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LOS INCOMPRENSIBLES CAMINOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
Javier García Aranda - octubre 2016
Doy por hecho que quien crea en un Dios a la antigua usanza, dueño y
señor de todo lo creado por él y manejador a su libre albedrío del pasado,
presente y futuro de todas sus criaturas, aceptará con resignación la
oscurantista frase tantas veces usada para justificar lo inexplicable: los
caminos del Señor son inescrutables.
Y asumo que hay personas que, sin aviesas intenciones, tienen fe sincera
en los dogmas católicos, aunque sé que es pedir demasiado que
previamente nadie las haya amenazado con la condenación eterna o les
haya prometido el paraíso. No obstante, sea cual sea el origen y el destino
de su fe, esas personas merecen respeto, aunque parece lógico exigirles
que, en justa reciprocidad, también ellas respeten a quienes no pensamos
de la misma forma.
En cualquier caso, no me imagino que nadie con dos dedos de frente logre
entender que, con la que está cayendo en el mundo, la jerarquía de la
Iglesia Católica, a cuyo frente está un hombre con fama de progresista, no
tenga nada mejor que hacer que dedicarse a regular qué debe y no debe
hacerse con las cenizas resultantes de las incineraciones.
El documento aprobado por el papa Francisco con el sugerente nombre de
Ad resurgendum cum Christo recomienda a sus fieles que sigan la tradición
de enterrar a sus muertos. Pero, dado que hay quienes optan por
incinerarlos, les conmina a conservar las cenizas en un lugar sagrado: un
cementerio católico, una iglesia o un sitio ad hoc previamente sacralizado.
Según el citado documento, el respeto para con los difuntos no es
compatible con andar echando sus cenizas por cualquier sitio, argumento
que puede ser considerado acertado por muchas personas, sean o no
católicas. Y puede resultarles hasta progre que la Iglesia Católica
considere inadecuado que las cenizas sean tratadas para ser
transformadas en diamantes (como ya oferta alguna empresa). Pero
probablemente gran parte de esas mismas personas opinan que es un
exceso inaceptable que se diga que “para evitar cualquier malentendido
panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las
cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma”.
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El asunto adquiere una dimensión plenamente escatológica cuando, para
explicar el contenido del documento, el cardenal Müller, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (o sea, lo que antes era el Santo
Oficio, más conocido popularmente como la Santa Inquisición), pone de
manifiesto la rotunda oposición de la Iglesia Católica a que, hayan sido
previamente incinerados o no, el destino final de los restos mortales de las
personas se relacione con “conceptos erróneos de la muerte, considerada
como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la
Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de reencarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.”.
Por el contrario, lo que ha de hacerse con los cadáveres debe ser decidido
a la luz de lo que señala el Credo, oración católica que, entre otros
muchos dogmas, recoge la creencia en “la resurrección de la carne”. Para
explicar este extremo, el cardenal Müller subraya que “la Iglesia nunca ha
dejado de afirmar que efectivamente el cuerpo en el que vivimos y
morimos es el que resucitará en el último día”.
Para rematar el argumento y, al mismo tiempo, para tranquilizar a quienes
decidan incinerar a sus muertos, Müller añade que “por supuesto,
sabemos que, incluso si la continuidad material se interrumpiera, como es
el caso de la cremación, Dios es muy poderoso para reconstituir nuestro
propio cuerpo a partir de nuestra propia alma inmortal, que garantiza la
continuidad de la identidad entre el momento de la muerte y la
resurrección”.
Es obvio que el nivel de la argumentación cardenalicia cierra la posibilidad
a cualquier comentario racional al respecto. En cualquier caso, no cabe
ninguna duda de que, para la inmensa mayoría de los y las mortales, estén
a favor o en contra de la incineración y profesen o no la fe católica, los
caminos de la Iglesia Católica son incomprensibles. Amén.
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