es la más grave y peligrosa que ha padecido la
Iglesia a lo largo de toda su Historia.
También hemos intentado mostrar que la terrible situación actual,
20
Lc 18:8.
por la que atraviesa la Iglesia, no es sino la consecuencia de los pecados
de los cristianos (si bien es verdad que aquí la referencia apunta
principalmente a los católicos, que son quienes integran la Única y
Verdadera Iglesia), concretados en una tremenda y general Apostasía
de la que no es ajena la misma Jerarquía Eclesiástica.
La Apostasía significa un consciente y voluntario abandono de la
Fe, y es quizá la más grave traición que los miembros de la Iglesia
pueden cometer. Aquí se han enumerado brevemente y de manera
superficial las diversas formas bajo las que se manifestado, con las
consiguientes graves faltas que los católicos han cargado sobre sus
espaldas. Aunque deliberadamente se han reservado las dos más
importantes (al menos según nuestra opinión) para su exposición final.
La situación es tan grave que ha terminado por culminar en esos
dos hechos, cuya extraordinaria delicadeza y transcendental
repercusión son innegables. De ahí que haya pasado por nuestra mente
la idea de abandonar el tema ante la necesidad de tener en cuenta el
posible escándalo de los débiles en la Fe, dado que una inmensa
mayoría de los fieles ignoran la gravedad del momento en el que viven
y sin que por eso vayan a dejar de sufrir sus consecuencias. Y de ahí que
muchos hayan optado libremente por abandonar su Catolicismo,
mientras que otros ---aún más numerosos--- han dejado de ser católicos
sin saberlo.
El problema cabe plantearlo así: Cuando el Mal hace estragos y se
extiende libremente sin encontrar apenas oposición, dando lugar a que
multitud de gentes sean engañadas y a que se ponga en juego la
salvación de sus almas. Cuando el Gran Enemigo de la Fe está
consiguiendo ---ha conseguido--- cambiar el concepto y la
configuración de la Iglesia que habían permanecido incólumes durante
veinte siglos, además de privar de sentido a la Redención operada por
Jesucristo. Cuando ha difuminado el ámbito de lo sobrenatural para
operar una transformación en la que el culto a Dios ha sido sustituido
por el culto al hombre y provocado la deserción de tantos católicos en
número de cientos de millares..., por hacer una breve enumeración. Así
las cosas cabe la razonable duda acerca de la conveniencia de guardar
silencio, sin advertir acerca del peligro para quien todavía quiera
liberarse del poder de la Mentira y no poner en juego la propia
salvación. ¿Quién ha dicho que es mejor callar y no avisar de lo que
aguarda a quienes caminan irremediablemente hacia el borde del
abismo?
El Mentiroso Profeta o pretendido Maestro o Pastor que aparecerá
en los Últimos Tiempos engañará a muchos, según la Revelación. En
palabras del mismo Jesucristo, a la inmensa mayoría y casi a los mismos
elegidos (Mt 24:24). Teniendo en cuenta, dada la gravedad de los
hechos, que cuando se habla aquí de engañar no se están utilizando
eufemismos, sino que realmente se quiere decir reducir al engaño, en
toda la crudeza y extensión del término. Para lo cual, el Mentiroso
Profeta no se mostrará meramente ante la masa de los fieles como un
Maestro bueno y honesto, sino como un verdadero héroe y libertador al
que la Iglesia habría esperado durante mucho tiempo. Un imponente
aparato de propaganda, acompañado de inteligentes pero implacables
sistemas de coacción, acompañarán sus acciones y sus palabras de
forma que será aclamado y reconocido prácticamente por casi todos.
Sus palabras mentirosas serán mostradas como la auténtica
interpretación del Evangelio, capaz de devolver a la Iglesia a la pureza
de sus primeros orígenes. Sus acciones, destinadas a producir la
implacable demolición de la Iglesia, aparecerán ante todos como
heroicas acciones que no pretenden otra cosa sino la simplicidad, la
autenticidad y la pureza de un Evangelio que había sido deformado por
la Iglesia.
