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Serie Hildegardiana
dirigida por Azucena A. Fraboschi
Diseño y composición: Gerardo Miño
Corrección y revisión: Eduardo Rosende
Cuidado de la edición: Azucena Fraboschi
Edición: Primera. Noviembre de 2013
Tirada: 500 ejemplares
ISBN: 978-84-15295-60-0
Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación
pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada
con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista
por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos
Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
© 2013, Azucena Adelina Fraboschi
© 2013, Miño y Dávila srl / © 2013, Miño y Dávila editores SL
Dirección postal: Pasaje José M. Giuffra 339
(C1064ADB) Buenos Aires, Argentina
Tel: (54 011) 4300-6919
e-mail producción: [email protected]
e-mail administración: [email protected]
web: www.minoydavila.com
Índice
Introducción........................................................................................... 11
PRIMERA PARTE:
Creo............................................................................................... 17
Creo........ ............................................................................................. II.. Creo en Dios Uno y Trino......................................................... .
1. Dios, el gran misterio....................................................................... .
2. Dios, Uno y Trino............................................................................. III.. Dios Padre, creador del Cielo y de la Tierra............... .
1. Dios, creador del Cielo: los Ángeles.............................................. .
2. Dios, creador de la Tierra: el Universo......................................... .
3. Dios, creador del Hombre............................................................... .
4. El hombre, señor de la Creación, creatura de su Creador......... .
5. “Y Dios los creó varón y mujer”...................................................... .
6. “Seréis como dioses”, o el dulce gusto de la manzana................ IV.. Y en Jesucristo, Su único Hijo, Nuestro Señor............. V.. Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo
VI.. Nació de Santa María Virgen................................................. VII.. Padeció…, fue crucificado, muerto y sepultado…...... .
1. El Amor crucificado......................................................................... .
2. La respuesta del amado.................................................................... VIII.. Resucitó… ascendió a los cielos.......................................... IX.. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
.
muertos............................................................................................... I. .
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X..
Creo en el Espíritu Santo......................................................... . 1. Ven, Espíritu Santo… El envío........................................................ . 2. El Espíritu Santo, ese fuego inextinguible................................... XI.. La Santa Iglesia Católica........................................................ . 1. La Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo........................................ . 2. El Bautismo........................................................................................ . 3. La Eucaristía....................................................................................... XII.. La comunión de los santos...................................................... XIII..El perdón de los pecados........................................................... XIV..L a resurrección de la carne.................................................. XV.. La vida perdurable....................................................................... . 1. El fin del mundo................................................................................ . 2. El Juicio Final..................................................................................... . 3. La vida bienaventurada.................................................................... XVI. Amén..................................................................................................... 93
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133
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145
SEGUNDA PARTE:
La Iglesia, el ámbito de la fe................................................ 147
I..
La Iglesia: esposa, madre y maestra.................................... .
.
.
.
.
.
.
.
1. Esposa.................................................................................................. 2. Madre.................................................................................................. 3. Los hijos de la Iglesia: los órdenes en la Iglesia............................ . 3.1. El sacerdocio................................................................................ . 3.2. La virginidad............................................................................... . 3.3. La profesión religiosa................................................................. . 3.4. El pueblo seglar, esto es, los laicos........................................... 4. Maestra................................................................................................ II..
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La Iglesia: divina y humana, santa y pecadora............ “Yo, por mis obras, te mostraré mi fe”: las obras .del
. amor....................................................................................................... 197
IV.. Celebración...................................................................................... 205
III..
Bibliografía consultada................................................................. 215
“Los domingos, en la santa Misa,
recitando el ‘Credo’, nos expresamos
en primera persona, pero confesamos
comunitariamente la única fe de la Iglesia.
Ese ‘creo’, pronunciado singularmente,
se une al de un inmenso coro en el tiempo
y en el espacio, donde cada uno contribuye,
por así decirlo, a una concorde polifonía
en la fe.”
(Benedicto XVI)
En el Año de la Fe por él proclamado,
le dedicamos este fruto con filial gratitud.
