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PROCESO A LA LEYENDA NEGRA
LA POLÉMICA DEL QUINTO CENTENARIO
Los españoles celebraron de manera oficial el V Centenario del
Descubrimiento de América. Fue el año de la Expo 92 de Sevilla, la Olimpiada
de Barcelona, el Madrid capital cultural de Europa... Se celebraron diversos
festejos y espléndidas fiestas. Tuvo todos los visos de un verdadero jubileo, y
para su celebración se asignaron créditos extraordinarios. Las autonomías
compitieron generosamente en ayudas económicas para demostrar su
excepcional aportación a la gesta del Descubrimiento. El 92 se convirtió para los
españoles en un ojo de mira histórico para afrontar tales celebraciones. Pero no
por lo que tenía de recuerdo de un gigantesco acontecimiento que sucedió hace
quinientos años; el pasado era un pretexto, una fecha prestada: se trataba de
proyectar a España hacia el futuro, olvidando en lo posible aquel pasado
aparentemente lleno de contradicciones y ambigüedades.
El V Centenario del Descubrimiento de América fue también para
muchos españoles un revulsivo histórico. Les daba miedo investigar la historia
de América. Había que tocarla de paso y muy superficialmente, y siempre a la
sombra de una hipercrítica encarnada en la figura de fray Bartolomé de las
Casas. Una avalancha de crónicas y ensayos, contradictorios y sesgados, sobre
la conquista de América, nos invadieron con muy poco respeto a la verdad
histórica. Sus títulos y textos eran seleccionados o manipulados, las más de las
veces, por intereses comerciales o por simples razones de oportunismo político.
Aumentó con ello la confusión y la contradicción, cuando eran muchos los
españoles que estaban deseosos de saber lo que realmente pasó, sin
manipulaciones ni complejos. Era la hora de los mitos. Vivimos esa celebración
bajo el síndrome de la Leyenda. Se oyeron también voces críticas contra la tesis
oficialista, y no pocos intelectuales de reconocido prestigio, sumándose al
oportunismo reinante, activaron la campaña nacional anticentenario dispuestos
a someter a revisión crítica la época que dieron en llamar "la era más
vergonzosa en la historia de España". La celebración del V Centenario se
convertía así para muchos españoles en un proceso crítico de su historia,
alineándose con los detractores de la Corona española y alentando más todavía
la polémica derivada de esa Leyenda Negra.
Del mismo modo, el indigenismo americano levantó nuevamente su voz
aprovechando la ocasión. El indio Ginés Serrán Pagán, autonominado asesor
antropólogo de las Naciones Unidas, contabilizaba en treinta y cinco millones,
poco más o menos, los indios supervivientes en América: 34 millones
diseminados en los países de Centro y Sudamérica, y apenas un millón y medio
confinados en guetos urbanos y en unas trescientas reservas de Canadá y
Estados Unidos. Pueblos mudos del mundo, minorías aplastadas y humilladas,
hombres sin voz que estaban decididos a hacerse oír. Unidos en el
resentimiento y en una misma conciencia de reivindicaciones, las
organizaciones indigenistas se convirtieron en vigorosos movimientos de
protesta y contestación. Y reaccionaron violentamente contra la celebración del
V Centenario del Descubrimiento de América. Parecía que los pueblos indios de
todo el continente denunciaran ante la opinión pública internacional que en
1492 no hubo tal Descubrimiento, sino la agresión a un continente; no
colonización, sino destrucción; y que toda la gesta descubridora fue una
empresa sórdida y un escamoteo de valores: con la llegada de los españoles a
América empezó la invasión de un continente, abriéndose un proceso de
genocidio, represión y expoliaciones. Según esto, en 1492 nace el colonialismo
europeo, empieza la destrucción de culturas, el llamado "etnocidio", y se
imponen una serie de estructuras que hasta nuestros días condicionan el
desarrollo y la soberanía de los pueblos indios. De este modo, estos grupos
convirtieron el V Centenario en un proceso judicial y criminal contra Occidente,
contra toda Europa y los países capitalistas, explotadores de América a través
de 500 años.
