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Pablo VI, beato: Quién fue y lo que hizo
(RV).- El Papa emérito Benedicto XVI asistirá este domingo a la beatificación de Pablo VI en
la Plaza de San Pedro, informo el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Padre
Federico Lombardi S.I. Además del Papa emérito, que fue creado cardenal por el nuevo beato,
también participarán en la solemne ceremonia otros dos purpurados también creados
cardenales por el pontífice autor de la ''Populorum Progressio''; se trata de Paulo Evaristo
Arns, arzobispo emérito de Sao Paulo (Brasil) y William Wakefield Baum, Penitenciario Mayor
emérito.
Miles de peregrinos asistirán a la beatificación y a los actos relacionados con ella,
el primero de los cuales tendrá lugar el sábado 18 en la basílica romana de los Doce
Apóstoles, cuando el cardenal Angelo Scola, actual arzobispo de Milán presidirá las Vísperas.
El domingo tendrá lugar la misa de beatificación presidida por el Papa Francisco el domingo a
las 10,30 en la Plaza de San Pedro y el lunes 20, a las 9,30 en la basílica de San Pablo
Extramuros, el cardenal Scola presidirá la misa de acción de gracias para los fieles de las
diócesis de Milán y Brescia.
(RC-RV)
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Pablo VI, beato: Quién fue y lo que hizo
por Jesús de las Heras Muela, revista ecclesiadigital.
Pablo VI será beatificado el 19 de octubre en el Vaticano. El sábado 10 de mayo, tras aprobar
un milagro atribuido a su intercesión, el Papa Francisco anuncia la beatificación del Papa Pablo
VI
Ya el 20 de diciembre de 2012, el Papa Benedicto XVI había aprobado el decreto de
reconocimiento de sus virtudes heroicas, con el consiguiente tratamiento de venerable. El
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milagro que hará posible la beatificación de Pablo VI aconteció hace dos décadas en California
cuando una madre, una gestante se encomendó al Papa Montini para no perder el niño del que
estaba grávida y que, supuestamente, presentaba graves malformaciones, y que, además,
podía hacer peligrar su propia vida. El niño nació sanó y la madre no tuvo secuelas.
El Papa Francisco, al firmar el 9 de mayo de 2014, este milagro, fijó asimismo la fecha y lugar
de la beatificación de Pablo VI. Será el domingo 19 de octubre, en San Pedro de Roma, en la
clausura del Sínodo Extraordinario sobre la Familia. Este anuncio ha tenido lugar apenas dos
semanas después de la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. El primero
convocó el Concilio Vaticano II y al segundo y a Pablo VI les correspondió aplicarlo.
“In nomine Domine”
En la tarde del domingo 6 de agosto de 1978, en Castelgandolfo y casi por sorpresa, fallecía el
Papa Pablo VI, tras algo más de quince años de abnegado, espléndido, complejo y debatido
ministerio apostólico petrino. Cuarenta días después habría cumplido 81 años.
Nacido el 26 de septiembre de 1896 en la localidad de Concesio, junto a Brescia, en la región
norteña de Italia de la Lombardía, era sacerdote desde 1920, obispo desde 1954 y cardenal
desde 1958. Durante más de treinta años sirvió en la Curia Romana en altas
responsabilidades, a la par que atendía a los jóvenes universitarios de la FUCI.
Trabajó también en el cuerpo diplomático de la Santa Sede y durante nueve años fue
arzobispo de Milán, donde se le conocía como “el arzobispo de los obreros”. Renunció en 1952
a púrpura cardenalicia y fue “papabile” antes incluso de ser cardenal. Fue bautizado en las
aguas del bautismo con los nombres de Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini Alghisi.
Es siervo de Dios y ojalá pronto que la Iglesia lo tenga entre sus beatos y santos.
Nacido para ser Papa
Pocas personas como él habían sido “pensadas” y preparadas a lo largo de su vida para
asumir este servicio, habían nacido para ello, ya desde su cuna, con su padre abogado,
periodista y político democristiano, con su madre moderna, culta y católica cabal. Desde años
antes a su elección pontificia, Montini ofrecía ya el perfil del Sucesor de Pedro, al que le
capacitaban, sin duda, hasta su mismo porte y elegancia externa e interna, con aquella mirada
honda, pensativa y bondadosa. Y, sobre todo, le capacitaban su espléndida formación
eclesiástica y humana; su fina y serena inteligencia; su cultura amplia, abierta y cosmopolita,
de impronta francesa, moderna y fiel; su honda piedad y vida interior; o sus muchos años de
quehacer en la Curia Romana, completados con nueve magníficos y emprendedores años
como arzobispo de Milán, la más poblada diócesis de toda la Iglesia Occidental.
De él se podía decir, sí, que había nacido para ser Papa. Y lo fue en tiempos esperanzadores
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y turbulentos. Fue el Papa para una modernidad compleja, cambiante y hasta imprevisible y
contradictoria, tan amada y esperada en demasía por unos como temida y denostada en
exceso por otros. Fue el Papa del Concilio Vaticano II y de toda su carga de renovación y de
reforma. Fue el Papa del primer postconcilio, tantas veces hermoso, tantas veces traumático.
Fue el Papa del diálogo. Fue el Papa del hombre, siempre en su escucha y a su servicio,
siempre atento a los signos de los tiempos y a los problemas e inquietudes que se abatían
sobre una humanidad magnífica y atormentada, que ya empezaba a mostrar inequívocos
síntomas de fragmentación, de cambio y ruptura.
