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25 AÑOS DE ESTUDIOS MINDONIENSES
Dr. ISIDRO GARCÍA TATO
Científico titular del CSIC
Instituto de Estudios Gallegos “Padre Sarmiento”
Desde hace ya un siglo por parte de los representantes de la denominada “Escatología consecuente”, creada por Martin Werner1, Johannes Weiss2, Albert Schweitzer3, etc., se ha venido afirmando que el cristianismo primitivo vivió con una intensa
esperanza en el más allá, que anhelaba el pronto advenimiento de Cristo y que no le
quedaba lugar para atender a los intereses de este mundo, a sus necesidades y urgencias. Según esta escuela, sólo la ausencia de estos acontecimientos y el desencanto desilusionante de que la historia seguía adelante, movió a los cristianos a establecerse como comunidad permanente en la tierra y a organizarse como iglesia institucional.
Huelga decir, que este esquema histórico, surgido a finales del siglo XIX, no es
exacto, en cuanto que sólo contempla una parte de la realidad. A decir verdad, es totalmente cierto que las primeras generaciones de cristianos vivían con una intensa
esperanza en la pronta venida de Cristo. Pero esto es sólo una parte de la verdad.
Para los primeros cristianos el futuro y celestial Reino de Dios era ya una realidad
presente. Los cristianos afirmaron desde un principio que su Kyrios es ya el Señor del
cielo y de la tierra. Ellos se creían encargados de hacer discípulos de Jesús a todos
los hombres y de moverlos a vivir y comportarse según sus mandatos. Por muy anhelantemente que los primitivos cristianos invocaban la pronta venida del Señor a través de la fórmula aramea de Maranatha, con la misma decisión se disponían ya a ganar para Cristo a hombres “de todas las naciones, tribus y pueblos” (Ap 7,9). Es decir:
el Reino de Dios es “escatológico”, de los últimos días. Pero con Cristo ya ha comenzado el fin de los tiempos. Su Reino no es de este mundo, pero está en este mundo.
1
M. WENER, Die Entstehung des christlichen Dogmas problemgeschichtlich dargestellt
(Berna, 1941); ID., Der protestantische Weg des Glaubens (Berna, 1955).
2
J. WEISS, Die Predigt Jesu vom Reich Gottes (Göttingen, 31964).
3
A. SCHWEITZER, Geschichte der Leben-Jesu-Forschung (Hamburg, 1972).
1
Allí donde los hombres se hacen sus discípulos, no forman un grupo inorgánico, sino
una comunidad estructurada, institucionalizada de forma visible y que en su estructura
fundamental manifiesta una continuidad orgánica con su origen. La comunidad de la
Iglesia no es ni una mera asociación terrenal ni una comunidad espiritual; no es ni una
iglesia meramente visible ni una meramente invisible; es ambas cosas a la vez, de
forma inseparable: Iglesia terrenal y celestial, sociedad institucionalizada y comunidad
espiritual, histórica y trascendente.
La revista Estudios Mindonienses, a través de los 25 volúmenes publidados
hasta el presente, ha sido un fiel reflejo de esta ambivalente realidad de la Iglesia,
como sacramento fundamental, símbolo eficaz en el espacio y en el tiempo, en la historia, de la realidad salvífica aportada por Cristo. Estudios Mindonienses, en su amplia
trayectoria, en general, y en este número concreto, que presentamos hoy, en particular, ha tenido siempre en cuenta que Iglesia e Historia no son realidades antagónicas,
sino que se implican recíprocamente. Aunque parezca algo evidentísimo, los conceptos de historia e historicidad4 no fueron utilizados por el magisterio eclesial hasta el
Vaticano II, en cuya Constitución Lumen gentiun afirma: la Iglesia es el pueblo de Dios
en peregrinación; “germen y comienzo del Reino de Dios en la tierra” (LG 5).
Indudablemente en los cinco lustros de vida de la revista Estudios Mindonieses
convergen los dos elementos constitutivos de la religión cristiana: historia y salvación. Su brillante historial es, pues, merecedor de tan brillantes y solemnes actos conmemorativos, como los que estamos celebrando en el día de hoy.