El poder histriónico desplegado por el Padre de la Mentira será
tan terrible como para hacer ver que lo blanco sea negro y lo negro se
convierta en blanco. Las mentiras y herejías más grotescas aparecerán
como lo que tendrían que haber sido los únicos y verdaderos dogmas.
El paisaje de auténtica desolación y yermo arrasado que ofrecerá la
Iglesia en aquellos momentos, junto al de apostasía, de cobardías, de
pecado y de muerte, será presentado ante los ojos de todos como la
auténtica Primavera de la Iglesia, por tanto tiempo esperada y al fin
lograda.
Mientras tanto, ¡ay de aquellos que se atrevan a denunciar la
verdadera situación! Serán perseguidos y denunciados como
mentirosos, ajenos al espíritu de nadie sabe qué, y como desgraciados
que se empeñan en aferrarse a tradiciones pasadas y ya enteramente
obsoletas. La inmensa multitud de fieles, otrora católicos y ahora
integrados en la Nueva Iglesia, habrán quedado petrificados y obcecados
en la mentira. Voluntariamente, por supuesto, pero ahora ya
enteramente convencidos. Quien se atreva a repartir avisos de peligro y
proclamas de la verdad será perseguido por quienes ya han decidido
definitivamente seguir un camino distinto al de la verdadera Fe. Y de
ahí que convendría recordar aquí las palabras del mismo Jesucristo: El
mundo me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas.21
La gran tragedia del mundo que se avecina ---o que tal vez ya ha
llegado--- consiste en que los hombres habrán erigido el templo del
culto a la diosa Mentira. A través del cual se extenderá por todas partes
la creencia (que no admitirá oposición) de que no hay otra verdad que
la misma falsedad. E igualmente, la de que el hombre ya no necesita a
Dios desde que ha descubierto que se basta a sí mismo. Cuando muchos
Pastores de la Iglesia se habrán convertido en lobos devoradores del
rebaño. Cuando la cobardía, la traición y el amor al mundo hayan
tratado de tapar sus vergüenzas tratando de aparecer como que han
optado por lo único que era lo mejor.
Será el tiempo en que los verdaderos fieles a Jesucristo ---el
pequeño y escaso rebaño que permanecerá y hará realidad el hecho de
que la Iglesia es perenne--- mirarán hacia el Cielo, con la esperanza
puesta en Aquél que ha de venir y poner fin al tremendo montaje de la
farsa y de la iniquidad: Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantáos y
alzad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación.22
----
4. Conclusión
Como sabe cualquier católico, las fuentes de la Revelación son
solamente dos: la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica. La Iglesia
no ha reconocido nunca la interpretación subjetiva individual de tales
fuentes, que es lo que pretendía la herejía de Lutero al preconizar la
21
22
Jn 7:7.
Lc 21:28.
libre y personal interpretación de la Biblia, rechazando además la
Tradición. Es la Iglesia como tal, y solamente Ella a través de su
legítimo Magisterio, la que goza de la asistencia del Espíritu Santo para
interpretar con garantía los datos de la Revelación. La Revelación
escrita (Sagrada Escritura) quedó definitivamente cerrada con la muerte
del último Apóstol. La Tradición Apostólica, a su vez, procede de los
Apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del
ejemplo de Jesucristo, además de lo que aprendieron del Espíritu Santo.
Como hemos dicho, no existe en la Iglesia la posibilidad de la
interpretación individual de la Revelación. La infalibilidad de la Iglesia
para interpretarla y enseñarla está garantizada por la asistencia del
Espíritu Santo y realizada a través del auténtico y legítimo Magisterio. El
cual ha ido profundizando en la Doctrina revelada a través de los
siglos, aunque manteniendo siempre la inmutabilidad del dato revelado,
puesto que no puede el hombre añadir ni quitar nada a las palabras
reveladas por Dios.