“Vocabor Paulus” (“Me llamaré Pablo”)
Fue el Papa Pablo –nombre elegido por Montini al calzar las sandalias del Pescador, bien
sabedor de lo que este nombre significaba en honor y memoria de San Pablo, el apóstol de las
gentes y de los gentiles, el heraldo de Jesucristo- , el Papa evangelizador, consciente de la
necesidad de recorrer todos los caminos del hombre y de la Iglesia, todos los caminos de un
mundo que ya no era ni mucho menos uniforme, consciente de la necesidad de hacerse
presente él y con él toda la Iglesia en sus distintos areópagos. Fue un Papa amado y también
criticado, dolorosa e injustamente criticado tantas veces. Como aquella campaña que lo
presentaba en nuestro país como antiespañol cuando lo cierto es que la historia le reserva un
puesto de honor entre los grandes artífices de nuestra transición a la democracia.
La historia lo ha situado entre dos gigantes y santos: el profeta, el carismático, el popular Juan
XXIII –todavía y ya para siempre el Papa bueno- y él no menos carismático y popular Juan
Pablo II el Grande, el atleta de Dios, el Papa más mediático de la historia, el Papa de los
récord, el Papa de las excepcionalidades, el Papa del pueblo. Y entre estos gigantes, Pablo VI
no palidece –no puede palidecer-, sino que conserva su puesto y su identidad.
Timonel audaz y prudente
Treinta años después de su muerte, la memoria de Pablo VI obliga al reconocimiento y a la
gratitud porque supo ser, en medio de bonanzas y de tempestades, el timonel audaz y
prudente que la nave de la Iglesia requería. Porque supo ser el Papa atento y siempre en
escucha y en diálogo. Porque supo combinar renovación con fidelidad, aunque tantos le
urgieran pisar más el freno o pisar más el acelerador. Porque, en suma, supo pastorear al
rebaño confiado siguiendo la estela del Buen Pastor, buscando a las ovejas pérdidas sin
descuidar a las que permanecían junto a la grey, aun cuando otros pensaran y actuaran de otra
manera. Porque supo amar a Jesucristo y seguirle con la cruz a cuestas en quince vertiginosos
y arduos años en que fue su Vicario en la tierra, en que fue el Dulce Cristo entre los hombres.
¿Progresista o conservador? ¿Firme o dubitativo? ¿Entusiasta del Vaticano II o atrapado por
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su legado? Pablo VI fue, ante todo, un hombre de Iglesia, un hijo fiel de la Iglesia y un padre
para todos desde la fidelidad y la renovación, los dos quicios permanentes e inexcusables de la
verdadera Iglesia. La gracia de Dios –nos recordaba el Papa Benedicto XVI- no fue vana en él.
Y así supo hacer prestar su aguda inteligencia al servicio de la altísima misión encomendada,
amando apasionadamente a Jesucristo y a los hombres de su tiempo.
Un magisterio vivo e interpelador
Siete encíclicas, diecisiete constituciones apostólicas, diez exhortaciones apostólicas, sesenta
y una cartas apostólicas, cuarenta y dos motu proprio y nueve viajes internacionales son, junto
a su estilo y talante, el legado vivo e interpelador del Papa Montini. “Gaudete in Domino”,
“Marialis cultus”, “Octogesima adveniens”, “Humanae vitae”, “Sacerdotalis coelibatus”,
“Mysterium fidei”, “El Credo del Pueblo de Dios” y, sobre todo, “Ecclesiam suam”, “Populorum
progressio” y “Evangelii nuntiandi” siguen siendo documentos imprescindibles no solo para
conocer y entender su pontificado y la vida de la Iglesia en estas últimas cuatro décadas, sino
también para que la Iglesia del alba del siglo XXI siga ofreciendo su genuino servicio
evangelizador y de búsqueda del hombre –de todo hombre- y de la cultura de su tiempo.
Junto a ello, Pablo VI desplegó una intensa actividad reformadora en la liturgia, en el seno de
la Curia Romana y del Colegio Cardenalicio, en la puesta en marcha de algunas propuestas del
Vaticano II en pro de la colegialidad y la comunión –los Sínodos, las Conferencias
Episcopales…-, en el inquebrantable compromiso ecuménico, de sus acciones y de sus gestos,
en la catequesis…
Al hacer memoria de sus viajes apostólicos –el fue el primer Papa peregrino, el primer Papa
itinerante y viajero-, llama la atención comprobar sus destinos, marcados por tres prioridades:
la misión (India, Colombia, Uganda, Filipinas, Oceanía), la unidad de los cristianos y el diálogo
interreligioso (Tierra Santa, Turquía, Ginebra) y la paz y la justicia social (la sede de la ONU,
Uganda, Asia Oriental).
La Iglesia y el hombre, sus pasiones
Desde Jesucristo y en Jesucristo -“In nomine Domini” (“En el nombre del Señor”), como rezaba
su lema episcopal y pontificio- , la Iglesia y el hombre fueron sus dos grandes amores, sus dos
pasiones: “Ruego al Señor –escribía en las vísperas de su muerte- hacer de mi próxima muerte
un don de amor a la Iglesia. Podría decir que la he amado siempre”. Y ampliaba su discurso y
sus sentimientos con estas otras palabras: “Oh hombres, comprendedme, os amo a todos en la
efusión del Espíritu… Así os miro, os saludo, así os bendigo. A todos”.
Por ello, con palabras de su sucesor, el Papa Juan Pablo II, vaya nuestro reconocimiento: “Por
el inestimable legado de magisterio y de virtud que Pablo VI ha dejado a los creyentes y a toda
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Pablo VI, beato: Quién fue y lo que hizo
la humanidad, alabemos al Señor con sincera gratitud. A nosotros nos toca ahora atesorar tan
sabia herencia”.
Y es que, más allá de tópicos, estereotipos, simpatías o antipatías, tampoco su legado cabe en
una sepultura, como él mismo dijera de la herencia recibida de Juan XXIII.
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