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Esta es la segunda de cuatro columnas que dedicaré a responder a la recente decisión de la Suprema Corte sobre los matrimonios del mismo sexo. Todas se publicarán en nuestro sitio de internet. Queridos Amigos: El Padre Timothy Radcliffe, OP, quien fue nombrado como consultor del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz en mayo pasado, dió una plática a la que asistí en febrero en Seattle University. Sus palabras tienen aún más significado para nosotros después de la decisión que tomó la Suprema Corte el 26 de junio. El Padre Radcliffe mencionaba que ser Cristiano significa buscar la verdad, pero no sólo nuestra propia verdad, sino la verdad que es revelada por Dios. Vivimos en una época en la que las verdades que una vez fueron consideradas verdades por todos, ahora son cuestionadas o ignoradas completamente. Es casi como si nuestros brazos y nuestras manos fueran estiradas hasta el punto de romperse, como las de Jesús en la cruz. El dijo que respecto al tema de la homosexualidad, debemos aprender a escuchar profundamente la verdad. Esto significa que debemos escuchar profundamente lo que la Iglesia considera como verdadero y escuchar la experiencia de los Católicos que viven con una atracción por el mismo sexo y los miembros de sus familias y después rogar por la guía del Espíritu Santo. Nosotros como Católicos necesitamos empezar por asegurarnos de que entendemos lo que la Iglesia está diciendo. A veces pensamos que sabemos porque seguimos los medios de comunicación; sin embargo, la mayor parte del tiempo los medios no captan toda la verdad ni los matices del mensaje de la Iglesia. Yo dije una vez que las enseñanzas de la Iglesia deben empezar con lo que es bello, no con un “no.” Existe una gran belleza en las enseñanzas de la Iglesia sobre la dignidad de la persona humana. Y sin un claro entendimiento de estas enseñanzas, mucho de lo que creemos sobre de lo sagrado de la vida humana, el regalo de la sexualidad, el matrimonio, en fin, todas nuestras enseñanzas sociales y morales, serán malinterpretadas. Las enseñanzas sobre la dignidad de la persona humana empiezan con el Génesis, que nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. La Iglesia Católica ha reflexionado sobre esta verdad bíblica y desarrollado a través de los siglos una sagrada Tradición de enseñanza, por la que nosotros como Católicos sostenemos que la dignidad de la persona humana no tiene nada que ver con lo que esa persona puede hacer o no. En consecuencia, la vida humana al momento de la concepción tiene la misma dignidad que la de un joven atleta que tiene 10 de promedio. La vida de una persona en estado de coma tiene la misma dignidad que la de la persona más brillante de nuestra era, que está haciendo grandes contribuciones por el bien de la sociedad. La persona condenada a muerte tiene la misma dignidad que la persona más virtuosa que conocemos. Las personas de todo el espectro de la orientación sexual tienen todas la misma dignidad. A partir de nuestro entendimiento de la dignidad que es común a todas las personas está la absoluta condena de la Iglesia a los actos de odio y violencia, el uso de lenguaje despectivo o la injusta discriminación contra todas las personas, incluyendo los homosexuales. Esta decisión de la Suprema Corte nos presenta a todos “una oportunidad para continuar con el diálogo de vital importancia del encuentro humano, especialmente entre aquellos de opiniones diametralmente opuestas en lo que se refiere a su resultado.” (El Arzobispo de Atlanta, Wilton Gregory, a quien cité la semana pasada.) La próxima semana: La belleza única del matrimonio. Padre Gary Zender