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> ¿Qué significa tener fe hoy? > 2 Coordinación editorial Alfredo Madrigal Salas Ana Catalina Agüero Castro Elaboración de temas Edwin Aguiluz Milla Francisco Hernández Rojas Froilán Hernández Gutiérrez Jafet Peytrequín Ugalde Jorge Pacheco Romero Manuel Rojas Picado Mario Montes Moraga William Segura Sánchez Diagramación Ana Lorena Barrantes Acosta > 3 Presentación Con ocasión del 50. aniversario de la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el Papa Benedicto XVI convocó un “Año de la Fe”, que estaremos viviendo hasta el 24 de noviembre del presente año 2013. Por consiguiente, animamos a todos los cristianos a asumir su llamada durante este tiempo, para hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó, según palabras del mismo Santo Padre en su carta apostólica de convocatoria, “Porta Fidei”, 6. De conformidad con los objetivos propuestos para toda la Iglesia, la Conferencia Episcopal de Costa Rica pone a disposición de los fieles este instrumento, sencillo, claro y directo, para ayudarles a redescubrir y fortalecer su fe en Dios, Creador y Padre; en Cristo, Redentor; en el Espíritu Santo y en la Iglesia, mediadora de salvación. Igualmente, para confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza (PF 9). Para ello consideramos imprescindible la labor de los párrocos, catequistas y agentes de pastoral en general, a fin de que hagan llegar este subsidio a todos cercanos y lejanos; y los exhortamos a ejercer con empeño su mediación necesaria y eficaz. Nuestro reconocimiento sincero hacia los presbíteros que elaboraron estos temas. Y al CENACAT, por llevar a cabo su edición. Esperamos se atienda nuestro vehemente deseo de que estas páginas lleguen a las manos y al corazón de quienes más necesitan ser invitados a acercarse a la fe, que quizá por motivos diversos se debilitó, o que conscientemente marginaron de sus vidas. Para todos ellos invocamos la acción del Espíritu, y los bendecimos de corazón. + Óscar Fernández Guillén, Obispo diocesano de Puntarenas Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica > 4 Indice Tema 1. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 ¿Qué es la fe? ¿Qué significa creer hoy? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Tema 2. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 ¿Qué es tener fe? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Tema 3. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14 Fe y Palabra de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14 Tema 4. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 Fe y Catequesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 Tema 5. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 Fe y razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 Tema 6. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Fe y comunidad eclesial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Tema 7. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 Fe y liturgia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 Tema 8. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Fe y moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Tema 9. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 Fe y misión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 Tema 10. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46 Fe y compromiso social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46 Tema 11. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Fe y ecología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Tema 12. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 La Virgen María, mujer de fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 Catequesis para niños en el Año de la Fe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 > Tema 1 ¿Qué es la fe? ¿Qué significa creer hoy? (Catequesis del Papa Benedicto XVI el 24 de octubre de 2012) Queridos hermanos y hermanas: El miércoles pasado, con el inicio del “Año de la fe”, empecé una nueva serie de catequesis sobre la fe. Y hoy desearía reflexionar con ustedes sobre una cuestión fundamental: ¿qué es la fe? ¿Tiene aún sentido la fe en un mundo donde ciencia y técnica han abierto horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy? De hecho en nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que comprenda ciertamente un conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que sobre todo nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada en ello. Hoy, junto a tantos signos de bien, crece a nuestro alrededor también cierto desierto espiritual. A veces se tiene la sensación, por determinados sucesos de los que tenemos noticia todos los días, de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y más pacífica; las ideas mismas de progreso y bienestar muestran igualmente sus sombras. A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los éxitos de la técnica, hoy el hombre no parece que sea verdaderamente más libre, más humano; persisten muchas formas de explotación, manipulación, violencia, vejación, injusticia... Cierto tipo de cultura, además, ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, de lo factible; a creer sólo en lo que se ve y se toca con las propias manos. Por otro lado, crece también el número de cuantos se sienten desorientados y, buscando ir más allá de una visión sólo horizontal de la realidad, están disponibles para creer en cualquier cosa. En este contexto vuelven a emerger algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones? ¿En qué dirección orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte? Regresar > 6 De estas preguntas insuprimibles surge como el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación; en una palabra, el saber de la ciencia, por importante que sea para la vida del hombre, por sí sólo no basta. El pan material no es lo único que necesitamos; tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las dificultades y los problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: es un confiado entregarse a un “Tú” que es Dios, quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un “Tú” que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros. Es más, Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. La fe es creer en este amor de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este “Tú”, Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están asegurados en el “tú” de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Pienso que deberíamos meditar con mayor frecuencia -en nuestra vida cotidiana, caracterizada por problemas y situaciones a veces dramáticas- en el hecho de que creer cristianamente significa este abandonarme con confianza en el sentido profundo que me sostiene a mí y al mundo, ese sentido que nosotros no tenemos capacidad de darnos, sino sólo de recibir como don, y que es el fundamento sobre el que podemos vivir sin miedo. Y esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe debemos ser capaces de anunciarla con la palabra y mostrarla con nuestra vida de cristianos. Con todo, a nuestro alrededor vemos cada día que muchos permanecen indiferentes o rechazan acoger este anuncio. Al final del Evangelio de Marcos, hoy tenemos palabras duras del Resucitado, que dice: El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado (Mc 16, 16), se pierde él mismo. Desearía invitaros a reflexionar > 7 sobre esto. La confianza en la acción del Espíritu Santo nos debe impulsar siempre a ir y predicar el Evangelio, al valiente testimonio de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta positiva al don de la fe, existe también el riesgo del rechazo del Evangelio, de la no acogida del encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín planteaba este problema en un comentario suyo a la parábola del sembrador: Nosotros hablamos -decía-, echamos la semilla, esparcimos la semilla. Hay quienes desprecian, quienes reprochan, quienes ridiculizan. Si tememos a estos, ya no tenemos nada que sembrar y el día de la siega nos quedaremos sin cosecha. Por ello venga la semilla de la tierra buena (Discursos sobre la disciplina cristiana, 13,14: PL 40, 677-678). El rechazo, por lo tanto, no puede desalentarnos. Como cristianos somos testigos de este terreno fértil: nuestra fe, aún con nuestras limitaciones, muestra que existe la tierra buena, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, de paz y de amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia con todos los problemas demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena, y da fruto. Pero preguntémonos: ¿de dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación, de forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente. Así pues la fe es ante todo un don sobrenatural, un don de Dios. El concilio Vaticano II afirma: Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad (Const. dogm. Dei Verbum, 5). En la base de nuestro camino de fe está el bautismo, el sacramento que nos dona el Espíritu Santo, convirtiéndonos en hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree por uno mismo, sin el prevenir de la gracia del Espíritu; y no se cree solos, sino junto a los hermanos. Del bautismo en adelante cada creyente está llamado a revivir y hacer propia esta confesión de fe junto a los hermanos. La fe es don de Dios, pero es también acto profundamente libre y humano. El Catecismo de la Iglesia católica lo dice con claridad: Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre (154). Es más, las implica y exalta en una apuesta de vida que es como un éxodo, salir de uno mismo, de las propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos indica su camino para conseguir la verdadera libertad, nuestra identidad humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con todos. > 8 Creer es fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de Dios sobre la historia, como hizo el patriarca Abrahán, como hizo María de Nazaret. Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su “sí” a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este “sí” transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable. Queridos amigos: nuestro tiempo requiere cristianos que hayan sido aferrados por Cristo, que crezcan en la fe gracias a la familiaridad con la Sagrada Escritura y los sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de ese Dios que nos sostiene en el camino y nos abre hacia la vida que jamás tendrá fin. Gracias. > Tema 2 ¿Qué es tener fe? Es necesario redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo (Benedicto XVI. Porta Fidei, 2). La fe humana La palabra “fe” la utilizarnos muchas veces en nuestra vida diaria. Así decimos: “Yo tengo fe en este médico”. “Que poca fe tienes en mí”. “Hay que tener fe en las personas”. ¿Qué quieren decir con esas expresiones? • “Nos fiarnos de esa persona” • “Depositamos en ella nuestra confianza” • “Creemos lo que nos dice” • “Sabemos que no nos va a engañar” La fe religiosa Hay muchas personas que dicen: “Tengo fe en Dios”. “Creo en Dios”. ¿Qué quieren expresar? • “Que se fían de Dios, depositando en Él toda su confianza”. • “Que dan su asentimiento a todo lo que Dios ha revelado”. • “Que creen en Dios, Verdad plena, que no puede engañarse ni engañarnos”. Regresar > 10 1. Elementos de la Fe Dios se revela Dios en su bondad se ha manifestado a los hombres en la creación y en los acontecimientos de la vida. Pero sobre todo Dios Padre envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres, convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza. El ser humano responde La persona, sostenida por la gracia divina, responde a la revelación de Dios, pues se fía de Él y acoge su Verdad, en cuanto garantizada por Él que es la Verdad misma. A esta actitud de aceptación y respuesta positiva le llamamos fe. 2. ¿Por qué tener Fe? Don de Dios La fe no es tanto una conquista humana. El primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona en lo más íntimo. Testimonio de los Apóstoles Fueron testigos directos de las enseñanzas de Jesús, de su Muerte y Resurrección. A ellos confió el mensaje recibido del Padre y les envió a anunciarlo con su predicación y el testimonio de su vida. La Iglesia Los Apóstoles entregaron el mensaje de Jesús a la Iglesia. Ella lo interpreta auténticamente mediante el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él y lo propone como norma de vida a todos los creyentes. Testimonio de los mártires Ellos, con la entrega total de su vida en fidelidad a la fe nos muestran la validez de su compromiso cristiano y nos invitan a apostar por el Evangelio de Jesús. Es razonable Por la fe no creemos en algo absurdo y contrario a la razón o a la ciencia. Entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto, porque ambas tienen su origen en Dios y, por caminos distintos, tienden a la verdad. > 11 Da sentido a la vida En Cristo encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. En su muerte y resurrección se iluminan la alegría, el dolor y hasta la misma muerte. ¿Estás de acuerdo con estas afirmaciones? ¿Cuáles son las razones que te motivan para ser creyente? 