De lo cual se deduce la importancia fundamental y transcendental
del Magisterio Eclesiástico. El mismo que, asistido por el Espíritu, se ha
mantenido incólume e inmutable a través de veinte siglos. De esta
manera, es la única garantía que posee el cristiano de que lo enseñado por la
Iglesia es exactamente el contenido fiel de la auténtica Revelación.
Seguridad y garantía que existieron hasta la celebración del
Concilio Vaticano II. Cuando se abrieron las puertas a una teología
progresista enteramente impregnada de la herejía modernista.
Momento en el que, sin declaración expresa alguna, comienza a
aceptarse el luteranismo: a partir de ahora, la Palabra Revelada
depende de los sentimientos suscitados, con respecto a ella, en el
corazón de cada hombre y según las circunstancias históricas y del
momento. Ya no es la Ley Divina la que juzga al hombre, sino que es el
hombre quien dictamina y decide lo que propone o puede decidir la
Ley Divina.
Las consecuencias se deducen por sí mismas: Si el Magisterio
vacila o quedara desautorizado, mediante cambios, adiciones o
sustracciones, o puesto en duda en todo o en parte, ya no puede existir
seguridad en cuanto a que la Iglesia sigue enseñando la auténtica
Doctrina de Jesucristo. Con lo que todo el edificio de la Iglesia se viene
abajo y deja de gozar de la nota de seguridad el entero contenido de la
Fe.
A partir del Concilio Vaticano II, un poderoso Movimiento dentro
de la Iglesia ha intentado torpedear al Magisterio y con éxito al parecer. De
ahí que grandes masas de católicos se encuentren sumidos en la
confusión con respecto al contenido de su Fe.
La Teología neomodernista de los tiempos del Concilio y
posteriores ha puesto en duda el valor del Magisterio anterior al
Concilio. E incluso algunos miembros de la Jerarquía Eclesiástica,
apoyándose en el mismo Concilio, han atacado el Magisterio de los
Papas que lo han precedido. Por otro lado, la ambigüedad de algunos
textos conciliares ha dado lugar a que se susciten dudas sobre verdades
fundamentales de la Fe, además de ser interpretados como cambios con
respecto al Magisterio anterior.
Las dudas que la Teología neomodernista ha hecho surgir, con
respecto al Magisterio anterior al Concilio, han tratado de
fundamentarse en el mismo Magisterio posterior. Con lo que han
despojando de credibilidad tanto al uno como al otro. Es justamente el
arma que necesitaba la Nueva Religión de la Nueva Edad para constituir
la Nueva Iglesia.
Los ataques de la Teología neomodernista contra el Magisterio
anterior al Concilio Vaticano II han ido dirigidos con frecuencia,
aunque no de forma exclusiva, contra el Concilio de Trento. Tratando
de fundamentarse, como era de esperar, en el mismo Concilio Vaticano
II. Sin tener cuenta las consecuencias demoledoras que de ahí se
derivaban para la Iglesia.
Si un Concilio anterior puede ser atacado por otro posterior, por
la misma razón y según las reglas de la Lógica, el segundo puede ser
también desautorizado desde el primero. Una vez admitido que un Concilio
es capaz de poner en entredicho las Doctrinas proclamadas por otro, es
evidente que el valor y credibilidad de todos los Concilios se destruyen
por sí mismos y caen por su propio peso.
Si se alega, como viene haciendo la Teología neomodernista,
apuntando sobre todo al Concilio de Trento, que las Doctrinas
promulgadas en un Concilio solamente son válidas para su época y
según las categorías de pensamiento propias de su tiempo, es evidente
que, según eso, exactamente lo mismo podrá ser dicho de cualquier Concilio:
¿Quién será capaz de garantizar que los Documentos del Concilio
Vaticano II no serán rechazados por una Teología posterior, bajo el
pretexto de que habrán de ser interpretados según las categorías de
pensamiento del momento, y reconocidos como válidos, por lo tanto,
sólo para esa época? Con lo que desembocamos en el fundamento de las
doctrinas historicistas, propias del Modernismo, que han impregnado la
Teología Católica desde el Concilio Vaticano II. Para estas ideologías
inmanentistas, no es la Revelación la que determina al hombre, sino el
hombre de cada momento histórico quien juzga e interpreta a la
Revelación. De este modo La ecuación es patente: subjetivismo, igual a
Modernismo.
