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JUBILEO EXTRAORINARIO DE LA MISERICORDIA
COMENTARIO A LA BULA Misericordiae Vultus
8 de noviembre 2015
Reunión Diáconos Permanentes
Pbro. Mario Ángel Flores Ramos
Introducción
En ocasión de los cincuenta años de la conclusión del Concilio
Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, el Papa Francisco ha
convocado a la Iglesia a vivir un Jubileo Extraordinario de la
Misericordia a partir del 8 de diciembre de 2015 para concluir en la
solemnidad litúrgica de Jesucristo, Rey del Universo, el 20 de
noviembre de 2016. La llamada a esta conmemoración, tiene una
relación directa con el mismo Concilio, tanto en su intencionalidad
inicial, como en su realización final. Efectivamente, como recuerda el
Papa Francisco en su Bula, fue Juan XXIII el que invitó a la Iglesia
desde el discurso inaugural del Concilio a dejar atrás algunas actitudes
que no han favorecido a la evangelización, “En nuestro tiempo, la
Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no
empuñar las armas de la severidad… La Iglesia Católica, al elevar por
medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica,
quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente y llena de
misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella”
(Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre 1962 nn 2-3), tema que
también destacó el Papa Pablo VI en su alocución de clausura cuando
dijo que “El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar
de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de
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funestos presagios, mensajes de esperanza… Otra cosa debemos
destacar aún: toda su riqueza doctrinal se vuelca en una única
dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en
todas sus debilidades, en todas sus necesidades” (Alocución en la
última sesión pública, 7 de diciembre 1965).
El Concilio Vaticano II ha sido el primero que no incluye
“anatematismos” en su redacción, es decir, sentencias condenatorias
y excluyentes ante determinadas posturas doctrinales. Por supuesto
que ha afirmado los principios cristianos fundamentales, pero los
presenta con una actitud nueva, como lo expresa el Papa Pablo VI:
“Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio
hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo
exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo
invitación, respeto y amor” (ídem).
Tres afirmaciones fundamentan toda la Bula y le dan sentido a este
jubileo extraordinario:
1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre (MV 1)
2. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la
Santísima Trinidad (MV 2)
3. La misericordia es la viga que sostiene la vida de la Iglesia
(MV 12), y por tanto la vida del cristiano.
El lema del Año Santo: Misericordiosos como el Padre (Lc 6,36).
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Pasos fundamentales para vivir este año jubilar:
A. ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS
Todo el fundamento está en la Escritura: Dios se ha revelado como
misterio de amor y misericordia. Son muy expresivos los salmos, con
su lenguaje poético y figurativo: “Él perdona todas tus culpas, y cura
tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y
misericordia” (Sal 103, 3-4). “Eterna es su misericordia” dice el
estribillo del salmo 136, “es como si quisiera decir que no solo en la
historia –esta historia de salvación que canta el salmo-, sino por toda
la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa
del Padre” (MV n 4). Este salmo ha sido considerado como el gran
Hallel en la liturgia judía, que Jesús mismo entonó con sus discípulos
antes de la pasión (cfr Mt 26,30).
“Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor
atención en este (tiempo de cuaresma) tiempo de oración, ayuno y
caridad: ‘…Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y
la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al
afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será
como el mediodía’ (Is 58, 6,11)”.
Es en el Nuevo Testamento ya sea en el lenguaje de Jesús como en
sus acciones donde mejor encontramos presente este rasgo
misericordioso de Dios. “La misión que Jesús ha recibido del Padre
ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. ‘Dios es
amor’ (1Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la
Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho visible
y tangible en toda la vida de Jesús” (MV n 8). Toda la vida de Jesús
es expresión de esta misericordia para con todos los que se acercan,
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para con todos los que encuentra, con una mirada misericordiosa hacia
las multitudes que contempla, desde las colinas de Jerusalén,
recorriendo todos los rincones de la historia “como ovejas sin pastor”
(cfr. Mt 9,36). Dentro de todas las parábolas destaca aquella del hijo
pródigo, que culmina en la misericordia del Padre frente al egoísmo
de los hijos.
