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Más fuertes que la muerte
Fe y evangelización en las cartas pastorales del siervo de
Dios François-Xavier Nguyên Van Thuân, cardenal vietnamita
MARIO TOSO
Hace pocos días, exactamente el 8 de junio, se dio sepultura a los restos del siervo
de Dios François-Xavier Nguyên Van Thuân en la iglesia de Santa María de la Scala, de
que fue cardenal diácono. Una circunstancia que, en este tiempo previo al Sínodo de los
obispos sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, y previo a la
apertura del Año de la fe convocado por Benedicto XVI, brinda la oportunidad de
subrayar algunos rasgos del purpurado vietnamita relativos a la comprensión de la fe y de
la evangelización, tal como nos los manifiestan algunas de sus cartas pastorales.
En la carta pastoral de 1971, que conmemoraba el tercer centenario de su diócesis
de Nha Trang, el obispo Van Thuân, haciendo un balance del desarrollo de la comunidad
cristiana, destacaba: «Nos sentimos orgullosos y nos gloriamos: no por tener ahora
hermosas iglesias, grandes edificios o numerosos fieles; no, no nos sentimos orgullosos por
esto. La fuerza de la Iglesia no consiste en las cosas materiales, en los números. Nos
gloriamos de la cruz de Cristo nuestro Señor, de la fidelidad de nuestros antepasados a la
Iglesia, de su vida fervorosa, de su fe firme que era más fuerte que la muerte, de su
responsabilidad madura al cumplir al cumplir el deber de apóstoles y al colaborar con los
sacerdotes y, en caso de escasez, sustituirlos»
Ante los restos mortales del cardenal Van Thuân, recordando su luminoso
testimonio de fe en la cárcel y en los sufrimientos, pensando en las dificultades actuales de
la Iglesia, debemos reconocer que la verdadera fuerza de la Iglesia proviene de la fe firme
de los creyentes, de los sacerdotes y de los obispos, de su vivir el amor de Cristo
crucificado: una fe y un amor más fuertes que la muerte, que desembocan en la
resurrección. La fuerza de la Iglesia se alimenta al vivir místicamente la cruz de Cristo, la
cruz de su Señor. De la cruz proviene la gloria. De hecho, en la cruz se manifiesta el
esplendor de una vida que supera la separación de Dios, plenitud de vida que ilumina el
mundo.
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Obispo Secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
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La fe es, ante todo, vivir a Cristo, amándolo por encima de todas las cosas. Es
construir el edificio de la propia existencia sobre él. Por esto, a la primera «obra» —el amor
total a Cristo— la siguen muchas otras «obras». Las obras de la construcción de la
comunidad cristiana van unidas a las obras que mejoran y humanizan a la sociedad,
escribe Van Thuân en su primera carta pastoral (1968). Es preciso superar la separación
entre la fe y la vida diaria, uno de los errores más graves de nuestro tiempo. La Iglesia no
puede ignorar que vive y actúa en el mundo. La elección del lema episcopal Gaudium et
spes se inspiró en esta certeza. La unidad entre fe y vida es parte constitutiva del ser
cristiano y es la ofrenda que el creyente debe presentar al Señor. Sólo la traducción de la fe
en obras hace más auténtica la oración del creyente. La oración es más verdadera en un
contexto de compromiso concreto. «Orar —solía repetir— significa ser solidarios con el
ambiente en que vivimos, con el mundo que tiene miles de problemas difíciles. Orar es
unirse a Dios y llevar a Dios a la humanidad, para realizar su voluntad en el seno de
nuestro mundo».
En la segunda carta pastoral (1969), inspirándose en el Año de la fe (1967-1968)
convocado por Pablo VI, propone uno también para su diócesis. En esa carta el obispo Van
Thuân asocia a la fe el compromiso de la defensa y la promoción de la dignidad humana,
porque la persona ha sido creada a imagen de Dios, está llamada a ser hija de Dios en el
Hijo, y está destinada a formar parte del Cuerpo místico de Cristo. La fe en Jesucristo,
porque es fe en el Nuevo Adán, también es fe en una nueva humanidad, considerada
según su altísima dignidad. A cada hombre, al que en cierto modo se ha unido Cristo con
su encarnación, corresponde la libertad de ser íntegramente él mismo, sin reducciones. Por
eso, no se debe dejar de combatir contra aquellos sistemas y aquellas asociaciones secretas
que buscan su disminución. «Es necesario respetar la libertad —escribe en su carta
pastoral— si se quiere tener una verdadera paz: libertad personal, libertad de la
comunidad, libertad de culto, libertad de búsqueda, libertad de afirmar las propias
opiniones. Libertad de los ciudadanos ante el Gobierno. Libertad entre las naciones: esta
libertad se debe usar según un orden y debe estar protegida contra cualquier atropello
nacionalista que mediante la opresión crea un orden falso».
