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MSJ
IGLESIA
Sociedad de San Pablo:
cien años de un carisma
El carisma paulino debe su originalidad, lucidez
y vigencia a una historia de un siglo, en la que
destaca nítidamente la figura de Don Santiago
Alberione.
Fredy Peña Tobar, spp
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Desde “Alba” vino una gran misión…
E
sa noche de 1900, cuando nuestro beato, Santiago Alberione, fundador de la Familia Paulina, sintió la necesidad
de llevar el Evangelio para “hacer algo por los hombres
del nuevo siglo”, vio la posibilidad de “comunicar” una experiencia de fe al mundo y a la Iglesia. Consideró que la Iglesia
y su anuncio de la Buena Nueva había que presentarla de una
forma más audaz y en todos los ámbitos de la vida: cultura,
educación, familia, trabajo, etcétera.
Fue la mirada de un “precursor”, que nació en un modesto
pueblo al norte de Italia, San Lorenzo de Fossano, un 4 de abril
de 1884. De una familia campesina y profundamente cristiana.
Sus padres fueron don Miguel y Teresa Allocco. Hijo de una
tierra y de una raza de santos, como Don Bosco, José Cafasso,
Leonardo Murialdo, Don Orione, por nombrar algunos. Desde niño fue fraguando su vocación, tanto que al preguntar su
maestra de la escuela primaria ¿qué harían cuando grandes?,
él había respondido con decisión: “¡Me haré sacerdote!”. Y así
fue cómo en 1907 es ordenado sacerdote y destinado inmeAGOSTO 2014
diatamente a menesteres parroquiales. En 1908 se doctoró en
teología y por mandato del obispo se le asignó la dirección espiritual de los seminaristas. En 1913 es nombrado director del
periódico diocesano, y entendería que su misión estaría en el
campo de la prensa.
El 20 de agosto de 1914, junto con los primeros jóvenes,
da comienzo a su primera fundación que, más tarde, asumiría
el nombre de Sociedad de San Pablo para el apostolado de la
buena prensa. Fue esta la mayor satisfacción de su vida, que
lo compensaba de tantas fatigas, padecimientos, incomprensiones y obstáculos... Bien sabía él, con el apóstol Pablo, que
para los que aman a Dios, todo, aún el mal, sirve al bien; y que
la hora de Dios llega, aunque la estaba esperando desde 1921.
No obstante, Alberione no se desentendió de su tiempo ni
de las instancias importantes de la vida de la Iglesia y pudo,
en 1962, tomar parte en el Concilio Ecuménico Vaticano II, un
acontecimiento que tanto había propiciado desde sus años jóvenes, y recibió la alegría de ver “canonizado” el carisma que
había ya puesto al servicio de la Iglesia: “La evangelización con
los medios de comunicación social”. El decreto Inter mirifica
afirmaba que el uso de estos medios pertenece al ministerio
ordinario de la predicación de la Iglesia. Intervenciones como
estas y otras cualidades, como su calidez humana y profunda
identidad cristiana, le valieron para ser beatificado el 27 de abril
de 2003 por el papa Juan Pablo II. Alberione fue un hombre que
vivió en el silencio y en el trabajo. Supo defender, con discreción,
su soledad y su intimidad con Cristo. No era de llamar la atención del mundo, pero no por eso fue un aislado. Ese “silencio”
le permitió vincularse con los demás, con los acontecimientos
y tener una “respuesta” justa para su tiempo. Fue ese mismo
AGOSTO 2014
Decía nuestro beato: “La Biblia es el texto que
debemos dar… o lo presentamos en películas o en
libro, o de viva voz en la radio, o en diapositivas, o de
cualquier otra forma”.
“silencio” que le ayudó a estar atento a las inspiraciones de lo
alto y a descubrir la voz del Espíritu en las “pequeñas” cosas
de cada día, y cuyo “espíritu” ilumina a la Sociedad de san Pablo y a la vida de la Iglesia.
La difusión de la Palabra de Dios…
En estos cien años de fundación, la Sociedad de San Pablo ha
querido continuar la “predicación” de la Buena Nueva a ejemplo de su guía y paradigma espiritual, como lo fue san Pablo.