Con respecto a la historia, elemento constitutivo del cristianismo, presente en
la mayoría de los artículos de Estudios Mindonienses, debo decir que es la linealidad
única de la versión bíblica de la historia la que distingue netamente al judaísmo y al
cristianismo –y podría añadirse también al islam- de la concepción griega del tiempo
cíclico. Refiriéndose a la obra de Cristo, el Nuevo Testamento –y más en concreto la
Carta a los Hebreos- emplea repetidas veces el término ephapax, es decir, “de una
vez para siempre”. Pero este mismo término puede ser también aplicado a las acciones divinas mencionadas en el Antiguo Testamento –“los hechos poderosos” de Yahveh, desde la llamada de Abrahán, pasando por el éxodo y la entrega de la Ley en el
Sinaí, hasta la conquista de la tierra de Israel. Dios actúa en la historia y es de estos
actos de los que toda la historia extrae su significación salvífica. Frente a esto se alza
4
Cf. L. SCHEFFCZYK, Schwerpunkte des Glaubens. Gesammelte Schriften zur Theologie
(Einsiedeln, 1977), especialmente 14-16.
2
la concepción griega de que todo se repite, del “retorno de todas las cosas”, lo cual
implica que toda significación salvífica debe buscarse fuera de la historia.
Por el contrario, siguiendo al teólogo O. Cullmann, podemos decir que la concepción cristiana del tiempo como escenario de la historia redentora presenta una doble faceta. En primer lugar, la salvación está vinculada a un proceso temporal continuo, que desde la primera sentencia del Antiguo Testamento (“al principio creó Dios el
cielo y la tierra”) hasta la penúltima sentencia del Nuevo Testamento (Maranatha =
“¡Ven, Señor Jesús!”) abarca el pasado, el presente y el futuro. La revelación y salvación acontecen a lo largo del curso de una línea histórica ascendente. En segundo
lugar, uno de los elementos característicos de esta valoración del tiempo como escenario de la historia redentora es el hecho de que todos los puntos de esta línea redentora están referidos a un hecho histórico único, situado en el punto central, un hecho,
que, precisamente en virtud de su carácter irrepetible que marca todos los hechos históricos, es decisivo para la salvación. Este hecho central es la muerte y resurrección
de Jesucristo.
En otras palabras, la fe cristiana, lejos de todo docetismo, afirma que el mundo
de la experiencia humana, la historia, es la arena de las acciones redentoras de Dios,
de la salvación, y extrae de estas acciones un significado último, aunque no podamos percibirlo “a simple vista”.
Precisamente es esta ambivalencia de la historia la que fundamentalmente ha
caracterizado y deberá seguir caracterizando a Estudios Mindonienses, como revista
especializada en la historia de la iglesia particular de Mondoñedo. Y aquí surge la
cuestión: ¿Dónde hay que situar a Estudios Mindonienses, que tiene como objeto la
realidad ambivalente de la iglesia particular mindoniense? ¿En el ámbito de la historia
o en el de la teología, en el ámbito de la historia o el de la fe?
Tal cuestión es la misma que se planteó en la segunda mitad del siglo XIX y
comienzos del siglo XX con respecto a la peculiaridad de la Historia de la Iglesia en
general. Bajo la influencia del historicismo y del laicismo alguien llegó a afirmar en el
Congreso Internacional de Historiadores de Berlín en 1908 que el “historiador eclesiástico se ha convertido en historiador profano y que la historia misma ha alcanzado
3
su plena secularización”5. El fuerte grado de penetración, en la práctica, de esta afirmación teórica se muestra en el ejemplo de Franz Overbeck, originariamente teólogo
evangélico e interlocutor de Friedrich Nietzsche, que desarrolló el programa de una
Historia de la Iglesia puramente profana, en el sentido de que todos los acontecimientos concernientes a la Historia de la Iglesia, así como su motivación y sus resultados,
pueden ser explicados a la luz de la Historia Universal y pueden ser interpretados según las reglas de la historia profana6. En Overbeck aflora el motivo básico de las ciencias del espíritu, alumbrado también en el siglo XIX por Wilhelm Dilthey, motivo que
eleva la “historicidad” del hombre a la más alta categoría comprehensiva y que desemboca en el historicismo, es decir, en la relativización de toda verdad, a consecuencia de la temporalidad y caducidad de la historia. Unido todo esto al amplio uso del
método histórico-crítico en el siglo XIX, semejante desarrollo pudo llegar a ser un peligro para una Historia de la Iglesia, que debido a la ambivalencia de su objeto se entiende a sí misma como Teología.
Ni la historia eclesiástica católica ni la la evangélica sucumbieron a este peligro. Antes bien, en ambos campos, como contrapartida de la secularización de la historia eclesiástica, se desarrollaron concepciones muy decididas sobre el carácter teológico de la misma y sobre su calidad teológica, que afianzaban así la unidad entre
teología e historia. Por citar un ejemplo, por parte católica August Franzen pudo asentar que la Historia de la Iglesia “es la exposición del origen y de la realización de la
Iglesia en la Historia” en “identidad esencial con la fundación de Cristo”7. Igualmente
Hubert Jedin determina la Historia de la Iglesia como “presencia permanente del Logos en el mundo (por medio del anuncio de la fe) y la consumación de la comunión
con Cristo por el neotestamentario pueblo de Dios…”8, lo que recuerda la definición
altamente teológica del miembro más destacado de la Escuela de Tubinga, Johan
Adam Möhler, en la que consignaba que la Historia de la Iglesia es la representación
de “la serie de desenvolvimientos del principio de luz y vida, comunicado por Cristo a
la humanidad”9.