Pero si el ataque se hubiera realizado conscientemente, es
indudable que alguien podría afirmar con seguridad que la destrucción
del Magisterio era un objetivo buscado a propósito.
En el supuesto de que tal intento tuviera éxito ---cosa impensable,
dada la promesa de Jesucristo acerca de que las Puertas del Infierno no
prevalecerán contra la Iglesia---, una vez desaparecido el Magisterio o
desautorizado por completo, los católicos carecerían de todo fundamento
firme con respecto a su Fe. Desde el momento en que cualquier verdad de
la Fe fuera capaz de ser cuestionada, sin nadie ni cosa alguna que la
pudieran garantizar ni asegurar, todo equivaldría a la imposibilidad de
creer en nada transcendente y sobrenatural. Dicho sencillamente, los
católicos se encontrarían ya ante el puro ateísmo.
La Iglesia parece encontrarse en ese momento. Nunca Satanás
había visto como ahora tan cercano el momento de su Victoria. Al igual
de lo sucedido a Jesucristo en la Noche transcurrida entre los Olivos del
Huerto.
El Cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, cuando era perito en
el Concilio proclamó, a propósito de la colegialidad de los Obispos, que
en la Doctrina de la Iglesia se había producido una fractura con respecto
a la enseñanza sostenida en la Iglesia primitiva, o de los Padres. Según
el entonces Cardenal, el responsable de tal fractura había sido Santo
Tomás de Aquino, al que había seguido toda la Teología Escolástica o
Medieval. El Concilio Vaticano II, decía el Cardenal, vino a reparar esa
brecha que se habría sostenido en la Iglesia por espacio de siete siglos.
Ya como Papa, Benedicto XVI ha negado siempre que el Concilio
Vaticano II haya llevado a cabo algún tipo de ruptura con respecto a la
Tradición, o Iglesia primitiva. Una afirmación que, con respecto a la
anterior, habría necesitado de ser acompañada de una aclaración por
parte del Papa. Pues sería interesante saber si tal conexión, nunca rota
entre la Tradición y la Iglesia primitiva, llevada a cabo por el Concilio
Vaticano II y confirmada por el Papa, comprende y abarca también esos
siete siglos de Teología Medieval. O si, por el contrario, habría que
suponer un enorme hueco o vacío en el tiempo que sería necesario saltar.
También resulta difícil explicar que el Magisterio Eclesiástico
haya podido errar, y en cuestiones fundamentales además, durante
tantos siglos. Sin la asistencia, por lo tanto, del Espíritu Santo.
E igualmente es conocido que el Cardenal Ratzinger (nunca
desmentido por Benedicto XVI), sostuvo públicamente que la
Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, es un auténtico
Documento ``contra--Syllabus'' (el Syllabus fue publicado junto a la
Encíclica Quanta Cura, de Pío IX).
Si se tiene en cuenta que el Syllabus, junto con la Encíclica Pascendi
de San Pío X, son los Documentos que condenaron solemnemente el
Modernismo y pretendieron acabar de raíz con dicha herejía, no cabe
duda que el problema de la aparente discrepancia de Magisterios queda
claramente planteado.
Y aún se agrava más si se tiene en cuenta que algunas
declaraciones de los Documentos Conciliares (del Vaticano II) se
refieren a verdades fundamentales de la Fe Católica, en un evidente
desacuerdo capaz de producir preocupación. Como sucede con el
concepto de Iglesia, por ejemplo.
