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CAPÍTULO
UNO
A Toda Criatura, en
Todo Lugar
A medida que una crisis sucede a otra, un nuevo sentido de urgencia se
está apoderando de los adventistas del séptimo día en todo el mundo. Estas
crisis afectan diversos aspectos de la vida cotidiana: la política, la moralidad,
la contaminación atmosférica, la población, el agua, la energía, los
alimentos, las finanzas y la religión. ¡Y con cada semana que pasa, la lista
se hace más larga!
Dios ha levantado a su iglesia remanente para preparar a hombres y
mujeres para la crisis final. “Los hombres pronto se verán obligados a
efectuar grandes decisiones, y deben tener oportunidad de oír y de
comprender la verdad bíblica, a fin de que puedan decidirse
inteligentemente por el camino recto. Dios pide ahora a sus mensajeros,
en términos definidos, que amonesten a las ciudades mientras la misericordia todavía perdura y mientras las multitudes son aún susceptibles a
la influencia convertidora de la verdad bíblica” (El evangelismo, pág.
23).
Se está profundizando la convicción de que el retorno de nuestro Señor
está muy cercano. El escenario para su venida está listo. Todas las grandes
profecías cronológicas se han cumplido en sus fechas correspondientes.
El mundo ha alcanzado ese nivel bajísimo de moralidad que la Escritura
describe como precediendo el fin. Por cierto que nuestro Señor es
perfectamente capaz de completar la fase del juicio que debe terminarse
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antes de su venida. Lo único que falta es que la iglesia refleje la imagen de
su Señor y comunique el mensaje de salvación a toda criatura, en todo
lugar. Una transformación de carácter tan necesaria como ésta constituye
tanto una calificación para ofrecer un testimonio centrado en Cristo, como
un subproducto de esta actividad.
“La iglesia debe darse cuenta de su obligación de llevar el Evangelio
de la verdad presente a toda criatura” (Servicio cristiano, pág. 140).
Con el fin de llevar a cabo esta tarea, debemos conocer el Evangelio
de la verdad presente y ser capaces de comunicarlo en base a una experiencia
viva y personal con el Cristo del Evangelio. Esta experiencia con Cristo se
profundizará a medida que le sirvamos. “Cuando las iglesias se conviertan
en iglesias que trabajen y estén llenas de vida, el Espíritu Santo será
concedido como respuesta a su sincera petición... Entonces las ventanas
de los cielos se abrirán para dejar caer los chubascos de la lluvia tardía”
(Elena G. de White, Review and Herald, 25 de febrero de 1890).
Organización y preparación
La responsabilidad de llevar el Evangelio a toda criatura, requiere
organización además de dedicación. Sin un plan organizado, ninguna
cantidad de dedicación o celo podrá resultar en la saturación total de la
comunidad con la verdad tal como es en Jesús.
Dios delega a su iglesia la responsabilidad de desarrollar formas y
medios de trabajo, de modo que cada miembro tenga una parte en alcanzar
con el mensaje a todos los habitantes del mundo, en todo lugar. “Los que
tienen la visión espiritual de la iglesia deben idear formas y medios por los
cuales pueda darse una oportunidad a todo miembro de la misma para que
desempeñe alguna parte en la obra de Dios... No se han trazado con claridad
ni puesto en ejecución planes por los cuales los talentos de todos pudieran
ser empleados en el servicio activo. Hay sólo pocos que se dan cuenta de
cuánto han perdido a causa de esto” (Servicio cristiano, pág. 78).
Una de las últimas grandes señales de la pronta venida de nuestro Señor
consiste en el esparcimiento del Evangelio a todo el mundo, y por último a
toda criatura. Es el privilegio y deber de cada uno que conoce a Cristo y su
mensaje, tomar parte en el gran esfuerzo evangélico que apresurará el día
de su venida.
Antes del fin de su vida, el apóstol Pablo pudo declarar que el
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Evangelio había sido predicado “en toda la creación que está debajo del
cielo” (Col. 1:23)
Vale la pena considerar cómo tan pocos lograron cumplir esta hazaña
extraordinaria en tan poco tiempo. Al hacer esto podemos descubrir una
clave de la manera como la iglesia remanente podrá cumplir su comisión
de predicar el Evangelio a toda criatura.
En primer lugar, debemos notar que el mandato de testificar se mantuvo
ante la iglesia en palabras como las siguientes:
“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mat. 4:19),
“Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones” (Mat. 24:14)
“Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo
último de la tierra” (Hech.1:8).
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mar.
16:15).
Con este objetivo ante ellos —predicar el Evangelio a toda criatura en
todo lugar—, los primeros creyentes se ocuparon en el ministerio casa por
casa. “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar
y predicar a Jesucristo” (Hech. 5:42).
