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02-47 Domingo 26 – B
Num.11.25-29 // Stgo.5.1-6 // Mc.9.38-48
Un día Jesús y sus discípulos estaban paseándose por entre los trigales. En cierto momento se
toparon con el cadáver de un perro muerto, en estado ya avanzado de descomposición. Los discípulos
viraron la cara para no verlo, y se taparon la nariz, diciendo: “Señor, ¡qué mal huele!” – Pero Jesús se
quedó mirando atentamente al cadáver, y dijo: “Pero fíjense: ¡qué blancos son sus dientes!”¿Monopolizar, - o Irradiar el Mensaje?
Uno de los grandes vicios de nosotros todos es: fijarnos en los aspectos malos o negativos de las
personas o de las cosas, pero pasar por alto los aspectos positivos. Es como si tuviéramos dos ojos en la
frente: uno para ver el mal, - y éste lo tenemos bien abierto, - y otro para ver el bien, y en cuanto a éste
andamos medio ciegos o aún más que medio. Esto es todo lo contrario de la actitud del Señor. Jesús
tiene casi ciego aquel ojo para ver nuestro mal, pero el ojo para ver lo poco que tengamos de bien, ¡lo
tiene más que abierto! Así, para Él un solo momento de real arrepentimiento borró toda una vida de
criminalidad del buen ladrón (Lc.23.42-43), - y la unción con que la mujer pecadora, junto con sus lágrimas, ungió los pies de Jesús, le consiguió el perdón de sus muchos pecados (Lc.7.47). –
En el Evangelio de hoy sorprende que sea precisamente el Discípulo Amado, el que manifiesta
una actitud mezquina y negativa, al negarle (¿por envidia?) a una persona ajena al grupo de los Doce el
derecho de sanar, invocando el nombre de Jesús. Quiere monopolizar para su propio grupo el ministerio, ejercido en nombre de Jesús. Esto significa que él, siendo un mero ser humano, pretende poner límites al poder del Señor y, sin decirlo con tantas palabras, dominar el poder divino y acapararlo para su
grupito. Ahora, éste es el pecado del espiritista y del hechicero: pretender que nosotros podemos dominar y manipular el poder divino. Es decir: en vez de que el ser humano sirva a Dios, ¡pretender que Dios
obedezca a las querencias del hombre! – Pero “el Viento (= el poder de Dios) sopla donde Él quiera, y tú
oyes su voz, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así es toda persona nacida del Espíritu”
(Jn.3.8) 1. Esta fue la sorpresa de Pedro cuando el Espíritu Santo cayó sobre los paganos en casa de Cornelio (vea Hch.10.44 al 11.17). – Por esto, lo que hace la real diferencia es la genuina fe con que cualquier persona invoque el nombre de Jesús. Y nosotros, miembros de la Iglesia, estamos llamados a irradiar - no a monopolizar o dificultar - el acceso al Señor. Más bien debemos agradecer toda cooperación
de otros, según concluye el mismo Jesús: “El que no está contra nosotros, está con nosotros” (v.40). 2
¿Hay Salvación Fuera de la Iglesia?
Sin embargo, muchas veces en la historia de la Iglesia se ha citado un dicho, atribuido a San
Cipriano: “Extra Ecclesiam nulla salus”, es decir: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Se solía interpre─
tar esto en el sentido de que no podía salvarse nadie que no perteneciera a la Iglesia Católica (y para los
1
Éste es el caso a que se refiere la 1ª lectura de hoy: sobre Eldad y Medad que fueron llamados, pero que no acudieron cuando Dios derramó su Espíritu sobre los Setenta Ancianos. Sin embargo, también estos dos quedaron llenados del Espíritu y profetizaron (Nm.11.26). Y cuando Josué se escandalizó por esto, y quiso que Moisés se lo prohibiera, éste le contestó: “Ojalá que todo el Pueblo de Dios profetizara ya que el Señor les daba su Espíritu” (v.30).
- Este deseo, en efecto, se realizó en Pentecostés: ¡nosotros somos el Pueblo profético, movido por el Espíritu!
2
Bien es verdad que en otra ocasión Jesús parece decir exactamente lo contrario: “El que no está conmigo, está
contra mí, y el que no reúne conmigo, desparrama” (Mt.12.30), - donde la palabra ‘reunir’ (‘syn-ago’) es la que el
Evangelio suele usar cuando las masas populares se reúnen con Jesús para escucharlo, - mientras la palabra por
‘desparrama’ es el griego ‘dia-ballo’, de donde deriva nuestra palabra “diá-bolo”. - La diferencia entre el texto de
Mc.9.40 y éste de Mt.12.30 es que el texto de Mateo está en el contexto de la lucha entre Jesús y el ‘Príncipe de
los Demonios’: están disputándose, en una lucha sin cuartel, la lealtad de nosotros, los seres humanos. Y en esta
lucha no hay un ‘justo medio’, sino o estamos del lado de Cristo y somos salvados, - o caemos automáticamente en
manos del Maligno (vea todo el pasaje Mt.12.22-32; - compare Apoc.19.11-21 sobre esta batalla decisiva).