La Iglesia ha sostenido durante veinte siglos, sin la menor
vacilación, que Jesucristo fundó una sola Iglesia, la cual es precisamente
la Católica: Credo... in Unam Sanctam Catholicam et Apostolicam Ecclesiam.
El último Documento Magisterial al respecto, anterior al Concilio
Vaticano II, es la Encíclica de Pío XII Mystici Corporis (1943), en la que el
Papa dice expresamente, después de insistir en que la Iglesia es un
Cuerpo y es Única, que la Iglesia de Cristo ``es'' la Iglesia de Roma.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, Capítulo I,
n. 8, b) introduce el importante cambio de sustituir el verbo es por la
expresión subsiste en. Según lo cual La Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia
Católica. Lo que indudablemente la priva de su condición de Única,
dando entrada así a las otras religiones a las que repetidamente se las
reconoce también como válidos instrumentos de salvación.23
Que no se trata de una interpretación arbitraria por nuestra parte
lo prueba el hecho de los Encuentros de Asís, en los que se concedió
paridad a todas las religiones, incluidas las de aquéllos que no profesan
culto a Dios alguno. En los altares de la Patria del Serafín de Asís fueron
entronizados por igual los cultos cristianos, judíos, musulmanes,
brahmanistas, hinduístas; y hasta las prácticas de los brujos africanos y
la magia negra de los vudús.
Queda disipada cualquier duda cuando se considera que en las
Encíclicas del Papa Juan Pablo II (especialmente las tres primeras, por él
llamadas Trinitarias), se reconoce el legítimo valor de salvación de todas
las religiones. Un Magisterio que, en último término, vino a acabar
definitivamente con la actividad misionera de la Iglesia, puesto que las
Encíclicas de Juan Pablo II también defienden la teoría del cristianismo
anónimo y de la salvación universal de todos los hombres, sin
excepción.
Por su parte, el Papa Pío XII (en su Encíclica Humani Generis, 1950)
condenó expresamente la teoría de Henri de Lubac, según la cual la
gracia es debida a la naturaleza humana, así como las doctrinas de la
evolución creadora de Teilhard de Chardin. Los cuales personajes
fueron rehabilitados después por los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II
(de Lubac fue elevado a la categoría de Cardenal).
Una vez puestos en duda prácticamente todos los dogmas de la
Fe, y debilitado el valor del Magisterio, no es extraño que que muchos
católicos hayan desertado de su Religión, al mismo tiempo que otros
hayan abandonado toda práctica religiosa. Y entre muchos de los que
han permanecido fieles reina el abatimiento y la confusión.
23
Fue precisamente el Cardenal Ratzinger el principal artífice de este cambio.
Es verdad que todos los hombres soportan una vida de trabajos
mientras caminan por este Valle de lágrimas. Aunque para los cristianos,
sin embargo, llamados a compartir la muerte de Jesucristo, sus penas y
angustias se convierten finalmente en alegría, cuando al cabo se saben
envueltas en la Esperanza y en la certeza de que habrán de reunirse con
Jesucristo en la Casa del Padre.
Por lo que triste cosa sería, por lo tanto, que se vieran privados de
ese consuelo de una vida eterna, por la que siempre habían suspirado, y
en la manera y forma que se les había prometido.
En una de sus homilías, hoy olvidadas, el Papa Benedicto XVI
proclamó que cuando hablamos del Cielo no aludimos a un lugar
determinado: No nos referimos a un lugar cualquiera del universo, como a
una estrella o algo parecido, decía. Para continuar insistiendo en que con
ese término queremos afirmar que Dios tiene un lugar para nosotros. Para
explicar lo cual se valía el Papa del recuerdo cariñoso que de un
fallecido conservan en el corazón sus seres queridos: Podemos decir que
en ellos sigue viviendo una parte de esa persona; aunque es como una
``sombra'', porque también esta supervivencia en el corazón de los seres
queridos está destinada a terminar. Añadiendo a continuación que, como
Dios no pasa nunca...todos nosotros existimos en los pensamientos y en el amor
de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra ``sombra''. Y
acababa diciendo que en Dios, en su pensamiento y en su amor, no sobrevive
sólo una ``sombra'' de nosotros mismos, sino que en Él, en su amor creador,
somos guardados e introducidos, con toda nuestra vida, con todo nuestro ser en
la eternidad.