La iglesia primitiva debe haber tenido algún sistema para dividir
territorios. La asignación de una zona específica es absolutamente necesaria
en el trabajo casa por casa. Es evidente, como se desprende de Hechos
16:4, que la dirección provenía de los apóstoles y ancianos de Jerusalén.
La práctica común parece haber sido enviar a territorios específicos, ya
sea a obreros individuales o equipos de dos, tales como Bernabé y Marcos,
Pablo y Silas.
Entrenamiento práctico
Esos obreros evangélicos primitivos entrenaban a cada uno de sus
conversos para que se convirtiera en un ganador de almas. Evidentemente,
se esperaba que hicieran eso. Pablo dice que los apóstoles, los profetas,
los evangelistas, los pastores y los maestros fueron dados “a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Efe. 4:12).
Es interesante notar la forma en que algunas otras versiones traducen
este pasaje. En la Versión Moderna, se lee: “Para el perfeccionamiento de
los santos, para la obra del ministerio”. El Nuevo Testamento llamado
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Dios llega al hombre rinde el pasaje: “Así preparó a los suyos para hacer
su trabajo de servicio”. Y en la Biblia de Jerusalén (versión católica), dice:
“Para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del
ministerio”.
Hay buenas razones para creer que los discípulos que recibieron
entrenamiento práctico durante sus tres años de asociación con Jesús,
hicieron lo mismo con sus propios conversos.
“Pasando por alto a los maestros judíos que se consideraban justos, el
Artífice Maestro escogió a hombres humildes y sin letras para proclamar
las verdades que habían de llevarse al mundo. A esos hombres se propuso
prepararlos y educarlos como directores de su iglesia. Ellos a su vez habían
de educar a otros, y enviarlos con el mensaje evangélico” (Los hechos de
los apóstoles, pág. 15).
Pablo le mandó a Timoteo que instruyera a hombres que a su vez fuesen
capaces de enseñar a otros: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos,
esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a
otros” (2 Tim. 2:2). De este modo el ejército de obreros cristianos se
multiplicaría rápidamente.
Los conversos de los apóstoles habían sido instruidos con tanta
eficiencia, que cuando la persecución los obligó a esparcirse huyendo de
Jerusalén, “los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el
Evangelio” (Hech. 8:4). El versículo 1 dice: “Todos fueron esparcidos ...
salvo los apóstoles”. Debemos notar que no eran únicamente los apóstoles
los que predicaban, sino también los miembros de iglesia.
El último, pero no menos importante factor de éxito en los esfuerzos
de la iglesia apostólica por testificar, fue su dedicación, su unidad y su
dependencia del Espíritu Santo. Los intereses materiales se supeditaban a
la obra del Señor (cap. 2:44,45). Todos estaban unidos (vers. 1). Y entonces,
tal como ahora, el Espíritu Santo era concedido “a los que le obedecen”
(cap. 5:32).
La Iglesia Adventista se ha esparcido por todo el mundo como resultado
de aplicar los principios de organización señalados en la Biblia. En la
Escritura resaltan dos amplios principios básicos de organización: la
delegación de responsabilidades y la asignación de territorios específicos.
En la antigüedad, el suegro de Moisés le dio a éste un consejo inspirado al
sugerirle que dividiera el trabajo, colocando capitanes sobre mil, sobre
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cien y sobre diez. Podríamos decir que nuestras divisiones, nuestras uniones,
nuestras asociaciones y las congregaciones individuales constituyen una
aplicación de este principio.
Asignación de territorios específicos
Si la junta de una Asociación no asignara un territorio específico a
cada pastor, el resultado sería el caos. No basta con decir: “Este Estado es
todo nuestro territorio. Vayan y trabajen donde les guste más”. ¡Es fácil
imaginar lo que sucedería!
Lo mismo ocurre en el caso de la iglesia local. El territorio total de la
iglesia debe ser dividido entre los miembros, de modo que pueda ser
trabajado en forma sistemática de casa en casa. Esta manera de abarcar el
terreno merece y requiere la prioridad entre las actividades de la iglesia.
“Esta labor de casa en casa, para buscar a las almas, para recoger a las
almas perdidas, es la obra más esencial que pueda realizarse” (El
evangelismo, pág. 316).
Si la relación numérica entre los miembros y la población es tal que no
parece posible cubrir todo el territorio yendo de casa en casa, debe escogerse
una porción del mismo para trabajarla sistemáticamente de puerta en puerta,
y el resto del territorio debe continuar siendo la responsabilidad del
individuo o equipo que se encarga de cultivar los intereses ya despertados.
Es significativo que los grupos religiosos que más rápidamente crecen,
son los que siguen la técnica de confrontar personalmente a los individuos
con un mensaje relacionado con la Biblia. Las técnicas indirectas de trabajo
por lo general logran resultados escasos.
