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IV Coloquio de Teología Pastoral
Teología pastoral y su importancia para el trabajo eclesial
Santiago, 29 y 30 de octubre de 2015
Sergio Silva G., ss.cc.
El llamado a la conversión pastoral de la Iglesia como función de la teología pastoral
(Borrador)
Introducción
No soy teólogo pastoral de oficio, vengo de la teología fundamental. Pero en los últimos años de
mi participación plena en la Facultad me vi involucrado en la TP de dos maneras. Me tocó
participar en la comisión que creó el currículo pastoral y, luego, acompañar los dos talleres finales
del currículo, el que trabajaba la dimensión cultural de la acción pastoral y el de investigación
pastoral. Durante este último taller, tenía, además, que exponer una síntesis de TP, para ayudar a
los alumnos a preparar su examen de grado; y se me ocurrió ordenar la síntesis de acuerdo a las
seis dimensiones de la acción pastoral que habían dado su estructura a los talleres como columna
vertebral del currículo: personal, pedagógica, comunitaria, comunicacional, cultural e
investigativa.
La exhortación del papa Francisco sobre la alegría del Evangelio ha venido a confirmar una
intuición que expresé en esa síntesis: una función (o tarea) de la TP es llamar permanentemente a
la Iglesia a una conversión pastoral.
En los años en que participé en el currículo pastoral hubo mucho trabajo de equipo, y en la
realización de los talleres me tocó, por primera vez en mi vida de profesor, colaborar codo a codo
con académicos venidos de las ciencias humanas y sociales. Fue para mí un aprendizaje muy
significativo.
De ahí las tres partes de mi exposición: la intuición, tal como está en mis apuntes de TP, la
presencia del llamado a la conversión pastoral en la EG y algunas reflexiones sobre mi experiencia
en el currículo pastoral.
1. La TP tiene como función llamar a la Iglesia a la conversión pastoral
Para fundamentar esta tarea, doy cuatro pasos.
a) La Teología interpreta un tema
Una forma de entender la tarea teológica es mediante una analogía musical. Así, podemos decir
que la Teología “interpreta” un “tema”, de manera semejante a como el músico interpreta con su
instrumento un tema que está escrito en la pauta musical creada por el autor. En la teología,
sintetizando al máximo, el “tema” es la acción de Dios en la historia, que culmina en Jesús,
orientada a dársenos en persona, por amor. El “intérprete” es, por un lado, todo cristiano, en
cuanto interpreta mediante su vida de fe el tema, es decir, acoge en su propia vida la acción
autocomunicativa de Dios. Esto es lo que, durante el Concilio de Trento, el Cardenal Cervini
llamaba el “Evangelio inscrito en los corazones de los fieles”. Por otro lado, el intérprete es el
teólogo. Su diferencia con el simple fiel –aunque, es de esperar, el teólogo también lo es– se basa
en el carácter reflexivo y crítico, es decir, científico de su interpretación del tema de la fe.
b) Dos niveles del Evangelio: ideal y real
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El nivel ideal es, en rigor, sólo Jesús, “Evangelio de Dios”. Pero también, en aproximaciones más o
menos logradas, ciertos testigos del Evangelio, sean estos personas o bien algún escrito. En los
escritos encontramos también dos niveles; unos son inspirados (la Sagrada Escritura) y otros no
(literatura de fe), pero estos últimos pueden ser útiles para alimentar la vida de la fe.
Entre las personas que se acercan al ideal están los santos, sean los reconocidos por la Iglesia y
“canonizados”, sean los que no lo han sido. Los canonizados son los que han sido puestos por la
Iglesia en la lista oficial de personas que pueden servir como modelos de vida de fe. Los no
canonizados son esa multitud de “santos” anónimos –que celebramos el día de la fiesta de Todos
los Santos– que han vivido intensamente el Evangelio y lo han irradiado a su alrededor, ayudando
a otros a ser mejores discípulos de Jesús.