Porque el genocidio de América, argumentaba Eduardo Galeano, escritor
uruguayo y uno de los principales impulsores de este indigenismo americano,
ha sido el resultado o consecuencia final de las guerras de conquista, de la
cruzada de exterminio y de la política colonial de explotación, en beneficio del
naciente capitalismo europeo en expansión. Al colonialismo hace principal
responsable de aquel inmenso saqueo que habría hecho posible el desarrollo del
capitalismo moderno. En realidad, la explotación de América benefició en
mayor medida a otros países europeos que a las naciones que protagonizaron
su descubrimiento y conquista. América habría sido despojada de todo a lo
largo de cinco siglos de un proceso que le puso al servicio del progreso ajeno.
Ante el "tribunal de los derechos humanos", los pueblos indios de América
denunciaban el genocidio de la colonización y la violación continua de los
derechos fundamentales de los indígenas.
El sentido y alcance de este "procesamiento criminal" no ofreció ninguna
duda cuando, del 17 al 21 de febrero de 1992, se reunió en Santo Domingo la
Asamblea Paritaria ACP–CEE, con asistencia de 81 representantes de países de
África, del Caribe, del Pacífico y de la Comunidad Económica Europea: en
aquella reunión, considerando que la llegada de Cristóbal Colón a América
supuso el comienzo de la colonización del continente americano, cuyas
consecuencias fueron el genocidio de las poblaciones locales, la negación de sus
culturas, así como la explotación de sus riquezas en beneficio de Europa, y
considerando además que la colonización de América se llevó a cabo de forma
paralela a la de África, y que ésta tuvo como consecuencia la deportación, la
esclavitud y la muerte de millones de africanos, estimaron los representantes de
la Asamblea que la celebración del 500 aniversario del Descubrimiento de
América debería dar ocasión al reconocimiento de la gran responsabilidad de
Europa en la matanza y explotación de poblaciones enteras de América y
África; así mismo estimaron que el reconocimiento de esta responsabilidad
debería llevar a la constatación de que Europa ha contraído por ello una
considerable deuda histórica respecto a estos dos continentes: en razón de esta
responsabilidad, los miembros de la Asamblea instaban y pedían a los
gobiernos a pagar reparaciones por los daños causados y a devolver los bienes
culturales robados.
El Consejo Supremo de los Pueblos Indígenas (CSPIHN), constituido por
52 organizaciones regionales, protestó contra el intento de presentar los hechos
de 1492 como un "encuentro de dos mundos". A través de su boletín
informativo, la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de
Información (ALASEI) recordaba que "la primera invasión europea hace a los
pueblos indios del continente americano seguir siendo víctimas de las peores
violaciones a los derechos humanos, desde el genocidio a la discriminación. La
violación de los derechos indios que se inició con la llegada de los españoles no
ha terminado todavía". El indigenismo americano reivindicaba así sus
"Quinientos años de resistencia de América".
Por su parte, la Comisión Mexicana para el V Centenario reducía el
"Descubrimiento" al "Encuentro" de dos mundos. Se decía que el 12 de octubre
de 1992 se celebraba un encuentro más entre el viejo y nuevo mundo. Para el
mural pictórico situado en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, el primer viaje
de Colón representaba ya el número diez de los supuestos viajes a América de
los europeos durante la Edad Media. Según parece desde este punto de vista,
no tenía otro sentido la empresa que el italiano Colón realizó con la ayuda de
los españoles. Esta versión, manipulada desde Washington, respondía a
términos y conceptos utilizados en el seno de las Naciones Unidas. Esta nueva
lectura del V Centenario tuvo diversas formas de resonancia en el ámbito
internacional, tanto en Europa como en América. A través de potentes órganos
de difusión, de numerosas publicaciones, de diversos foros y concursos, la
versión del "encuentro" abrió entonces un verdadero proceso crítico sobre ese
"encuentro" de los españoles con el Nuevo Mundo. La fuerza de este
movimiento, dirigido por el alemán Heinz Dietrich, dependió no tanto de su
carácter internacional cuanto de los nombres que figuraban en el Consejo de
Honor, todos ellos de reconocido prestigio tanto en sus países como
internacionalmente.