Con estas últimas palabras nos parece que el cardenal Van Thuân indica como
mejor seno de la libertad la gran familia humana que trasciende los confines locales,
organizada como «sociedad de pueblos» a nivel mundial.
En un contexto de sospecha y de conflicto entre budistas y católicos, el obispo Van
Thuân en su cuarta carta pastoral, que convoca el Año de la misión en su diócesis (1970),
haciendo referencia al decreto Ad gentes (cf. n. 1) en primer lugar recuerda que todos los
hombres forman una sola familia. «El libro de meditación más hermoso y sencillo es el
mapa del mundo, No podemos menos de sentirnos interpelados cuando miramos Asia,
donde vive el 56% de la población mundial, pero sólo el 2% es católico». Teniendo en
cuenta el contexto multirreligioso, el obispo exhorta a los católicos a dar testimonio con su
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vida y su palabra en las relaciones diarias con los no cristianos, en los distintos ambientes
sociales. Para quienes están animados por un verdadero espíritu misionero y celo
apostólico, lo que cuenta «no es el orgullo sino la actitud de diálogo, el intercambio y el
respeto hacia las demás religiones; (...) no es la fuerza violenta del dinero, del poder, sino
la solidaridad; (...) no es la astucia de la estrategia, sino el corazón sincero y sencillo». El
obispo Van Thuân se pregunta qué ha hecho la comunidad cristiana por los no cristianos,
por las etnias minoritarias, por sus compatriotas. «Si hiciéramos un sincero examen de
conciencia —escribe— deberíamos darnos golpes en el pecho por las numerosas omisiones
que hemos cometido. Ellos viven con nosotros en la misma calle desde hace muchos años
y han crecido con nosotros en la misma aldea desde hace generaciones, pero su mundo y
el nuestro parecen dos mundos separados que no se encuentran nunca, no intercambian
nunca palabras y no importa quién vive y quién muere. A menudo necesitan sólo un
saludo, una sonrisa, un gesto de amistad para crear un puente espiritual entre nosotros».
El celo misionero, afirma Van Thuân dirigiéndose a los fieles laicos, se concreta
comenzando por el contacto con los hermanos no cristianos, a nivel personal o entre las
familias.
La evangelización, recordaba a continuación el obispo Van Thuân, necesita santos.
El fin de todo cristiano es la santidad y sólo hay una vida para serlo. En febrero de 2002,
confió a un grupo de sacerdotes: «Quisiera comenzar esta reflexión sobre la llamada a la
santidad con un examen de conciencia muy personal: en mi vida, y también ahora de
cardenal, he tenido y tengo miedo de las exigencias del Evangelio; tengo miedo de la
santidad, de ser santo. Muchas veces no me he atrevido a pensar en la santidad: he
querido ser fiel a la Iglesia, no renegar nunca de mi decisión. Pero no he pensado
suficientemente en ser santo. El año pasado me operaron para extirpar un tumor. Me
quitaron dos kilos y medio del tumor, y quedaron en mi vientre cuatro kilos y medio, que
no se pueden extirpar. Y con todo esto yo he tenido miedo de ser santo: este ha sido mi
sufrimiento. Pero duró hasta el momento en que vi la voluntad de Dios en lo que me
sucedía y acepté llevar este peso hasta la muerte y, en consecuencia, no poder dormir más
que una hora y media cada noche. Al aceptar todo esto, ahora estoy en paz: ¡su voluntad
es mi paz! ¡Hasta que Dios quiera, yo querré ser como él quiera de mí, para mí!».
Efectivamente, el cardenal concluyó su camino terreno siguiendo las huellas de
Jesús hasta el final, abrazando la cruz. Por esto se ha convertido en gloria para la Iglesia,
para los vietnamitas. Porque vivió y murió por amor al Señor. Porque hizo suyos los pasos
de Jesús: pasos solícitos en los tres años de anuncio de la Buena Nueva; pasos ansiosos en
la búsqueda de la oveja perdida; pasos dolorosos al entrar en Jerusalén; pasos solitarios
ante el pretorio; pasos pesados bajo la cruz en el camino del Calvario. ¡Siervo de Dios Van
Thuân, gloria de la Iglesia y de la humanidad, ayúdanos a imprimir en la mente y en el
corazón tu enseñanza, la locura de los santos que hace capaces de vivir y de morir por
Cristo!
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