La exigente enseñanza de Jesús de ser perfectos como nuestro Padre
celestial es perfecto, la podemos entender a la luz de su misericordia:
“Sean misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso” (Lc
6,36). Perdonar a nuestros hermanos como el Padre nos perdona, no
solo siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18,22).
“Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la
palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se
limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible… Como
Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser
misericordiosos los unos con los otros” (MV n 9).
La misericordia es propiamente el amor de Dios hacia nosotros,
ya que se trata de aquel atributo divino por el que se inclina hacia
su creatura predilecta, lleno de compasión por nuestros pecados
y nuestros sufrimientos, para perdonar y remediar nuestra
situación.
Desde aquí se desarrolla una Teología de la misericordia. Decía san
Agustín, que “es más fácil que Dios contenga su ira que su
misericordia” (Enarr in Psal 76,11). , “La ira de Dios dura un instante,
mientras que su misericordia dura eternamente” (MV n 21). En
palabras de santo Tomás de Aquino: “Es propio de Dios usar
misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”
(Summa Theologiae II-II, p. 30, a. 4). Beda el Venerable comenta la
elección de Mateo con aquella frase elegida por el Papa Francisco
como lema de su episcopado: miserando atque eligendo (Cfr Hom
21: CCL 122,149-151). Jesús miró a Mateo, pecador y publicano, con
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un amor misericordioso, y lo eligió, “venciendo la resistencia de otros
discípulos” (MV n 8).
La misericordia es una de las virtudes cristianas de mayor
novedad en el mundo antiguo y, tal vez, de las menos
comprendidas en el mundo moderno. Surge del amor, pero no se
debe confundir con un amor fraterno o filial o materno, siempre
gratificante y en una dimensión de dar y recibir. Amar
misericordiosamente va mucho más allá, se trata del amor a quien, en
principio, no tendríamos porqué amar o no recibiremos
necesariamente una recompensa: ‘si sólo amas a los que te aman, qué
haces de extraordinario, -cuestiona Jesús-, eso lo hacen también los
publicanos’ (Mt 5,46). Ha sido Walter Kasper quien ha puesto el tema
en la teología contemporánea en uno de sus últimos libros, en el 2012,
La Misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana. El
mismo de quien el Papa Francisco dijo en su primer mensaje de
Angelus: ‘el libro del Cardenal Kasper sobre la misericordia me ha
hecho mucho bien’. Pone la misericordia como el núcleo de la
revelación bíblica de Dios, de donde se derivan una serie de
consecuencias espirituales, pastorales y sociales en la vida cristiana.
“El Evangelio de la misericordia divina en Jesucristo, es lo mejor que
se nos puede decir y lo mejor que podemos escuchar y, al mismo
tiempo, lo más bello que puede existir, porque es capaz de
transformarnos a nosotros y transformar nuestro mundo a través de la
gloria de Dios en su graciosa misericordia. Esta misericordia en tanto
don divino, es simultáneamente tarea de todos los cristianos.
Debemos practicar la misericordia. Debemos vivirla y atestiguarla de
palabra y de obra. Así, por medio de un rayo de la misericordia,
nuestro mundo, a menudo oscuro y frío, puede tornarse algo más
cálido, algo más luminoso, algo más digno de ser vivido y amado. La
misericordia es reflejo de la gloria de Dios en este mundo y la
quintaesencia del mensaje de Jesucristo que nos ha sido regalado y
que nosotros, por nuestra parte, debemos regalar a otros… este
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mensaje de la misericordia divina tiene consecuencias para la vida de
todo cristiano, para la praxis pastoral de la Iglesia y para la
contribución que los cristianos deben realizar a la configuración de un
orden social digno, justo y misericordioso” (W. Kasper).
Es evidente la influencia de este texto en la elaboración de
Misericordiae Vultus, más aún en la convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia.