Los defensores del "encuentro" terminaron por controlar la actuación de
los movimientos indigenistas y reorientar así las críticas a la conquista y
evangelización de América por los españoles. Son muchos los testimonios de
intelectuales y periodistas que hemos recogido en la prensa diaria. Todos dicen
lo mismo con palabras distintas: violación sistemática de los derechos humanos,
masiva destrucción de culturas milenarias, brutal esclavitud de sus poblaciones,
fracaso de la cruz en la conquista, genocidio sistemático cultural y étnico –el
etnocidio antes citado–, agresión armada de evangelización, explotación colosal
de los indígenas, saqueo y represión de sus poblaciones... son las terribles
acusaciones, reiteradas y constantemente denunciadas. Se oscurece más todavía
la imagen del encuentro a fuerza de ambigüedades, generalizaciones, y golpes
de efecto: se niega el descubrimiento para poder negar después la conquista. La
polémica del 92 terminó de esta manera en un verdadero desafío contra España
y la Iglesia Católica.
No deja de causar aparente sorpresa que sean los mismos
hispanoamericanos quienes hayan arremetido, y duramente por cierto, contra
tan sofisticada y sospechosa interpretación del V Centenario. El ilustre y
conocido investigador mexicano Edmundo O'Gorman criticó duramente sus
argumentos, retándoles a un debate público: "historiadores del triste silencio"
trataban de borrar de un tajo algunas páginas de la historia de España;
pretendían minimizar la empresa de Colón y dar "la otra versión",
supuestamente americana, de aquel acontecimiento. Es absurdo concebir la
existencia de dos mundos el 12 de octubre de 1492, ya que hasta 1507 no se llegó
al convencimiento de la masa continental de las nuevas tierras como se venía
suponiendo; ni hubo encuentro de dos inconcebibles mundos literalmente
inexistentes en cuanto "viejo" y "nuevo", ni hubiera sido posible esa fusión que
produjo el mestizaje cultural, cuando se dice es indiscutible que hubo
confrontación entre indígenas y europeos con un rechazo total entre las culturas
autóctonas en cuanto tales. No se puede seguir pensando radicalmente en
términos de Leyenda Negra. "Porque es evidente, concluía el Premio Nobel
Octavio Paz, que el descubrimiento y la conquista estuvieron llenos de horrores,
pero también de gestas gloriosas que no podemos dejar de lado, y creo, sin
temor a equivocarme, que quienes lo definen como la conmemoración del
genocidio de los pueblos americanos cometen un grave error, porque es
históricamente falso y ahistórico por definición".
Mientras los representantes gubernamentales de la España oficial se
arrastraban por las cancillerías americanas pidiendo perdón por la conquista y
evangelización de América, un grupo de americanos, encabezados por el Dr.
Pablo Troise, de Uruguay, protestaba contra tantos oportunistas y tantos
cuidadores de imagen de la España oficial: "de España esperamos muchos
hispanoamericanos que se pongan las cosas en su sitio"; y continuaba el
diplomático peruano Alberto Wagner de Reyna: "que se afirme sin ambages la
grandeza de la gesta heroica que duplicó el mundo, el valor de la fe, espíritu,
cultura de humanidad que nos trasmitió por siglos y que fue origen de nuestros
pueblos mestizos. Es menester que conservemos la cabeza erguida en la
confusión de final de era en que vivimos, llena de negaciones y dudas, y sólo es
posible si en la proyección histórica de Iberoamérica se descubre la obra
universal y perdurable de España".
En este contexto de contradicciones y controversia política se celebró en
Ginebra en 1987 el Congreso Internacional de Indigenismo, al que fueron
invitados el Consejo Mundial de las Iglesias, la Organización de las Naciones
Unidas, diversas organizaciones de comunidades indígenas, y otras
instituciones americanas y europeas. La Liga Internacional por los Derechos
Humanos y Liberación de los Pueblos presentó su programa de investigación
para "informar y dialogar" sobre la conquista de América. La polémica 92 se
polariza entonces y centra su reflexión crítica sobre la actuación de España,
como si se tratara de inculpar a la Corona española y llevarla al Tribunal
Internacional de Derechos Humanos.