Esta ha sido una tarea reservada a la propia misión: “Llevar la
Palabra de Dios al mayor número de personas con los medios
rápidos y eficaces”. Decía nuestro beato: “La Biblia es el texto
que debemos dar… o lo presentamos en películas o en libro, o
de viva voz en la radio, o en diapositivas, o de cualquier otra
forma” (Recopilación de meditaciones, Pr A 284). También las
palabras del papa Pío XII servirían como un nuevo impulso a
la propagación de la Biblia: “Que ninguna familia carezca de
la palabra de Dios y de meditarla”. Así se inició la campaña
Misiones del evangelio, cuya idea fuerza va haciendo realidad
aquel anhelo del padre Alberione, que fue el deseo del Papa y
de él: “Una Biblia en todos los hogares”.
Este tipo de iniciativas fueron plasmándose en el tiempo, hasta que en 1924 nace la Sociedad Bíblica Católica Internacional,
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IGLESIA
que después de un bajo crecimiento y desarrollo logró un nuevo
envión. En 1988, por decisión del Gobierno General, es relanzado
este proyecto, liderado por el padre Francisco Anta, quien gozaba de una gran experiencia latinoamericana. Esto le permitió
hacer realidad la conocida Biblia Latinoamericana, con notas
pastorales, en diferentes tamaños, de la cual se han difundido
millones de ejemplares hasta hoy. De ella se han hecho ediciones especiales promocionadas por las Conferencias Episcopales
de Perú, Ecuador, Bolivia, Chile y México, entre otros países.
Universalidad de una misión…
Hoy es relativamente fácil llegar con un mensaje en tiempo y
forma a distintos lugares del mundo. Internet, Facebook o una
videollamada nos han facilitado esa tarea. Sin embargo, para el
padre Alberione y su Obra, el desafío de anunciar a Cristo tuvo
que pasar por largos períodos de sacrificio y espera. Había una
imperiosa necesidad de nuestro beato por “estar” en los cincos
continentes y, especialmente, en “África”… misteriosamente no
se sabe por qué. Pero la mentalidad de san Pablo permanecía en
una sola idea: “Llegar a aquellos rincones donde Cristo, no había
sido anunciado”; en pocas palabras, ser novedad en “pueblos
nuevos”. Esta presencia en Latinoamérica decantó en una tierra
que si bien se presentaba joven, no estaba exenta de complicaciones, como su alto nivel de pobreza. Se necesitaría un anuncio
tenaz y seguro del Evangelio, realizado por personas con una
firme fe cristiana y con una fuerte identidad cristiana y paulina;
lógicamente, con un gusto por los medios de comunicación. Escribiría, en el Boletín de los cooperadores (1924): “Son pueblos
nuevos, pueblos jóvenes, destinados a ser los semilleros y los
jardines de los nuevos santos. Las fuerzas nuevas de la Iglesia
y de la religión, destinados a abrir caminos nuevos al mundo…”.
Después de diecisiete años de su fundación, la obra paulina verá hecha realidad su presencia en Brasil (20 de agosto
de 1931), encabezada por el padre Sebastián Trosso y el padre
Javier Boano. Al año siguiente, el padre Sebastián Trosso será
trasladado a la Argentina para fundar una nueva obra paulina.
En octubre de ese mismo año, en Estados Unidos también se
emprendía una campaña fundacional. Así, la obra expansionaria de Alberione continuaba. Con la ayuda de los jesuitas y de
los salesianos, en marzo de 1947, se da inicio la obra en Chile y en abril del mismo año los paulinos llegaban a Colombia.
En mayo de 1947, se erige la primera casa paulina en México.
Estas fundaciones se completarían con el arribo de las ramas
femeninas de la Familia Paulina. como las Hijas de san Pablo,
las Pías Discípulas del Divino Maestro y las Hermanas de Jesús
Buen Pastor a otros países de América.
Ser luz en el mundo y para los pobres
Desde un inicio existió en el pensamiento de Alberione, el
deseo de que los paulinos fueran hombres sin fronteras. Una
vez más, el ejemplo de san Pablo era el sustento de motivación
para las posibles fundaciones de comunidades insertas en las
ciudades, para luego ir hacia las periferias. Decía: “La caracterís28
¿Quién puede poner en duda que los servicios
prestados por la Misión Paulina no han sido un
“anticipo y fruto” a la puesta en marcha del propio
Concilio Vaticano II?
tica del apóstol de la prensa es la búsqueda de los más pobres.