3. Actitudes ante la Fe • “Yo soy católico de toda la vida, pero no soy practicante” • “Yo de pequeño tenía fe pero ahora la abandoné” • “Yo tengo fe en Dios pero no creo en Cristo ni en la Iglesia” • “Yo quiero tener fe pero tengo muchas dudas” • “Yo soy creyente convencido y me siento muy feliz” • “Yo creo algunas cosas pero otras no las admito” • “Yo soy creyente y eso influye en toda mi vida” • “Yo creo más en lo que dice la ciencia que en las enseñanzas de la Iglesia” • “Yo soy creyente pero me limito a cumplir unos ritos y prácticas religiosas” ¿En qué apartado se sitúa la mayoría de la gente? ¿Y vos? 4. ¿Dificultades para tener Fe? La mentalidad científica: no hay más verdad que la ciencia. La religión es absurda. La mentalidad consumista: se busca lo material, lo útil, lo práctico, el placer. Dios es algo inútil. No “sirve” para nada. El relativismo moral: exaltación de la libertad. No hay normas absolutas. Rechazo de los valores religiosos y eclesiales. El secularismo: Dios es un enemigo del ser humano. Es un obstáculo a la soberanía del hombre y a su liberación personal y social. El contra testimonio de los cristianos: con los defectos de su vida religiosa, moral y social han ocultado el genuino rostro de Dios. > 12 ¿Cuáles son las razones por los que algunos dejan de ser creyentes? ¿Y vos? 5. Cualidades de la Fe Personal: la fe es un acto personal en cuanto es la respuesta libre del hombre a Dios que se revela. Eclesial: la fe es un acto eclesial porque es la Iglesia quien engendra, cuida y alimenta la fe de cada uno. Total: la actitud creyente abarca a toda la persona: inteligencia, sentimientos, voluntad y a todos los aspectos de la vida cristiana: creer, vivir, celebrar y testimoniar. Una: la Iglesia, formada por personas diversas profesa con voz unánime la única fe, recibida de un solo Señor y que indica un solo camino de salvación. Libre: la fe se propone pero nunca puede imponerse. Cada uno, mediante su re- flexión personal y el ejercicio de su libertad, debe decidir admitir o rechazar a Cristo como el centro de su vida. 6. ¿En quién creemos? No somos creyentes sólo por unas verdades que creemos, por unos ritos que celebramos, por unas prácticas que realizamos. Todo eso es importante pero el centro y el contenido de nuestra fe es la adhesión a una persona: Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Creer en Jesucristo es el camino seguro para poder llegar, de modo definitivo, a la salvación. ¿Es Cristo el centro de nuestra fe? ¿Es qué se nota? 7. Exigencias de la Fe Buscarla La fe es un don de Dios que Él ofrece a todos. Nosotros debemos buscarla mediante la reflexión personal, la lectura de la Palabra de Dios, el contacto con otros creyentes. Pedirla Es el Espíritu quien mueve nuestro corazón para creer. Debemos pedirle que su luz ilumine nuestra mente y abra nuestro interior para responder a la llamada del Señor. > 13 Conocerla Tenemos que conocer los contenidos de la fe y formarnos para ser católicos adultos con una fe más personal, madura y convencida. Vivirla Se ha de manifestar en obras. La fe sin obras es algo muerto. Se ha de convertir en un nuevo criterio de pensamiento y acción que cambia toda la vida del hombre. Celebrarla La fe necesita expresarse y celebrarse personalmente y en comunidad. Lo hacemos en la oración, en la recepción de los sacramentos y, sobre todo, en la celebración de la Eucaristía. Testimoniarla Todo cristiano ha de ser evangelizador, manifestando con el testimonio de su vida y su palabra el mensaje de Jesús y los valores del evangelio. ¿Están presentes estas exigencias en la vida de los cristianos? ¿Y en la tuya? 8. Algunos modelos de fe Abraham: por la fe, sometido a muchas pruebas, se fió de Dios y obedeció siempre a su voluntad. Los Apóstoles: por la fe, dejaron todo para seguir al Maestro y ser testigos de su resurrección en el mundo entero. Los discípulos: por la fe, formaron la primera comunidad en torno a la enseñanza de los Apóstoles. La Virgen María: por la fe, acogió el anuncio de que sería la Madre de Dios y permaneció siempre fiel a Él hasta la muerte. Los mártires: por la fe, entregaron totalmente su vida como testimonio de la verdad. Los santos: por la fe, han consagrado totalmente su vida en la fidelidad a Cristo. Los cristianos: por la fe, hombres y mujeres de toda edad han dado testimonio del Señor en las distintas situaciones de la vida. > Tema 3 Fe y Palabra de Dios La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo (Rm 10,17). 1. Conducir al encuentro personal y eclesial con Cristo Aun cuando una traducción literal de Rm 10,17 sonaría así: la fe (viene) del oír y el oír mediante las palabras de Cristo; es oportuno traducirla en lenguaje catequético como se ha colocado en el título de este artículo, para comprender la relación Fe y Catequesis: la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Tengamos claro que la fe cristiana no es una “religión del Libro”: el cristianismo es la “religión de la Palabra de Dios”, no de “una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo” (VD 7). Es decir, la fe cristiana trata de la persona de Jesucristo, quien no es una idea, un sentimiento, una ilusión, una intuición, una doctrina o un conjunto de normas morales (cf. DCE 1; LF 15). Él es una persona, la del Hijo único y eterno del Padre, que, en el tiempo y en el espacio, se ha encarnado en el seno de María, virgen, en medio de la historia de un pueblo, Israel, para comunicar el misterio de Dios escondido desde antiguo. Se trata, entonces, de hablar de Él de tal modo que se conduzca o reconduzca al encuentro o contacto “vital”, “existencial”, “experiencial”, “comunitario” y “personal” con Él. El Papa Benedicto XVI propone en “La Puerta de la Fe”, la exigencia de redes- cubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo (PF 2; cf. DGC 41). Si la catequesis no propicia y hace efectivo este encuentro “vital” con la persona de Cristo, no podemos afirmar que haya experiencia cristiana de fe, aun cuando haya ilustración doctrinal o adoctrinamiento, sentimiento o sentimentalismo, iluminación intelectual, biblicismo o cualquier otra cosa semejante. Es necesario conducir al encuentro con Cristo, de tal modo que con él la fe adquiera la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida (VD 25; cf. LF 18; 20; 38). Regresar > 15 Dado que la fe está íntima y vitalmente relacionada con el encuentro personal con Jesucristo, por lo mismo, ha de llevar necesariamente al discipulado. Ésta es una exigencia propia de la dinámica del encuentro, lo que, a su vez, exige del discípulo el compromiso permanente de pensar como Él, de juzgar como Él y de vivir como Él lo hizo (DGC 53). Pero el encuentro personal con Él se da necesariamente en medio de una comunidad creyente en el Dios por Él revelado, es decir, en la comunidad eclesial, la comunidad discipular, la que vive de la fe que brota de la escucha de la Palabra de Dios que ilumina todo su quehacer y la abre a la misión. Por tanto, el “oyente de la Palabra”, que ahora ha llegado a ser creyente en el Dios Padre revelado por Jesucristo en su Palabra, leída en sintonía con la Tradición de la Iglesia, se une a la comunidad de los discípulos y hace suya la fe de la Iglesia (DGC 53). De aquí surge la conciencia de la eclesialidad de la fe, puesto que Él está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial (VD 25; cf. DGC 105). Esta es Buena Noticia para el creyente e impulso misionero a la vez. Quien se encuentra con Jesucristo de esa manera, ve transformada toda su existencia personal, se descubre miembro de la comunidad de los creyentes, y, necesariamente, animado e impulsado a comunicar y compartir su experiencia de fe eclesial al redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe (PF 7; cf. LF 5; 37). 2. La Palabra de Dios, lugar de encuentro eclesial con Cristo Profundicemos este encuentro con Cristo que se realiza de forma privilegiada en la Palabra contenida en la Escritura, iluminadora de la experiencia cotidiana con todas sus vicisitudes, comunicada como experiencia de fe y generadora de respuesta de fe en la catequesis, y que ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica (VD 7). La catequesis, entonces, comunica experiencialmente los contenidos de la fe eclesial en la medida que hace accesible el encuentro entre el catequizando y Cristo-Palabra en relación con la comunidad, vinculándola a la historia de la salvación, la cual se vuelve lugar de salvación, de revelación, de comunicación de Vida plena y Verdad (cf. DAp 13; VD 74; 106; LF 6). La Palabra misma que en la catequesis, por la escucha, conduce a la fe es, precisamente, la fuente de las fuentes de la catequesis, puesto que la actividad catequética comporta un acercamiento a las Escrituras en la fe y en la Tradición de la Iglesia, de modo que se perciban esas palabras como vivas, al igual que Cristo está vivo hoy donde dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20) (VD 74). Lo que comunica la catequesis, fundada en la escucha y transmisión de la Palabra, es la vida de Dios que ilumina y da sentido a la vida de cada catequizando, incorporándolo y comunicándole el sentido de perte- > 16 nencia a la vivencia de fe eclesial, ayudándole a reconocer que su propia existencia forma parte de un largo caminar de fe de un pueblo, que ha reconocido en Dios el único origen de toda salvación y la fuente de la vida verdadera. 3. La celebración eclesial de la fe El encuentro con Cristo por mediación de la Palabra de Dios alcanza su máxima expresión cuando esta Palabra es escuchada en medio de la comunidad creyente en la Sagrada Liturgia. Allí la palabra proclamada resuena con toda su fuerza, vigorizando e iluminando toda la vida de cada uno de los miembros de la comunidad. En este contexto podemos hacer resonar las palabras de LF 4: (…) es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre (cf. DAp 549). La existencia humana no está desligada de la vivencia eclesial de la fe, que se expresa de manera especial en la escucha de la Palabra en el ámbito de la celebración de los sacramentos. El dinamismo de la fe en la celebración de la liturgia de la Palabra es maravilloso y profundamente catequético. Por eso se hace necesaria una catequesis que haga comprensibles, evidentes y vivenciales los signos propios que en ella se celebran, y uno de ellos es la profesión comunitaria de la fe. En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe. Ésta no consiste sólo en asentir a un conjunto de verdades abstractas. Antes bien, en la confesión de fe, toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo (LF 45; cf. DGC 82; DAp 368). La profesión de fe en el ámbito de la liturgia ha de conducir a la experiencia personal y comunitaria del misterio como camino de comunión plena con el Dios que se ha escuchado, que se ha revelado en su Palabra a la comunidad atenta a la escucha. Esto lo ha de hacer posible una buena catequesis que conduzca a la escucha comunitaria de la Palabra para acceder a la experiencia gozosa y celebrativa de la fe eclesial. Podemos decir que en el Credo el creyente es invitado a entrar en el misterio que profesa y a dejarse transformar por lo que profesa (LF 45; cf. DGC 221). > 17 4. La fe se vuelve oración eclesial La adhesión, profesión, vivencia y celebración de la fe está íntimamente unida a la experiencia de la oración. El catequista no debe olvidar que la adhesión de fe de los cate- quizandos es fruto de la gracia y de la libertad, y por eso procura que su actividad catequética esté siempre sostenida por la fe en el Espíritu Santo y por la oración (DGC 156; cf. DGC 84; PF 10). Sin esta dimensión la fe se quedaría en mero conocimiento de verdades, pero es necesario que ella conduzca a la intimidad del silencio, ahí donde se vuelve necesario el diálogo personal con el Señor, donde la escucha fuerza a pronunciar la propia palabra, para decirse, expresarse y comunicarse en intimidad, para sumir la propia vida y la de los demás como responsabilidad y exigencia de la fe profesada y celebrada. Entendida la adhesión a Jesucristo también como necesidad de intimidad con Él, la catequesis genera un modo de vida dinámico y unificado por la fe, establece la unión entre la fe y la vida, entre el mensaje cristiano y el contexto cultural, y produce frutos de santidad (DGC 205). La fe entonces, se convierte en una fuerza dinámica impresionante, ella da sentido a toda la existencia, unifica, acaba con el divorcio fe-vida. La relación Fe-Catequesis nace de la centralidad en todo el proceso catequético, en cada una de sus fases y de manera diferenciada, de la Palabra de Dios, es decir, de la centralidad de la persona de Jesucristo, Revelador del Padre, Vida plena y Verdad que otorga la salvación. Hay una Buena Noticia que transmitir, profesar, celebrar, vivir y proclamar (cf. DGC 130), y ésta es posible gracias a que la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo, conduciendo al encuentro con Él en el seno de la comunidad eclesial, y generando auténticos discípulos misioneros. > Tema 4 Fe y Catequesis La fe viene de la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo (Rom 10,17). El tema de la fe, es algo que es común entre nosotros en nuestras conversaciones. Decimos que tenemos fe, pero podríamos preguntarnos y respondernos: • ¿Qué entendemos por la fe? ¿En qué consiste? • ¿Qué hemos escuchado en la predicación, homilía, charlas y demás, en nuestra parroquia, acerca de la fe? • ¿Qué hemos aprendido de la fe en los anteriores encuentros? ¿En qué nos ha enriquecido estas reflexiones? • ¿Qué importancia ha tenido el Año de la fe para nosotros? ¿Cómo lo hemos celebrado en nuestra comunidad? • ¿Conocemos personas que afirman no tener fe? ¿Qué dicen al respecto y por qué? ¿Qué pensamos de ellas? • ¿Cómo hemos recibido la fe? ¿En dónde? ¿Es importante expresarla y practicarla? 1. Leemos y meditamos la Palabra de Dios (Romanos 10,14-17) Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Regresar > 19 2. Reflexión en torno al texto bíblico El texto que acabamos de escuchar, debemos ubicarlo dentro del capítulo 10 de la Carta a los Romanos, una de las cartas más importantes de san Pablo, que envió a la comunidad cristiana de Roma, por allí de los años 57-58 d. C. De esta comunidad, aunque no la conocía al momento de escribir esta carta, san Pablo estaba bien enterado de sus problemas, así también de la firmeza de su fe (ver Rom 15,23). En este capítulo 10, san Pablo aborda el tema del rechazo del pueblo judío del Evangelio de Jesucristo. En dos palabras podemos resumir el mensaje del capítulo 10: Orgullo e incredulidad. O también, acogida y fe. Por eso, acoger a Cristo y su mensaje de salvación, es una cuestión de fe. Para ello se necesitan evangelizadores que anuncien el Evangelio, la palabra de Cristo. San Pablo enseña que hace falta profetas y mensajeros, pese a que se corra el riesgo del rechazo de estos enviados, como ha sucedido en la historia de Israel (ver Mt 23,37). Jesús fue rechazado y su mensaje puesto en entredicho, por una parte del pueblo judío, que Pablo lo ve anunciado en la Escritura, sin excluir la cuota de responsabilidad de Israel. Pese a ello, el mensaje de Cristo sigue resonando en todo el mundo. Porque la fe nace de la predicación y lo que se proclama es el mensaje de Cristo (v.17). Esta es la tarea de la Iglesia de todos los tiempos y la razón de su trabajo evangelizador/catequizador en todas sus dimensiones. De allí que con respecto a la fe y al texto bíblico que comentamos, en su Carta Encíclica Luz de la fe (Lumen Fidei), el Papa Francisco nos enseña lo siguiente: La palabra de Cristo, una vez escuchada y por su propio dinamismo, en el cristiano se transforma en respuesta, y se convierte en palabra pronunciada, en confesión de fe. Como dice san Pablo: “Con el corazón se cree y con los labios se profesa” (Rm 10,10). La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio. En efecto, “¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él, sin nadie que anuncie?” (Rm 10,14). La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este modo, adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos… (LF 22). > 20 3. ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? La catequesis y su quehacer en la fe cristiana Estas son las preguntas que, tanto san Pablo como el Papa Francisco se hacen con respecto a la fe. Porque ésta sencillamente sería imposible sin la predicación y el anuncio. Es aquí donde debemos de ubicar la catequesis, en su actividad pastoral y primordial de educación y crecimiento de la fe y desde sus tareas más específicas. El beato Juan Pablo lo precisaba muy bien, en su Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (La catequesis de nuestro tiempo), al enseñar que globalmente, se puede considerar (aquí) la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana (C T 18). El Nuevo Directorio General para la catequesis enseña que: La catequesis es, así, elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al Bautismo, “sacramento de la fe”. El eslabón que une la catequesis con el Bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe. Para lograrlo, la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del Evangelio, su fe, para que aquellos la hagan suya al profesarla. Por eso, “la auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación, que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una ‘traditio’ viva y activa, de generación en generación” (cf. DGC 66). La catequesis, siendo un momento esencial del proceso evangelizador (DGC 63-64), no podrá limitarse hoy día a formar un “buen cristiano” o “fiel practicante” como decimos; sino que, se verá emplazada a promover, ante todo, el nacimiento y crecimiento en la fe de auténticos y verdaderos creyentes, de una fe más personalizada, suscitando la conversión, la opción por el Evangelio, la decisión y la alegría de ser cristianos. En la situación actual, estamos ante un problema de fondo, que ya no es solamente la ignorancia religiosa de nuestras gentes, sino la falta de identidad cristiana y de fe, de profundidad en las convicciones y en las decisiones. Por eso necesitamos pasar de una fe heredada, a una catequesis más evangelizadora, de una catequesis que comunica una herencia transmitida, a una catequesis como transmisión personaliza- > 21 da de la fe, para todos sus diversos destinatarios, siguiendo las enseñanzas de san Pablo y del Papa Francisco, que hemos visto. 