Pero realmente, ¿de qué se acusaba a España?. ¿Por qué el V Centenario
del Descubrimiento de América terminó en un proceso político y cultural contra
la España de la conquista y contra la evangelización de la Iglesia Católica?
Mataron en nombre de Dios
Panfleto nicaraguense distribuido durante la
polémica en torno al V Centenario
Panfletos de este tipo fueron abundantemente
empleados por la propaganda de movimientos
políticos extremistas, sectores de la Teología de
la Liberación y grupos indigenistas radicales,
difundiéndolos tanto en América como en
Europa
UN DESAFÍO A LA IGLESIA CATÓLICA
El Primer Encuentro Continental de Pueblos Indios de América, reunido
en Quito durante el mes de julio de l990, declaraba: "Los Indígenas de América
Latina fueron bautizados masivamente y a la fuerza. Cristianizarlos no era otra
cosa que hacerlos súbditos del Rey de España. Así quedaban obligados
"legalmente" a los trabajos forzados y al pago de exorbitantes impuestos. Los
que no aceptaban eran pasados a cuchillo, quemados en la hoguera y
perseguidos cruelmente. Con esta forma de "evangelización", los indios vivos se
convirtieron en cristianos muertos".
El testigo de su acusación fue, una vez más, Fray Bartolomé de las Casas
con su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, esta vez iluminado
con los grabados de Teodoro de Bry a los que hace referencia su testimonio de
síntesis: "Entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni
mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos. Hacían apuestas
sobre quién de una cuchillada abría a indio por medio o le cortaba la cabeza de
un tajo. Arrancaban a las criaturas del pecho de sus madres y las lanzaban
contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos. A otros los amarraban
con paja seca y los quemaban vivos. Y les clavaban una estaca en la boca para
que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros amaestrados en matar,
traían muchos indios en cadenas y los mordían y los destrozaban y tenían
carnicería pública de carne humana... Yo soy testigo de todo esto y de otras
maneras de crueldad nunca vistas ni oídas". Los pueblos indios de América
declaraban finalmente que, en vez de celebrar los 500 años, la Iglesia debía
pedirles perdón y compartir su dolor.
A la cabeza de esta campaña contra la Iglesia Católica se encontró el
Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos, que incluye a 32
confesiones protestantes de todo el país. En la última reunión de 1990 votaron
un documento de denuncia "de la explotación, el genocidio y el ecocidio
provocado por la conquista y colonización de América", señalando que la
"justificación teológica para destruir las concepciones religiosas indígenas y
convertirlas a la fuerza en formas europeas del cristianismo, exigieron a los
neoconversos una sumisión que facilitó su conquista y explotación".
El centro Cristianismo y Justicia de Barcelona, en su manifiesto sobre el V
Centenario, después de mencionar los supuestos crímenes de los
conquistadores españoles, pedía y exigía que durante el año 1992 alguna de las
más altas instancias oficiales de España y de la Iglesia, y ante alguno de los
foros de la política internacional, pidiera perdón públicamente a todos los
pueblos iberoamericanos por el despojo sufrido por la conquista y colonización.
Una organización indigenista boliviana denominada Tribunal de los
Derechos Indios, que se constituyó el 30 de julio de 1989, presentó una
demanda ante el Tribunal Internacional de La Haya contra España y el Vaticano
por sus presuntos crímenes en la conquista y evangelización de América.
Reclamaba ni más ni menos que ¡diez billones de dólares! en concepto de
indemnización por ello, a razón de 500 dólares por persona y año.
Acusaban a la evangelización de América de represiva por razón de las
guerras de conquista, justificadas y alentadas por la Iglesia Católica, por razón
de la evangelización armada llevada a cabo por misioneros y soldados y por
razón de la coacción religiosa para asegurar la conversión y permanencia de los
indios en la fe Católica.
Acusaban a la evangelización de América de haber justificado y
consentido las deportaciones en masa, las reducciones de indios y los trabajos
forzados, para conseguir la mejor explotación de aquellas tierras en beneficio de
los conquistadores y para lograr así mayores garantías de la sumisión a la fe
cristiana de los agresores.
Acusaban a la evangelización de América de convertirse en un genocidio
sistemático y continuado, con la destrucción de poblaciones y etnias enteras,
con la desaparición de milenarias culturas indígenas, y con la eliminación de la
religiosidad india.