El nivel real es el Evangelio tal como es vivido –con inevitable mezcla de pecado– por cada
cristiano y por las instituciones eclesiales y eclesiásticas. Es tarea pastoral estar permanentemente
proponiendo crecer en fidelidad al ideal; pero no sólo mediante exhortaciones genéricas –que
suelen quedar en mera exhortación, sin eco en la vida– sino con el anuncio adecuado del
Evangelio y la denuncia del pecado personal y estructural que impide que dé sus frutos con mayor
plenitud. Aquí se incluye el llamado a la conversión, tanto personal como de la Iglesia en su
conjunto.
c) La tarea de la Teología Pastoral
Una forma de entender la tarea de la Teología Pastoral es proponiendo que su objetivo es indagar
en el paso del ideal a lo real, en dos direcciones. En una dirección se trata de la pregunta acerca de
cómo hacer mejor este paso del ideal a la realidad en la vida de la Iglesia y los cristianos; es una
tarea inagotable, nunca acabada, según el adagio latino Ecclesia semper reformanda (la Iglesia
siempre debe estar siendo reformada). En la otra dirección surge la pregunta acerca de cómo
reconocer la presencia del “tema” (y del pecado que lo opaca) en la vida de los creyentes y de la
Iglesia, pero también en la historia humana y en el cosmos en el que se desarrolla; en particular,
mediante la interrogación acerca de los signos de los tiempos.
Pero el objetivo de la Teología Pastoral no es sólo indagar sino colaborar en el paso del ideal a lo
real, es decir, secundar la acción de Dios hoy. Por eso, al teólogo pastoral no le basta con el
esfuerzo de comprensión, que comparte con el teólogo sistemático. Tiene que reflexionar sobre la
acción humana de colaboración con la acción de Dios, teniendo presente que se trata de una
acción humana en cuyo interior (como un líquido en un recipiente) actúa el Espíritu de Dios, nunca
visible en puridad, tal como es en sí mismo. Un modo de esta colaboración es el llamado
permanente a la conversión pastoral de la Iglesia.
d) Tres condiciones de la Teología Pastoral
Estas condiciones me parecen especialmente importantes a la hora de llamar a la conversión.
La primera es que el teólogo pastoral debe tener lucidez (vigilancia epistemológica, podríamos
decir también), para no confundir el Evangelio con sus inculturaciones. Esta lucidez le dará una
actitud crítica frente a la vida de los cristianos y de la Iglesia, pero será siempre una actitud teñida
de modestia, porque el teólogo sabe que él no tiene un acceso no inculturado al Evangelio; por
ello, debe ser, en primer lugar, crítico respecto de sus propias concepciones. Para lograr esta
criticidad modesta y crecer siempre en ella, el teólogo pastoral tiene que estar abierto al diálogo
con sus colegas y con el conjunto de los fieles, laicado y jerarquía.
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La segunda condición es la creatividad para descubrir posibilidades nuevas de inculturación, tanto
en la vida de fe de las personas y sus comunidades como en la institución eclesial; porque no basta
con la denuncia de lo que debe cambiar. Por eso, la creatividad debe ejercerse proponiendo metas
entusiasmantes y caminos posibles para acercarse a ellas, y proponiéndolos de manera adecuada
y convincente, de modo que se haga posible que otros cristianos quieran colaborar en su puesta
en práctica, que nunca podrá ser asunto de un solo “iluminado”, sino de comunidades eclesiales
más amplias.
Finalmente, me parece importante la sensibilidad que debe cultivar el teólogo pastoral para
descubrir la acción de Dios en la sociedad y la cultura, más allá de los límites de la Iglesia, y poder
secundarla, saliendo de las rutinas acostumbradas al interior de la Iglesia. Es otra forma de decir
que el teólogo debe tener sensibilidad para captar los “signos de los tiempos”. Aquí, de nuevo, es
clave el diálogo entre los teólogos y con el resto de la Iglesia para discernir estos signos en
conjunto, así como también la creatividad para saber proponer lo que cada teólogo ve, de manera
que ayude a otros a verlo y se pueda ir creando un consenso, sin el cual no se puede hablar
propiamente de signos de los tiempos.
2. La exhortación Evangelii gaudium del papa Francisco
a) El llamado de Francisco a la conversión pastoral de la Iglesia
En la exhortación Evangelii gaudium (La alegría del evangelio) el papa Francisco ve la necesidad
imperiosa de una conversión pastoral de la Iglesia, orientada a volver a lo esencial, que es el amor
misericordioso de Dios manifestado en la muerte y la resurrección de Jesús. Sin esta conversión no
habrá evangelización posible hoy.
Me detengo en algunos textos de la exhortación que muestran lo que acabo de afirmar. Una de las
primeras secciones de la Exhortación se titula “Pastoral en conversión”. Ahí encontramos el
llamado más fuerte que hace Francisco a la conversión de la Iglesia: “Espero que todas las
comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión
pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple
administración». Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de
misión»” (EG 25; las citas internas son de Aparecida 201 y 551 respectivamente). Se trata de
“todas las comunidades”, no solo de algunas que pueden estar mal; y se trata de una conversión
“que no puede dejar las cosas como están”.