4. En nuestra realidad costarricense Gracias a Dios, la catequesis de Costa Rica ha vivido una profunda transformación. Está tratando de llegar a todas las edades, en especial, a los adultos, en procesos sistemáticos y diferenciados, en pasar de ser una simple “enseñanza doctrinal” a ser mucho más bíblica, kerigmática, litúrgica y vivencial. Se ha renovado siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, de los diversos documentos del Magisterio, del nuevo Directorio General para la Catequesis, del Catecismo de la Iglesia Católica y los aportes catequísticos de la Iglesia de América Latina, con una sistemática formación integral de sus catequistas; así también de la elaboración de subsidios y catecismos para todas las edades, en especial, el Manual de Adultos Esta es nuestra fe, para los adultos y jóvenes. Pues, como afirman nuestros obispos costarricenses: (…) el reto para la Iglesia es muy claro: educar al cristiano de hoy con todos sus requerimientos y exigencias, facilitando la formación de cristianos adultos en la fe. El cristiano adulto manifiesta su madurez en la totalidad de su ser, empeñándose seriamente en conocer la fe que está llamado a profesar, en acogerla con afecto y entusiasmo, y en manifestarla y practicarla en sus obras. De esta manera se va asemejando a Cristo, cuyo pensar, sentir, actuar, fue siempre coherente (Carta Pastoral del Episcopado Costarricense, Es hora de una nueva evangelización, 33). Sabemos que transmitir o comunicar la fe consiste fundamentalmente en ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia como creyentes y como miembros de la Iglesia, para que ellos, por sí mismos y desde su propia libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con Dios o con Cristo. Y esto es lo que queremos lograr, por medio de la catequesis, como educación, crecimiento y madurez en la fe, como un servicio eclesial desde el Centro Nacional de Catequesis, para nuestra Iglesia de Costa Rica. Porque estamos convencidos que la catequesis es uno de esos caminos privilegiados para lograr este objetivo. > 22 5. Respondemos a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia • ¿Qué nos enseña san Pablo con respecto a la fe y escucha de la palabra de Cristo? ¿Cómo se transmite esta fe? ¿Qué nos enseña el Papa Francisco al respecto? • ¿Qué importancia tiene la catequesis con respecto a la fe? ¿Puede darse fe sin catequesis? ¿Qué sucedería si en nuestras familias y comunidades cristianas, no se diera la catequesis en todos los niveles? • ¿A qué nos invita hoy el texto bíblico de Romanos 10,14-17? 6. Oración Envía, Señor, catequistas que anuncien el Evangelio, la palabra de Cristo a nuestros pueblos, ya que sabemos que la fe solamente nace de este anuncio, para que así tengamos cristianos adultos en la fe, alimentados por tu Palabra y por la Eucaristía. Pues quienes crean en ti, Señor, no quedarán confundidos y solamente creerán en ti, cuando sean enviados tus mensajeros de buenas noticias. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. > Tema 5 Fe y razón (Catequesis del Papa Benedicto XV del 21 de noviembre de 2012) Queridos hermanos y hermanas: Avanzamos en este Año de la fe, llevando en el corazón la esperanza de volver a descubrir cuánta alegría hay en el creer, y en encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje sobre Dios, una información particular acerca de Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador, que cumple con las aspiraciones más profundas del hombre, su anhelo de paz, de fraternidad, de amor. La fe conduce a descubrir que el encuentro con Dios mejora, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. Es así que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su propio origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana. La fe permite un conocimiento auténtico de Dios, que implica a toda la persona: se trata de un “saber”, un conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo gusto de existir, una forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad que se vuelve solidaria, capaz de amar, venciendo a la soledad que nos pone tristes. Es el conocimiento de Dios mediante la fe, que no es solo intelectual, sino vital; es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. Después el amor de Dios nos hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es, por tanto, experiencia de fe, e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: profundamente conmovido por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de nuestro egoísmo y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida. Regresar > 24 Hoy en esta catequesis, quisiera centrarme sobre la racionalidad de la fe en Dios. Desde el principio, la tradición católica ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es una fórmula que interprete la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, cuanto más, es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad. Si, observando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque no haya luz en el misterio, sino más bien porque hay demasiada. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo, solo ven la oscuridad; pero ¿quién diría que el sol no es brillante, aún más, fuente de luz? La fe permite ver el “sol”, Dios, porque es la acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe realmente todo el brillo del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre, se ha dado para que acceda a su conocimiento, consintiendo el límite de su razón como creatura (cf. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Dei Verbum, 13). Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por eso, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, a no detenerse nunca y a no evadir nunca el descubrimiento inagotable de la verdad y de la realidad. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, según los cuales la razón humana estaría bloqueada por los dogmas de la fe. Es todo lo contrario, como los grandes maestros de la tradición católica lo han demostrado. San Agustín, antes de su conversión, busca con mucha ansiedad la verdad, a través de todas las filosofías disponibles, encontrándolas todas insatisfactorias. Su investigación minuciosa racional es para él una significativa pedagogía para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice, “comprender para creer y creer para comprender” (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia de vida. Intelecto y fe, de frente a la revelación divina no son extraños o antagonistas, sino son las dos condiciones para comprender el significado, para acoger el mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto a muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que es ejercida con la razón, que piensa y nos invita a pensar. Sobre este camino, san Anselmo dirá en su Proslogion que la fe católica es fides quaerens intellectum (la fe que busca entendimiento), donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interno al propio creer. Será especialmente santo Tomás de Aquino -sólido en esta tradición-, quien hará frente a la razón de los filósofos, mostrando cuánta nueva y fecunda vitalidad racional deriva del pensamiento humano, en la introducción de los principios y de las verdades de la fe cristiana. La fe católica es, pues, razonable y brinda confianza también a la razón humana. El Concilio Vaticano I, en la Constitución dogmática Dei Filius, dijo que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio de la vía de la creación, mientras que > 25 solo corresponde a la fe la posibilidad de conocer “fácilmente, con absoluta certeza y sin error” (DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, más aún, no va contra la recta razón. El beato Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Fides et ratio, 43, resumió: La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente. En el irresistible deseo por la verdad, solo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud del ser. Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, sostiene, como hemos escuchado: Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1 Cor 1,22-23). De hecho, Dios ha salvado al mundo no con un acto de fuerza, sino a través de la humillación de su Hijo único: de acuerdo a los estándares humanos, el modo inusual ejecutado por Dios, contrasta con las exigencias de la sabiduría griega. Sin embargo, la cruz de Cristo tiene una razón, que san Pablo llama: ho lògos tou staurou, “la palabra de la cruz” (1 Cor 1,18). Aquí, el término lògos significa tanto la palabra como la razón, y si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que la razón elabora. Por lo tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional, sino un hecho salvífico, que tiene su propia racionalidad reconocible a la luz de la fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el punto de asombrarse por el hecho de que muchos, a pesar de ver la belleza de la obra realizada por Dios, se obstinan a no creer en Él. Dice, en la Carta a los Romanos: Porque lo invisible [de Dios], es decir, su poder eterno y su divinidad, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras (1,20). Así, incluso san Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar al Señor, Cristo, en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza (1 Pe. 3,15). En un clima de persecución y de fuerte necesidad de dar testimo- nio de la fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones sólidas su adhesión a la palabra del Evangelio; de dar las razones de nuestra esperanza. Sobre esta base que busca el nexo profundo entre entender y creer, también se funda la relación virtuosa entre la ciencia y la fe. La investigación científica conduce al conocimiento de la verdad siempre nueva sobre el hombre y sobre el cosmos, lo vemos. El verdadero bien de la humanidad, accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento. Por lo tanto, deben fomentarse, por ejemplo, la investigación puesta al servicio de la vida, y que tiene como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, a sabiendas de que el hombre está en la cumbre de la creación, no para explotarla de modo insensato, sino para cuidarla y hacerla habitable. > 26 Es así como la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie solo a aquellos intentos que, oponiéndose al plan original de Dios, puedan producir efectos que se vuelvan contra el hombre mismo. También por esto es razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso científico actuar siempre por el bien y la verdad del hombre, permaneciendo fiel a este mismo diseño. Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su designio de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera “gramática” del hombre y de toda realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica lo afirma: La ver- dad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal. 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él (216). Esperamos entonces que nuestro compromiso en la evangelización ayude a dar una nueva centralidad del Evangelio en la vida de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Y oramos para que todos encuentren en Cristo el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios, de hecho, el hombre se pierde. Los testimonios de aquellos que nos han precedido y han dedicado sus vidas al Evangelio lo confirman para siempre. Es razonable creer, está en juego nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo, solo Él satisface los deseos de verdad arraigados en el alma de cada hombre: ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la beata Eternidad. Gracias. > Tema 6 Fe y comunidad eclesial Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Cor 13, 13). 1. Nuestro contexto cultural Uno de los rasgos más visibles de la actual cultura en la que estamos inmersos y de la que somos parte, es el individualismo. El individualismo es una corriente de pensamiento que exalta el valor central del individuo, de su dignidad, de su independencia, pero aislándolo del entorno social en el que su vida se entrelaza con la vida de las demás personas. Se trata de una corriente que forja un “estilo de vida”, una forma de pensar y de interpretar la vida y de actuar en ella, marcado por la prioridad que hacemos de lo individual por encima o incluso opuesto al bien común, del propio bienestar al bien social; de las propias posiciones a aquellas que se rigen por una moral objetiva. Se trata de una manera de asumir la vida que, en el marco de una cultura del bienestar, lleva a unos a encerrarse en sí mismos, hundidos en un mar de insensibilidad ante los clamores de los demás; y a otros a asumir actitudes de defensivas, que les encierran en el afán de protección y les repliegan sobre sus ideas, aislándose del bien común. El individualismo termina por frustrar todo intento de proyecto en común, todo anhelo de vida comunitaria. A este fenómeno se refieren nuestros Obispos en el Documento de Aparecida cuando señalan que: Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Y haciendo un señalamiento de algunos elementos que aparecen al lado de esta concepción, continúan: Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios (…) Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual. Regresar > 28 Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la persona, son reconocidas. El individualismo debilita los vínculos comunitarios y propone una radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel primordial a la imaginación (...) Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte. Este contexto, ha condicionado fuertemente en los creyentes la vivencia de la fe, haciendo que muchos la reduzcan al ámbito de lo privado y de lo individual. La experiencia de la fe tiene un componente inevitablemente personal, pero precisamente el “ser persona”, por su propia naturaleza, no puede entenderse sino en apertura a los demás; en este sentido el individualismo, buscando la afirmación del “individuo” termina provocando su despersonalización hundiéndolo en el abismo de un yo preso de sí mismo, y cerrado a toda trascendencia. La fe auténtica es una experiencia solidariamente personal. El Papa Francisco afirma en este sentido, en la Encíclica Lumen Fidei, 22, que la fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva (…), sino que por el contrario, la existencia del creyente, en razón de su fe, se convierte en existencia eclesial. Descubramos a la luz de la Palabra de Dios, este fundamento eclesial de nuestra fe, y el por qué de la urgencia de contrarrestar la tendencia hacia la distorsión individualista de la verdadera fe cristiana. 