INTRODUCCIÓN
L
a canonización formal de santa Hildegarda de Bingen y su proclamación como Doctora de la Iglesia recientemente efectuada por el
papa Benedicto XVI –profundo conocedor de la vida y la obra de
esta extraordinaria y hasta hace poco desconocida mujer del siglo
XII– es la coronación de ese ascendente proceso de develación y valorización
comenzado a mediados del siglo pasado a través de las más diversas áreas de
la cultura humana: filosofía, teología, psicología, medicina, música, poesía,
pintura, pastoral, espiritualidad, etc., a las que la abadesa de Bingen enriqueció
con aportes asombrosos que trascienden su época iluminando especialmente
nuestro tiempo.
¿Cómo puede ser eso? Es que además de haber sido el suyo un tiempo
de muchos y significativos hechos y cambios, bullente de vida mística, guerrera, académica, política, artística, etc., tanto como para haber sido llamado
“pequeño renacimiento” por anticiparse en ciertos aspectos al futuro Renacimiento, la vida misma de santa Hildegarda llama poderosamente la atención.
Décima y última hija nacida en 1098 de una familia noble alemana, desde muy
temprana edad asombra a quienes conviven con ella por su familiaridad con las
visiones con que la favorecía Dios, la Luz Viviente, sobre lo que más tarde dirá:
“En ningún momento mi alma carece de ella, a la que llamo sombra de la Luz
Viviente, y la veo como si en una nube luminosa contemplara el firmamento sin
estrellas, y en ella veo aquellas cosas de las que hablo con frecuencia, y las que
respondo a quienes me interrogan, siempre desde el fulgor de la Luz Viviente.”1
A los ocho años es confiada para su formación a la noble Jutta, residiendo
ambas más tarde en una celda adosada al monasterio benedictino de San
1
Carta 103r, de Hildegarda a Guiberto de Gembloux. En: Hildegardis Bingensis Epistolarium, Pars secunda, p. 262.
11
Disibodo, donde hace sus votos perpetuos en 1115. Fallecida su maestra,
es elegida priora de una incipiente comunidad benedictina femenina. Allí,
urgida por el mandato divino y con la ayuda del monje Volmar, comienza
a escribir la primera de sus tres grandes obras, Conoce los caminos del Señor
(Scivias Domini) –ilustrada con treinta y cinco bellas miniaturas–, en la que
trata sobre el Creador y la creación, el Redentor y la redención, y la maravillosa
historia de la salvación. Años más tarde escribe El libro de los merecimientos de
la vida, obra de carácter práctico-moral, cuyas cinco primeras partes presentan
a los vicios enfrentados en diálogo con las virtudes, las palabras del Celo o
Ira de Dios y los castigos que esos vicios han de merecer en esta vida y en la
otra; la sexta y última parte es una descripción del destino de las almas según
sus obras en este mundo, encabezada por una breve descripción del infierno,
del purgatorio y del cielo. Por último tenemos El libro de las obras divinas,
cuya escritura finaliza la abadesa tres años antes de su muerte, y que presenta
una magnífica concepción del hombre como un microcosmos cuyo reflejo
es el macrocosmos –puesto que fue hecho para el hombre y es como su eco–,
macrocosmos sobre el que el hombre irradia su señorío, destacándose como
cima de la creación divina y como espejo del esplendor del mundo. Mas no
terminaron allí sus quehaceres, pues escribió también otros libros, como El
libro de la medicina simple o Física, y El libro de la medicina compuesta o Las
causas y los remedios de las enfermedades, en los que, partiendo de la creación,
estudia los elementos de la naturaleza, las divisiones de las cosas creadas,
el cuerpo humano y sus alimentos, las causas, síntomas y tratamientos de
las enfermedades, la distinción entre el varón y la mujer, la fisiología y una
tipología femeninas, el matrimonio y el amor humano, entre otros temas.
Asimismo incursionó en la música y la poesía con La armoniosa música de
las revelaciones celestiales, y en el teatro sacro con su obra El drama de las
virtudes, relato de la batalla que se libra en el alma humana entre las virtudes
y el demonio. Mantuvo a lo largo de su vida una copiosa correspondencia
con monjes y monjas, abades, obispos, Papas, reyes, nobles, prelados y laicos;
fundó además dos monasterios, dando cuidadosa formación y maternal
cuidado a sus monjas; y en medio de su trajín diario hallaba tiempo para la
atención de los enfermos.