Revivían las mismas acusaciones históricas de Juan Fernández de
Sotomayor (siglo XIX), de Antonio Touron (siglo XVIII) y de Urbain Chauveton
(siglo XVII). Las supuestas pruebas son las mismas, a partir de unos mismos
hechos muy concretos, esporádicos y episódicos, presentados de forma sesgada
y parcial. Se repetían las mismas interpretaciones simbólicas de la iconografía
de Teodoro de Bry, actualizadas y enriquecidas, sin embargo, por la moderna
técnica de la difusión informática. Navegando por INTERNET es posible
conocer hoy el sorprendente nivel de elaboración que alcanzó esta propaganda.
Ante tantas acusaciones e imputaciones generalizadas, reiteradas y
claramente formuladas, con objetividad o con pasión, en la polémica de 1992,
¿cuál fue la respuesta, la actitud de la Iglesia y de los católicos españoles?.
Algunos representantes de la Iglesia guardaron silencio o cedieron fácilmente a
las presiones políticas por oportunismo, o por "prudencia política", decían ellos.
Cogidos de sorpresa por este acoso y estas campañas dirigidas contra la Iglesia,
proclamaron su vergüenza y se apresuraron a pedir perdón no se sabe de qué.
A fuerza de olvidos, silencios y cesiones, no hicieron más que sembrar mayor
confusión sobre la verdad histórica que simulaban defender. En connivencia
con algunos obispos de Europa y América, representantes cualificados de
determinados organismos oficiales de la Iglesia se empeñaron "por prudencia
política" en disociar conquista y evangelización. Para salvar a la Iglesia y
liberarla de presuntas responsabilidades políticas, exaltaban la acción de la
Santa Sede en defensa de los derechos del indio contra la crueldad y el racismo
de los españoles. Contraponían Corona española y Santa Sede, conquistadores y
misioneros, religión y política, ignorando o silenciando que los principales
documentos que publicaban o aducían como prueba habían sido, las más de las
veces, presentados, tramitados, y hasta redactados por los españoles, y
asumidos después legalmente por la Corona.
El progresismo católico, en cambio, arremetió duramente contra la
evangelización de América y se alineó claramente entre los más duros
acusadores de la Iglesia oficial. El obispo brasileño Erwin Kräuler, de origen
austriaco, dijo en la Semana Universitaria de Salzburgo: "La labor misionera de
América, con pocas excepciones, no fue evangelización. La Iglesia se ha hecho
más bien culpable, y con frecuencia hasta los misioneros que se dedicaban a la
defensa de los indios fueron perseguidos y marcados como herejes. La Iglesia
satanizó las religiones patrias e implantó el cristianismo según el modelo
europeo, sin buscar el diálogo con las culturas indígenas". Esta acusación oficial
vino articulada por la Teología de la Liberación en América. Hemos asistido a
sus congresos celebrados en Chicago y Würzburg; hemos revisado por
INTERNET su revista electrónica con más de cien títulos (concretamente, ciento
sesenta y ocho). Hemos seguido directamente la polémica: se empieza por la
definición de tres conceptos básicos: Iglesia de Cristiandad, evangelización
desde el poder, y Teología de la Liberación, en oposición a la que ellos llaman
"teología de la opresión"; desde estos tres parámetros es valorada la
evangelización de América posterior al Descubrimiento. La razón de la
evangelización, dicen, fue la razón de Estado; primaba el servicio a los intereses
políticos y económicos de la Corona por la dominación de las Indias, por la
explotación de sus riquezas y por la sumisión de la Iglesia a los intereses de la
monarquía española. Así, la evangelización se politizó y quedó instrumentada a
los intereses del Estado, y en alianza permanente la Iglesia se sometió al control
del mismo: las leyes eclesiásticas eran leyes civiles, los misioneros se hicieron
funcionarios de la Corona, los obispos juraban fidelidad a la monarquía...