Este llamado lo apoya en Pablo VI y en el Concilio. “Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la
renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia
entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: «La Iglesia
debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […]
De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal
de la Iglesia –tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef
5,27)– y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi
impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la
conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí»
(Pablo VI, Ecclesiam suam 3). El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la
apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la
Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la
Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución
humana y terrena, tiene siempre necesidad» (Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio
6)” (EG 26). En el texto de Pablo VI, Francisco subraya la necesaria “renovación”, la “enmienda de
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los defectos” de la Iglesia; en el del Concilio se da un paso más y se habla de una “perenne
reforma” de la Iglesia. Hoy, siguiendo a las conferencias episcopales de AL, el Papa habla de
conversión pastoral y misionera de la Iglesia.
Al final de la sección sobre “pastoral en conversión”, el Papa vuelve a la carga: “La pastoral en
clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así».
Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el
estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG 33). Una razón decisiva para
abandonar ese criterio del “siempre se ha hecho así” es tomar conciencia de que ni los creyentes
individuales –aunque sean miembros del clero– ni la Iglesia en cuanto tal, están ya definitivamente
evangelizados. Francisco cita una exhortación apostólica de Juan Pablo II sobre los sacerdotes:
“Por ello también «el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente
necesidad de ser evangelizado»” (EG 164; la cita es de Pastores dabo vobis 26). Es otra forma de
referirse a esa distancia entre la imagen ideal de la Iglesia y su realidad, de la que hablaba Pablo VI
en la cita que acabamos de recordar.
Francisco es consciente de un factor que los evangelizadores deben tener siempre en cuenta; se
trata de la influencia de la cultura sobre todos nosotros: “como hijos de esta época, todos nos
vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos
valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos.
Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales,
«lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las
propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad
con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al
bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales» (Mensaje de la Acción Católica
Italiana a la Iglesia y al país, 8 de mayo de 2011)” (EG 77). La preocupación del Papa en este pasaje
se centra más bien en los efectos negativos de la cultura actual sobre los agentes pastorales,
efectos que ciertamente repercuten, también negativamente, sobre la evangelización; la
conversión pastoral de la Iglesia debe tenerlos en cuenta para disminuirlos lo más que se pueda.
Un último elemento de la conversión pastoral que aparece en la exhortación tiene que ver con los
caminos de la conversión; para Francisco no basta con tener claros los fines, hay que pensar
asimismo en los medios: “Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de
los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (EG 33). Cuando se
trata de la conversión pastoral y misionera de la Iglesia –es decir, de cada una de las comunidades
(y de las personas) que la constituyen– la referencia a la “búsqueda comunitaria de los medios”
adquiere una importancia decisiva. En esa búsqueda se trata de hacer un “discernimiento” del
camino a seguir. El Papa cita el mandato misionero de Jesús resucitado a sus discípulos en el
evangelio de Mateo: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19, citado
en EG 19). A continuación comenta: “Hoy, en este «vayan» de Jesús, están presentes los
escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos
llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el
camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia
comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). A
Francisco, como fiel discípulo de Ignacio de Loyola, el tema del discernimiento le es entrañable:
“En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto
también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y
reforma” (EG 30).
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No deja de ser sorprendente que se hable de una conversión de la Iglesia. Y que esto proceda
desde la más alta instancia de autoridad eclesial, como es el Papa. La Iglesia oficial nos tenía
acostumbrados a hablar de la conversión de los pecadores o de los paganos; esos “pecadores”
podían ser miembros de la Iglesia, pero eran vistos solo en cuanto individuos; en cierto sentido no
comprometían a la Iglesia como tal con su pecado. Ahora Francisco invita con fuerza a toda la
Iglesia a una conversión pastoral y misionera. ¿Qué significa? ¿De dónde procede esta idea nueva?