En esa vida tan ocupada no le faltaron, acompañando sus enfermedades,
luchas, incomprensiones y críticas, pues además de revalorizar a la mujer
12
Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia
siguiendo la figura paradigmática de María Virgen y hablando de “los rostros femeninos de Dios”, combatió públicamente las herejías de su tiempo,
como la de los cátaros, y también la vida desordenada del clero. En ocasión de
cumplir el mandato de Dios de fundar el monasterio de San Ruperto, debió
sostener una dura batalla con el abad de San Disibodo –bajo cuya autoridad
se encontraba–, quien no consentía que Hildegarda y sus monjas se alejaran, llevándose con ellas el prestigio que acompañaba a nuestra santa y sus
consiguientes beneficios económicos para su abadía de origen. Y no estuvo
la abadesa ajena a las cuestiones políticas de su tiempo, pues en una de las
cartas que envió al emperador Federico Barbarroja –quien había nombrado
antipapas a su parecer y conveniencia pasando por encima de las normas
establecidas– y obedeciendo a la indicación recibida de la Luz Viviente en
visión profética, santa Hildegarda lo encara reprochándole su obstinación e
impiedad, su desmesura e injusticia: “El que es dice: Yo destruyo la obstinación
y en Mi propio nombre aplasto la rebeldía de aquellos que Me desprecian.
¡Ay, ay de este mal que acontecerá a los inicuos que Me rechazan! Oye esto,
rey, si quieres vivir; de otra manera, Mi espada te golpeará.”2 Por otra parte
no podemos dejar de mencionar que fue la única mujer que en muchos siglos
de vida de la Iglesia Católica gozó del privilegio de predicar en iglesias y en
plazas al pueblo y al clero, amonestando severamente a este último por sus
desórdenes de vida y por su despreocupación en cuanto al cuidado del pueblo.
Esta valiente denuncia nos recuerda que santa Hildegarda sabía muy bien
lo que debía decir y escribir, lo que debía comunicar; era la suya una visión
profética que entrañaba también, según las palabras mismas de Dios, una
función docente y una admonición severa, cosa que llevó a cabo incansablemente hasta su muerte, ocurrida el 17 de septiembre de 1179.
Hemos pensado este modesto aporte para quienes se acercan por primera
vez a la obra de santa Hildegarda, teniendo en cuenta estas consideraciones:
acompañar este Año de la Fe relacionando distintos textos y oraciones extraídos de las obras de la abadesa de Bingen con los artículos de fe expuestos en
nuestro Credo; presentar a la Iglesia como el verdadero ámbito de la fe, en sus
múltiples aspectos de esposa, madre y maestra, divina y humana, santa y peca2
Carta 315, de Hildegarda al emperador Federico. En: Hildegardis Bingensis Epistolarium, Pars tertia, p. 75.
Creo... Meditando sobre Fe e Iglesia, con Santa Hildegarda de Bingen
13
dora, cuyos frutos son las obras del amor y su destino la vida bienaventurada
en el seno de la Santísima Trinidad; y por último poner al lector en contacto
con esta espiritualidad absolutamente original, que desciende de Dios al
hombre a través de las visiones concedidas a la santa y fielmente narradas
por ella. Dichas visiones otorgan una percepción única de la Luz Viviente,
del valor del cuerpo y su parte en la dignidad del hombre, de la psicología
y la afectividad humanas en su relación con la vida espiritual, del amor y la
realización de la persona en la vida conyugal, de la dignidad y valoración
de la mujer, de la vida consagrada, el sacerdocio y la jerarquía eclesial, de los
recursos naturales para conservar la salud, de la música como maravilloso
medio para la alabanza a Dios y su importancia para la elevación y sanación
del alma, y tanto más.
Sustentado todo el trabajo en textos varios de las obras de santa Hildegarda, los hemos comentado con breves reflexiones, como es el caso de la
Primera Parte, Creo, en la cual hay escaso recurso a otros autores; más bien,
hay el intento de invitar al lector a re-pensar, juntos y de la mano de nuestra
Doctora de la Iglesia, las verdades de la fe y su incidencia en nuestra vida de cristianos. Sí recurrimos a otros autores en la Segunda Parte, referida a la Iglesia,
donde el tono es más coloquial con el propósito de facilitar el encuentro entre
lo presentado y la realidad viva y personal de cada uno de nuestros lectores,
como una invitación a “ser Iglesia”, vivencia ésta en gran parte desplazada
por la desacralización y deshumanización de nuestro tiempo, que tienden a
considerarla como una institución meramente humana.
