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HOMILÍA PRONUNCIADA POR SU EMINENCIA, EN EL RECIBIMIENTO DEL NUEVO NUNCIO
HOMILÍA PRONUNCIADA EN LA CATEDRAL PRIMADA EL LUNES 9 DE DICIEMBRE DE
2013 EN LA EUCARISTÍA CONCELEBRADA POR LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO
DOMINICANO PARA RECIBIR A SU EXCELENCIA REVERENDÍSIMA SEÑOR ARZOBISPO
JUDE THADDEUS OKOLO EN SU CONDICIÓN DE NUEVO REPRESENTANTE DE LA
SANTA SEDE EN LA REPÚBLICA DOMINICANA.
1.- La liturgia de la Iglesia Católica celebra hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de
la Santísima Virgen María, que como sabemos, es el día 8 de diciembre, pero al coincidir este
año con la liturgia privilegiada del segundo Domingo de Adviento, ha sido transferida al lunes 9
del mismo mes.
La Conferencia del Episcopado Dominicano, en una fecha tan singular para la Iglesia como es
ésta, ha querido acoger fraternalmente en el recinto histórico de nuestra Catedral Primada, a
Su Excelencia Reverendísima el Señor Arzobispo Jude Thaddeus Okolo, Arzobispo Titular de
Novica, sede en la antigua provincia Mauritania Cesariense, como nuevo Nuncio Apostólico de
la Santa Sede en la República Dominicana.
Nos satisface sinceramente, Excelentísimo Señor Nuncio recibirle junto con mis hermanos
Obispos de esta Nación, en su condición, además, de Representante del Santo Padre
Francisco entre nosotros.
Sus predecesores en su importante misión han tenido siempre en esta Catedral, al igual que en
las otras diez que existen en el País, un espacio para celebrar con el pueblo de Dios que
peregrina en la República Dominicana.
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2.- Como dije al comenzar, nuestra celebración tiene lugar en el contexto litúrgico del
Adviento, caracterizado por el sentido de esperanza que conlleva el nacimiento de nuestro
Salvador en Belén, la humilde aldea de Tierra Santa que se honró históricamente con su
venida.
En la liturgia de ayer, segundo Domingo de Adviento, aparece la gran figura de Juan Bautista;
que es “la voz que grita en el desierto”, invitando “a preparar los caminos del Señor y allanar
sus senderos”.
El eco de esta voz resonará en todo el Adviento, igual que hace dos mil años, se oyó en el
desierto de Judea, invitando al pueblo a la conversión.
El Bautista, junto con Isaías, José y María es figura eminente en las lecturas bíblico-litúrgicas
de este tiempo.
Juan fue el último de los numerosos casos bíblicos de “hijos regalo de Dios” a matrimonios
estériles o de edad avanzada, como los padres del Precursor Zacarías e Isabel.
En Juan tenemos tres rasgos característicos que subliman su persona:
1º La sinceridad y lealtad rotundas: Confesó sin reservas. Su rectitud y amor a la verdad le
costó la vida al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral.
2º La humildad que no sucumbe a la vanidad de darse importancia ni embriagarse con el
aplauso de la masa que acudía a él.
3º El testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había
encomendado. Él es tan solo Voz que anuncia al Mesías y prepara los caminos del corazón
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humano para discernir los signos de los tiempos mesiánicos.
A su testimonio fiel en favor de la mesianidad de Jesús corresponde el propio aval de Cristo
sobre la grandeza sin igual de su Precursor (Cfr. B. Caballero, En las Fuentes de la Palabra,
Tercer Domingo de Adviento, Ciclo B).
3.- Pero volvamos a la liturgia de La Inmaculada Concepción de María que gozosamente hoy
celebramos y que no puede separarse del Hijo. Así unimos la espera mesiánica y la esperanza
del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, que nos entrega a su Hijo,
Ella que es “comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia
hermosura”, como canta la Iglesia en el prefacio de esta Solemnidad.
Debemos recordar, además, la definición dogmática del Beato Pío IX el 8 de diciembre de
1854, con la Bula “Ineffabilis Deus”, en que decía: “Es doctrina revelada por Dios y por tanto
ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y
privilegio de Dios todopoderoso, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género
humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de
su concepción” (DS. 2803).
Esta definición dogmática fue la culminación de un largo proceso en el sentir del Pueblo de
Dios: “Entre los Padres prevaleció la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa
e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha nueva criatura en el Espíritu
Santo” (Lumen gentium, 56).