Todo esto significó la españolización de la evangelización,
conviertiéndose de este modo en una opción por lo español, por el
conquistador, por la Corona, frente a la Iglesia profética de la opción por el
indio, pobre y oprimido, sacramento de Cristo... En la conquista de América la
evangelización se hace pretexto y medio de dominación política. La empresa
evangelizadora legitima la conquista, y a la vez aquélla queda legitimada por la
empresa política, que es más económica que espiritual. En caso de conflicto se
impone la razón de Estado. Enfrentan así cristiandad y cristianismo.
El resultado de esta Iglesia de Cristiandad, concluyen, fue el exterminio
de los indios: para dominarlos había que destruirlos. Y el exterminio llega hasta
el genocidio. El resultado fue la destrucción de culturas: la trasculturación o
españolización era incompatible con las culturas indígenas; en nombre de la
lucha contra la idolatría se extirpan sus ritos y tradiciones religiosas. El
resultado fue la explotación de las riquezas y de los indios como mano de obra
en beneficio de conquistadores y misioneros, de la Corona y de la Iglesia,
esquilmando la tierra y empobreciendo a los indígenas. De esta manera es como
la Teología de la Liberación ha actualizado las acusaciones de la Leyenda Negra
contra la evangelización de América.
El prelado Nobert Herkenrath, administrador jefe de la obra episcopal de
subvención MISEREOR, recordaba que Estado e Iglesia llevaron a cabo la
conquista en estrecha colaboración; que la irrupción de los europeos fue la
causa de la drástica reducción de la población india; que los indios murieron
por las guerras de conquista y por las inhumanas condiciones de trabajo y las
enfermedades importadas. Por ello invitaba a la reflexión y a indagar
exhaustivamente la implicación de la Iglesia en este acontecimiento y su
responsabilidad en esos resultados. Porque temía que se diera una tendencia al
encubrimiento del papel realizado por la Iglesia Católica: a los pocos misioneros
que fueron defensores de los indios se les ha convertido ahora en
representantes de toda la Iglesia. Exigía, pues, un debate autocrítico de la Iglesia
sobre su corresponsabilidad en la violencia y opresión denunciadas.
¿Fue realmente la evangelización de los indios un medio de dominio y
sumisión política al servicio de la Corona, pudiéndose hablar en consecuencia
de una "conquista armada de evangelización"? La implantación de la fe en
América, ¿se llevó a cabo desde el poder político y eclesiástico sin el más
mínimo respeto a la libertad de los indios? La organización y pastoral de la
Iglesia, ¿debe interpretarse como una forma de endeudamiento y sumisión de la
Iglesia a la razón de Estado, a pesar de que esta colaboración llevara no pocas
veces a la coincidencia de intereses políticos y económicos?. El control mismo
que la Corona impuso sobre personas y bienes de la Iglesia durante la
colonización, ¿no hacía de la colaboración entre el Estado y la Iglesia otra forma
de sumisión, aunque esta fuera pactada y consensuada? ¿Realmente eran los
misioneros simples funcionarios del Estado y los obispos leales servidores de la
Corona?
Esta posición oficial fue definida como "teología de la opresión", que
justificaba la conquista y la colonización. ¿Deben integrarse en esta categoría los
maestros de la Escuela de Salamanca, siempre dispuestos a justificar la
presencia política de España en América? Los cristianos, se dice, fueron
responsables por su tolerancia con el sistema cuando pueblos enteros eran
asolados y destruidos por la ambición y la codicia, por la perfidia y los excesos
de crueldad. La Iglesia, concluía Herkenrath, debe dejarse interpelar si
realmente quiere tomar en serio la transformación de la Iglesia Occidental en
Iglesia Universal, de Iglesia estructurada y concebida a la europea en Iglesia
multinacional.
La intencionalidad política de ciertas actitudes no nos autoriza a
infravalorar la base de verdad, por parcial que se presente, que tienen estas
acusaciones. No pueden ser silenciados ciertos hechos por muy desagradables
que sean. Con ocasión del V Centenario del Descubrimiento de América se
publicaron muchos ensayos críticos de clarificación y de síntesis. A no pocos
autores, demasiado preocupados por defenderse de tantas acusaciones o por
exaltar las glorias de sus protagonistas, les faltó a veces espíritu crítico,
objetividad, y equilibrio en sus conclusiones. Es justo, sin embargo, reconocer
que muchos historiadores, haciendo caso omiso de interferencias o intereses
partidistas, se esforzaron por comprender tantas verdades desagradables y por
asumirlas leal y críticamente hasta los límites de la responsabilidad política y
los imperativos de la solidaridad moral, pero sin renegar jamás de nuestro
pasado, aunque fuera polémico y cuestionado. Gracias a ello se publicaron
numerosas obras maestras, representativas e indispensables hoy para el
conocimiento riguroso de la historia de América.