Otros mensajeros con otros mensajes están llegando a cada puerta.
¿Por qué no podemos nosotros imitarlos? Es evidente que esto puede
lograrse. Lo están haciendo ahora mismo. Y ciertamente Dios no aceptará
menos de sus testigos escogidos, que lo que está siendo realizado por
mensajeros que se han escogido a sí mismos, los cuales corren sin saber
por qué.
Es urgente que nos aseguremos de que comprendemos claramente el
mensaje que se nos ha ordenado compartir con todos, en todo el mundo.
En términos muy sencillos, nuestra obra consiste en guiar a hombres y
mujeres en el proceso de restaurar la relación con el Creador de que gozaban
antes que entrara el pecado. Nuestro ministerio es una extensión del
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ministerio de Cristo. “Como me envió el Padre —declaró el Señor—, así
también yo os envío” (Juan 20:21).
Jesús ha provisto el modelo para nuestra obra. El declaró y reveló el
amor del Padre. Así debemos hacer nosotros. El nos trajo las buenas nuevas
de perdón y aceptación para la persona que tiene fe y se arrepiente. Nosotros
también deberíamos hacer lo mismo. Hizo que el camino de la salvación
fuera fácil de comprender. También nosotros debemos hacerlo.
Todo testigo de Cristo debiera ser capaz de explicar brevemente el
plan de salvación. Debe poder guiar a un individuo por los pasos necesarios
y ayudarle a tomar la decisión de rendirse a los requerimientos de Cristo.
Tanto la vida del mensajero como su mensaje deben revelar a Jesús.
A la iglesia remanente se le ha dado la misma comisión y el mismo
mensaje de salvación que se le entregó a la iglesia apostólica. Cada alma
debe oír el mensaje antes que se cierre el tiempo de gracia. Tal como en
los días de Noé, cada hombre y mujer debe escoger entre dos alternativas.
Todas nuestras actividades, tanto sagradas como seculares, debieran
planearse con nuestro objetivo divinamente señalado bien a la vista.
“La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los
hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el
Evangelio al mundo” (Servicio cristiano, pág.20).
“La iglesia debe darse cuenta de su obligación de llevar el Evangelio
de la verdad presente a toda criatura” (Id., pág. 140).
“Llevad la Palabra de Dios a la puerta de todo hombre” (Id., pág.
180).
Este objetivo de alcanzar a cada persona en todo lugar con el mensaje
de la gracia divina, requiere la participación de cada miembro en alguna
clase de programa personal de testificación. También exige establecer un
programa de entrenamiento en cada iglesia con el fin de equipar a los
miembros para prestar servicio eficiente de diversas maneras.
“Dios espera un servicio personal de cada uno de aquellos a quienes
ha confiado el conocimiento de la verdad para este tiempo. No todos pueden
salir como misioneros a los países extranjeros, pero todos pueden ser
misioneros en su propio ambiente para sus familias y su vecindario” (Id.,
pág. 14).
“Cada iglesia debe ser una escuela práctica para obreros cristianos”
(Id., pág. 75).
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Dios ha dejado en manos de los dirigentes locales la tarea de
implementar estas instrucciones. “Los ancianos y los que tienen puestos
directivos en la iglesia deben dedicar más pensamiento a los planes que
hagan para conducir la obra. Deben arreglar los asuntos de tal manera que
todo miembro de la iglesia tenga una parte que desempeñar, que nadie
lleve una vida sin propósito, sino que todos realicen lo que pueden hacer
de acuerdo con su propia capacidad” (Id., págs. 78,79).
“Dondequiera se establezca una iglesia, todos los miembros deben
empeñarse activamente en la obra misionera. Deben visitar a toda familia
del vecindario, e imponerse de su condición espiritual” (Id., pág. 17).
En vista de estas instrucciones, se hace evidente la necesidad de dividir
y asignar el territorio.
La iglesia fue organizada con el fin de predicar el Evangelio. En estos
últimos días cada persona, en todo lugar, debe escuchar el mensaje. La
iglesia es responsable de dividir territorios y asignarlos, y de preparar a
cada miembro para una tarea efectiva de testificación.
Sin embargo, el poder para testificar debe provenir del Espíritu Santo.
Y nadie que lo pida necesita recibir una respuesta negativa. “El Espíritu
Santo será derramado sobre todos los que están pidiendo el pan de vida
para darlo a sus vecinos”(Id., pág. 312).
Las señales que discernimos por todos lados apuntan a la cercanía del
retorno de nuestro Señor. Es tiempo que organicemos nuestros esfuerzos
humanos de tal manera que el cielo pueda combinar con ellos el poder
divino que hará que la obra se extienda como un reguero de pólvora.
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