Conviene recordar que la doctrina de la santidad original de María se afirmó inicialmente en
Oriente hacia el siglo VI ó VII, y de allí pasó a Occidente, junto con una fiesta litúrgica que se
introdujo primero en Italia y después en Inglaterra.
En el siglo XII se escribe el primer tratado sobre la concepción inmaculada de María por el
monje Eadmer de Canterbury (a.1128) y fue en el siglo XIII cuando surgió la gran discusión teológica.
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Santo Tomás de Aquino, lo mismo que había hecho San Bernardo en el siglo XII, se opuso en
un principio a este privilegio mariano por razón de la universalidad del pecado original y de la
redención.
Correspondió a Duns Escoto, llamado “el doctor sutil”, el honor de encontrar la vía de solución
que después se impuso en teología y se incorporó a la definición dogmática.
María fue redimida por Cristo como todos los humanos, pero antes de contraer el pecado
original, en previsión de los méritos del Redentor que se le aplican también a Ella. De ahí la
formulación “presevada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su
concepción en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano”.
El Concilio Vaticano II recuerda esta verdad de fe en la Constitución dogmática “Lumen
gentium” (capítulo VIII, números 53.59) y afirma que María fue “enriquecida desde el primer
instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular” debido a
eso, “por orden de Dios es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia”
(Cfr.Constitución dogmática citada no. 56).
El texto evangélico de hoy (Lucas 1, 26-38) contiene una espléndida composición literaria de
este gran evangelista en la apertura del Nuevo Testamento y ha inspirado pinturas sublimes
como las de Fray Angélico, poemas rebosantes de sensibilidad religiosa como los de Paul
Claudel y secuencias deslumbrantes como la de Franco Zeffirelli sobre “Jesús de Nazaret”.
Pues bien, en este contexto litúrgico del Adviento y de la Fiesta de la Inmaculada Concepción
de María, recibimos en la República Dominicana al nuevo representante del Santo Padre
Francisco. Nos alegra su nombramiento y le deseamos todo género de éxitos en esta delicada
misión que el Papa le ha confiado.
En estos días recién pasados tuve la oportunidad de ser huésped de su compatriota y hermano
S.E. el Señor Arzobispo Fortunatus Nwachukwu, Arzobispo titular de Acquaviva, antigua sede
en la provincia del Lazio, Nuncio Apostólico en Nicaragua. Viajé a esta Nación
Centroamericana como Enviado Especial del Santo Padre Francisco para presidir las
celebraciones con motivo del Centenario de la Provincia Eclesiástica de ese País, jurisdicción
creada por el Papa San Pío X el 2 de diciembre de 1913.
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Nos satisface, pues, que el Papa Francisco, el primer latinoamericano en ocupar la sede de
San Pedro, les haya nombrado a ambos en las Nunciaturas de Managua y Santo Domingo,
creando así un significativo vínculo entre el gran Continente que es Africa y nuestra América
Latina.
Sólo nos resta, Excelentísimo Señor Nuncio, reiterarle los mejores éxitos en la tarea que el
Papa le encomienda entre nosotros.
En la República Dominicana se profesa un gran amor al Papa, como quedó demostrado en las
tres visitas que nos dispensó el hoy Beato Juan Pablo II, al inicio de su Pontificado en 1979,
cuando se dirigía a México para participar en la Conferencia General de Puebla. La escala en
Santo Domingo fue una decisión personal del Papa, que quiso unir a Roma con la primera
tierra evangelizada en América; en 1984 para presidir las celebraciones preparatorias del V
Centenario del inicio de la Evangelización de América, que Su Santidad quiso compartir con los
Presidentes de las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe, los Estados
Unidos, Canadá y Filipinas, que como sabemos, esta última Nación fue evangelizada por
España en los primeros tiempos a través de México. También hubo otros representantes de
Europa que participaron con el Papa en esa celebración.
Finalmente, el Papa Wojtyla, nos visitó por tercera vez para presidir el inicio de la IV
Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, que tuvo lugar en 1992,
en esta Ciudad de Santo Domingo.
Como puede ver Su Excelencia, tenemos razones para estimar y amar sinceramente al Papa a
quien, en este momento, Su Excelencia representa tan dignamente.
Queremos enviar al Santo Padre Francisco, por su digna mediación, nuestro respetuoso y
cordial saludo, con la sinceridad de nuestras oraciones por las intenciones de Su Santidad.
Bienvenido, Señor Nuncio, a la República Dominicana, cuente con nuestra fraternidad,
colaboración y oraciones en todo momento.
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