RAZONES PARA LA ESPERANZA
Muy pronto se publicó el primer balance crítico de la polémica 92 sobre
la conquista y evangelización de América. A principios de 1993 decía el
profesor y maestro Julián Marías:
"Se ha conseguido convertir uno de los hechos más importantes y gloriosos de
la historia universal en algo negativo que proyecta una luz siniestra sobre el
Nuevo Mundo, antes continente de esperanza.
Se ha cedido, con extraña pasividad o docilidad, a una alianza de tres
elementos: ignorancia, estupidez y malevolencia.
Se ha dejado la iniciativa a grupos minúsculos, por lo general bien organizados,
repliegue de los que, desplazados del horizonte de la historia, se han refugiado
en otras trincheras; los elementos oficiales españoles han estado en primera fila
en esta cesión.
Se ha premiado repetidas veces a autores mediocres cuyo principal mérito
parece ser su antiespañolismo, que desemboca en un desdén por todo lo
hispánico.
Se ha dado resonancia a casi todo lo que mostraba escasa inteligencia y menor
veracidad, mientras se la regateaba a lo que merecía ser conocido, como la obra
de unos cuantos historiadores en España y América.
Se ha aceptado y aplaudido, sin crítica, todas las manifestaciones que veían
como desastre la incorporación del continente americano a la civilización más
creadora de la historia, utilizada por el resto del mundo, incluso para
combatirla.
Se ha añorado el politeísmo, los sacrificios humanos, la multiplicidad de
lenguas que aislaban a una gran parte de la Humanidad, que ahora habla en
tres, compartidas con medio mundo dos, y el desconocimiento de ese mismo
continente americano, del cual sus habitantes no tenían la menor idea hace
quinientos años".
Veredicto ciertamente duro, pero certero y exacto, que debe por ello ser
interpretado serenamente. Porque en nombre del progresismo y de la tolerancia
no pocos intelectuales españoles cedieron a este nuevo chantaje cultural y
político. No se atrevieron a responder a tantos prejuicios y falsas
interpretaciones que cada día se iban amontonando sobre la época más
gigantesca y decisiva de nuestra historia y hasta de la Humanidad entera.
Tenían miedo a ser acusados de oscurantistas, reaccionarios o retrógrados.
Callaron públicamente, y a fuerza de silencios responsables terminaron por
cargarse todo un periodo de cinco siglos, mezcla de luces y de sombras, como
toda historia, pero que abrió al orbe posibilidades inmensas y marcó el futuro
del Occidente cristiano. Y esto es lo que muchos no perdonan.
Se produjo una situación incómoda que otros muchos no estaban
dispuestos a tolerar por simple ética intelectual. Asistimos a una verdadera
manipulación política con la deformación sistemática de hechos
tendenciosamente presentados. Sería ingenuo tratar de ocultar las crueldades y
atrocidades cometidas por los españoles en la conquista de América. Nosotros
las denunciamos y condenamos sin paliativos. Pero no es menos injusto
silenciar factores determinantes que tanto influyeron en la formación de la
conciencia americana. Se resisten a la crítica histórica tantas generalizaciones o
mutilaciones que han actualizado y agravado más todavía la Leyenda Negra.
El V Centenario del Descubrimiento de América degeneró otra vez en una
lucha estéril entre triunfalistas y derrotistas, entre los que creen que todo fue
bueno y sensacional, y los que dicen que todo fue malo y denigrante.
Confundidos en un mar de dudas y complejos absurdos, estaban convencidos
de que España sólo exportó a América ambición y codicia de oro, fanatismo
religioso, e intolerancia política. Mientras, equipos de especialistas, hartos ya de
tantos mitos y leyendas, miedos y complejos, no cedieron a esta campaña de
intimidación, y siguen dispuestos aún hoy a hacer públicos los resultados de la
investigación histórica.