2. La originalidad de la fe cristiana La originalidad de la fe cristiana hunde sus raíces en la revelación de un Dios que es Trinidad de personas. La diferencia sustancial entre la fe de Israel y las religiones de los demás pueblos radica, no en el número de dioses, sino en que los muchos dioses de los pueblos eran fuerzas y potencias del mundo, que para el hombre ya eran lo último, sin trascendencia alguna y por lo tanto, el hombre se había sometido a ellos (cfr Gal 4,8s). La experiencia del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, le lleva a percibir a un Dios que está ante ellos de forma personal, Él no es una prolongación de sí mismo, ni de su historia, sino que se revela como el Señor de la historia 1, no es ni una fuerza natural, ni la prolongación del alma humana, es el totalmente Otro, por ello lo contrario a la fe es la idolatría (LF 13) y por ello el encuentro con él, sólo se puede entender como “relación”, como diálogo amoroso. 1 LOHFINK, Gerhard; ¿Necesita Dios la Iglesia?, San Pablo (Madrid,1999) 12 > 29 En Jesucristo, el rostro de ese Dios se nos hará del todo claro y le podremos conocer como el “Padre” que en su Hijo se nos ha revelado (cfr. Jn 14. 8-10), y que por la presencia de su Espíritu nos irá conduciendo a la profundización de su misterio (cfr. Jn 16, 13). Dios no es “aislamiento individualista”, es “comunión de Personas”, y en ella, es apertura, es comunicación libre y amorosa: yo estoy en el Padre y el Padre está en mi (…) (Jn 14,11); el Espíritu de la verdad (…) no hablará por su cuenta, recibirá de lo mío y se los explicará. Todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16, 13a.14-15a). El Dios en quien creemos es Trinidad, y por ello toda nuestra vida de creyentes no puede sino ser trinitaria: Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2Cor 13, 13). El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia (…) (DA 155; cfr. CEC 759). 2.1. La creación anticipa la constitución del pueblo de Dios En los relatos de la creación (Gn 1 y 2), los autores bíblicos buscan “desmitificar” los elementos creados, haciéndonos caer en cuenta que ellos brotan del dinamismo creador de Dios y por lo tanto están subordinados a Él, en quien está el origen de la vida. Las cosas creadas no son “potencias” que el hombre pueda divinizar, el dinamismo creador se inserta en un proceso evolutivo en el que se afirma al mismo tiempo el poder creador de Dios y la capacidad de la creación para producirse a sí misma: dijo Dios: produzca la tierra animales vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie. Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los reptiles campestres, cada uno según su especie (Gn 1,24-25). Esta forma de entender la creación se aplica también a las diferentes generaciones de personas que como ejemplo significativo quedan plasmadas en los árboles genealógicos (cfr. Gn 11,10-13). Con la ayuda de estas genealogías, el autor bíblico, elabora una descendencia directa desde el primer hombre, pasando por Abrahán, hasta los hijos de Jacob. Aquí se califica la creación misma como “descendencia” lo que permite captar cómo en la mentalidad bíblica, la creación y la historia en la que se forja el pueblo de Dios siguen una misma línea de evolución. En esta perspectiva, la bendición será un factor que acompañará la mutua interrelación entre ambos elementos: la bendición de la creación produce los pueblos y de manera singular el pueblo de Dios.(cfr. Catecismo Iglesia Católica, 760) > 30 2.2. El Dios de Israel, el Israel de Dios Nos enseña el Concilio Vaticano II que en el Israel del Antiguo Testamento, la Iglesia encuentra los comienzos de su fe y de su elección (...) conforme al misterio salvífico de Dios (NA 4). Israel se constituye en el Antiguo Testamento, un pueblo del todo singular: Dios se le ha dado a conocer como su Dios y consecuentemente ellos son “su propiedad” (cfr. Ex 19, 5-6). La experiencia de la fe que como respuesta mueve a Abrahán a emprender su camino (cfr. Gn 12, 4ss) es la que marca la vida de Israel, y que atraviesa transversalmente toda la historia bíblica hasta Jesús: Abrahán (…) saltaba de gozo pen- sando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría (Jn 8,56). Según estas palabras de Jesús, la fe de Abrahán estaba orientada ya a él; en cierto sentido, era una visión anticipada de su misterio (LF 15). La fe en el Dios que se revela a Israel es por lo tanto, la fe de un pueblo, de una comunidad creyente (cfr. LG 9). Israel no vive su fe en Dios, sino en el corazón de su más profunda identidad como comunidad de salvación (cfr. CEC 761-762). 2.3. La comunidad de discípulos de Jesús Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (cfr. Mc 3, 14), los asocia a su vida que es vida en comunión con el Padre por el Espíritu (cfr. Jn 17,21), y los constituye “doce”, como manifestación profética de que en ellos se constituye “el nuevo pueblo de Dios” (cfr. DA 154). La experiencia de la fe que como discípulos son llamados a vivir aquellos doce y en cuya convocatoria se percibe un acto intencional y consciente de Jesús de constituir la Iglesia (cfr. LG 5; CEC 763-764), es la experiencia de una fe vivida en el seno de la comunidad: la vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia (DA 156), y no se puede pretender vivir de manera individual, pues ya no sería, fe auténtica. 3. La forma eclesial de la fe… (LF 36) La convicción de una fe que debe vivirse comunitariamente es reafirmada por nuestros Obispos, en Aparecida, quienes nos enseñan que: Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa (DA 156). > 31 El Papa Francisco nos lo ha hecho ver: Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos solamente del “yo” individual, que busca en sí mismo la seguridad del conocimiento (…) la certeza de la fe sería imposible. La persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido…El lenguaje mismo, las palabras con que interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros, guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender (LF 38). Es imposible creer cada uno por su cuenta. La fe no es únicamente una opción individual que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el “yo” del fiel y el “Tú” divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma naturaleza, se abre al “nosotros”, se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia… Esta apertura al “nosotros” eclesial refleja la apertura propia del amor de Dios, que no es sólo relación entre el Padre y el Hijo, entre el “yo” y el “tú”, sino que en el Espíritu, es también un “nosotros”, una comunión de personas. Por eso, quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros (LF 39). > Tema 7 Fe y liturgia Para transmitir esta riqueza (la fe) hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia (SC 40). 1. El lenguaje de los gestos En los pocos meses de su Pontificado, el Papa Francisco nos ha impresionado particularmente con sus gestos; pues, si sus frases simples pero llenas de sabiduría son realmente impactantes, mucho más dicientes e imborrables nos resultan sus acciones. ¿Quién de nosotros podrá olvidar que se inclinó para que rezáramos por él antes de darnos su primera bendición como Papa? Con ése y otros muchos gestos, el Papa ha logrado transmitir mucho más que conceptos. Nos ha enseñado la sencilla profundidad del Evangelio; no como una vaga idea, sino como una experiencia de vida que marca hasta los más pequeños detalles de la existencia. El Papa latinoamericano nos ha permitido conocerle no sólo por sus palabras, sino también por aquello que le hemos visto hacer y por las anécdotas que de él nos cuentan. Y todo eso ha provocado que de forma muy rápida hayamos abierto nuestro corazón a este hombre que ama y nos mueve al amor. Se trata de un verdadero hombre de Dios, puesto por el Espíritu para responder a las necesidades que enfrenta hoy la Iglesia. Un maestro cuya forma de ser nos está enseñando cómo es que realmente funciona eso que llamamos fe. Regresar > 33 2. El acto de creer La manera en la que Francisco nos ha transmitido sus ideales nos enseña cómo se vive y transmite la fe. En efecto, al publicar la Encíclica Lumen Fidei, el Papa nos ha recordado que la fe nos libra del riesgo de absolutizar nuestros criterios personales (LF 13), pero no es solamente un acto intelectual. La fe es vivir una experiencia de encuentro reiterado y constante con Jesucristo (LF 29-31), que se acerca a nosotros para conquistarnos con sus gestos cargados del más puro y perfecto amor (LF 15. 26-28). A partir de esa experiencia de amor envolvente el creyente aprende a confiar en Dios; que sin irrespetar nunca la libertad del hombre, ha sabido conducir la historia de todos los pueblos desde sus inicios, para orientarnos hacia una plenitud de vida que le dará sentido auténtico a la existencia humana (LF 8-14. 21). Por eso, el acto de creer es -al mismo tiempo- un acto de amor; pues sólo el que se siente amado es capaz de confiar, de creer y dejarse guiar por Aquel que lo ama y lo quiere llevar a una condición todavía mejor que la actual. La enseñanza del Papa nos hace entender que creer es soñar con una vida mejor que le dará sentido a todo el camino que hemos venido haciendo. Una vida plena y perfecta que no es una ilusión falsa, sino una realidad que ya hemos empezado a experimentar en ese amor que nos envuelve, nos llena de confianza y nos impulsa para caminar. Fe, esperanza y caridad son -en realidad- tres dimensiones de un solo acto cristiano; tres dimensiones que nacen de nuestro encuentro con la persona de Jesucristo. Para decirlo de manera más simple, creer es descubrirse profundamente amado por Jesucristo. Consecuencia de lo cual el creyente confía plenamente en Él, se deja llevar por su Palabra. Pues el Señor no sólo ofrece la plenitud a la que el ser humano aspira desde lo más profundo de su ser, sino que conduce hasta ella de manera eficaz a quien se deja guiar por su voz. 3. La transmisión de la fe Hemos dicho que la fe es un acto global, al creer se pone en juego la totalidad de la persona. En palabras del mismo Francisco, diremos que es: la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros (LF 40). > 34 Al entender la fe de esta manera -como realmente es-, comprendemos también lo que significa transmitir la fe. En primer lugar, entendemos que no es darle “algo” a “alguien”, como si se tratara de un objeto que pasa de mano en mano. Transmitir la fe es facilitarle a un ser humano la posibilidad de ese encuentro reiterado y constante con Jesucristo. De esa forma, cada persona podrá experimentar el amor de Dios, aprenderá a confiar en Él y se dejará llevar a ese mundo nuevo del cual nos hablaba el Papa. Surge entonces la pregunta: ¿Cómo encontrarme con la persona de Jesucristo? ¿De qué tipo de encuentro estamos hablando? ¿Se trata de una especie de encuentro mental o imaginario que podríamos producir a partir de la información que recibamos acerca de Él? ¿Es un encuentro real o una especie de experiencia emotiva? ¿Podemos pensar ese encuentro simplemente como una toma de conciencia? O para decirlo de manera simple, ¿nos encontramos realmente con Jesucristo o imaginamos un encuentro con Él? Para ayudarnos a encontrar las respuestas a estas interrogantes, el Santo Padre nos orienta en el camino correcto al recordarnos que para transmitir un contenido mera- mente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral (LF 40). Pero como se trata de algo más que una idea o un conjunto de conoci- mientos, no basta con leer o escuchar sobre Jesucristo. Y no importa si se trata de medios tecnológicos o rudimentarios; la lectura, la escucha, la enseñanza o cualquier otra actividad pedagógica o de motivación no nos llevan a creer en Cristo. Para sentirse amado y aprender a confiar es necesario encontrarse personal y directamente con el que ama. No basta con haber oído que alguien nos ama, no es suficiente hacer un recuento de los actos buenos que ese amor hubiera podido provocar para bien nuestro, no basta con emocionarse al recibir el más exaltante anuncio con la más cuidada de las técnicas. Todo eso puede ayudar y nunca debe verse como innecesario, pero es insuficiente para que haya fe. Para saberse realmente amado es absolutamente necesario el contacto personal y directo, la caricia, la intimidad, la palabra cercana y dulce que hace caer los prejuicios y permite el abrazo. 4. La presencia real de Jesucristo Con lo que hemos reflexionado hasta este punto podríamos pensar que la fe auténtica es un acto prácticamente imposible para quienes vivimos en este siglo XXI. Sin embargo, encontramos reposo para nuestro corazón al volver la mirada hacia el Concilio Vaticano II, particularmente hacia la Constitución sobre la sagrada liturgia “Sacrosanctum Concilium”. > 35 Allí se nos enseña que Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos, que son obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia ( SC, 7). El Concilio nos habla de un nivel distinto al subjetivismo de las emociones o a la inestabilidad de nuestras mejores convicciones. Se nos habla de una dimensión que depende directamente de la gracia de Dios. Se trata de ver cumplida aquella promesa de Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (Mt 28,20); promesa que fuera pronunciada por el mismo que nos mandó a hacer los actos litúrgicos en conmemoración suya, es decir, sabiendo que es Él quien realmente actúa sirviéndose de nosotros que somos los miembros de su cuerpo. En efecto, la Iglesia no es un grupo de gente que actúa en nombre de Cristo, la liturgia no son acciones que realizamos en nombre de Cristo. Afirmar algo así no sólo sería contrario a la más genuina doctrina cristiana, recordada por el Concilio Vaticano II; afirmar algo así sería negar que Cristo está en medio de nosotros. La Iglesia, como bien lo explican los numerales seis y siete de la citada constitución conciliar, es Cristo que sigue presente en medio de nosotros, porque somos los miembros siempre unidos a Él que es nuestra Cabeza. Y, consecuentemente, la liturgia es la acción de Cristo, que se sirve de nosotros -y de otros elementos sensibles- para manifestar-realizar eficazmente una presencia que es absolutamente real. Asistir a la liturgia, en donde actúa el Cuerpo real de Cristo (bautizados siempre unidos a la Cabeza), es encontrarse directa y personalmente con el Señor, aunque no siempre lo sintamos o entendamos, es entrar en una dimensión nueva y superior, un ámbito donde se asumen las realidades humanas, pero dándoles un nuevo valor: la sacramentalidad. Lo humano ya no es solamente un recurso, una técnica o una estrategia; es un elemento sacramental. No es que lo humano se desprecie, todo lo contrario, se asume, pero dándole una fuerza que no podría tener por sí mismo: se vuelve presencia real de Jesucristo, sacramento de su amor, elemento sensible para que Dios nos alcance, nos abrace y nos haga experimentar su amor. De esto nos habla el Papa al decirnos que si bien, por una parte, los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno (SC 40). > 36 5. La liturgia y la transmisión de la fe La Constitución “Sacrosanctum Concilium” había enseñado ya que aunque la sagrada liturgia es, principalmente, culto a la Divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel (…) no sólo cuando se lee lo que se ha escrito para nuestra enseñanza (Rom 15, 4) sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, se alimenta la fe de los asistentes (SC 33). Un ejemplo de esto lo podríamos ver en la indicación de comenzar siempre el bautismo de niños recibiendo a las familias en la puerta de la iglesia parroquial; no para complicar la ceremonia, sino para realizar un gesto que permita la mejor asimilación del bautismo como puerta de ingreso a la Iglesia. En este ejemplo podemos ver cómo los gestos litúrgicos están destinados a transmitirnos enseñanzas, son un recurso pedagógico para nuestro aprendizaje, tal y como lo enseñaron san Ambrosio de Milán y san Benito, abad, entre otros. Pero si nos quedáramos sólo con esta afirmación, no llegaríamos al fondo de las cosas, sino que traicionaríamos la enseñanza conciliar. Por eso, fijémonos una vez más en lo que dice la Encíclica “Lumen Fidei”; pues el Papa Francisco, al hablar de la transmisión de la fe, afirma que: Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia. En ellos se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida, asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias (SC 40). La liturgia es un “medio particular” para la transmisión de la fe no sólo porque en ella repitamos frases que nos permiten una lenta asimilación de la doctrina cristiana o porque hagamos gestos que de manera casi imperceptible nos enseñan a actuar como cristianos. La particularidad de la liturgia radica en su dimensión memorial o sacramental. Como en ninguna otra parte, en la liturgia nos encontramos de forma directa y real con la persona de Jesucristo. Los elementos que conforman la celebración son, de manera objetiva, el abrazo o el susurro con el que Dios nos hace experimentar su amor y nos enseña a tenerle confianza, para que nos dejemos llevar a la plenitud de vida que Él nos promete. Podríamos concluir -entonces- parafraseando los numerales diez y once de la Constitución “Sacrosanctum Concilium”: el acto de creer no se agota en la liturgia, pero ésta debe ser fuente y culmen para todo creyente. > Tema 8 Fe y moral Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Sant 2,17). La fe cristiana se entiende como un camino; esta peregrinación se inicia en Cristo (Col 3, 1-2; Heb 2, 10; 12, 2), porque el cristiano muerto con Cristo ha roto con los vínculos de todo aquello que es carente de valor, y contrario a su dignidad; porque ha resucitado a una vida nueva, se ha integrado por el bautismo a la vida gloriosa de Cristo, de forma tal que debe aspirar a la vida que nace en Cristo, que es aquel que inicia y perfecciona la fe. (C. Spicq, Vie Chrétienne et peregrination. Selon le Nouveau Testament, Cerf, Paris, 1972, 196. Cristo es quien nos conduce y lleva consigo en la fe, en la vida de fe; como quien propone unas verdades que serán luz en el camino, confianza con la que el creyente puede tomar la cruz y seguir tras los pasos del Señor. “Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación” (PF 3). Este caminar, iluminados por la fe, supone una nueva forma de vivir, de actuar, de comportarse; surge aquí la necesidad de la moral. De una moral que no puede ser únicamente un conglomerado de normas que lleven al creyente a caer en un legalismo sin sentido, que lejos de conducirlo a más altas metas, le dejara en el vacío de la orfandad. “Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La “fe que actúa por el amor” (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17” (PF 6). 1. ¿Cómo debe ser esta moral? ¿Cuáles son sus principios? Lo que es verdaderamente importante es la fe unida al amor. (C. Spicq, Agape, en el Nuevo Testamento, Cares, Madrid, 1977, 592). El camino de salvación para el cristiano es la fe, entendida como pertenencia a Cristo (Gal 2, 20). Regresar > 38 En el texto que nos ocupa la expresión “en Cristo Jesús” significa la acción de aquellos que se dejan conducir por la salvación que se ha iniciado en Cristo, esto es, actuar en cristiano. (C. Spicq, Agape, en el Nuevo Testamento, 593). Caemos en la cuenta que todo aquel que sigue a Cristo en la fe debe, necesariamente, actuar de una forma nueva, como quien vive en la novedad de la vida inaugurada en el Señor. “La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la “Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó” (PF). La “fe que actúa por la caridad” en una primera interpretación, descubrimos que la fe es activada por la caridad, en cuanto que la fe no es sólo una adhesión intelectual a la verdad revelada por Dios, no es solamente la obediencia a la palabra de Dios; sino que es la entrega personal de sí mismo a la persona de Jesús. En una segunda interpretación, se nos dice que la vida cristiana no se define únicamente por la fe, sino por la fe unida a la caridad; el amor cristiano es el dinamismo y la vitalidad de la fe (C. Spicq, Agape, en el Nuevo Testamento, 596-597). El creyente en Cristo debe llevar a la práctica la vida del Señor que ha sido infundida en él, y la práctica de la fe no es otra cosa que la vivencia de la caridad, del agape (ἀγάπη). En el cristianismo la caridad adquiere el carácter de norma suprema, y la virtud que engloba todas las demás (Rm 12, 9-21; I Cor 13, 4-7; Gal 5, 22-6, 6; Ef 5, 2ss), el creyente debe actuar en todo movido por el amor. Por esta razón la moral se recapitula en la caridad (C. Spicq, Teología Moral del Nuevo Testamento II, Eunsa, Pamplona, 1973, 548-549. Pero la vivencia de la caridad requiere de la continua conversión. Por eso, “será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos” (PF 13). 2. ¿Cómo comprender el significado de la moral que se recapitula en la caridad? Para respondernos podemos ir a Santo Tomás de Aquino que nos propone el sentido de la vida moral desde la caridad. Para él la caridad es cierta amistad con Dios, que comienza en esta vida por la gracia y culminará en la eternidad (S. Th. I-II, 65, 5), la > 39 moral se fundamenta en esta caridad que es la amistad con Dios, que se traducirá en una vida vivida desde la transformación que opera en nosotros el amor de Dios. Esta relación entre Dios y nosotros es capaz de realizar un cambio transformante en nuestra propia existencia. La experiencia de la amistad humana es transformante, por tanto la amistad de caridad que surge en Cristo es capaz de realizar en el creyente una auténtica transformación, que constituye la vida moral. Este modo de vida nuevo se realiza en tres dimensiones que son: la benevolencia, la mutualidad y la virtuosidad. La benevolencia supone buscar el bien de las demás personas, es querer todo lo que sea bueno para el otro, es ocuparse activa y gozosamente del bien de los otros. Esta forma de amistad supone el preocuparse y querer lo mejor para los demás. Nos descubre la generosidad de saber que no somos únicamente parte del poseer de las otras personas, sino parte integrante de su ser, parte del sentido y significado de la vida de los demás. Este amor se esfuerza activamente para que el otro descubra el bien y sea bueno. El amor desea lo mejor para los otros. La amistad busca no el bien propio, sino el bien y la felicidad del otro, es salir de uno mismo para que el otro sea feliz, somos felices en la medida que los demás lo son. “La amistad es la dedicación al bien del ser amando” (P. J Wadell, La Primacia del Amor. Palabra, Madrid, 2002, 126). Toda relación de amistad y amor no puede sobrevivir únicamente por esa entrega desinteresada, de alguna manera para que sea auténtica, y no se convierta en algo frustrante y mortal, exige que la entrega sea mutua. La mutualidad es una necesidad en las relaciones interpersonales; no se puede crecer si la amistad y el amor no son de alguna manera correspondidos. Cuando una persona se niega a la benevolencia de otra, no se abre a la mutualidad, el ofrecimiento de la amistad es imposible. La amistad y el amor exigen dos. Querer a alguien no supone la amistad, el amor es condición indispensable de la amistad, pero no es suficiente. El deseo del bien del otro debe ser reciproco. “La benevolencia tampoco basta para la amistad porque esta necesita un amor mutuo; porque el amigo es un amigo para el amigo”. (S. Th. II-II, q. 23, a. 1.) El amor y la amistad no pueden ser unilaterales, necesitan una relación personal de mutuo compromiso, exige el deseo de ambos por buscar su propio bien y el bien de quien se ama. En tanto la persona no corresponda la benevolencia es simple amabilidad, o en el peor de los casos utilización, una persona es convertida en un simple objeto que se usa. Es por esto que toda relación entre personas, en el plano del amor y la amistad, debe ser una asociación de cuidados y afectos, donde cada quien se esfuerza en alcanzar el bien y la felicidad del otro. Es por esto, que el amor y la amistad “son una comunidad de afecto en la que dos personas compenetradas en el amor trabajan para hacer de ese amor la posesión de la otra” (P. J. Wadell, La Primacía del Amor, 129). > 40 Esta mutualidad no puede ser el simple compartir de la vida sensible, la convivencia íntima entre los amigos no tiene “analogía con la de los animales, la cual no consiste más que en compartir los mismos pastos”, (Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, c.9). La vida que se comunidad en la amistad es la vida personal, la propiamente humana; lo que supone un intercambio de pensamientos, voluntades y afectos, que parten de la más grande intimidad personal. Esta relación supone poner la vida en común, con la persona amada no sólo se quiere compartir la generalidad de la vida, sino, sobre todo, su razón de ser, aquello que se encuentra en la intimidad y que probablemente no se ha comunicado a nadie, no únicamente la propia realidad corpórea, sino todo su ser. La mutualidad si no es la donación total de la persona no es donación real ni auténtica. En la mutualidad las personas quieren “compartir aquello que más aman en su vida” (Tomás de Aquino, In X libros Ethicorum expositio, IX, lect. 14). La importancia de la mutualidad es apreciable cuando ésta está ausente, por la falta de reciprocidad al amor y lo que esta falta genera, un amor que se da y no es correspondido, termina por morir. La amistad y el amor viven cuando el amor encuentra al amor. Muchas amistades se disuelven por falta de trato, el no frecuentarse causa que los amigos se vuelvan extraños. El amor-amistad debe generar la virtud en las personas que se aman. Toda amistad verdadera, y, por tanto, buena es una escuela en la virtud. Toda buena amistad nos hace crecer en la bondad y en las demás virtudes. Así, la amistad necesariamente nos hace mejores personas. Como en la amistad y el amor es necesario darse uno mismo, esto nos lleva a dar lo mejor de nosotros; y para dar, o mejor es necesario vivirlo antes. Toda relación auténticamente humana es escuela de virtud, porque entre otras aprendemos a practicar el bien. La amistad misma se vuelve una virtud que nos lleva no sólo a hacer el bien, sino a practicarlo como justicia, virtud que si no está presente en la relaciones interpersonales de amor-amistad, es imposible que sea realidad en la sociedad; los seres humanos no somos más justos porque no somos más amigos, es necesario por esto ser más amigos que justos, porque la amistad aventaja y perfecciona la justicia. La amistad contribuye a hacer que nuestra vida sea mejor, ya que la acción de la otra persona en nosotros ayuda en la construcción de nuestra propia vida; una buena parte de la identidad de las personas que se aman se debe justamente a la relación mutua. La amistad modela hacia la plenitud, en cuanto que ayudan para que afloren virtudes y cualidades que no sabíamos que estaban allí, o también las ayudan a crecer. “La razón básica de la amistad es la comunidad donde se realiza la formación progresiva de los amigos en la virtud” (P. J. Wadell, La Primacía del Amor, 133). Si la amistad es virtuosa nos lleva a la excelencia de nuestra propia perfección. > 41 Esta caridad-amistad con Dios es también una vida de conversión constante y progresiva porque no podemos sentir el amor de Dios en nosotros y no ser transformados por Él, nace aquí la esperanza de llegar a ser mejores. El amor es la radical de las conversiones porque nos transforma en el amor y el bien más hermoso que es Dios, la caridad es una vida de conversión, porque no re-crea en el amor y la bondad divinas (P. J. Wadell, La Primacía del Amor, 138). La moral cristiana que nace de la fe y se expresa en la caridad, que es la amistad de Dios con nosotros y de nosotros con nosotros mismos en Dios, es una auténtica moral del corazón, sobre la que se puede construir todo el edificio de una nueva ética capaz de hacernos mejores y de lograr un mundo más justo, más humano, y por tanto más divino. La fe debidamente alentada cada día por la Palabra y por los Sacramentos, mediante la enseñanza viva de la Iglesia y su acción evangelizadora, permite esperar “que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. De esta manera, “redescubrir los contenidos de la fe • profesada, • celebrada, • vivida, • rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año” (PF 9). > Tema 9 Fe y misión Anunciar la Buena Noticia no es para mí motivo de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia! (1Cor 9, 16) Suscitar la fe en Jesucristo Salvador del hombre es el objetivo primario de la evangelización. La fe es de una virtud sobrenatural infusa por el Espíritu Santo, la cual está estrechamente ligada a la conversión. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Deus caritas est, 1) Fe y conversión no son dos cosas diversas. La fe es esencialmente conversión y la conversión es un proceso permanente. La fe envuelve la totalidad del ser humano, es conversión de la mente, de la inteligencia, del juicio, del corazón. Se trata de mirar y juzgar las cosas con la mirada de Dios (LF 56). La esencia de la fe consiste por tanto, en la conversión radical del mundo a Dios, de nuestro mundo a nuestro Dios, de nuestro proyecto de humanidad al proyecto de Dios sobre la humanidad. Es el momento del nacimiento espiritual de una nueva creatura según el diseño de Dios que hace al ser humano partícipe de la vida divina. La fe depende exclusivamente de la iniciativa generosa e impredecible de Dios, pero a su vez requiere la disposición plena del ser humano. Una vez que el libre albedrío del ser humano responde a la iniciativa divina, es Dios quien se encarga de mover a la persona hacia sí mismo. El ser humano, por medio de la fe, se abre a Dios y se dispone a su llamada y a su querer. La conversión cristiana se fundamenta en la fe en Cristo. El ser humano se hace discípulo de Cristo, un discípulo que sigue de cerca a su maestro y no lo abandona nunca, “tomando su propia cruz”. Siguiendo a Cristo, el ser humano abandona sus propios proyectos de salvación, para acoger con firmeza el proyecto de Dios y para recibir la gracia que le permita actuarlo. Regresar > 43 El encuentro con Jesús desemboca en su seguimiento. Quien hace la experiencia del encuentro con Jesús no puede seguir su vida sin Él. El creyente se adhiere así a una persona, más que a un conjunto de doctrinas. La relación con Dios es por tanto vital y personal. El fundamento subjetivo de la fe está en la experiencia de amor que se genera a partir de la relación; el fundamento objetivo radica en la autocomunicación de ese amor en la historia. Porque ustedes han sido salvados por la fe (Ef 2, 8) Fe, conversión y salvación para Santo Tomás de Aquino se encuentran intrínsecamente relacionadas. San Agustín lo afirmaba ya cuando decía que: Cristo es la vía abierta para la salvación del alma (…) fuera de esta vía ninguno ha sido liberado, ninguno es liberado, ninguno será jamás liberado (De civitate Dei X, 32, 2). En la “Summa theologiae” se lee: Aquello que es indispensable al hombre para alcanzar la visión beatífica pertenece propiamente y esencialmente al objeto de la fe. Ahora la vía por la cual los hombres pueden alcanzar la visión beatífica es el misterio de la encarnación y pasión de Cristo; porque está escrito: “No hay ningún otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvados”. Por eso es necesario que el misterio de Cristo sea creído por todos los hombres de todos los tiempos (II-II, 2, 7). De esto se desprende la necesidad y permanencia del mandato misionera para todos los tiempos. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad (1Tim 2, 4). No obstante, surge la pregunta acerca de los no creyentes y su posibilidad de salvación. Una pregunta que se genera desde la misma escritura cuando intentamos conciliar la ya conocida expresión de Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. No hay más que un solo Dios, no hay más que un mediador, Cristo Jesús” (1 Tim 2, 4-5). Como ya afirma el Vaticano II, “el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien al misterio pascual” (GS 22), de acá que se comprende la afirmación de Lumen Gentium: “quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (LG 16). Ahora bien, si la fe es necesaria para la salvación, cómo se salvan los que no profesan la fe cristiana. Partiendo de la voluntad salvífica universal de Dios, una voluntad que no puede ser ineficaz, Santo Tomás mencionaba ya la posibilidad de una “fe implícita”, distinguiéndola de la “fe explícita” (Cfr. II-II, 2, 7, ad. 3). Debemos reconocer en esta afirmación del Aquinate la necesidad de un mínimo de fe para la salvación. Apoyándonos en Karl Rahner, diríamos que este mínimo de fe incluiría una comprensión por parte del ser humano de estar dirigido a Dios, reconociendo en Dios la causa única de todo acto de amor. De > 44 manera concreta, esta “fe implícita” es reconocida en signo tales como el deseo de infinito que el ser humano descubre en sí mismo, el optimismo de frente a la realidad, la inquietud permanente, el reconocer la insuficiencia de las cosas tangibles, el rechazo a la muerte, el sentido de una esperanza siempre viva. Otros pensadores se apoyan más en la actividad libre de Dios, que es capaz de direccionar la actividad humana hacia su proyecto, siempre y cuando esta actividad esté dirigida a los valores del Reino. Anunciar la Buena Noticia no es para mí motivo de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia! (1Cor 9, 16) Sin embargo, pese a que Dios puede direccionar la vida de todos los hombres hacia su proyecto de salvación, de ninguna manera se excluye la responsabilidad del creyente por llevar adelante el mandato misionero. La “fe explícita” es el llamado para todo ser humano, y por eso es deber de la Iglesia proponerla de manera permanente a todo hombre y mujer. Conviene recordar aquí las palabras siempre actuales del Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, 80: “(…) Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo la del Evangelio; que imponer una vía, aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade, ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de “semillas del Verbo”. ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido? Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer —sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estímulos indebidos—, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. O, ¿puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar con alegría la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor? O, ¿por qué únicamente la mentira y el error, la degradación y la pornografía han de tener derecho a ser propuestas y, por desgracia, incluso impuestas con frecuencia por una propaganda destructiva difundida mediante los medios de comunicación social, por la tolerancia legal, por el miedo de los buenos y la audacia de los malos? Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvación (…) En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvación. Y El nos ha ordenado transmitir a los demás, con su misma autoridad, esta revelación. No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias > 45 a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza -lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio-, o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto.” Sólo la fe explícita hace plena la luz sobre la bondad infinita del amor del Padre hacia nosotros, que ha enviado a su Hijo unigénito para liberarnos del pecado y donarnos la vida eterna. Sólo la fe explícita nos hace conscientes de los medios generosos que Dios ha puesto a nuestra disposición para salvarnos: la Iglesia y los sacramentos. ¡La fe se fortalece dándola! (RM 2) Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí (LF 37). Quien tiene el don de la fe explícita tiene también el deber de profesarla y comunicarla a los otros, los cuales tienen el derecho de conocer la riqueza del misterio de Cristo, en el cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, en una plenitud insospechada, todo aquello que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y su destino, sobre la vida, sobre la muerte, sobre la verdad (EN 3). La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama (LF 37) La misión, es decir, la llamada a la fe, no es un proselitismo, sino el cumplimiento de las exigencias que proceden de la misma revelación, teniendo en cuenta que cada persona tiene el derecho de escuchar la Buena Noticia que se revela y se nos da en Cristo, para realizar en plenitud nuestra vocación (RM 46). Debemos proponer a todos la verdad de Cristo, pues, en palabras del papa Benedicto XVI: quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana (Homilía: Santa Misa Imposición Del Palio y Entrega del Anillo del Pescador en el Solemne Inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24 de abril de 2005), > Tema 10 Fe y compromiso social 1. Conceptos de fe y compromiso social ¿Qué es la fe? La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. El justo vivirá por la fe (Rm 1, 17). La fe viva actúa por la caridad (Ga 5, 6) (CEC 1814). La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4) (CEC 150). La fe es la respuesta del ser humano a la invitación de Dios a la comunicación consigo y a recibirlo en su compañía, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 142). Es la adhesión de la persona a Dios, en quien libremente cree de modo absoluto. Es una virtud teologal (ver recuadro 1); por lo tanto, en ella intervienen tanto la voluntad y la libertad humanas como la acción de Dios, que nos la da como un don. Al respecto, el CEC nos enseña que la fe: • Es un acto de obediencia o sometimiento libre a la palabra escuchada (CEC 144). • Es una gracia, un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él (CEC 153). • Es, no obstante, un acto auténticamente humano (CEC 154), por cuanto en la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina (CEC 155). Regresar > 47 ¿Qué es el compromiso social? El término “compromiso” proviene de la unión de dos palabras latinas: com, que expresa la idea de “unir o juntar” y, de ahí, “mutuo”, y promissum, que significa “promesa”. “Compromiso”, por lo tanto, es una obligación que por convencimiento y voluntariamente dos o más personas contraen, o que unas asumen (prometen) libremente respecto de la otras. Qué se debe entender por “compromiso social” de los cristianos, nos lo enseña el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (en adelante: CDSI): es el que se orienta a la transformación de la vida social, para hacerla cada vez más conforme al diseño divino (CDSI 530); el que se hace por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios (CDSI 40), por mejorar la sociedad ‘según el espíritu de la Iglesia, afianzando la justicia y la caridad sociales’ (Pío XI) y de sanar las instituciones, las estructuras y las condiciones de vida contrarias a la dignidad humana (CDSI 552). El compromiso social de los cristianos -que tiene rasgos propios según los carismas particulares de los fieles laicos, los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas- es siempre un resultado del amor y la fe (ver CDSI 6 y 555). 2. Relación entre fe y compromiso social La fe es inseparable del amor La fe cristiana es una “fe en Dios amor”, como nos lo recuerdan Benedicto XVI y Aparecida (DA 7 y 13), y el papa Francisco en el capítulo primero de la encíclica Lumen Fidei, titulado “Hemos creído en el amor”. De ahí que la fe nos abre al amor de Dios, como lo apreciamos en el texto del recuadro 2. El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo. Por eso, san Pablo puede afirmar: “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20), y exhortar: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3,17). En la fe, el “yo” del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Co 12,3) (LF 21). > 48 Así, pues, la fe nos abre la puerta al amor divino y nos “ensancha” para ser habitados por Dios y su amor. Además, como nos enseñó Benedicto XVI, la fe nos libera del individualismo y nos conduce a la comunión no solo con Dios, sino, también, con las demás personas, con quienes nos responsabilizamos: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9) (Discurso inaugural en Aparecida). La mirada de fe que nos conduce al compromiso social La fe no solo nos abre al amor de Dios, sino que nos da una “visión” particular. Es la mirada de la fe. Lo vemos en el texto del papa Benedicto XVI que acabamos de leer. Los obispos de América Latina y el Caribe en Aparecida asumieron esa “mirada de fe”, de la “fe cristológica” que dirige nuestros ojos y nuestro amor a los pobres: En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios (DA 393). La encíclica Lumen fidei nos ayuda a profundizar en la “mirada de fe” que nos abre al sufrimiento de las personas cuando nos habla de una fe que da luz. De ahí nace un “servicio de la fe al bien común”, que se entiende desde la íntima e inseparable relación entre las tres verdades teologales (fe, esperanza y caridad). Lo dice así: La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, “inició y completa nuestra fe (Hb 12,2). > 49 De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres “es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral” (DA 394). El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf. 2 Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (cf. 1 Ts 1,3; 1 Co 13,13) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad “cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Hb 11,10), porque la esperanza no defrauda (Rm 5,5) (LF 25). 3. María: ejemplo de fe viva y comprometida El CEC, como lo vimos en el primer recuadro, nos dice que la fe viva actúa por la caridad (Ga 5,6). La carta de Santiago es muy enfática en cuanto a que una fe sin obras es una fe estéril y, peor aún, muerta (St 2,14-20). Las obras a las que se refiere tienen que ver con las necesidades de las personas que están desnudas y carecen del sustento diario (St 2,15), es decir, con lo que en el lenguaje actual del Magisterio, llamamos “compromiso social”, según pudimos ver en el apartado “¿Qué es el compromiso social?” También lo podemos llamar, desde la misma perspectiva del Magisterio, “amor social”, como hizo Pío XII en su carta encíclica A la Reina del Cielo (11 de octubre de 1954), número 22, cuando instituyó la fiesta de María Reina: Se empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando . > 50 Los obispos latinoamericanos y caribeños nos dicen en el Documento de Aparecida que el canto del Magnificat muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella (DA 451). Todo este documento, especialmente el capítulo 8 −“Reino de Dios y promoción de la dignidad humana”−, puede ayudarnos a revisar y enriquecer nuestro propio compromiso social, inspirados y acompañados por la Madre de Dios y Madre nuestra. > Tema 11 Fe y ecología La Tierra está brava con la humanidad, porque no la deja en paz (Davi Kopenawa). Las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones, especialmente cuando se trata de inversiones de largo plazo y sin retorno inmediato. Las industrias extractivas internacionales y la agroindustria muchas veces no respetan los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de las poblaciones locales y no asumen sus responsabilidades. Con mucha frecuencia se subordina la destrucción de la naturaleza al desarrollo económico, con daños a la biodiversidad, con el agotamiento de las reservas de agua y de otros recursos naturales, con la contaminación del aire y el cambio climático” (DA 66). Regresar > 52 “La región (América Latina y el Caribe) se ve afectada por el recalentamiento de la tierra y el cambio climático provocado principalmente por el estilo de vida no sostenible de los países industrializados” (DA 66). “América Latina es el continente que posee una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad representada por sus pueblos y culturas. Éstos poseen un gran acervo de conocimientos tradicionales sobre la utilización sostenible de los recursos naturales, así como sobre el valor medicinal de plantas y otros organismos vivos, muchos de los cuales forman la base de su economía. Tales conocimientos son actualmente objeto de apropiación intelectual ilícita siendo patentados por industrias farmacéuticas y de biogenética, generando vulnerabilidad de los agricultores familiares que dependen de esos recursos para su sobrevivencia” (DA 83). > 53 “En las decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza las poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas. La naturaleza ha sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada. Las aguas están siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas, además de haber sido transformadas en un bien disputado por las grandes potencias” (DA 84). Todo lo anterior es consecuencia de una forma de pensar donde todo se considera mercancía, desde la tierra hasta los bienes de la tierra, que ha generado una naturaleza depredada y agredida. Y las grandes decisiones sobre la riqueza de la biodiversidad y de la naturaleza están en función de los intereses económicos de las grandes transnacionales, desplazando a las poblaciones tradicionales de su papel protagónico, quienes son expulsados hacia tierras malas y a vivir amontonados en los cinturones de miseria de las ciudades. Se une a esto la industrialización salvaje y descontrolada, la contaminación ambiental con toda clase de desechos, las industrias extractivas que además producen la eliminación de bosques, contaminación del agua y convierten las zonas usadas en verdaderos desiertos (DA 84-87; 471.473). Ante toda esta realidad, tan triste, dolorosa y fatigante, qué nos dice la Palabra del Señor > 54 El ser humano no es un huérfano, un sin familia. Aparecida lo ubica en una relación familiar con el cosmos, con la tierra. Ella es hermana y Madre.Como hermana la cuidamos y como Madre nos hace ser cuando la transformamos en fuente de casa común, en hogar, en lugar de todos. De esto afirmamos que la tierra, el cosmos, el mundo es para todos. Los de hoy y los del futuro. Existe un destino universal de todos los bienes, que se deben usar bajo el principio de la justicia distributiva, bajo los criterios del desarrollo sostenible.