La finalidad misma de este acontecimiento, no es solo contemplar la
misericordia de Dios, sino vivirla como creyentes y manifestarla
como Iglesia, por ello el lema del año jubilar está tomado
directamente de Lc. 6,36: Misericordiosos como el Padre, con
consecuencias inmediatas y contundentes en palabras del mismo
Jesús: “No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán
condenados, perdonen y serán perdonados”
B. PEREGRINAR, SIGNO DE LA VIDA
El Jubileo conlleva el signo de la Puerta Santa que se abre y el camino
que cada uno debe recorrer para cruzarla y recibir los beneficios
espirituales propios de este acontecimiento, sin embargo, el Papa
Francisco pone cuidado de no convertir este hecho en un privilegio de
pocos y en una actividad de turismo religioso. Se abrirá la Puerta
Santa de san Pedro en Roma, pero sucesivamente, ocho días después,
se deben abrir las puertas de las demás basílicas romanas y las de
todas las catedrales y santuarios a lo largo del mundo, de tal forma
que sea un signo claro de nuestro camino en la vida hacia Dios y del
encuentro con su misericordia. Es importante llegar incluso a quienes
no pueden salir como son los enfermos, los encarcelados, los
marginados: “En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a
través de la cual cualquiera que entre podrá experimentar el amor de
Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (MV n 3).
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Debemos ser capaces de transmitir el sentido del peregrinar, como
signo de la vida: un camino que debe llevarnos hacia el encuentro con
el amor infinito y eterno de Dios. Desde ahora podemos
experimentarlo a través del perdón.
El año jubilar nos indica el significado cristiano de la vida: caminar
hacia el Padre, caminar hacia el Reino de Dios. Nos lleva a enfatizar
la tensión escatológica de la visión cristiana de la realidad. No hay
más que una sola vida de cada uno, no hay más que una solo meta de
todos, donde se definirá nuestra condición eterna.
C. CONVERSIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA
La exigencia más importante es la conversión. Cambiar de
mentalidad, cambiar de actitudes, cambiar el rumbo, reorientar
nuestros pasos hacia el bien y la verdad. La misericordia de Dios es
infinita, más aún, “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la
plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que
cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que
perdona” (MV n 3), sin embargo, solo alcanzaremos misericordia si
somos capaces de reconocer nuestro pecado y regresar al Padre que
nos espera. Es un tema que ya había tratado ampliamente el Papa Juan
Pablo II en su Carta Encíclica Dives in Misericordia: “El paradigma
de la misericordia es la del padre del hijo pródigo que perdona a su
hijo cuando se ha arrepentido de sus pecados: ‘Padre, pequé contra el
cielo y contra ti…’ (Lc 15, 11-32). Jesús perdona también al ladrón
arrepentido (Lc 23, 39-43). Y el salmo dice; ‘Un corazón contrito y
humillado Tú Señor no lo desprecias’ (Sal 50,19). ‘Hay más alegría
en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve
justos que no necesitan arrepentirse’ (Lc 15,7). Cuando hay
arrepentimiento sigue el perdón porque ‘Dios es rico en misericordia’
(Ef 2, 4-9)” (cfr. Salvador Aragonés, ForumLibertas/Aleteia
Catholic.net)
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Lo más importante, la conversión personal para que se dé una
conversión institucional. Somos los agentes pastorales los primeros
que necesitamos un profundo examen de conciencia en orden a una
verdadera conversión. El Papa Francisco ha puesto las bases en una
extraordinaria reflexión en su exhortación apostólica Evangelii
Gaudium que él llama ‘Tentaciones de los agentes pastorales’ (EG
76-109). La introduce con las siguientes palabras: “Como hijos de esta
época todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura
globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas
posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos, e incluso
enfermarnos. Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores
y sanadores para los agentes pastorales, ‘lugares donde regenerar la
propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las
preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde
discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia
existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la
belleza las propias elecciones individuales y sociales’. Al mismo
tiempo quiero llamar la atención sobre algunas tentaciones que
particularmente hoy afectan a los agentes pastorales” (EG 77). No hay
nada más grave para el camino hacia la experiencia de Dios que un
pastor desorientado, un pastor incrédulo, un pastor burocratizado, un
pastor indiferente o anestesiado en su capacidad de comunicar una
auténtica experiencia de Dios.