Por su parte, muchos universitarios americanos reaccionaron
instintivamente contra la lectura oficial del descubrimiento y evangelización, y
creían oponerse por igual a la lectura que algunos llamaban política y
económica del mundo desarrollado. Para ellos el 92 debía ser el centenario de la
reflexión común. Debía hacerse una crítica histórica de nuestro pasado común,
no coartados, decían, por el muro de las verdades oficiales, y heredado de la
autocrítica que desde España y América se elevó en el siglo XVI. A todos duele
la tragedia de la primera conquista, pero insistían en que los americanos, como
descendientes de españoles, no podían eludir la cuota de responsabilidad que
les correspondía. Se podría discutir el hecho de que la cultura incaica y azteca
fueran arrasadas, pero la crítica no debe llevarnos a tal punto de intransigencia
que nos impida ver las cosas positivas de la conquista y de la evangelización.
Consideraban que los españoles no podían ser interpelados, y menos aún
culpados, por hechos ubicados en el pasado, cuando un mínimo de
conocimiento de la historia muestra que crímenes, explotaciones y crueldades
son propias de toda conquista. Pedían, eso sí, confrontación de juicios comunes
entre nuestras naciones iguales hispanoparlantes, para evaluar hechos
históricos del pasado común para el entendimiento mutuo y sin carga emotiva
que entorpezca el futuro.
La mayoría de los americanos recordaban ese mensaje de pacificación y
de reconciliación, de "rehumanización" y dignificación humana, de solidaridad
y comunicación de bienes, de denuncia y rebeldía contra la injusticia social, que
legó Francisco de Vitoria. Querían celebrar ese mensaje cultural y social,
jurídico y político, dinámicamente abierto a la comprensión y al progreso
solidario de nuestros pueblos, al servicio de la paz y de la convivencia mundial.
Consideraban que cualquier otra versión o interpretación era un fraude a la
conciencia americana y una falsificación de su historia. La mala conciencia de
las llamadas elites mestizas, concluían, trata ahora de eludir sus
responsabilidades históricas en esa frustración.
En el fondo de estas actitudes existe un debate político y cultural en
Hispanoamérica sobre el problema de su propia identidad, latente en la azarosa
búsqueda de sus raíces ancestrales. Y en esta tarea noble y urgente, los
universitarios americanos reconocían que el legado de Francisco de Vitoria les
estaba ayudando muy eficazmente. En el fondo de esta búsqueda era posible
advertir que no existía hostilidad alguna contra la España histórica ni contra la
responsabilidad de la Iglesia Católica.
De España esperaban muchos americanos ayuda y colaboración para
llevar adelante este proceso indigenista de reivindicación. Esperaban de la
Iglesia humildad y sinceridad para reconocer sus errores históricos. Pero
esperaban también que con la misma valentía y coherencia la Iglesia Católica
afirmara sin ambages la grandeza de la evangelización. Finalmente esperaban
de la Iglesia comprensión, sin miedos ni complejos históricos, para la Teología
de la Liberación.
Porque ha llegado la hora de provocar esta crisis cultural y de ayudar a
nuestros jóvenes a superarla con criterios objetivos, pero progresiva y
serenamente. Porque la historia de América, mezcla de luces y de sombras, de
terribles pasiones y de magníficas empresas, está ahí. No la hicimos nosotros a
nuestro gusto. La hemos heredado como es. Y debemos esforzarnos por
interpretarla y comprenderla. Nuestra orografía mental se resiste. A veces se
tambalean, es cierto, muchas de nuestras argumentaciones y apelaciones
tradicionales en las que por inercia o por educación hemos apoyado hasta ahora
nuestra versión de la América hispana. Por honestidad intelectual, por fidelidad
a la verdad histórica, y por lealtad a la pacificación y reconciliación de los
hombres, hagamos públicas nuestras conclusiones científicas, capacitando a
nuestra juventud para comprender y asumir la propia verdad histórica de
América, de su descubrimiento y de su conquista, sin minimizar las crueldades
ni magnificar las pequeñas empresas.