Nada en la literatura cristiana de todos los tiempos alcanza a transmitir
a nuestro hombre completo, cuerpo y alma, esa vibrante experiencia de la
Vida, la Luz y el Amor de las Tres Personas Divinas como lo hace la obra de
santa Hildegarda, que nos lleva al encuentro con Dios en una vivencia real,
singular y profunda. A todo ello esperamos puedan asomarse nuestros lectores
a través del material aquí propuesto en función de nuestro crecimiento en la
fe. No obstante, creemos necesario hacer una advertencia: no ha sido nuestra
intención ofrecer un libro para el estudio, ni una exposición teológica de las
verdades de la fe, sino tan sólo brindar, a través de los textos y de las reflexiones
que los acompañan, la ocasión para recapitular el Año de la Fe transcurrido,
y los frutos que con la gracia de Dios hayamos podido cosechar.
14
Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia
Nuestra Doctora de la Iglesia podría decir con san Pablo: “Como dice la
Escritura: anunciamos lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del
hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman” (1 Corintios 2, 9).
Ella ha visto y ha anunciado con la voz de Dios todos esos misterios de la fe
que son la esencia de la vida cristiana y de cuya vivencia se sigue que, como
afirma el cardenal John Henry Newman:
Es nuestro deber arriesgar lo que tenemos [en este mundo] por lo que
no tenemos [la bienaventuranza del Cielo] fundados en la palabra
de Cristo. Y tenemos que hacerlo de modo noble, generoso, no con
imprudencia o ligereza […] sino inciertos acerca de nuestra recompensa,
del alcance de nuestro sacrificio, apoyados en Cristo en todo sentido,
esperando en Él, confiando en que cumplirá Su promesa y nos hará
capaces de cumplir nuestros propios compromisos, y procediendo así
en todo sin preocupación y ansiedad por el futuro.3
Por eso hemos concluido el trabajo tratando de asomarnos a las maravillas
que nos esperan en el Cielo, a cuya descripción santa Hildegarda dedica la
sexta y última parte de su obra El libro de los merecimientos de la vida, además
de las menciones sobre el tema que realiza en otros escritos, cuando se da el
caso. Entendemos que este tópico, rara o insuficientemente abordado hoy, es
sumamente importante no sólo en cuanto es otra expresión más del inmenso
amor que Dios nos tiene, sino también como fuente de nuestra cotidiana alegría cristiana; como alimento de nuestra fortaleza para vencer las tentaciones
y enderezar cada día nuestra vida hacia Dios; y como amorosa atracción de
todos nuestros pensamientos, sentimientos y obras hacia la verdadera y definitiva vida para la que estamos hechos: la bienaventuranza. ¿Quién no sería
capaz de cualquier sacrificio durante esta corta vida, sabiendo los portentos
que nos esperan para gozarlos eternamente, inmersos en el amor de Dios?
Una experiencia muy generalizada hoy en personas de todas las edades, y aún
entre los jóvenes, es aquella del tempus fugit, la percepción de que el tiempo
fluye cada vez con mayor rapidez, lo que ha dado lugar a la expresión “Se nos
va la vida”, acompañada de un sentimiento melancólico, cuando no triste o
doloroso. Tal vez esos sentimientos no tendrían lugar si trabajáramos para
3
Newman, Henry. “Ascensión: Los riesgos de la fe”. En: Sermones, Tomo I, p. 46.
Creo... Meditando sobre Fe e Iglesia, con Santa Hildegarda de Bingen
15
acumular en esta vida los tesoros “que no se corrompen”4 como peldaños de
escalera hacia ese Cielo tan hermoso que nos está preparado.
4
16
Véase Mateo 6, 19-20.
Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia
PRIMERA PARTE
CREO...
La Creación (El libro de las obras divinas 1, 2)
I.
CREO...
Porque en el interior de los hombres se enfrentan la confesión de la
fe y su negación. ¿Cómo? Así: que éste Me confiesa y aquél Me niega.
