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EL TRÍPTICO: ASAMBLEA - EUCARISTÍA - DOMINGO
1. Planteamiento
Este planteamiento pone un interrogante serio para la fe católica. Vivimos un período
extremadamente importante, de cambio, incluso de ruptura. A fuerza de estar confrontados con urgencias
pastorales vinculadas a la reorganización de las Iglesias locales, a la situación de los ministerios
con un número cada vez más reducido de sacerdotes hábiles para presidir la eucaristía, a la
evolución de la catequesis que busca nuevos horizontes…, ¿No corremos el riesgo de no tomar el tiempo
suficiente para la observación, para el análisis de los cambios importantes que están teniendo lugar?
¿Qué se hace concretamente con la trilogía de base: asamblea, eucaristía, domingo? El equilibrio se
organiza de manera diferente: algunos privilegian la eucaristía relativizando la asamblea parroquial o
aún la especificidad del domingo. Unos propondrán con gusto asociarse a la misa televisada,
incluso celebrar la misa del domingo durante la semana, y sobre todo elegirán ir a misa según sus
deseos u oportunidades. Otros privilegian la asamblea: insisten en la importancia de la vida
comunitaria y propondrán celebraciones amistosas donde puedan expresar las esperanzas del
grupo y donde la vida diaria puede ser asumida en la fraternidad. Otros, por fin, privilegian el domingo
como día específico de descanso y de vida familiar. Desde su punto de vista, puesto que «el sábado
ha sido hecho para el hombre» (Mc 2,27), la santificación del domingo pasa primero por una manera de
vivir la caridad hacia el prójimo, a vivir el tiempo más humanamente.
Cada una de estas posiciones puede justificarse de manera razonable. ¿Cómo no querer
dar la importancia esencial a la eucaristía, puesto que es la "fuente y la cumbre de la vida de la
Iglesia”? ¿Cómo no querer valorar, sobre todo cuando los cristianos son minoría, que es
necesario reunir asambleas locales que sean un signo de la fe cristiana? ¿Cómo, por fin, no insistir
en el domingo como día de descanso en el momento en el que las presiones económicas, pero
también los imperativos de una civilización del ocio, debilitan los equilibrios humanos y
familiares?
La dificultad es integrar este conjunto de valores, cuando a menudo les resulta imposible a
los responsables «tenerlo todo». En efecto, la disminución del número de sacerdotes pone en
cuestión el lugar central de la Eucaristía; la debilidad y el envejecimiento de las asambleas dan una
imagen muy empobrecida de la Iglesia; el peso del trabajo y de los compromisos sociales, en un
mundo que no comparte los valores cristianos, ejerce una presión permanente sobre la
comprensión cristiana del domingo. Esta situación nos pone ante un conjunto de tensiones
contradictorias que es necesario hacer discernimiento y esto no se puede hacer más que en
Iglesia.
La institución eclesiástica jamás pone en tela de juicio la trilogía: «eucaristía, asamblea,
domingo». El discurso institucional permanece el mismo. En cambio la puesta en práctica de la
trilogía es diversa y está sujeta a variaciones muy importantes.
La trilogía secular, que ha dado un apoyo fundamental al domingo y le ha ofrecido un
marco, un lugar y un tiempo de expresión privilegiada, está todavía en uso en los textos magisteriales,
pero ya no es operativo en la vida concreta de la Iglesia católica en Europa occidental.
2. Elementos teológicos
A) Tener juntos eucaristía, asamblea y domingo
Sobre esta cuestión, la Tradición afirma insistentemente que los tres términos: Eucaristía-AsambleaDomingo están orgánicamente asociados y fundamentalmente inseparables. La Constitución sobre
la liturgia (106) del concilio Vaticano II propone una síntesis magnífica que tiene sus raíces en los
primeros tiempos del cristianismo:
“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo,
celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón ‘día del Señor’ o
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domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando
en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y de la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios,
que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos » (1P 1,3)
SC 106.
Cabe recordar que durante los tres primeros siglos la celebración del domingo era la
reunión por excelencia de la comunidad cristiana en torno a una sola y única mesa eucarística
presidida por el obispo. Había una clarísima relación entre ecclesia (pueblo convocado por Dios en
medio de las naciones), eucharistía (para dar gracias en Cristo por el Espíritu) y dies domenica (a la
espera de su regreso). En aquellos tiempos, la relación entre Asamblea, eucaristía y domingo daba, por
su mutua relación, todo su sentido a cada una y al conjunto de estas realidades. En estas
circunstancias, la asamblea dominical era sin duda un signo “parlante”.