Al parecer, su origen está en la conferencia del episcopado latinoamericano de Santo Domingo en
1992, y es retomada y desarrollada luego en la conferencia de Aparecida en el 2007. Ahora el Papa
le da resonancia universal en la Iglesia.
b) La “conversión pastoral” en las Conferencias Generales del Episcopado de AL y el Caribe
La expresión “conversión pastoral” aplicada a la Iglesia se encuentra una sola vez en el documento
de Santo Domingo: “La Nueva Evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal
conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la
praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y
dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz,
sacramento de salvación universal” (SD 30). La conversión pastoral aparece en este texto como
una exigencia de la nueva evangelización; no podría ser nueva de verdad, si la Iglesia siguiera tal
como ha estado siendo hasta ahora. Un segundo elemento que subraya Santo Domingo es que se
trata de coherencia con el Concilio, de fidelidad a él, podríamos decir; de hecho, lo que se dice
acerca de la Iglesia al final del párrafo es lo que el Concilio ha dicho que ella es; se trata
justamente de que la Iglesia sea lo que debe ser. Finalmente es de destacar la amplitud que se
asigna a la conversión: no se trata de cambiar una cosa u otra de la Iglesia, sino que “toca todo y a
todos”. Más adelante, los obispos dicen: “Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el
rostro del Señor (cf. Mt 25,31-46) es algo que desafía a todos los cristianos a una profunda
conversión personal y eclesial” (178, párrafo 3°). Aunque aquí no se usa la expresión “conversión
pastoral”, el texto está en el mismo ámbito de ideas. Con la diferencia de que ahora la exigencia
de la conversión no proviene, como en el texto anterior, de dentro de la tarea evangelizadora sino
de la realidad de los pobres, que son los primeros destinatarios del evangelio.
En Aparecida vuelve a utilizarse la expresión “conversión pastoral”. El documento final dedica una
sección entera al tema, bajo el título “Conversión pastoral y renovación misionera de las
comunidades” (sección 7.2, números 365 a 372). Se trata de llevar a cabo una “firme decisión
misionera”, que “debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de
diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia.
Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los
procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no
favorezcan la transmisión de la fe” (DA 365). Tanto el título como este primer número muestran el
estrecho vínculo que perciben los obispos entre la renovación de la Iglesia en su tarea misionera y
la conversión pastoral. Poco más adelante se vuelve sobre este vínculo: “La conversión pastoral de
nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral
decididamente misionera” (DA 370), una afirmación que, como hemos visto, cita el papa
Francisco.
El documento establece otro vínculo, esta vez con el discernimiento de los signos de los tiempos.
Todos en la Iglesia, desde los laicos a los obispos, “estamos llamados a asumir una actitud de
permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir ‘lo que el Espíritu
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está diciendo a las Iglesias’ (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se
manifiesta” (DA 366). Estrechamente conectado con este discernimiento está el desafío que
significan para la tarea de la Iglesia las “transformaciones sociales y culturales” “del contexto
histórico donde viven sus miembros”, del que “no puede prescindir”; el cambiante contexto exige
“una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales”
(DA 367).
La conversión pastoral se presenta, por último, con un aspecto de exigencia a las comunidades de
la Iglesia: “La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de
discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura,
de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos
los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión
eclesial y la santidad son una urgencia pastoral” (DA 368). Cuando se habla del proyecto pastoral
de la diócesis se dice, en coherencia con esta exigencia de participación de todos: “Los laicos
deben participar del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución (Cf.
Christifideles Laici 51)” (DA 371).
c) La “conversión pastoral y misionera” en Evangelii Gaudium
Ya hemos visto que Francisco nos ha llamado con fuerza a una conversión pastoral y misionera en
la Iglesia. Una de las primeras secciones de Evangelii Gaudium se titula precisamente “Pastoral en
conversión” (nos 25 a 33). Hemos citado el comienzo, en el que dice que la necesaria conversión
“no puede dejar las cosas como están” (EG 25). Su intenso deseo de que la Iglesia se convierta lo
expresa Francisco como su “sueño”, una palabra que quizá no se encuentra en ningún documento
pontificio anterior: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce
adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma
de estructuras que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido: procurar
que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea
más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y
favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG
27). Según esto, el gran enemigo de la conversión pastoral es el afán de la autopreservación de la
Iglesia, que la pone a ella en el centro. En cambio, Francisco quiere promover en toda la Iglesia una
actitud decididamente misionera que él describe a menudo con la expresión “una Iglesia en
salida”. El capítulo I de la Exhortación se titula “La transformación misionera de la Iglesia”. Ya el
uso de la palabra “transformación” hace ver que para Francisco la Iglesia de hoy necesita
transformarse para ser misionera; dicho de otro modo, esta palabra implica un diagnóstico
negativo sobre la actitud de la Iglesia actual, que no sería adecuadamente misionera. La primera
sección de este capítulo trae en su título la expresión: “Una Iglesia en salida”. En el penúltimo
número de la Introducción, dice: “Aquí he optado por proponer algunas líneas que puedan alentar
y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo. Dentro
de ese marco, y en base a la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium, decidí, entre
otros temas, detenerme largamente en las siguientes cuestiones: a) La reforma de la Iglesia en
salida misionera (...)” (EG 17). Es notable que, al señalar el primero de los temas, el Papa habla de
“reforma”. Su diagnóstico parece, pues, claro. Para ser verdaderamente misionera, la Iglesia actual
debe transformarse, reformarse, debe salir de sí. Citemos todavía un texto: “Salgamos, salgamos a
ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho
a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por
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salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las
propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada
en una maraña de obsesiones y procedimientos” (EG 49).