No busquen las escaleras de mármol, sino las de maderas que
crujen al pisarlas”. Sin duda, era una invitación para que la obra
paulina no quedara inmersa en los vaivenes de la comodidad
y del aburguesamiento. Esa preocupación por los más débiles
se manifestó de varias formas. Por ejemplo, la “forma popular” de entregar el mensaje y la primacía dada a las grandes
masas, o en el criterio pastoral para una edición de la Biblia:
de lujo o rústica. Y en esto quiso estar en consonancia con las
enseñanzas de Jesús: “He sido enviado a traer la Buena Nueva
a los pobres…” (Lc 4, 18). Es decir, Alberione y su Obra siempre
estuvieron abiertos a los problemas contingentes de la época,
como la pobreza, la educación de las masas, la dignificación de
la clase trabajadora, la organización cristiana de la sociedad
conyugal y familiar, la instrucción religiosa y la defensa de los
valores cristianos, etcétera. Esa preocupación por lo social se
vería reflejada después del Concilio (1965), de Medellín (1968)
y de Puebla (1979). Aquella “opción por los pobres” por parte
de la Iglesia y principalmente de las Conferencias episcopales,
se constituyó en una “urgencia” para la pastoral. En este sentido, Alberione recogió y leyó muy bien los signos de los tiempos
y en particular esa realidad. De hecho, su obra expansionista
en América Latina (1931) fue una señal fidedigna, ya que gran
parte de esta cadena fundacional se gestaba en una América,
con un real estado de precariedad y bajo las consecuencias de
la “depresión económica”, que afectaba a los Estados Unidos
y, por ende, a toda la región.
Por qué san Pablo y una Familia con distintos
ministerios
En estos cien años de historia paulina, la consigna de que “La
Familia paulina debe ser san Pablo viviente hoy, según la mente
del Maestro divino, obrando bajo la mirada y con la gracia de
María Reina de los Apóstoles” (Carissimi in San Paolo p. 194),
ha permanecido en esa convicción de que la obra paulina es de
Dios. ¿Por qué? Porque su principio base, “vivir integralmente el
evangelio y vivirlo en el divino Maestro como camino, verdad y
vida; pero no vivirlo como cualquier espiritualidad sino al modo
y ejemplo de cómo lo entendió san Pablo”, es el que ha imperado y estimulado hasta hoy a la Familia Paulina y su misión.
Si bien son varios los motivos por los cuales Alberione se
inspiró en la persona de san Pablo. No sin razón, hubo motivaciones que también tuvieron cabida en su pensamiento,
como la frase de Monseñor Kettler: “Si san Pablo regresara al
mundo, se haría periodista”. O como la iniciativa de Pío X, que
había escogido como lema de su pontificado una frase de san
Pablo, “Restaurar todas las cosas en Cristo” (Ef 1, 10), que sirvió
de inspiración en la decisión del nombre. Sin embargo, lo que
AGOSTO 2014
más convenció a nuestro Fundador de asumir a san Pablo como
“paradigma” para la obra paulina, sin duda que fue el contacto
con sus escritos y con su persona. Descubrió en todo aquello el
universalismo de la redención, el amor apasionado a Cristo y al
evangelio, como también la plenitud de los valores en Cristo.
Pero no solo la persona de Pablo ha contribuido como un
incentivo motivacional en estos cien años de fundación al “proyecto paulino”, sino que también se añade la idea de que como
“Familia” están llamados a vivir diferentes ministerios. ¿Cómo?
Las distintas ramas de la Familia Paulina tienen como objetivo
manifestar la persona de san Pablo, es decir, darlo a conocer
como misionero y comunicador universal del evangelio, orante;
o bien como el fundador y animador de las primeras comunidades cristianas; suscitador de hombres y mujeres insertos en las
realidades temporales para animarlas en Cristo. Fueron estas
convicciones o principios los que permitieron a Alberione hacer
realidad aquel sueño de 1900 y que a la posteridad han sido un
aporte significativo para la vida de la Iglesia, sino ¿quién puede
poner en duda que los servicios prestados por la Misión Paulina no han sido un “anticipo y fruto” a la puesta en marcha del
propio Concilio Vaticano II? Sobre todo en lo que se refiere a
la relación Iglesia-Mundo, y viceversa. Las distintas ramas de
la familia paulina dan testimonio de esta relación y responden
“en el mundo” a las necesidades de la Iglesia y de este, sobre
todo con el aporte de sus Institutos como “Jesús Sacerdote” o
“Gabrielinos” (Gaudium et Spes 2 y 3).