5
Cf. G. DENZLER, Die historische Theologie im 20. Jahrhundert. Kirchengeschichte als
theologische Wissenschaft: Bilanz der Theologie em 20. Jahrhundert (ed. por H. Vorgrimler y R. Van der
Gucht), III (Freiburg, 1970), 436.
6
Cf. Fr. OVERBECK, Christentum und Kultur (Darmstadt, 1973); I. GARCÍA-TATO, Die
Trinitätslehre Karl Barths als dogmatisches Strukturprinzip (Bad Honnef, 1983), 260-282.
7
Cf. A. FRANZEN, “Kirchengeschichte”, en K. RAHNER – A. DARLAP (ed.), Sacramentum
Mundi, II (Freiburg. 1968), 1177
8
H. JEDIN, Einleitung in die Kirchengeschichte, I (Freiburg, 1962), 6.
9
J.A. MÖHLER, Gesammelte Schriften und Aufsätze, II (Regensburg, 1940), 272.
4
El logro más significativo de la Historia de la Iglesia, teológicamente cualificada, consistió en la vinculación con el método histórico-crítico, que garantizó el carácter
científico de esta disciplina eclesiástica en igualdad con la historia profana. Se sostenía la convicción de que la aplicación del método histórico-crítico a “la Iglesia en la
que se cree y que, al mismo tiempo, es visible” no sufre ninguna clase de limitación y
que, por lo mismo, la Historia de la Iglesia puede ser “tanto teología como ciencia histórica, en el sentido estricto de la palabra”10
La verdad de la Iglesia, el misterio de la Iglesia, es siempre algo que acaece.
La meta de la “patria trinitaria”, hacia la que peregrina el hombre sobre la tierra, denuncia la miopía de toda posesión humana e invita a la pobreza acogedora y a la perenne novedad del corazón y de la vida, estimulándole a ser continuo peregrino “para
el que el día no comienza en donde acaba otro día y al que ninguna aurora encuentra
en donde lo dejó el atardecer” (G. Khalil Gibran). Sin embargo, frente al no pequeño
peligro de la historización de toda la existencia e incluso de la Iglesia, poniendo como
base el paradigma de la historicidad que rechaza toda aceptación de esencias, toda
exigencia de identidad y de persistencia, la Historia de la Iglesia debe afianzarse sobre el fundamento del dogma con la mirada dirigida a la salvación transcendente, que
es simultáneamente histórica y suprahistórica.
De todas formas, hay que retornar sobre la historia, reflexionar una vez más
sobre ella desde nuestras actuales perspectivas, sobre todo porque, nos guste o no,
el existir del hombre es historia, y una revalorización del espíritu humano, dialógica
necesariamente, exige transitar por ese acaecer que no debe subestimarse, pues en
él se juega la vida de la especie humana.
En efecto, no es la mera curiosidad ni el prurito por conocer el pasado tanto
del territorio mindoniense como de Galicia lo que ha llevado a la creación de la revista
Estudios Mindonienses. Utilizando la terminología de la filosofía aristotélico-tomista, el
objeto formal quo, el prisma bajo el cual se aborda el estudio histórico es el de la fe
cristiana. De esta forma, se tiene en cuenta el elemento del tiempo en su acepción
cristiana de devenir lineal, delimitado en su origen por la creación del mundo y, al final, por el esjaton11. De todos es conocido el que San Agustín veía la historia e interpretaba el pasado como una secuencia lineal dividida en edades y marcada por generaciones sucesivas en las que destacaban figuras egregias, instrumentos para la rea10
11
H. JEDIN, Ob.cit., 5.
Cf. O. CULLMANN, Cristo y el tiempo (Madrid, 2008).
5
lización de su objetivo final de salvación. En nuestro caso de Estudios Mindonienses,
aparte de la historia local, están comprendidas todas las figuras destacadas en el ámbito mindoniense, desde la señera de san Rosendo, que determinó el devenir histórico
de la sociedad e iglesia gallegas desde el siglo X, hasta el prelado actual, don Manuel
Sánchez Monge.