Simultáneamente al progresivo surgimiento de comunidades parroquiales, se produjo en Occidente
otro fenómeno, el de la multiplicación de la eucaristía: misas votivas por los mártires y, por
extensión, por los difuntos; misas penitenciales para compensar penitencias y obtener la
indulgencia para sí (y más tarde para otros); misas celebradas por intenciones particulares de los
fieles, con una ofrenda (al principio en especie) para la subsistencia del párroco, etc. En adelante,
la eucaristía se celebraría durante la semana y en lugares distintos de la iglesia catedral o
parroquial, en monasterios y santuarios, e incluso varias veces al día.
Esta evolución a una práctica verdaderamente devocional de la misa, será en detrimento
de su carácter fundamentalmente eclesial. Se pierde la conciencia de que es la eucaristía la que hace a la
Iglesia, al ser desviada de su función hacia fines individuales. Pero se pierde igualmente la conciencia de que es la
Iglesia la que hace la eucaristía, ya que la misa se convierte en un asunto del sacerdote, debido a la sobrestimación
de la dimensión sacerdotal del ministerio. Igualmente las misas de uso devocional debilitará el vínculo
existente entre reunión de la Iglesia en un lugar (comunidad catedral o parroquial), celebración de
la eucaristía y día del señor. De ahí que el ritmo semanal ya no se asociará espontánea y
estrechamente con la eucaristía, y quedará algo oscurecido el alcance eclesial de ésta.
El domingo es memoria pascual y por eso día eucarístico. El domingo es el día en que se
celebra la memoria del misterio pascual, que es el corazón de la fe cristiana. Si la Tradición ha
traducido esto en "obligación" de santificar el domingo, es porque tiene la convicción, ya
expresada por san Pablo, que «si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación es pues vana, y
vuestra fe también es vana» (1 Co 15,14).
Memoria semanal de Pascua, el domingo no es solamente el recuerdo de la resurrección
del Señor, sino que también, y al mismo tiempo, de su vida, su pasión y de su muerte. Es por eso
que la celebración de la Eucaristía es el corazón y la cumbre, porque actualiza el misterio pascual:
«proclamamos su muerte, celebramos su resurrección, esperamos su venida gloriosa». El
domingo es pues el "primero" y el "octavo" día, remitiendo así a una plenitud escatológica que
une creación y fin de los tiempos. La insistencia del Nuevo Testamento sobre esta simbología de
los números (por ejemplo Jn 20,19-31) es teológica: es una manera de decir que la resurrección
introduce en los tiempos nuevos, en el Reino, esperando la segunda venida cuando al término de
la historia «Dios será todo en todos».
B) El domingo es memoria pascual y por eso día de la asamblea cristiana.
La memoria no es un simple recuerdo: para que verdaderamente sea "memorial", es decir,
produzca su fuerza activa, hace falta que sea "celebrada", lo que no acontece más que en
comunidad. Es por eso que los cristianos se reúnen el domingo y constituyen así el cuerpo de la
Iglesia unidos a su Señor y dan gracias al Padre por la creación y la salvación.
Vemos pues por qué el domingo no es un día cualquiera y no puede ser reemplazado por
ningún otro día: el domingo es un memorial, es decir, un día específico que hace presente
celebrando el misterio de la muerte y de la resurrección del Cristo, este misterio del que viven los
bautizados, que han muerto con Cristo y resucitado con él (cf. Rm 6,4; 2 Tm 2,11-13).
Desde la Edad Media y hasta una época reciente, la liturgia era “asunto” de los clérigos:
éstos aseguraban la mayor parte de las funciones litúrgicas en las que el pueblo "asistía". A través
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de la noción de "participación activa", el concilio Vaticano II recordó que la Iglesia toda entera ministros y fieles- es «la Iglesia en oración»:
“La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena,
consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual
tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, «linaje escogido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido» (1 P 2,9) (SC 14)
La "participación activa" no debe ser comprendida como una distribución de funciones, y
todavía menos como un reparto de "poderes"; pero expresa una comprensión de la Iglesia,
pueblo reunido por Dios, es el cuerpo del Cristo y el Templo del Espíritu, es decir, un cuerpo
estructurado que por el Hijo y en el Espíritu da gloria al Padre. Esta visión se manifiesta,
particularmente, por el "nosotros" de la oración litúrgica: es la "Ecclesia", la comunidad cristiana,
el "sujeto íntegro de la acción litúrgica”. Hablar así no significa que la asamblea crea su liturgia o
que la liturgia se reduciría a la expresión de lo que llevan sus miembros; la asamblea es "epifanica"
pues ella "manifiesta" la Iglesia toda entera, y no solamente la reunión en su particularidad.
En nuestros días las condiciones de vida impuestas por la modernidad van a atenuar a un
tiempo la incidencia del domingo en el ritmo semanal y van a traer consigo una relajación de la
práctica dominical. Si en la sociedad rural y tradicional, en el régimen de cristiandad, la
santificación del domingo hacia de él un día de descanso, sin trabajos serviles, consagrado al
Señor, la reciente evolución hacia la semana inglesa ha abocado además a un “fin de semana” que
da comienzo el viernes por la tarde y termina el domingo, haciendo que el lunes se convierta para
la gente de hoy… en el primer día de la semana.
