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A la vuelta, el Año de la fe
Me dicen desde la dirección de Iglesia en Plasencia que escribo la última carta
del año pastoral. A partir de ahora para ella vendrá el descaso estival, aunque la vida
diocesana sigue muy activa hasta finales del mes de julio, al menos en lo que a mí se
refiere. Venimos de un intenso curso, en el que hemos estrenado Plan Pastoral. Por la
primera revisión, que ya hemos hecho con los arciprestes, sabemos que ha sido
conocido por muchos, que ha sido bien acogido y también hemos podido comprobar
que, en sus objetivos y en algunas de sus acciones, ha cogido ya un buen impulso.
Vamos, pues, por el buen camino; por el que el Señor nos ha marcado en el ejercicio de
comunión entre nosotros, pero también de comunión con el magisterio cotidiano de la
Iglesia; pues ambos han sido los ámbitos inspiradores de esta búsqueda de fidelidad a
los que hemos de hacer como servicio a la fe de nuestro pueblo, en este tiempo y en esta
tierra.
Tenemos camino pastoral hasta el año 2014, cuando revisemos el Plan pastoral y
busquemos unas nuevas pistas para el futuro. Mientras tanto, Benedicto XVI nos ha
invitado a entrar en un camino esencial para el cristiano, en el camino de la fe. Nos ha
llamado a celebrar un Año de la fe, a entrar en la puerta de la fe. Así es la invitación
explícita que nos hace en la Carta Apostólica Porta fidei. De entrada nos propone un
objetivo, que luego ampliará con otros muchos matices: “Redescubrir el camino de la fe
para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del
encuentro con Cristo”.
Para esta convocatoria hay motivos evidentes, que además se convierten
también, por su significado y contenido, en espacios para la reflexión en este itinerario
que el Santo Padre nos propone. Me refiero al cincuentenario de la apertura del
Concilio Vaticano II, a los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia
Católica y a la celebración de la Asamblea General del Sínodo de los obispos, sobre el
tema de la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Los tres
motivos “serán una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo
de especial reflexión y redescubrimiento de la fe” (Pf 4).
Además, echa también el Papa, a la hora de motivar el Año de la fe, una mirada
a la situación de la cultura ambiental y encuentra en ella también un motivo para
invitarnos a esta experiencia eclesial: “Mientras que en el pasado era posible reconocer
un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe
y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la
sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas” (Pf 2).
Pues bien, sin entrar más a fondo, es a partir de ahí desde donde estamos todos
invitados a introducirnos en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe,
a confesar la fe. Nos llama el Papa a hacer de la vida un acto de fe, “por una auténtica y
renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Pf 6). Para eso nos propone
“redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar
sobre el acto mismo con el que se cree” (Pf 9).
Nos invita, en efecto, el Santo Padre a entrar en el Año de la fe como “un tiempo
de gracia espiritual” en el que renovar el don precioso de la fe, ahondando en el acto de
fe en toda su integridad. La fe se recoge en toda su armonía en el Catecismo de la
Iglesia Católica y en su Compendio. El catecismo, como sabemos muy bien, es
expresión de la comunión en la fe de la Iglesia. “Un instrumento válido y legítimo al
servicio de la comunión eclesial y como una regla segura para la enseñanza de la fe”
(Porta fidei, 11). Una comunión que abarca una doble universalidad: una sincrónica,
pues estamos unidos a los creyentes de todas las partes del mundo, y también una
universalidad diacrónica: todos los tiempos nos pertenecen, también los creyentes del
pasado y los del futuro forman con nosotros una única comunión.
No obstante, nos recuerda el Santo Padre: “El conocimiento de los contenidos
que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la
persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en
profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios… La fe es
decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y ese “estar con él” nos lleva a
comprender las razones por las que se cree” (Porta fidei, 10).
El acto de fe, evidentemente, es para una fe confesada y testimoniada, para que
cada uno de nosotros y toda la Iglesia entre en un nuevo impulso evangelizador, esa será
siempre nuestra razón de ser: el mandato misionero de Cristo que llevamos en el
corazón. Pero sin olvidarnos de que todo empieza por una evangelización interior, por
dejar que el amor de Cristo llene nuestros corazones; porque “la fe crece cuando se vive
como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y
gozo”. Aprovechemos el verano para abrir corazón al Señor, para que así esté dispuesto
para la confesión de fe que se nos va a pedir a lo largo del Año de la fe.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Plasencia