Siguiendo las pautas de la teología espiritual nos presenta siete
desafíos a modo de los siete pecados capitales.
Sí al desafío de una espiritualidad misionera. ¡No nos dejemos robar
el entusiasmo misionero!
No a la acedia egoísta. ¡No nos dejemos robar la alegría
evangelizadora!
No al pesimismo estéril. ¡No nos dejemos robar la esperanza!
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Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo. ¡No nos dejemos
robar la comunidad!
No a la mundanidad espiritual. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!
No a la guerra entre nosotros. ¡No nos dejemos robar el ideal del
amor fraterno!
Otros desafíos eclesiales. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!
(Aquí es muy conveniente una reflexión sobre cada punto siguiendo
algunas de las indicaciones de Evangelii gaudium y la realidad
concreta)
D. TESTIMONIO ECLESIAL
El fruto más importante del este año jubilar debe ser el testimonio de
la misericordia de Dios. Todos y cada uno somos objeto de esta
misericordia y por ello debemos transmitirla como el don más
preciado de nuestra salvación.
“La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios,
corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar
la mente y el corazón de cada persona. La Esposa de Cristo hace suyo
el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin
excluir a ninguno. En nuestro tiempo en que la Iglesia está
comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia
exige ser puesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una
renovada pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la
credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera
persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir
misericordia para penetrar en el corazón de las personas y
motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (MV n 12).
La Iglesia ha sido objeto, justamente, de una crítica feroz por los
graves pecados de algunos de sus ministros y la indolencia de otros;
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todo ello nos ha alejado de la confianza de muchos y del verdadero
compromiso para con los demás. Debemos presentar un nuevo rostro
de la Iglesia ante los problemas del mundo. No se trata de explicar
mejor la doctrina, sino de vivirla mejor ante los demás. Aquí
encontramos uno de los aspectos más novedosos del Papa Francisco.
Todos hemos escuchado aquella frase que ha impactado
profundamente en relación a los homosexuales: ‘Si buscan a Dios
sinceramente, ¿Quién soy para juzgarlos?’ (Papa Francisco,
conferencia de prensa en el avión al regreso de Aparecida)
‘Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse
en el juez del propio hermano… No juzgar y no condenar significa,
en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona… sin
embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la
misericordia. Jesús pide también perdonar y dar’ (MV14).
Una de las preocupaciones del Papa es llegar verdaderamente a
quienes necesitan de una nueva y auténtica experiencia de Dios como
amor y misericordia: ‘Este año Santo, podremos realizar la
experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo
moderno crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento
existen en el mundo de hoy! Cuántas heridas sellan la carne de
muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado
a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo será
llamada a curar aún más las heridas, a aliviarlas con el óleo de la
consolación, a vendarlas con misericordia y a curarlas con la
solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que
humilla, en la rutina que anestesia el ánimo e impide descubrir la
novedad, o en el cinismo que destruye’ (MV15).
Dos temas importantes: relación entre justicia y misericordia.
Significado de las indulgencias.
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Justicia y Misericordia
El Papa Francisco dedica un amplio espacio para dilucidar este tema
de profunda implicación teológica. Trata de hacer ver cómo la
misericordia no excluye la justicia, sino que expresa el
comportamiento de Dios hacia el pecador, abriendo siempre
espacios para la conversión y el perdón. “Esto no significa restarle
valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quién se equivoca
deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la
conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no
rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior
donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera
justicia” (MV n 21).