Por otra parte, el pluralismo de creencias y convicciones, la desafección respecto del
cristianismo y su pérdida de control social, así como las condiciones económicas de producción y
el desarrollo de las diversiones son otra serie de factores que contribuyen a la significativa
disminución de la práctica dominical, tanto en la ciudad como en el campo.
En este contexto, la revalorización del domingo en su alcance eclesial puede parecer una empresa de
titanes. Sin embargo, se presenta como indispensable. Por una parte, el domingo compromete la originalidad del
cristianismo; por otra, incita al profetismo. Pero tenemos que tener en cuenta que no podemos dejarnos
llevar por el sueño ilusorio de una vuelta a las condiciones de una sociedad, que ya no es la
nuestra.
Si queremos asumir el reto de recuperar la dimensión profética del domingo, la vida
litúrgica de las parroquias deberá reorganizarse de manera coherente. No bastará con
“racionalizar” el número ni el horario de las misas, por ejemplo, sino que será necesario, sobre
todo, desarrollar en los bautizados una conciencia eclesial, bastante más allá de una práctica de la
eucaristía dominical todavía demasiado frecuentemente devocional. La Asamblea dominical, en el
mismo acto de la celebración, manifiesta la realización de la misión de la Iglesia en este lugar. La
Asamblea dominical es como una parábola viva de la reunión a la que Dios convoca a toda la humanidad. Dios
invita a ésta a entrar en alianza con él y a reconciliarse consigo misma.
Para llevarlo a cabo dicha alianza, el gesto de la asamblea dominical debe ser un signo
“parlante”. En el cambio presente del paisaje parroquial, lo será si se descubre de nuevo la
articulación entre: Asamblea, Eucaristía y Domingo. Esto supone principalmente el rechazo de la
dispersión dominical por la multiplicación de las misas, que perpetúa una práctica devocional y
privada de la liturgia. Pero habrá que cuidar la celebración conjunta –asamblea, presidente y
demás ministros- atendiendo a la ocupación del espacio litúrgico, a la acogida de la asamblea, a la
calidad de los cantos, de los gestos y de las plegarias, a la pertinencia de la homilía, etc. Todos
estos elementos ayudarán enormemente a tomar conciencia de que la Iglesia de Dios se realiza en
este lugar.
3. Cuatro convicciones que hay que retener
A. No podemos pues escoger uno de los tres polos sacrificando los otros dos. Desde este punto de vista, es
esencial hoy afirmar con fuerza que «la Eucaristía no se reemplaza», porque es “fuente y
cumbre de la vida cristiana”.
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B. Podemos decidirnos a crear algunos “oasis” de vida cristiana en medio de un desierto
espiritual. La vida de las comunidades locales se expresa a diario en la acción en medio de los seres humanos,
pero también en las celebraciones que son signo de una "Iglesia que celebra y que ora".
C. Pero, por otro lado, sería ilusorio no tener en cuenta las dificultades que hoy se dan, dado el
contexto socio-cultural, el arraigo de la costumbre… Por eso tenemos hacernos el siguiente
planteamiento: si es imposible renunciar a las tres dimensiones: Eucaristía, Asamblea y Domingo, hay que
decir también que es posible tenerlas de manera diferenciada, es decir, no tenerlas por todas partes al
mismo tiempo y de la misma manera.
D. La insistencia en las debilidades de nuestra situación, impiden sacar partido de todos nuestros
recursos. Existen sin embargo muchas posibilidades. El ideal del "domingo en parroquia" -la misa
que reúne a todos los miembros de la parroquia alrededor del cura, cada domingo en la iglesia
del pueblo- es sin duda un modelo que tuvo su esplendor en otros tiempos, pero que si se
absolutiza se corre el riesgo de impedir pensar en el presente. Además, debido al estallido de
las realidades sociales, nuestro tiempo invita a soluciones diversificadas: Lo que puede ser bueno en la
ciudad no lo es forzosamente en los sectores rurales.
Pasos que se están dando en alguna parroquia:
1) Sensibilizar a la dinámica de unir las tres dimensiones: Asamblea-Eucaristía-Domingo
2) Renovar o crear el Equipo de Liturgia en clave de la trilogía: Asamblea-Eucaristía-Domingo
3) Elegir una misa del domingo y animarla en esta clave
4) Iniciar una celebración dominical en esta clave
5) Hacer una celebración mensual en esta clave, para diversos grupos, familias, padres de niños
de primera comunión… Armonizar progresiva y armónicamente las tres dimensiones:
Asamblea-Eucaristía-Domingo
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