El problema no es de la Iglesia en general; el Papa se refiere a la necesidad de que cada Iglesia
particular se convierta, es decir, se haga más decididamente misionera: “Cada Iglesia particular,
porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión
misionera” (EG 30). Como se ve, Francisco no tiene miedo a hablar de una necesaria conversión de
la Iglesia, de repensar y reformar la Iglesia, para hacerla más decididamente misionera, más fiel
por lo tanto a la tarea que le ha encomendado su Señor.
d) El “tono” del examen de conciencia que conduce a la conversión pastoral de la Iglesia
Un supuesto de toda conversión es la toma de conciencia de lo que debe cambiar. Dicho de otra
manera, un proceso de conversión supone hacer un examen de conciencia. Para que un examen
así sea coherente con el Evangelio, debe fijarse no solo en los contenidos; es importante también
el “tono”, la actitud con la que se hace. Sobre este tono encontramos también en la exhortación
valiosas indicaciones.
Podemos decir que, para el papa Francisco, un examen de conciencia no ha de ser ni
autoflagelante ni, menos aun, autocomplaciente (de hecho, Francisco pone el dedo en muchas
llagas reales nuestras), sino que ha de invitar a crecer en la fe: “La alegría del Evangelio es esa que
nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo –y los de la Iglesia– no
deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos
para crecer” (EG 84). Podríamos decir que el autocomplaciente tiende a no ver los males que lo
aquejan y que el autoflagelante se queda encerrado en ellos. Francisco propone una actitud
realista frente a los males, que no los oculta; pero, a la vez, una actitud batalladora, que los ve
como desafíos que deben ser superados. Solo así son un real estímulo para crecer.
En la larga sección que el Papa dedica al sentido de la homilía y a su preparación, propone emplear
en ella un lenguaje positivo; lo describe así: “No dice tanto lo que no hay que hacer sino que
propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta
mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica
o el remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el
futuro, no nos deja encerrados en la negatividad” (EG 159). Me parece que tanto el examen que
hace cada uno de su conciencia como el que eventualmente puede hacer una comunidad de
Iglesia deberían tener el mismo tono de este lenguaje positivo que Francisco propone para la
homilía. Cuando el Papa se refiere a lo que la catequesis debe proponer en materia de moral,
encontramos una orientación análoga: “En lo que se refiere a la propuesta moral de la catequesis,
que invita a crecer en fidelidad al estilo de vida del Evangelio, conviene manifestar siempre el bien
deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede
comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla” (EG 168).
El fruto del examen hecho de esta manera debería ser la cada vez mayor alegría del Evangelio,
vivida personalmente, única forma de comunicarla “hasta por los poros”. A propósito del
predicador, dice: “Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos
que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia
del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Las lecturas del domingo resonarán con todo su esplendor
en el corazón del pueblo si primero resonaron así en el corazón del Pastor” (EG 149).
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e) Las líneas fundamentales de la conversión pastoral de la Iglesia
En Evangelii gaudium el papa Francisco señala muchos males que él ve en la Iglesia y que
considera como obstáculos que dificultan alcanzar con mayor plenitud el bien deseable. He
entresacado algunos, poniéndolos siempre en referencia a ese bien deseable, que debe tener la
prioridad en la preocupación de los cristianos y de los pastores. Ya hemos visto que el Papa
reconoce que, “como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la
cultura globalizada” (EG 77). Esto explica que también se ocupe de lo que sucede en la sociedad y
la cultura actuales. Dice, en efecto: “En esta Exhortación sólo pretendo detenerme brevemente,
con una mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los
dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del
Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo
en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras” (EG 51).