En suma, que la vida eterna para Benedicto XVI consistirá en que
viviremos en Dios. En su corazón y en su amor.
Aunque a decir verdad, lo que se dice vivir en Él, en su
pensamiento y en su Amor, en realidad ya lo estamos, según
proclamaba San Pablo en su Discurso ante el Areópago de Atenas
(Hech 17:28). Y hasta podríamos decir que en la mente de Dios
estábamos también desde toda la eternidad, y sin que tal cosa autorice a
pensar que ya existíamos desde siempre.24
Homilía pronunciada por el Papa en Castelgandolfo, en la fiesta de la Asunción de la Virgen, 15,
Agosto, 2010.
24
Tal vez, habida cuenta de lo que sucede con el lenguaje oral, las
palabras del Papa pudieron haber sido entendidas de modo correcto.
Aunque hubiera sido deseable la exclusión de ambigüedades, sin
contar con la necesidad de haber añadido ciertas aclaraciones.
Pero parece más acertado decir que en la vida eterna viviremos
con Dios mejor aún que vivir en Dios. Pues allí es donde, por fin, tendrá
lugar la plenitud de la relación amorosa Dios--hombre, o el Amor
perfecto al que siempre había aspirado el corazón humano. Por lo
demás, es absolutamente cierto que el término lugar no puede ser
entendido, cuando se refiere a la vida eterna, en el mismo sentido que
se le atribuye en ésta. Aunque de todos modos habrá de tener un
significado real. ¿Dónde, si no, se encuentran ahora los cuerpos humanos
de Jesucristo y de la Virgen María? Por otra parte, la resurrección de los
cuerpos es un dogma de Fe, de manera que su situación en la vida
eterna no se puede reducir a la condición de un mero estado o de un
recuerdo en la mente de alguien (aunque ese alguien sea Dios). A este
respecto, quizá sea conveniente recordar lo que dice el Concilio XVI de
Toledo (año 693), en el art. 35:
Dándonos ejemplo [Jesucristo] a nosotros con su resurrección que así
como Él vivificándonos, después de dos días al tercer día resucitó vivo de entre
los muertos, así nosotros también al fin de este siglo creamos que debemos
resucitar en todas partes, no con figura aérea, o entre sombras de una visión
fantástica, como afirmaba la opinión condenable de algunos, sino en la
sustancia de la verdadera carne, en la cual ahora somos y vivimos, y en la hora
del juicio presentándonos delante de Cristo y de sus santos ángeles, cada uno
dará cuenta de lo propio de su cuerpo...25
Ni podemos olvidar tampoco las palabras del mismo Jesucristo:
En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho
que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado
un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que donde yo estoy,
estéis también vosotros.26 Así pues, ¿qué querría decir el Maestro con
dichas palabras...?
De ahí el grupo de católicos, llamados en la actualidad a vivir en
Denzinger--Hünermann, n. 574. Los Concilios de Toledo fueron considerados siempre en la Iglesia
con gran respeto y aprobación y casi equiparados a los Concilios Ecuménicos.
26 Jn 14: 2--3.
25
una época de vicisitudes y contradicciones, que desean vivir en paz
según la Doctrina en la que fueron bautizados y conforme al Evangelio
que la Iglesia les había enseñado desde siempre. Pues, ... no es que haya
otro, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de
Cristo. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un
Evangelio diferente del que os hemos predicado ¡sea anatema!27
El Libro del Apocalipsis abunda en lo mismo: Yo doy testimonio a
todo el que oiga las palabras proféticas de este libro. Si alguien añade algo a
ellas, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro. Y si alguien quita
alguna de las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol
de la vida y en la ciudad santa que se han descrito en este libro.28
Sólo resta aludir a la última y más grave determinación llevada a
cabo por el moderno Catolicismo: la práctica supresión del Misterio del
Sacrificio Redentor tal como fue instituido por voluntad de Jesucristo
en la Santa Misa.