Pero en esta batalla la pregunta es: “¿Existe Dios, o no existe?” Esta
pregunta tiene en el hombre la respuesta del Espíritu Santo: “Dios
es Quien te ha creado, y también Quien te ha redimido.” En tanto
esta pregunta y esta respuesta subsistan en el hombre, la Fortaleza
de Dios no le faltará [...]. Pero cuando no se halla la pregunta en el
hombre, tampoco está la respuesta del Espíritu Santo, porque este
hombre ha arrojado lejos de sí el don de Dios, [...] y él mismo se
precipita a la muerte.1
L
a pregunta que plantea este texto de santa Hildegarda de Bingen
no brota del hombre que no cree en Dios, esto es del ateo, o de
quien se proclama agnóstico. Surge como un clamor de labios de
aquel –tal vez nosotros, alguna vez– que por diversos motivos o en
determinadas circunstancias de su vida –dolorosas o conflictivas o desconcertantes– pierde de vista la vigencia de Dios en su realidad cotidiana; olvida
Su existencia, Lo desconoce.
O bien es la pregunta retórica de aquel que, en un acto de autoafirmación de su propia y soberana voluntad, se erige en único y supremo señor de
sí mismo: entonces la pregunta ya no es pregunta sino una declaración, la
negación de Dios. A lo que Dios responde:
1
Scivias 1, 6, 4. (Hildegardis Scivias, p. 103-04).
19
Todo aquél que no confía en Dios ni considera el modo como ha sido
creado por Dios, sino que lo reprende como si Él fuera el culpable de
sus pecados y como si no hubiera fijado para él caminos rectos; y no
quiere considerar el nacimiento y el ocaso del sol, de la luna y de las
estrellas que Dios puso en el cielo, ni el viento con el aire ni la tierra
con las aguas y las otras creaturas –todo lo cual Dios creó a causa del
hombre para que en todo esto conociera la gran dignidad en la que
había sido creado–, ése Me desprecia a Mí, Quien soy sin inicio y sin
fin, y destruye además a toda creatura, y no la conoce ni se conoce a
sí mismo acabadamente. Por lo que también Yo lo dejaré sin defensa
alguna, porque no tiene otro protector que no sea Yo, y los extraños
le quitarán la vida; echaré por tierra también su fortaleza y será destruido por los demonios, y abandonado por los ángeles buenos. Pues
todo fruto de sus deseos le será quitado y distribuido a los perros y
a las bestias, porque Me conoció menos de lo que Me conocen los
animales –ya que ellos según su naturaleza hacen aquello para lo que
fueron creados–: por esto será pisoteado como estiércol y privado de
toda felicidad.
Tampoco será contado en el número de los hijos de Dios ni arrancado de sus pecados con el azadón de la fe, porque imitó a aquel que
quiso ser semejante a Dios, esto es, a Lucifer. Por esto también, por
su soberbia, surgen en él los conflictos y los furores de la ira, que
lo separan totalmente de toda la gloria de la herencia celestial; y
careciendo de este modo del rocío y de la gracia del Espíritu Santo
se convierte en algo tan árido que no produce fruto alguno de obras
buenas. 2
Terrible respuesta, en verdad. Pero donde la pregunta, donde el clamor es
verdaderamente tal, allí se da la respuesta del Espíritu Santo, con la radiante
claridad de la verdad y la fuerza ardiente del amor; allí se hace presente la
Fortaleza de Dios, esa poderosa energía divina creadora y salvadora.
Y nos viene a la memoria la exhortación de Jesús a Tomás, cuando luego
de resucitado se le aparece con Sus llagas y la herida de Su costado, para
2
El libro de las obras divinas 1, 2, 22. (Hildegardis Bingensis Liber Divinorum Operum,
p. 82-83).
20
Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia
satisfacer la demanda del azorado discípulo. Habitualmente leemos: “Y no
seas incrédulo sino creyente.” El texto latino literalmente dice: Et noli fieri
incredulus sed fidelis, es decir: “Y no quieras ser incrédulo, sino fiel” ( Juan
20, 27). No dice: “No seas”, sino “No quieras ser”, dando a la voluntad el
papel de motor de la acción, y a la persona todo el peso de su responsabilidad.
Y, consecuentemente y como contrapartida del “no quieras” de la voluntad,
no dice “sino creyente”, que sería un acto del entendimiento, sino “fiel”,
porque la fidelidad es siempre un acto de la voluntad.