La ciencia histórica se concibe como el estudio del hombre en el tiempo, que
se ocupa de las relaciones sociales, económicas, ideológicas, religiosas, políticas y
culturales. Sin embargo, en estos ámbitos adquiere relieve la figura de la persona individual relevante, dejada de lado por el movimiento historiográfico de la revista Annales, nacido en los años 30 del siglo pasado. Este movimiento llegó a calificar al género
historiográfico que se ocupaba de la persona individual relevante, la biografía, como
“episódica” y elitista, a la vez que mostró interés exclusivo por las masas, por la gente
humilde y por los marginados.
Huelga decir que en una historia que pretende ser “total”, tanto los ámbitos delimitados o locales como las personalidades excepcionales no pueden ser ignorados o
dejados de lado, sino que deben tener su lugar en la historia en la que nada es insólito y en la que nadie puede ser persona non grata. Además hay que tener siempre en
cuenta que ciertas personalidades, como la de san Rosendo, por su talento o por su
representatividad, son al mismo tiempo testigos privilegiados y reveladores de su
tiempo, y en su estudio se concentra con toda intensidad aquella definición tan repetida de la historia como magistra vitae. Como muy bien observa el maestro O. González de Cardedal, “de lo acumulado nos nutrimos. Es la memoria el agua subterránea
que humedece los suelos en los que enraízan nuestros árboles y maduran sus frutos.
Sin esa humedad se resecarían la tierra y las raíces de la vida”12. El primer dato en la
biografía religiosa de un hombre no es su propia elección o consciente decisión, sino
un “dato” en el sentido literal de la palabra: algo dado, algo adelantado, una “recepción”, una “tradición”. La fe cristiana es un producto de la histórica tradición cristianoeclesial.
De esta forma, la labor de figuras como san Rosendo y de todos los prelados,
sacertotes o laicos que a través de los siglos han protagonizado la historia mindoniense se presenta como un programa de actuación para el gallego del siglo XXI, elaborado hermenéutica y dialógicamente a partir de su experiencia vital. Sólo así, en la con-
12
O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Raíz de la esperanza (Salamanca, 1995), 449.
6
sideración de las personas individuales y de las situaciones concretas del pasado, en
la que destaca la tan vituperada historia local, podemos programar nuestro futuro,
conforme a la máxima “ex praeterito spes in futurum”. Es decir, la esperanza está en
la historia. Mirándose en ella, surgirá el hombre, se encontrará el pueblo a sí mismo,
se abrirá el futuro, pese a la tendencia hacia la desilusión y desesperanza surgida en
los últimos años, en los que se habla del “fin de la historia”. Hoy como en los comienzos de la era fascista, allá por los años 20 del siglo pasado, todavía es válido lo dicho
por el destacado miembro de la escuela de Frankfurt Walter Benjamin: “Nur um der
Hoffnungslosen willen ist uns die Hoffnung gegeben” (= “Sólo gracias a aquellos sin
esperanza nos esa dada la esperanza”). Lo que equivale a decir que vivir si esperanza es como no vivir. Y la esperanza no está ni en la filosofía, ni en la mística, ni en la
naturaleza, sino en la historia. Hay que sentar por principio que la fe cristiana es según su contenido una fe histórica. Ni la naturaleza, ni las profundidades del alma, ni la
filosofía, sino la historia es la dimensión o el ámbito en el que como cristianos nos encontramos con Dios. El mensaje cristiano no consiste en un sistema de verdades abstractas o en una concepción universal del mundo, sino en la proclamación de las actuaciones históricas de Dios, culminadas en la encarnación, en el hacerse-historia de
su Hijo, y en su actualización en la historia de la Iglesia por la palabra y el sacramento.
En tiempos de pensamientos débiles y frágiles, en tiempos de escepticismos y
relativismos como los presentes, instrumentos como la revista Estudios Mindonienses se
hacen imprescindibles. En ella hallamos hombres en su disponibilidad constante en la
escucha de la Palabra de Dios, en su leal inmersión y asunción de la tradición y del
magisterio eclesiales y en su inagotable creatividad en pro del bien espiritual y material
tanto del territorio mindoniense como de Galicia. Examinando el número que
presentamos hoy, no digo nada nuevo si afirmo que la revista ha conservado fiel e
incólume la impronta que le insufló mi antiguo compañero y amigo el Prof. Segundo
Pérez López, eximio clérigo mindoniense y gallego de pro, su fundador y único
director durante estos 25 años. A él, a los demás colaboradores, a todos los que con
sus trabajos históricos y teológicos y a los que como la Fundación Caixa Galicia a
través de los años han contribuido a la confección de esta monumental obra,
imprescindible tanto para el conocimiento de la iglesia particular mindoniense como
de la iglesia gallega y universal, mi más cordial y profundo agradecimiento.
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