Los primeros frutos desde su fundación hasta
hoy
En 1915, el padre Alberione fundó al primer grupo de mujeres, la rama femenina de las Hijas de San Pablo, con la misma
finalidad que la Sociedad de San Pablo: Evangelizar con los
medios más rápidos y eficaces. En 1917, el grupo de cooperadores, personas de toda condición social que viven en el
mundo los mismos ideales apostólicos y espirituales de las
dos ramas paulinas. En 1924, la creación de la congregación
de las Pías Discípulas del Divino Maestro, para afianzar la obra
paulina con la oración, el servicio sacerdotal y litúrgico. En
1938, dio vida a las Hermanas de Jesús Buen Pastor (Pastorcitas), para la animación de las comunidades parroquiales,
colaborando con los párrocos. En 1959 su preocupación por
las vocaciones lo llevó a fundar las Hermanas del Instituto
Reina de los Apóstoles (Apostolinas), dedicadas al fomento
de las vocaciones.
Durante los años 1958-1959, dio comienzo a los tres primeros institutos seculares: Jesús Sacerdote, Anunciación de María, San Gabriel, agregados a la Sociedad de San Pablo, cuyo
objeto es hacer presente el espíritu paulino en todos los ambientes y clases sociales, mediante la animación cristiana de
las realidades temporales. En 1971 se añadirá el instituto Santa
Familia para los matrimonios.
En todo el mundo los paulinos suman mil miembros, entre
sacerdotes y hermanos. La congregación, con su sede General
en Roma, está presente en los cinco continentes, en más de
cuarenta países. En el Cono Sur, la Provincia Argentina-ChilePerú cuenta con veintisiete miembros y sus principales obras
evangelizadoras las constituyen sus editoriales y librerías: dieciséis en Argentina, cinco en Chile y cuatro en Perú, además de
los centros de difusión en Paraguay y Uruguay.
Cien años de un carisma que viven miles de hombres y mujeres que trabajan día a día con los religiosos y religiosas para
hacer realidad la intuición de un visionario llamado Santiago
Alberione. MSJ
Los inicios en Chile
La inquietud por fundar la Sociedad
de San Pablo en Chile, la recibió el padre
Alberione en Roma, por parte de Álvaro
Pedro Alvarado, S.J., viceprovincial de la
Compañía de Jesús en Chile, quien había
conocido a los paulinos y había apreciado su actividad en el campo de la prensa.
La idea era que los paulinos se hicieran cargo de la Editorial y de la Librería
Splendor con sede en Santiago y una
sucursal en Valparaíso. Era de propiedad de la Sociedad de Cultura Católica, fundada en 1923 por Francisco Correa, S.J.,con un grupo de señoras de la
Congregación Mariana del Colegio San
Ignacio. Su primer nombre había sido
Efemérides Marianas y su finalidad consistía en difundir libros católicos para
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elevar el nivel cultural de los lectores y
proporcionar instrumentos adecuados
para cultivar la fe. Con el tiempo se adhirió a dicha obra la Congregación Mariana de caballeros, siempre del Colegio
San Ignacio, ampliando notablemente
su campo de acción. A esta iniciativa
se sumó la invitación que le hiciera el
cardenal José María Caro, mediante una
carta que entregara, personalmente, el
sacerdote Raúl Pérez Olmedo. El padre
Alberione destinó para la fundación de
Chile al padre Giuseppe Gabriele Costa
(1915-1949) y al discípulo Matteo Giovanni Toffani (1912-2003).
Los fundadores de la Casa Paulina
de Chile partieron desde Génova, el 3
de diciembre de 1946, en la nave pana-
meña Filippa, llegando a Buenos Aires,
Argentina, el 27 de diciembre de 1946.
Luego de tres meses de hospitalidad
en la casa paulina de Florida, partieron
en tren el 27 de marzo de 1947 desde
Buenos Aires, pasando por la ciudad de
Mendoza hacia Santiago, adonde llegaron luego de dos días de viaje. Les
recibe en la Estación Mapocho el padre
Raúl Pérez Olmedo, rector de la Casa de
Ejercicios San José, de propiedad del
Arzobispado de Santiago, que era atendida por las Hermanas de la Providencia. Allí se hospedaron durante más de
un año. El día después de la llegada fue
designado como el día de la fundación
de la Sociedad de San Pablo en Chile:
29 de marzo de 1947.
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