Porque no es lo mismo “creer que Dios existe”, afirmación que responde
a un acto de la razón fundado en una serie de motivos más o menos convincentes, que “creer en Dios”, actitud que implica y compromete la totalidad
de nuestro ser, nuestra propia vida, porque está dirigida hacia Alguien: una
Persona a Quien amamos y que sabemos que nos ama, en Quien depositamos
nuestra confianza, en Quien descansa nuestra esperanza.3 La fe, entonces, es
el luminoso acto del entendimiento, un conocimiento de la gloriosa Verdad
de Dios, pero un conocimiento impelido por el amor del corazón –esto es,
de la voluntad–, el cual amor a su vez es movido por la divina Presencia
que lo habita. Porque “la fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre.”4
La fe es, pues, como un éxodo desde nosotros mismos hacia la confianza en Dios, éxodo que se realiza con plena libertad y que da lugar a la
acabada realización del propio ser como creatura de Dios, creatura de ese
Tú al que nos entregamos enteramente, porque Él nos ama. Como dice
el papa Benedicto XVI en una de sus catequesis sobre el Credo: “Cuando
afirmamos: ‘Creo en Dios’, decimos como Abrahán: ‘Me fío de Ti; me
entrego a Ti, Señor’, pero no como a Alguien a quien recurrir sólo en los
momentos de dificultad, o a quien dedicar algún momento del día o de la
semana. Decir ‘Creo en Dios’ significa fundar mi vida en Él, dejar que Su
3
4
“La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares
sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me
ama; es adhesión a un ‘Tú’ que me dona esperanza y confianza.” (Benedicto XVI.
“El Año de la fe. ¿Qué es la fe?”, 24 de octubre de 2012. En: Catequesis sobre el
Credo).
Francisco. Lumen fidei (La luz de la fe), cap. 1, § 8.
Creo... Meditando sobre Fe e Iglesia, con Santa Hildegarda de Bingen
21
Palabra la oriente cada día5 en las opciones concretas, sin miedo de perder
algo de mí mismo.”6
En la fe, el “yo” del creyente se ensancha para ser habitado por Otro,
para vivir en Otro: y así su vida se hace más grande en el Amor. […] Y
en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta
conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde
en nuestros corazones,7 es imposible confesar a Jesús como Señor.8
Así, la fe es un conocimiento enamorado: el del hombre que por la fe ve
iluminarse el glorioso rostro de su Dios en la dolorosa faz del Crucificado,
pero también el de Dios que, ocultándose en las tinieblas del corazón humano,
esclarece su espíritu con la luz de la fe para que Lo vea... Es, finalmente, un
misterio de amor, del eterno y fidelísimo amor del Dios Uno y Trino.
Y si bien la fe es un don, una gracia de Dios, a nosotros corresponde
recibirla con humildad, cultivarla con diligencia, acrecentarla con amorosa
súplica, como clamó aquel padre que rogaba la curación para su hijo –y a quien
Jesús le reclama esa fe que siempre cuesta toda la confianza–: “¡Creo, ven
en ayuda de mi poca fe!” (Marcos 9, 23).
¡Creo, ven en ayuda de mi poca fe!, porque:
La fe, por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión
inmediata que parece ofrecer la visión; es una invitación a abrirse a la
fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro que quiere
revelarse personalmente y en el momento oportuno.9
5
8
9
“La fe se presenta como una luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo.
Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de
la vida de Jesús, donde Su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer
a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de
la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos
lleva más allá de nuestro ‘yo’ aislado, hacia la más amplia comunión.” (Francisco.
Lumen fidei (La luz de la fe), cap. 1, § 4).
Benedicto XVI. “Creo en Dios”, 23 de enero de 2013. En: Catequesis sobre el
Credo.
“La esperanza no queda confundida porque el Amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Romanos 5, 5).
Francisco. Lumen fidei (La luz de la fe), cap. 1, § 21.
Francisco. Lumen fidei (La luz de la fe), cap. 1, § 13.
22
Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia
6
7
Oración
La súplica de amor, que Dios dirige al hombre
Si Me amas, oh hombre, te abrazo y te confortaré con el calor
del Espíritu Santo. Cuando fijes en Mí tu mirada con tu buena
voluntad, y con tu fe Me conozcas, entonces Yo estaré contigo.10
10 Scivias 3, 11, 28. (Hildegardis Scivias, p. 593).
Creo... Meditando sobre Fe e Iglesia, con Santa Hildegarda de Bingen
23