(Cfr. DA 126.471.474ª) La obra de Dios le es confiada al hombre y a la mujer para que la cultiven y la guarden, para admirar su belleza y por eso se usan con cuidado y delicadeza.(Cfr. DA 470). > 55 Mirad os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todos los animales de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, la hierba verde les servirá a todos (Gn 1, 29-30). Somos creados a imagen y semejanza de Dios como unidad de arcilla del suelo, y ya por esto la persona humana es unidad de espíritu y materia. Somos materia espiritualizada, o bien espíritu encarnado. Pero además es el Adam, del homo Adam: hijo de la tierra, u homo que viene de humos: tierra fértil. Es decir, somos tierra, somos uno con todo el Universo y por eso buscamos esa comunión-equilibrio maravilloso con toda la creación, de la cual nos sentimos hermanos y hermanas. Así descubrimos la tierra, no como algo inerte, para ser explotado y comercializado, sino la comprensión de la tierra como sistema, donde las cosas no están yuxtapuestas, las montañas, los árboles y los animales de un lado; y los seres humanos por otro, sino como un todo ínter-retroconectado. Todo el planeta Tierra es un super-organismo vivo, elemento que inclusive nuestros pueblos lo sabían mucho antes, llamándola de pacha mama. Hoy está claro que la tierra es viva, y no solamente porque tiene vida sobre ella, sino que ella misma es vida. Como ella es sujeto, por eso se hace comunión con ella. Esto es parte de nuestra espiritualidad. “La familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde vivir sus propias relaciones. Para la familia humana, esta casa es la tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con creatividad y responsabilidad. Hemos de cuidar el medio ambiente: éste ha sido confiado al hombre para que lo cuide y lo cultive con libertad responsable, teniendo siempre como criterio orientador el bien de todos” (Benedicto XVI, Audiencia general el miércoles 26 agosto 2009). El carácter moral del desarrollo no puede prescindir tampoco del respeto por los seres que constituyen la naturaleza visible y que los griegos, aludiendo precisamente al orden que lo distingue, llamaban el “cosmos”. Estas realidades exigen también respeto, en virtud de una triple consideración que merece atenta reflexión (SRS 34). La primera consiste en la conveniencia de tomar mayor conciencia de que no se pueden utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados, animales, plantas, elementos naturales, como mejor apetezca, según las propias exigencias económicas. Al contrario, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos. La segunda consideración se funda, en cambio, en la convicción, cada vez mayor también de la limitación de los recursos naturales, algunos de los cuales no son, como suele decirse, renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad, no sólo para la generación presente, sino sobre todo para las futuras. > 56 La tercera consideración se refiere directamente a las consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de la vida en las zonas industrializadas. Todos sabemos que el resultado directo o indirecto de la industrialización es, cada vez más, la contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la salud de la población. Una vez más, es evidente que el desarrollo, así como la voluntad de planificación que lo dirige, el uso de los recursos y el modo de utilizarlos no están exentos de respetar las exigencias morales. Una de éstas impone sin duda límites al uso de la naturaleza visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de “usar y abusar”, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de “comer del fruto del árbol” (cf. Gén 2, 16 s), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones, relativas al uso de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industrialización desordenada, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir el desarrollo. Asumir la creación como un encargo de Dios, a la cual debemos contemplar, cuidar y utilizar promoviendo una ecología humana abierta a la trascendencia que respete a las personas, la familia, los ambientes y las ciudades para recapitular todas las cosas en Cristo, plenitud de un verdadero desarrollo humano integral (DA 125-126). Empeñarse en la construcción y promulgación de políticas públicas, con el apoyo de la participación ciudadana que protejan, conserven y restauren la naturaleza (DA 474d). En coordinación con la sociedad civil y el estado, implementar medidas de monitoreo y control social sobre la aplicación de los estándares ambientales internacionales (DA 474e). > Tema 12 La Virgen María, mujer de fe ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1, 45). 1. Reflexión Bíblica del texto Lc 1, 26-56 María después de escuchar el anuncio del ángel, ha ido a visitar a Isabel. Esta cita bíblica es la exclamación de Isabel al recibir la visita de la Madre del Señor. Lucas nos da la increíble buena noticia de que Dios se ha encarnado, se ha hecho hombre, ahora es uno de nosotros, y nos propone el modelo creyente de María. Creer es hacer posible lo imposible, es creer contra toda desesperanza. El texto ofrece el testimonio de una mujer que ha descubierto el sentido de su vida en decir Si a Dios. María sintió la necesidad de comunicar su gozo y compartir el de su prima. El saludo de María provoca la respuesta de Isabel que, entusiasmada, exulta en alabanza profética bajo la acción del Espíritu Santo. Isabel ha reconocido en el hijo de María a “su Señor, su Dios”, por eso llama a María la bendita entre todas las mujeres. Dios, que ha visitado a su pueblo por medio de los profetas, ahora lo visita definitivamente por su propio Hijo, en María. Isabel llama dichosa a María porque ha creído y porque es la madre del Señor. Isabel declara feliz a María porque, contrariamente a lo que hizo Zacarías (Lc. 1, 8-25), ella ha creído que se realizaría lo que la Palabra de Dios dijo: del mismo modo que la fe de Abraham inició la historia del pueblo de Israel, la fe de María inicia la etapa definitiva de la historia de la Salvación. En María, la profecía se ha convertido en realidad. Ella se puso en camino, al encuentro de Isabel: iba para felicitar, para compartir y para servir. Iba, movida solamente por el amor. Regresar > 58 Esta bienaventuranza ha palpitado en el corazón de la Iglesia durante siglos, reconociendo en la Santísima Virgen a la mujer y madre de nuestra fe. Profundizar en el ejemplo y testimonio que nos da la Virgen María nos ayuda a crecer en nuestra vida cristiana. 2. La Iglesia nos invita a alcanzar una fe madura y adulta El año de la fe, tiene como propósito animar la experiencia de la comunidad cristiana, fortaleciendo nuestra propia experiencia de fe e impulsándonos hacia la vivencia de una fe madura y adulta (PF 6). Estamos invitados a crecer en la fe, a descubrir nuestra fe como nuestro gran tesoro, como para María. 3. Sentido y significado de una fe madura y adulta, como la de María Toda acción pastoral de la Iglesia, está orientada a promover en cada creyente una fe como la de María. ¿En que consiste una fe que es madura y adulta? Consiste en ser bautizados convencidos y personalmente comprometidos. Es poner en sintonía mi vida con mi fe, pasar de una fe infantil a una fe adulta convirtiendo mi corazón al “solo Dios verdadero” revelado en Cristo. Sólo mediante el encuentro, la conversión y el discipulado se llega a una madurez auténtica. A veces las crisis, incoherencias y superficialidad actual, son signo de una fe que no ha logrado alcanzar madurez. El adulto espiritual es el ser humano que ha logrado una unidad de su personalidad con su experiencia de fe, que no vive de impulsos sino de convicciones, y la fe orienta toda su vida. El adulto espiritual es el que toma en serio la propuesta de Jesús, y se decide a ser discípulo y misionero. 4. Rasgos de una fe madura y adulta, como la de María Nuestra madre fue coherente con lo que creyó y vivió, su fe la anuncio con todo su ser; creyó lo que el Señor le revelo, lo medito y lo guardo en su corazón Inmaculado, sosteniéndolo con firmeza. La fe de María es una fe madura y adulta, cada una de sus actitudes manifiestan una fe que da fruto (Mt 7, 20). Es para cada uno de nosotros modelo de confianza y obediencia al plan de Dios. Esta misma fe se nos dio como Gracia en nuestro bautismo, para hacerla crecer, es necesario una decisión libre y personal de hacer mía la voluntad de Dios, igual que lo hizo María. > 59 En María la fe se identifica como una apertura a la acción de Dios: es la disponibilidad a iniciar y perseverar en un camino de discipulado: Maestro ¿dónde vives? Ven y lo veras (Jn 2,38). Es una apertura que nos lleva a ser presencia de Dios, a ser testimonio. María es la que ha creído, es decir, la que ha sido capaz de fiarse de Dios y aceptar lo que Dios le proponía, por complicado que fuera; y por eso, en ella y por ella se realizarán las promesas que Dios ha hecho. Es también la necesidad de la “conversión del corazón” (Mt 6,21). Vivir un proceso de conversión que moldea un corazón abierto, iluminado, ardiente, obediente, decidido, sincero, puro, conmovido, creyente. Quien ha acogido la Palabra se convierte en un corazón habitado por Dios Padre, por Cristo y por el Espíritu (Ef 3,17). Convertirse será, pues, aceptar el mundo de juicios y valores de Jesucristo, acoger en mí una mentalidad nueva, la de Jesucristo. Porque la fe cristiana consiste en tener una orientación de toda la existencia de cara a Dios. Implica descubrir al Dios viviente y personal que se ha revelado en Jesucristo. Esta fe es auténtica, cuando es punto de partida y fuente de santidad. (Mt 5, 48) Los santos son hombres y mujeres con una fe adulta y madura. En el “Magníficat” (Lc 1, 46-55) esta gran alabanza que brotó del corazón de María, se refleja toda el alma, toda la personalidad de María, su síntesis es la certeza de sentirse: “arraigado en la fe” (Col 2, 7.) María, es la madre del Mesías, y nos da un ejemplo de fe, de alegría, de disponibilidad, de servicio. Por tanto, la madurez de la fe implica la conversión; supone el hallazgo y el reconocimiento del Dios único y verdadero; e introduce toda la personalidad del creyente en la unidad del misterio de Cristo. 5. Aspectos que nos ayudan a crecer hacia una fe adulta, y afianzar una fe madura • La necesidad del encuentro personal con Jesús • La escucha y meditación atenta de la Palabra de Dios • Reflexionar, a la luz de la fe, sobre la experiencia humana cotidiana • La participación en encuentros de catequesis y formación cristiana • La fe debe tener la firmeza de una convicción personal y orientar mi vida • Una participación activa y consciente en la vida litúrgica de la comunidad cristiana en la cual la fe se recubre de vigor > 60 • Ejercitar un servicio en mi comunidad o parroquia • Vivir un camino de discipulado en actitud de apertura, caridad y mission La vida de oración y servicio, la contemplación, el silencio, la frecuente participación del sacramento de la reconciliación y ante todo la participación en la Eucaristía, son indicaciones concretas para alcanzar una fe como la de María. ¿Cómo me ayuda María a vivir mi fe? Ella nos ayuda como Madre de nuestra fe, pues ella ante todo experimento la llamada de Dios, escucho su voz, la recibió, la conservo en su corazón y la puso en práctica. Nos guía y protege como Madre. Por tanto, nuestra meta es crecer cada día más y más en la fe del bautismo, adquirir una fe madura y adulta. 6. ¡Creo señor, pero aumenta mi fe! Creo Ésta es la Fe que nos transmitieron los Apóstoles y que ahora confesamos, en una plegaria humilde y sencilla, en comunión con toda la Iglesia. Señor, Tú eres la Verdad plena. Acojo como verdadero todo lo que has querido darme a conocer. Creo, Señor en comunión con la Iglesia; creo lo que Ella corno Madre y Maestra me propone para ser creído. Quiero. Señor, adherirme a la fe de la Iglesia consciente y libremente, con alegría y entusiasmo. Creo en Dios Creo, Señor, que Tú eres la plenitud del ser y la perfección suma, Tú eres eterno, infinito y transcendente al mundo. Tú eres Trinidad de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Te alabo, Padre en ti está la Vida. Tú engendras al Hijo como imagen tuya y resplandor de tu gloria. Te alabo, Hijo. Tú eres la Palabra eterna del Padre, que nos da a conocer su intimidad y perfección. Te alabo, Espíritu Santo, vínculo de amor entre el Padre y el Hijo. Os ensalzo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque cada uno de vosotros sois Dios, pues compartís la misma y única naturaleza divina, familia y comunidad de Amor. > 61 Padre Creo, Señor, que Tú eres eterna comunicación de amor y te das por completo al Hijo y al Espíritu Santo en el seno de la familia trinitaria. Creo que tu amor por los hombres y mujeres es más fuerte que el de un padre o una madre por sus hijos. Tú estás siempre cerca de los seres humanos, les acoges y acompañas, les proteges, y estás siempre dispuesto a ofrecerles el perdón y la salvación, que los plenifica totalmente. Todopoderoso Creo, Señor, que Tú omnipotencia es universal y siempre la ejerces al servicio de la salvación de la humanidad. Tú la manifiestas en la creación de todas las cosas de la nada, en la Encarnación y la Resurrección de tu Hijo, en la capacidad de perdonar y hacernos hijos tuyos, en tu victoria sobre el mal, el pecado y la muerte. Creador del cielo y de la tierra Creo, Señor, que Tú eres el origen de todas las cosas. Todo lo has creado libremente, de la nada y por amor. Lo has creado todo para manifestar tu gloria, tu bondad y sabiduría a todos tus hijos. Tu obra más hermosa es el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza tuya, iguales en dignidad, capaces de amar y ser libres, destinados a formar comunidad y a transmitir la vida humana, a dominar la tierra y colaborar contigo en el mundo. La creación es el comienzo de tu Alianza de Amor con el Pueblo de Israel, de tu Revelación y Salvación para toda la humanidad. Tú, Señor, cuidas y sostienes el Universo y cada ser concreto, los guías según tu designio que realizas por Cristo en el Espíritu, y lo conduces hacia su perfección. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor Yo creo que Tú eres el Hijo único de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, y compartes con el Padre y el Espíritu la misma dignidad, honor y gloria. Eres la Palabra definitiva del Padre y has sido constituido Señor del mundo y de la historia. Por eso mereces ser amado, adorado y obedecido siempre. > 62 Tú eres el Mesías, ungido por el Espíritu Santo, enviado por el Padre al mundo. En ti se cumplen las promesas hechas a Abrahán y su descendencia de formar con la humanidad entera un único pueblo unido en torno a un único Padre. Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María la virgen Creo que, sin dejar de ser Dios, has asumido la condición humana, para nuestra salvación, para reconciliarnos con Dios, para darnos a conocer el amor infinito del Padre, para hacernos partícipes de la naturaleza divina. Tú, fuiste concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen. Eres Dios y hombre verdadera, perfecto en la divinidad y en la humanidad, semejante a nosotros menos en el pecado. Eres una única Persona con dos naturalezas, la divina y la humana, unidas de forma indivisible. Tú eres el rostro de Dios y la esperanza de la creación. Creo que Tú, María, eres verdaderamente Madre de Dios, porque en Ti fue concebido y de Ti nació el Hijo Eterno de Dios, Dios mismo. Tú eres siempre virgen, concebida sin pecado original y limpia de todo pecado para ser Madre del Hijo. Eres la llena de gracia, siempre obediente a Dios, entregada totalmente a la persona y obra de tu Hijo. Tú eres en Cristo la Madre de todos los vivientes, tú cooperas a su nacimiento como hijos de Dios, tú cuidas e intercedes por ellos ante tu Hijo. Tú eres la toda santa, figura y modelo de todos los creyentes. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado Señor, Tú cumpliste siempre la voluntad de tu Padre Dios. Te condenaron por proclamarte Hijo de Dios. Pero fue el pecado de toda la humanidad la causa de tu muerte y de todos los sufrimientos de tu pasión. Por tu sacrificio en la cruz nos mostraste el amor y abriste el Reino de los cielos. Así se cumplía el designio del Padre de entregar a su Hijo a la muerte, para salvar a la humanidad del pecado y reconciliarla consigo. Tú, ofreces tu vida por amor a todos los seres humanos. Por este gran gesto de amor nos abriste de nuevo el camino a la comunión y la amistad con Dios Padre. > 63 Descendió a los infiernos Señor, por tu muerte, liberaste también a los justos que esperaban al Redentor y murieron antes que tú. Ellos se han beneficiado de la salvación y pueden contemplar a Dios, gozar de su felicidad. Tú unificaste pasado, presente y futuro con el sello de la Humanidad Nueva. Al tercer día resucitó de entre los muertos Señor, creo que tu Resurrección es un acontecimiento histórico, verificado mediante signos y confirmado por el testimonio de tus discípulos. Tu resurrección no es retorno a la vida terrena sino la entrada de tu humanidad en la gloria de Dios por el poder del Padre en el Espíritu. Por eso ahora tu cuerpo glorioso participa de lleno de la vida divina y no sujeto a las limitaciones propias de los humanos. Creo, Señor, que por tu victoria sobre el pecado y la muerte, comienza ya nuestra real participación en tu vida de Hijo Unigénito y esperamos poder participar, al final de los tiempos, plenamente de tu gloria y de tu triunfo. subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso Creo que eres verdaderamente el Señor y reinas en la gloria eterna que te corresponde como Hijo Único de Dios. Tú, Señor, intercedes por nosotros incesantemente ante el Padre y nos envías el don del Espíritu que nos alienta y sostiene en la lucha contra el mal. Mantén viva en nosotros la esperanza que nos das de llegar un día junto a ti en la Casa del Padre junto con los ángeles y los santos. desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos Creo, Señor, que un día volverás en gloria, y manifestarás todo tu poder al universo. Entonces pasará la figura de este mundo y, a través de tu juicio salvífico se consumará el Reino de Dios y Tú triunfarás de forma total y definitiva. Te proclamo Juez de vivos y muertos por el poder que tienes como Redentor del mundo. Entonces se desvelarán todos los secretos de los corazones y los comportamientos con respecto a Dios y a los hermanos; cada uno recibirá vida o condena por toda la eternidad según sus obras. > 64 Creo en el Espíritu Santo Creo que Tú, Espíritu Santo, eres la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procedes del Padre y del Hijo y que con el Padre y el Hijo eres digno de recibir una misma adoración y gloria. Tú has sido enviado por Jesús glorificado a la Iglesia y la edificas, y santificas hasta el final de los tiempos. Tú habitas en el corazón de los cristianos y siembras destellos de tu Amor en todos los seres, los unes con Jesús y les comunicas la vida divina. Tú actúas en cada sacramento para nuestra salvación, eres nuestro maestro de vida cristiana. Tú nos permites llamar a Dios Padre Nuestro. Tú diriges nuestro obrar según Cristo y nos encaminas hacia el Padre. Creo en la santa Iglesia católica Creo, Padre, en la Iglesia, misterio de fe y comunión, el Pueblo que tú convocas y reúnes de todos los confines de la tierra. Creo, Jesucristo, en la Iglesia, que Tú fundaste para anunciar e instaurar tu Reino en todo el mundo, Creo, Espíritu Santo, en la Iglesia, manifestada en Pentecostés. Tú habitas en Ella, y la guías en su actividad pastoral. Tú, Iglesia, eres Cuerpo de Cristo. Todos estamos unidos formando un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo mismo. Tú, Iglesia, eres Esposa de Cristo. Él te purifica y santifica para hacerte madre fecunda de hijos de Dios. Te proclamo una, porque tienes un mismo origen, una misma cabeza, una misma fe y los mismos sacramentos, una única autoridad recibida de Cristo, una común esperanza y una misma caridad. Te proclamo santa, porque tu autor, Dios, es santo; porque Cristo se entregó por ti para hacerte santa y darte los medios para santificar al mundo; porque todos tus miembros están llamados a la santidad; porque María y los santos han alcanzado la perfección de la santidad. Te proclamo católica y universal. Tú custodias la integridad de la fe, tú administras la plenitud de los medios de salvación, tú participas de la misión del Hijo y el Espíritu para anunciar a todos los pueblos el Reino de Dios. Te proclamo apostólica. Tú fuiste fundada en la fe de Pedro y de los Apóstoles, testigos de tu Resurrección; tú conservas y transmites la misma enseñanza de los Apóstoles; tú eres instruida y gobernada, a través de sus sucesores, los obispos, en comunión con el Papa, sucesor de Pedro, los cuales, por el sacramento del Orden, reciben la misma misión y potestad de los Apóstoles. > 65 Te aclamamos, Señor, la multitud de bautizados en comunión de fe y amor: la jerarquía que nos gobierna en nombre de Cristo; los religiosos y religiosas consagrados totalmente a Dios, los seglares que ordenan las realidades temporales con los valores evangélicos. Todos nos sentimos dichosos de tener a la Virgen como Madre. Tú eres, María, modelo de fe y caridad, abogada e intercesora ante Cristo, tu Hijo. Tú, glorificada en cuerpo y alma, eres anticipo de la resurrección que esperamos, de lo que la Iglesia es y de lo que será en la patria celestial, Creo en la comunión de los santos Creo, Señor, que todos los miembros de la Iglesia participamos de la misma fe, los mismos sacramentos, en especial la Eucaristía, los mismos dones y carismas, fruto del Espíritu Santo. Creo, Señor, que, aunque pecadores, todos estamos llamados a la santidad. En la Iglesia formamos la familia de Dios los que peregrinamos en este mundo, los que se purifican después de la muerte y los que gozan en el cielo de tu gloria. Todos compartimos los bienes y riquezas de santidad y gracia que de Ti hemos recibido. Creo en el perdón de los pecados Creo, Señor, en la potestad que has concedido a la Iglesia de perdonar los pecados. Creo en el Bautismo, que es el primer Sacramento que nos limpia de todo pecado, y también en la Penitencia, por la que reconcilias contigo y con la Iglesia a los bautizados que somos pecadores. Creo en la resurrección de la carne Proclamo mi fe en Ti, Cristo, Resucitado de entre los muertos y Vivo para siempre, sentado a la derecha del Padre. Creo, en esperanza, que mi cuerpo débil y mortal resucitará contigo en tu segunda venida, será transformado y se convertirá en un cuerpo incorruptible como el tuyo. > 66 Creo en la vida eterna Creo que, después de la muerte seremos juzgados según nuestras obras y, gozaremos de la felicidad suprema y definitiva, en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, y viviendo en comunión de amor con la Santísima Trinidad. Te pido, Señor, vivir y morir en tu amistad. Haz, Señor, que nunca me separe de Ti que eres la fuente de la vida y la felicidad y pueda, al final de los tiempos, ser digno de estar en tu compañía para siempre. Te encomiendo, Señor, a aquellos que están purificándose con la esperanza y la seguridad de entrar en la gloria del cielo; en solidaridad con ellos, te ofrezco mis oraciones y buenas obras. Creo que al final de los tiempos el universo entero será liberado de la esclavitud de la corrupción y se inaugurarán los cielos nuevos y la tierra nueva. Se realizará de forma completa y definitiva el proyecto salvador de Dios, la vida divina se expandirá por la creación entera, Cristo seré de verdad la Cabeza de todo lo creado, de las realidades del cielo y de la tierra. Entonces Dios será todo en todos. Al final proclamo mi “Sí” confiado y total a cuanto se contiene en el Credo. Confieso mi Fe, fiándome completamente de Aquél, que es el Amén definitivo: Cristo el Señor. Amén. ¡Ven Señor, Señor Jesús! Amén > Catequesis para niños en el Año de la Fe 1. Objetivos • Dar a conocer a los niños qué tiene de especial este Año • Abrir a la acción de Dios los corazones de los niños en el Año de la fe • Contagiar a los niños la ilusión y la esperanza que Benedicto XVI tiene en los frutos de este Año de la fe • Enviar a los niños a trasmitir a sus padres lo que significa un Año de la fe 2. Contenidos La base para los catequistas de esta sencilla catequesis no puede ser otra que la Porta fidei y los distintos momentos en los que Benedicto XVI nos ha hablado del Año de la fe. • Junto a esto, todos aquellos materiales que han surgido a nivel nacional o diocesano para ayudarnos a conocer y vivir este Año. 3. Desarrollo Mostrar a los niños el logotipo oficial, vamos a darle voz a la barca y que ella explique quién es y por qué es para nosotros un signo especial. Queridos niños, ¿saben quién soy? Sí, soy una barca, pero una barca especial que te ha venido acompañando durante algo más de 365 días, exactamente desde el 11 de octubre del 2012 hasta el 24 de noviembre del 2013. Es decir, 409 días. Regresar > 68 Mi nombre es «Fides», que significa «fe» en latín, y voy a intentar explicarte por qué me ves ahora en muchas partes de la parroquia, en la tele e incluso oirás hablar al sacerdote de un Año de la fe; ¿qué es eso? ¿A ti te gusta celebrar tu cumpleaños? A nuestra madre la Iglesia también, estamos de cumpleaños de dos acontecimientos muy importantes para la Iglesia, y como tú eres Iglesia, también estás de fiesta, no lo olvides. Pero, ¿qué celebramos? Que hace 50 años tuvo lugar una reunión muy, muy importante de personas de todo el mundo –especialmente pastores de la Iglesia, es decir, obispos, con algunos sacerdotes y también catequistas– con el papa Juan XXIII, que dirigía la reunión que se celebró en Roma, y allí, aunque eran de todo el mundo y hablaban lenguas distintas, supieron explicarnos mejor el amor que Dios nos tiene. Te pongo un ejemplo: ¿Tus padres te dicen igual que te quieren cuando tienes unos días de vida a cuando tienes tres años, o cuando tienes 9 años, o cuando tengas 15, o cuando te vayas a casar? Tus padres te quieren, y si pueden te quieren cada día más, pero te lo dicen de manera distinta según tu edad. Pues igual pasa en la Iglesia. Ahora, después de 2000 años, cuando las personas viven en grandes ciudades, existe la industria, hay grandes investigaciones, etc. La Iglesia, como Madre y Maestra, le dice al ser humano de hoy el amor inmenso que Dios le tiene. Ha sido la reunión más importante de la Iglesia en 50 años, por eso lo celebramos. Esta reunión se llama Concilio Vaticano II. Junto a esto también celebramos que el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, ese libro tan importante que recoge nuestra fe, lo que creemos, porque la fe hay que enseñarla para que sea igual aquí en Costa Rica, que en México, que en Japón; todos los cristianos creemos lo mismo y vivimos la vida cristiana igual. Este libro tan importante cumple 20 años. Por eso estamos de fiesta. Nuestra fiesta, como somos una familia tan grande, la preparamos de manera especial, y el Papa Francisco, el papa actual, ha pensado preparar esta fiesta a lo largo de un Año, por eso estoy yo aquí, soy la barca que quiere acompañarte a lo largo de este Año. Aunque eres pequeño formas parte de esta familia, y queremos que tú también entiendas lo que celebramos, el Año de la fe.Te invito a vivir este Año con mucha ilusión y alegría. El Papa es quien ha tenido esta idea tan genial y quiere darnos este tiempo a los cristianos para que conozcamos mejor nuestra fe, es decir, qué creemos, cómo celebramos nuestra fe, cómo vivimos nuestra fe y cómo hablamos con nuestro Dios. Fíjate bien qué llevo yo en la barca. Sí, es la cruz, pero una cruz que se hace Vida, con mayúscula, en la Eucaristía. Ves cómo de fondo tengo forma circular y dos siglas, HS. Tengo la misión de cruzar todo el mundo llevando a Jesús, que se entrega por nosotros. ¡Qué suerte tengo! Aunque parezco una pequeña barca que apenas puede nada, yo he sido elegida para llevar a Jesús, que es el Salvador. > 69 Piensa que tú también eres pequeño, pero, como a mí, se te confía una gran misión en este Año, llevar a Jesús Salvador a todos los lugares: a casa, al cole, al parque; pide a tu catequista y a tus papás que te enseñen a creer, porque creer es tener la certeza de que Dios te ama y te acompaña siempre, y esto es lo más maravilloso que nos puede ocurrir. Bueno amiguito, amiguita, ahora cuando me veas en la parroquia, o cuando oigas hablar del Año de la Fe, ya sabes, se trata de un tiempo de celebración para los cristianos, es decir, los que formamos parte de la gran familia de la Iglesia; queremos conocer mejor nuestra fe, celebrar mejor la fe, vivir mejor la fe, hablar mejor con nuestro Dios. Súbete a la barca con Jesús y vamos a vivir juntos la aventura preciosa y apasionante de creer. Dependiendo de las edades, podemos hacernos las preguntas sobre: ¿qué creernos?, ¿qué dice nuestra fe de Dios?, ¿quién es Jesús de Nazaret para nosotros?, ¿dónde celebramos nosotros nuestra fe?, ¿qué caracteriza nuestro estilo de vivir?, ¿podernos hablar con nuestro Dios? 4. Oración Comenzamos haciendo despacio la señal de la cruz haciéndonos conscientes del gesto y de las palabras. Lectura de la Palabra. Es el comienzo del prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica: Padre, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3). Dios, nuestro Salvador, «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad». (1 Tim 2, 3-4) “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12) sino el nombre de Jesús. Silencio para que la Palabra cale en los niños y, si se ve oportuno, hacer un breve y sencillo comentario que les ayude. 5. Rezamos todos juntos Espíritu Santo, gracias por poner en el corazón del Papa el deseo ardiente de celebrar un Año de la fe. Abre mi corazón y el corazón de mis compañeros de catequesis para aprender a creer y disfrutar creyendo. La fe es un regalo precioso que Tú nos das, no permitas que jamás lo > 70 pierda y enséñame a ayudar a otros a creer, especialmente en casa y con los amigos. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. 6. Sugerencia Preparar con los niños un barquito con la cruz y las siglas HS, como se ve en la portada de este folleto, para que lo lleven a casa. Puede ser de papel o de fieltro tipo alfiler, ficha para colorear, según edades, tiempo; lo aconsejable es que de alguna manera lo lleven a casa y puedan recodarlo y hablar de ello con sus padres.