Protestantes: que no perteneciera a la Iglesia Protestante). Y como sólo una parte bastante reducida de
la humanidad entera se confiesa como miembro de la Iglesia, ¡para la gran mayoría de los hombres no
habría salvación! En este sentido encontramos todavía no pocos miembros de Congregaciones
Pentecostales que mantienen que un Católico, por bueno que sea, no puede salvarse.
Pero, desde luego, ni el mero hecho de ser miembro de la Iglesia garantiza la salvación pues,
como dice San Agustín sobre el único redil del Señor: “¡Cuántas ovejas andan vagando fuera, y cuántos
lobos están dentro!” (In Joh.45.12). Por esto, este dicho de San Cipriano debe entenderse al revés y en
sentido positivo. O sea: toda persona que al final resulta ser salvada, se salva porque de alguna manera
misteriosa pertenece a la Iglesia, en cuanto ésta es el Cuerpo Místico de Cristo, es decir: el conjunto de
todos los que Él está salvando, incorporándolos en sí. Por esto, el Concilio Vaticano II nos enseña: “Todos los hombres son llamados a la unidad Católica del Pueblo de Dios, - y por tanto pertenecen o se
ordenan a ella de diversos modos: tanto los fieles Católicos, como los demás creyentes en Cristo, como
también todos los hombres en general, que por la gracia de Dios son llamados a la salvación” (LG, # 13).
Pero esta pertenencia a la Iglesia se da por grados: pertenecerle no es un tajante sí o no. Se trata más
bien de pertenecer en mayor o menor grado de integración. Por esto, el Concilio va repasando, como
disminuyendo en grado, esta pertenencia a la Iglesia de Cristo entre (1) los fieles Católicos, (2) luego los
catecúmenos, (3) después los Cristianos Orientales que sólo niegan el primado de Pedro, (4) a continuación los Protestantes en sus diversas gradaciones, y por fin (5) los Israelitas, (6) los Musulmanes y, en
general, (7) todos los genuinos buscadores de Dios (vea # LG, # 14-16; vea UR, # 3). –
¿Puede Salvarse el Rico? (Stgo.5.1-6)
Para nosotros, que vivimos en una sociedad capitalista, basada en el ideal de acumular e invertir
sumas millonarias de dinero y, así, ‘crear riqueza’, nos choca lo que el Nuevo Testamento enseña sobre
el dinero. Jesús lo llama “la Mamona 3 de la injusticia” (Lc.16.9), y lo considera un ídolo a quien muchos
rinden homenaje en vez de servir a Dios (vea Mt.6.24). Jesús conoce la fuerza avasalladora del dinero:
“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (ó con Dios en el cielo, - ó con Satanás en el infierno). Por
esto, “no amontonéis tesoros en la tierra donde polilla y herrumbre corroen; sino amontonad tesoros en
el cielo” (Mt.6.19-21), haciendo fructificar tu dinero, sembrándolo en bien de tus hermanos necesitados.
Santiago se indigna al ver en la Comunidad de la Iglesia el contraste entre los miembros ricos,
que viven a tutiplén, - y los pobres famélicos que han de quedar de pie o sentarse en el piso (Stgo.2.3).
Pero “Dios ha escogido los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe, y herederos del Reino”
(Stgo.2.5). ¡El último Juicio será la grande revolución de clases! Pues el pobre justo, que sufre tantas
humillaciones, ni siquiera ofrece resistencia, sino vive la mansedumbre de Jesús mismo que “no abrió la
boca cuando fue insultado” (Is.53.7). De ahí: “Condenasteis y matasteis al justo, pero éste no os resiste”
(Stgo.5.6), sino “presenta la otra mejilla a quien le abofetea” (Mt.5.38-42). El pobre se salva, no por ser
pobre, sino por haberlo aceptado con fe: por esto le tocará luego estar en primera fila en el cielo.
¡El Gusano que no Muere! (Mc.9.43 y 48)
Pero al rico, que no se compadece de su hermano pobre, le espera “el fuego que no se apaga y
el gusano que no muere” (v.44 y 48). Jesús cuenta claramente con la seria posibilidad de que una per─
sona que vive realmente de espalda al Evangelio y a su hermano necesitado, se pierda eternamente en
el infierno. Hoy día muchos dicen que Dios es todo bondad, y no va a echar a nadie para siempre al infierno. Pero Dios toma en serio la libertad que le ha dado a cada ser humano. Por esto al final Él será el
justo Juez que va a separar ovejas de cabritos, y a éstas últimas les dirá: “Apartaos de mi, malditos, al
fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles” (vea Mt.25.41). 3
Esta palabra aramea deriva del verbo ‘aman’ que significa: ser sólido, ser seguro. Luego ‘mamona’ significa: lo
que nos garantiza seguridad contra las malas mañas que el Destino (¡es: la Divina Providencia!) nos pudiera jugar.