Entre los Olivos del Huerto, durante aquella terrible Noche y ante
la inminencia de la Pasión y de la Cruz, el Demonio estaba convencido
de la totalidad de su Victoria. Sólo cuando Jesús exhaló el último
aliento, el Ángel del Mal comprendió su tremendo error. Fue ahí donde
apareció con claridad que la Muerte en la Cruz del Hijo de Dios había
sido la gran baza que Dios se había reservado y por la que el Maligno
sería vencido definitivamente.
Pero, a partir de ese instante, el Diablo ya supo a lo que atenerse.
Si la clave estaba en el Sacrificio de la Cruz, he ahí entonces lo que había
que suprimir a toda costa. Así fue como se impuso la difícil tarea de
eliminar el Misterio de la Redención ---la idea de la Muerte Sacrificial
de Cristo en la Cruz--- de la mente y del corazón de los cristianos. Cosa
que no consiguió durante veinte siglos..., hasta que el Modernismo, al
que ya se creía desaparecido, revivió en el seno de la Iglesia a partir del
Concilio Vaticano II.
Fue entonces cuando lo que parecía imposible sucedió
efectivamente. El concepto de la Misa como renovación del Sacrificio de
Cristo ---no una repetición, sino un hacerse presente aquí y ahora en toda
27
28
El Apóstol San Pablo en su Carta a los Gálatas (1: 7--8).
Ap 22: 18--19.
su realidad la Muerte del Señor--- se difumina hasta casi desaparecer, a
fin de ser sustituido por la idea prevalente y casi única de la Misa como
comida de solidaridad o fraternidad.
Todo el Misterio del Sacrificio Expiatorio quedaba archivado en el
desván de los conceptos olvidados, como algo propio de tiempos y
culturas primitivos. El hombre ya no tenía que pensar tanto en participar
en la Muerte de Alguien como en vivir en comunión y alegría con sus
semejantes, dentro de un Mundo que se basta a sí mismo y que
reconoce como único valor a su alcance al mismo Hombre. El culto a
Dios cedió su paso al culto al Hombre, de manera que, desde ahora, el
valor sobrenatural del sufrimiento y de la muerte, la necesidad de
expiar por los pecados y de compartir la Muerte del Redentor, fueron
sustituidos por las modernas concepciones que encarnaban la Nueva
Primavera y la Nueva Edad, que se abrían a un Mundo Nuevo convertido
en la etapa final de la existencia humana.
No vale la pena aducir más ejemplos que, por otra parte, todos los
católicos han tenido y tienen ocasión de contemplar y vivir. Pero así es
como ha quedado actualizada de nuevo la Noche del Huerto de los
Olivos. Otra vez Satanás se ha sentido seguro de su Victoria y esta vez
sin nadie que se lo impida.
Sin nadie que se lo impida..., hasta que llegue por fin el Supremo
Juez y se haga realidad lo que estaba profetizado: el Diablo, el seductor,
fue arrojado al estanque de fuego y azufre, donde están también la bestia y el
falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.29
Y aquéllos que permanecieron fieles al Señor y habían seguido
viviendo de Esperanza, pese a todo, confiados en la Promesa de Aquél
que había dicho que vendría de nuevo, verán colmados por fin los
anhelos de su corazón: Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer
cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la
ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada
como una novia que se engalana para su esposo;30... y las Puertas del Infierno no
prevalecerán contra Ella.31
29
30
31
Ap 20:10.
Ap 21: 1--2.
Mt 16:18.