A mi juicio, los males que señala el Papa, que son actitudes y situaciones que dificultan la
consecución del bien deseable, nos dan una muy buena orientación para intentar poner en
marcha el proceso de la necesaria conversión pastoral y misionera de la Iglesia. Se trata de males
que afectan tanto a los cristianos individuales como a las comunidades de la Iglesia, aunque de
distinta manera, en cuanto que algunos se refieren más a conductas y actitudes personales,
mientras que otros apuntan a situaciones que se dan en la Iglesia y sus comunidades.
Los bienes amenazados por los males denunciados por Francisco son los siguientes:
Una Iglesia “en salida”, no clausurada en sí misma.
El dinamismo misionero amenazado por la “mundanidad espiritual”.
Una Iglesia abierta y misericordiosa, no de control y burocracia.
La vocación bautismal a la misión amenazada por el clericalismo.
El deseo de hacerse pueblo como antídoto al individualismo que separa.
La opción por los pobres amenazada por la indiferencia que hace oídos sordos a su clamor.
La proclamación de lo central del Evangelio en lugar de multitud de doctrinas dispersas.
Valor para enfrentar los cambios culturales en vez de encerrarse, por miedo, en lo conocido.
3. Reflexiones sobre la teología pastoral a partir de mi experiencia en el currículo pastoral
Voy a presentar cuatro reflexiones. La primera es positiva, las dos siguientes son dificultades que
he experimentado, la última es sobre el futuro de la teología pastoral.
a) El valor del trabajo en equipo
Que el trabajo en equipo es algo valioso es una obviedad, porque enriquece lo que cada uno ve y
piensa con lo que ven y piensan los demás, lo que permite afinar la reflexión. Es lo que he
experimentado en los muchos equipos en que me ha tocado colaborar y el caso del currículo
pastoral no ha sido la excepción.
Lo que ha sido para mí nuevo ha sido que en este último caso el equipo ha sido “mixto”, en el
sentido que han participado en él, de igual a igual, académicos de otras disciplinas. Lo que más me
ha sorprendido es que ellos hacen preguntas sobre cosas que para el teólogo son autoevidentes,
lo que obliga a mirarlas de nuevo, a dar una nueva vuelta a la reflexión, a profundizar.
Otro aspecto de novedad ha sido el trabajo en el taller de investigación pastoral, por el aporte de
los métodos de las ciencias sociales que permiten acercarse con mayor lucidez a la realidad de las
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personas y grupos a los que dirigimos la tarea pastoral. Pienso que hay aquí un campo amplio para
el desarrollo de la teología pastoral en los próximos años.
b) Los alumnos y sus motivaciones e intereses
Creo detectar un problema serio con el tipo de alumnos que constituye la mayoría de los que
llegan a nuestra Facultad. Traen serios déficits de formación en la enseñanza media, que no ha
sabido despertar las (posibles) capacidades intelectuales de una parte enorme de la juventud ni
sus habilidades y actitudes adecuadas para el trabajo intelectual. De aquí, dos posibilidades (que
de hecho se han dado): o se les entrega un currículo teológico diluido, de menor exigencia
reflexiva y de trabajo (un currículo “para tontos”); o se crea un auténtico currículo pastoral, pero
que, a la larga o a la corta, choca con las expectativas tanto de muchos alumnos como de sus
formadores, que, aparentemente, solo quieren llegar a ser sacerdotes, sin interesarse en demasía
por la reflexión crítica sobre la acción pastoral. Pienso que tenemos que insistir contra viento y
marea en esta segunda posibilidad, hasta lograr vencer las resistencias.
c) La dificultad del teólogo para salir del mundo de la teología
Me parece descubrir tres factores que inciden en esta dificultad.
El teólogo se forma en una suerte de universalidad propia de la teología, que incluye filosofía,
historia, literatura, derecho, sicología, etc. El problema es que se trata normalmente de disciplinas
filtradas en mayor o menor medida por la teología, hechas para, cuando no por teólogos, a la
medida de la teología.
Las fuentes que se usan para formar al teólogo y las que usa luego él en el ejercicio de la disciplina
son fundamentalmente intrateológicas. Cuando algún teólogo “sale” del recinto de la teología,
suele provocar una importante renovación de la disciplina, pero a menudo queda incomprendido,
cuando no mal visto por sus pares. Creo que es el caso de Tomás de Aquino, de Teilhard de
Chardin, de Karl Rahner y de tantos otros.