Cuando nos quedamos en la pura observancia de la ley y en la
aplicación pura de la justicia, caemos fácilmente en el legalismo. Una
de las actitudes más cuestionadas por Jesús fue el legalismo de
fariseos y doctores de la ley. “Al respecto es muy significativa la
referencia que Jesús hace al profeta Oseas ‘Yo quiero amor, no
sacrificios’ (Os 6,6). Recordemos las duras críticas que lanzó Jesús
contra los escribas y fariseos por carecer de esta virtud: ‘¡Ay de
ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la
menta y el comino y descuidan lo más importante de la Ley: la
justicia, la misericordia y la fe!’ (Mt 23,23), como continuidad surge
aquella expresión en la que los llama ‘¡guías ciegos, que cuelan el
mosquito y se tragan el camello!’ (Mt 23,24)”.
Por el contrario, en el juicio final habrá una alabanza hacia los justos
por aquellas actitudes que coinciden con lo que llamamos las obras
de misericordia: ‘Vengan benditos de mi Padre, reciban la herencia
del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque
tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber;
era forastero y me hospedaron; estaba desnudo y me vistieron;
enfermo y me visitaron; en la cárcel y vinieron a verme’ (Mt 25,3411
36). Aquí nos encontramos con una clave de interpretación muy
explícita de la famosa bienaventuranza: ‘Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia’ (Mt 5,7).
“Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus
discípulos deberá ser la del primado de la misericordia, como Él
mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores” (MV n
20)
Indulgencias
Hay un cierto equívoco teológico y pastoral en torno a este tema de
las indulgencias. Desde la polémica luterana que hacía ver la
predicación de las indulgencias como una burda comercialización del
perdón, hasta aquel concepto popular que tiene ciertos rasgos mágicos
al pensar que cruzando la puerta santa se reciben automáticamente
estas gracias espirituales.
“No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones
que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la
reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan
cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan
en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece.
La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se
transforma en indulgencia del Padre que a través de la esposa de
Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo,
consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer
en el amor más bien que a recaer en el pecado… Indulgencia es
experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los
beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido
hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios” (MV
n 22).
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En otras palabras, en un año santo, se nos invita a experimentar
vivamente la comunión de los santos como experiencia de la
indulgencia de Dios. La indulgencia es la generosa actitud de Dios
quien, además de perdonar, nos eleva con la gracia a la santificación.
Además de perdonar al hijo pródigo, lo recibe en el banquete de
alegría por su regreso.
ACCIONES
1. Impulso del sacramento de la Reconciliación ( MV n 17)
Aquí debemos comprender la concesión a todos los sacerdotes
para perdonar el pecado del aborto
2. Envío de sacerdotes Misioneros de la misericordia (MV n 18)
Con la finalidad de predicar la misericordia de Dios y con la
concesión de perdonar pecados reservados a la Sede Apostólica
3. ‘Misiones para el pueblo’ a fin de anunciar la alegría del perdón
(MV n 18)
Aquí debe entenderse la simplificación de los procesos de
nulidad matrimonial, no para facilitar la separación, sino para
aliviar la angustia y la incertidumbre ante procesos
interminables y costosos.
4. Invitación a la conversión a los más alejados de la gracia de Dios
(MV n 18)
Comenzando por los hombres y mujeres que están envueltos en
el crimen organizado. En segundo lugar por los promotores y
los cómplices de la corrupción, “llaga putrefacta de la
sociedad”. La corruptio optimi pessima, decía san Gregorio
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Magno (La corrupción de los mejores es la peor): El Hijo de
Dios combate el pecado pero nunca rechaza al pecador.
Conclusión
El desafío para la Iglesia de nuestro tiempo es enorme. Debemos
experimentar la misericordia de Dios que nos perdona y nos ama, a
pesar de nuestra vida llena de pecado y mediocridad. Debemos dar un
paso con audacia y autenticidad, para cambiar el rostro de la Iglesia
severa y exigente al estilo del fariseísmo hipócrita, para mostrar el
verdadero rostro de Dios que hemos conocido plenamente en
Jesucristo, “Imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15), como
rostro de la misericordia que salva, que redime, que transforma, que
libera, que eleva, que purifica y que da la vida, vida en abundancia y
vida eterna.
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