Por último, muchos teólogos están acostumbrados a criterios “dogmáticos” y de autoridad, tienen
por lo tanto desconfianza ante la discusión libre de las ideas, a pesar del aire de libertad traído por
el concilio Vaticano II.
d) El trabajo interdisciplinar y el futuro de la teología pastoral
Expongo, para terminar, algunas ideas que fueron surgiendo en el equipo de profesores del
currículo pastoral al ir reflexionando –en diálogo con los alumnos– sobre la experiencia del
currículo, sobre todo de los seis talleres. Estos talleres fueron pensados como la columna vertebral
del currículo. De consolidarse como una de las posibles especialidades del currículo de licenciatura
en teología, habría que darles, como hilo conductor, la investigación pastoral: cada taller debería
introducir a los estudiantes en una dimensión de la acción pastoral de manera a la vez teórica y
práctica; el aspecto práctico debería ser una investigación en equipo sobre esa dimensión en algún
caso concreto. El último semestre –dedicado en el proyecto a la investigación pastoral– serviría
para la integración de las cinco dimensiones anteriores. Idealmente, el objeto de la investigación y
el equipo de estudiantes que la realiza deberían ser los mismos a lo largo de los seis semestres.
En cada semestre el profesor de teología a cargo del taller trabajaría junto con un académico de la
disciplina correspondiente a la dimensión estudiada en ese semestre. Esa colaboración iría dando
a ambos académicos y a los alumnos cierta capacidad para la interdisciplina. En la medida en que
algunos de esos alumnos siguieran los estudios de posgrado en teología pastoral, los futuros
académicos de la disciplina traerían una base que habría desarrollado su capacidad para el trabajo
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interdisciplinario. Podrían influir, por lo tanto, en el desarrollo de una TP abierta a la realidad y a
las diversas miradas sobre ella provenientes de las otras disciplinas. Una TP de ese estilo podría
prestar un enorme servicio a la Iglesia, precisamente en la línea de su conversión pastoral, porque
la ayudaría a verse con más realismo, sin demasiado maquillaje, lo que le facilitaría la comparación
con su imagen ideal.
Una condición indispensable para el trabajo interdisciplinar, me parece, es que los participantes,
tantos los teólogos como los académicos de las otras disciplinas, profundicen en la conciencia
hermenéutica. Porque ella es la que permite relativizar sanamente las afirmaciones de la propia
disciplina, al remitirlas al horizonte de comprensión desde el cual han sido hechas. Así, se parte de
la base de que toda afirmación humana es por esencia limitada, incapaz de encerrar la totalidad de
lo real; esta conciencia del límite es lo que abre a la aceptación de la posible verdad de cualquier
otra afirmación: estamos siempre en camino hacia la verdad.
Sin embargo, aquí surge una dificultad, que es la tendencia a absolutizar la propia percepción de la
realidad. Tendencia que se refuerza en los teólogos por el carácter revelado de (algunas de) sus
verdades; y, en los académicos de las disciplinas científicas, por el aura de infalibilidad que todavía
suele rodear a los resultados de las ciencias. Habrá que esforzarse por inocular en los académicos
y en los alumnos la conciencia de la relatividad de los conocimientos humanos. Para ello pueden
servir los desarrollos de la sociología del conocimiento y las reflexiones de la hermenéutica
filosófica (en la estela de Gadamer y Ricoeur).
Finalmente cabe preguntarse por el aporte del teólogo en el diálogo interdisciplinar. ¿Se limita
solo a evaluar desde la fe los datos aportados por las ciencias? Creo que no; pensar así sería
reeditar, desde otra perspectiva, la vieja distinción de los planos natural y sobrenatural entendidos
como planos yuxtapuestos, sin conexión intrínseca. Creo que la fe tiene un aporte propio en la
mirada sobre la realidad, que puede ejercer un valioso papel heurístico, para descubrir en lo real
aspectos que las otras disciplinas hasta ahora no saben ver. Ese aporte tiene que ver con la acción
de Dios tal como está documentada en la Escritura y tal como culmina en Jesús y se prolonga en la
acción actual del Espíritu. Para poner un ejemplo de este aporte, se puede pensar en la opción de
Dios por los pobres, que ha hecho descubrir en ellos aspectos que las ciencias habían pasado por
alto y que ahora pueden observar.
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